About The Unusual Suspects |...

By BreakinGalaxies

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EN EDICIÓN LENTA. [Libro #2 de la saga "About Werewolves and Witches"] NOTA: por favor, lee la primera secció... More

Epígrafe
I. Fue un muy buen verano.
II. Solo una pesadilla en el bosque.
III. El tatuaje
IV. Comportamiento que perturba.
V. El regreso de la mejor amiga rubia.
VI. ¿Pesadillas o locura?
VII. Los recuerdos de Isaac.
VIII. Hombres lobo en el banco abandonado
IX. Atrápame si puedes.
X. Sacrificios humanos.
XI. Los fantasmas de Meredith.
XII. Detención.
XIII. Druidas y darachs.
XIV. El viaje escolar.
XV. Ríete, casi me muero.
XVI. Motel California. Parte I
XVII. Motel California. Parte II
Capítulo 8: Currents
Capítulo 8: Currents. Parte II
Capítulo 9: Open Mind
Capítulo 9: Open Mind. Parte II
Capítulo 10: The Girl Who Knew Too Much
Capítulo 11: The Overlooked
Capítulo 13: Lunar Eclipse
Capítulo 13: Lunar Eclipse. Parte II
Capítulo 14: Lose Your Mind. Parte I
Capítulo 14: Lose Your Mind. Parte II
Capítulo 15: Anchors. Parte I
Capítulo 15: Anchors. Parte II
Capítulo 16: More Bad Than Good. Parte I
Capítulo 16: More Bad Than Good. Parte II
Capítulo 17: Galvanize. Parte I
Capítulo 17: Galvanize. Parte II
Capítulo 17: Galvanize. Parte III
Capítulo 17: Galvanize. Parte IV
Capítulo 18: Riddled. Parte I
Capítulo 18: Riddled. Parte II
Capítulo 18: Riddled. Parte III
Capítulo 19: Letharia Vulpina. Parte I
Capítulo 19: Letharia Vulpina. Parte II
Capítulo 19: Letharia Vulpina. Parte III
Capítulo 20: Echo House. Parte I
Capítulo 20: Echo House. Parte II
Capítulo 20: Echo House. Parte III
Capítulo 21: The Feeling of a Memory. Parte I
Capítulo 21: The Feeling of a Memory. Parte II
Capítulo 21: The Feeling of a Memory. Parte III
Capítulo 22: De-Void. Parte I
Capítulo 22: De-Void. Parte II
Capítulo 22: De-Void. Parte III
Capítulo 23: Oak Creek. Parte I
Capítulo 23: Oak Creek. Parte II
Capítulo 24: The Divine Move.
Capítulo 25: Hurts Like Hell
Capítulo 26: Somewhere Over the Rainbow
Agradecimientos

Capítulo 12: Alpha Pact

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By BreakinGalaxies

           

Stiles.

Cuando alcancé a Meredith en la azotea del hospital, su rostro estaba empapado en lágrimas y lo único que salía de su garganta eran sollozos. Le pregunté dónde estaba Scott, ya que se supone que ambos deberían haber estado allí, y ella a duras penas pudo decirme que se había marchado con Deucalion porque Jennifer se llevó a su madre.

A decir verdad, ya lo veía venir. En el segundo que descubrí quienes eran en verdad los guardianes supe que Jennifer iría tras Melissa, algo en mis entrañas me lo dijo. Y sinceramente esperaba poder hacer algo para evitarlo. Esperaba poder evitarles este dolor y esta angustia que causa el saber que tu papá o tu mamá será usado para un sacrificio humano.

Al bajar de vuelta a la recepción, he tenido que dejar a mi novia sola en cuanto mis ojos cayeron sobre el elevador con las puertas abiertas de par en par, dejando a plena vista a un Derek inconsciente, a quien ahora trato de despertar antes de que la policía llegue.

—¿Derek? —le llamo una vez más, solo que sigue sin reaccionar. Lo abofeteo y puedo jurar que sus ojos se abren por un segundo—. ¡Derek, vamos!

Sujeto el cuello de su camiseta y lo sacudo con fuerza antes de volver a abofetearlo. Nada pasa. Levanto el brazo, tomando vuelo y fuerza para darle una nueva bofetada, mas antes de estrellar mi palma contra su mejilla decido convertir mi mano en un puño. Sin embargo, gracias al cielo, Derek despierta y detiene mi puño a tan solo un par de centímetros de su cara.

—¿Dónde está? —me pregunta al instante.

—¿Jennifer? Se fue, con la mamá de Scott y Meredith —le informo y él libera mi puño.

—¿Se la llevó?

—Si. Y si eso no te parece una patada en las bolas, Scott se fue con Deucalion —espeto y él luce tan confundido como yo lo estoy con respecto a ese acontecimiento—. Debemos sacarte de aquí. Viene la policía, debemos sacarte inmediatamente de aquí —añado y tomo su mano para ayudarle a enderezarse.

—Espera —enuncia al sentarse, mirándome fijamente—. ¿Y Cora?

—Con Isaac y Peter. Derek, tienes que irte ahora, yo me encargaré de la policía —declaro, instándolo a ponerse de pie.

Él asiente y por fin se levanta. Salimos del elevador y corremos a la entrada principal del hospital, solo que mientras él sale por completo del edificio yo me quedo frente a la recepción de urgencias junto con Meredith, sentándome a su lado en las incómodas y frías sillas de espera y pasando un brazo por sus hombros, atrayéndola hacia mí. Ha dejado de llorar, pero sé que eso no significa que se haya calmado o que la tristeza y preocupación la hayan abandonado.

Si soy sincero, yo también quisiera ponerme a llorar por mi padre, pero eso no ayudaría en nada, ni a ella ni a la situación en la que nos encontramos.

De pronto, un par de oficiales entran al hospital acompañados por lo que debe ser más de una docena de trabajadores del FBI, todos ellos con sus chamarras azul marino y gorras del mismo color. Solo uno de los subordinados de papá se acerca a preguntarnos si estamos bien y cuando le aseguro que sí lo estamos nos informa que debemos esperar que un agente del FBI llegue para hacernos preguntas sobre lo ocurrido, después se retira.

Luego de unos cuántos minutos Mer se separa de mí para recargar los codos sobre sus rodillas, ocultándose detrás de la cortina que su cabello crea alrededor de su rostro. Coloco una mano sobre su espalda y la otra en su brazo cuando la oigo sollozar, dejándole saber que sigo aquí para ella, aunque no estoy seguro de que eso la conforte en lo más mínimo.

En medio de un pesado suspiro, desvío mi mirada hacia los federales parados junto a las puertas del hospital y entonces, como si el gran desastre que acaba de ocurrir no fuera suficiente, veo a un sujeto enfundado en su traje negro, luciendo un ridículo peinado.

Mis deseos de que mis ojos me engañen y no se trate de la persona que creo que es se van al infierno junto con todo lo demás cuando él me mira, me reconoce y empieza a caminar hacia mí.

—Perfecto —mascullo para mí mismo con amargura, deseando que Meredith no estuviera aquí para verlo o escucharlo.

—Un Stilinski en medio de todo este lío. Qué sorpresa —espeta él al pararse delante de mí, provocando que la cabeza de mi novia se levante de modo automático al escuchar su voz, claramente reconociéndolo.

—¿Papá? —musita con la voz quebrada, frunciendo el entrecejo.

—¿Meredith? —articula él incrédulo, sus ojos viajando de su hija a mí y viceversa en siete ocasiones. Sí, las conté—. ¿Ahora tú también te juntas con Stilinski? —le pregunta y la verdad es que no me sorprende que sus primeras palabras hacia ella sean esas. Cuando Mer no responde y en su lugar aparta la mirada, Rafael McCall vuelve a posar sus ojos sobre mí con un resoplido no muy bien disimulado—. ¿Podrías responder algunas preguntas sin tu habitual nivel de sarcasmo?

—Si tú haces las preguntas sin tu habitual nivel de estupidez —ironizo, pues desde que abrió la boca demostró que no es capaz de dejar su estupidez de lado.

—¿Dónde está tu papá, y por qué nadie pudo contactarlo?

—No lo sé. Hace horas que no lo veo.

—¿Está bebiendo de nuevo?

Suspiro, reprimiendo las ganas de darle una patada.

—¿Qué quieres decir con "de nuevo"? Nunca tuvo que dejarlo.

—Pero tuvo que moderarse. ¿Está bebiendo cómo antes?

—¿Qué te parece esto? Cuando lo vea, le haré una prueba de alcoholemia. Recitaremos el alfabeto. Empezaremos con la «J», luego la «O» y la «D» hasta llegar a la «E» —profiero, sonriéndole sin amabilidad alguna.

Él me devuelve el gesto.

—¿Y si solo me dicen qué diablos sucedió aquí?

—No sabemos qué sucedió aquí —respondo, encogiendo los hombros—. Estuvimos encerrados en el ascensor todo el tiempo.

—No fueron ustedes quienes pusieron el nombre en las puertas, ¿o sí?

—¿Qué nombre? —inquiere Meredith, expresando la misma duda que se ha implantado dentro de mi cabeza.





(...)





Argent. Ese era el nombre escrito en las puertas del elevador. Y dado que Rafael McCall no le permitió a Meredith venir conmigo, aprovechándose de su estatus como donador de ADN, solo yo me encuentro en casa de los cazadores.

Junto al dúo he pasado la noche entera, o lo poco que quedaba de ella, analizando las posibilidades de que el darach fuera a por Chris Argent para su siguiente y último sacrificio, las cuales son bastante altas debido a que es su apellido el que estaba en los ascensores. Para cuando la pelinegra y yo logramos convencer a su padre de que él era la siguiente pieza a mover en el juego de Jennifer, él sacó un mapa de la ciudad y declaró que teníamos las pistas para resolver todo este lío.

Después de observar y analizar el mapa acordamos que el lugar más adecuado para buscar alguna pista sobre el paradero de Melissa McCall y mi padre era el Banco Nacional de Beacon Hills; ideamos un plan y para cuando los rayos del sol se filtraban por las ventanas del estudio, los Argent tenían fuera todo su arsenal de armas, el cual va desde dagas, cuchillos y ballestas hasta pistolas de bajo calibre y rifles de asalto.

—Creí que ustedes estaban retirados —expreso, arqueando una ceja.

—Retirados, sí. Indefensos, no —afirma el señor Argent, dejando la escopeta que trae entre las manos dentro de su estuche—. Mantén tu teléfono encendido. Si hablas con Scott, avísanos enseguida.

—Creo que eso será poco probable —comento al sacar mi celular y ver que no tenía ni un solo mensaje en mi bandeja de entrada.

—Recuerden que él está haciendo lo que cree correcto —nos dice el señor Argent con seguridad antes de girarse hacia la puerta, prácticamente obligándonos a hacer lo mismo.

Isaac está parado bajo el umbral.

—No puedo disparar un arma ni usar una ballesta, pero... Estoy mejorando mucho con esto —comenta, sacando sus garras y mirándonos con una sonrisa en el rostro.

Sin perder tiempo le ponemos al tanto de nuestro pequeño plan, luego todos salimos del complejo de departamentos y tomamos caminos diferentes. El dúo de cazadores se va rumbo a la bóveda del banco abandonado, siendo acompañados por el hombre lobo; yo me voy a casa, tomo una ducha y desayuno un poco antes de pasar a recoger a Meredith para juntos hacerle una visita rápida a Lydia antes de entrar a clases y asegurarnos de que está bien.

—Mer, está bien. Estoy bien —asegura la pelirroja por enésima ocasión cuando mi novia empieza a llorar en medio de su abrazo.

Tan pronto como mi novia ha visto el hematoma en el cuello de nuestra amiga se ha lanzado a abrazarla y a derramar lágrimas.

—Lo siento. Lo siento tanto —solloza Mer, realmente afligida.

—No tienes nada por qué disculparte, después de todo he sobrevivido —le dice, esbozando una pequeña sonrisa al tiempo que se separa un poco de ella.

Lentamente, Mer expulsa el aire por la boca.

—Bien, no quisiera acabar con el momento pero ahora que estamos seguros de que te encuentras bien, hay algo que debes saber —manifiesto, llamando la atención de Lydia.

—¿Qué cosa? —inquiere, consternada.

Entonces prosigo a contarle todo lo ocurrido la noche anterior en el hospital. La expresión en su rostro es neutra durante la mayor parte del relato, pero cuando llego a la parte en la que Jennifer se ha llevado también a Melissa su semblante decae y gira sobre sus talones para ir a sentarse a una silla acolchada de color rojo vino ubicada junto a una de las ventanas en su enorme habitación, desde donde escucha el resto de la historia.

»No lo creo. Scott no puede estar con ellos. No puede —enuncia en voz baja, apenas rompiendo un poco el silencio que había caído sobre nosotros.

—Sí, yo pensé lo mismo cuando... —dejo las palabras en el aire y suspiro.

Echo un vistazo a Meredith, no deja de pasearse de un lado a otro como león enjaulado, los nervios y el miedo consumiéndola poco a poco. Hago una ligera mueca antes de volver a posar mis ojos sobre Lydia, quien observa con dolor el ir y venir de su amiga.

—¿Y qué puedo hacer? Entiendo que soy un contador Geiger humano de muertes, pero todavía no sé cómo encenderlo y apagarlo. Solo sé que ella intentó matarme porque...

—¿Por qué? —inquiero al segundo en que se queda callada, viendo cómo su rostro va adoptando una expresión de entendimiento—. Lydia, ¿qué?

—Cuando me llamó banshee, se sorprendió con eso —nos dice—. ¿Y si no fuera por eso que intentó matarme?

—¿Y entonces por qué lo hizo? —cuestiona Meredith, posicionándose a mi lado.

—Eso debemos averiguar —responde la pelirroja, intercalando su mirada entre ambos.

Un par de horas más tarde nos encontramos en la escuela, saliendo del segundo periodo, y Mer y yo bajamos las escaleras para ir a nuestra siguiente clase. Aunque no es como que vayamos a poner más atención en ella que en las anteriores.

—Lydia dice que Aiden no le responde los mensajes —me comunica Mer y me detengo en seco, ella se posiciona delante de mí, suspirando casi de forma imperceptible—. Podríamos ir allá y ver...

Dejo de poner atención a lo que mi novia me dice al sentir mi celular vibrando dentro del bolsillo de mi pantalón. Lo saco de inmediato y veo que se trata de un mensaje de texto, el cual no tardo nada en abrir, impaciente por saber qué es lo que dice, rezando porque sean buenas noticias.

—No —mascullo, al leer el contenido del mensaje, perdiendo la poca esperanza que tenía.

—¿Stiles? ¿Qué sucede?

—Es de Isaac —murmuro—. Jennifer... Tiene al padre de Allison. Se lo llevó. Ahora los tiene a los tres.

Mis manos empiezan a temblar y mi visión se vuelve borrosa.

—¿Stiles? ¿Qué tienes? —Todo parece ir en cámara lenta, las personas, los sonidos... Giro trescientos sesenta grados, trato de hacer que todo vuelva a su ritmo normal pero solo empeora, la voz de Meredith suena lejana y empiezo a tener dificultades para respirar—. ¿Qué está mal? ¿Stiles?

—Creo que estoy sufriendo un ataque de pánico —le digo a duras penas.

—Okay. Okay. Ven, vamos —espeta, tomándome del brazo y haciéndome caminar a través de los pasillos hasta llegar a un área mucho menos concurrida. Durante el trayecto, respirar se vuelve la cosa más difícil por hacer—. Vamos. Entra —ordena, aunque suena preocupada, abriendo la puerta de los vestidores de chicos. Obedezco y arrojo mi mochila a un lado, trastabillando hasta dejarme caer contra unos casilleros—. Stiles, piensa en otra cosa. Lo que sea —indica, arrodillándose frente a mí.

—¿Cómo qué? —le pregunto agitado, incapaz de pensar en algo diferente por mí mismo.

—Cosas alegres —exclama—. Cosas buenas. Amigos, familia... —La miro fugazmente con mala cara—. Tienes razón, lo siento, no pienses en eso. Okay, entonces trata de respirar más despacio.

—No puedo. No puedo...

—Uh, bien, bien entonces... Maldición —la escucho musitar antes de sentir sus manos acunando mi rostro. El ataque de pánico ha empeorado y el pecho empieza a dolerme—. Necesito que te controles, toma el control, Stiles, respira.

—No, no pu-edo.

Siento que todo da vueltas, sé que aire entra por mis fosas nasales pero mis pulmones no parecen estar recibiendo oxígeno.

—Stiles... —masculla con voz temblorosa y de pronto, sin realmente esperarlo, siento sus labios sobre los míos, fundiéndose en un beso.

Instintivamente cierro los ojos, complacido y a la vez confundido, pues a pesar de que ella y yo hemos compartido cientos de besos, éste se siente diferente. Puede sonar loco, pero es como si este beso encerrara mil problemas y sus mil posibles remedios; es como contar un secreto sin realmente hacerlo; es como estar maldito y bendecido a la vez; me dio la sensación de entrar a un laberinto por primera vez y aun así conocer el camino para salir.

Cuando sus labios se separan de los míos lo hacen con lentitud, con cautela. Abro los ojos sintiéndome aturdido, tanto por el beso como por el hecho de que mi ataque de pánico se ha ido como por arte de magia.

—¿Cómo hiciste eso? —murmuro, mirándola con devoción.

Ella tarda un poco en contestar, luce tan afectada como yo me siento.

—Yo, uh... Leí en alguna parte que contener la respiración puede parar un ataque de pánico y, uh, no hace mucho me di cuenta de que cuando te beso tú... Contienes la respiración.

—¿Lo hago? —pregunto en un susurro, eso es algo de lo que nunca me había dado cuenta.

—Sí, lo haces —contesta, esbozando un asomo de sonrisa.

—Gracias. Eso fue muy inteligente —le agradezco y los dos nos acomodamos en una posición más cómoda sobre el suelo, pues estábamos apoyados sobre nuestras piernas flexionadas bajo nuestros cuerpos.

Mer suspira y hace una mueca.

—Si yo fuera realmente lista no cometería tantos errores —masculla, bajando la cabeza.

—¿De qué hablas? Eres la chica más inteligente que conozco.

—No, Lydia lo es. Y si yo fuera tan inteligente como ella te diría que deberías seguir yendo con la consejera escolar.

Me retengo de soltar una risita, dándome cuenta casi al instante de que eso es exactamente lo que debemos hacer, ir con la consejera escolar.

—Morrell —musito y Mer me mira confundida—. Vamos, tenemos que ir con ella —declaro, levantándome de un salto.

Ayudo a Mer a ponerse de pie, tomamos nuestras mochilas y salimos de los vestidores a toda velocidad.

—Chicos, ¡chicos! —la voz de Lydia nos llama mientras atravesamos los ya vacíos pasillos—. ¿Adónde van? —nos pregunta al momento de alcanzarnos.

—Con la señorita Morrell. Ella debe saber algo, siempre parece estar un paso delante de nosotros —explico a la pelirroja sin detener nuestro andar.

Al llegar a nuestro destino, nuestra atención cae sobre la chica afroamericana sentada frente al escritorio vacío de la consejera escolar.

—¿Vienes a ver a la señorita Morrell? —le pregunta mi novia.

Miro a la chica con el ceño fruncido al percatarme de que su rostro me resulta familiar.

—No, creí que era gimnasia —responde ella sarcástica.

—Querida, no estamos para tu sarcasmo —le aclara Lydia impaciente—. ¿Sabes dónde está?

—Si lo supiera, no llevaría veinte minutos esperando aquí —expone con mal humor—. Así que, ¿por qué no vuelven atrás y esperan su turno?

—No estamos aquí por una sesión —explica mi novia.

—Pues yo sí. Y tengo problemas serios de los que ocuparme —nos dice y es entonces que la reconozco.

—Espera, eres Danielle. Eres la mejor amiga de Heather —manifiesto, un tanto sorprendido debo admitir.

—Era la mejor amiga de Heather —rectifica ella, dolor reflejado en sus ojos—. Trabajamos sobre eso tres veces por semana —indica, haciendo un ademan hacía el escritorio frente a ella.

Meredith se remueve incómoda a mi lado y casi al mismo tiempo, Lydia se coloca delante de Danielle.

—Espera, ¿la señorita Morrell lleva veinte minutos demorada? —inquiere la pelirroja.

Danielle asiente.

—Y no sé por qué. Siempre es puntual.

Lydia se gira hacia nosotros al oír esas palabras.

—Estuve viéndola a principios del semestre, nunca llegaba tarde —nos informa, intercalando su mirada entre Meredith y yo.

En un segundo, sé por qué no está aquí.

—No está demorada, está desaparecida —afirmo con frustración.

—¿Y si no somos los únicos que creen que ella sabe algo? —cuestiona la pelirroja.

—Entonces quiero saber qué sabe —sentencio, caminando hacia el otro lado del escritorio y arrodillándome para abrir uno de los cajones de éste.

—¿Qué haces? —pide saber Danielle, un tanto exaltada, cuando empiezo a hurgar en el cajón.

—Trato de encontrarla —le respondo sin dejar de mirar dentro de las carpetas que hay aquí.

—Esos archivos son privados.

—Sí, ella tiene razón —la apoya Lydia, intranquila.

—Este es el tuyo —le digo y saco el folder manila con su nombre.

—Déjame ver —suelta, arrebatándolo de mi mano.

Mientras tanto, yo continúo buscando algo de relevancia para nosotros.

—Espera, Lydia, este es tu dibujo —comenta Meredith pasados unos segundos.

—Lo sé. Es un árbol.

—Sí. Y es bueno —halaga Danielle.

—Gracias.

—No, pero es el mismo —señala mi novia, haciéndome levantar la mirada.

—¿El mismo qué? —cuestiono confundido.

—El mismo dibujo que siempre dibujas en clases —aclara Mer.

—Es un árbol. Me gusta dibujar árboles —le dice Lydia, sin darle mucho interés al asunto.

De inmediato me pongo de pie y me inclino para ver el dibujo del que hablan.

—Pero es idéntico —insiste Meredith, sosteniendo una hoja con un árbol en el centro mientras que Lydia ve otro dentro de la carpeta—. ¿No lo ves?

—Ella tiene razón, es idéntico —expongo luego de mirar con detenimiento ambos árboles.

Lydia ladea la cabeza, haciendo un mohín, todavía sin ver la exacta similitud entre sus dibujos.

—Dame tu bolso —exige Mer, tomando tal artículo y metiendo las manos en su interior para luego de unos segundos sacar un cuaderno, el cual hojea un poco hasta parar en una página con el mismo dibujo del árbol—. ¿Lo ves? Es el mismo.

Cojo el cuaderno y lo coloco junto a la hoja en el folder. Lydia lo analiza y luego de unos segundos Mer le da vuelta a la página, hay otro dibujo idéntico. Pasa a la siguiente página y a la siguiente y a la siguiente, encontrando el mismo dibujo del árbol en diferentes tamaños y colores en cada una de ellas.

—Okay, pueden quedarse con mi sesión. Tienen problemas más graves —anuncia Danielle antes de salir de la oficina.

—¿Qué es esto? —cuestiona Lydia temerosa luego de haber llegado al final del cuaderno y ver que en cada una de las páginas hizo el mismo dibujo del árbol.

No sé con exactitud qué me hace darle la vuelta al cuaderno, poniendo el dibujo de cabeza. Pero eso le da una nueva perspectiva al árbol, convirtiendo las ramas en raíces y viceversa.

Algo en mi cabeza haga clic.

—Sé dónde están —profiero y las chicas me miran inquisitivas—. Guardemos esto y salgamos —ordeno a la par que el timbre suena, yendo a devolver los archivos que saqué al cajón del escritorio; para cuando salimos de la oficina de Morrell, los pasillos ya están concurridos—. Es el Nemeton. Allí los tiene. Tiene que ser allí —les explico a las chicas mientras nos abrimos paso entre el gentío.

—¿El Nemeton? —inquiere Mer.

Al mismo tiempo, alguien grita mi nombre.

—¡Stilinski!

Resoplo al ver al agente del FBI más molesto del planeta, también conocido como el peor padre.

—No otra vez —mi novia masculla al verlo caminando hacia nosotros.

Sabiendo que Rafael McCall será una molestia en el trasero, me giro hacia Lydia.

—Busca a Derek, ¿de acuerdo? Él y Peter estuvieron allí, así que sabrán dónde es. Diles que es el silo. Ellos sabrán —le explico rápidamente.

Con un asentimiento de cabeza, Lydia da la media vuelta y se aleja.

Al girarme hacia Meredith me encuentro de frente con su padre.

—¿Sabías que el auto de tu papá está en el estacionamiento de la escuela desde anoche? —me cuestiona él al instante.

—No —suelto y me cruzo de brazos—. ¿Qué significa?

—Que está oficialmente desaparecido —me dice sin tacto alguno, muestra de cuánto me odia—. Vayamos a un lugar más callado, necesito hacerte unas preguntas —indica, dando la media vuelta.

—Vamos —Meredith musita.

Yo suspiro y tomo su mano para juntos seguir a su padre hasta un aula vacía. No obstante, cuando llegamos a ésta y él se percata de su presencia sé que va a echarla.

—Solo Stiles, Gracie.

—Lo que tengas que decirme, ella puede escucharlo. Es mi novia —manifiesto.

Mentiría si digo que no disfruto la expresión en el rostro del agente federal al oír esas últimas tres palabras.

—Entonces no tendrás problema en contarle lo que hablemos —determina, haciéndole una seña a su hija para que salga.

Ella aprieta mi mano, molesta con su padre, pero no rechista. En su lugar, se gira hacia mí y me da un beso casto.

—Estaré aquí afuera —pronuncia en un susurro antes de soltar mi mano y girar sobre sus talones para dirigirse a la salida.

—Cierra la puerta al salir —le pide su padre, manteniendo su firme y desaprobatoria mirada sobre mí, sentándose sobre el escritorio.

Meredith le hace caso, dando un portazo. Un tanto orgulloso, me siento sobre el pupitre que está directamente frente al malhumorado agente McCall.

—Entonces ¿de qué querías hablarme, suegrito?

Él suelta una risita falta de humor y sacude la cabeza.

—Stiles, ¿por qué tengo la sensación de que sabes algo que nos ayudaría a encontrar a tu papá? —me pregunta, claramente evitando decir algo con respecto a mi relación con su hija.

—Si supiera algo, ¿por qué no lo diría?

—Si ayudara a tu papá, ¿por qué no lo harías?

—¿Entonces me pides que te diga lo que no-no te diría?

—Primero, no sé qué acabas de decir —confiesa—. Segundo, ¿y si me ayudas a ayudarte?

—Bueno, no sé cómo ayudarte a ayudarme a decirte algo que te ayudaría si no lo sé.

—¿Haces esto apropósito? —suelta, perdiendo la paciencia. Aunque no es que él sea un hombre muy paciente tampoco.

—No sé nada, ¿de acuerdo? —arguyo, bajándome del pupitre—. ¿Puedo irme?

—¿Dónde están tus otros amigos?

—¿Te refieres a Scott?

—Me refiero a Scott, Isaac Lahey —comienza a enlistar, sacando una pequeña libreta del interior de su saco—, Allison Argent, estos gemelos, Ethan y Aiden. Me dijeron que todo tu grupito faltó a la escuela hoy.

Lydia y Mer no faltaron, pienso, así que le mintieron.

—No tengo un grupito —digo en su lugar.

—Stiles, vamos. Hubo actividad violenta muy inquietante en este condado en los últimos meses. Asesinatos vinculados con esta escuela. Secuestraron a mi hija también... —Bufo y poso mi vista sobre un rincón junto a la ventana—. No sé qué está sucediendo, pero es algo serio y... Oye —truena los dedos y volteo a verlo sin ánimos de seguir oyendo toda su palabrería—, tu papá está desaparecido —me recuerda, mas no digo nada en lo absoluto por lo que él se levanta—. Muy bien. Pero no quiero que vuelvas solo a tu casa. ¿Tienes con quién pasar la noche?

—Está conmigo —responde una tercera persona, haciéndonos a ambos mirar en dirección a la puerta del salón.

Deaton está aquí y eso me da una enorme sensación de alivio.

—¿Y usted es?

—Alan Deaton. Un viejo amigo de la familia de Stiles —dice el veterinario, adentrándose al aula—. Yo cuidaré de él hasta que encuentren al sheriff —le asegura.

Rafael McCall me mira unos instantes con los ojos entrecerrados, desconfiando, pero al cabo de unos segundos acaba asintiendo.

—De acuerdo. Si recuerdas algo que pueda ayudarme a encontrar a tu padre... —deja las palabras en el aire y me entrega una tarjeta de presentación en la que está impreso el logotipo del FBI, su nombre y su número de teléfono.

En silencio, le observo salir del salón tras un breve gesto de la cabeza dirigido a Deaton a modo de despedida.

—Supongo que me dirás lo que has descubierto —asume correctamente el jefe de Scott al instante en que estamos solos.

Rompo la tarjeta de presentación a la mitad y luego la echo al bote de basura.

—Están en el Nemeton, es lo único que sé —informo, girándome hacia él con una chispa de esperanza acomodándose dentro de mi pecho—. Tú sabes dónde está, ¿cierto?

—Me temo que desconozco su ubicación.

—¿Estás seguro de eso? Porque siempre pareces saber todo sobre todo y ocultarnos información.

—No en esta ocasión, Stiles —asevera, haciendo un ademán con el que me pide le siga fuera del aula.

Soltando un suspiro de desaliento, cojo mi mochila del suelo y ambos salimos al pasillo.

—¿Meredith? —suelto inmediatamente, mirando en todas las direcciones posibles en busca de mi novia.

Pero no hay señales de ella por ninguna parte, y mi cabeza pronto empieza a crear distintos escenarios para justificar su ausencia. Ninguno de ellos es de mi agrado, todos me hacen querer arrancarme el cabello de un fuerte tirón.





(...)





Deaton había conseguido acordar un punto de reunión con Scott de alguna manera, pues él a mí no me contestó ni un solo mensaje, así que al anochecer subimos a mi Jeep para dirigirnos a la reserva de Beacon Hills. Durante el trayecto hasta allá, el veterinario que siempre sabe más del mundo sobrenatural que nosotros, me explica el plan que ha ideado para ayudarnos a encontrar la ubicación del Nemeton, ya que ni Peter ni Derek saben dónde está tampoco. Al parecer la madre de Derek borró aquella vital información de sus cabezas unos años antes de morir en el incendio que acabó con la mayoría de los Hale.

Aprovecho que hemos llegado al punto de encuentro antes que Scott para sacar mi teléfono y marcar por centésima ocasión el número de Mer, rezando porque por fin atienda la llamada.

Hola, ahora no puedo contestar. Deja un mensaje después del beep y te devolveré la llamada en cuanto pueda.

Lanzo una maldición por lo bajo. Una vez más he sido mandado directamente al buzón de voz.

—Mer, soy yo. Otra vez —empiezo a decir en cuanto oigo el «beep»—. Este es como el millonésimo mensaje que te dejo porque tú sigues sin atender el teléfono y en verdad empiezo a preocuparme. De acuerdo, ya estaba preocupado desde el principio —admito, pellizcándome el puente de la nariz—. De verdad necesito saber que estás bien, así que llámame en cuanto escuches esto, ¿sí? Por favor.

Con un suspiro termino el mensaje, guardando el celular en uno de los bolsillos de mi pantalón

—Estoy seguro de que ella está bien, Stiles —me dice Deaton con voz calma—. De lo contrario ya lo sabríamos. Las malas noticias viajan rápido.

—Aun así, necesito escucharlo de ella —mascullo, sobándome el cuello con una mano.

Antes de que él pueda decir algo más, unos arbustos delante de nosotros se remueven un poco, indicando que hay alguien más aquí. Por mero instinto todos mis sentidos se ponen en alerta, tranquilizándose apenas un poco al descubrir que se trata de mi mejor amigo.

—¿Cómo lo averiguaron? —es lo primero que sale de su boca al vernos.

Deaton y yo nos acercamos a él.

—Lydia —informo, retorciendo mis manos con nerviosismo—. ¿Y tú?

—Morrell. Ninguno de los otros alfas sabe tampoco dónde es —nos comunica, refiriéndose a la ubicación del Nemeton.

—Si esto funciona, ¿les dirás? —le pregunto.

—No puedo parar a Jennifer sin ellos y... —deja las palabras en el aire, la expresión en su rostro denota dolor, lo cual comprendo a la perfección, las vidas de nuestros padres penden de un hilo, uno muy delgado y frágil.

—¿Y si nos concentramos en encontrar a sus padres primero? —propone Deaton al notar que mis ánimos también se han ido en picada.

—¿Cuál es el plan? —inquiere Scott recomponiéndose, parpadeando varias veces.

—Esencialmente —comienza a decir Deaton, haciendo una breve pausa—, tú, Allison y Stiles tienen que sacrificarse por sus padres.

—¿Debemos morir por ellos? —suelta un tanto incrédulo Scott.

—Pero él puede traernos de vuelta —le aseguro y luego miro a Deaton, mi nerviosismo aumentando de forma considerable—. Puedes... puedes traernos de vuelta, ¿verdad?

—¿Recuerdas cuando dije que era peligroso?

—Sí, aunque desearía no hacerlo —admito, tragando con dificultad.

—Si sale bien, ustedes tres estarán muertos por unos segundos. Pero hay otra cosa en la que deben pensar. Esto es peligroso por más de una razón. Le devolverán poder al Nemeton, un lugar que lleva mucho tiempo sin poder —nos explica—. Este poder es como un imán que atrae lo sobrenatural, las cosas con las que una familia como los Argent puede llenar las páginas de un bestiario. Los atraerá aquí como un faro.

—No suena mucho peor de lo que ya vimos —le digo, intercalando mi mirada entre él y Scott.

—Te sorprenderían las cosas que te quedan por ver —comenta el veterinario, arqueando una ceja.

—¿Es todo?

—No —le contesta a Scott, dedicándonos una mirada a ambos antes de continuar—. Además tendrá un efecto en ustedes tres. No podrán verlo, pero lo sentirán todos los días, por el resto de sus vidas. Será una especie de —hace una leve pausa, como si estuviera buscando las palabras correctas—, oscuridad alrededor de sus corazones. Y permanente, como una cicatriz.

—Como un tatuaje —masculla mi mejor amigo.

Deaton asiente y después de explicarnos el procedimiento al que vamos a someternos para salvar a nuestros padres, volvemos a separarnos de Scott, solo que en esta ocasión para dar inicio a su plan.

Dejo a Deaton en la veterinaria y luego voy a casa en busca de la placa de policía de papá. El darach la había doblado antes de llevarse a mi padre, así que tuve que usar un martillo para aplanarla un poco, procurando no golpearla muy fuerte para no quebrarla. Cuando la placa queda lo suficientemente decente salgo de mi hogar y subo de nuevo a mi Jeep para regresar a la clínica veterinaria.

Inhalo profundo y expulso el aire por la boca lentamente cuando estaciono frente a la clínica. Saco mi celular en busca de algún mensaje o llamada de mi novia, mas no hay ni una sola notificación en la pantalla. Con las manos temblándome de forma incontrolable empiezo a teclear un mensaje de texto para ella, explicándole todo nuestro plan para encontrar el Nemeton y los riesgos que éste conlleva.

Mi dedo pulgar se queda paralizado encima del botón de enviar, incapaz de presionarlo. No puedo decirle todo esto por mensaje, tiene que escucharlo de mí aunque no sea cara a cara.

Borro el texto y marco su número una vez más. Tal como esperaba, vuelve a atenderme su buzón de voz.

—Hey, soy yo. Stiles —suelto tras escuchar el «beep»—. Escucha, Deaton tiene un plan para ayudarnos a encontrar el Nemeton, es algo loco y demasiado arriesgado, pero es lo único que hay. Sé que tú también estás haciendo algo para rescatar a nuestros padres, sin embargo, creo que deberíamos estar juntos en este momento porque no sé si voy a salir vivo de esto y me gustaría poder decírtelo de frente —mi voz se quiebra, me aclaro la garganta para poder continuar—, pero quiero que sepas que eres lo mejor que me pasó en la vida. Eres increíblemente asombrosa, súper inteligente y demasiado hermosa para ser real, diablos, todavía no puedo creer que de todos los chicos en la ciudad te fijaras en mí.

»No sé qué hice para merecerte, de hecho no sé si en verdad te merezco —me corrijo—, y desearía haberme enamorado de ti mucho antes. Porque si, yo, Mieczyslaw Stilinski, estoy...

Buzón de voz lleno. Presione uno para borrar, presione dos para regrabar, presione tres para enviar, presione asterisco para más opciones —habla súbitamente una voz femenina robotizada, interrumpiéndome.

—Enamorado de ti —murmuro, quitando el teléfono de mi oreja para presionar el tres y enviar mi mensaje incompleto. No obstante, al final mi dedo pulgar acaba presionando el uno y luego el botón para colgar la llamada.

Bajo del Jeep con el teléfono en una mano y la placa de mi papá en la otra. Me adentro a la clínica veterinaria en silencio, caminando directo hasta el cuarto de curaciones. Scott, Allison, Isaac y Lydia ya están aquí. Los últimos dos ayudan a Deaton a llenar con hielo tres tinas metálicas que descansan una al lado de la otra en el centro de la habitación.

Allison y Scott me miran y esbozan una diminuta sonrisa a modo de saludo. Me acerco a ellos con la intención de preguntarles si saben algo de Meredith pero justo cuando estoy por abrir la boca Deaton habla, llamando nuestra atención.

—Muy bien. ¿Qué trajiste, Stiles? —pide saber, parado desde el otro extremo de la habitación.

Las miradas de todos los demás recaen sobre mí.

—La placa de mi papá —mascullo, observando el objeto entre mis manos—. Jennifer la aplastó con la mano, entonces traté de alisarla a martillazos. No quedó muy bien.

—No tiene que verse bien si tiene significado —comenta Deaton a modo de darme confort.

—¿Es una bala de plata de verdad? —Isaac cuestiona a Allison, rompiendo el silencio que se había formado a nuestro alrededor.

—Sí, mi papá la fabricó como algo ceremonial. Cuando uno aprende todas las habilidades de cazador, fabricamos una bala de plata como testamento del código —responde ella nostálgica.

—¿Scott? —pronuncia Deaton, indicando que es su turno de hablar.

—Mi papá le regaló este reloj a mamá cuando la contrataron en el hospital. Ella decía que era lo único que funcionaba de su matrimonio.

—Lo que me recuerda, ¿por qué solo hay tres tinas? ¿No debería haber cuatro? —cuestiona Isaac al veterinario—. Una para Allison, otra para Stiles, una más para Scott y otra para Meredith.

—Sí, uh, yo también quisiera saber por qué solo hay tres tinas —expreso, levantando una mano—. Quiero decir, Melissa es mamá de Scott y Mer.

—Bueno, eso es fácil —empieza a decirnos Deaton, no obstante Scott le impide continuar.

—Chicos, hay algo que deben saber sobre Meredith —comenta en voz baja, la angustia reflejada en sus ojos—. Algo muy importante. Y malo.

—¿Qué ocurre? —le preguntan Allison y Lydia a unísono, preocupadas.

Consternado y completamente aterrado, mi corazón acelera el ritmo de sus palpitaciones.

—¿Malo? —me aclaro la garganta—, ¿le pasó algo a Mer? —inquiero con voz queda.

—No, no le pasó nada pero ella...

—Está justo aquí —interrumpe Deaton con un atisbo de sonrisa, haciendo un gesto con la cabeza.

Mis ojos viajan hacia la puerta detrás de nosotros inmediatamente, encontrándose con la esbelta figura de mi novia. Su piel se ve un poco más pálida de lo usual, luce cansada y agitada, mas mi corazón se llena de alivio al verla en una sola pieza y sin un solo rasguño. Sin pensármelo dos veces camino hasta ella, envolviéndola en un fuerte abrazo en cuanto la distancia entre nosotros se ha reducido.























[Editado: Febrero 16, 2018]

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