Capítulo 16

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Esa vez no se levantó a un horario imposible para esquivar a sus amigos. Pensó que debía menguar sus tristezas con la compañía de los pibes. No iba a compartir sus quilombos con Pilar ni ningún trauma de por ahí que le acortaba las horas de sueño, sin embargo, no deseaba otra ida a la escuela solo, recreos plagados de tareas innecesarias y guarecido en sus quilombos de siempre consigo mismo. Su angustia se había aplacado al darle las disculpas correspondientes a Sebastián, por eso pensaba alivianarse un poco al reconocer sus malos modos con todos, pero en especial con Agustín y Franco.

Terminó su café de un tiro y las siguió a Candela y Valentina que se iban a sumar al grupo de siempre. Cuando los chicos pasaron por la vereda, Santiago no se les adelantó ni se cobijó por detrás. Se acopló al resto a pesar de las caras enrarecidas de todos. Siquiera a su hermana le compartió que quería aflojar un poco con su orgullo y reticencia. Al menos no aquel día.

—¿Qué me miran? —cuestionó Santiago con las cejas fruncidas y un malhumor que no se le iba a pesar de ser consciente de sus faltas.

Debía agradecer que en esa audiencia impactada no se hallaba el causante de todos sus nervios. De lo contrario se imaginaba morir de la rabia por las ironías idiotas de Sebastián y por sus ganas de revertir todas las giladas que se mandaba. De modo, que ahí estaba estropeado y dolido consigo mismo y las circunstancias, dispuesto a aceptar bajo sus formas y su carácter particular, que maltrató y repartió furias sin fundamentos.

—¿Qué onda, paja? ¿Todo bien? —le preguntó Franco con algo de recelo.

—¿Me les puedo sumar? —quiso saber un poco a la defensiva y dolido por el silencio de todos —Ya le pedí disculpas al otro pajero y ahora quería ver... si puedo arreglar las cosas con ustedes... —dijo y a pesar que sentía mascar con disgusto sus palabras, la realidad era que se hallaba arrepentido.

—Che, putito... a mí decime que me amás, que me extrañaste mucho y con eso te perdono todo —le soltó Agustín después de dar un salto y treparse a la espalda del pibe. Un gesto que lo caracterizaba desde siempre y que sabía lo que molestaba a su amigo de las paciencias reducidas —¡Dale, no te hagas el difícil! —lo molestó sin bajarse de Santiago y pellizcándole con fuerza las mejillas.

—La concha de la lora con vos y lo intenso que sos —puteó, aunque sin demasiadas resistencias ya que las actitudes y la palabra del espanto de su amigo, solo esa vez, no le jodieron, todo lo contrario, le dieron el indicio de que en esa oportunidad estaba todo bien —La verdad que me porté para la mierda con todos ustedes... les pido perdón por ser tan gil.

—Y nosotros te pedimos perdón por no insistir como se debe para saber por qué tanta histeria —lo molestó un poco Tomás entre codazos y cachetadas que el castaño trataba de esquivar como podía

—¿Me estás diciendo histérico, boludo? —se ofuscó, aunque un tanto a las risas.

—No es el único que lo piensa —se sumó Franco y de un tirón lo bajó a Agustín de la espalda del pibe para abrazar a Santiago —¿Te parece si dejamos el drama y disfrutamos como corresponde este último año?

—Me re parece, idiotas.

—Tres semanas sin hablar con vos y ya todos nos llevamos la mitad de las materias. Más que perdonarte, te necesitamos, cerebrito con patas —dijo Mateo entre risas y manotazos a la cara indignada, pero contenta de Santiago.

—Colorado, vos sos el más plaga de todos —lo jodió y fue ahí que percibió cuánto los había extrañado y lo bien que le hacían todos ellos a su cabeza siempre problemática, siempre cizañera —Igual por lo que se comenta... tan solo en las materias no andás —le devolvió los chistes direccionados no solo a su amigo, sino a Candela que lo miró prendida fuego y con el dedo mayor bien en arriba.

Detrás del odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora