Dos Vidas

By LorraineCork

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Amanda Miller, es una chica de 17 años cuya adolescencia ha sido tan común como cualquier otra. Cuenta con un... More

Prólogo
Ocaso
Amnesia
Primer encuentro
Revelaciones
Sucesos
Sala de Emergencias
Ofrenda de paz
Acusaciones
Déjà vu
El recital
Complicaciones
Sentimientos inesperados
Preguntas y Respuestas
Diario intimo
Perspectivas
Caen las barreras
Razón y Amor no hacen buenas migas
Sorpresa
Una declaración
La cabaña
Fiesta de Aniversario
Entre la espada y pared
Una mirada incómoda a un futuro posible
Un paso a la vez
Truco o trato
Ángel de la muerte
Entre el cielo y la tierra
Eclipse
Ángel vs Humano
Sublime
Latente
Se avecina una tormenta

Asalto

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By LorraineCork

Todo se percibe tan real pero sé que es un sueño. Otro de esos extraños sueños que se han vuelto recurrentes. Para ser honesta, a veces dudo entre la concepción de que sean imágenes que llegan a mi mente debido a un esfuerzo que hace mi cerebro por recordar pequeños fragmentos de mi vida anterior o un juego vertiginoso de mi subconsciente.

¿Cómo sabía que era un sueño? Porque nuevamente me hallaba a mitad de aquella solitaria calle; frente a la casa de color gris y marcos blancos. La brisa es ligeramente cálida y el cielo es de un azul casi perfecto.

Otra vez la misma calle, la misma casa y esa inexplicable sensación que me causaba el simple hecho de estar allí.

A lo lejos, precisamente del otro lado de la acera, la chica de tez pálida y cabello castaño que se acerca con su mascota, atrajo mi atención. Caminé hacia la acera y mientras más se acercaba mi corazón se aceleraba. Me estaba viendo a mí misma, la situación es completamente extraña casi alucinante. Abrí la boca para hablarle pero no logré decir una palabra. Estaba estática, de pie sobre la acera mientras la chica se aproximaba.

—Hola —finalmente dije cuando estuvo a dos pasos frente a mí.

Pero no se detuvo, ni siquiera pareció fijarse en mi presencia, como si no lograra verme aunque estaba justo de pie frente a ella.

Segundos más tarde, su humanidad me atravesó como si yo estuviese hecha de humo, ligera e invisible. Aquello me aturdió y me sentí mareada, el suelo bajo mis pies se movía en círculos. Me costó reponerme de eso y cuando volví en sí, algo espantoso estaba a punto de ocurrir.

Grité para advertir sobre el inminente peligro. Sin embargo, no sirvió de mucho; era demasiado tarde para mí. Cuando la camioneta salió de control y vi como se dirigía directo hacia la chica que intentaba evitar que arrollaran a su mascota ahogué un grito desesperado con mis manos. El vehículo colisionó contra el frágil y humano cuerpo de la joven, ocasionando a su vez un sonido que me erizó la piel.

Tan rápido como espabilar, el panorama cambió.

La brisa alborotaba mi cabello, los árboles y arbustos se mecían con el viento, las lápidas estaban distribuidas a mi alrededores y fue entonces que no me quedó duda alguna del sitio donde me encontraba.

No me gustó estar en medio de un cementerio completamente sola. Era una situación tétrica en todos los sentidos. Me di la vuelta alzando la vista hacia todas direcciones para hallar una salida pero cuando eso no fue posible empecé a caminar sin saber muy bien a donde dirigirme.

No me había alejado demasiados del punto en el cual aparecí cuando uno de mis pies trastabilló y caí de rodillas. Me quejé y apoyé mis manos sobre la grama para levantarme.

Amanda. E Miller
2000 - 2017

Amada hija y amiga.
Te quedas en nuestros corazones.


Mis ojos se abrieron con mucha sorpresa cuando leí las lineas gravadas en esa lápida. Mi corazón se aceleró mientras me llenaba de angustia y de una mezcla entre miedo e impotencia.

***

Desperté agitada y con lágrimas en los ojos. El reloj sobre la mesa de noche marca las 03:16 a.m. Por lo visto sería otra de esas noches de pesadillas seguidas de insomnio. En algún momento iba a colapsar si las cosas seguían ese rumbo. No sabía que era dormir a gusto desde el momento que desperté del coma. Ha transcurrido una semana desde entonces y yo no lograba conciliar un descanso agradable. Cuando no aparecía Hailee en mis sueños entonces estaban esos extraños acontecimientos. Tampoco sé si puedo confiar en la veracidad de lo que veía en mis sueños, pero sin duda, imaginar la posibilidad de estar muerta y sin medios que me permitan regresar a mi estado anterior era muy devastador.

Pensar en ello me llenaba de ansiedad y una angustia prácticamente incontrolable. Una de las cosas que más me molesta es el hecho de no saber por donde empezar. Sin recuerdos contundentes, sin suficiente información, sin ninguna herramienta a mi favor, la búsqueda sería tardía. Y eso también me quitaba el sueño.

Estiré el brazo para oprimir el interruptor de la lámpara y posteriormente tomé asiento sobre la cama. Aparté el cabello de mi cara y respiré profundamente varias veces de manera consecutiva.

Observé el libro de Agatha Christie, que había empezado a leer hace un par de días, preguntándome si eso me despejaría la mente. Pero lo dudé. No creí que un asesinato, envuelto por misterios sin resolver fuese de mucha ayuda en estos momentos.

Lo único bueno que descubrí al desempolvar un par de éxitos literarios de la autora, fue un aspecto de mí misma; esa ineludible atracción por el periodismo de investigación. Me sentía atraída por aquellos personajes de un nivel de intuición envidiable, llenos de perspicacia, audacia, con una mente brillante, analítica y observadora que los conducía a la verdad más insospechada.

Tal vez estaba siendo influenciada por los hechos que se estaban desarrollando actualmente, el enorme misterio que lo cubría todo y mi anhelo por resolverlo para lograr recuperar mi vida. Sin embargo, no descartaba la posibilidad de dedicarme a ello si algún día volvía a ser la persona que fui.

Mientras se daba la acumulación de pensamientos que iban y venían, el sol de un día de comienzos de verano entró por la ventana. Salí de la cama y fui directo al baño a ejecutar la misma rutina que venía haciendo cada mañana al despertar.

Bajé las escaleras y fui a la cocina. Elizabeth estaba allí dándole algunas instrucciones a Louisa. Fue todo una sorpresa verla, puesto que apenas era la tercera vez que coincidíamos en espacio y tiempo.

—Hola, cariño —me saludó.

—Hola —respondí tomando asiento frente a la isla.

—¿Tienes algún plan para éste fin de semana? —preguntó al acercarse.

—No.

—Si quieres puedes acompañarnos a tu padre y a mí a Washington. Estaríamos de regreso el lunes por la tarde.

—Descuida, estaré bien.

—¿En serio?

—Si.

—Me molesta tener que dejarte tanto tiempo sola. Pero Henry necesita de mi apoyo ahora más que nunca.

—No tienes que disculparte. Entiendo que la política sea muy demandante.

—Cariño, debes hacer un esfuerzo para salir, pasar tiempo con tus amistades y divertirte un poco sanamente. Eso nunca ha hecho daño a nadie.

—La llevaré conmigo al centro comercial —anunció Linnet cuando entró a la cocina.

—Eso me parece una excelente idea —dijo Elizabeth —. Haz que compre un nuevo teléfono celular y todo lo que ella quiera.

—Así será, tía Elizabeth.

—Sigo aquí presente por si necesitan mi consentimiento —comenté con ironía.

—¡Vamos, Hailee! No quiero ir sola al centro comercial. Es aburrido.

Elizabeth me observó con la esperanza de que Linnet lograra convencerme.

—De acuerdo.

