Un beso bajo la lluvia

De vhaldai

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Lluvia y sol. Chocolate y menta. Multicolor y monocromía. Así son Floyd y Felix; dos amigos de la infancia qu... Mais

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El rincón de los globitos rojos #1
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El rincón de los globitos rojos #2
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FELIX
La antología de un destino

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De vhaldai

—¿Sigues molesto, Jo?

Después de la obra que presentamos —donde más de un anciano mojó sus pañales de la risa—, nos cambiamos el vestuario entre ovaciones. Lo que agradecí de llevar vestido, maquillaje y peluca fue que la niña bajo aquella vestimenta no sería reconocida con facilidad.

Punto para mí: Floyd McFly seguiría teniendo un... 55% de orgullo-dignidad dentro de los pasillos de Jackson.

Una vez que nos cambiamos, descubrí que no todo andaba bien. Además de tener que soportar la estrepitosa y fastidiosa carcajada cargada de mofa que me escupió Wladimir al salir del baño, noté que Joseff guardaba su distancia. Sin hacerme una idea clara de qué le pasaba, nos marchamos de regreso a casa.

Los buses escolares colapsaban y todos querían apropiarse de algún asiento; el cansancio era palpable. Contra todo pronóstico, con el gallinero, Joseff, Felix y yo decidimos subir a un autobús para descansar algunos pocos minutos (veinte, según mis cálculos) solo para enterarnos que ya no había asientos, así que no nos quedó de otra que seguir con la rutina y regresar a nuestros hogares caminando.

Nora, Fabiola y Eli iban a dos pasos más atrás cacareando. Sherlyn y su mejor amigo a mi izquierda. Felix a mi derecha, y a su lado iba Joseff sorpresivamente sin parlotear nada.

Era la primera vez en el semestre que regresábamos juntos. De lunes a viernes siempre regresaba con el gallinero, al separarnos alcanzaba a Felix y Joseff en el camino del parque, luego, por supuesto, solo quedábamos Felix y yo.

Oh, sí. Eso quería decir que al final del camino, el inexpresivo chico y yo nos queríamos solos. Que tendría que enfrentar mi peculiar ataque de celos y su molestia por haberlo humillado de forma histórica con mi pésima actuación. Aunque, siendo sincera, Felix molesto no era una novedad.

Mi don era hacerlo enfadar, y rompí la barrera de lo imposible para enfadar al chico que siempre sonreía.

Rasqué mi mejilla con nerviosismo mientras buscaba alguna forma de argumentar mi inocencia. Era eso o mi alergia por la primavera pasó a un grado mayor.

—Oye —hablé tras pensar en algo y bajé la voz—: todo es culpa del inexpresivo que tienes al lado, él fue quien me convenció para actuar.

Joseff jadeó con asombro. Mi estrategia sumamente planificada no surtió efecto, sino todo lo contrario. ¿Tantas ganas tenía de salir actuando como Diana? Joseff cada día me sorprendía como nadie. Recordé una caja de juguete que Felix tenía de niño donde se giraba una manivela y un payaso saltaba para asustarte. Claro, ahora en vez de ser un payaso estaba la cara de Joseff.

—Me vestí como tú en el siglo XVIII, Floyd —acusó mostrándose depresivo. Sus hombros estaban ligeramente hacia delante, encorvado. Omití decirle que, además de parecer uno de esos payasos en las cajas sorpresa, era el hermano perdido de «Pin Pon»—. Como tú... —recalcó— ¡Y lo peor es que un chico intentó coquetear conmigo! Si no le hubiera enseñado lo que había bajo la falda...

Demasiada información.

Todos hicimos muecas de asco, excepto Felix.

—Ah, ya no importa. —Negó con la cabeza el Chico Batman—. No le digas a nadie, pero... me gustó esa sensación de no andar trayendo nada en mis piernas. Ese libertinaje estuvo bien... Hasta que llegó ese niño de primer año.

