Conveniencia (ArgChi)

By ZomBelGress

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Martín Hernández desea convertirse en el presidente de la compañía de su padre, para ello necesita mostrar s... More

Nota de autor
1. ¡Que comiencen los preparativos de la boda!
2. Verde Oscuro.
3. Otoño y calabazas.
4. Fiesta de bodas.
5. El nuevo secretario.
6. ¿Qué es la libertad?
8. Una mente revuelta.
9. Sin arrepentimientos.
10. Baño.
11. ¿Me elegirías?
12. Perfume de manzanas.
13. Vuelo hacia Inglaterra.
14. Aferrándose al presente.
15. Como la marea.
16. Sentimientos.
17. En casa.
18. Fotografía.
19. Heridas.
20. Celebración.
21. Una familia para proteger.
21.5: ¡Sos hemoso! (extra)
22. Todo saldrá bien.
23. Dolor y felicidad.
24. Conveniencia.

7. Recuerdos.

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By ZomBelGress

La mañana era fría, nada nuevo en aquella época del año, pleno otoño casi invierno. Manuel se abrazaba a sí mismo, Martín negaba lentamente con su cabeza y saco del asiento de atrás una campera más abrigada para el menor, aunque era suya, así que al ponérsela le quedaba bastante grande casi como si fuera esos "raperos" afroamericanos que tanto abundaban en películas yankees, pero estaba "calentito" y eso era lo más importante.

— ¿Cuándo vas aprender como abrigarte? —Cuestionó el rubio al volante que fumaba un cigarrillo sin mucho apuro en lo que iba a su trabajo, el castaño esa mañana quiso acompañarlo antes de ir a sus clases de cine.

— ¿Para qué, weón? Tengo un esposo que me dará siempre su campera. —Y ahí estaba el chileno con sus típicas indirectas de que no era culpa de él ser así últimamente, sino que estaba siendo muy mal criado por el mayor.

— Pero... hace lo que quieras, boludo. —Martín quiso hacer el comentario de que un día no estaría para darle su campera, pero sin entender porque, luego de ya casi tres meses con él no tenía intenciones de hacer ese comentario, tal vez simplemente no venía al caso.

Las puertas de vidrio de la empresa se abrieron al detectar la presencia de personas a través de sus sensores de calor, el vicepresidente y su "esposo" entraron al edificio, las mujeres que trabajaban en lugar no podían apartar su mirada de Martín, algo de todos los días, aún así el castaño no parecía acostumbrarse.

— Las weonas pelah. —Comentó Manuel por lo bajo ya dentro del ascensor con el rubio, este solo soltó una ligera risa negando nuevamente con su rostro, los comentarios del menor siempre le sacaban una sonrisa.

— Son minas viendo a su idol, pero en vez de cantar, yo hago plata, mucha plata, ese es mi gran talento. —Agregó Martín mientras salían de la caja de metal rumbo a su oficina, el chileno se quedaría un rato leyendo o haciendo algunas de sus tareas.

Al estar dentro de la oficina, el vicepresidente tomó su respectivo lugar, comenzó a revisar varios archivos de proyectos futuros, y principalmente las notas de seguimiento de su proyecto en Inglaterra, todo marchaba a la perfección, en un mes debería viajar para allá y hacerse cargo personalmente de los últimos detalles.

Manuel no hacía nada de lo planeado, estaba jugando en su computador portátil con un video juego que había descargado antes de ayer, se llama "Don't Starve", le había parecido algo simple al principio, pero a medida que jugaba descubría lo envician te que era tratar de sobrevivir la mayor cantidad de días posibles en el juego.

— Te vas a volver más boludo de lo que sos con ese jueguito. —Comentó en voz baja el mayor mientras comparaba algunos libros contables a mano con los del computador, varios números no daban como debían dar, las sumas en varias columnas no era iguales, le comenzaría a doler la gastritis, pero gracias a un almohadón que se estrello en su cara olvido por un momento lo que lo sacaba de sus casillas.

— ¡Voh eri el weón má acá! — Gritó el chileno luego de tirar aquel objeto hacia el rostro de su "esposo".

— Te vas a arrepentir. —Sentenció el rubio levantándose de su silla, se agacho y tomó el almohadón que yacía en el suelo, se acercó al contrario, que quiso escapar, pero el agarre en su brazo del más alto no le permitió y comenzó a ser golpeado en la cabeza con aquel cojín sin darle tiempo a defenderse.

— Para... weón... Sorry... no lo hago más... —Decía como podía en medio de sus risa. —¡Se me muere el Wilson, dale, weón...! —No le había puesto pausa a su juego y ya llegaba la noche allí, y si no ponía una fogata se lo terminaría devorando cualquier "monstro culiao" como decía el mismo Manuel.

— Después enseñame el jueguito ese. —Dijo cuando finalmente dejo de torturarle con los golpes de aquel almohadón de plumas de ganso.

— No, te va hacer weón como yo. —Otra vez el rubio levantó "el arma" por la respuesta "inadecuada" de su menor. —No, no... si, te enseño después po. —Los dos estaban sonriendo, les gustaba compartir un momento de juegos y risas.

— No frunzas tanto el ceño, weón. Cálmate... — Volvió a tomar asiento y rápidamente puso una fogata junto al Wilson para no perder la partida, llegó justo a tiempo, otra sonrisa surcaba su rostro, a veces las pequeñas cosas de la vida podían hacerte realmente feliz.

Martín disfrutaba de ver eso, Manuel sonreía por muchas cosas en el día, ni siquiera le creerían si contara como lo vio forcejeando con unos gorilas para huir de su padre, lo poco que había averiguado de él le daban el conocimiento necesario para deducir que la vida familiar del castaño había sido un infierno en la tierra.

Nuevamente el vicepresidente se encontró en su lugar controlando las facturas entrantes y salientes, debía solo leer los resúmenes de los administradores, pero estaba tan desconfiado de las sumas que no coincidían que estaba haciendo por su cuenta el trabajo del departamento administrativo. Cuando queres algo bien hecho, tenes que hacerlo vos mismo, era lo que siempre le decía su padre.

— Disculpe, Señor Hernández, el secretario del presidente Marcos está aquí para darle los papeles que le pidió. — Le informó una joven secretaria que entró a la oficina luego de golpear una vez y escuchar un "pase" del vicepresidente.

— Oh, sí, decile que pase. —La mujer asintió con su cabeza y se retiro para dejar pasar a la persona que esperaba al otro lado de la puerta.

Un joven paraguayo estaba parado a las afueras de la oficina del primo menor de su jefe, mejor decir, de su "patroncito", ese que tanto cariño le tenía luego de trabajar ya casi tres meses con él, había aprendido una infinidad de cosas gracias a él, no había tenido una buena educación, así que estaba aprovechando al máximo de la oportunidad que le estaba dando la vida de capacitarse en variados sectores de una empresa y en algunos aspectos de la vida misma.

— Puede pasar. —Le dijo la señorita que antes lo había atendido, le agradeció y tras dedicarle una sonrisa entró con cuidado a la oficina de esa persona que no conocía más que por los relatos de su patrón.

— ¿Y vos sos...? —Cuestionó algo confundido el rubio al ver que no era el secretario que siempre había tenido su primo.

— ¡Soy Daniel de Irala! —Exclamó alegre el paraguayo con ese brillo en sus ojos verdes que Marcos en secreto admiraba cada vez que lo veía. — Soy el actual secretario de su primo, el presidente Hernández.

— Daniel... che, vos sos el que me respondía todos los mensajes, estoy muy contento de conocerte, pibe, mi primo me ha hablado maravillas de vos, y mira que para ese ande hablando bien de alguien tiene que ser muy bueno, che. —El paraguayo estaba hecho un tomate, no sabía que su patrón hablaba bien de él a sus espaldas, pero no iba a negar lo feliz que lo hacía.

— Me seguiré esforzando para que su primo hable así de mi, Señor Martín. —El rubio se levantó para acercarse al joven secretario y así extender su mano para saludarse como debían, con una buena estrechada de manos.

— Solo hace lo que haces hasta ahora, lo tenes re mansito, es raro que en todo este tiempo no me haya puteado por algo... no te imaginas lo pesado que es ese loco. —Daniel solo sonreía, le parecía gracioso que se notara tanto el cariño entre primos a pesar de decir cosas negativas el uno del otro.

— Por cierto, sos re lindo, che. Tenes muy buen cuerpo, quedas perfecto para una empresa de cosméticos. —Elogió viéndole de arriba abajo, en ese mismo momento al chileno no le importo si el Wilson era devorado por un árbol viviente o un tentáculo de pantano, las palabras "sos re lindo che", le causaban casi una acidez automática en su estomago.

— ¿No le teni que dar algo e irte? —Fue lo primero que dijo Manuel entrando en la conversación de los otros dos, el paraguayo no perdió su sonrisa y asintió sacando de su mochila los archivos que había pedido el vicepresidente.

— El patroncito dice que ahí está todo lo que le pidió sobre el evento presentación de la marca Vaiolet en su próximo hotel en Inglaterra. —El rubio asintió más que satisfecho dándole una hojeada rápida, y luego los dejo sobre su escritorio.

— Si no tenes nada que hacer Dani acompáñanos a comer. —Ofreció mirando de reojo al chileno que tenía su vista clavada en el paraguayo, pero era obvio, nunca le había dicho a él que era "re lindo", pero se lo decía a un "cualquiera".

