Un beso bajo la lluvia

By vhaldai

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Lluvia y sol. Chocolate y menta. Multicolor y monocromía. Así son Floyd y Felix; dos amigos de la infancia qu... More

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El rincón de los globitos rojos #1
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El rincón de los globitos rojos #2
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Ella (capítulo especial)
Especial Navideño 🎄
Capítulo Extra
FELIX
La antología de un destino

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By vhaldai

Capítulo dedicado a Epounhi

Un golpe en mi frente hizo que despertara sobre exaltada, sin discernir dónde me encontraba y con un dolor parecido a quemarse los dedos en la cocina. Froté mi frente mientras mi cabeza volteaba en todas las direcciones para encontrar consuelo de mi inconsciencia y vergüenza ante aquel golpe. Por un breve instante el corazón me dio un vuelco, creí que estaba en la sala de clases, que me dormí escuchando a la profesora Mittler.

Otro segundo: juré que estaba siendo arrastrada hacia ningún sitio por sujetos desconocidos, pues la ventana a mi lado estaba empañada y afuera no lograba entender del todo. Finalmente, cuando mis pensamientos buscaron otra alternativa menos fantasiosa y más central, me percaté que, sentado a mi lado, Felix Frederick me observaba cual psiquiatra a su trastornado paciente. No era la sala de clases, no era un auto con secuestradores, íbamos de camino al hospital por el nacimiento de su hermanita.

Noté que Felix elevó una ceja para luego negar con su cabeza. Seguro mi reacción le pareció de lo más ridícula. Existía una enorme probabilidad de que me sentenciara como una demente o esquizofrénica. Y es que lo último tenía más coherencia, porque es una enfermedad sin cura, como la estupidez. O la torpeza. Yo simplemente caí en las tentadoras redes de Morfeo y desperté porque cabeceaba con el vaivén del bus. Nada más.

Inspiré hondo y lento, sintiendo la maraña de ansiedades alojada en mi estómago por la conmoción del parto. Aquel día podría haber sido el más agitado de mi existencia. Exhalé con pesadez el aire de mis pulmones tras siete segundos conteniéndome. El sonoro resoplido contrastó con el difuso ruido del motor del bus y los casi inaudibles murmullos de pasajeros.

Jugué con mis dedos, escribí mi nombre y dibujé un corazón en la ventana, minutos después, borré todo rastro de mi existencia al pasar el antebrazo para que el vaho me dejase ver al exterior sin problemas. Me moví dentro de mi asiento unas diez veces, zapateé al ritmo de una pegajosa canción que se oía por los parlantes del bus. Volví a mirar por la ventana. Comencé a palpar con la yema de mi índice mis brackets. Estaba más aburrida que un moco en pared. El Poste con patas no hablaba la mayor parte del tiempo; estaba escuchando música e ignorando a la vida.

Comencé a examinar cada curvatura de su envidiable perfil recordando lo bueno que era para descubrirme observándolo. No exhibía algún síntoma de nerviosismo o ansiedad. Estaba como de costumbre. Tan serio. Tan él.

Se giró para mirándome con una altivez casi palpable.

—¿Qué es lo que sientes? —le pregunté anchando una sonrisa. Luego recordé lo dijo antes de que nos enterásemos de todo y tuve la enorme necesidad de aclararme— So-sobre tu hermanita.

Arrugó su barbilla y ladeó un tanto su cabeza con desinterés.

—Espero que no sea chillona.

—Vas a tener que aprender a cambiar pañales, hacerle leche, cantarle cuando esté estrenando sus pulmones...

Imaginarme a Felix haciendo de hermano mayor era digno de una fotografía que debía ser enmarcada y colgada en la sala. Ya podía imaginarme a la pequeña tomando sus cosas sin permiso o tironeándole el cabello. Todo eso de Felix como niñero se vislumbraba muy cómico. Al menos en mi cabeza.

—No te creas en el derecho de imaginarme haciendo de hermano mayor.

—Demasiado tarde.

Rodó sus ojos en otra dirección con impaciencia. Sus gestos bordes ya me eran todos familiares, mis charlas matutinas lo aburrían. De hecho, todo lo que hacía le aburría o parecía absurdo, inmaduro y de mal gusto. ¿Cómo podía gustarle? Debía ser parte de un juego o bien, la lista. Yo fui la primera en ofrecerse para ayudarlo con ella. Fui yo la que, de alguna manera, lo obligó a continuarla. No era que le gustara realmente, sino que seguía al pie de la letra lo que en ella decía. Era relativamente nuevo en la ciudad, nunca lo vi hablando con chicas, solo hablaba con un par de chicos y Joseff, la candidata más eficiente para consumar su «Declarar mis sentimientos» era yo. No existía motivo alguno para desesperarse por una confesión sin trasfondo. Pero ¿y si realmente le gustaba? No podía quedarme con la duda.



Al bajar frente a la parada del hospital, corrimos hacia la recepción esperando que alguien atendiera a un par de adolescentes que, ante los ojos de muchos, no tenían razón o motivo para estar allí. Muchas de las personas se colaron para hacer sus preguntas mientras yo intentaba consultar dónde rayos la madre de Felix estaba dando a luz. El Poste no hacía muchos méritos, estaba más pálido que de costumbre y con los labios aplanados. Pensé que vomitaría en un milisegundo, sin embargo, la aparición de una mujer con rubia, algo regordeta y ofuscada, provocó un cambio tan radical en el Poste que me asusté aún más. La mujer andaba con un vestido floreado que le llegaba a las rodillas y un enorme bolso; caminaba con las piernas algo abiertas y tenía una leve cojera; un singular parecido a tía Michi permitió sacar mis propias conclusiones.

Conclusiones que confirmé cuando, desde la entrada, chilló a todo pulmón.

—¡Cariño, Felixcito!

Era la abuela. No sé cómo lo hizo, bastó un parpadeo para que estuviera abrazando con sus gelatinosos brazos al inexpresivo Felix, quien estaba muy conmocionado para regresárselo.

—¿Qué haces solo? ¿Por qué no estás presenciando el nacimiento de Carlotte?

¿Solo? ¿Hola? Yo también estoy robando oxigeno innecesariamente.

Avasallando todo a su paso, la mujer arremetió contra la barra y comenzó a darle palmadas que llamaron la atención del personal. Sorpresivamente ella logró lo que yo no pude hacer durante nueve minutos y treinta y cuatro segundos.

—¡Nancy! —le llamó un hombre calvo de chaleco a cuadros caminando hacia nosotros—. Nancy, contrólate. Baja la voz. Es el hospital, mujer.

El hombre saludó a Felix con un apretón de manos muy exagerado.

—¡Cállate, este tipo de cosas no se pueden perder! —La mujer estaba al borde del histerismo. Una de las recepcionistas la atendió con la mirada temerosa—. Mi hija está teniendo a mi segundo nieto... ¡Rápido!

—¿Puede decirme su nombre?

—Michelle Wallas... Oh no, no. Frederick, Michelle Frederick

La joven recepcionista tecleó sin despegar los ojos de la pantalla del computador. Le informó en qué parte la estaban atendiendo y dónde debería esperar. En seguida, comenzamos una extraña persecución siguiendo a la histérica señora que le gritaba a todo aquel que osaba a cruzarse en su camino.

—¡No puedo creer que tengan otro bebé y ni siquiera estén casados por la iglesia!

Exclamó con pasmo dando rápidos pasos. Detrás le seguía su marido, y más atrás Felix y yo.

—¿No lo están? —interrogué.

—No —respondió con voz grave el abuelo—. Siempre ocurría algo inesperado y fueron aplazando la boda durante años, hasta que se conformaron con estar casados por el civil.

Me volví hacia Felix. Estaba a varios pasos atrás, caminando con lentitud. Nunca me dijo cómo se sentía respecto a su nuevo integrante, mas a juzgar por su rostro contrariado, deduje que estaba nervioso.



A las 19:14 una bebita bien parecida a la marca de neumáticos Michelin nació. A las 19:30 tío Chase la enseñó dentro de la habitación a través de un vidrio. La pequeña bebé llamada Carlotte no paraba de llorar, suerte para nosotros que la mirábamos hacer sus primeras pataletas desde el otro lado, sin escuchar más que los alaridos eufóricos de Nancy, su abuela, que decían: «¡Qué bebé más bonita!» o el típico «Tiene la misma nariz que mi mamá». Y la situación se puso aún más escandalosa cuando una mujer gorda llamada Molly, la hermana de la abuela de Felix, llegó junto a su hija. Todo era un escándalo con aquellas mujeres hablando de Carlotte.

Papá se tomó el tiempo de para acompañar a mamá y ver a su nueva "sobrina". Más tarde, tío Jax, amigo de la familia, llamó desde el extranjero exigiendo fotos de la recién nacida, e hizo un efusivo comentario sobre lo orgulloso que estaba de que sus "amores" —refiriéndose a papá y tío Chase— crecieran tan rápido. Como si no tuviera idea de los cuarenta y pico que llevaban encima, a él incluyéndolo.

Antes de que a tía Michi la trasladaran a un cuarto para que durmiera junto a Carlotte, tuvimos que estar otro tiempo más en el pasillo. El papá del Poste salió para informarnos sobre el estado de su mujer y la bebita. Todos nos asombramos con el peso de la bebé y la descripción explícita del parto. Los dos abuelos fueron los primeros en entrar al cuarto. Mientras tanto, nosotros debíamos aguardar.

Fue idea de la abuela que Felix y yo les hiciéramos el favor de comprar algo para alimentar las tripas.

—¿El sentimiento es recíproco?

Una sacudida interna es lo que sentí al escuchar la inesperada pregunta de Felix.

—¿Cómo?

—¿También te gusto? —aclaró sin pelos en la lengua. No entendía cómo podía actuar tan normal. Ni mucho menos comprender el momento en que evocaba tal pregunta.

—No te pongas arrogante.

Me reí como si estuviera congestionada. Íbamos de regreso al lúgubre pasillo de espera.

—¿Entonces cuál es el motivo por los que te quedas mirándome?

Eso lo hacía seguido. Solo con él. Era extraño, y no porque sintiese algo por él, sino que, de alguna forma, mirarlo me llevaba a pensar, divagar y, a veces, cuestionar. Su enigmático aspecto, su tatuaje, su forma de no mostrarme lo que pensaba, me tenía con ganas de saber más.

—Curiosidad —respondí esquiva. Recordé su enigmática confesión y mi incógnita sin respuesta—. ¿Lo que dijiste es cierto? ¡No te niegues a responder! ¡Es parte del trato!

—He de preguntar a qué te refieres, pero sé perfectamente a qué. Teniendo en cuenta todas las preguntas que me hiciste con anterioridad me dimito a responder.

Mi cara se volvió tan arrugada como la de un anciano.

—¿Te tragaste una obra literaria de la biblioteca o qué?

—Omitiré responder de nuevo, mi pago por la apuesta no corre ya.

Me eché a reír adelantándome unos pasos más y comencé a caminar de espaldas al camino que restaba.

—Las preguntas de asombro no cuentan —objeté—. Y no respondiste a ninguna, así que la apuesta sigue en pie.

Lució como si amasara mis palabras.

—Bien, pregunta.

Tragué saliva sintiendo una gastritis muy severa. Mi cara se calentó como el café que el mismo Poste traía en sus manos. Lo miré bajo mis cejas queriendo sacar el lado directo e irreverente tan característico papá.

—¿Realmente fuiste sincero al decir que te gusto?

—Sí.

Seco y sin titubeos.

—¿Cómo es posible? Hace menos de una semana dijiste que no te interesaba.

—Eso era lo que tú esperabas que dijera. Y así lo hice: dije que no me interesas.

Bajé la mirada y le di la espalda, volviendo a caminar como una persona con sus sentidos cuerdos. Indagué dentro de mis recuerdos, me cuestioné sus actuares y palabras. Recordé lo cruel que fue en ocasiones, sus extrañas palabras, su sarcasmo latente.

—No entiendo... Ya no te creo nada. Todo lo que sale de tu boca es un misterio para mí. No sé si hablas en broma, hablas con verdad, o si tu sarcasmo es demasiado agudo para alguien como yo. Dices una cosa, pero tus acciones son otras y... tú... ¡Me desesperas! No puedo creerte.

—Nadie está obligándote para que lo hagas. Es difícil para mí explicarte cómo sucedió y lo que sucede. Puede que sea solo un capricho, un enamoramiento fugaz, una confusión de mi sistema. Puede que esté confundiendo amistad con romance. Lo único que puedo describir es cómo me sentí. Fue como el estallido de los fuegos artificiales darme cuenta de lo que estoy sintiendo. Y, dejaré algo claro: no quiero que los correspondas, es probable que pronto esto —se señaló el pecho— no valga nada.

—Cállate, no digas esas cosas.

—Solo es una advertencia.





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