Arrugó las cejas y cerró los ojos recordando, probablemente, al chico que lo traumatizó por confundirlo con una chica. Ya veía que en el correo que papá —todos los días revisaba— llegaba la cuenta del psicólogo de Joseff Martin.

—Ten cuidado, Chispitas —advirtió Fabi—, no queremos que vayas por la calle con vestido espantando chicas.

Todos echamos a reír, excepto Felix.

—Ahora que lo mencionas...

Me horroricé ante la meditación de Joseff. ¿Realmente estaba pensando en la mínima posibilidad de andar en vestido espantando chicas por la calle?

—Si se atreve a usar un disfraz en el colegio... —Eli se horrorizó aún más que yo ante la reflexión de Joseff. Lanzó un chillido que hizo eco por todo el desolado camino—. Por favor, ten un poco de compasión por los espías alienígenas que nos ven desde la exósfera.

—Y los que están en la tierra —agregó Nora.

Joseff se volteó sonriendo con incredulidad.

—¿Realmente crees que existen los extraterrestres? —le preguntó a la conspiranoica.

—Obvio, ¿acaso no has visto todas las evidencias que hay? —cuestionó con vehemencia Eli—. Deberías informarte más. Hay una página... ¿Qué?

Todas la miramos de mala gana. Iba a empezar con su discurso sobre extraterrestres, comparaciones con la religión y más cosas locas que se prestaban para debates. Nos detalló a cada una de nosotras y se encogió de hombros.

Lyn fue la que respondió:

—No le metas más cosas en la cabeza, se volverá más demente de lo que ya es. Además, nada prueba que haya vida más allá de la Tierra.

—¿Qué me dices de los pastizales? —cuestionaron Nora y Fabiola a la vez.

¿En qué momento Eli las había convencido para unirse a todos esos grupos extraños que defendían la existencia de algo más allá? Tarde o temprano ocurriría, Eli siempre hablaba de ellos.

Photoshop, querida.

—No deberíamos descartarlo, el espacio está lleno de misterios —opiné para cortar el tema.

Lyn me regaló una pequeña sonrisa que correspondí aferrándome a su brazo y restregando mi cabeza por su hombro como Cutro pidiendo amor. Lyn me hizo a un lado de mala gana despreciando mi enorme cariño por su persona —mala agradecida— y se volvió hacia su celular.

—Esto es interesante... —dijo y se aclaró la garganta—. ¿Cuál es la fuerza que perdura en el tiempo?

—¿La idiotez humana? —ironizó Nora— Oh, espera... ¿dijiste perdura? Oí evoluciona.

Joseff se giró hacia Lyn. Mis ojos se abrieron a la par con el fin de detectar cualquier muestra de romance oculto o coqueteo indirecto entre los dos.

—¿Cuál es la respuesta?

—El amor —contestó mi amiga, muy seria.

Uh, ju, ju... Ya cásense.

—Eso es taaaan empalagoso —comentó Fabi sacando de su bolso un paquete de galletas. El sonido hizo que todos extendieran su mano para que nos diera. La nariz de la gemela se infló, cual toro molesto, y decidió abrir el paquete en otra ocasión.

—Pff... —se quejó su hermana— lo dice la que llora con los finales de telenovelas.

Enamórame Despacio valió cada una de mis castas lágrimas.

—¿Castas? —inquirió sorprendido Joseff— Permíteme toser para ocultar mi risa.

—Hablando de amor... —Eli me codeó y trituró con cada golpe mis costillas— Solo Floyd puede hacer que una historia melosa y dramática sea una comedia romántica.

—Oye, tienes razón... ¡Qué desastre!

—Suerte para que ella no la reconocerán fácilmente.

—¿Por qué cotillean sobre mí como si yo no estuviera aquí?

Me quejé colocando las manos en mis cinturas como las madres cuando quieren reprender a sus hijos. Insisto: con esas amigas para qué enemigos.

Nora fue la primera en responder:

—Porque existe algo que se llama libertad de expresión y confianza.

Y le siguió Fabiola:

—Decimos lo que pensamos, y lo hacemos cuando estás, porque nos gusta reír sobre tus problemas.

—Así es la amistad verdadera —agregó Sherlyn en un tono solemne.

La familiar esquina donde nuestros caminos tomaban rumbos diferentes llegó el momento menos esperado. Detuvimos el paso en medio de la acera rodeados de árboles. Una pequeña hoja hizo que a Joseff le diera un ataque de estornudos que me fue contagiado.

—Bueno..., aquí nos separamos.

Todos asentimos, excepto Felix.

—Nos vemos mañana.

Felix, Joseff y yo retomamos el camino por el parque. Joseff, ya más calmado y superando el tema del estudiante de primer año que le coqueteó, se fue parloteando sobre el festival de primavera que hacían en su antiguo colegio. Debatimos sobre si realmente era necesario sacar a una Reina de la Primavera, y concluimos que esos concursos solo servían para fomentar la rivalidad entre las chicas, por eso aprobamos que en Jackson los concursos de ese tipo no ocurrieran, a excepción del rey y la reina en el baile de graduación.

Llegamos al punto donde su camino iba por otra dirección, así que un callado Felix Frederick —que aún conservaba su peinado de Andrew Baptiste— y una nerviosa Floyd McFly se quedaron solos en un desértico camino lleno de flores y árboles de todos colores gracias a la estación.

Como mi bocota no puede permanecer quieta y mis nervios afloraban en la soledad con el Poste, me provoqué un ataque de ansiedad. Si antes escupí incoherencias, esa noche, después de demostrar notablemente mis celos en la tarde y parodiar el libro de papá, vomité lo poco que me quedaba de dignidad.

—Y, je, je... ¿estás molesto?

Tanteé su respuesta, pero ésta no llegó. Felix traía sus audífonos lo que quería decir que estaba anexo a todo el mundo que lo rodeaba. Refunfuñé apretando mis puños, molesta. Felix captó mi berrinche de niña pequeña y se quitó los audífonos.

—¿Decías algo?

—Si estás molesto —respondí volviendo a una Floyd tímida que jugueteó con sus manos.

—¿Tendría que estarlo?

—No has dicho nada desde que terminamos la obra, aparentemente lo estás. —Fruncí el ceño para examinarlo con más detalle, a pesar de saber que arrugarme cual anciana no me iba mejorar la vista—. Yo te lo advertí... Bueno, no lo hice, intenté hacerlo e intenté actuar. Hice lo mejor que pude estando allí en el escenario, soportando las miradas de los espectadores y sucumbiendo a las carcajadas de todos... —Oh, sí... vómito verbal—. Cielos, todo fue tan rápido que casi ni lo sentí. Creo que es como una liberación dejar de lado todos mis temores. De verdad, de verdad no quería actuar al comienzo, ¡el disfraz era un plan perfecto para no ser descubierta! Eres muy perspicaz, eh, ¿has pensado en ser detective o algo por el estilo?

Y seguí en respuesta a su silencio:

—Cuando recién me mudé aquí y no tenía mucho que hacer, salía por si alguno de los niños quería invitarme a jugar, y lo hicieron... Pero costó. En mis tardes de soledad jugaba a ser una investigadora privada y observaba a los vecinos. Más de un problema me trajo y supe que me llamaron La Todo Ojos. ¡Qué horrible sobrenombre! Suena como si mi cuerpo fuese como una papa... Pienso en eso y me da escalofríos.

Sus ojos rozaron la línea del horror. Y los míos no se quedaron atrás al caer en cuenta de las pachotadas que dije sin siquiera respirar. Hombre, si me invitaban a rapear terminaría superando al mismísimo Eminem.

—Qué historia más interesante, lo anotaré en mi libreta para recordar cosas.

Le di un codazo como muestra de su ofensivo comentario, luego concluí que si estaba haciendo un comentario borde se debía a que estaba de buen humor. O algo así. El chico me resultaba todo un misterio, uno muy impredecible.

—¿Un chiste? —le pregunté subiendo y bajando mis cejas.

—Paso, no quiero torturarme la mente.

—Yo sé que te dan gracia, pero como tienes que mantener tu orgullo intacto prefieres poner tu típica cara de póquer.

—Si la mentira te hace feliz... entonces sí, tus espantosos chistes dan gracia.

«Oh cielos, he doblegado el orgullo de Felix», pensé.

Elevé mi barbilla para mirar el cielo oscuro entre los arboles a la espera de que algún meteorito cayera o el cielo se abriera y los cuatro jinetes del apocalipsis aparecieran.

¡El fin del mundo debe estar cerca!

—Siempre lo supe.

Un largo silencio se mezcló con una brisa cálida que me hizo estornudar. Mi organismo no estaba satisfecho con tener un segundo de descanso y paz, así que decidió romper el silencio con un ataque de estornudos y picazón.

—Apuremos el paso —animé al Poste—, ¡ya no doy más con tanto polen!

Di dos zancadas furiosas antes de ser detenida por Felix, quien me agarró desde el hombro.

—No volvamos a casa aún, pasemos la noche afuera.

Di un gritito ahogado y me abracé, sonrojada.

—Pervertido —acusé, mirándolo por encima del hombro.

Felix blanqueó la mirada.

—No en ese sentido, boba. Quiero helado.

Un «pff» inició una carcajada de mi parte.

—¿De qué sabor, Chami?

Me tocó la frente y me hizo a un lado, ni siquiera me fijé en el momento que me había acercado para fastidiarlo.

—Eres molesta —farfulló.

Seguí riendo, hasta que mi risa se apagó con el efímero, tan pasajero y entrañable recuerdo de Lena. Esos días en que nos sentábamos a tomar helado y contar autos me formaron un hueco en el pecho. Suspiré pesadamente y contemplé el camino restante.

—Yo sé dónde venden unos helados que saben geniales.

Felix siempre tuvo preferencia por las cosas rojas. De niños se acaparaba todos los juguetes con tonalidades rojizas, incluso las frutas que tanto devoraba eran de color rojo; frutilla, guinda, la sandía, moras, frambuesas... Por eso no me sorprendió mucho que le pidiese al vendedor un helado sabor frutilla. Yo, en cambio, opté por gastar mi dinero en un helado doble de chocolate. La expresión ceñuda que me regaló el Poste al ver la gula latente en mi persona no se hizo esperar.

La brisa fría de la noche y el tomar helado en la calle hizo que mi cuerpo se alivianara, mi respiración profunda no era pesada, se sentía un libertinaje casi culposo. Mis ánimos subieron y recordando viejos tiempos, convencí a Felix para que me acompañara al minimarket junto a la carretera. No estaba muy lejos después de todo. Desde la heladería se oían los motores furiosos de los autos corriendo por la carretera y el silbido del viento.

Arrastrando conmigo al hijo mayor de Los Frederick, contemplé en la lejanía esa sucia acera donde Lena y yo nos sentábamos. Pude verme en un segundo la espalda junto a mi amiga, riéndonos y contando los autos. El pecho se me comprimió y tuve que cerrar los ojos con fuerza para disipar aquellos recuerdos conjugados en ese anhelo de retroceder el tiempo.

—Vamos allí.

La voz de Felix caló profundo en mi psiquis, provocando que abriera los ojos de golpe. La imagen de una pasada Floyd junto a su mejor amiga se esfumó, capturando ahora la pasarela sobre la autopista que Felix señalaba.

Una escalera larga fue el reto que atravesamos para llegar arriba. El viento se agolpaba al cuerpo. Mi compañero inexpresivo no daba señales estar disfrutando el helado, tampoco le pareció una idea brillante que mi trasero diera contra el cemento de la pasarela y dejara mis piernas colgando entre las rejas de seguridad. Los autos dejan de frente con nosotros y algunos osados apretaban el claxon al vernos. Tironeé al Poste con patas desde su abrigo y, de mala gana, terminó sentándose a mi lado degustando su helado.

—Esto es mejor que una terapia con el psicólogo —comenté, para luego lamer mi helado.

