3. Otoño y calabazas.

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Manuel buscó por buen rato alguna universidad que cumplieras con los requisitos que él quería, tomó un talonario del escritorio de Martín, anotó tres que tenían lo que deseaba, suspiró cortando el papel, y cerró todas las ventanas del computador. Miró a través de la ventana un buen rato, y luego se levantó yendo al sillón más grande, se acostó en él, observó una vez el papel en sus manos y una tenue sonrisa se dibujo sobre su rostro, y antes de darse cuenta sus ojos se cerraron para en pocos segundos caer profundamente dormido.

Martín continuaba en la sala de reuniones, junta tras otra, proyecto tras proyecto, discusión tras otra, su cabeza le estaba por explotar, ya no tenía ni idea quienes eran los accionista, los nombres de los jóvenes empresarios, tenía una laguna mental en la que se iba ahogando lentamente. Suspiró agotado, y se levantó de su silla junto a su padre, ese día era especialmente pesado, no podía más, necesitaba unas aspirinas. Llegó al balcón y sacó una caja de cigarrillos, tomó uno y lo encendió, al menos eso lo calmaría un poco, aunque no era de fumar realmente.

— ¿Estás bien? —Le cuestiono uno de los gerentes de uno de los tantos hoteles que tenían por América del Sur. —Para estar fumando debes estar realmente agotado, ¿no?

— La verdad que si, no doy más, pero aún queda una reunión más... odio los principios de mes de mayo, siempre me da un colapso nervioso. —Respondió, Martín antes de darle otra seca a su cigarrillo.

— Ya son las dos y cuarto de la tarde, hemos estado toda la mañana aquí encerrados, algunos no lo ven, pero este trabajo es tan estresante como todos. —Decía el joven gerente de ojos marrones. —Che, me enteré que te vas a casar.

— Es verdad, algunos creen que los empresarios tenemos la mejor vida de todos, pero el dinero y el poder no se hacen sin esfuerzos y sin sacrificios... estoy cansado. —Soltó el humo del cigarro por su boca, y miró la hora para confirmar la hora que le había dicho el contrario. —Sí, me caso pasado mañana. ¿Debería tener una despedida de soltero? —Bromeó mirando los edificios a lo lejos.

— No es mala idea, che. ¿Dónde anda la afortunada ahora? —El rubio solo le respondió encogiéndose de hombros, realmente no sabía donde andaba, seguro fue a ver las universidades de cine o a dar vueltas por ahí, y para darlo por seguro justo apareció una de sus secretarias secundarias.

— ¿Dónde anda, Manuel? —Cuestionó a la hermosa muchacha de largas piernas, y ojos avellana. El gerente al oír el nombre de un hombre se extraño un poco, pero termino por restarle relevancia.

— Oh, él está en su oficina, señor. —A Martín casi se le desencajó los ojos al oír aquella respuesta, hacía cinco horas que se había ido de ahí, apagó el cigarrillo tirándole al piso y luego pisándole, aviso su ausencia en la siguiente reunión y corrió hacía su oficina.

Agitado entró de golpe al lugar, no había nadie a simple vista. ¿La secretaría se habría equivocado? Se llegó a su escritorio y de allí pudo divisar al chileno durmiendo en el sillón, se acercó hasta él con sus labios curvados hacía abajo, el chico no dejaba de dormir en cualquier momento, aquello no era para nada saludable, y el diagnostico era más que obvio: depresión.

— Che, pibe, no podes estar así, ahora tenés tu libertad... —Susurró quitando con cuidado algunos de los mechones castaños que tapaban su rostro, su secretario principal se acercó hasta él manteniendo silencio para no sobresaltar a ninguno de los participante de la escena.

— ¿Él estará bien? —Cuestiono el pelinegro mirando el rostro dormido del extranjero.

— Por ahora no lo está, entiendo sus síntomas. —Respondió quitándose el saco para ponerlo sobre el cuerpo ajeno, sorprendió un tanto a su secretario, era difícil entender como un joven empresario alegre podría entender síntomas de depresión.

Conveniencia (ArgChi)Where stories live. Discover now