— Che, para, ¿qué mierda haces acá? ¡Tenías que ir al taller! —Cuando el ceño de Martín se fruncía, Manuel dos pasos retrocedía, en este caso se levantó rápido del sillón, tomó todas sus cosas y se puso la campera del rubio rápidamente.

— Se me olvido... estaba tan tranquilito po... aún quedan una hora más de taller, iré para pedir la tarea... sorry, Martu. — El mayor pudo regañarle más, pero no lo hizo, siempre le convencía cuando abultaba un poco sus labios y sus ojos miel brillaba como los de un cachorro abandonado, maldecía el tener esa debilidad.

Manuel se encaminó a la salida, pero miro al paraguayo que aún seguía con Martín, debía irse, solo era un secretario... y él solo era un matrimonio de conveniencia, no entendía como estaba experimentado unos deseos enormes de ordenarle que se retirara de la oficina, resopló sus cabellos y salió de allí azotando la puerta sin darse cuenta, puro impulso.

— ¿Y a este loco qué le pasa? —Cuestionó el rubio con sus cejas alzadas tras oír el gran ruido que hizo la puerta al cerrarse, negó con su cabeza por tercera vez en esa mañana que se terminaba y decidió restarle importancia, debía concentrarse en otras cosas.

El chileno se encontraba caminando por las calles de capital federal, no había querido ser llevado por el chofer, prefirió buscar un taxi cuando se le diera la gana, total, no estaba tan lejos la institución privada de cine como para no poder llegar caminando. Además, le servía para despejar su mente de raros impulsos, seguía sintiendo esa molestia en el pecho por haber escuchado esas palabras que según él, no debieron salir en ningún momento de la boca de su "esposo" sino eran dirigidas a él.

— ¡Puta la weá! ¡¿Por qué chucha debería importarme a quién le dice lindo?! —Se sacudió los cabellos y al recordar que estaba plena vía pública miro hacia todos lados buscando testigos de su locura, por suerte la gente que pasaba por allí ni siquiera notó su existencia, agradecía al cielo que toda las personas estuvieran más ensimismadas en sus propios problemas que en el contexto que los rodeaba.

Metió las manos en los bolsillos de la campera de Martín y comenzó a patear una lata que había en el suelo, su ceño estaba fruncido al igual que sus labios, a pesar de que se estaba diciendo una y otra vez que no debía importarle, nada en su cuerpo y en su carácter le hacían caso, estaba completamente molesto, embrocado, estaba listo para matar a alguien.

— Manuel... —Una voz a sus espaldas, y una mano sobre su hombro, dio una media vuelta brusca y quito en cólera aquella mano, al ver el rostro sorprendido de Marcos se auto regaño mentalmente por ser tan impulsivo.

— Sorry, estaba en otro mundo. —Bajo su mirada bastante avergonzado por su comportamiento, no podía ser así con alguien que siempre le traía regalos y ya en tres ocasiones lo había llevado a lugares maravillosos para pasar el día, Marcos llegaba a ser en algunas ocasiones tres veces más atento que Martín, pero temía decirlo fuera de sus pensamientos, notaba cierta rivalidad entre los primos.

— No te preocupes, che. Tampoco me mataste, solo fue raro verte molesto, por lo general siempre estás muy tranquilo.

— Eso es por Martín, siempre está al pendiente de que algo no me moleste... y ahora él mismo weón me pone así... —Lo último lo había murmurado para que el contrario no lo escuchara, y para él mismo no le reconociera. Su mirada seguía baja, el río negrino miro hacia a otro lado, sentía un cuchillo atravesarle el estomago cada vez que salía el nombre de su primo menor de los perfectos labios del chileno.

— Es un chico atento. —Dijo cortante mientras metía las manos en sus bolsillos, el menor le observo algo confundido por ese semblante frío que llevaba encima, no quiso preguntar el porqué, por lo que sabía era así por lo general.

— ¿Por qué estas acá? —Cuestiono el castaño alzando su mirada.

— Voy hacia una reunión y justo te vi, es extraño que andes caminando solo, ¿no tenes miedo? Las calles de Capital Federal andan un desastre con la delincuencia.

— No pensé en eso... ¿me llevas a hasta la escuela de cine? —Marcos asintió y le abrió la puerta del coche, entró dentro luego de él, el chofer no arrancó el auto hasta no tener instrucciones precisas del presidente, cuando le indico la escuela de cine privada más próxima arrancó y si dirigió allí a bastante velocidad.

Dentro del vehículo no hablaban, cada uno de los pasajeros volaba en su propia nube, la del castaño estaba sobre un rubio de ojos esmeraldas, y la del presidente Marcos estaba sobre quien lo acompañaba, el solo mirar su silueta de costado le traía uno de esos recuerdos que eran casi torturante para él, torturantes de verlos tan lejanos, tan inalcanzables.