—Muy bien. Estaré más tranquila sabiendo que no estarás sola en casa.

Me dio un abrazo y un beso en la mejilla.

—Las tarjetas en tu bolso son ilimitadas —susurró en mi oído antes de despedirse de todos.

Linnet tomó asiento a mi lado y empezó a ingerir su desayuno. Yo hice lo mismo con mi cereal.

***

—¿Nos vamos ya? —preguntó Linnet un par de horas más tarde.


—Ya vuelvo. Iré por mi bolso.

—Te espero en el auto.

—Bien.

Subí a mi habitación y busqué el bolso donde se suponía estaban mis credenciales juntos con las tarjetas de crédito. Por suerte, no tardé en hallarlo y bajé lo más rápido que pude. No tenía ánimos de ir a tomar un paseo por la gran manzana pero algo es seguro; necesitaba ir a un lugar con computadoras que tuvieran acceso a la internet. La macbook de Hailee ha sido imposible de utilizar y me apena tomar prestada la de otro.

Los rayos solares me encandilaron cuando salí al exterior. El vehículo estaba listo para partir cuando subí en él y me acomodé junto a Linnet.

Peter, es uno de los dos choferes a disposición de la familia las veinticuatro horas del día. Su hermano mayor se ha marchado con los señores Middleton y él a quedado en casa para lo que se nos ofrezca. Fue un alivio, ya que mi compañera aún no tiene edad suficiente para conducir y yo simplemente no sabría que hacer al estar tras un volante.

—¡Vaya! —solté con sorpresa al apreciar por la ventanilla del automóvil los enormes rascacielos.

—Parece que es la primera vez que ves la ciudad.

Suspiré.

—Para mí es la primera vez.

Linnet comprendió mis palabras y dijo.

—Yo quisiera saber que se siente.

—¿Qué cosa? —pregunté apartando la vista de la calle para así mirarla a la cara.

—Hay algunas cosas que quisiera olvidar —musitó.

—No vuelvas a decir eso nunca más.

Ella se encogió de hombros y bajó la mirada hacia sus manos entrelazadas.

—Los recuerdos y cada momento bueno o malo son nuestras experiencias vitales. Sin ellos estamos incompletos —le dije —. Sé que has pasado por situaciones que deseas olvidar pero estoy segura que gracias a eso ahora eres más fuerte, madura y capaz de superar cualquier circunstancia que se presente.

—En ocasiones extraño mucho a mis padres y quisiera que no doliera tanto.

Escuchar la tristeza de su voz hizo que se me formara un nudo en la garganta. Linnet es sólo una niña con un alma muy sensible.

—Extrañar es el precio de haber vivido momentos inolvidables —contesté.

Las palabras salieron prácticamente solas. Como si hubiesen estado todo este tiempo guardadas en lo más profundo de mi subconsciente.

—Fueron muchos, aunque hubiese deseado que fuesen más.

—Seguro tus padres también lo deseaban. Pero ahora lo que más deben anhelar, estén donde estén, es tu felicidad. Que logres salir adelante, sonrías cada día de tu vida y seas todo lo que quieras ser.

Sus ojos se humedecieron y la vi tratando de contener las lágrimas. Pasé un brazo por encima de sus hombros y la abracé.

—Esto es extraño —dijo ella.

—Lo siento. No fue mi intención incomodarte.

Le dije y volví a acomodarme en el asiento.

—No me refiero al abrazo.

Linnet me quedó viendo directo a los ojos. Tuve la sensación de que deseaba meterse en mi mente.

—Mi hermano no quiere creerme. Pero si no fuera por tu apariencia física yo diría que eres otra persona.

Sonreí sin querer darle demasiada importancia a sus palabras.

—Tal vez lo sea...

Linnet devolvió la sonrisa y fue entonces cuando Peter anunció que habíamos llegado al centro comercial. Bajamos del automóvil y entramos. Es enorme, hermoso y con una multitud de tiendas departamentales.

—Acompáñame —espetó Linnet halandome del brazo.

