Lian's Story

By LillyDiaz18

16K 1.3K 443

(Basada en la película de Disney, The Lion King) "Supongo que esta es la parte donde escribo un mon... More

Dedicatoria
Prólogo
Prefacio
Capítulo 1:Kopa
Capítulo 2: El cañón
Capítulo 3: Ser valiente
Capítulo 4: Familia
Capítulo 5: Despedida
Capítulo 6: Duo
Capítulo 8: Destierro
Capítulo 9: La noche más larga
Capítulo 10: Forastera
Capítulo 11: Noche de estrellas
Capítulo 12: Club de solitarios
Capítulo 13: El león de melena negra
Capítulo 14: Recuerdos
Capítulo 15: Camino de vuelta
Capítulo 16: Recién llegado
Capítulo 17: Cementerio
Capítulo 18: Kiara y Kion
Capítulo 19: La vida en el reino
Capítulo 20: Algo nuevo
Capítulo 21: In-comodidad
Capítulo 22: Praderas
Capítulo 23: Un diente, un árbol y un cocodrilo
Capítulo 24: Caras viejas, caras nuevas
Capítulo 25: Niñera
Capítulo 26: Flores de baobab
Capítulo 27: La Guardia del León
Capítulo 28: Buscar y Encontrar
Capítulo 29: Ley del hielo
Capítulo 30: Visitas
Capítulo 31: La charla sobre la piedra
Capítulo 32. El viaje de Mheetu
Capítulo 33: Inquebrantable
Capítulo 34: Ojos marrones
Capítulo 35: La cacería de búfalos
Capítulo 36: Confusión
Capítulo 37: Puntos suspensivos
Capítulo 38: Dejar ir
Capítulo 39: Tocar fondo
Capítulo 40: La selva y la bala
Capítulo 41: El acantilado y el rio
Epílogo: Nunca dicen adiós
Curiosidades
Galería de "Fan Arts"
Preguntas y Respuestas
Agradecimientos
Nominada (No es un capítulo)
Tag del Fanfic (no es capítulo)
😁 Nominación 😁
Otra nominación (para más views)
ESTRENO: Lian's Story 2

Capítulo 7: El árbol y el rayo

338 30 2
By LillyDiaz18

    Negro. Oscuridad. Miedo.

El verse perdido en un laberinto, siendo perseguido por un asesino, no es nada reconfortante. La noche distorsiona las figuras; la lluvia hace lo propio con los sonidos. Tus sentidos parecen divertirse jugando en tu contra. ¿Cómo escapas del demonio en dichas circunstancias?

Ocurría de nuevo. Sus pasos detrás de mí, pisándome los talones y amenazando con atraparme. Su cálida respiración recorriendo mi cuello. La presión de sus ojos, clavados en mi nuca.

Corrí con toda mi energía entre la vegetación amorfa de la selva, con el corazón golpeando contra mis costillas y los pulmones exhalando fuego. La lluvia golpeaba mi rostro con fuerza, como si fuese a desgarrarme la piel.

A mis espaldas, una luz se encendió. La supe por el resplandor amarillento que apareció en el brillo de las hojas mojadas. Lo supe por el fuego que empezó a quemar las ramas de los árboles. Los supe por la ola de calor que azotó mi cuerpo. El cazador estaba ahí. Apareció de la nada frente a mí, con aquella arma alargada que escupía fuego en una mano, y en la otra una antorcha que alzaba sin cuidado y prendía la vegetación.

Frené en seco y derrapé sobre la hojarasca. Cambié de dirección antes de llegar a él, antes de que sus manos pudiesen poner sus alargadas garras sobre mí. Me interné en la selva un par de metros, y tropecé con una rama fuera de lugar. Mi pierna quedó atascada bajo la misma, y el barro que se formaba con la lluvia me había aprisionado cual arena movediza.

Vi el fuego avanzando entre las hojas. El brillo de la antorcha se encontraba cada vez más cerca. Y con el alma en un hilo, luché por liberarme de mi atadura. El fango había aprisionado mi pierna hasta la mitad de la pantorrilla, y estaba tan denso que no me permitía deslizar el miembro fuera de la enredadera. La hojarasca y ramas secas lo habían convertido en una pasta dura y pesada.

Alcé la mirada. El fuego, el brillo dorado que era imposible pasar por alto, se encontraba justo frente a mí. Los ojos rojizos del monstruo me miraron fijo, mientras apuntaba la boca del arma hacia mí. El fuego bajó por los árboles que lo rodeaban, dándole un aspecto aún más macabro.

Desesperada, luché por sacar mi pierna del lodo. Giré sobre mi misma para apreciar el problema desde otro ángulo. El fuego empezaba a extenderse por encima de mi cabeza, ayudándome a ver. Y fue así como descubrí el lío en el que estaba metida. Más que fango, aquella masa lucía como cientos de manos humanas apresando mi extremidad y tirando de ella hacia abajo. Manos alargadas, huesudas, oscuras como sombras, que evitaban que pudiese escapar.

Escuché un clic a mis espaldas. El arma estaba cargada y no iba a permitir que me golpeara. Cerré los ojos con fuerza. Tensé los músculos de mi pierna libre. Escuché el disparo. Y salté para salir de su alcance.

Abrí los ojos al sentir como mi cuerpo golpeaba contra una superficie dura y seca. Estaba en la guarida, con mamá y Simba durmiendo a ambos lados de mi cuerpo. Había sido solo otro sueño.

Una maldita pesadilla, me corregí.

A pesar de ser todo una escena creada por mi imaginación, me sentía agobiada. Había perdido el sueño, y una extraña sensación de calor recorrió mi cuerpo. A mi pesar, levanté la cabeza del suelo. Toda la manada estaba aún ahí, descansando.

Eché un vistazo hacia el exterior. Una densa neblina cubría todo el panorama y no lograba distinguir nada. Era como si al mundo se lo hubiesen tragado durante la noche. Sin embargo, pude distinguir un veloz movimiento a unos pocos metros de la entrada. Instintivamente, me volví hacia mi hermano y Nala. Kiara y Kion dormían dulcemente entre los brazos de ella pero, ¿dónde estaba Kopa?

La cabeza me daba vueltas, producto del sueño que acababa de tener y el despertar tan repentino. Pero decidí ponerme de pie y salir en busca del cachorro. Era demasiado temprano para que estuviese causando problemas y no quería tener que levantarme más tarde para ver lo que hubiese podido ocasionar.

Estiré mi cuerpo y bostecé profundamente para reactivar mis músculos entumecidos. Luego, con sumo cuidado y sigilo, caminé por encima de los cuerpos de Uzuri y Nandaa para poder avanzar hasta la salida. A medida que me aproximaba a ella, el calor generado por la manada iba perdiendo fuerza, dando paso al frío que había dejado la tormenta.

Una gélida ráfaga de aire me dio la bienvenida apenas asomé la cabeza fuera de la guarida. La neblina y las nubes daban un aspecto lúgubre al lugar, muy similar al que lucía cuando Scar dirigía el reino. Un ligero escalofrío sacudió mi cuerpo ante aquel lejano recuerdo, cuando Simba y yo regresamos a las tierras de nuestro padre para descubrir que se habían convertido en un desierto pútrido y carente de vida. A diferencia de esa ocasión, esta vez era por una causa positiva, y la frescura de la mañana olía a tierra húmeda y rocío.

Me acerqué a las escalinatas de piedra y observé hacia abajo. Kopa estaba parado frente a una acacia que, durante la noche, había terminado por sucumbir ante la fuerza de la tormenta. Su tronco había sido golpeado por un rayo, terroríficamente cerca de nuestra guarida, y el árbol yacía sobre el suelo como un puñado de ramas y hojas mojadas. Seguramente habría causado un gran estruendo, pero yo no recordaba haber escuchado nada.

Descendí con cuidado por las rocas. El cachorro estaba tan entretenido observando el desfortunio de aquel árbol que ni siquiera se percató de mi presencia. Observaba el tronco, quemado y lleno de astillas, como si fuese el mejor descubrimiento del mundo. Al menos, dentro de su mundo sí lo era.

Aproveché la situación que habían creado el descuido de Kopa y la aparición de la niebla para escabullirme entre la hierba y ocultarme del cachorro. Un susto le enseñaría a no salir de la cueva a esa hora. Me agazapé, imitando los movimientos que seguía al cazar, y avancé entre los pastos para acechar al pequeño. Este ni siquiera me escuchó.

