¿Cómo hubiese sido si...? /Cr...

By aleianwow

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Autora: Cristina González Ilustrador: Alexia Jorques Beatriz adora a su hija de tres años. Beatriz está solte... More

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Epílogo
INFORMACIÓN IMPORTANTE
YA EN KINDLE Y EN PAPEL!!!

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By aleianwow

Los meses van pasando, lentos y tortuosos. Yo intento disfrutar de mi hija cada día como si el mundo se fuese a terminar al día siguiente.

Raúl viene a casa todas las noches. Juega un rato con Rocío e incluso trae a Tony para que la nena lo salude (adora a ese perro). Charla un rato con mi madre mientras yo me voy a mi habitación. Todavía sigo convencida de que Raúl debería alejarse de mí.

Sin embargo, él siempre entra en mi cuarto y me besa apasionadamente antes de irse a su piso. Realmente no sé qué estamos haciendo. Estoy muy desorientada.

Algún día me he visto obligada a desayunar con Álvaro en una cafetería que hay a un par de manzanas del hospital para aclarar que estoy dispuesta a pelearme por la custodia de la niña. Él continúa insistiendo en que seríamos una familia feliz y que podría darme todo lo que yo quisiera. No sé de donde saca esas ideas tan absurdas. El caso es que parece que se cree sus propias mentiras y empiezo a sospechar que está algo desequilibrado: y eso me da miedo. Ya se ha confirmado que Rocío es su hija mediante la prueba de ADN. Poco a poco el asunto avanza y yo procuro mantener la calma y apartar el miedo de mi mente, como me dijo Ada, quien por cierto, está muy pendiente de mí (tanto ella como su chico).

Alma, mi adjunta, me pregunta de vez en cuando por Álvaro y la niña. Sin embargo, procura no meter el dedo en la yaga y no me martiriza demasiado. A veces me manda antes a casa cuando ve que mi estado de nervios me supera o me tranquiliza dándome ánimos.

Hoy es uno de esos días en los que aún domino mi ansiedad. Afortunadamente, poco a poco esos días empiezan a ser más abundantes. Estoy explorando a un paciente que tiene ochenta años y un comienzo de enfermedad de Alzheimer –o eso nos sugiere el cuadro–. Ya lo han encontrado solo y desorientado en la calle varias veces.

—Ahora repita estas tres palabras: bicicleta, cuchara y manzana. Hasta que las memorice —le digo despacio.

—Bicicleta... Manzana... Y...

Espero unos segundos.

—Cuchara —dice él al fin.

Lo apunto. De pronto la puerta de la habitación se abre y entra Alma algo apurada.

—Bea, ven conmigo. Ahora te cuento. Buenos días Casimiro —saluda ella al paciente—. Me llevo un momento a la doctora y luego se la devuelvo.

Casimiro sonríe.

Salgo al galope detrás de mi adjunta que camina muy rápido en dirección a los despachos. Se detiene en la puerta de la sala de reuniones y abre. Entramos y allí hay un hombre vestido de traje con una sonrisa. Su rostro tiene rasgos asiáticos, me recuerda al fenotipo japonés. Parece algo mayor, tendrá unos cincuenta y muchos años.

—Te presento a Kazuhiro Takayasu —dice ella con una gran sonrisa.

El nombre confirma mis sospechas. Le devuelvo la sonrisa y le estrecho la mano.

—Ella es Beatriz, una de mis residentes de neurología —me presenta.

Entonces se gira hacia mí y me explica:

–Kazuhiro y yo nos hicimos amigos cuando coincidimos en Nueva York durante una beca Erasmus —explica Alma—. Nos hemos visto algunas veces estos años y ha venido a España a dar una conferencia.

—Y quería saludar a mi amiga —responde él con un español algo adulterado por una mezcla de acentos propia de una persona que habla demasiados idiomas.

Asiento, sin saber muy bien el por qué de todo esto.

—Verás, Kazuhiro es el presidente de la ISAPS. La Asociación Internacional de Cirugía Estética y Plástica.

Escucho que detrás de mí se abre la puerta de la sala de nuevo.

Me giro y ante mis ojos está Álvaro, con su gorro de cirujano y su pijama de quirófano. Sonríe carismáticamente y me arranca una náusea de lo más visceral.