Los pájaros cantaban dándole ese aspectos de paisaje de cuentos de hadas al lugar donde se encontraban, la vegetación era basta, y el arroyo estaba limpio, el agua corría sin problema, podían verse algunos peces nadando por allí, también se veían los reflejos de dos personas que se encontraban sentados a la orilla del mismo.

— Tu casa es linda, muy natural... —Comentó el joven de cabellos rubios platinados y ojos verdes oscuros.

— Es lo único bueno de aquí... pero pronto nos mudaremos a una casa en la capital. —Le decía el niño con esa voz tan propia de alguien de su edad, aunque tal vez era demasiado fina, melodiosa.

Los cabellos castaños del pequeño brillaban con cada rayo de sol que golpeaba sobre ellos, sus ojos miel brillaban tanto que casi se hacían –amarillos, su piel apenas bronceada acentuaba con toda su imagen, con esas ropas tan delicadas que llevaba. El niño se encontraba abrazado a sus piernas flexionadas mirando fijo su reflejo en el agua, a un lado de él se hallaba su pelota roja con la que antes había estado jugando con el rubio.

— Pareces muy maduro para tu edad. —Agregó el joven observando de reojo cada facción del pequeño, parecía necesitar protección, cariño y amabilidad; cosas que tal vez él también necesitaba.

— Tengo diez años, tampoco soy tan pequeño po. —El niño infló sus mejillas y por primera vez una sonrisa de verdad se dibujo en los labios del futuro presidente de la empresa Vaiolet.

— Tienes linda sonrisa... no deberías estar tan serio... —Comentó el menor viendo directamente a los ojos a su acompañante.

— Por lo general no tengo razones para sonreír... pero tomaré en cuenta tu consejo, así que cuando vuelvas a verme prometo sonreír un poco más.

El niño esbozo una gran sonrisa, y estiro su mano hacia el mayor, extendió su meñique dando entender lo que quería, pronto el meñique del rubio se trabo con el ajeno en ese signo de promesa inquebrantable. Ambos se miraban y en sus labios la sonrisa no se borraba, pero se soltaron, el castaño se levantó y fue hacia el mayor para esconderse en su pecho en un abrazo.

— No debes olvidarme... eres mi primer amigo... —Murmuró el pequeño conteniendo sus lágrimas, el rubio negó, jamás iba a olvidarlo, no importa cuánto tiempo pasara, no olvidar a su primer amigo, la primera persona que fue amable con él y le dio algo de calor a su frío corazón.

Se quedaron abrazados un buen rato, el mayor acariciaba sus cabellos con delicadeza, el menor solo acomodaba mejor su rostro en el amplio pecho de aquel joven rubio, se sentía protegido al ser rodeado por brazos grandes y fuertes a comparación de su cuerpo de niño, podía cerrar sus ojos, Manuel González no temía a nada allí; y el futuro presidente Marcos Hernández se sentía humano y no una simple cosa que estaba destinada a dirigir una compañía y nada más.


— Me voy, gracias por traerme. —Aquellas palabras de Manuel lo trajeron de vuelta a la tierra, ni siquiera supo cuando habían llegado a la institución del susodicho, simplemente algo idiota sin demostrarlo realmente, asintió y el contrario se bajo del auto corriendo hacia la entrada del edificio.

Marcos suspiró, tomó su teléfono y llamó a su secretario para pedirle que cancelara todas las reuniones y citas que tuviera en lo que quedaba del día, sus ánimos no estaban para aguantar a ningún cerdo capitalista de mirada obscena y manos grasosas mirándole como un poco de dinero viviente. Ese día lo necesitaba para él, no muy seguido hacía cosas así, su secretario ni siquiera pidió explicación.

— Y Dani... tomate el día, voy a estar en casa. —Fue lo último que dijo antes de cortar, volvió a guardar su teléfono móvil y apoyó su cabeza en el vidrio de la ventanilla, cerró sus ojos y decidió volverse a hundir en esos recuerdos que hasta el día de hoy eran lo único que lo mantenía alejado de la depresión.

El rostro de Manuel de niño y de ahora venía una y otra vez a su mente. Sus sonrisas, sus ojos brillantes, sus cabellos contra el viento, ese aroma único que siempre poseía, esa manera única que tenía de ocultar todo el dolor que había en su pecho, ese rastro de lágrimas no derramadas. Su cabeza se llenaba en un segundo de él, su corazón latía con fuerza, el dolor era cada vez más fuerte.

Y una lágrima se hacía camino por su mejilla...



Notas: Perdón la demora, saben que escribo tres fics a la vez. <|3 

Yo no se ustedes, pero Marcos mi amor, no se merece tanto crueldad mía. ¿?

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