Record of Ragnarok: Blood of...

By BOVerso

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Los diez milenios de existencia de la humanidad estarían por terminar por la mano de sus propios creadores. ... More

ꜰᴀʙᴜʟᴀ ᴍᴀɢɴᴜᴍ ᴀᴅ ᴇɪɴʜᴇɴᴊᴀʀ
ӨBΣЯƬЦЯΛ
Harā'ēkō Bud'dha
Buddh Aur Daakinee
Taantrik Nrty
Tur Arv Valkyriene
bauddh sapane
Vakning einherjar
Yātrākō antya
Interludios: El Presidente, la Princesa y el Jaguar
Interludios: Los Torneos Pandemonicos
Interludios: Los Reclutadores y los Nipones
Libro Uno: Los Viajes de Uitstli
Ayauhcalli Ocelotl
Quezqui Acalpatiotl
Tlachinolli teuatl
Kuauchili Anxeli
Amatlakuiloli Mapachtlan
Teocuitla coronatia
Yaocihuatl
Olinki Yaoyotl
Huey Tlatoani
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 1)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 2)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 3)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 4)
Interludios: La Reina, el Semidiós y los Reclutadores
Huallaliztli Yehhuatl Teotl
Yaoyotl Ueytlalpan (Ajach 1)
Yaoyotl Ueytlalpan (Ajach 2)
Inin Ahtle To tlamilistli
Maquixtiloca Teótl Innan (Ajachi 1)
Maquixtiloca Teótl Innan (Ajachi 2)
Etztli To Etztli (Ajach 1)
Etztli To Etztli (Ajach 2)
Cocoliztli Neltiliztli (Ajachi 1)
Cocoliztli Neltiliztli (Ajachi 2)
Ilhuitl Onaqui Cuauhtli Ahmo Inin (Ajach 1)
Ilhuitl Onaqui Cuauhtli Ahmo In in (Ajach 2)
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕱ø𝖗𝖘𝖙𝖊 𝖗𝖚𝖓𝖉𝖊
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕯𝖊𝖓 𝖆𝖟𝖙𝖊𝖐𝖎𝖘𝖐𝖊 𝖇ø𝖉𝖉𝖊𝖑𝖊𝖓 𝖔𝖌 𝖉𝖊𝖓 𝖘𝖛𝖆𝖗𝖙𝖊 𝖏𝖆𝖌𝖚𝖆𝖗𝖊𝖓
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖆𝖟𝖙𝖊𝖐𝖎𝖘𝖐𝖊 𝖚𝖙𝖓𝖞𝖙𝖙𝖊𝖑𝖘𝖊𝖗
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕭𝖑𝖔𝖉𝖘𝖚𝖙𝖌𝖞𝖙𝖊𝖑𝖘𝖊
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖍𝖊𝖑𝖛𝖊𝖙𝖊 𝖐𝖔𝖒𝖒𝖊𝖗 𝖋𝖔𝖗 𝖔𝖘𝖘
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖙𝖎𝖉𝖊𝖓𝖊𝖘 𝖘𝖙ø𝖗𝖘𝖙𝖊 𝖗𝖆𝖓
Tlatzompan Tlatocayotl
Libro Dos: La Pandilla de la Argentina
Capítulo 1: Los Vigilantes
Capítulo 2: Los Mafiosos
Capítulo 3: Cuatro Días Perdidos
Capítulo 4: Renacidos Sin Cobardía.
Capítulo 5: Pasar Página
Capítulo 6: Bajo la mirilla
Capítulo 7: Adiós, Sarajevo
Interludios: Academia de Magos y Hielo de Gigantes
Interludios: La Maldición del Hielo Primordial
Capítulo 8: Economista... Pero, en esencia, Moralista.
Capítulo 9: Nueva vida, nuevos desafíos, nuevos enemigos.

Interludios: El Flash de Helio

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By BOVerso

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Palacio de Gainsborough

A la mañana siguiente

Nueva Camelot era despertada aquella mañana con vividas y orondas nubes moradas que pintaban el firmamento como un cuadro impresionista. Y donde otrora los alrededores de la plaza adoquinada de Gainsborough, separada por altas verjas condecoradas con veletes de dragones, estaban vacías durante la noche... Ahora se hallaban atiborradas de pudientes ciudadanos Camelotinenses.

Allí no alcanzaba el Estigma de Lucífugo. No solo por ser una de las tierras más australes y equidistantes a la centrada Civitas Magna, sino también por los intrincados y complejos mecanismos mágicos que creaban enormes paneles de cristales, invisibles al ojo humano y elevados a kilómetros de distancia con respecto al suelo y los cuales eran llamados "espejos energéticos". Aquellas cuasi-membranas, flotando en suspensión constante en el enigmático cielo morado, captaban y reemitían las ráfagas de luz visible y las radiaciones del Estigma de Lucífugo, devolviéndolas por donde vinieron, aligerando su carga energética y bloqueando a su vez su visión óptica de las lentes oculares de todos los pobladores de Nueva Camelot y demás gente de los alrededores de la ciudad medieval.

Sin embargo, los remanentes de fotones obscuros que conseguían atravesar las barreras cuasi-membranosas se mezclaban con los gases dispersados del firmamento, mezcla de componentes químicos y gases nobles de maná que surgían como regurgiteos de los vehículos que era impulsados por este combustible, así como las industrias con sus torres de refrigerio con arquitecturas de atalayas medievales y colosales. Esto proporcionaba al cielo de su tonalidad morada-violácea, de tintes azules que de cuando en cuando aparecían y desaparecían como esquirlas. Esto no era en sí intrínsecamente malo para la atmósfera de Nueva Camelot, más allá de unas cuantas zonas donde la radiación se acumulaba hasta niveles altos de peligrosidad. Simplemente proporcionaba una biosfera única y exótica de sempiternas nieblas y vastos bosques encharcados.

Pero aún con todo, y con un nuevo ambiente acompañado de su tarea como profesora para proseguir con las formalidades de esta expedición de Valar Rahelis... Relanya Elaneiros seguía irresponsablemente durmiéndose hasta tarde.

Tenía un libro pegado a la cara, el brazo izquierdo extendido fuera de la cama y las piernas separadas de formas irregulares. Las sabanas estaban tan desordenadas que parecía como si niños hubiesen revoloteado sobre ella. Tenía puesta un pijama sin mangas y que apenas le llegaba hasta las rodillas. Pisadas resonaron sobre la madera en dirección hasta su cama. Alguien le removió el libro de la cara, y Relanya frunció el ceño cuando los rayos mañaneros le pegaron en la cara.

Frigia la Croix tenía la preocupación enervante dibujada en sus adolescentes facciones y sus intranquilos ojos morados.

—¡Profesora Relanya! ¡Despiértese, por favor! ¡Que la están llamando para la excursión!

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|◁ II ▷|

La Elfa Descarada estiró los brazos y despidió un profundo bostezo. Se acomodó sobre la cama poniéndose bocabajo. Frigia frunció el ceño.

—Cinco minutos más, amiga... —murmuró, la voz ronca y acentuada— Que ni tan tarde es...

—¡Son las siete y media! —exclamó Frigia.

—¿Ves? Ni tan tarde es...

Frigia chasqueó los dientes y ensombreció el rostro de la cólera. Agarró las sábanas que estaban debajo de Relanya y, de un tirón hacia delante, las despegó de la cama, provocando que la propia Relanya cayera al piso de un gritito espantado.

Forzándola a peinarse y a vestirse como una madre que prepara a su hija para su primer día de escuela, Frigia la sacó de la cama, fue hasta el ropero, extrajo las ropas y vistió a su profesora con sus atavíos más característicos: casaca abotonada, pelerina blanca con el blasón de la academia, falda blanca, pantalones de cuero negro y botas. Afuera, el clima gélido traía vientos aulladores de igual zozobra estremecedora que humedecían las ventanas, por lo que también le puso una bufanda azul alrededor del cuello. En todo momento, Relanya no abrió los ojos en un intento por quedarse de nuevo dormida.

—Abra los ojos, profesora Relanya —dijo Frigia, palpándole las mejillas—. Ya es bastante insolente que la haya cambiado sin bañarse primero.

—Ni que oliera tan mal como un Oso Rúnico, amiga... —masculló Relanya, la voz cansada y sonámbula.

—¡Y ya déjese de ese lenguaje! Que ahora le toca dirigir la primera excursión y ya lleva diez minutos de tardanza. ¡Lo último que quiero es que ande por ahí parloteando!

—Te mandaron a que me buscaras, apuesto, ¿no? —fue aquí que Relanya abrió un ojo y sonrió con descaro. Frigia hizo un puchero.

—¡Vamos! —Frigia jaló de la elfa albina de su mano y ambas salieron de la habitación.

—¡Quien es la maestra y quien es la estudiante ahora, ea! —exclamó Relanya, ladeando la cabeza de adelante hacia atrás y dejándose llevar por los gentiles tirones de su pupila fuera de la habitación.

Las dos recorrieron los estrechos y opulentos pasillos, bajaron por las escaleras diagonales iluminados por la luz filtrada de las ventanas, descendieron por la ancha escalinata de la que subían y bajaban cortesanos y sirvientes del palacio que se las quedaron viendo con miradas extrañadas, y finalmente culminaron su recorrido hasta la enorme entrada de Gainsborough. Las puertas abiertas de par en par alojaban hileras de estudiantes de primer año y a sus correspondientes profesores. Al verlas descender por la escalinata, hubo reacciones mixtas: los profesores enarcaron las cejas y pusieron los ojos en blanco, mientras que los jóvenes estudiantes de primer año (en su mayoría adolescentes de diecisiete y dieciocho años) cuchichearon risas e intercambiaron miradas y susurros bobalicones. Entre los chistecitos se oyó más de una "Elfa Descarada":

Frigia se separó de Relanya y se unió a su hilera, ignorando los comentarios irrisorios de sus compañeros sin dirigirles una mirada de su semblante indiferente. Relanya se dirigió hasta la fila de profesores. Uno de ellos, de cabello verde ondulado, sotana con bordados dorados y una banda sacerdotal sobre sus hombros, ladeó la cabeza.

—No llevamos un día aquí y ya nos avergüenzas con tu falta de pedagogía —murmuró, acomodándose los lentes.

—Supongo —dijo Relanya. Dio un paso adelante y después tres palmadas. De repente, todos los estudiantes cambiaron sus expresiones de risas a unas perturbadas. De repente se pusieron todos firmes y callaron sus risitas. Frigia sintió un corrientazo correrle por el cuerpo en un instante, y los cosquilleos remanentes sacudían varias partes de su cuerpo.

<<Hechizo de control corporal>> Pensó Frigia, los ojos semi-ensanchados. <<Una magia que no se requiere de catalizador. Una magia para los más avanzados.>>.

