Capítulo 2

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Sebastián leyó de reojo todo lo que ese año pensaba trabajar Patricia Galli desde la carpeta de Agustín. Se pasó la clase como en todas. Ovillado y dormido entre sus brazos que le hacían de refugio. Tenía sueño y poco le interesaba lo que la profesora tenía para decir. Nada personal. Le ocurría eso con todas las materias. También con el resto. Pensó que a lo único que le dedicaba tiempo y enfoque era a sus amigos y tampoco que a todos. Se reducía a Agustín.

Al fin y al cabo, era solo aquel pibe el que se entusiasmaba con su presencia, siempre callada, distante y distraída. Sebastián era consciente que Agustín hablaba sin parar y él no tenía problemas en escuchar. Por su parte, nunca tenía tanto para contar o poco le cabía soltar sus dramas, que siempre minimizaba, por todos lados. La amistad tan cercana que establecía con Agustín le resultaba funcional. Seba le tenía paciencia y el otro pibe respetaba sus espacios y silencios que su amigo esquivo siempre rellenaba con mucha guitarra de por medio.

Mientras el chabón energético soltaba anécdotas, Sebastián le musicalizaba la cosa sin perder el hilo de sus relatos y cada tanto truncaba el devenir de las vivencias con algún que otro comentario sagaz y plagado de ironías. Típico de él. La realidad era que Seba agradecía que aquel pibe soportase su paja extrema y sus silencios eternos. Aunque bien sabía que a veces podía aburrirlo y solo allí aceptaba dejarse empujar por las ideas o planes inquietos de Agus. Como la vez que le insistió para que se copase con el seleccionado de hándbol. Por un lado, era consciente que a su amigo lo cansaba verlo siempre absorto en sí mismo y porque Agustín tenía una capacidad innata para detectar buenos jugadores.

Por su físico delgado, su imponente altura y la facilidad que disponía para los deportes, Agus lo visualizó en la retaguardia y allí lo ancló el profesor de Educación Física: Raúl Fonseca que jamás contradecía los designios de aquel gurisito con alma de líder. Además, aquel capricho de Agustín fue bien recibido por su viejo, Joaquín Casenave, quien después de separarse de su mamá estaba más infumable que nunca. Encaprichado con las pocas palabras del pibe, esa haraganería, tantos encierros, las quedadas diarias en la casa de sus amigos. «Ahora se viene a acordar», pensó Seba mientras cerraba la carpeta que había usado de almohada y para nada más.

Sintió un golpe en las costillas, pero lo ignoró. Se merecía aquella piña por parte de Estévez. Debía reconocer que él empezó con las chiquilinadas de aquella mañana. Observó cómo se fue por la puerta del aula con su porte de pibito que sabía llamar la atención. La forma en la que varias de las gurisas de la escuela lo miraban mientras caminaba con Franco y Mateo aumentaban el ego de aquel pajero que además de saberse carilindo era abanderado de la Argentina. Le molestaba como toda la escuela e incluso el resto de sus amigos le andaban atrás. Se rió de solo acordarse de que en otro tiempo le caía bien. Cualquiera todo.

—Uff, boludo, no puede más ¿no? —dijo Agustín con su cara hipnotizada y sus ojos negrísimos, abrillantados y tan enfocados en un grupo de pibas que hablaban en el pasillo.

—¿Qué cosa?

—Qué bueno que no lo estás escuchando porque está pesadísimo —se indignó Tomás.

—Lo hermosa que es Valentina, por favor... —casi que suplicó Agustín mientras miraba a la piba que charlaba particularmente con Candela, la delegada de su propio curso.

—Me perturba lo parecida que es al hermano.

—Ah, boludo, que Santiago no tiene esas tetas ni en pedo —se descargó Agus.

A sabiendas que la presencia demoníaca de su amigo no se hallaba cerca se permitió la grosería. Intentó encontrar la cara de ojete de Santiago en aquella plagada de risas y simpatía extrema, además de los atributos físicos que la piba encerraba. Valentina le gustaba por lo sencilla que era y la inteligencia digna de un Estévez. Se intimidó un poco cuando se dio cuenta que la piba lo miró de reojo y lo saludó contenta con la mano.

Detrás del odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora