Lian's Story

Galing kay LillyDiaz18

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(Basada en la película de Disney, The Lion King) "Supongo que esta es la parte donde escribo un mon... Higit pa

Dedicatoria
Prólogo
Prefacio
Capítulo 1:Kopa
Capítulo 2: El cañón
Capítulo 3: Ser valiente
Capítulo 4: Familia
Capítulo 5: Despedida
Capítulo 6: Duo
Capítulo 7: El árbol y el rayo
Capítulo 8: Destierro
Capítulo 9: La noche más larga
Capítulo 10: Forastera
Capítulo 11: Noche de estrellas
Capítulo 12: Club de solitarios
Capítulo 13: El león de melena negra
Capítulo 14: Recuerdos
Capítulo 15: Camino de vuelta
Capítulo 16: Recién llegado
Capítulo 17: Cementerio
Capítulo 18: Kiara y Kion
Capítulo 19: La vida en el reino
Capítulo 20: Algo nuevo
Capítulo 21: In-comodidad
Capítulo 22: Praderas
Capítulo 23: Un diente, un árbol y un cocodrilo
Capítulo 24: Caras viejas, caras nuevas
Capítulo 25: Niñera
Capítulo 26: Flores de baobab
Capítulo 28: Buscar y Encontrar
Capítulo 29: Ley del hielo
Capítulo 30: Visitas
Capítulo 31: La charla sobre la piedra
Capítulo 32. El viaje de Mheetu
Capítulo 33: Inquebrantable
Capítulo 34: Ojos marrones
Capítulo 35: La cacería de búfalos
Capítulo 36: Confusión
Capítulo 37: Puntos suspensivos
Capítulo 38: Dejar ir
Capítulo 39: Tocar fondo
Capítulo 40: La selva y la bala
Capítulo 41: El acantilado y el rio
Epílogo: Nunca dicen adiós
Curiosidades
Galería de "Fan Arts"
Preguntas y Respuestas
Agradecimientos
Nominada (No es un capítulo)
Tag del Fanfic (no es capítulo)
😁 Nominación 😁
Otra nominación (para más views)
ESTRENO: Lian's Story 2

Capítulo 27: La Guardia del León

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Galing kay LillyDiaz18

    Se escuchó un rugido desconocido en la distancia que me puso alerta, y maldije internamente al idiota que se le ocurría rugir justo ahora.

Levanté la cabeza y la giré a mi derecha.

Mamá dormía a la sombra de una acacia, arrullada por el aire fresco y el canto de las aves. Se había recostado sobre la piedra donde antaño solía platicar durante horas con Sarafina, en la parte trasera de la Roca del Rey. Era un alivio verla así después de todo lo que había sufrido durante el último mes, después de Kupatana. Y un alivio también descubrir que aquel rugido no la había despertado.

El cansancio y los dolores de cabeza fueron el principio. A medida que los días pasaban empezó a presentar otros males. Se quejaba de dolores en los músculos de las patas, mareos, cansancio y a veces incluso náuseas. Las noches se habían convertido en una tortura para ella. Decía sentirse inflamada, le dolía el vientre y no podía encontrar una postura cómoda para descansar.

Me dolía verla así. Ella siempre se presentaba tan fuerte y elegante.

Los primeros días se había reusado a pedir ayuda. Pero a medida que el tiempo pasaba y sus malestares aumentaban no le quedó de otra. Entonces Simba y yo fuimos en busca de Rafiki quien, después de analizarla sin mucho éxito, le aconsejó comer los frutos de los árboles de masala.

Tanto mamá como yo odiábamos esos frutos. Ella porque el comerlos le era una experiencia terrible: tenían un sabor agridulce que poco le agradaba y su pulpa estaba repleta de docenas de semillas cafés tan duras que no me extrañaría si alguien se rompiese un diente al intentar masticarlas. Yo porque salir a buscarlas era todavía peor que comerlas: los árboles de masala eran el hogar de varios grupos de monos. Cada vez que nos acercábamos empezaba una riña que podía prolongarse horas solo para conseguir un par de frutos. Por si fuera poco, los árboles eran bastante altos y de ramas delgadas. La fruta crecía en los extremos de estas, y era imposible alcanzarlos sin romper alguna de ellas, cosa que enfurecía a los monos.

Después de las primeras dos semanas decidí que ya habíamos tenido suficiente y tomé cartas en el asunto.

Con ayuda de Bunga, Kion y Kiara, descubrimos que los monos se iban a dormir tan pronto como el sol desaparecía del horizonte. Una vez entrados en su descanso, podíamos acercarnos a los árboles. Haciendo el menor ruido posible, enviábamos a Bunga a cortar los frutos. A veces, cuando los árboles eran lo suficientemente fuertes, Kion lo acompañaba. Kiara y yo nos dábamos a la tarea de atrapar todos los frutos que los niños cortaban para que no hicieran ruido al caer. A veces, Zuna o alguna otra de las leonas nos acompañaban y podíamos llevar más frutos a casa. Pero todo el esfuerzo valía la pena: desde que mamá comía los frutos, sus dolencias habían aminorado.

Mamá acababa de terminarse el penúltimo fruto de nuestro último atraco, lo que significaba que ese día solo comería dos de los tres frutos recomendados por el simio. Tendríamos que ir por más esa misma noche.

Estiré mis patas y lancé un bostezo. Aún era tan temprano.

Simba había despertado antes para llevar a Kiara a ver el amanecer, como era tradición en la familia. Este ritual marcaba el inicio del entrenamiento para el futuro gobernante de Las Praderas, y en el caso de las leonas, el inicio de su entrenamiento como cazadoras, así que era un día importante para todos. Mamá había querido despertar también para presenciar ese momento, pero las náuseas volvieron a aquejarla. Y por eso estábamos ahí, solo ella y yo, recibiendo aire fresco del exterior en espera de que se sintiera mejor.

Me puse de pie y me acerqué a ella. Tomé con entre mis dientes la dura cáscara de la fruta, que se había quedado entre las manos de mi madre, y la coloqué lejos de ella. No quería que cayera y el ruido la despertara.

La observé. No recordaba mucho de cómo lucía ella cuando yo era cachorra, pero estaba segura que había cambiado ya bastante desde entonces. El pelaje en torno a su hocico y su nariz empezaba a tornare blanco, y unas pequeñas marcas de expresión habían parecido debajo de sus ojos. Si bien su esencia y actitud seguían siendo las mismas, su cuerpo definitivamente estaba sufriendo los efectos del paso del tiempo. Igual que Sarafina. Igual que mis tías.

— ¿Cómo está? — reconocí la voz de la madre de Nala.

No la había escuchado acercarse, cosa que me hizo pegar un brinco en mi lugar antes de que mis ojos se posaran sobre ella. Definitivamente empezaba a lucir como mi madre.

— Se comió la fruta y se quedó dormida — respondí en voz baja.

— Eso es bueno, hay que dejar que descanse un poco — la leona se tumbó bajo la sombra del árbol, a un lado de mamá.

— Espero que se sienta mejor para la hora de la comida. ¿Las cazadoras ya han regresado?

— No aún. Llevaron a Kiara y a Tiifu con ellas, creo que también invitaron a Zuri. Van a tardar en regresar.

— ¿Tiifu no es aún algo joven para empezar sus clases?

— Más de lo normal — asintió la leona. — Pero es bastante ágil. Y Zuna nunca terminó su entrenamiento. Será una experiencia madre-hija.

— Ya lo creo. ¿Podrías quedarte con mamá un momento? Tengo que buscar a Kion y a Bunga para que me acompañen. Los frutos ya se terminaron y quiero ver si tenemos oportunidad de ir por algunos más temprano.

— Adelante, yo la cuidaré — me sonrió.

Di la vuelta y caminé hasta el sendero de tierra que conducía hasta la sabana. Era la ruta larga, pero si iba a busca a mi sobrino y a ese tejón, de nada me servía buscar en la guarida. Troté cuesta abajo hasta llegar al final del camino. Una vez en tierra, seguí caminando para rodear la Roca del Rey hasta que divisé el extremo de la plataforma frontal. Empezaba a preguntarme dónde se habrían metido esos cachorros cuando un pequeño cuerpo dorado pasó a toda velocidad frente a mi, a pocos centímetros de golpear conmigo. Cuando se detuvo, reconocí a Kion. Me miró con los ojillos brillantes de emoción y una sonrisa de oreja a oreja.

— ¡Lian! ¡¿Adivina qué?! — me dijo. — ¡Soy el nuevo líder de la Guardia del León!

¿La Guardia de...

— ¿Qué? ¿Qué es eso?

— Papá acaba de explicarme — dijo, moviendo ligeramente la cabeza de arriba abajo, como hacía siempre que algo le emocionaba. — Tengo que buscar al más valiente, el más fuerte, el más rápido y al de la mejor vista de Las Praderas.

— ¡Rápido, Kion! No perdamos tiempo — Bunga apareció corriendo desde la misma dirección en la que venía mi sobrino.

— ¡Adiós, Lian! Te veremos luego — se despidió el cachorro para luego salir disparado detrás de Bunga.

¿Y eso qué fue?

Ni siquiera me dio tiempo de decirles sobre los frutos.

— Creí que estabas con mamá — escuché la voz de Simba.

Miré por encima de mi hombro. Rafiki y mi hermano estaba detrás de mí. ¿De dónde estaban apareciendo todos?

— Se quedó dormida. Sarafina está con ella.

— Iré a verla entonces — dijo el babuino, caminando por donde yo había llegado.

— Gracias, Rafiki — asintió Simba, y luego regresó su atención a mí.

— Vine a buscar a tu hijo y a Bunga para ir por más frutos, pero se fueron. Kion parecía muy emocionado. Dijo algo sobre una Guardia...

— La Guardia del León — repitió mi hermano.

— Dijo que tú le hablaste sobre eso. ¿Qué es?

— Si hubieras llegado dos minutos antes, hubieras llegado a tiempo para la explicación.

Arqueé una ceja. Él empezó a caminar hacia el frente de la Roca del Rey.

— Bueno, hace tiempo que estaba pensando qué sería de Kion — dijo él. — Kiara tomará mi lugar cuando sea mayor, pero Kion no tenía nada. Y... quiero evitar que ocurra otro problema como el de papá y Scar.

— Hablas como si todos los hermanos menores fuéramos un problema.

— Tú lo eres — fruncí el ceño e hice un falso puchero. — Ya, deja de verme así. ¿Qué edad tienes? ¿Cinco años?

— Cuatro — sonreí.

— Ya, hablando en serio — repuso, recobrando la compostura. — En nuestra familia parece ser común este tipo de enfrentamientos. Primero fueron Abasi y Kumau, y luego Mufasa y Taka. Solo quiero prevenir un desastre.

— Kion es tu hijo, ¿cómo puedes pensar eso de él?

— El rey Kibo nunca hubiera sospechado que Kumau pelearía contra Abasi, ni Ahadi de lo que haría Scar poco después. Además, la Guardia del León no es nada nuevo.

— ¿Ah, no? — arrugué el entrecejo. — ¿Y por qué yo nunca oí hablar de ella?

— Yo tampoco — rio Simba, y se detuvo justo al llegar frente a los peldaños de piedra. — Fue algo que me dijo Rafiki poco después de que te perdieras.

— ¿Qué te dijo?

— Vaya, de verdad tienes cuatro años — se burló. — Dijo que desde tiempos del rey Tauhret existió un grupo de leones, una élite con los mejores individuos del reino. Tauhret no podía cuidar Las Praderas y atender las necesidades de los animales él solo, así que creó una patrulla que se encargara de los problemas cotidianos del reino. Cada rey tuvo su propia guardia... Taka fue el líder de la última, la que hubiera sido la Guardia del reinado de papá.

— ¿Quieres decir que yo hubiese tenido que comandar tu Guardia del León?

— Básicamente — se encogió de hombros. — Pero conoces la historia... fue una de las cosas que Scar se llevó entre las garras.

— Qué suerte, no imagino un grupo de leones liderados por mí.

— Yo tampoco — rio Simba. — Pero Kion tiene ahora la oportunidad de revivir la Guardia del León y servir a Kiara cuando llegue el momento.

— ¿Qué? ¿Crees que ella sola no pueda?

— Ni un poco — negó Simba. — Solo quiero hacerlo más fácil para todos. La noche que desapareciste... ni siquiera sabía por dónde empezar a buscar. Pasé todos esos días recorriendo el reino una y otra vez, solo quería una pista de tu paradero. Pero Las Praderas son tan grandes... y estaba solo. Rafiki mencionó entonces la Guardia. De haber tenido una, seguro te hubiésemos encontrado antes. ¿Cuántas cosas más podrían evitarse si la nueva reina cuenta con el apoyo de un escuadrón?

— Es un buen punto — agaché la mirada. — ¿Y Kion está listo?

— Bueno... hoy rugió por primera vez. Y hace tiempo que empezó a crecerle la melena. Sé que aún es joven, por eso la Guardia no entrará en funcionamiento hasta que tengan edad suficiente. Por ahora, se dedicarán a entrenar.

— Supongo que es lo mejor. Se ve tan emocionado.

— Tengo esperanzas en él — dijo orgulloso. — Y tú tienes frutas que recolectar.

Rodé los ojos.

— Podrías ayudarme, ¿sabes? Esos monos solo te respetan a ti.

— Me encantaría, pero tengo un grupo de hienas que mantener a raya. Nos vemos cuando Uzuri traiga el almuerzo — y trepó sobre las piedras en dirección a la base de la Roca.

*          *           *          *          *

Me detuve cuando llegué a la última piedra grande, cubriéndome detrás de ella. Asomé la cabeza lentamente por uno de los costados. Uno de los grupos de monos estaba ahí, entre las ramas de los árboles, comiendo de los frutos del masala. Eran demasiados, más de veinte individuos. Me sería imposible acercarme desde ese ángulo sin ser vista.

Estúpidos monos, están por todas partes.

Volteé en dirección a la Roca del Rey con deseos de volver. Pero enseguida comprendí que no tenía sentido. No había nadie ahí que pudiese ayudarme. Busqué con la mirada el manantial, apenas visible desde mi posición. Kion y Bunga se habían dirigido hacia allá... ¿qué posibilidades tenía de encontrarlos si regresaba? ¿Tardaría lo suficiente en regresar como para que los monos se hubiesen ido? ¿Y si en lugar de eso llegaban más?

Maldita sea, gruñí para mis adentros.

Volví a asomarme hacia los árboles. El grupo de monos no se había movido. Seguían masticando las gruesas cáscaras de los frutos y devorándolos ruidosamente. Algunos de ellos resbalaban de sus manos cuando los cortaban y caían directamente a la hierba, pero ni siquiera esos me permitirían tomar sin armar una disputa.

Me agazapé para ver el terreno desde otro ángulo. La tierra no era demasiado irregular. Tal vez, con algo de suerte, si corría hacia ellos y tomaba el fruto más cercano, y luego regresaba a toda velocidad, conseguiría salir ilesa y sin perder tiempo en riñas absurdas.

En ese momento escuché una risa familiar.

Miré hacia atrás y vi a Robert. Di un salto de emoción al reconocer su perfil y esa melena oscura que resaltaba entre el verde amarillento del pasto. Sin embargo, descubrí que no estaba solo. Efia y Gina caminaban junto a él, riendo a la par suya.

Fruncí el ceño, pero decidí que lo correcto era acercarme con tranquilidad. Después de todo, ninguna de ellas había sido grosera conmigo hasta el momento. Y a pesar de lo mucho que me desagradara la escena, realmente no tenía razones para mostrarme molesta. Además, Robert se llevaba bien con ellas. Y yo había estado muy ausente desde que mamá enfermó, teniendo poco tiempo libre para ir hasta la guarida y hablar aunque fuesen solo unos minutos con el león. Después tenía que volver a casa y atender a mi madre.

Aceleré el paso para darles alcance ya que, al parecer, ninguno me había visto. Me acerqué del lado más próximo a Robert ya que, para mi suerte, las dos leonas andaban una junto a la otra, ligeramente por delante del león. No dije nada, y mi único saludo fue un empujón con la cadera. El moreno giró la cabeza y sonrió al reconocerme.

— Vas a matarme de un susto si vuelves a hacer eso — dijo.

— ¿No me digas que no me oíste venir? — fingí sorpresa.

— No ¿Lo preguntas para hacerme alarde de tus habilidades como cazadora?

— Tal vez — sonreí.

Puso los ojos en blanco y esbozó una media sonrisa.

— ¿Cómo está Sarabi?

— Un poco mejor. Me enviaron a recolectar más frutos cuando los vi.

— ¿Y dónde están?

— Aún no voy por ellos.

Robert puso cara seria.

— ¿Qué? No pude acercarme, hay un grupo de monos que están comiendo ahí, y van a dejarme...

— Robert, ¿aún seguimos caminando en esta dirección? — interrumpió Efia.

— Sí, el lago está más adelante.

— ¿Van al lago? — pregunté.

— Gina dijo que sabía atrapar peces desde la orilla — asintió él. — Vamos a ver qué tal lo hace.

— ¡Ya te dije que es fácil! — dijo la otra. — Solo tenemos que buscar algo para atraerlos.

— ¿Y por qué no dijiste eso antes? Estamos a medio camino — refunfuñó el macho.

— Porque todo se consigue en el mismo lago, idiota — rio la leona.

Luego siguió hablando con su hermana de cosas que no me interesaban.

Lo que en verdad me sorprendió fue ver que Robert no respondiera a la ofensa y la dejara pasar como si no hubiese ocurrido nada. Cada vez que Oswald hacía un pequeño comentario sobre él se molestaba de sobremanera. Y Gina lo llamaba idiota sin recibir por lo menos un gruñido de su parte.

— ¿Saben que ahí hay cocodrilos? — le susurré a Robert.

— Yo no sabía — respondió, pero luego dio un pequeño salto hasta alcanzar a Gina. — ¿Y qué piensas usar? Ahí no hay nada.

— Tú cállate y observa — respondió la leona. — ¿O alguna vez has atrapado un pez?

— Eso no significa nada. He hecho otras cosas muchas veces, y no por eso me salen bien.

— Qué triste — dije, intentando desviar un poco el tema

— Entonces es una suerte que no seamos iguales — sonrió ella, ignorando mi comentario.

— Disculpa, olvidaba que tú eras la experta — puso los ojos en blanco.

— No te enojes, Robbie, solo está jugando — intervino Efia.

— No estoy enojado.

— Hablando de jugar — comenté. — ¿No creen que sería mejor hacerlo en otro lago? Le decía a Robert que...

— Entonces tranquilízate — me cortó Gina. — Sé lo que hago.

— Supongo que también sabes que hay cocodrilos — alcé la voz algunas octavas.

Las hembras se detuvieron en seco.

— ¿Cocodrilos? — repitió Efia, y se volvió para verme.

— ¿Ibas a llevarnos a un lago con cocodrilos? — inquirió Gina en un tono, a mi gusto, demasiado dramático.

No supe si estaba sobreactuando o lo decía en serio.

— No lo sabía — respondió el moreno.

— Pero si acabo de decírtelo — reclamé.

No me sorprendía. No era la primera vez que no prestaba atención cuando estábamos con esas dos. Quizá no hubiese saltado tanto a mi atención ese detalle de no ser porque el factor común en todas las ocasiones eran esas leonas. Y no me agradaba nada.

— ¿Y ahora qué? — preguntó Efia.

— Pueden ir a otro lago — propuse. — Hay una gran cantidad de fuentes de agua en todo el reino.

— Sí, vayamos a otro — aceptó Gina. — ¿Puedes mostrarnos por dónde, Lian? Ya que Robert quiere matarnos.

El aludido frunció las cejas.

— Si hubiera querido hacer eso, lo hubiese hecho hace mucho.

Lo hubieras hecho, sopesé en mi mente.

— No cazas ni una mosca, Rob — rio Efia.

— Pero no vamos a cazar. Vamos a pescar — respondió el león con sarcasmo.

— ¿Y crees que por eso va a cambiar algo?

Y sin que yo hubiese dicho aún a qué otro lago podían ir, las hermanas reanudaron su caminata. Robert fue tras de ellas, igual que hacía durante las últimas semanas.

