Capítulo 26

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Mientras su mamá manejaba en silencio y con el rostro desencajado, se dejó llevar por el malestar. «Si supiera lo que hice con un chabón en la pieza no me habla nunca más», pensó y en el pecho se le hizo un nudo. Todavía le ardía la cara. Sentía que se merecía el golpe, por sus palabras y por lo que había hecho con Sebastián en el cuarto. Creía que ese era su castigo por adelantado. La cachetada le había calmado apenas la culpa.

No quería pedirle perdón a su madre. Había algo en el enojo que lo tranquilizaba. Prefería la rabia de Liliana por sus palabras hirientes que por saber lo que había hecho con un hombre. Lo que cuando era chico también había hecho con ese mismo pibe. Tenía la cabeza colapsada de culpas y un cansancio intenso por su propia persona.

En frente del sanatorio había una plaza. Otra vez, se llenó de resentimiento con todas las parejas desperdigadas por el lugar. Un chico besaba a una chica. Otra piba abrazaba con las piernas y los brazos a otro pibe mientras le daba un pico tras otro. Se acordó que él solo iba a la plaza para pelear con Pilar. Pensó que capaz todos esos escándalos le servían para no tener que besar a la chica, acurrucarse con ella, algún contacto del estilo.

Una duda tras otra le aparecía mientras se bajaba del auto en silencio y se tapaba la congestión con un pañuelo. Capaz era demasiado frío y Pilar muy atenta. Quizás debía cortar y conocer a una chica que no le demandase tanto el afecto. Quizás no era Pilar, pero sí otra. Quizás tenía que probar una y otra vez con cuánta piba se le cruzara hasta que le saliera. Una cuestión de práctica. Una cuestión de entrenamiento.

Con cada minuto que pasaba le dolía una parte más del cuerpo. Al malestar de la fiebre se le agudizó el de la garganta y se le sumó el dolor del pecho y de cara. Había algo en toda esa molestia que le brindaba tranquilidad. «Ojalá me den muchos días de reposo así no lo veo nunca más en mi puta vida», rogó. Pero qué hacía con Perri y con las clases particulares que le había prometido. Cómo lo iba a ayudar a distancia de las penitencias del padre. Hoy no podía responderse nada. Por ahora, solo quería cuidar al gato y dejarse ir por la congestión.

Bronquitis y sinusitis. 39° de fiebre. La garganta inflamada y dos semanas de descanso. Las palabras del médico le funcionaron como canción de cuna. Catorce días sin ver al que no quería. Catorce días para borrarse el beso que le había dado. Rogaba que el chabón respetase su reposo sin aparecerse por la casa.

—Uff, amigo, de la nada te quedaste hecho mierda —le dijo Agustín apenas llegó del médico.

Santiago no le contestó. Agarró una frazada, se envolvió con esta y aprovechó para ponerse el gatito entre las piernas. Prendió la tele y se quedó sin decirle nada por un buen rato. Fingió que le interesaba la primera novela de la noche mientras Liliana organizaba los remedios que debía tomar durante el reposo y Valentina la comida para todos y otra, recomendada por el doctor, para su hermano. Era la primera vez que Santiago delegaba actividades y era la primera vez que disfrutaba en parte de esos cuidados.

—¿Cómo te sentís ahora? —le preguntó Agus como para sacar algún tema. Sabía que la respuesta era obvia, aunque la contestación de su amigo iba con ironía.

—Excelente —le aseguró con los labios blancos y las mejillas rojas por la fiebre. La capucha negra en contraste con los ojos claros y la palidez extrema de su malestar le acentuaban el aspecto enfermizo y arisco.

—Vení, Agus, ayudame con esto —le señaló Vale nada en particular —No le andes atrás, cuando está así que se saque la mala onda solo. Vos no hiciste nada malo... —le aseguró y la preocupación del chico la enterneció.

—¿Vos decís que hoy no voy a poder hablar bien con él? —preguntó en voz baja mientras sentía las manos de la chica en sus mejillas.

—Yo creo que nadie con esa cantidad de fiebre podría establecer ningún tipo de conversación y menos viniendo de mi hermano —opinó entre risas contra los labios del chico.

Detrás del odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora