Capítulo 41

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El sol brilló con fuerza, pero distante porque julio era intenso. Se frotó las manos una contra la otra recubiertas por los guantes negros que tenían los dedos cortados en las puntas. Inhaló profundo y antes de soltar el aire se largó ágil en la primera zancada. Corría más de dos veces si le era posible en el día. Además, se internaba en el gimnasio para destruirse los músculos mientras miraba de reojo hombres en cueros a pesar del frío. Adentro del lugar el calor era sofocante y de mentira. Salía y volvía a disparar entre trotes por la plaza. La única manera de conciliar el sueño en esas vacaciones de invierno era si se agotaba hasta que no le quedase ni un gramo de pensamiento.

No hablaba más con sus amigos, la esquivaba a Valentina, la ignoraba a Liliana. Qué veía en esas caras que podían saber y no saber. Ya ni sabía qué sentía cuando percibía las tristezas y los suspiros de su madre, no quería imaginar el desprecio que debía sentir Joaquín Casenave, no le gustaba acordarse del hijo, porque le daban ganas de volverse impulsivo, salir a buscarlo, rescatarlo de esa casa sentenciada al silencio y a la soledad. En cada zancada larga y prolija buscaba desintegrarse mientras miraba el río amarronado, espolvoreado de bruma cuando el sol se escondía en una nube espesa.

No había autos en la costanera en plena mañana de día de semana. Aprovechó para correr en la calle. Cada tanto veía un gendarme, un prefecto, algún efectivo policial. Qué pasaba si lo veían a él como a cualquier parejita oculta entre los árboles, esos que se toqueteaban apretados, que se metían las manos en las ropas que ocultaban las intimidades de cada uno. Qué pasaba si en lo que imaginaba nunca había una Pilar. Alguna cosa inventada que justificara torcerle la inclinación a los golpes. Modelarle las ideas mientras lo castigaban a él, pero también al otro. El corazón le dolió si pensaba que podía pasarle algo terrible al pibe que ni quería darle forma porque qué fácil resultaba perderse en el rejunte de escenarios catastróficos.

Se rascó el cuello sin perder el ritmo. Cada tanto la sensación de asfixia lo frenaba en cualquier cosa que hacía. Sin embargo, después de la conversación en el baño nunca más volvió a forzarse con mujeres en la vida y en el pensamiento. No tenía que esmerarse más, su consciencia aprendió a dejarlo en paz, pero la que todavía debía saber la artimaña de los cuidados era su inconsciencia que lo retorcía por las noches cuando soñaba todo aquello que quería, que deseaba, los lugares que le daban calor con un único personaje.

—Detestable. Tan detestable —se quejó entre trote y trote mientras se metía en los lugares que no podía cruzarse a nadie en esa zona costera, donde no había parejas que se tocaban porque podían a los ojos de todos, donde no deambulaban milicos que lo corregirían a la fuerza para sacarle la mariconería, donde todo el mundo fuera capaz de dejarlo en paz, incluso él mismo.

***

A días que terminasen las vacaciones de invierno se dio cuenta que se olvidaba de dejarle plata a propósito. Le remarcaba los defectos físicos y en su personalidad con la certeza de lastimarlo. Le hablaba todo el tiempo que pudiera de mujeres, de modelos hermosas, de actrices rebosadas de dotes, le preguntaba por esa tal Sol siempre que podía, le contaba cuánto le había gustado Esmeralda por lo mujer que era, por la feminidad que disponía por lo ella que resultaba.

De Sebastián solo obtenía monosílabos, no iba al choque, no decía mucho, no decía nada. Parecía que todas las fuerzas que alguna vez dispuso para contradecirlo se le fueron con el cachetazo. No lo miraba con odio, no le reprochaba nada. Lo notó con las cuencas vacías que se le llenaban de significados cuando venía a buscarlo el amigo alborotado y que jamás se callaba o el chico colorado o uno morocho que parecía más grande porque de todos era el que tenía más barba. A veces un castañito que no era nunca el de lentes ¿Estaba bien sentirse contento porque intuía una pelea o una distancia? No tenía una idea clara con respecto a eso, le remordía notar felicidad ante algo que parecía inyectarle vida al siempre callado, iluminarle la cara al de los ojos tristes.

Detrás del odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora