¿Cómo hubiese sido si...? /Cr...

By aleianwow

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Autora: Cristina González Ilustrador: Alexia Jorques Beatriz adora a su hija de tres años. Beatriz está solte... More

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Epílogo
INFORMACIÓN IMPORTANTE
YA EN KINDLE Y EN PAPEL!!!

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By aleianwow

Miro con pena el paisaje, porque nos vamos. Intento grabar en mis retinas el verde de los prados y las magníficas vistas de las que aún podemos disfrutar en este tramo de carretera que discurre entre montañas. Rocío se ha dormido nada más empezar el viaje de vuelta y Tony lleva la lengua fuera y parece estar observando los montes a través de los blancos mechones rizados que le cubren los ojos.

—Lo he pasado muy bien —digo en voz baja para no despertar a la nena.

Raúl sonríe. No puede mirarme porque está conduciendo.

—Siempre podemos volver —me responde—. Cuando tú quieras y a mí me den vacaciones.

También sonrío.

Los viajes de regreso siempre se me hacen pesados. Será culpa de mi subconsciente, que sabe que a la vuelta me espera de nuevo el trabajo, el día a día... El estrés. Y las decisiones difíciles. Hacemos dos paradas en el camino que nos sirven para comer algo, ir al baño y para que Tony haga pis fuera del coche.

Por fin pasamos frente al cartel rojo lleno de estrellas que da la bienvenida a la Comunidad de Madrid. Cuanto más nos acercamos a la capital, más tráfico se acumula y más resopla Raúl, que ya va cansado de conducir durante todo el viaje.

Yo llevo tanto tiempo sin coger el coche que cuando pueda volver a hacerlo voy a tener que tomar clases de recuerdo en la autoescuela.

Y llegamos. Se me hace raro ver mi edificio, mi portal y mi barrio. Me siento como si me acabara de despertar de un maravilloso sueño de cuatro días cuando Raúl apaga el motor y me mira con intensidad.

—Ha estado muy bien —dice.

—Sí, ojalá podamos repetir algún día.

Me acaricia la mejilla con uno de sus dedos y me sonríe. No me canso de observar sus ojos. Ahora parecen más verdosos que marrones, supongo que por la luz. Aunque lo cierto es que no encuentro ninguna explicación al por qué unas veces son más oscuros y otras me parecen más claros.

—Te quiero, Bea —dice.

—Y yo a ti —respondo.

Nos damos un beso corto y nos bajamos del coche. Rocío aún duerme, así que aprovecho para descargar nuestra maleta y su carrito (que no lo hemos utilizado al final, aunque me siento aún incapaz de prescindir de él). Raúl se queda en el coche con la nena y yo subo las cosas en el ascensor, las dejo en casa, en el hall y vuelvo a bajar. Me encuentro a Raúl con mi hija en brazos explicándole algo sobre su perro.

—Tony sólo puede comer comida de perros, Roci —le dice—. Si le damos papilla, le gustaría tanto que te dejaría a ti sin comida —exclama él.

Ella abre la boca y lanza un grito de sorpresa.

Peo yo quieo mi comida —responde mi hija casi indignada.

Sonrío ante la escena. Me acerco a ellos y le doy un beso en la boca a mi novio. Me mira dulcemente y mi hija me lanza los brazos para que la coja.

—Adiós papi —le dice a Raúl.

Los últimos días intenté explicarle que Raúl era Raúl y que no tenía que llamarlo papi, porque no era su papá... Pero entonces ella me pregunto que quién era y dejé de insistir. Quizá aún sea demasiado pequeña para explicarle ciertas cosas.

—Adiós princesa —se despide él.

Tan sólo estamos a unos pasos del portal. Camino hacia él y saco la llave de mi bolsillo mientras con el otro brazo sostengo a mi hija, que se adhiere a mi tronco como un verdadero koala.

Entonces sucede algo del todo inoportuno. Tal vez debí verlo venir.

—Beatriz.

Esa voz.

Giro mi cabeza y choco con una mirada de sobra conocida, pero que ya había aprendido a no echar de menos.

Álvaro. Miro hacia ambos lados, ¿de dónde ha salido? No puedo responder. Estoy temblando y no sé si esconder a Rocío para que no la pueda ver.

Pero ¿qué digo? Ya la está mirando. Y luego a mí.

—Mami —me dice ella.

Mal momento para llamarme así.

Álvaro la señala con el dedo y pregunta con el tono endurecido:

—¿Es nuestra?

¿Cómo no iba a darse cuenta? Mi hija es un calco de su padre. Preciosa, la adoro, pero físicamente muy parecida a él. Los ojos rasgados, la boca fina, la nariz achatada...

—Sí —respondo.

Estoy aterrada ante su reacción, pienso que de un momento a otro se va a poner a gritar, pero entonces me sorprende. Su rostro cambia hacia la tristeza y me mira con... ¿arrepentimiento?

—¿Tan mal lo hice para que no me hayas avisado de que... Tengo una hija?

Me brotan las lágrimas, pero contengo el llanto. Él tiene los ojos empañados. No sé si es verdad o cuento. Hace mucho que perdí la confianza en él y dudo de que sea una persona capaz de albergar sentimientos sinceros hacia alguien.

Se acerca y le extiende un dedo a Rocío, quien se lo agarra, curiosa y le sonríe. Ese pequeño gesto me destroza por dentro y me hace sentir el ser más ruin sobre la Tierra.

—¡Bea! –grita Raúl.

Se ha bajado del coche y viene hacia nosotros. Entonces pienso que ya nada puede ir peor.

—¿Todo bien? —me pregunta cuando ya está a mi lado.

—Sí —digo con la voz rota—. Te... Te presento a Álvaro.

Álvaro le extiende la mano pero Raúl no corresponde el gesto.

—¿Te está molestando? —me pregunta.

No recuerdo haber vivido antes una situación tan tensa así que no sé cómo manejarme en ella. ¿Cómo se navega entre dos tsunamis a punto de arrasar una isla?

—No, tranquilo.

Él asiente y me coge a Rocío de los brazos. Me mira y entiendo. Le doy las llaves.

—Te espero arriba en cinco minutos. Si no has subido bajo a buscarte —me dice, pero lo está mirando a él.

Álvaro le devuelve la mirada con la misma mala leche. Afortunadamente, Raúl desaparece tras la puerta del portal y nos quedamos solos.

Ante mi sorpresa, Álvaro se arrodilla a mis pies y me coge las manos.

—Perdóname, Beatriz —dice.

Incrédula, veo lágrimas que se escapan de sus ojos.

—Levántate, Álvaro. No hagas esto aquí, por favor —le pido con toda la amabilidad con la que soy capaz.

Gracias a Dios, hace caso y se incorpora. Entonces se acerca mucho a mí.

—Tenemos que hablar... Yo... Te echo mucho de menos... No puedo estar sin ti... Lo he pensado mucho y... Y ahora... La niña —termina por decir.

Nuestros labios están muy cerca y tengo miedo de que intente besarme en un impulso.

—Sí, tenemos que hablar, estoy de acuerdo. Siempre que quieras saber algo de tu hija, claro. Porque conmigo ya llegas tarde, Álvaro.

Él niega con la cabeza.

—No te precipites, Beatriz. Quizá podamos empezar de nuevo. He vuelto a España definitivamente... Podríamos formar una familia, los tres.

Me asaltan unas terribles ganas de vomitar y de pegarle un puñetazo en la nariz. Recuerdo, como si fuera ayer, a aquella rubia a la que besaba. Recuerdo, también como si fuera ayer, cada una de sus broncas y sus reproches. Y su maldita frase: "no quiero pasar mi vida con una epiléptica".

—No va a ser posible, de ninguna manera. Lo único de lo que podemos hablar es de nuestra hija, que se llama Rocío, para tu información.

—Vale, entiendo que estás sorprendida, que no te esperabas que viniera. Quise avisarte pero te has cambiado de número...

—Si quieres hablar, ven mañana por la tarde aquí y sube a tomar café. Estarán mi madre y mi amiga Ada —digo fingiendo aplomo.

Él asiente. Entonces me abraza y me pilla tan desprevenida que me quedo quieta sin reaccionar hasta que me da un beso en la coronilla y después se aparta.

—Mañana a las seis estaré aquí.

Se da media vuelta y empieza a caminar.

De pronto se abre la puerta del portal y sale Raúl.

—Vamos a casa, Bea —me dice.

Me coge de la mano y me hace volver en mí. En el ascensor permanezco callada con la mirada perdida en algún punto del suelo. Él me acaricia el pelo y me dice algo, pero no lo oigo. Entramos en casa y veo a Rocío jugando sobre la alfombra del salón con unas construcciones de Megablocks.

—Tú madre aún no ha llegado —me informa.

Asiento sin mucho interés y voy directa a sentarme al lado de mi hija. Le ayudo a colocar las piezas, una encima de otra mientras la miro y pienso en cómo la trataría su padre si viviera con él. Y no me gusta lo que imagino.

Entonces Raúl se sienta a mi lado y me coge de ambas manos, interrumpiendo mi discurso mental y mi devaneo con las construcciones de la niña.

—Mírame, Bea —me dice serio—. ¿Estás bien?

Le miro a los ojos y trago saliva.

—No —respondo—. Verás... Hay algo que te tengo que decir.

—Dímelo, tranquila. Puedes contarme lo que sea.

—Puede que te enfades. Y no te faltarían motivos —digo en voz baja.

—Dame una oportunidad —me anima él.

No soy capaz de mirarlo a los ojos.

—Álvaro no sabía nada de Rocío hasta hoy.

Escucho su respiración, se agita. Entonces alarga su mano hasta mi mentón y me obliga a elevar la mirada hacia él.

—¿Quieres decir que él no sabía que tenía una hija de casi tres años? ¿No le dijiste nada cuando descubriste el embarazo? —pregunta.

—No —respondo.

—¿Por qué? —pregunta Raúl—. Sólo quiero entenderlo. Se trata de tu hija, Bea. Tiene derecho a tener un padre y a saber quién es, ¿no te parece?

Me está mirando fijamente. Me siento avergonzada.

—Porque tenía miedo de que quisiera llevársela o apartarla de mi lado... Y al principio, también pensé que le daría igual... Que se desentendería del tema...

Se me escapa una lágrima. Pero Raúl aún me mira perplejo.

—Di algo, por favor —le suplico.

Estoy odiando su silencio.

—Me duele que no me lo dijeras antes. No entiendo por qué no me lo contaste.

—Creí que no lo entenderías.

—Te equivocas, Bea... Lo entiendo. Tal vez no lo comparta, pero lo comprendo, él te trató mal, te fue infiel y tú no querías compartir con él a tu hija. Lo entiendo. Lo que me decepciona es la mentira, es que me hayas dejado creer que él había decidido no hacerse cargo de la niña. Eso, Bea, es lo que me cabrea.

Ahora me suelta las manos. Se levanta.

—¿Dónde vas? —pregunto sobresaltada.

—A mi casa. Tony está en el coche y el coche está en doble fila —dice indiferente.

Y la puerta se cierra. Raúl se ha ido. Me dejo caer de nuevo en la alfombra, al lado de Rocío. Y vuelvo a colocar las piezas, una encima de otra. Lo hago de manera repetitiva, sin pensar. Porque pensar me da miedo.

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Y el siguiente!!! 

Cortito, pero intenso jejejej 

besos!!

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