Suspiré, algo molesta.

— Qué tengan suerte. Iré por la fruta de mamá.

— Adiós, Lian — respondió el macho con más brusquedad de la que esperaba de su parte.

Luego corrió a seguir su discusión con las leonas.

Me quedé de en mi sitio, observando cómo se comportaban a medida que se alejaban. Siempre resultaba tan interesante como triste ver a Robert intentar entrar en la plática de las hermanas, y la mayor parte de las veces, terminaba por hacer una escena como la que acababa de acontecer. No entendía bien porqué buscaba tas desesperadamente atención de parte de ambas cuando quedaba claro que ellas no querían dársela. Lo había visto varias veces a lo largo del último mes.

Di la vuelta, de regreso a mi objetivo inicial.

Pensé que no debía de culpar al león. Después de todo, él no hablaba con nadie en la manada. Palmira pasaba mucho tiempo con Ralph, y yo había estado ocupada en casa, apenas pudiendo verle durante unos pocos minutos al día. Sus opciones se reducían a las hermanas que él mismo había acogido.

A pesar de que entendía todo eso, seguía sintiéndome tan mal cada vez que los encontraba a los tres juntos. Así como habíamos sido alguna vez Palmira, él y yo. Y esa sensación solo crecía cuando notaba que se concentraba más en buscar agradarles a las leonas. Tal vez exageraba, pero no podía evitar sentirme... desplazada.

Regresé a observar a los monos con el ánimo más bajo que cuando la primera vez. Ellos habían satisfecho su hambre en mi ausencia, y mi complejo sentimiento de decepción y enojo, y quizá incluso algo de tristeza, me dio el valor suficiente para acercarme a los árboles de masala sin reparar mucho en sus habitantes.

Supongo que incluso los monos se percataron de mi humor porque no movieron ni un músculo. No hubo ni un solo ruido, ni una queja, ni una fruta lanzada como proyectil para asustarme. Solo muchas miradas curiosas que seguían mi caminar con atención.

Tomé un par de frutas, la cantidad que podía llevar en la boca, y me alejé del bosque con la misma calma con la que había entrado. Realicé mi camino de regreso con un monólogo interno sobre las razones por las que no debía creer que Gina y Efia podrían llegar a convertirse en reemplazos de mi y Palmira. Con mi negatividad de ese momento, no encontré muchas.

_________________________

Solo para aclarar un par de cosas:

- Sí, el rugido que Lian escucha al principio del capítulo es de Kion. Sin embargo, en mi versión, Kion no posee el Rugido de los Ancestros (porque soy de las que opina que ese tipo de detalles de la serie no quedan completamente con la esencia de las películas) así que era solo un rugido normal.

- Por cuestión de tiempos en el fic, Kion, Kiara y todos los demás cachorros son de una edad menor a la edad que tienen en la serie de TLG. Calculo que en la serie los personajes, haciendo una comparativo con los humanos, deben ser niños a punto de entrar en la adolescencia. Aquí tendrían al rededor de 8-10 años.

¿Saben? Me di cuenta que, a diferencia de mis otros fics, aquí nunca les hablo sobre las plantas/animales de las que escribo en la historia... no hablo de ningún dato extra, de hecho. Así que, para empezar a corregir eso, les traigo Información Que Cura pa' que se eduquen.

1. Árbol de Masala: 

2. Fruto del Masala:

Según Wikipedia,  el fruto del masala es liso, duro y verde, y cuando madura se torna amarillo. Adentro del fruto se encuentran semillas muy apretadas rodeadas de una cubierta carnosa y comestible (supongo que esta es la fruta que aparece durante la canción de "Upendi" en TLK2)

  Se trata de una planta alimenticia tradicional en África, un fruto poco conocido que tiene el potencial para mejorar la nutrición dada la gran cantidad de proteínas de su carne y suele ser usado como una fuente suplementaria de alimento. Rafiki le recomendó a Sarabi comerla por aportar una fuerte cantidad de vitaminas bajo la idea de que sus dolores podían ser producto de una descompensación debido a la edad.

Hasta aquí me reporte, Joaquín.

Nos leemos en el siguiente capítulo.

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