Detrás del odio

By Mei027

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Santiago y Sebastián pertenecen al mismo grupo de amigos desde hace años. Sin embargo, las diferencias entre... More

Sinópsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 27 (segunda parte)
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 31 (parte 1)
Capítulo 31 (parte 2)
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 36 parte 2
Capítulo 36 parte 3
Capítulo 37
Capítulo 37 parte 2
Capítulo 37 parte 3
Capítulo 38
Capítulo 38 parte 2
Capítulo 39
Capítulo 39 parte 2
Capítulo 39 parte 3
Capítulo 40
Capítulo 40 parte 2
Capítulo 40 parte 3
Capítulo 41
Capítulo 41 parte 2
Capítulo 42

Capítulo 30

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By Mei027

Ese lunes Santiago dejó de escuchar al médico cuando le confirmó lo que ya sabía por su cuerpo sin fiebre ni mocos. «Todo listo para volver a la escuela, incluso si querés ahora, no hay problema, cuanto antes mejor para no perder más clases», todo eso junto y sin hilos de por medio, así lo percibió Santiago que se encontraba con su humor oscuro desde que suponía lo evidente. Había fantaseado con la idea de que su madre lo dejase faltar. Eran las ocho de la mañana, ya hacía una hora que la jornada escolar había comenzado. En su cabeza no tenía ni un sentido reincorporarse en ese mismo momento. Bufó indignado y su madre lo miró severa. Todavía seguía enojada por los modos prepotentes, aunque se le había pasado un poco cuando lo notó tan decaído, al punto de pedirle a la hermana para que durmiera con él. Trató de indagarlo, pero nada motivó a su hijo que se abriera, aunque sea un poco y sacarle la preocupación que Liliana llevaba consigo hacía semanas.

—Pero, Santiago, desde cuando no te gusta ir a la escuela, justo vos, mijo, tan aplicado, venís a hacer berrinches ahora con diecisiete años, dejá de embromar, ¿querés? —se quejó ante el silencio ceñudo del adolescente que solo miraba al frente. El humor le había empeorado cuando Liliana sacó, del baúl del auto, el uniforme planchado y perfumado. No había más excusas. Aquel lunes debía volver.

—No es que no quiera volver. Me da paja. Chau —se despidió, pero su madre lo agarró de la muñeca para frenarlo.

—Ah, no, vos estarás muy enojado, pero sin un beso no te vas a ningún lado, señorito —lo reprendió y le mostró la mejilla, se río cuando el chico con la peor de las energías le dio un beso distante y entornó los ojos —Te amo con todo mi corazón, no te olvides de decirle lo mismo a tu hermana de parte mía —le encargó y se conformó con el gesto indignado y cansado del hijo.

Llegó en el momento exacto del primer recreo. Se sintió un extraño en esos pasillos que lo vieron crecer desde los doce años. Tuvo la suerte de no encontrarse con ninguno de sus amigos, ni enemigos, pensó y se rió en sus pensamientos de nervios y de gracia genuina. Sentía la garganta seca y el corazón a un pulso lento pero potente. Respiró hondo y ni el abrazo de su hermana, que lo encontró en uno de los tantos rincones del colegio, alcanzó para tranquilizarlo. No quería cruzárselo, no quería verlo, no quería sentarse al lado, no quería percibir el cansancio y las ganas de dormir del chico, no quería escucharlo, no quería prestarle atención. Planificó posibles respuestas, posibles gestos, posibles reacciones, pero todo el guion se le escapó de la cabeza cuando entró al aula y lo vio entre apuntes y libros con Candela. No se hablaban, el pibe solo atinaba a escribir un número tras otro en su hoja y la chica a tachar o dibujar tildes con una lapicera roja. Se enfocó primero en Cande que lo recibió con el dedo en alto a modo de fuck you, trató de mirarlo a Sebastián, pero no le salió, prefirió centrarse en la piba que buscaba pelearlo de una manera que consideró simpática y no sabía por qué.

—Este trimestre te voy a romper el orto con mi promedio, forro —dijo y lo abrazó cuando Santiago se le acercó para saludarla.

—Seguí soñando, ridícula —le respondió en tanto hacía un esfuerzo enorme porque no se le notasen los nervios que le salieron apenas lo saludó a Sebastián con un apretón de manos. Uno que podía darle a cualquiera de sus amigos, a cualquier varón que se cruzase. Tampoco le salió mirarlo esa vez, se pudo detener apenas en sus aires alejados de siempre y le bastó para saber que le convenía no observarlo más —¿En qué andan? —preguntó, aunque solo se concentró en Candela.

—Muy tranquila por estos lados, así lo tengo todos los recreos, felicitame por hacer mejor tu trabajo, mi amor —le informó Candela mientras chasqueaba los dedos.

—¿Cómo te aguanta Mateo? —le preguntó Sebastián y la empujó apenas. Agradecía la presencia de la piba en aquel momento. No tenía ganas de soportar las reacciones de Estévez solo. Prefería a la chica que los detestaba a los dos por igual.