—¡Álvaro! —saluda Alma alegremente—. Ven, quiero presentarte a alguien muy importante... Pensé que como eres cirujano plástico te interesaría conocer al señor Takayasu.

No tardo en ver la emoción reflejada en los ojos del padre de mi hija. Esboza una sonrisa egocéntrica y le estrecha la mano con entusiasmo al japonés, quien también sonríe, pero con la tranquilidad de quien está entre amigos.

Yo observo la escena con confusión. No estoy entendiendo nada de lo que ocurre ante mis ojos. No veo una razón lógica por la que Alma me quiere allí presente.

—¿Sabes quién es el señor Takayasu? —le pregunta mi adjunta a Álvaro.

—Por supuesto, presidente —sonríe él—. ¿Qué le trae por España, si se puede preguntar?

Entonces empiezan a hablar de charlas, grandes quemados, implantes... Nos sentamos los cuatro alrededor de la mesa y Alma nos cuenta que cuando eran estudiantes, ella y Kazuhiro salían de copas juntos, que hicieron trabajos juntos... Las anécdotas salen como setas y todos reímos.

Aún sigo sin entender el propósito de todo esto. Una hora más tarde, el señor Takayasu se despide de todos nosotros porque debe acudir a un compromiso. Se marcha y nos quedamos los tres.

—Muchísimas gracias por presentarme a Kazuhiro Takayasu, Alma —dice Álvaro tan ilusionado como un niño.

La sonrisa de ella se borra de un plumazo y lo mira como una presa a la que hay que devorar.

—No me lo agradezcas aún —responde ella secamente—. Ya has visto que él y yo somos muy amigos, ¿no?

—Sí —responde él.

Verlo tan aturdido me saca una sonrisa.

—Tengo entendido que Beatriz y tú tenéis una hija de tres años que se llama Rocío, ¿me equivoco? —dice ella con una seriedad que aterra.

—Sí —dice Álvaro mirándola a ella y a mí alternativamente.

—Bien, pues ahora escucha bien lo que te voy a decir, porque no lo voy a repetir.

Observo con incredulidad lo que está sucediendo ante mis ojos. Creo saber qué es lo que Alma tiene en mente, pero no termino de creerlo.

—De acuerdo —responde él con la voz temblorosa.

Está completamente bloqueado. Lo noto. Sus músculos están rígidos y se le ha tensado la mandíbula.

—Kazuhiro Takayasu es como mi hermano y espero que no te quepa ninguna duda al respecto. Como ya sabes, ocupa un cargo con mucha influencia y poder... Y me debe unos cuantos favores personales.

Entonces Alma me mira y me guiña un ojo.

—Sabes tan bien como yo, Álvaro, que no quieres a tu hija ni a Beatriz. Lo que sientes por ella es puro egocentrismo hacia tu persona, una cuestión de cojones como lo llamáis vosotros.

Trago saliva. Álvaro no responde, parece encontrarse sumido en una catarsis momentánea.

—Así que no te mereces tenerlas cerca. Ni a la madre, ni a la hija. Con esto quiero decir que, como me llegue a enterar, que lo haré, de que perturbas la vida y tranquilidad de Beatriz y de su hija, yo me encargaré de arruinarte la vida profesional en menos que canta un gallo. No tengo más que hacer una llamada para que nadie esté dispuesto a contratarte por los siglos de los siglos. Entiendes, ¿no? Pero, si haces tu trabajo y desapareces de sus vidas, quizá alguien te ofrezca un puesto que no puedas rechazar. Así que tú decides.

—Sí... —profiere él con verdadera dificultad.

—Y ahora lárgate de aquí. Espero, por tu bien, no volver a verte nunca más —dice ella muy seria.

Álvaro, con la cabeza baja y sin atreverse a mirar nada que no sea el suelo, abandona la sala de reuniones de neurología y cierra la puerta tras de sí.

—No te preocupes, Bea. A este tío lo único que le importa es su ego que se apoya en el trabajo que tiene y en el dinero que gana.

Miro a Alma, sin saber qué decir. Quizá sea demasiado pronto para cantar victoria.

—No confío en él —digo—. Es muy orgulloso y puede que ahora esté resentido. Dios mío...

Pero ella me sonríe. Me toca el brazo y niega con la cabeza.

—Beatriz, se acabó tu pesadilla.

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tatatachán!!!! 

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