—Con calma. Tenemos toda la tarde. No hay prisa —me quejé pero ella no me escuchó.

Siendo honesta, aquella tarde me divertí más de lo que imaginé. Hace mucho que no reía como lo hice esa tarde. Recorrimos el centro comercial, comimos sushi en el restaurante japonés de la feria y continuamos visitando tiendas departamentales. La chica compró lo que creyó necesario, yo sólo me dediqué a ser juez y ayudarla a escoger.

—Entremos aquí —anunció cuando pasamos frente a la tienda de Apple.

—Hola, buenas tardes. Mi nombre es Jeremy. ¿En qué puedo ayudarlas? —nos dijo un chico apenas pusimos un pie dentro de la tienda.

—Mi prima necesita un teléfono celular.

El chico de sonrisa jovial y uniforme impecable me miró con alegría.

—Estás en el lugar indicado.

Linnet lo observó y luego me dedicó una miradita cómplice que pude interpretar enseguida.

—¿Buscas algo en específico? —preguntó el chico risueño.

—No.

—¿Qué es lo que te gusta?

—Solo busco algo que me permita estar comunicada.

Eso pareció causarle gracia y seguidamente nos indicó que lo siguiéramos. Nos detuvimos frente a una mesa blanca completamente pulcra donde descansaban de forma ordenada, por tamaño y colores los teléfono celulares.

—Esto es lo más nuevo que salió al mercado —empezó diciendo y luego vino una larga explicación con respecto a la calidad, memoria y diseño de los dispositivos.

Fue muy poco lo que logré entender.

—¿Qué te parece?

—Impresionante.

—¿Lo prefieres de un color en específico?

—Creo que preferiría algo más modesto.

Los precios son escandalosos y me siento cohibida ante el hecho de gastar dinero que no me pertenece.

—Está bromeando —intervino Linnet, quien estaba manipulado uno de los teléfonos en color dorado.

Hizo que lo tomara para probar la nitidez de la cámara y la velocidad de la internet de banda ancha.

—¿Te gusta? —preguntó.

—Es muy lindo.

—Perfecto. No los llevamos, Jeremy.

—Linnet, es muy costoso —espeté.

Ella se burló de mí.

—Me lo agradecerás. Es lo mejor en telefonía celular.

—No me dejarás salir de aquí sin él, ¿no es así?

—Correcto.

Suspiré porque sería inútil llevarle la contraria. Cada uno de mis argumentos ella los refutaría.

—Bien. Me lo llevo —le indiqué al chico quien estaba ansioso por cerrar la venta.

Entregué la tarjeta de crédito y Jeremy hizo el resto. Una hora más tarde mi nuevo costoso teléfono era completamente funcional. Linnet guardó su número en los contactos y yo tomé una fotografía nuestra que luego puse como fondo de pantalla.

—Listo, tu WhatsApp está activo. Y el resto de las aplicaciones ya están descargadas.

—Gracias por ayudar a que me conecte con el mundo —le dije y ella sonrió encantada.

Nuestro día de compras estaba por culminar cuando el teléfono de Linnet sonó en el interior de su bolso. Hurgó en éste hasta que pudo localizarlo y atendió la llamada de su hermano.

—¡Lo siento, lo siento! —exclamó llevando una mano a su cabeza. —. Lo olvidé por completo —dijo Linnet después de saludarlo.

Ella aguardó en silencio mientras escuchaba atentamente.

—No te preocupes salgo para allá ahora mismo.

—Estoy en el centro comercial pero puedo tomar un taxi y nos encontramos allí.

Linnet puso los ojos en blanco.

—No soy una niña pequeña.

Volvió hacer silencio mientras escuchaba a su hermano.

—Bien. Como quieras. Entonces le pediré a Hailee que me acompañe y así todos ganamos —dijo temeraria y finalizó la llamada.

Linnet me miró ansiosa.

—Olvidé que hoy mi hermano y yo iríamos al cine —explicó ella —¿Quieres acompañarnos?

Eso era una muy mala idea. Su hermano apenas y tolera verme.

—Lo siento, Linnet. Estoy cansada y quisiera irme a casa.

—Será divertido. Lo prometo.

Negué.

—Está bien —dijo abatida —. Regresa a casa con Peter, yo me iré en taxi.

—Creo que tu hermano no quiere que andes sola por ahí.

—Acompañame y así no lo estaré.

Astuta, pensé y reí.

—Ve con Peter. Yo tomaré un taxi a casa.

—¿Estás segura que no prefieres venir con nosotros?

—Muy segura.

Al cabo de unos minutos Linnet se fue para encontrase con su hermano. Poco después yo salí del centro comercial e iba a detener el taxi que se aproxima cuando al otro lado de la calle vi el edificio de la biblioteca pública. Eso me recordó algo que necesitaba hacer. Así que fui hasta el otro extremo de la calle y al ver que continuaba abierta decidí entrar.

La bibliotecaria que atendía al público tras el mostrador me saludó con una sonrisa. Yo no estaba interesada en ningún libro, lo único que deseo es usar una de sus computadoras. Ella me indicó el pasillo que debía seguir hasta llegar a ellas.

Dejé el bolso a un lado de la silla donde tomé asiento. Tan pronto moví el curso la pantalla del monitor se activó. Mis dedos temblaron sobre el teclado al disponerme a escribir mi nombre y oprimir "Enter". Mordí mi mejilla interna mientras esperaba que aparecieran los resultados en pantalla.

No sé con exactitud cuánto tiempo pasé intentando hallar algo sobre mí. Con un simple nombre es como buscar una aguja en un pajar. Al parecer el apellido Miller, es uno de los más populares en los Estados Unidos. Tan solo en Nueva York, aparecían más de doce mil resultados diferentes. La vista me dolía cuando me paré del asiento y me dirigí hasta el mostrador donde todavía continuaba la bibliotecaria.

—¿Pudo encontrar lo que buscaba? —preguntó ella.

—No —respondí desanimada.

—Regrese cuando lo necesite.

Asentí.

—Gracias... —le dije y me despedí.

Afuera la noche ya había caído sobre la ciudad. Mi vista estaba agotada tras pasar horas frente a la computadora y estaba triste porque no había logrado obtener ninguna información que me sirva de algo.

Estiré el brazo en el aire y el vehículo amarillo se detuvo bruscamente frente a mí. Subí a la parte trasera y cerré la puerta con un poco más de fuerza de la necesaria. Le dije la dirección del destino al chofer y éste asintió al tiempo que me miró a través del espejo retrovisor. El vehículo se puso en marcha y en ese momento saqué del bolso mi nuevo teléfono.

Tenía varios mensajes acumulados de Linnet Versteeg.

***
Sé que no estabas cansada. Es por mi hermano que no quisiste venir.

Linnet.

***

Espero que las cosas entre ustedes se arreglen en algún momento.

Linnet.

***

Avísame cuando llegues a casa.

Linnet.

***

Para el momento que volví a fijar mi atención en la carretera, nada me resultó familiar. El conductor debió haber elegido otra ruta porque definitivamente no reconocí nada. Las calles eran solitarias y prácticamente desiertas. Las casas estaban muy alejadas una de la otra.

—Creo que se ha equivocado de camino —le dije — ¿Comprendió correctamente la dirección que le indiqué? —pregunté y por si fuera poco volví a repetir la dirección de la mansión Middleton.

—Éste es un atajo que tomo para evitar el tráfico del centro de la ciudad.

Volvió a dedicarme una seria mirada a través del retrovisor pero en ésta ocasión aquello me dejó intranquila. Luego desvié mis ojos al tablero del vehículo y todas mis alarmas se encendieron cuando noté que el taxímetro no estaba marcando el tiempo. Ningún taxista olvida eso, es tan básico como poner en movimiento el automóvil.

—Deténgase.

Mi voz fue casi un susurro pero rápidamente me repuse.

—¡Deténgase ahora mismo! —Ésta vez mi voz superó el tono normal.

El hombre de tez blanca y cabello largo me observó fríamente por el espejo retrovisor. El taxi se detuvo y mi corazón quiso salir del pecho cuando la puerta por donde había entrado no abrió.

—Esa puerta tiene un problema. Déjeme ayudarla —dijo el hombre de unos treintaitantos años.

Ninguna de las dos puertas abrió cuando yo intenté que lo hicieran. Pero el sujeto, luego de descender del vehículo logró abrir una de ellas desde afuera. Tomé mi bolso con fuerza y decidí salir del taxi. El conductor de aspecto desaliñado se quedó a medio metro de distancia de la puerta por donde me invitó a bajar, así que me arme de valor para hacerlo y extenderle un par de billetes. Apenas hice eso último, él retuvo mi mano con súbita fuerza y brusquedad. Sin perder tiempo, me empujó contra el maletero del automóvil con tal rudeza que mi espalda salió lastimada. Solté el bolso e interpuse mis manos entre los dos para alejar su cara de la mía.

—Será mejor que guardes silencio, pequeña —me advirtió acariciandome el rostro con la hoja filosa de su navaja.

Por alguna razón la imagen de las dos chicas asesinadas que aparecieron en las noticias vinieron a mi mente. El pánico también se hizo presente y comenzaba a sentir que el oxígeno no entraba a mis pulmones.

—Llévate mi bolso. Ahí encontraras dinero y tarjetas de crédito. Llévatelo todo pero déjame ir, por favor.

—Primero vamos a divertirnos. Te prometo que no la pasarás mal, bonita.

Sus ojos de un color oscuro como la noche me infundieron terror. No podía creer que esto me estuviera sucediendo.

En una explosión de adrenalina, me armé de valor y con todas mis fuerzas levanté la rodilla para golpear su zona más vulnerable.

—¡Maldita perra!

—¡Cerdo asqueroso! —le grité cuando una vez que se desplomó sobre sus rodillas aproveché para patearlo.

Cayó en el suelo pero alcanzó a cortarme una de las piernas con la navaja. Me quejé pero no perdí tiempo para salir huyendo.

Corrí desesperada por la calle gritando por ayuda. Con miedo de mirar atrás y darme cuenta que el maníaco asaltante se había recuperado del golpe.

Una de las casas más cercanas estaba a unos cincuenta metros y sus luces estaban encendidas. Corrí más rápido para llegar a ella antes que me alcanzaran y golpeé varias veces la puerta.

—¡Auxilio! ¡Por favor ayúdenme! —grité como para que la garganta se me desgarrara.

—¡Auxilio!

Cuando la puerta se abrió empujé al anciano tras ella para entrar a la casa. Estaba sin aliento y simplemente las palabras no podía salir de mi boca.

—¿Qué te ocurrió? —preguntó asustado el anciano.

Quise explicarle pero no pude. El anciano le pasó el seguro a la puerta y me invitó a tomar asiento en la pequeña sala.

—Cielo, tráele un vaso de agua a la joven —le dijo a la anciana que permanecía a una distancia prudente con los ojos bien abiertos.

Me acomodé el cabello detrás de las orejas y tomé el vaso de agua que la anciana me trajo. Las manos me tiemblan, ahora mismo soy un manojo de nervios.

—Cuéntanos, ¿Qué fue lo que pasó? —preguntó el hombre preocupado.

—El taxista debía llevarme a casa pero no lo hizo. En lugar de eso intentó lastimarme —logré decir antes que la voz se me quebrara.

—¡Oh! Cariño, lo sentimos mucho —dijo la anciana.

—Éste es un barrio muy peligro —acotó el anciano.

—Dejé mi bolso. Ese tipo tiene mis pertenencias —lloré.

—Tranquila, linda. Lo material siempre se puede recuperar —dijo la anciana al acercarse y frotar una de mis manos para reconfortarme.

—¿Qué podemos hacer por ti? —preguntaron.

En ese momento solo pude pensar en una sola cosa.

—¿Me pueden prestar su teléfono?

—Claro que sí —dijo el hombre y se paró a buscarlo.

Cuando tuve el teléfono en mis manos rogué internamente para introducir correctamente el número celular de Linnet. Marqué los dígitos que apenas recordaba y esperé que al otro lado ella respondiera. Tras un par de tonos escuché su voz y eso me llenó de alivio.

—¿Quién habla? —preguntó Linnet.

-Soy Hailee.

—¿Hailee? —repitió ella.

—Sí —contesté fatigada.

—¿Por qué me llamas de ese número? ¿Dónde estás?

—Te explicaré después. Por el momento necesito que me hagas un favor.

—De acuerdo.

—Comunicate con Peter y dile que venga por mí a la siguiente dirección.

—Espera, necesito algo para anotar —dijo interrumpiendome.

Yo esperé y luego le dicté la dirección que me indicaron los ancianos que se habían portado tan amables y solidarios conmigo.

—¿Qué haces en ese lugar de la ciudad? —preguntó con preocupación.

—El taxista se desvió de la ruta y me trajo a este lugar para asaltarme —le expliqué obviando el hecho de su ataque para no preocuparla aún más.

—¡Por todos los cielos! Hailee, ¿estás bien?

—Sí, no te preocupes. Ahora estoy en casa de unas personas muy amables que me prestaron su teléfono.

—¿Seguro que estás bien?

—Sí, Linnet. Te contaré todo cuando llegue a casa. Haz lo que te pedí, por favor.

—Cuenta con eso.

—Ok, nos vemos en un rato —le dije y finalicé la llamada.

—Gracias —musité al devolver el teléfono a su dueño.

—De nada, cariño. Nos alegra ayudar con algo.

—Tu pierna está lastimada —señaló la mujer.

La parte trasera de mi pierna estaba herida. A una cuarta por encima del tobillo la tela del jeans estaba rasgada y con una considerablemente mancha de sangre. Aquello es bastante desagradable, la sangre y yo solo nos llevamos bien cuando permanece dentro del cuerpo. También dolía un poco pero solo cuando movía la pierna, así que me mantuve quieta y aparté la vista de la herida.

—¿Quieres un poco de leche y galletas caseras? —me ofreció la anciana.

—No, gracias. Ya hicieron suficiente al dejarme estar aquí.

Estaba ansiosa por irme y contaba los minutos para que Peter apareciera finalmente. Al cabo de una espera que me pareció eterna escuchamos los neumáticos de un vehículo que se estacionó frente a la casa. Y poco después, alguien tocó a la puerta.

Vince, el anciano que se había portado tan generoso y su esposa, Margareth, se asomaron por la ventana de la sala para cerciorarse que no se tratara del taxista que me había agredido.

—Es un automóvil negro. Parece costoso —dijo Vince.

—Ese es Peter —contesté con alivio.

En ese momento, volvieron a tocar la puerta y esta vez fue Margareth quién abrió.

—Buenas noches. ¿Se encuentra Hailee Middleton, con ustedes? —preguntó el recién llegado.

Al escuchar esa voz mi corazón volvió a saltar nervioso. Eso ni yo misma lo entendí. Pero de igual forma reproché en mi fuero interno que Linnet prefiriera enviar a su hermano que seguir mis instrucciones.

—Sí, joven. Pase adelante.

Escuché sus pasos cautelosos al entrar y una vez que me vio sus ojos me evaluaron de pies a cabeza.

Desde el punto donde me encuentro, luce más alto de lo que yo recordaba, su expresión es seria y taciturna, como de costumbre, pero al menos no parece enojado.

¿Por qué decidió venir? ¿Por qué él precisamente ahora?

Me pregunté sin dejar de sostenerle la mirada.

—————————————
Hola, espero les haya gustado. Saluditos a quienes estén por allí. Los adoro y gracias por el apoyo. Nos leemos pronto.

Att: LorraineCork.

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