—¿Has ido al psicólogo? —curioseó sorprendido. Fotografíe mentalmente su expresión. Asentí lentamente como respuesta—. ¿Cuándo?

—Después de la muerte de Lena —contesté, y para que no volviera a preguntar, agregué—: Lena, mi mejor amiga. Solíamos venir a ese minimarket a contar los autos. Qué buenos momentos... ¿Y tú?

Negó con la cabeza sin decir más, pero luego se lo pensó mejor y asintió.

—Sí, pero lo dejé porque empeoraba las cosas. En realidad, lo mío no era abrirme a los demás, nunca pude responderle nada en concreto.

—Siempre invaden con preguntas... —Carraspeé para aclararme la voz e imitar a la psicóloga que me atendió hace unos años, que no hacía más que preguntar religiosamente lo mismo—. ¿Dime, Floyd, qué ves al mirarte al espejo? ¿Qué es lo que más te duele de la muerte de tu amiga? ¿Tenían secretos? ¡Por Dios! Claramente lo doloroso no era su muerte, lo doloroso eran todos sus recuerdos, los momentos que pasamos y los que no alcanzamos a pasar. —Terminé cansada, agotada de decir lo que no le había dicho a mi joven psicóloga para entonces—. ¡¿Oíste eso?! ¡Los recuerdos! ¡R-E-C-U-E-R-D-O-S!

Felix se echó a reír cubriendo su boca con el dorso de su mano libre. Le sonreí enseñándole mis dientes enlatados. Un sentimiento de libertad se apoderó de mi ser. Codeé a Felix para que se entusiasmara e hiciera lo mismo.

—Vamos, también deberías desahogarte.

—¿Qué quieres que grite?

—No sé, lo primero que se te venga a la cabeza.

Se incorporó dándole una lamida a su helado antes de amasar las palabras en su boca. Lo observé en medio de la precaria iluminación y vi su tatuaje.

—¡Lo primero que se te venga a la cabeza! —gritó sin mucho entusiasmo.

Me carcajeé de su pésimo intento y el que no tenga nada que gritar.

—Oh... no puedes ni compararte a un bebé, no sabes gritar.

—Andar chillando como lo solían hacer otras personas no me sienta bien...

—Andaaaa —me quejé y volví a codearlo. A este paso, sus costillas debían estar más trituradas que papas en la batidora—. Grita algo coherente, algo así como para desahogarte.

Se lo pensó un segundo, mientras acababa la primera parte de mi delicioso helado.

—¡Este helado sabe a plástico!

Buuu... —abucheé—. Con los autos pasando apena se te oye.

—¡¡Este helado sabe a plásticoooo!! —Se giró para mirarme—. ¿Mejor? —preguntó con la voz rasposa, luego tosió.

—Mejor. Ahora me toca: ¡No tengo la menor idea de qué hacer con mi futuro, pero me vale!

Un sujeto que pasaba con su auto se asomó por la ventana siendo el próximo concertista más famoso de bocinazos. Me reí con más ganas y Felix también.

Volvió a prepararse para gritar.

—¡Nunca quise dejar Los Ángeles, ¡mucho menos dejar a mis amigos, pero el hurón que tengo al lado compensa todo lo que dejé atrás!

Una mano divina entró a por pecho e hizo que todo mi corazón se estrujara.

—¡Espero que eso sea cierto y no mero sarcasmoooooooo! —Solté a todo pulmón hacia la carretera, aferrando mi mano a la reja y cerrando con fuerza los ojos. Mi garganta no dio para más y mi lengua comenzó a adormecerse por el helado. Esperé la contra respuesta de Felix, pero él decidió que su garganta y estado mental no podían ceder a la demencia. Agarró la reja rozando con sus nudillos mi mano, causa suficiente para girarme y mirarlo con las mejillas ardiendo causa de la sorpresa.

—Es completamente cierto —musitó.

Sentada en la pasarela me di cuenta de dos cosas:

1. Junto a Felix el sabor del chocolate es más dulce.

2. Felix tacharía dos deseos más de la lista.

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