Mi pecho se arrastraba sobre la tierra mojada, imitando a un cocodrilo al salir del agua. El suelo estaba tan blando que se amoldaba sin problemas a la forma de mis patas, permitiéndome avanzar más rápido de lo normal. Kopa estaba de espaldas a mí, olisqueando las hojas de la acacia, cuando pareció percatarse de mis pasos.

Me detuve en el acto.

El pequeño alzó las orejas, aguzando el oído, y giró la cabeza a ambos lados para asegurarse que no hubiese nadie observándolo. Su inexperiencia no le dejó percatarse de mí.

— ¿Q-quién está ahí? — preguntó titubeante.

El viento sopló, sacudiendo el pastizal. Este empezó su clásica melodía al golpetearse unos pastos con otros, y el sonido distrajo a Kopa, quien se giró hacia el lado contrario a mi posición. Era el momento perfecto. Tensé los músculos y salté en su dirección rugiendo como un chacal con rabia. Kopa apenas tuvo tiempo de reaccionar, y para cuando se dio cuenta, yo ya lo tenía en el suelo, apresado bajo mis patas.

Cerró los ojos y empezó a temblar al tiempo que gimoteaba cubriéndose la cara con las manos. Mis rugidos forzados pronto se convirtieron en risas, mismas que hicieron al cachorro bajar los brazos y descubrirme. Frunció el ceño al reconocerme.

— ¡Debiste ver tu cara! — reí, apartándome de él para que pudiese levantarse.

— ¡Lian! — gruñó, retrayendo las orejas. — ¿Piensas matarme de un infarto?

El pequeño se puso de pie frente a mí, claramente molesto. Mis risas se apagaron de poco a poco, hasta que pude hablar nuevamente con serenidad.

— Si vuelves a salir de la cueva tan temprano, tal vez lo haga — aseguré. — No es una buena hora para que estés aquí afuera tú solo, Kopa.

El aludido suavizó la expresión en sus facciones y agachó la mirada, apenado.

— Lo sé, pero tenía curiosidad y ¡mira! — se volvió hacia el árbol y caminó hasta llegar a las ramas. — Encontré un árbol roto.

Tenía esa sonrisilla en los labios que tanto me gustaba ver. Esa sonrisa alegre y jovial, una sonrisa que parecía eclipsar todo sentimiento negativo que hacía que cosas como esta, levantarse temprano en su búsqueda, valiera la pena. Avancé hasta él para examinar la acacia detalladamente.

Las ramas y hojas más altas parecían intactas, pero, al bajar por el tronco, empezaban a aparecer manchones negros que crecían proporcionalmente conforme se seguía avanzando. Al llegar a la base del tronco, este se tornaba completamente oscuro, semejando un enorme pedazo de carbón. Y, en efecto, eso era. No cabía duda que había sido corrompido por una llamarada de fuego que nadie había notado durante la tormenta.

— Un rayo debió haberlo alcanzado anoche — razoné en voz alta.

— ¿Crees que a Vitani le gustaría verlo?

Volví la mirada hacia el pequeño, observándolo de forma suspicaz.

— ¡Ah! Conque eso era lo que planeabas — canturreé, como si lo hubiese atrapado realizando un crimen.

Kopa se puso tenso en señal de nerviosismo.

— Pues... sí — asintió.

— Ella te agrada bastante, ¿no?

Mi sobrino arqueó una ceja, sin comprender.

— ¿A qué te refieres?

— ¡Oh, vamos! — exclamé, acercándome a él. — ¿Vas a decirme que no te parece linda?

Kopa bajó la mirada. Igual que Vitani había hecho cuando le cuestioné lo mismo. No me quedaron dudas de ello, y sonreí al descubrirlo.

— Tranquilo, nadie más lo sabrá — aseguré, tomando su mentón entre mis dedos para levantarlo y obligarlo a verme a los ojos. — Ella debe estar dormida todavía. Pero podemos ir a despertarla para que le enseñes el árbol.

— ¿Crees que es buena idea? — preguntó, aún con una punzada de nervios en la voz.

— ¡Claro! — sonreí. — ¿Cuántas veces puedes ver un árbol como este? No puede perdérselo.

Acto seguido, me encaminé hacia la pequeña cueva que compartía Zira con sus tres hijos. Detestaba acercarme a esa zona, pareciera que hasta las piedras estuviesen impregnadas con la energía de la leona y el solo pensarlo me ponía los pelos de punta. Era desagradable convivir con ella. Pero si era por Kopa...

— ¿Lian? — escuché su vocecilla a mis espaldas.

— ¿Sí? — me detuve para verlo por encima del hombro.

Él seguía en el mismo sitio donde lo había dejado, parado junto al árbol.

— ¿Puedo ir a buscarla solo? — preguntó dulcemente. — Los dos juntos haríamos mucho ruido y no quiero despertar a Zira y...

Di media vuelta para verlo de frente.

— ¿Por qué no solo me dices que quieres estar un rato a solas con ella? — le dediqué una sonrisa maternal. — Decir la verdad siempre es la mejor opción.

Kopa me devolvió el gesto.

— Está bien.

Caminé de regreso a él y acaricié con la mano el mechón de su frente.

— De acuerdo — dije, sentándome a un lado suyo. — Ahora ve por ella y yo los esperaré aquí junto al árbol.

El cachorro ensanchó su sonrisa, con una pizca de pena y otra de picardía, y echó a correr en dirección a la guarida donde dormía Vitani. Me quedé observando su avance, hasta que la neblina lo hizo desaparecer de mi vista como un espectro viajero.

Suspiré. Era bueno saber que ambos cachorros sintieran lo mismo por el otro. En un futuro, si las cosas salían de acuerdo al rumbo que estaban tomando, Vitani sería la próxima reina de Las Praderas, y gobernaría al lado de Kopa como lo habían hecho mis predecesoras. La línea de descendencia continuaría así, y el ciclo de la vida seguiría su curso.

Al menos por parte del linaje de Simba. ¿Qué pasaría conmigo? Una vida de aventuras traería consigo muchas más historias de las que podía imaginar, pero ¿y si resultaba ser diferente a lo que pensaba? ¿Y si terminaba por descubrir que había tomado una mala decisión cuando ya fuese demasiado tarde para cambiar de parecer?

Estas pensando esto porque permites que las opiniones exteriores cambien tu juicio, escuché una voz en mi cabeza.

Tal vez tenía razón. Estaba prestando demasiada atención a las palabras de Tama y Kula, a las de Simba, a las de Mheetu. ¿O en verdad eran ideas mías?

Organizar mi cabeza, en ocasiones, era imposible.

Observé el extremo carbonizado del árbol. La línea familiar se vería truncada por mi parte, al igual que aquel tronco moribundo. Un sabor extraño subió hasta mi garganta al darme cuenta que, en la historia de mi familia directa, sería la primera en no dedicarme a la crianza. ¿Estaba tomando una decisión errónea? ¿O estaba abriendo el panorama ante nuevas y más diversas posibilidades? ¿Evolución o involución? ¿Revolución o guerra vana?

Alcé la cabeza al cielo, aún tapizado de nubes grisáceas que bloqueaban el paso del sol. ¿Qué concejo me daría papá de seguir aquí? Era una respuesta que jamás podría responder.

Papá. ¡Qué diferentes hubiesen sido nuestras vidas de no haber caído en la trampa de Scar! Pero no podía reprocharle solo cosas negativas a aquel tirano. Su traición nos obligó a Simba y a mí a salir de nuestra zona y ver más allá de lo que cualquier otro león del reino había visto. Nos volvió fuertes y valientes. Aún de una tormenta pueden aprovecharse cosas positivas. El árbol que yacía a mi lado era la prueba: su cuerpo alimentaría a las plantas menores y el ciclo comenzaría de nuevo. La naturaleza era así.

Entonces escuché algo entre la niebla, algo que me hizo volver de golpe a la realidad.

¡Lian!

Agucé el oído al instante. Escruté entre aquella gélida nube que cubría la sabana y bloqueaba mi visión. No lograba ver nada. Siluetas desdibujadas y grisáceas.

Empecé a dudar de mis sentidos. ¿Realmente alguien aclamaba mi nombre? ¿O era solo otro de esos trucos que la mente juega cuando uno está solo?

— ¡Lian!

No, definitivamente no era mi imaginación. Esa era la voz de Kopa. Y sonaba bastante preocupado. Algo debía estar ocurriendo al otro lado de la espesa niebla.

Sin pensarlo dos veces, salté de mi sitio e inicié mi carrera en busca del cachorro. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que me pidió ir solo por Vitani? No estaba segura, pero era el tiempo suficiente para que se hubiesen metido en problemas.

Jamás volveré a dejarlo ir solo hasta que sea mayor, lamenté para mis adentros mientras atravesaba el pastizal frente a la guarida de Zira.

En esa zona todo estaba tranquilo. Aterradoramente tranquilo. Parecía que Kopa ni siquiera había pasado por ahí. No lograda identificar su olor en las cercanías a la guarida.

— ¡Mamá! ¡Papá! ¡Por favor!— el grito provenía de algún punto lejano, mucho más allá de los terrenos donde se erguía la Roca.

Aceleré el paso tanto como mis piernas me lo permitían. Las voces llegaban hasta mis oídos débiles y distorsionadas, así que debía valerme más por mi olfato. El olor del pequeño había quedado impregnado en cada pasto, roca y rama que había tocado durante su camino. Me estremecí al darme cuenta que el camino que había seguido era el que conducía hacia el cañón.

Estará en graves problemas cuando lo encuentre, juré para mí misma.

La baja temperatura impedía que mi cuerpo se sobrecalentara con el ejercicio, pero dañaba a su vez mi garganta. Debía mantener mi nariz en buen estado para poder seguir rastreando al pequeño, aunque ya sospechaba dónde se encontraba.

Con forme me acercaba al lugar, todo parecía volverse más silencioso. No había ni un alma por aquellas zonas. Lucía como si estuviese en el limbo. Comenzaba a pensar que estaba corriendo en círculos, cuando vi una sombra materializarse entre la niebla. Parecía ser una leona adulta que olfateaba algo entre la hierba.

Al acercarme más, descubrí que se trataba de Zira. Su rostro, arrugado como si algo apestara, empezó a tomar forma. Golpeó algo con la pata, un pequeño bulto peludo que gruñó ante el gesto. Reconocí aquella voz al instante: era Kopa.

Zira acababa de golpear a Kopa.

Imaginé aquella florecilla de pétalos tiernos, que había visto retoñar y crecer durante esos últimos meses, que había cuidado del sol y la lluvia, siendo aplastada cruelmente por las patas de la leona. ¿Pero qué demonios estaba pasando?

Sentí como si algo se encendiera en mi interior.

— No, Zira, ¡por favor! — rogó el cachorro al ver como la leona alzaba su brazo izquierdo sobre su cabeza, con las zarpas expuestas, lista para golpearlo de nuevo.

Claro que eso no iba a pasar en mi presencia.

Rugí fieramente para anunciar mi llegada. La leona se detuvo con la garra en el aire y giró la cabeza para verme. Salté sobre ella, proyectando mis garras en su dirección. El golpe destinado a Kopa terminó siendo para mí cuando Zira dejó caer la pata contra mi hombro. Sentí la punzada de sus garras al clavarse sobre mi piel, pero era tanta la ira que me embargaba que el dolor me pareció apenas un pequeño piquete.

Cerré mi boca alrededor de su garganta, pero el impulso que había tomado al correr provocó que Zira perdiera el equilibrio con mi empuje y ambas caímos al suelo. Rodamos juntas un par de metros, hasta que mis dientes no pudieron más y me vi obligada a soltarla. La leona logró detenerse antes que yo, de modo que tardé un par de segundos en poder hacerle frente. Cuando al fin pude ponerme de pie, ella se encontraba a un par de metros de distancia.

— ¿Quieres explicarme qué demonios está ocurriendo aquí? — rugí.

La leona me fulminó con la mirada, mientras se agazapaba entre la hierba. Yo le devolví el gesto. En ese momento, Kopa apareció entre los pastos, con los ojos llenos de horror y miedo. Nunca antes lo había visto así. Fue tanta mi sorpresa, que casi olvidé mantener vigilada a Zira. El cachorro corrió hasta esconderse detrás de mí, abrazándose a mi pierna.

— ¡Ella quiere matarme! — chilló, y una lágrima resbaló por su mejilla polvorienta.