—Igual que como te aguantan a vos las boludas que te cogés —le soltó deslenguada como siempre. No pasó por alto lo extraño de aquel ambiente. La indiferencia extrema de Sebastián hacia Santiago y la incomodidad de este. Le daba una fatiga enorme sentirse en el medio de las rabietas raras de esos dos, por eso decidió tirar su dardo envenenado de un tirón y sin esperar más —Che, fijate que me quedé sin ejercicios para darle a Seba.

—¿Cómo que te quedaste sin? —preguntó enojado por aquel comentario sobre las chicas que se movía el pibe -detestaba con el alma sentirse furioso por eso- y extrañado por la carencia de problemas matemáticos —Si te di como para que tengas unos dos meses de particular. Mañana te traigo más.

—Che, pará, me olvidé de preguntarte cómo estás —le preguntó Candela, aunque sabía que había exagerado sus tonos que simulaban preocupación.

—Bien, por eso mañana...

—¡No se dice más, mi laburo terminó! —festejó y se paró de un salto del asiento que debía ocupar Santiago —Ni nos vimos, idiotas —se despidió tirando besos al aire. Candela debió contener la risa ante los ojos criminales del hermano de su mejor amiga y de la boca abierta de Sebastián. No tenía ganas de soportar los malos modos de Santiago y la vibra gris y deprimente del rubio.

Sebastián se concentró en el interior de su mochila apenas la chica se fue por la puerta. Nada de lo que hacía Estévez lo sorprendía, sabía que iba a actuar así. Solo le molestó sentirse una carga para todos, algo que siempre percibía dentro de su familia, pero le dolía que le ocurriese dentro de su círculo de compañeros y amigos. Candela sabía un montón, pero al igual que Tomás le salía mal explicar, comprendía que a la primera de cambio quería desentenderse de esa responsabilidad y lo de Santiago lo entendía a la perfección. Sin embargo, necesitaba cortar con aquel ambiente incómodo de una vez por todas.

—Ey, tengo algo para darte —dijo mientras el chico colgaba su bolso en la silla con la mirada puesta en la puerta de salida —Es para Perri —aclaró cuando notó que el castaño tampoco esa vez pensaba mirarlo y se alejaba del banco.

—¿Cómo? —preguntó por decir algo porque la respuesta era clara cuando vio todo lo que dejaba Sebastián en la mesa que debían compartir. No podía mirarlo, no quería encontrarse con cada uno de sus gestos lánguidos, distantes e inexpresivos que lo perseguían en cada uno de sus sueños. Odió conmoverse ante la cantidad de collares de colores para mascotas y dijes con forma de pez.

—En la parte de atrás ponele tu número de teléfono o el de Vale mientras lo tienen ustedes. No te digo que le pongas el mío porque mi viejo me tiene sin celular hasta quién sabe cuando —le comentó todavía atento con el contenido de su mochila —También tengo esto —le sacó unos cuantos paquetes de comida húmeda para gatos menores de siete meses.

—Qué color... —quiso preguntar, pero tuvo que tragar con fuerza para sacarse de encima los nervios que le daba tener al chico a unos pocos pasos, en su misma mesa y con todas esas atenciones para el gato. Trató de concentrarse en los sobres de comida y medallitas para poner datos de la mascota porque pensó que iba a morirse de la vergüenza y de la rabia por ese bochorno que sentía hacía un varón, un varón al que hacía casi tres semanas atrás había besado en su cuarto —¿Qué color querés que le ponga primero? —preguntó por fin. A pesar de que no podía mirarlo a la cara, era capaz de percibir que el chico sí lo hacía y sin problemas. Odiaba la seguridad del tipo, la indiferencia que le ponía al momento, lo poco que le importaba la tensión y como, a su parecer, se cagaba en los nervios que a él lo atravesaban de punta a punta.

—El que vos quieras —dijo y se agachó un poco para mirar a Santiago que fingía un interés desmedido por los collares esparcidos en la mesa —Tres semanas con muchísima fiebre, encerradísimo en tu cuarto por lo que me dijeron, sin ver el día ni por casualidad pero seguís igual de hermoso que siempre, qué locura, Estévez... —le tiró con total descaro: un poco porque quería incomodarlo por el enojo que sentía ante esa distancia ridícula que intentaba dibujar entre los dos y otro poco porque llevaba años con esa opinión guardada. Vio como de un segundo a otro las mejillas de Santiago se pusieron rojas y los ojos turquesas se le abrieron sorprendidos y avergonzados.

—Cómo vas a decir una cosa así —se espantó de aquello que acababa de decirle Sebastián igual que si opinase de algo tan trivial como la humedad de Entre Ríos —No podés decir una cosa así —puntualizó todavía con los oídos aturdidos, aunque las palabras del chico habían sido en voz baja.

—¿Por qué? ¿Es la primera vez que te lo dicen? —impostó una incredulidad que solo llevó a que Santiago lo mirase con más bronca y bochorno.

—¡Callate! le contestó en seguida pero no le salió alejarlo ni dejar de percibir que Sebastián ya no lo miraba a la cara sino a la boca. Él también se fijaba en lo mismo porque no pudo ignorar la sonrisa de burla y de «forro de mierda que sabe que todo el mundo le anda atrás, qué rabia, la puta madre, qué asco, debería darme asco, por qué no me da asco, la reputísima madre que me pario, hermoso, me dijo hermoso, dijo eso, un chico me dijo eso, este boludo me dijo eso». Pensó, se maldijo, se odió y se remarcó mientras no podía sacarle la mirada de los labios, pero jamás enfocarse en sus ojos.

—Bueno... —dijo Sebastián y caminó entre las dos sillas, de la mesa que debían compartir, para decirle algo en voz baja a la oreja afiebrada de Santiago —Me voy a ir a disfrutar lo poco que queda del recreo —se despidió con la boca que le acariciaba el lóbulo caliente y rojo del castaño.

—Eu, esperá... —dijo con el corazón que le latía a mil por segundos. Le resultó inevitable mirar para las ventanas que lo rodeaban, todo el mundo debía estar en el patio, un alivio tremendo lo apuñaló cuando notó que no se veía a nadie deambular por los pasillos. Sin embargo, su mal mayor era que había frenado a Sebastián cuando estaba a centímetros de la cara y el pibe no se le había alejado.

—¿Qué? —le preguntó con la boca apoyada en la nariz de Santiago. No le importaba nada. Justo ahí, Sebastián comprendió que nunca se había puesto un freno en ningún aspecto y menos con aquel chico. No le salía y no quería. Deseó que no llegara nadie, deseó como nunca un lugar donde estar solos para animarse a lo que había pasado esa tarde en la pieza de Santiago. Solo porque el chico parecía sumergido en una batalla interna infernal trató de encontrar un poco de discreción.

—No me hables tan cerca —le pidió y de la nada sintió que le venían ganas de llorar, pero se contuvo. Sebastián le obedeció y el no estaba seguro si se sentía bien o triste por eso. No quería que se fuera, pero tampoco podía tenerlo cerca, lo que en realidad deseaba era que el chico no le generase nada, o en todo caso repulsión, asco, desagrado, aversión —Quiero ayudarte a que recuperes el gato... pero no me sale y vos tampoco me la hacés fácil.

—¿Cómo que no te la hago fácil? —quiso saber, intuía la respuesta, pero necesitaba escucharla de la boca del chico. Le dolía, por sobre todas las cosas que Santiago todavía era incapaz de mirarlo a la cara.

—Dale, boludo, no seas forro. Necesito que entiendas de límites y si entendés eso yo puedo ayudarte con las previas, pero sino no...

—Mirame a la cara.

—No puedo.

—¿Entonces como vas a ayudarme si ni siquiera podés eso? —le soltó Sebastián entre frustrado y shockeado por lo que terminaba de decirle Santiago que seguía con la vista baja.

—Con el tiempo me va a salir, no me presiones, chabón. Además, si Candela no te quiere ayudar qué vas a hacer —se quejó enojado y lo empujó con rabia a pesar de que ya no lo tenía tan cerca.

—No metas a Candela en esto. Admití que te morís por pasar tiempo conmigo, Estévez —dijo para quitarle peso al ambiente y la cartuchera que Santiago le estampó contra la cara le calmó la audacia.

—Límites, nene, en qué idioma tengo que decírtelo —le reclamó con bronca para empujarlo con fuerza.

—Está bien, señor límites me vas a decir ahora, amo y señor de las distancias, patrono de tus órdenes, podés llamarme como quieras...

—Te voy a llamar pelotudo de mierda —se cansó Santiago con la paciencia que se le evaporaba del cuerpo.

Lo vio irse y se sintió triste, sin embargo, la peor sensación fue aquella de desilusión, de notar aquel encuentro inconcluso o al menos había terminado como él quería y al mismo tiempo como él no quería. Se contentó al pensar que se sacó la culpa de haberlo abandonado. Volvía a tener esos encuentros de matemática que le daban paz y la angustia necesaria para ser consciente que un poco buscaba excusas y así tenerlo cerca sin implicarse de la manera que furtivamente anhelaba. «Voy a poder, me va a salir, es mi prueba de fuego, límites, distancias... pero que no me diga eso que me dijo, que no lo repita...».

Hola, Hola!! Este capítulo era más largo pero a las escenas que siguen las quiero poner en el próximo capítulo. Voy a demorar un poco más en actualizar esta vez porque me voy de viaje. De todos modos seguro nos leemos en dos semanas, no mucho más! En fin, espero que les haya gustado este primer acercamiento, les aviso que se vienen MUCHAS, MUCHAS interacciones más.

¿Cuál fue su momento favorito? Acá por más mínimo que haya sido el cap hay mucha datita para desmenuzar :)

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