—Ok, ok, escúchenme —exclamó Relanya, la voz aún sonando mullida y con ganas de querer echarse a dormir—. Sus mayores de segundo y tercer año están ahora mismo tomando excursiones en otras partes de Nueva Camelot, por lo que el pastel entero de Gainsborough será dedicado a ustedes nada más para así conocer sus instalaciones, su historia, yada, yada... —hizo una breve pausa— Tres días enteros, ¿vale? —alzó tres dedos de su mano izquierda— Serán tres días los que tendremos para explorar Nueva Camelot hasta sus benditos alcantarillados. Tres días antes del evento cósmico que Sir Aland nos tiene preparados —junto las manos entrelazando los dedos y dedicó una mirada rápida a todos los estudiantes de primer año—. ¿Alguna pregunta antes de dar las reglas?

Una chica de cabello violeta alzó un brazo. Relanya le dio la palabra con un ademán de cabeza.

—¿Podremos tener una charla con Sir Aland, de casualidad? —preguntó.

—Aland está fuera de la lista, niña —contestó Relanya, rápida y rotunda—. Está bastante ocupado ahora mismo. ¡Ni se encuentra en Camelot, para empezar!

—¡Pero queremos tener una charla con él! —insistió la muchacha— Es prácticamente el noventa por ciento de mi motivación para haber venido a este lugar. ¡Es mi modelo a seguir!

—¿Ah, sí? —Relanya dio un paso adelante, el ceño fruncido.

—¡Sí!

—¿Tu modelo a seguir?

—¡SÍ!

—La-Callada-Dice-Qué.

—¿Qué?

Relanya alzó velozmente un brazo y chasqueó los dedos en dirección hacia la chica pelirosada. De repente apareció un sello mágico en los labios de la estudiante que se desvaneció al segundo. La muchacha trató de abrir la boca, pero los músculos no le respondieron. Los estudiantes se la quedaron viendo con expresiones de sorpresa, terror y diversión entremezcladas. Hubo unas cuantas risitas antes de que Relanya palmeara sus manos y su hechizo de comandancia los hiciera ponerse rectos de nuevo.

—¡Regla número uno! —exclamó la elfa, dando un paso atrás hasta devolverse a su sitio central— Porque sí, así como hay un motivo para ver a Sir Aland, hay motivo para haber reglas. Para ser obedecidas —alzó un dedo— De Sir Aland no se va a hablar en estas excursiones —alzó otro dedo—. Regla número dos: cualquier cosa, ea, que les diga sus profesores de no irse por las ramas y separase del grupo ¡A obedecerse! —a pesar del tono neutro y desapegado de su voz, Relanya lograba imponer su autoridad en los mocosos por su atropellada elocuencia— Regla número tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, al infinito y más allá, pues, ¡ea! Y se los digo porque ustedes me agradan, aunque el sentimiento no sea correspondido... —se quedó en silencio por otro rato. Lapso que hizo que los estudiantes tragaran saliva y sintieran el sudor correrle por los rostros— Nada de duelos mágicos. Veo a alguno hacer un duelo mágico, acabará conmigo ganando la contienda. ¿Quedó claro?

Los profesores quedaron completamente silenciados; algunos hicieron muecas de querer protestar por su forma de dirigirse a los estudiantes de primer año, pero no vieron la oportunidad de plantarle cara. Todos los jovencitos y jovencitas asintieron la cabeza, incluida la sorprendida Frigia. Era la primera vez que veía a su maestra actuar de esta forma. Llevaba poco tiempo conociéndola, y ahora que estaba viendo estas nuevas facetas de la "Elfa Descarada"... Esbozó una sonrisa de aprobación. Sus expectativas no fueron decepcionadas en lo absoluto.

—Ea, así me gusta —Relanya hizo un ademán de cabeza y se dio la vuelta—. ¡Empecemos! 

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|◁ II ▷|

Observatorio de Rioplata

A las afueras de Nueva Camelot

La perenne niebla se esparcía por todas las hectáreas del Camino Real, recubriendo grandes secciones de llanuras encharcadas condecoradas con lúgubres cipreses de pantano, delgados y altos que de vez en cuando sacaban siluetas humanoides con sus sombras. Los gélidos batires de viento arrancaban aullidos desorientadores que hacían que Hoover y Hrist, ambos cabalgando en el semental astado y peludo de nombre Kojiro, observaran sin cesar sus derredores en estado de alerta.

La caravana de jinetes de la Guardia Carmesí se alargaba hasta los treinta metros de largo. Había más de treinta efectivos de caballería avanzando por el empedrado Camino Real, vadeado por balaustres y vallados de dos metros de altos y de grosor. Más adelante, en la zona central de la columna de caballería, avanzaba un carruaje rojo con extensos y delineados bordados blancos, tirado por ocho sementales negros.

—Uff... —los dientes de Hrist traquetearon y sus brazos retemblaron. Se acomodó bien el abrigo blanco a sus hombros— No tenía idea que fuera a hacer tanto frío por aquí. Parece esto Jötunheim.

—Parece esto más bien Florida... —murmuró Hoover, el rostro endurecido para ocultar los escalofríos leves que sufría de cuando en cuando.

De pronto, las cortinas del carruaje rojo fueron corridas, luego la ventanita. Sir Aland asomó la cabeza con una sonrisa divertida dibujada de oreja a oreja

—Y yo les dije que se metieran al carruaje —dijo—. Les dije también que era irrespetuoso rechazar la oferta de un Lord.

—Es mi segunda vez viniendo a estas tierras, Lord Aland —farfulló Hrist, echando vaharadas densas por la boca—. Lamentablemente aún no me acomodo a los títulos y la aristocracia de "Lores" y Ladies".

—Mucho menos te adaptarás al frío de las Aguaslechosas, me temo —replicó Aland, sonriente, masajeando sus dedos de los cuales en el anular portaba un anillo con incrustación de rubí.

—Es la primera vez que conozco estas partes de sus tierras —dijo Edgar Hoover, volteando la cabeza de lado a lado y divisando, a través de los resquicios de los balaustres, los extensos lagos que se perdían tras la niebla—. ¿Siempre ha lucido así?

—No antes de la Segunda Tribulación —contestó Aland, asomando igualmente la vista más allá de los parapetos—. Previamente las Aguaslechosas eran planicies verdes y fértiles, llenas de abono productivos para la economía de latifundios y el comercio libre con los demás reinos y estados que se fueron formando alrededor de la Civitas Magna. Ahora... —guardó breve silencio. Apretó los labios y los chasqueó— Es un embalse al cual nos fue difícil adaptarnos. Y aún seguimos en eso.

—He visto fotos de como era Camelot antes —afirmó Hrist, alzando un poco la cabeza para observar algunos árboles delgados que eran de más de treinta metros de alto, y que sus ramas daban el aspecto de ser un gigante petrificado. Alrededor de él descansaban ruinas indecibles y medio sumergidas—. Me es difícil creer ahora que esas mismas planicies verdes estuvieron aquí.

—A mi también me es difícil creerlo —confesó Aland—. La imagen de la vieja Camelot se desvaneció de mi cabeza. No importa cuantas veces sueñe o vea fotos de ella, no soy capaz de imaginármela de nuevo.

—¿Qué demonio fue el que azotó Nueva Camelot? —inquirió Hrist.

—Vepar —la contundente e inmediata respuesta de Sir Aland dejó sin palabras al duo—, una de las duquesas más poderosas del Pandemonium que previamente estuvo bajo el mandato de Ifrit. Creó grandes cauces en las montañas con los cuales inundó las planicies, y después hizo caer del cielo sus barcos con sus más de veintinueve legiones. Ese fue el flanco delantero. El flanco de la retaguardia fue atacado por Marax, poderoso Gran Duque y amante de Vepar. Con sus legiones unidas, formaron uno de los ejércitos más grandes y poderosos de la Segunda Tribulación. Y una de las estrategias militares más mortíferas que por poco pone en jaque a Nueva Camelot.

—Adam en ese entonces era Rey de Nueva Camelot —apuntó Hoover—. ¿Quién peleó contra quién?

—Adam se encargó de lidiar contra Vepar, esta última en su forma de Sirena-Leviatán. Él fue directo contra ella, como todo un rey valiente y honrado —Aland apretó un puño y se lo quedó viendo con una sonrisa confiada—. Yo, por otro lado, ataque a Marax devolviéndole la misma sucia estrategia que él me tendió a las puertas de Nueva Camelot. Masacrando a las vanguardias de sus ejércitos que iban directo a las murallas demolidas, y destruyendo las defensas mágicas de su fortaleza.

—¿Él y tú tuvieron un combate singular? —preguntó Hrist, mostrándose más interesada en el relato.

—En medio de la batalla final entre el choque de nuestros ejércitos —Aland agrandó la sonrisa y entonó un murmullo emocionado—. ¡Como si el destino nos hubiera puesto a él y a mí en el centro de todo el fragor!

—¿Y tuviste dificultad para derrotarlo?

Se hizo el silencio. Sir Aland tornó la cabeza hacia el frente y, luego de expulsar un suspiro, volvió a esbozar su orgullosa sonrisa caballeresca.

—Lo domine.

Tras eso, no volvieron a entablar más conversación por el resto del trayecto del puente.

Tras varios minutos de lento recorrido, la caravana de jinetes culminó el recorrido por el puente y empezaron el ascenso a través de un camino zigazagueante y empinado. El sendero formaba curvos lados a través de las baldías y secas laderas de un pequeño montículo de unos cuatrocientos metros de altura. Sin follaje ni árboles que obstruyeran la visión, Hoover y Hrist obtuvieron extraordinarias vistas del Observatorio de Rioplata.

La estructura se erigía en lo más alto de la montaña, erosionada de tal forma que su vasta superficie era tan plana como una meseta. Rodeada por vallados, a su vez rodeado por fosos, y a su vez rodeado por murallas triples de color blanquecinos, el Observatorio estaba tan bien pertrechado que parecía una fortaleza en su conjunto. El gigantesco domo metálico, de quinientos metros cúbicos y cincuenta metros de altura, proveía una marea de sombras sobre el zigzagueante sendero que abrumaba a Hoover y Hrist. En el lento ascenso, observaron también distintos puestos de generadores que, en vez de producir electricidad, producía aquella energía de maná de color celeste fosforescente que se esparcían a través de los largos cables que subían y bajaban por las explanadas. La corteza de la montaña, al ser de roca caliza, de color nívea, potenciaba la conductividad de aquella energía al observatorio, lo que a su vez creaba halos de luz astrales alrededor de los generadores mágicos y largos arabescos azulinos que se extendían como hilos verticales sobre los llanos de las laderas.

—Aquí está —dijo Aland, oteando el observador asomando la cabeza por la ventana. El caballo Kojiro trotaba a la par del carruaje, dándole las mismas vistas de la estructura a Hoover y Hrist—. El mayor orgullo de la astronomía. Mío y de Alister Inde. 

El carruaje real y su caballería roja culminaron el ascenso emitiendo una torva de estruendos de cascos y repiqueteos de gualdrapas y pisadas contra los adoquines que se emplazaban al frente del observatorio formando una enorme plazoleta vadeada por árboles cipreses y que daba hasta unas altas compuertas de hierro selladas. Una vez se detuvieron, los jinetes bajaron de sus caballos y los llevaron hasta una caballeriza. Hrist se llevó dos dedos a sus labios y silbó, haciendo resplandecer su brazalete dorado y desaparecer a Kojiro en una bruma dorada. Ella y Hoover cayeron de pie al mismo tiempo que Aland abría la puerta de su carroza y bajaba elegantemente los dos escalones.

—¿Por qué los muros? —preguntó Hrist, señalando con una mano las altas murallas blancas tras las valladas verjas.

—Para evitar la escala de Cangrejos Colosales que tienen madrigueras en las laderas y que quieren colarse a la cima —respondió Aland, arreglándose los botones de su casaca y acomodándose la chaqueta roja—. Fueron horrores las primeras veces que estuvo en proceso de construcción este observatorio.

—¿Antes o después de la Segunda Tribulación? —preguntó Hoover.

—Mucho después —dijo Aland, y emprendió la marcha hacia las puertas de hierro. Hrist y Hoover intercambiaron rápidas miradas aseverantes y siguieron en pos de él al igual que sus caballeros de la Guardia Roja.

Un centinela atestado en los torreones frontales a las murallas atestiguó la llegada de la caballería y del carruaje real. De un gritó avisó a su compañero del otro torreón para abrir las compuertas. Cuando se dirigieron hasta los paneles de control, alcanzaron a ver a un hombre de cabello rubio cenizo de pelerina azul fusionada con una larga capa de mismo color que le caía hasta los tobillos. Tras él estaba un séquito de hechiceros, todos vestidos con intrincadas togas negras con encajes de entramados blancos.

Ambos guardias presionaron un círculo mágico del panel de control al mismo tiempo, activando los mecanismos de las puertas. Un estruendo metálico resonó en todo el ambiente. Aland, Hrist, Hoover y los Guardias Rojos se detuvieron a escasos diez metros de distancia de las compuertas, estas últimas abriéndose pesadamente y produciendo constantes chirridos. A medida que el resquicio se iba ensanchando, las numerosas siluetas paradas al otro lado de las compuertas se volvían más vistosas a los ojos de Aland y sus presentes.

Una vez las puertas de hierro estaban abiertas de par en par, el hombre de melena rubia ceniza ya se encontraba avanzando con su séquito de hechiceros hacia el grupo de Aland. Hoover y Hrist dieron una rápida mirada analítica al opulento grupo, pero todas las advertencias de alertas se desvanecieron al sentir la presión en el aire disminuirse, siendo reemplazada por una cálida y pacifica aura que exudaba el hombre de cabello rubio cenizo. De repente, los vellos erizados que ambos habían tenido por culpa del clima mermaron, y las tensiones de sus hombros se calmaron.

Y de repente, cuando quisieron reparar en aquel hombre, este ya se hallaba abrazándose estrechamente contra Sir Aland.

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|◁ II ▷|

Como una pareja que no se veía desde hacía meses, Aland y aquel sujeto de aspecto inocente e inofensivo se aferraron tan fuertemente el uno al otro que no parecían querer separarse por nada en el mundo. Sintiendo como si estuvieran viendo una escena romántica, tanto el corazón de Hoover como el de Hrist se encogieron de la empatía de ver a aquellos dos mejores amigos estrecharse entre sí con tanto fervor y amor...

Pero cuando ambos se miraron a los ojos y se plantaron un profundo besos en los labios, Hrist ensanchó los ojos y de repente le entró un ataque de tos. Se medio inclinó hacia delante y golpeteó las tetas con tal de sacarse toda esa sorpresa a base de regurgiteos.

—Ohhh, así que este es el otro significado del Reino de los Hombres, ¿ah? —murmuró Hoover, masajeándose el mentón y mostrando un semblante indiferente pero que en realidad ocultaba una gran perplejidad.

Aland y su pareja se separaron y se miraron a los ojos, como disfrutando también del contacto visual así como el físico. Fue tan mágico el momento para ambos que el mundo alrededor de ellos se volvió blanco, invisible y carente de sonido, tacto y olor más que el de ellos dos, como una cúpula de seguridad en la que habitan solo ellos dos. No fue sino hasta que Aland, deteniéndolo de darle otro beso, sonrió y le indició con un ademán de cabeza a su pareja que mirara hacia la derecha. El hombre de juvenil rostro gentil y mentón pronunciado ensanchó los ojos de la vergüenza al ver a Hoover y Hrist, y las mejillas se le encendieron de color rojo.

—¡Ay, ay! Mis disculpas, mis disculpas —farfulló el hombre, inclinando el cuerpo hacia delante varias veces hacia ellos en gesto de disculpa fervorosa. Las dos coletas de su cabello caían constantemente sobre sus hombros. Su voz sonaba tan suave y chillona que Hoover la llegó a confundir genuinamente con el de una mujer. Su aspecto también parecía el de una... pero no. Él era un hombre—. Que indecoroso de mí ofrecer un espectáculo tan lascivo...

—Hey, hombre, está bien eso... —balbuceó Hrist, golpeándose una vez más el busto para sacarse otra tos— Amor es amor, ¿No? Solo que tan sorpresivo... —abrió y cerró varias veces los ojos como queriéndose sacar arena de allí.

—Por eso me disculpo. Fue tan indecoroso presentarme de esta forma...

—Vamos, Alister, tienes otro chance —dijo Aland, tomándolo de uno de sus hombros y palmeándolo con ánimos—. Peor sería si lo hubieras hecho en Gainsborough. Las estudiantes de Valar Rahelis se habrían arrancado los cabellos.

—Y los chicos estarían todo el día con "¡Aland es marica! ¡Aland es marica!" —apostilló Hoover, haciendo un gesto despectivo de hablar con la mano. Hrist se lo quedó viendo con una mueca de espanto. Hoover le devolvió la mirada, la ceja arqueada.

—He afrontado esas dificultades gran parte de mi vida, Sir Hoover —dijo Aland, sin borrar su sonrisa de buen humor. Negó con la cabeza—. Ya a día de hoy es hasta anacrónico seguir insultándome con esos términos despectivos.

—En verdad que el mundo cambio en este ámbito... —murmuró Hoover, masajeándose aún el mentón, pensativo.

—¡Venga, Alister! —el entusiasmo se destiló en la exclamación de Aland, este último dándole una palmada en la espalda a su hombre— Aún tienes tiempo de demostrar caballería. Hazlo.

—Ay,ya, pero no sigas con las palmadas —Alister puso cara de molestia. Dio un pasohacia delante, cambió su expresión a su mueca caballeresca de sonrisa radiante,y realizó otra reverencia tomando los ligamentos de su capa y alzándolos engesto, esta vez, de bienvenida—. Bienvenido sean, dama y caballero, al Observatoriode Rioplata —se irguió.

Hoover y Hrist cruzaron miradas ociosas. Alister Inde no borró su casta y juguetona sonrisa de su rostro y, de un ademán de mano, los invitó a ambos a pasar.

—¡Vengan! —dijo, dándose la vuelta—. Hay mucho que hablar con respecto al Proyecto Solaris. Según me dijo Aland —continuó mientras emprendía la marcha hacia las compuertas de hierro abiertas de par en par. Sus hechiceros de togas negras lo siguieron, seguido de Aland, Hoover, Hrist y la Guardia Roja en una marcha de casos repiqueteantes y ropas ondulantes—, de no haber sido por la investigación de Sir Hoover y Sir William, entonces no habríamos vinculados los fenómenos que ocurren en la corona solar con la solución al tan enrevesado "Prisma Negro".

—Pero solamente hemos hecho hipótesis basadas en las observaciones de esos fenómenos —dijo Hoover—. ¿Cómo podremos estar seguro que las pruebas, llevadas a la acción, puedan surtir tal y cómo los hemos estudiado las propiedades del Prisma Negro y que se pueda así descongelar?

—Porque me tienes a mí, Sir Hoover —dijo Aland, caminando a la par suya y palmeándole el hombro. Le dedicó su atorrante sonrisa caballeresca—. Tienes al Caballero del Sol, y a su familia trabajando para dominar al astro padre.

Sir Aland atolondró sus zancadas, adelantándosele hasta posarse junto a Alister. Ambos hombres entrelazaron sus brazos y siguieron el camino hacia el puente de acceso que llevaba al interior del observatorio. Hoover y Hrist se quedaron viendo a la pareja, sintiendo una mezcla de compañerismo, poder y amor genuino emanar de ambos.

Ambos se miraron brevemente, sintieron de repente un cosquilleo incomodo, y miraron hacia otras partes mientras caminaba por el puente de madera.

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3
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|◁ II ▷|

Jötunheim

Observatorio Þjálfi

El Observatorio Þjálfi no se limitaba únicamente al observatorio propiamente dicho. Además de las formaciones de casa blancas, edificios rectangulares con paredes tan albas que parecían hechas de nieve, acueductos que conectaban con cisternas e iglús más grandes que las torres de agua que se alzaban imponentes en los extremos del poblado con sus colosales tanques de diez metros de alto con cinco de ancho, también se erigía, más al noroeste en posición central al Þjálfi, un santuario cristalino del cual no paraba de exudar vidrío en polvo en forma de constantes arabescos que son jalados por los vientos del este.

Y del que también se desprendía un inexplicable hálito familiar que hacía fruncir el ceño a Sirius Asterigemenos en su recorrido hacia aquella imponente basílica.

Acompañado por Dédalo, Gróa y Geir, el Nacido de las Estrellas arraigó a templo de cristal portando aquella mueca de sospecha e inseguridad y cargando con una sensación pesada en el pecho en todo el nevado trayecto. Como si estuviera llegando a un lugar abandonado en el que tuvo experiencias extrañas en ella (a pesar de ser esta la primera vez que visita el lugar), Sirius sentía una mezcla de sensaciones familiares y de pesares provenir del interior del santuario cristalino. Aquellas sensaciones incontrolables, similares a las que sintió al ver a Axel Rigall en el Prisma Negro, lo hacían sentir mareos y una desconcentración voraz que retemblaban sus parpados y le ponía los pelos de punta. Las gélidas brisas no hacían más que aumentar aquellas sensaciones de molestia.

—¿Sirius? —farfulló Geir, caminando a su lado, aferrada a su brazo— ¿Sucede algo?

El peliverde respondió con un suspiro aspero.

—¿Por qué me están llevando para acá? —le preguntó a Dédalo y Gróa, ambos caminando más adelante que él. Lanzó una mirada crítica a la basílica, su fachada siendo un edificio rectangular con pilares partidos por la mitad y una escalinata de peldaños rasgados.

—Hay otra persona a la cual quiero que conozca, Sirius —respondió Dédalo con rotundidad. Sirius no notó atisbo de que le estuviera ocultando algo—. Su nombre es Panthalassa. Es hermana de Axel.

—Ok... —Sirius miró hacia ambos lados, frunciendo aún más el ceño. Tras un breve silencio atolondrado de cosquilleos incomodos, chasqueó los dientes— Y... ¿Por qué?

Cuchicheos de risitas provinieron de Gróa. La Hechicera del Seidr se llevó una mano enguantada a la boca.

—Sospecha, pero no ata los cabos... —murmuró.

—¿Cabos de qué? —los ojos ámbar de Sirius se ensancharon.

—Baje las defensas, Sirius —replicó Dédalo, acuclillándose y dando un salto que produjo un chasquido metálico. Ascendió hasta la cima del peldaño. Gróa agitó las manos hacia abajo, liberando brisas blancas y heladas que la elevaron hasta lo más alto—. Lo descubrirás ahora mismo.

<<No creo que eso me tranquilice>> Pensó Sirius, cargando a Geir sobre sus brazos para después dar un salto. Cayó en la cima de la alta y destruida escalinata y plantó a Geir en el suelo. Reanimaron la lenta marcha; Dédalo y Gróa seguían avanzando por delante de ellos, y pasaron por debajo de un gran arco de herradura desprovisto de puertas. De su interior emanaban luces celestes brillantinas. Una vez Sirius piso la alfombra azulina desaliñada, la pesada incomodidad se incrementó abruptamente, generando una oleada de escalofríos en Sirius que lo hicieron tragar saliva y llevarse una mano al agitado pecho.

—Guau... —murmuró Geir quien, en cambio, fue asaltada por una vivida fascinación al ver los voladores cristales romboidales y octaedros con sus superficies de vidrios haciendo movimientos ondulados, levitando de arriba hacia abajo muy lentamente, y proporcionando a la ennegrecida y desolada galería con tenues brillos blancos celestinos.

Desprovista de obstáculos de gradas u otros escombros, y con su transparente techo de ojiva abovedado hecho de cristal grueso del que se desprendían vaharadas de vidrio en polvo que se desvanecían antes de pasar de largo los claristorios, la nave central con forma de cruz escandinava estaba lo suficientemente despejada como para que los ojos de Sirius y Geir se centraran en la encogida figura al fondo. El triangular vitral, en lo alto del triforio, desprendía haces de luz de color azules, celestes y ciánes que formaban focos en varias partes del rellano. El misticismo de la sala era ya pronunciado por aquellos focos y por los cristales levitantes, pero se despegó brutalmente cuando Sirius y Geir llegaron hasta la silueta femenina sentada de piernas cruzadas sobre el altar.

—¿Pan? —dijo Dédalo, haciéndose a un lado al igual que Gróa para que toda la atención se concentrara en Sirius.

La mujer permaneció inamovible. Sentada frente a un altar condecorado con figuras humanoides y policromadas de Jötuns y Titanes Griegos que se sentaban unos al lado del otro, algunas veces rodeando las velas y candelabros de llamas azules, daba la impresión de ser una ocultista de severa e inquebrantable rectitud. Los destellos celestinos de los cristales se reflejaban en su melena color plata, decorada en su oreja izquierda con una horquilla con forma de ala parecida a la de Brunhilde pero de color azul transparente. El tabardo cándido solo le cubría la parte frontal, dejando su espalda expuesta con las ligaduras negras formando entramados. Sus shorts negros dejaban expuestas sus larguísimas piernas, siendo de los muslos para abajo escamas cerúleas parecidas a las de una sirena antes que piel normal.

Los ojos de la mística mujer estaban cerrados, pero aún así Sirius se sentía observado por ella como si tuviera ojos en la expuesta espalda.

—¿Trajiste al chico? —preguntó ella, destilando más su aura extática a través de su lisa y cetrina voz— ¿O al hombre? ¿O al semidiós?

La pregunta dejó confundido tanto a Sirius como a Geir. Dédalo juntó sus manos a la altura de su abdomen, su expresión impasible.

—Debiste sentirlo desde que llegó al Observatorio —dijo.

—Oh, sí, sentí la Energía Gaia venir hasta acá —replicó la mujer—. Pero como estoy tan desactualizada de la misma, solo siento un tímido y desconfiado titilo. Fácilmente pudiste haber traído a cualquiera con Anima Mundi antes que al semidiós.

—¿Y por qué haría eso? —dijo Dédalo.

—¿Aburrimiento? —un siseo de risa huraña provino de sus finos labios— Veinte años aquí, Dédalo. Y ni una sola broma. Va siendo hora, ¿no?

—Panthalassa... —gruñó Gróa, la mano sobre la cintura y su tacón repicando el suelo con angustia.

—Vale, vale —la mística mujer de piernas escamosas rompió su pose de meditación y empezó a ponerse de pie—. A ver si rompe las expectativas...

Se irguió imponentemente, sus tacones haciéndola ver más alta y demostrando la voluptuosidad de su delgado cuerpo, que daba la impresión de ser macilento y frágil... pero eso cambió nada más ella mirar a Sirius por encima del hombro con su violáceo ojo con iris vertical. Él sintió toda el aura ocultista emanar de ella transformarse en una oleada de poder óptico que prejuzgaba su figura cual mortal siendo juzgado por Dios ante las puertas del cielo. Su melena plateada ondeó con el empuje de las brisas cristalinas soplando a través de los agujeros de las paredes y las claraboyas del techo, y Panthalassa se pasó las enguantadas manos azules-grisáceas a través de sus ondulantes rizos cromados, conjurándole un aspecto más mágico y más... divino.

Sin cambiar su enervante expresión desinteresada, la exótica mujer preguntó:

Sirius sintió que se quedaba sin aliento por unos instantes. Tras apretar los labios y suspirar, contestó:

—Sí, soy yo.

Unos instantes de silencio. Panthalassa, la primera oceánide, se dio la vuelta y bajó los peldaños del altar hasta quedar a unos metros de Sirius. Geir sintió su espacio personal y el de su Einhenjer siendo invadidos, por lo que se arrejunto más al brazo de Sirius. Pero a pesar de que ella la veía a la cara, Panthalassa no le devolvió la mirada; sus ojos violáceos estaban totalmente fijos en el tenso Sirius.

La ninfa alzó una mano y agarró a Sirius de su mentón. Le hizo volver la cabeza de un lado a otro para inspeccionar todas sus facciones. La expresión desconfiada de Geir pasó a una escandalizada.

—¡Oye! ¡¿Qué le haces?! —protestó Princesa Valquiria, separándose de Sirius y poniéndose al lado de ella.

Sirius, en cambio, no protestó ni hizo movimientos bruscos. Permitió que aquella mujer analizara su rostro con la férrea mirada. Toda sensación de sospecha que lo sopesó hasta ahora fue reemplazada con un sentimiento familiar muy acogedor. Tenía la impresión de conocer el rostro de aquella ninfa. Sentía que el aura mística y antigua que emanaba de su delgado cuerpo le era propio a él... pero no podía identificarlo del todo.

De pronto sintió un cosquilleo en la quijada. Sirius ensanchó los ojos y su corazón dio un vuelco de la sorpresa. Sus ojos bajaron la vista y alcanzaron a ver una fuente de luz azulina rodear el brazo enguantado de Panthalassa. <<¡¿Energía Gaia?!>>

Rápidamente se impulsó hacia atrás, sus pies deslizándose por el liso suelo y separándose de ella por más de diez metros. Su movimiento provocó una efímera explosión de luz en el brazo de la ninfa. Geir trastabilló, cegada por el resplandor, y Gróa la sostuvo de los hombros para evitar que se cayera. Panthalassa se quedó quieta, con el brazo aún levantado, y envuelto en un aura de color azul claro con bordes azul oscuro. La ninfa cerró su mano, dejando un dedo alzado del cual se desenrollaba un hilo de luz que se alargaba los diez metros de distancia entre ella y Sirius... hasta conectarse con el mentón de éste.

<<Esta Energía Gaia...>> Pensó Sirius, tocándose el mentón y palpando la densa aura azulina pegada a su quijada. <<¿Por qué también me es familiar?>>

—Mmmm, entonces tenías razón, Dédalo —pronunció Panthalassa, bajando el brazo y haciendo desaparecer el ligamento de aura—. Es mi familiar.

—¿Familiar? —Sirius frunció el ceño y avanzó de regreso al centro del rellano. Ladeó varias veces la cabeza— ¡¿Me pueden explicar de qué demonios se trata todo esto?!

Panthalassa enarcó las cejas y miró de reojo a Gróa.

—¿No le dijeron?

—Ah, entre los juicios esos de Aztlán y el Proyecto Solaris, no hubo margen... —contestó la Jötun, esbozando una sonrisa nerviosa y excusante

—¿Familiar? —balbuceó Geir tras restregarse los ojos tener clara su vista de nuevo. Avanzó varios pasos hasta ponerse frente a la ninfa— Momento, ¿eso quiere decir que tú?

—Sí, niña. ¡Y sí, niño! —exclamó Panthalassa, poniendo las manos sobre sus anchas cinturas— Yo soy tu tía de parte materna.

Las muecas de pokerface se formaron en las caras de Sirius y Geir. Todo el ambiente familiar formado hasta ahora se quebró y fue invadida por una confusión extrema.

—Momento, momento, momento —farfulló Sirius, las mejillas encendiéndose de la vergüenza. Se rascó la cabeza, agachó esta última y después alzó el dedo índice—. Yo sé... que mi árbol familiar es bastante... —giro las manos en gesto aún más confuso— como decirlo... Enredado, eso —chasqueó los dedos y alzó la cabeza—. Así que, por favor, sé lo más simple posible.

—Mi padre es el Titán Océano, hermano del Titán Hiperión quién es padre de Selene y esta a su vez es tu madre —Panthalassa junto las yemas de sus dedos índices como si hilara una soga invisible—. ¿Más simple o te lo explico ahora con plastilina?

—P-pero si Axel es tu hermano, entonces... —farfulló Geir, retemblando de pies a cabeza, los ojos totalmente en blanco de la perplejidad. Su reacción irrisoria le sacó una risa a Gróa, esta última cubriendo sus labios con una mano para no desternillarse.

—Ujum. Axel es tío de Sirius.

Sirius cerró los ojos con fuerza para después abrirlos con la mueca de mayor confusión que Geir haya visto en su rostro.

—¿Cómo? ¿Qué? ¿Quién? ¿Por qué? —farfulló el peliverde, agitando de un lado a otro sus manos como queriendo agarrar la comprensión, pero ésta esquivándolo sin cesar, siendo más rápida que él.

—¿Brunhilde nunca te dijo de la historia de Axel? —preguntó Gróa, la mano sobre la boca, aguantándose más las ganas de echarse a reír.

