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No he vuelto a saber nada de Raúl desde ayer. Eso es una de las cosas que llevan atormentando mi cabeza todo el día y hacen que no me pueda concentrar. He tenido que explorar tres veces al mismo paciente para asegurarme de que no se me olvidaba nada. Y luego, cuando he ido a escribir el evolutivo, me he dado cuenta de que me faltaban puntos por preguntar y he tenido que volver a la habitación. Y así ha sido mi día. Metedura de pata tras metedura de pata. Olvidos gordos y pequeños. Incluso he dejado el busca en el control de enfermería de la tercera planta y he estado una hora entera buscándolo porque no recordaba qué había hecho con el maldito teléfono.

Al fin, a las dos y media, voy al despacho de neuro y me desplomo en la silla, frente a uno de los ordenadores.

—Oh, los informes... —susurro, recordando que tengo que entregar dos partes de alta que aún no he redactado.

Me pongo a ello y como viene siendo costumbre esta mañana, voy lenta y torpe. Cada cinco minutos me tengo que detener para espantar de mi cabeza a Álvaro y a Raúl, lo que me dificulta muchísimo centrarme y saber qué demonios estoy escribiendo.

Media hora más tarde entra Alma y se me queda mirando.

—Bea, estás temblando —señala ella.

Entonces miro mis manos y por primera vez me doy cuenta de que, efectivamente, parece que tengo tiritona. Pero sin frío.

—Es ansiedad, no te preocupes... Se me pasará —digo tratando de quitarle hierro al asunto.

Pero también me tiembla la voz.

Se sienta a mi lado y me mira aún más fijamente. Tanto que me obliga a dejar de teclear y a mirarla a ella.

—Me han dicho que has perdido el busca —dice con preocupación—. Sé que no es propio de ti. ¿Le ha ocurrido algo a tu niña? ¿Te encuentras bien? ¿El viaje a Asturias bien?

Me quedo callada. No sé qué contestar. Aunque podría considerarme casi amiga de Alma (a pesar de que sea mi superior), realmente no tengo ganas de contarle todo. Así que opto por la respuesta fácil.

—Sí, está todo bien. Es sólo que hoy estoy más estresada de lo normal... Supongo que son días malos —digo.

Alma enarca una ceja y sonríe tenuemente.

—Ya, son días malos —dice ella—. Trae, deja que haga yo los informes de alta. Creo que necesitas descansar... ¿Por qué no te vas a casa?

Frunzo el entrecejo y niego con la cabeza.

—No, ni hablar. Ya estaba acabando —miento.

De hecho, sólo llevo escritos dos párrafos del primero. Pero es mi trabajo y quiero hacerlo yo. Los problemas personales estarán ahí toda la vida y no puedo dejar que me incapaciten para trabajar.

Entonces Alma se levanta de su silla y se acerca a mí.

—Levanta de ahí y vete a casa. Es una orden.

Cuando Alma quiere puede ser muy contundente y eso hace que instantáneamente mi cuerpo se incorpore y obedezca.

—Gracias, Alma —susurro mientras me quito la bata.

—No tienes que contármelo si no quieres, pero me gustaría que supieras que, si tienes algún problema en el que yo pueda ayudarte, aquí estoy —me dice seria.

La miro y asiento con la cabeza.

—Gracias, otra vez —le digo.

—Ahora vete y descansa.

¿Cómo hubiese sido si...? /Cristina González 2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora