¿Cómo hubiese sido si...? /Cr...

By aleianwow

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Autora: Cristina González Ilustrador: Alexia Jorques Beatriz adora a su hija de tres años. Beatriz está solte... More

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Epílogo
INFORMACIÓN IMPORTANTE
YA EN KINDLE Y EN PAPEL!!!

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By aleianwow


—Este es papá, Rocío —le digo a mi hija mientras Álvaro la observa con indecisión.

Ella está de pie, a mi lado y mira a su padre casi con miedo. Álvaro es muy alto y está muy serio, supongo que pensará Rocío. Y la nena es tan pequeña... Supongo que él debe de ser como un gigante a sus ojos. Un gigante poco amigable.

Por fin él decide agacharse hasta la altura de su hija de casi tres años (los cumple ya el mes que viene) y le dedica una sonrisa que a mí se me antoja muy falsa (como todo él, que me parece la falsedad hecha ser humano).

—Hola, peque. Me alegro de conocerte —saluda él.

Pero ella no responde. En su lugar, se abraza a mi pierna y me mira acongojada. Supongo que en su cabecita de muñeca sólo se estará preguntando quién es este señor tan grande y qué quiere y por qué mami lo ha llamado papá.

Sobre todo porque para ella papá es Raúl. Aunque le digas que no, le da igual. Sigue llamándolo papi.

—Vamos al salón. Están mi madre y mi mejor amiga, si no te importa.

Él me mira y se encoge de hombros. Entramos en el salón.

En el sofá se sienta a mi lado y mi madre y Ada se encuentran cada en una en un sillón. La situación es muy incómoda y muy tensa. Rocío está en la alfombra y juega con sus construcciones, ajena a todo lo que ocurre a su alrededor, a pesar de que ella es el centro de la conversación.

—¿Entonces quieres que establezcamos un régimen de visitas? —le pregunto.

—Tendría que pensarlo, Beatriz. Esto ha sido también muy repentino para mí y no tengo experiencia ni capacidad para cuidar de una niña pequeña.

—No voy a ser yo quien te obligue a pasar tiempo con tu hija, Álvaro. Tienes derecho, si quieres. Si no quieres, tú te lo pierdes. Ella irá creciendo y algún día preguntará por ti —le hago ver.

—Lo sé —dice él—. Aunque podría probar a pasar una temporada con ella. ¿Querrías que viviese seis meses contigo y seis meses conmigo?

Mi madre y Ada me miran preocupadas. A mí se me acelera el corazón y me tiemblan las manos. Miro a la niña y me imagino cómo sería pasar seis meses sin ella. No, no puedo imaginarlo. Sería como arrancar un pedacito de mí misma.

—No, eso no. Yo prefiero que viva conmigo... A ser posible —digo con la voz temblorosa.

Mal hecho, no debería haberle dejado ver mi debilidad. De pronto percibo una sonrisa oculta en su rostro perfecto y me asusto.

—De acuerdo, Beatriz. También creo que sería justo que te pagase una pensión por ella o al menos contribuir a sus gastos de educación, ropa y comida —dice despacio.

Asiento.

—Me parece bien. Supongo que la cantidad la tendrá que valorar un juez o algo así... —añado, hecha un flan.

—Podríais llegar vosotros al acuerdo que queráis —interviene Ada—. Si no hubiese acuerdo, sí se debería consultar al juez.

La conversación continúa así durante unos minutos más y al final Álvaro y yo nos levantamos, intercambiamos nuestros números de teléfono y yo le acompaño a la puerta. Sé que Raúl está en la cocina, atento a todo lo que se dice. Eso me tranquiliza.

—Bea... —susurra Álvaro en voz baja.

Ahora estamos solos en el recibidor. Todavía no he abierto la puerta. Él se está poniendo su americana y me mira fijamente. Siento una punzada en el estómago. Una punzada de recuerdos agridulces. Recuerdo que una vez estuve enamorada de él. Hubo una época en la que me despertaba pensando en Álvaro y me acostaba después de decirle buenas noches por teléfono. Y ahora...

Qué triste es haber vivido cosas tan intensas y bonitas con alguien para que después la relación explote en mil pedazos y sólo queden restos que bien podrían servir de alimento a los buitres.

—Sí, dime —respondo.

—Me da mucha pena todo esto —dice acercándose un poco a mi cara.

Se me llenan los ojos de lágrimas.

—A mí también —cometo el error de admitir en voz alta.

—Estamos a tiempo de arreglarlo. ¿No te gustaría? Quiero esforzarme. Sé que fui un capullo, que te falté al respeto, que te puse los cuernos... Sé que no te merezco. Y por eso entiendo que no me dijeras que tengo una hija contigo. Pero por esto mismo creo que deberíamos darnos otra oportunidad.

Niego con la cabeza y me alejo de él un paso.

—Tú me fuiste infiel y yo te he mentido y te he ocultado una de las cosas más importantes de tu vida. Nuestra relación está herida de muerte... Bueno, está muerta, más bien. Y los muertos nunca vuelven del otro lado, Álvaro. Es mejor dejarlos reposar.

Su gesto se deforma. Conozco esa cara. Es rabia. Frustración mal encauzada. Enfado. Se ha cabreado porque le he dicho que no. Él ha venido con su discurso de palabras bonitas bien ensayado, pensando que estaría desesperada por volver a echarme en sus brazos. Se ha puesto sensible, me ha mirado como un corderito y encima huele a su colonia favorita. Y su plan ha fallado. Así que está enrabietado, como era de esperar de él. Aprieto la mandíbula porque sé que lo que viene no es agradable.

—Siempre tienes que salirte con la tuya, Beatriz. ¿Por qué no piensas un poco? Tu hija, mí hija, nos necesita. A los dos. Yo te necesito, Bea. Y tú me necesitas. ¿Quién te va a querer siendo madre soltera? ¿Quién os va a querer a las dos juntas? No lo entiendes. Eres una cabezota.

Me tenso entera y suplico para mis adentros que no salga Raúl de la cocina y haga cualquier cosa de la que luego pueda arrepentirse.

—Prefiero estar sola que mal acompañada, Álvaro —digo tragándome las ganas de pegarle una bofetada.

—Tú sí que no cambias —dice con un matiz de odio en la voz.

—Tú tampoco —respondo y abro la puerta.

—Mañana en el hospital hablamos —dice antes de desaparecer bajando por las escaleras.

Cierro la puerta y echo una vuelta de llave. Al girarme veo a Raúl frente a mí. Está serio pero me mira con cariño. Se acerca y abraza. Yo me refugio en su pecho y en su olor. Sus brazos me recogen y me siento protegida.

—No ha cambiado nada —susurro—. Aunque no entiendo por qué quiere que vuelva con él. No tiene sentido.

Raúl me acaricia la espalda con uno de sus dedos, una parte de mis músculos se relaja y yo puedo respirar algo mejor.

—Sí tiene sentido, Bea. Es un niño malcriado, quiere lo que no puede tener y no valora lo que tiene hasta que lo pierde. Y ahora está sólo y asustado porque debe ser que no ha encontrado a ninguna otra que sea capaz de aguantarle.

Me saca una sonrisa tenue y lo agradezco. Me separo un poco y lo miro a los ojos. No me merezco un hombre así. Es bueno. Buena persona. A fin de cuentas es lo que toda mujer en primer lugar debería exigir de un hombre: que sea buena persona, aunque curiosamente, no es tan fácil de encontrar.

Volvemos al salón, con mi madre y Ada. Ambas me dan su opinión sobre el tema: creen que Álvaro quiere tantear mis límites antes de decidir nada.

Les cuento la conversación que he tenido con él antes de que se marchara y Ada me ha mirado con mucha preocupación.

—Ten cuidado, Bea. Procura alejarte de él. Es más, no hables con él si no es con alguien delante. Creo que se siente como una rata acorralada. Quiere volver contigo o hundirte.

Mi amiga y yo nos miramos compungidas.

—Tranquila, cariño. No vamos a permitir que el señor pongotetasquitotetas te haga daño —me dice mi madre.

***

Raúl se queda a dormir. Ha traído a Tony a casa, para que no pase tanto tiempo solo en su piso. Al principio mi madre ha mirado al perro con cierto recelo, pero después, cuando Tony se ha puesto panza arriba un par de veces para que ella lo acariciara, todos sus reparos han desaparecido y no ha hecho más que darle trozos de pan a escondidas de su dueño.

Ahora está tumbado a los pies de la cama mientras Raúl me abraza y me besa el cuello con mimo. Sin embargo yo tengo la cabeza lejos. Pienso y pienso. No puedo dejar de ver a Álvaro en mi mente. Mi imaginación, que es odiosa, empieza a recrear situaciones desagradables en las que Rocío no está en casa porque se ha ido a vivir con su padre o en que Álvaro decide denunciarme por haberle ocultado a la niña durante tanto tiempo. O lo que es peor, mi imaginación me hace plantearme como sería si yo aceptara la propuesta de Álvaro de volver con él. ¿Viviríamos los tres en la misma casa? Él, Rocío y yo. ¿Me volvería a tratar tan mal como lo hizo? ¿Y a la niña? Seguro que la ignoraría.

Me revuelvo en la cama.

—¿Estás bien? —me pregunta Raúl.

Me giro y le beso la punta de la nariz.

—No. No puedo dormir. Voy a levantarme. Tú descansa —le digo tajante.

Necesito estar sola y seguir pensando. Hasta que me agote. Camino hacia el salón y me siento en el sofá. Intento respirar despacio y hondo, pero no lo consigo.

Cierro los ojos y dejo que mi espalda se apoye en el respaldo. Escucho dar las horas al reloj de la cocina: la una, las dos, las tres, las cuatro... Una tras otra. Sesenta minutos que pasan cada sesenta minutos. Al fin llegan las siete y suena el despertador. Yo aún estoy despierta. 

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