—Me dijo muchas cosas de él —respondió Sirius—. Cosas muy breves de su pasado y de cómo derrotó a Thrudgelmir. Siempre fue vaga en los detalles

—¿No te dijo que era padre es Océano? —inquirió Panthalassa.

—¡No!

—Ahí está la respuesta a tu confusión —dijo Panthalassa, chasqueando los dedos y señalándolo con el índice.

—¡Bueno, ya! ¡Basta! —maldijo Sirius, agitando los brazos, el rostro completamente enrojecido de la vergüenza— Dejemos las genealogías para después, que lo que me están es friendo la cabeza.

—La mía igualmente... —murmuró Geir, el vapor saliéndole por la nariz y las orejas, las espirales de confusión girando en sus ojos.

—¿Cuál es la causa, razón, motivo o circunstancias por las que te tengo que conocer ahora aparte de hacer una muy incomoda reunión familiar? —Sirius estiró un brazo tembloroso y señaló a la océanide.

—Porque la vamos a necesitar para el Proyecto Solaris, Sirius —explicó Dédalo, dando una zancada y poniéndose al lado de Panthalassa.

—¿No se supone que ella estuvo contigo durante las otras pruebas con los demás Legendarium?

—Eso era cuándo pensábamos que el Prisma Negro se rompería con relativa facilidad —manifestó Gróa—. Pero ahora iremos bien preparado esta vez.

—¿Qué diferencia haría ella? —Sirius tragó saliva y realizó una reverencia con la cabeza— Sin ofender.

—Bueno, no me ofendo —dijo Panthalassa, sonriente, los ojos entrecerrados. Alzó su brazo derecho y abrió la palma de su mano, provocando una explosión de una preciosa aura celestina alrededor de ella—. Como verás, soy una usuaria de Anima Mundi, como tú. Y como eres mi familiar cercano, entonces activo la propiedad que ha hecho que sientas esas sensaciones familiares no solo conmigo, sino con Axel cuando estuviste cerca del Prisma Negro. Gignosko. ¿Te suena?

—Para qué mentir, no... —confesó Sirius, negando con la cabeza.

—Probablemente lo hayas olvidado en tantos siglos de aislamiento —Panthalassa movió su mano envuelta en Energía Gaia, provocando que el brillo de esta se intensifique. Su movimiento generó un crecimiento notable en la presión atmosférica del ambiente, haciendo pesar los hombros de todos y que los cristales voladores e iluminadores se empezaran a derretir en fluidos transparentes—. Pero bueno. ¿Preguntas que qué diferencia haría yo? —empezó a caminar hacia Sirius— Pues yo te devuelvo la pregunta. ¿Qué diferencia harías tú en el Proyecto Solaris?

La pregunta agarró desprevenido a Sirius. Este último se quedó callado unos segundos, pensando en una respuesta certera.

—Oíste historias de mí igual que Dédalo, ¿cierto? —dijo— En ese caso debes conocer mis hazañas, cantadas por bardos y juglares y relatado por escribas de toda Roma Invicta

—Mmmmm —Panthalassa asintió con la cabeza sin demostrar atisbo de sorpresa—. ¿Y tú escuchaste de las hazañas de Thrudgelmir?

De nuevo, la pregunta asaltó sin previo aviso a Sirius, dejándolo sin palabras. La ninfa de escamas azules apretó los labios y asintió con al cabeza. Se detuvo frente a él; era casi tan alta como Sirius con esos tacones que parecían estar fusionados a sus pies.

—Yo no pongo en duda tu poder, Sirius Asterigemenos —murmuró Panthalassa, su faceta oscureciéndose, sus ojos violáceos fulgurando determinación—. Pero subestimar el Prisma Negro fue el error que cometieron los otros Legendariums antes que tú, y costaron grandes parcelas del Reino de Jötunheim. Las cabezas de las Casa Señoriales se han hartado ya, y piden cese, aunque eso signifique dejar a mi hermano menor encerrado en ese cubo negro por el resto de la eternidad —aguardó el silencio. La ninfa se quedó con los labios entreabiertos, dejando que Sirius concibiera todo lo que le decía—. Tú y yo... poseemos Anima Mundi. Dédalo también —agitó la cabeza en ademán de señalar al arquitecto griego—. Pero en este proyecto, o trabajos juntos para ganar, o fracasamos todos por separado.

Como si hubiese recibido una epifanía, los ojos de Sirius se ensancharon como platos. Su corazón palpitó de forma intensa, y su mente recibió un esclarecimiento de ideas que borraron el torbellino de confusiones que había cargado hasta este momento. Se había dicho a sí mismo que él rompería el Prisma Negro, pero ahora reparó... en lo endiabladamente duro que debía de ser aquel hielo.

—Ahora sí, ¿qué diferencia haría yo? —Panthalassa retrocedió tres pasos y alzó ambos brazos. Esbozó una sonrisa perversa al tiempo que sus brazos eran envueltos en Energía Gaia. De pronto, todos los cristales voladores empezaron a estallar en una reacción en cadena que liberaron ráfagas de lluvia que empaparon a todos los presentes— ¡El poderoso Anima Mundi que herede de mi padre, claro está! ¡Y ahora veo el chance, Sirius! —alzó los brazos, los puños cerrados apuntando al techo de cristal, el cual empezó a cambiar lentamente su propiedad física de estado sólido a líquido, y después a gaseoso, estallando de repente en una explosión de vidrio en polvo y lluvia que cayeron sobre Sirius y compañía, sin generar daño alguno en ellos más allá de mojarlos— ¡EL CHANCE DE LIBERAR DE UNA VEZ POR TODAS A MI HERMANO!

Sirius se cubrió con un brazo, el corazón acelerando sus pulsos con gran vehemencia, los fascinados ojos abiertos fijos en la figura divina de la primera oceánide siendo envuelta por el vidrio en polvo y la Energía Gaia, esta última adoptando forma de un anillo fosforescente alrededor de ella. El corazón se le trepó hasta la garganta, y Sirius solo pudo emitir quejidos de perplejidad al tiempo que murmuraba:

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Observatorio Rioplata

En el momento en que pusieron pie dentro del Observatorio, Hoover y Hrist fueron embebidos entre el hipnotismo y el encanto de la arquitectura mezcla del barroco y de la magia y hechicería actuando como si fuera una ciencia dentro de su propio campo.

La sala del zaguán estaba atiborrada de escribas que trotaban de aquí para allá, cargando documentos dentro de carpetas de caña y analizando las pantallas de distintos computadores, estos funcionando a base de la potencia mágica de Maná que era almacenada y canalizada en comprensores pequeños, tan pequeños como un celular. Había cientos de estos repartidos por las salas computacionales, lo que dotaba de vivarachas luces celestes que iluminaban hasta la última esquina de los pasillos y las estancias aledañas a estos cuartos.

Toda la infraestructura interina de Rioplata era suntuosa; como estar dentro de una biblioteca de Valar Rahelia, pero más tecnológica y mucho más ruidosa y movediza. Los pasadizos y las encrucijadas estaban hechas de la misma piedra caliza que la corteza de la montaña, causando así efectos ópticos de iluminación natural en forma de arabescos que corrían por las paredes y los techos. Esto, junto con los resplandores intensos de los que emanaban los émbolos y pequeños generadores ocultos dentro de la infraestructura o en la cima del techo, hacía innecesario alguna iluminación en forma de lámparas o focos.

Los hechiceros que trabajan como funcionarios se encargaban de leer y recopilar toda la información que estampaban las computadoras en los tablones: primero en forma de luz marina que se imprimía sobre la superficie de los tableros, y después se solidificaba hasta quedarse marcado en ellas. Los datos que recopilaban, escritos en complejas ecuaciones y en letras ilegibles para Hrist (pero comprensibles para el estudioso Hoover), traducían todos los fenómenos que el enorme satélite recopilaba del astro padre con gran precisión. Los magos que empleaban sus labores como ingenieros, en cambio, se encargaban de chequear los estados de las corrientes mágicas que daban vida al edificio; Hoover y Hrist los veían usando hechizos de sus varitas y bastones para reparar daños en las instalaciones de los compresores, arreglar cableados y cañerías dañadas, o también para crear sedimentos con los cuales reponer daños en algunas subestructuras de paredes y techos de los laboratorios y otras estancias.

—Ustedes... —farfulló Hoover, sus saltarines ojos yendo de acá para allá para inspeccionar hasta la última estancia— ¿Manejan la magia como si fuera energía eléctrica?

—Como energía para todo —respondió Alister—. En el medievo, la Energía Maná era escasa, y solo reservada para los Caballeros de la Mesa Redonda, los Hechiceros y algún que otro caballero que fuera entrenado por un hechicero para combatir al ejército de Sol Regan. Pero ahora, el Maná puede ser utilizado hasta por campesinos. Es gracias al Maná que vieron a Nueva Camelot reluciente en la mañana.

—Y será gracias al Maná que conseguiremos hacerle daño a ese Prisma Negro —habló Aland, alzando un puño y una sonrisa.

—Junto con la Energía Gaia y la Energía Askr, amado mío, no te olvides de ellos —lo interrumpió Alister, cerrando los ojos en gesto refunfuñante. La sonrisa de Aland se esfumó, y su puño se bajó.

—Eso, también con la ayuda de ellos —concordó tras tragar saliva. Miró por encima del hombro a Hoover y Hrist—. Si bien es cierto que, según los planes estadísticos que Hoover y William me ayudaron a trazar para este titánico plan, seríamos nosotros quienes hagamos el mayor trabajo pesado, será esencial el apoyo de Sir Sirius y todos los empleados Jötuns del observatorio de Jötunheim para finiquitar el trabajo.

—¿Y en qué consiste el maldito plan? —gruñó Hrist, poniendo cara de asco, su ojo tornándose naranja— Llevo todo el rato "el plan esto", "el plan lo otro", pero como soy la única boba que no sabe matemáticas aquí, ¡entonces me puto pierdo, coño!

Los ronquidos de la valquiria llamaron la atención de la mirada de más de un hechicero escandalizado. Alister se cubrió la boca con una mano, ocultando la sonrisa.

—Debo decir que su Dama de Compañía es exageradamente extravagante, Sir Hoover —su comentario puso a Hrist con cara roja y a Hoover con una expresión de sorpresa algo ingrata.

—No es mi dama de compañía, sir —dijo Hoover.

—¡Y tampoco soy una dama, señorito Alister! —espetó Hrist, totalmente siendo dominada por su personalidad berserker. Edgar Hoover tuvo que agarrarla de los hombros firmemente para que no hiciera movimientos bruscos.

—Sí, sí... —Alister hizo un ademán despreocupado con la mano.

<<Y aún así actúan como Aland y yo en nuestra juventud>> Pensó, al tiempo que se giraba hacia la izquierda y, junto con Aland, Hoover y Hrist, se adentraban en una oscurecida estancia repleta de múltiples luces cuadrangulares y rectangulares.

Estas luces pertenecían a pantallas de computadoras en paneles de control y largos escritorios en los que se sentaban hechiceros, maquinando todos los datos que recopilaban los generadores en el exterior de la estancia, y televisores colgando inclinadamente de los muros. El cuarteto avanzó por el altar hasta posarse frente al parapeto; desde lo alto de aquel podio, obtenían panorámicas vistas de múltiples pantallas holográficas hechas de Energía Maná, las cuales se adherían unas a otras para formar una única y gigantesca pantalla que recubría la totalidad de la pared de diez metros de alto. En aquella super pantalla, funcionando a base de magia, se reproducían imágenes de estilo satelital del susodicho Prisma Negro: un punto negro equidistante en un sendero de picas pedregosas y capas de nieve, y rodeado por un vasto cañón geográfico que, desde lejos, lucía como el surco que haya dejado un asteroide al impactar en la tierra.

—¿Cómo obtienen esas vistas del Reino de Jötunheim? —preguntó Edgar Hoover.

—Gracias a los mismos "espejos energéticos" que evitan que la visión del Estigma se filtre en nuestro cielo —explicó Aland, una mano apoyada en el parapeto—. Cortesía de los Hechiceros Seidr de la Casa Alfhild. Fue difícil convencerlos. Pensaban que pondríamos esos espejos para espiarlos.

—Desde aquí hemos estudiado el Prisma Negro tanto como al astro padre —continuó Alister—. Ya conocemos su composición, sus propiedades y los fenómenos que ocurren dentro de él que evitan que sea destruido o siquiera manipulado.

—Cierto —apuntó Hrist, enarcando la ceja y mirando de reojo a Alister—. ¿Por qué William solo utilizó la Estrella de Neutrones? Pudo haber utilizado la Piedra Filosofal para manipular el material del Prisma Negro y volverlo... no sé, ¿más soluble de romper, quizás?

—Eso es algo que de hecho ha intentado la ninfa Panthalassa —dijo Hoover. Hrist se lo quedó viendo con el ceño fruncido. Hoover se encogió de hombros—. Diosa griega, hija del Titán Océano, usuaria del Anima Mundi y capaz de manipular las propiedades del agua en múltiples estados, incluido los cuánticos. Ella trató de manipular el hielo del Prisma Negro, pero le fue imposible. Su conclusión fue que el "Estado Coherente" de la materia del prisma es totalmente imposible de alterar a nivel cuántico.

—Lo que significa que incluso el poder de la tan respetada Piedra Filosofal no habría sido capaz de hacerle algo, por más potencia que tuviera —afirmó Alister.

—Y William no fue tonto. Se dio cuenta de ello al intentarlo la primera vez, y ver como la piedra era anulada por el prisma. Por eso empleó el mismo esfuerzo que nosotros llevaremos a cabo ahora mismo —corroboró Aland, sonriente, los ojos rojos fijos en el punto negro que era el cubo—. Alterar su estado desde afuera con altas concentraciones de energía destructiva.

—¿Y por eso tuvo que utilizar una de sus habilidades más poderosas? —concluyó Hrist.

—Y por eso es que Jötunheim está como está —la expresión en el rostro de Alister se convirtió en una apenada.

—Incluso los Hechiceros Seidr con sus resistentes escudos de cristal divino no fueron capaces de soportar las ridículas cantidades de energía que disparó tanto William como ese de nombre "Maddiux" —prosiguió Aland. Frunció el ceño al mencionar a este último—. Cuando oí las noticias de cómo su Aura Svarg falló miserablemente en destruir el Prisma Negro, me llené de frustración

—¿Por ser una habilidad muy semejante a las tuyas, Lord Aland? —preguntó Hoover.

—¡Eso no! —gruñó el caballero pelirrojo, agitando una mano— Sino porque... —se quedó en silencio unos instantes. Apoyó ambas manos sobre el parapeto, y agachó la cabeza— Me frustra... ver como el poder de las estrellas es neutralizado e inutilizado por un obstáculo que escapa a mi comprensión, como es ese Prisma Negro. No hay algo que más me frustre en esta vida que un obstáculo inutilice por completo un poder que ha transformado mi vida por completo y me ha hecho quién soy ahora. Sea ese tal Maddiux, sea cualquier otro usuario que tenga poderes directos del sol... —apretó la mandíbula, y se quedó viendo fijamente la gigantesca pantalla, directo al punto negro en el centro de esta.

—Lord Aland... —musitó Hrist, llevándose una mano al pecho— ¿Ha vuelto esto personal?

—¿Desde el momento en que supe de la existencia del Prisma Negro? —Aland se dio la vuelta y encaró a la valquiria. Afirmó con la cabeza— Oh, sí. Esto lo he vuelto personal.

Alister cerró los ojos y expulso un breve bufido mientras tornaba la cabeza hacia otro lado.

—En fin... —dijo, y dirigió su mirada a la Valquiria Real, esta última teniendo una mueca de querer hacer una pregunta— Para ahorrarle saliva, Lady Hrist, la diferencia entre los intentos de Sir William y Sir Maddiux radica en el uso del poder que emplearemos. No utilizaremos un poder a escala pequeña de algo cósmico como una Estrella de Neutrones. Si bien son muy destructivas, capaces de arrasar con continentes y cuerpos celestes, no son suficientes para hacerle frente al inquebrantable Prisma Negro. Necesitamos algo a escala cósmica. 

—Y el sol es la respuesta a nuestra duda —aseveró Aland sin quitarle un ojo de encima a la pantalla. Produjo un silbido musical con el que llamó la atención de un hechicero sentado frente a su computadora. Este asintió con la cabeza, y comunicó su mensaje al resto de sus compañeros. Momentos después, la imagen satelital del Prisma Negro cambió abruptamente al del sol. Con filtros que permitían ver sus llamaradas, sus coronas y su brillante fotosfera, como un vasto océano de magma, Hoover y Hrist quedaron completamente maravillados al ver una imagen a detalle del astro padre—. Desde que me volví un Caballero del Sol, y con la ayuda de mi sol y estrella, Alister, he podido obtener estudios minuciosos de nuestro astro para comprender mejor su inconmensurable poder. Pueden que no lo noten con los filtros de la pantalla, pero si ven las estadísticas en este lado —señaló con un brazo extendido la parte inferior derecha del gran monitor, donde aparecían un montón de ecuaciones y márgenes estadísticos—, verán que lanzan resultados que determinan que el brillo del sol... ha aumentado en los últimos cuarenta años.

—Un cinco por ciento en los primeros veinte... —susurró Hoover, leyendo minuciosamente las unidades de medición de la pantalla— Y otro cinco por ciento en los segundos veinte... —frunció el ceño y se volvió hacia Aland— ¿Esto no se supone que sucedía en un proceso que dura cientos de millones de años?

—No cuando tienes a seres divinos como dioses dragones que manipulan directamente el poder del sol y de otras estrellas lejanas —explicó Aland, las manos juntas apoyadas en su rodilla alzada—. Sol Regan, Drakarchegorni... —ladeó la cabeza—. Todos ellos han manipulado ociosamente el poder directo de nuestro astro padre, provocando estas consecuencias a largo plazo que ahora mismo estamos sufriendo.

—¿Y qué supone que aumente el brillo del sol? —preguntó Hrist— Aparte de hacer más calor.

—Desastres naturales que primero sentiría Midgar, y después lo sentiríamos nosotros a través del aumento de luz del Estigma, Lady Hrist —aseveró Alister—. Según tengo entendido, es por ese motivo que Sir Tesla construyó ese extraño aparato que controla el clima. Cápsula Supersónica, creo que la llamó. Para aminorar la taza de calamidad.

—Pero no existe máquina hecha por el hombre que pueda detener o siquiera minorizar la destrucción que puede traer una estrella —afirmó Aland—. Es por ello que los dioses solares de distintos panteones están trabajando en conjunto para controlar el desorbitante poder destructivo de varias estrellas del cosmos, afectadas en mayor y menor medida por los dioses dragones. Graciosamente dejaron a cargo a Sol Invictus para encargarse de nuestro sol —miró a Hoover y a Hrist, la sonrisa sagaz—. Pero nosotros le pediremos el favor de usar ese poder para destruir el Prisma Negro.

—Quieres decir hacerlo a espalda suyas... —musitó Alister, cerrando los ojos.

—Jamás nos dará permiso, y tú lo sabes Alister —argumento Aland—. Ese dios odia a los mortales o semidioses o incluso a otros dioses que quieren asimilar el poder de las estrellas.

—No tengo duda de que odia entonces a Sirius... —dijo Hrist para sus adentros.

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

—¡Como sea! —Aland dio una palmada y se volvió hacia la enorme pantalla. En ese instante los filtros cambiaron, mostrando una nueva imagen del sol: sus capas internas como una superficie de esferas que se superponían constantemente y su núcleo, este último siendo una esfera tambaleante que se expandía y contraía— El daño que sufrió el sol debido al poder de los dioses dragones (y que afectó al resto de las estrellas de la Vía Láctea), conlleva al imparable agotamiento de sus combustibles, lo que provoca que la gravedad se imponga en el núcleo, disminuyéndolo, pero a su vez aumentando su temperatura y densidad. Eso restablece el proceso de fusión en el núcleo, y hace que la estrella entonces brille más... y aumente su tamaño.

>>Donde otrora este proceso natural habría ocurriendo millones de años, ocurrió en una expansión de menos de medio siglo —a medida que Aland explicaba concisa y precisamente, los modelos pictográficos de aquel proceso cósmico del sol se iban destilando en el gran monitor, proveyendo de espectaculares ejemplos a Hoover y Hrist—. El núcleo del sol, y el de otras estrellas, se contrae y se expande múltiples veces en un vasto menor tiempo del natural. El combustible se va ralentizando con cada contracción, lo que a su vez acelera la fusión, y restablezca el equilibrio en un imparable proceso de enfriamiento y recalentamiento. Donde antes la estrella se habría vuelto una Gigante Roja en cinco mil millones de años... Ahora se está convirtiendo en una en solo dos décadas.

Un gélido escalofrío corrió por la plataforma del altar, poniendo los vellos aún más de punta en Hoover y Hrist. Aland se volvió hacia ellos, el semblante duro y severo.

—¿Comprenden lo catastrófico que es eso?

—Yo que soy tonta lo comprendo muy bien —respondió Hrist, rápida y rotunda.

—No lo notamos aquí por estar más alejados del sol y estar en otro sistema —aportó Alister—, pero ahora mismo, el astro padre ocupa el doble de la parte del cielo de la tierra. 

En la pantalla corrieron arabescos de luz celeste de Energía Maná, lo que provocó un cambio en la imagen. Se mostró, ahora, una imagen completa del interior del sol, con su núcleo expandiéndose y contrayéndose sin parar, lo que provocaba un aumento constante en el tamaño del sol.

—Lo que ven son imágenes en tiempo real —advirtió Aland—. Ahora mismo, mientras hablamos, el núcleo del sol sigue realizando procesos de fusión a pesar de las contracciones. Procesos que reparten toda su energía por sus capas exteriores, aumentando su tamaño exponencialmente. Sin embargo el núcleo, para este punto de nuestras observaciones, está perdiendo cada vez más y más su fuerza para hacer estos procesos nucleares.

—¿Y no colapsa? —quiso saber Hoover.

—No, nunca llega a colapsar. Su caída es frenada por los fenómenos cuánticos que ocurren con sus partículas subatómicas —Aland chasqueó los labios y enarcó ambas cejas. Suspiró—. Es algo que de hecho experimenté en mi batalla contra Sol Regan. Él empleó el abrupto freno del colapso nuclear del sol para realizar una técnica tan poderosa que por poco me costó la vida y la del sol mismo. Una descarga de energía descomunal que él llamó "Flash de Helio".

—¿Flash de Helio? —Hoover frunció el ceño, sintiendo otro escalofrío al igual que Hrist

—La técnica más poderosa de las habilidades solares del Maná —dijo Alister—. Una habilidad que requiere de la Energía Maná convertirse en Energía Degenerativa. El Flash de Helio provoca una liberación de energía más potente que la que liberaría el sol en doscientos millones de años.

—Una habilidad que permite al usuario generar un resplandor solar tan potente como el brillo de todas las estrellas y nebulosas de la Vía Láctea puestas juntas —finiquitó Aland.

Hoover y Hrist se quedaron sin aliento unos instantes por la sorpresa que fue el último comentario. Fue tal la sorpresa que ambos no tuvieron comentarios para describir sus perplejidades. Aland golpeteó la superficie del parapeto y se volvió hacia ellos.

—Utilizaremos el núcleo del mismo sol para llevar a cabo esta hazaña —dijo.

—Pero, ¿eso no destruiría por completo Jötunheim? —preguntó Hrist, la preocupación denotándose en su voz.

—No con los Hechiceros Seidr y a Sirius en el campo de tiro para absorber y retener toda la energía de masa que sea expulsado del flash —alegó Alister—. Nosotros, desde el observatorio, utilizaremos los espejos energéticos para captar la energía que expulse la aceleración de la temperatura del núcleo. Estimamos que, en los próximos tres días, el Flash de Helio del sol estalle.

—Y yo absorberé toda esa energía y la concentrare en descargarla en el Prisma Negro —concluyó Aland, cerrando un puño a la altura de su rostro.

—¿Y qué pasaría con el sol después de flash? —inquirió Hoover tras unos breves segundos de silencio analítico.

—El núcleo convierte el gas degenerado en gas normal, enfriando la estrella y reduciendo su tamaño al que antes tenía —respondió Alister. Encogió los hombros—. Podrá sonar espectacular y devastador esto a escala cósmica, pero al llevarse todo este lío en el núcleo del sol, entonces solo los observatorios podrán observarlo.

—Pero esto deberá ser suficiente para poder destruir el Prisma Negro —afirmó Aland—. O al menos para hacerle el suficiente daño con el cual Sirius y los demás en Jötunheim puedan finiquitarlo.

El Ilustrata y la Valquiria Real se miraron por un rato. Asintieron al tiempo con la cabeza, y dieron un paso hacia delante en dirección a Aland.

—Díganos en que podemos aportar en este proyecto a partir de ahora, Lord Aland —dijo Hoover—. Queremos ver todo esto culminar con éxito.

Sir Aland les dedicó a ambos una sonrisa de orgullo y les empezó a explicar los planes. 

Sir Aland les dedicó a ambos una sonrisa de orgullo y les empezó a explicar los planes. Una vez les dio todos los detalles, Hoover y Hrist se retiraron del altar, dejando solos a Alister y a Aland. Este último se volvió hacia la pantalla, la cual volvía a mostrar la imagen satelital del lejano punto oscuro en mitad del gran cañón antártico. Volvió a cerrar el puño en ademán decisivo, y la Energía Maná que envolvió su brazo cambió su color celeste, pasando a colorarse a una tonalidad amarillenta con listas verdosas y bermejas que formaron una circunferencia alrededor de su mano.

Energía Degenerada.

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5
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Dos días después

A diez kilómetros del Observatorio de Rioplata

Las noches en Nueva Camelot tenían el privilegio de gozar los ciclos lunares. En esta ocasión, el firmamento se bruñía con la ponencia lumínica de una luna llena, alzada en el cielo hasta su punto más álgido, y que, con un espacio totalmente despejado, iluminaba todo el bosque estancado de Aguaslechosas con su potente foco blanco. Sumado a que era un cielo estrellado, la luminiscencia de las estrellas permitía ver a detalle las lianas que caían de los árboles, y los senderos empedrados ocultos bajo las aguas saladas.

Toda esta mezcla efervescente daba una atmósfera que le daba la impresión, a Sir Aland, de estar cabalgando su semental negro a través de un solitario bosque bañado por una mística aura que le proveía la propiedad de estar encantado... y maldito por las cicatrices de la Segunda Tribulación.

Los cascos de su caballo repicaban en la vasta soledad boscosa, así como el chapoteo de las pezuñas contra los sumergidos adoquines. No iba acompañado de ninguna monserga de jinetes; él mismo lo había ordenado, puesto que al lugar al que se dirigía no necesitaría de escolta para hacer notar su aristocrática presencia. Todo lo contrario; quería despojarse de todo atisbo que lo hacía denotar como un noble, por lo que ahora mismo, montado en su semental, vestía con ropas oscuras: pantalones acampanados, casaca de botones dorados y cenefas, gabán largo y un sombrero boina. Tenía el pelo recogido en una cola de caballo. En su ennegrecido rostro se dibujaba un semblante inexpresivo.

Luego de cabalgar durante casi media hora desde que salió del Observatorio de Rioplata, redujo la velocidad hasta arraigar a los escalones de un puente de acceso que pasaba por encima de un río de aguas cristalinas que daba vistas de los fluorescentes peces que nadaban allí dentro. Lo fulgores de la luna llena, enorme en el cielo estrellado, rociaban toda la plazoleta de cincuenta metros cúbicos que había al otro lado del puente, y de la cual no estaba invadida por el agua estancada. En el centro de la plaza adoquinada se erigía los restos de lo que otrora fuese una fuente, su pedestal vacío y medio enterrado en el suelo. Más allá de la plaza alcanzaba a divisar la parda fachada de una fortaleza medieval estilo francés, con gruesos torreones de techos cónicos y ventanas con las cortinas cerradas y de las que se vislumbraban luces de focos dentro.

Sir Aland dejó a su semental negro cerca de un poste, donde ató las riendas alrededor de él. Tras eso se restregó las manos enguantadas en negro y empezó a ascender los escalones en dirección a las puertas. Como estar caminando a una casa embrujada, la atmósfera alrededor de ella daba la impresión de que no se iba a encontrar nada bueno allí dentro: una fortaleza en mitad de la nada, con sus luces prendidas y la mampostería de sus muros para nada cuidados... ¿Qué clase de persona vivía en este lugar?

Alzó la mano para dar toques en la puerta, pero antes de poder hacerlo, se oyeron chirridos de bisagras, y de repente las puertas se empezaron a abrir de par en par, revelándole a Aland el interior del zaguán.

Lo primero que olió fue el hedor de polvo de páginas de libros, el serrín de limaduras y madera vieja y un olor de dulzura amargura que no supo identificar. Corroboró aquellos olores al ver, a su izquierda y a su derecha, estanterías con varios libros de tapa dura negra, y mesones en los que se disponían figuras de dragones pequeños y otros seres de aspecto draconiano. Pero no eran figuras de madera pintada o de cerámica, sino cadáveres reales disecados con una perfecta técnica de taxidermia. También había frascos y envases de cristal con extraños líquidos de colores desteñidos y de los que se desprendían olores sintéticos. Los muebles estaban distribuidos por el explayado zaguán de forma irregular: sillones aquí, divanes acá, butacas en los extremos donde se disponían lámparas de mesa de colores anaranjados rojizos. En una de las mesitas había un fonógrafo, y de él salía una música pueblerina medieval de la cual Sir Aland pudo reconocer su letra instantáneamente. La canción era Agincourt Carol, y escuchar la rimbombante letra de la canción hace que se disipe todo atisbo de mal augurio que se había creado alrededor suyo hasta ese momento.

Se oyó el aleteo de alas ulular en la estancia. Sir Aland alzó la mirada y descubrió una hada volar por el rellano hasta uno de los sillones. Era bastante grande: debía medir mínimo unos cincuenta centímetros de alto, y vestía con un uniforme de sirvienta estilo victoriano. Sus alas, de colores verdes y dorados, desprendían escarcha que perfumaba el aire con olores más frescos. La hada tenía una expresión poco energética, y solo se limitó a recoger el plato con restos de huesos que estaba sobre el sillón.

—¿Aland está allá afuera, Lumiona? —exclamó una enérgica voz masculina tras las paredes al otro lado del zaguán.

—Sí, Sir Gingalain... —masculló la hada con desdén mientras volaba lejos del zaguán sin siquiera dirigirle la mirada a Aland.

—¿Le abriste la puerta?

—Sí... —murmuró Lumiona por última vez, descendiendo para apagar el fonógrafo de la butaca y después de desaparecer de la sala.

Sin decir ni una palabra, Sir Aland entró en la estancia con cuatro pasos, deteniéndose al quinto.

—¡Entra, Aland! —volvió a exclamar la voz—. Sin miedo. Ven al segundo piso.

Sir Aland siguió avanzando, y los pulsos en su corazón aumentaron con un impulso de expectativa y ansiedad. El interior de la fortaleza contrastaba con el exterior: pasillos limpios, amueblado pulcro, paredes blancas con relieves sin ningún manchón o telaraña, lámparas de cristal pendiendo de los techos de las acomodadas salas de estar iluminadas con trepidantes chimeneas... Era una dicotomía que parecía ser a propósito.

<<Siempre forzando a la pobre Lumiona a mantener la Fortaleza de Northumberland limpiecita>> Pensó Aland mientras avanzaba por el pasillo hasta llegar a un umbral con puertas abiertas. Lo atravesó, y se adentró en un cuartucho igual de desordenado y aparatoso como el zaguán, lleno de mesas con muñecos draconianos disecados, anaqueles con libros de maquetas negras, algunos dispuestos en las mesas y enseñando figuras de papel de dragones contra caballeros desplegándose en dos dimensiones, objetos de orfebrería, tapizados, frascos con líquidos químicos, cuadros de pintura en óleo diluido con perfectas técnicas de esfumado que representaban a la Dama del Lago, recostada en el agua con una espada encima de ella, y otro fonógrafo en el que se reproducía la canción de Agincourt Carol.

—¿Ya estás aquí, Aland? —clamó la vehemente voz. Aland viró los ojos hacia el balcón del cuartucho, descubriendo allí una silueta de pie y de espaldas, viendo el paisaje de Agualechosas por medio de binoculares.

—Ajá —dijo Aland, dando un paso al frente y quedándose quieto.

La silueta se dio la vuelta y avanzó al interior de la estancia. Tiró el binocular sobre uno de los sillones, y después se dirigió al fonógrafo. Lo apagó, y la luz de las lámparas revelaron su lozana apariencia: tez blanca, alto, de constitución tonificada, cabello blanco ondulado y vistiendo como campesino, con una camisa de lana marrón sin mangas, vendajes en las muñecas, pantalones negros amarrados con un cordón y sandalias romanas.

—¿Te digo algo, Aland? —dijo el hombre, dándose la vuelta y caminando lentamente hacia un sillón—. A no ser por las ocasiones en las que tengo que entrenar a tu hija, yo jamás salgo de esta habitación. Me quedo aquí sentado escuchando música, leyendo libros de literatura caballeresca, o viendo a las sílfides volar o nadar por las Aguaslechosas —hizo un breve parón para estirar los brazos y para torcerse el cuello, tronándose los huesos—. Es esas ocasiones en las que me digo... —bajó los brazos, y posó sus ojos blancos sobre él.

Gingalain se cruzó de brazos y se sentó en uno de los sillones, este último crujiendo abruptamente. 

—¿Viste acaso alguna sílfide en tu camino hasta aquí?

—Ninguna sílfide. Solo lechos y silencio.

—Normal. Con lo aburrido que se ha vuelto este lugar, ya ni dan ganas a salir a pescar sin que te pille una Salamandra Gigante, un Cangrejo Gigante, o cualquier otro bicho que sufra Gigantismo.

Se hizo un incomodo silencio entre ambos. Sir Aland se quedó allí de pie, la mirada pensativa sobre el sentado Gingalain.

—Asumiste que llegaría esta noche de luna llena y no en ninguna otra luna llena, ¿no? —concluyó luego de chasquear los labios.

—Recibí tu telegrama, Aland —dijo Gingalain, montando una pierna sobre su rodilla y estirando un brazo hacia una mesita.

—¿La recibiste a tiempo?

—Lumiona siempre está atenta a los telégrafos, por más que estas lleguen cada tropecientas lunas llenas —Gingalain pareció extraer algo de la mesita y se la ocultó en su regazo—. Al final, las únicas cartas que recibo son las tuyas. Siempre preguntando por tu hija.

Sir Aland asintió con la cabeza y apretó los labios. Giró los ojos sobre el techo y expulsó un suspiro.

—En ese caso, yo también recibí tu telegrama, Gingalain.

—¿Ah, sí? —se oyó un chasquido metálico en el regazo de Gingalain. La luz de la lámpara en la mesita al lado de él reveló la pistola de chispa que empuñaba en su mano, el cañón apuntando hacia él. Aland ni se inmutó.

—Sí, pidiendo la "requisición de apoyo militar" para el Escobio.

—Mmmm —Gingalain asintió con la cabeza—. Entonces sí fue mi carta.

El Caballero del Sol se quedó viendo fija y analíticamente la pistola de pedernal.

—¿Sigues guardando la única bala de esa pistola? —preguntó.

Gingalain no contestó, su pétrea mirada insensible penetrando sus ojos.

—¿Vas a disparar? —quiso saber Aland.

De nuevo, no hubo respuesta. Gingalain no cambió su inexpresiva mueca. Sir Aland se encogió de hombros y suspiró.

—Bueno, gracias por ofrecerme asiento, entonces —dijo, quitándose el sombrero de boina y tomando asiento en el sillón dispuesto frente al de Gingalain. Este último forzó una sonrisa fraternal y bajó la pistola.

—No viniste aquí viniendo como un aristócrata —señaló Gingalain, rascándose la barbilla—. Qué cortés de ti. De mientras, yo aquí ando abrazando el estilo de vida campesinado. Apuesto a que nuestro padre se sentiría muy "orgulloso" de mí, ¿a que sí?

—Gingalain —Aland colocó su sombrero en su regazo y alzó su pierna sobre su rodilla, quedando en una pose exacta a la de su anfitrión. Sacó una capsula rectangular de su bolsillo, y de allí saco un un cigarrillo. Se lo llevó a los labios, y lo encendió con un chasquido—. Voy a replicar el Flash de Helio de Sol Regan para destruir algo llamado "Prisma Negro".

—Mmmm —Gingalain no pareció sorprendido cuando frunció el ceño y apretó los labios—. Bueno... —entrelazó sus manos— Pues espero que hagas un mejor trabajo que el que hizo Sol Regan para acabar contigo, ¿ah? Quiero decir... —cerró los ojos y ladeo la cabeza— Sigo diciendo que fue de pura chiripa que hayas salido vivo.

—Fortuna estuvo de mi lado en ese instante —reconoció Aland, calando el cigarrillo con desgano.

Notó a su ainfitrión hacerle un ademán con la mano de darle un cigarrillo. Sacó otro de su capsula y se lo arrojó. Gingalain lo atrapó entre sus dedos y lo encendió con un chasquido volátil también.

—Hasta cigarros campesinos —apuntó el peliblanco, soltando vaharadas exóticas con formas draconianas—. En verdad te luciste —se quedó viendo el cigarro—. Aunque pensé que lo habías dejado...

—Solo en ocasiones cuando estoy muy... exasperado.

—¿Por qué habría de estarlo? Eres el Caballero del Sol. Hasta Adam Pendragon te puso a cargo de la monarquía parlamentaria.

—Los títulos no me darán el poder para hacer el Flash de Helio —Aland negó con la cabeza.

—Nah, nah... —Gingalain negó con un ademán de mano despectivo— Es por ese motivo que el título de "Caballero Artúrico" quedó en desuso. Ahora sirve como elemento decorativo, antes que título para los guerreros más poderosos que defendieron y reconquistaron la vieja Camelot de Regan —negó con la cabeza y suspiró—. Una tragedia... —se quedó viendo el cigarrillo, soltando sus particulas grises al suelo, y después viró la vista hacia Aland— ¿Crees que restituirás la leyenda mitológica de los Artúricos con el Flash de Helio?

—Lo más probable. Aunque hayamos sido seleccionados, Adam y yo, como Einhenjers Electivos y después Legendariums en toda regla... siento que no es suficiente —movió la quijada de izquierda a derecha—. Así que si se corre la voz por los Nueve Reinos de que el Caballero del Sol fue capaz de romper el hielo más resistente del universo, eso nos dará... prestigio.

—¿Prestigio de leyenda o prestigio político?

—Prestigio político, sobre todo.

—¿Y desde cuando necesitamos ese tipo de prestigio?

—Desde que Nueva Camelos se volvió el epicentro de los mortales... —Aland golpeteó su cigarrillo con su índice, expulsando toda la materia gris al suelo.

Gingalain tiró el cigarrillo con un empuje de su dedo medio. El cigarro voló por los aires hasta pasar por encima del balcón y caer hacia las aguas estancadas. Se oyó un ronquido tosco venir de él.

—Así que piensas que rompiendo el Prisma Negro... de alguna forma restituirás la Orden de la Mesa Redonda, o algo así —hizo una mueca burlesca y ademanes irónicos con las manos.

—Romperé el Prisma Negro... —Aland realizó un gesto afirmativo con la mano— Lo voy a hacer.

—¿Lo haces por ti mismo, entonces?

El Caballero del Sol no replicó; acalló y miró hacia otro lado. Gingalain captó el mensaje y chasqueó los labios.

—¿Cuánto te pago los Banished Knights? —la pregunta hizo fruncir el ceño de la confusión a Aland.

—Pensaba que habíamos acordado que los requisarías sin pago por ser mi herma...

—Agh, vete a la mierda con eso, Aland.

—Doscientos cincuenta por cabeza. Quinientas cabezas... —Aland se encogió de hombros— Doce mil quinientas libras reales.

—Mmmm —Gingalain asintió con la cabeza—. ¿Quieres saber cómo se encuentra tu hija?

El Caballero del Sol se mordió el labio inferior y se quedó viendo el balcón por un largo rato. En su mirada se podía leer un anhelo restringido.

—No todavía —respondió al final.

—Entonces quinientos Banished Knights deberán de ser suficientes para la expedición. ¿Dónde los enviarás?

—Owthorne.

—Nuh-huh —Gingalain hizo un gesto de negación con el dedo índice— No a Owthrone. Owthorne es el nuevo lugar establecido para Adelaide y yo entrenar. No quisiera irrumpir su proceso trayendo a esos mercenarios allí.

—¿Dónde, entonces?

—Envíalos a Calcheth. Y de paso puedes pasarte por Owthorne para que Adelaide te vea luego de que hagas el Flash de Helio. ¿Te parece?

—No estaré del todo seguro hasta que su técnica de fuego restablezca su mente.

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Se hizo el silencio entre ambos por varios segundos. Aland tiró el cigarrillo al suelo, y lo aplastó con una pisada.

—¿Te digo al menos como va el proceso de Adelaide? —sugirió Gingalain.

Aland cerró los ojos y mantuvo el silencio reflexivo por un instante. Ladeó la cabeza en asentimiento.

—Adelaide tiene sueños algo recurrentes —manifestó Gingalain, su expresión enervante cambiando bruscamente a una preocupada—. No suceden todas las noches, claro está, pero sí como unas dos o tres veces al mes —guardó breve silencio para humedecerse los labios y pensar en las palabras adecuadas.

La imagen que Aland se conjuró en su cabeza le provocó unos gélidos escalofríos que no pudo evitar mostrar con una expresión pálida en su rostro, los ojos dilatándose de la preocupación exhortada por el enigmático y tenso ambiente que creó su hermano con aquel dato onírico. Tragó saliva. Gingalain se tronó los ojos y se mordió el labio igualmente.

—¿Será este otro Augurio de Marax? —inquirió.

Aland pareció responder negando la cabeza. Se inclinó hacia delante, mantuvo la cabeza agachada por unos instantes, y después la alzó, la mirada decisiva puesta sobre los ojos blancos de Gingalain.

—No importa cuántos augurios me echen en cara —dijo—. Continuaré... hasta halle el obstáculo, o el enemigo, que no pueda derrotar.

Tras decir eso se puso de pie, se colocó el sombrero de boina y, sin mediar palabra de despedida, se retiró de la estancia, dejando en total soledad a Gingalain. Este último asintió para sí la cabeza y permaneció sentado. Desvió la mirada hacia el balcón, y perdió la mirada en la vasta oquedad densidad lumínica del cielo estrellado. 

Es en ese instante que comenzó a oír gimoteos endebles de una mujer. Los últimos alientos de una mujer antes de abandonar este mundo. Gemidos que provocan ecos dentro de su cabeza y que ensombrezcan su endurecido rostro.

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