Fue entonces que me percaté de la condición del infante. Su fleco estaba despeinado y cubierto de tierra, al igual que la mayor parte de su pelaje. Había recibido un golpe en el ojo izquierdo, de modo que se había hinchado a tal grado que solo podía entreabrirlo. Tenía un rasguño en la frente, sobre su ceja derecha, del cual manaba un delgado hilo rojizo que bajaba hasta su sien.

Fruncí el ceño y me volví hacia la leona.

— ¿En qué mierda estás pensando, Zira? — ladré, sintiendo como el pelambre de mi cuello y nuca se erizaban.

— Ese mocoso será mi venganza contra Simba por asesinar a Scar — gruñó entre dientes. — Tengo meses planeando esto, esperando el momento oportuno. Cuando el jabalí y el suricato se fueron, supe que al fin había llegado el momento. La partida del inútil de Mheetu fue definitiva: menos ojos que vigilaran a esa bola de pelos. Era solo cuestión de tiempo para que tú metieras la pata y te descuidaras.

— ¡Ni siquiera te atrevas a tocarlo! — bramé, sintiendo que escupía veneno con cada palabra. — Primero tendrás que acabar conmigo.

La leona dibujó una sonrisa maliciosa en sus labios.

— No quería tener que involucrar a alguien más, pero si es eso lo que quieres, no me das otra opción, Lian ¡Ahora morirás tú también!

— Será un placer — ronroneé.

Y ambas saltamos para atacar a la otra.

Nuestros cuerpos colapsaron en el aire, de modo que, cuando aterrizamos, ya habíamos clavado nuestras garras un par de veces en el cuerpo de la contraria. Antes de que pudiese hacer algo más, mordí la piel de la nuca de Zira y tiré de ella hacia abajo con toda la fuerza que logré reunir. La leona quedó tumbada boca arriba, y yo aproveché la situación para apresar su cuello entre mis garras.

Nos dedicamos mutuamente una mirada de odio mientras intentaba estrangularla. Ella colocó una pata bajo mi mandíbula, cortándome la respiración e igualando las posibilidades.

— Es solo un niño, Zira — siseé como pude. — Simba no mató a Scar. Él murió a manos de sus propias aliadas ¡Se lo ganó a pulso!

— ¡Cállate! — la aludida pateó mi estómago con las patas traseras, perforando mi piel con las uñas.

Luché por contener un rugido de dolor. El golpe de Zira me arrojó un par de metros en el aire, pero logré aterrizar de pie para volver a la batalla con agilidad. Mientras la leona se recobraba, busqué a Kopa rápidamente entre la hierba. Él se había quedado quieto en su lugar, paralizado ante lo que estaba viendo.

— ¡Corre, Kopa! — grité para despertarlo, pero no parecía responder. Tenía los ojos redondos como platos y el cuerpo tenso por el miedo. — ¡Kopa, vete de aquí!

Zira rugió y se precipitó de nuevo contra mí a una velocidad tal que no tuve tiempo de reaccionar. Sus zarpas golpearon mi mejilla con la fuerza suficiente para hacerme perder el equilibrio y caer al suelo de costado. Me deslicé un par de metros entre la hierba, aturdida por el golpe. Los oídos me pitaban y la cabeza me daba vueltas.

— ¿Dónde te escondes, pequeño príncipe? — escuché a Zira canturrear. Al menos Kopa había decidido actuar y se había ocultado. — No temas, esto será rápido.

Aún aturdida, forcé a mi cuerpo a levantarse. Tal vez Kopa pudiese ocultarse entre el pasto y la neblina, pero eso no detendría a Zira por mucho tiempo. Levanté la cabeza por encima de la hierba, cuidando no ser vista por la leona. Ella estaba de espaldas a mí, acechando al cachorro al otro lado del campo. Conseguí levantarme y, agazapada, caminé cuidadosamente para llegar hasta Zira.

— Tu padre no vendrá a salvarte, él ya tiene a tu reemplazo — continuó. — ¿O por qué crees que tuvieron a ese par de cachorros? A él ya no le importas.

Podía escuchar sus pasos aplastando torpemente la hierba. El viento me traía su olor. Debía estar cerca. Pero tenía que acercarme más para no fallar.

— No tengas miedo — agregó. — Esto será rápido.

Levanté ligeramente la cabeza. Zira estaba a menos de dos metros de mí. Contraje los músculos de mis piernas y brazos y salté hacia ella. Ni siquiera me escuchó. Tomé la piel de su nuca con fuerza y tiré de ella en mi trayectoria. Nuevamente, ambas rodamos en medio de un desesperado forcejeo por herir a la otra, que se prolongó hasta salir del área cubierta de hierba. Ahora estábamos frente al cañón.

Como pude, imitando los movimientos que seguía con Simba al jugar, conseguí apresar a Zira debajo de mí. Con las zarpas de fuera le encesté tantos golpes como me fueron posibles, todos dirigidos al rostro y el pecho. No tardé en notar que mis garras se habían manchado de sangre. Ella rugió de desesperación al notar que no iba a detenerme y, mientras se cubría con un brazo, utilizó el otro para plantar un segundo golpe en mi mejilla. Al intentar esquivarlo, la leona consiguió atrapar mi pata derecha y no dudó en hundir sus dientes en ella.

Rugí. El cálido líquido bermellón que ya esperaba ver manchó el pelaje de ambas. Me arrojé sobre su cuello y lo mordí tan fuerte como si se tratase de una presa. Ahora ella era mi presa. Solo una de las dos podía salir viva de ahí, y esa no iba a ser Zira.

Sentí sus patas traseras de nuevo contra mi vientre. Pero esta vez no pateaba para empujarme: pateaba solo por el gusto de clavar las uñas contra mi estómago. Y entonces, ambas nos soltamos y nos apartamos rápidamente de la otra. El brazo me dolía como si me hubiese arrancado el pedazo de carne que había mordido. Toda mi piel estaba bañada con mi propia sangre, pero estaba segura que aún me serviría para pelear.

Zira rio con maldad. Aparté la mirada de mi herida para verla. Reía con la cabeza alzada hacia el cielo, como si le hubiesen contado el mejor chiste del mundo. Tenía el hocico y los dientes teñidos de escarlata, lo cual, solo le confería un aspecto más tétrico.

— No tienes posibilidades, Lian.

— Las tendré mientras siga viva.

Corrí hacia ella. La leona me imitó, y nos encontramos a medio camino para hacernos frente una vez más. Me levanté sobre mis patas traseras y golpeé a Zira con mi brazo sano. Ella me imitó, recibió el rasguño en la sien, y luego me regresó el ataque.

La embestí con un zarpazo. Ella con otro. Dos. Tres. Cuatro... sentía que la nariz me sangraba. Saboreaba la sangre fresca con mi lengua.

La leona me lanzó otro golpe. Intenté esquivarlo agachándome un poco. Grave error. Ella aprovechó mi desliz para morderme detrás de la cabeza. Sentí sus colmillos sobre mi piel, y luego, un vigoroso tirón que terminó por derribarme y dejarme boca arriba. Una vez en el suelo, Zira atacó mi rostro de nuevo. Y justo cuando sus garras estaban a punto de rozar mi piel, atrapé su mano entre mis dientes. Cerré la mandíbula con fuerza, sintiendo como aquel cálido líquido salado inundaba mi boca.

La leona rugió, y con su mano libre hizo presión sobre mi garganta, con todo el peso de su cuerpo. La respiración se me dificultó, al grado en que me vi forzada a liberar la pata de Zira. Sin embargo, ella no cedió, y continuó asfixiándome. Apoyé mi brazo sano sobre su pecho, en un intento vano por apartarla. Era imposible.

— Ya no te vez tan valiente — rio, clavándome sus ojos inyectados en ira. — ¿Por qué no solo te rindes?

La observé fijamente a los ojos, esos ojos inyectados en una locura psicópata y asesina. Unos ojos sedientos de venganza. Y esa sonrisa... la sonrisa de un demonio. Un demonio que disfrutaba viendo el sufrimiento ajeno.

Era un monstruo. Pero no iba a permitir que me ganara.

— Porque aún puedo levantarme — susurré.

En ese momento, impulsé hacia adelante la parte posterior de mi cuerpo. Mis patas traseras golpearon la cabeza de la leona con la fuerza suficiente para librarme de sus garras. Le arañé el rostro con tal furia que saltó gruñendo como un gato. Y el aire regresó a mis pulmones.

Rápidamente, giré sobre mi misma y me levanté, una vez más. La leona se tallaba los ojos con la pata, en un desesperado intento por limpiar la sangre de las heridas que acababa de abrirle. Me dedicó una mirada fulminante y llena de odio.

Zira tenía casi la misma edad que Scar hubiese tenido de seguir vivo. Era una leona experimentada en la batalla cuerpo a cuerpo: su pasado fuera de las Tierras del Reino la habían convertido en una máquina de pelea. Pero, aún con eso, su cuerpo estaba cansado y viejo. Esa era mi ventaja, y debía aprovecharla.

Ambas empezamos a caminar en círculos, observándonos mutuamente. Las orejas gachas, los labios alzados para mostrar los colmillos, los rostros entintados en rojo carmín. Nuestros instintos más primitivos afloraban a medida que seguíamos caminando frente a la otra, esperando el momento más oportuno para atacar.

— Tu sacrificio no salvará a Kopa— gruñó.

— Solo podrás tenerlo cuando pases sobre mi cadáver — aseguré firmemente.

La sonrisa de la leona se ensanchó.

— Sabía que dirías eso.

Y acto seguido, rompió la formación para arrojarse sobre mí. Me detuve a su espera, preparándome para saltarle al cuello una vez más. Esta vez iba a atacarla a muerte, no la soltaría aunque muriese en el intento. Y tal vez hubiese funcionado de no ser porque estaba peleando con una embustera.

Zira se detuvo justo antes de llegar hasta mí para patear la tierra granulosa sobre la que estábamos paradas. Aún estaba algo húmeda por la lluvia, pero lo suficientemente suelta como para crear una distracción al caer dentro de mis ojos. Gruñí al sentir esas pequeñas morutas sobre estos, y no pude evitar cerrarlos como acto reflejo para protegerlos. Intenté limpiarme con la mano, y para cuando logré recuperar la vista, Zira estaba frente a mí.

Sentí un golpe sobre el flanco derecho de la cara, mismo que me proyectó por el aire. Derrapé sobre la tierra unos pocos metros y, cuando estaba lista para regresar a la pelea, sentí como el suelo bajo mis patas cedía ante el peso de mi cuerpo. De un momento a otro, y sin saber muy bien el por qué, me encontraba aferrándome a la tierra para no caer.

Tenía medio cuerpo suspendido en el aire, y solo mis brazos servían de soporte. Fue entonces cuando entendí que me había golpeado para hacerme caer hacia el interior del cañón. La herida de Zira solo complicaba mi situación: mi pata había perdido buena parte de su fuerza y, como era de esperarse, resbalé aún más, al grado de quedar sostenida únicamente por mis manos. Luché por encontrar algún punto de apoyo para mis patas traseras, pero las pequeñas salientes rocosas no eran lo bastante fuertes y se derrumbaban con cada patada que recibían de mi parte.

La leona asomó la cabeza por encima de la mía, con la victoria tatuada en la frente. Su sonrisa lo decía todo: el juego había terminado. Sabía cómo iba a terminar esta escena. Ya lo había visto una vez, aunque desde otra perspectiva.

— Saluda a Mufasa de mi parte— rio.

Alzó su pata al cielo y la dejó caer con fuerza sobre mi frente. Ese golpe fue suficiente para conseguir que mis garras resbalaran. Y caí al vacío, observando la sonrisa de Zira como último vistazo del mundo.

— ¡Kopa! — rugí.

Y la imagen de Zira al borde del cañón fue sustituida por una negro perpetuo, vacío y gélido.


Continue Reading

You'll Also Like

367K 24.1K 95
Todas las personas se cansan. Junior lo sabía y aun así continuó lastimando a quien estaba seguro que era el amor de su vida.
180K 10.2K 25
Chiara se muda a Madrid en busca de nuevas oportunidades para lanzar su carrera como artista. Violeta se dedica al periodismo musical, trabajando en...
178K 14.9K 35
|𝐀𝐑𝐓𝐈𝐒𝐓𝐒 𝐋𝐎𝐕𝐄| «El amor es el arte de crear por la sensación misma, sin esperar nada a cambio,más allá del placer mismo del acto creativo...
153K 4.1K 30
la tipica historia de universos viendo otros universos atraves de pantallas flotantes que aparecerán en sus mundos aunque también agregare otras cosa...