Un Inesperado Nosotros

By AndreaSmithh

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¿Y si es muy tarde para empezar de cero? Cuando Gia Davies se muda a Nueva York, está huyendo. Se ha dado cue... More

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· C u a r e n t a · (FIN)

· V e i n t i t r é s ·

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By AndreaSmithh

🎶 Death by a Thousand Cuts 🎶

"Quiet my fears with the touch of your hand"

Pum - pum.

Estoy segura que de ser posible, mi corazón habría explotado en este mismo momento. Y aún así, por muy tonto que parezca, no me lo termino de creer. Necesito confirmación. Por eso repito:

—¿Lo estás?

Las comisuras de los labios de Adrien tiran hacia arriba y su rostro se acerca tanto al mío que roza mi nariz con la suya.

—Sí, Gia. Estoy totalmente loco y perdido por ti.

—Entonces Gabriel no tendría otra que aguantarse —susurro.

Estamos tan cerca que nuestras respiración se mezclan.

—¿Lo dices antes o después de que cabe mi tumba para...?

Pero Adrien no llega a terminar la pregunta. Esta vez soy yo quien lo toma por sorpresa y lo beso.

No se queda paralizado como me pasó a mí, él no tarda en reaccionar. Aprieta mi boca contra la suya y presiona nuestros cuerpos con dureza. Una de sus manos me rodea por la espalda acercándonos y yo solo quiero fundirme en él.

—Mierda, Gia, yo... —susurra contra mis labios.

Pero justo entonces entreabro la boca y el beso se profundiza. Adrien jadea y le clavo la yema de los dedos en los hombros. Su sabor me inunda y le doy la bienvenida con cada maldita célula de mi piel. Esto es mucho mejor de lo que imaginaba, más increíble que en mis sueños.

Adrien es apasionado, voraz, me besa con ansia, hambriento de tener más de mí. Cuando me muerde el labio inferior gimo en su boca y eso parece volverle todavía más loco.

—Adrien... —suspiro su nombre.

Se aparta apenas unos centímetros y apoya su frente en la mía. Su respiración es tan agitada como la mía. Me pregunto si también le late el corazón a una velocidad desorbitada o si su piel quema anhelando mi contacto de la misma forma que la mía el suyo.

—Repite eso —pide.

Parpadeo confundida, mareada por el beso y el momento.

—¿Tu nombre?

—Joder, sí —gruñe.

Aprieto los labios y él los mira. El deseo de volverlos a besar está en ellos. Lo noto. Dejo que la excitación tome el control de mi cuerpo y mientras me aprieto contra él, susurro:

—Tócame, Adrien.

—Uff...

—Bésame, Adrien.

No se hace de rogar. Vuelve a estrellar sus labios contra los míos, pero esta vez me toma por las caderas y sin abandonar mi boca ni un solo segundo, me sube sobre la encimera hasta que logro sentarme en ella.

Lo rodeo con las piernas casi por inercia y el vestido se me sube por encima de los muslos. Sus manos bajan rozando la tela, hasta que ya no hay más y llegan a mi piel. La electricidad pasa entre nosotros y hundo los dedos en su pelo cuando siento sus caricias.

Estoy ardiendo.

Pero justo en ese momento, Adrien vuelve a apartarse. Puedo ver la turbación en su mirada mezclada con el deseo. Quiere esto tanto como yo, pero hay una semilla de inquietud pinchando en su cabeza. O más bien, en su conciencia.

—Joder, Gia. Tú hermano...

—Mi hermano no tiene que enterarse de esto —le suelto, y vuelvo a besarlo.

No replica. Sus manos se clavan en mis muslos y siento que voy a estallar en llamas. Necesito que me toque, mucho y por más sitios. Que me deje su huella por todo el cuerpo.

No hay nada de bonito ni dulce en lo que estamos haciendo ahora. Somos dos adultos que se desean, que quieren hasta la última gota del otro, y estoy tan entregada a él que ahora mismo podría ir al mismísimo infierno si me lo pidiera.

Los dedos traviesos suben por mis muslos, levantando el vestido hasta mi cintura, y se enganchan a los costados de la ropa interior. Hiervo por dentro mientras mi cuerpo pide que me toque más.

Lo suelto y llevo mis propias manos hacia las suyas para guiarlo, pero Adrien rompe el beso. Roza su nariz contra la mía y mientras empiezo a protestar, sus dedos rodean mis muñecas.

—No —se niega.

Mi respiración se entrecorta cuando punzadas de placer me recorren. Sé que si quisiera apartar las manos, él me las sostendría. Y por alguna razón eso hace que esté más húmeda.

Mueve mis muñecas hasta poder sujetarlas con una sola de sus manos y susurra:

—Ahora voy a tocarte, polilla.

Es una petición, y asiento despacio porque me veo incapaz de hablar.

Toma la tela de mi vestido y la sube más arriba, dejando camino libre para tocarme por debajo del ombligo. Sus dedos están cargados de electricidad que mi piel absorbe.

Ejerce una pequeña presión hasta hacer que me tumbe despacio sobre la encimera. Continúa sujetándome por las muñecas mientras me dejo caer. No hay nada detrás, pero a estas alturas dudo mucho que un detalle así me importase.

Cuando mi espalda se apoya en la encimera Adrien se inclina sobre mí. Lo primero que noto es su boca sobre mi abdomen, justo encima del ombligo. Cierro los ojos mientras comienza a dejar un camino de besos a su alrededor y llega a la parte de abajo.

Con la mano que tiene libre juguetea y la desliza hasta sumergirla en la poca tela del vestido que continúa tapándome. Ahogo un gemido cuando llega a la zona del pecho.

—Adrien —vuelvo a decir su nombre, como sé que le gusta.

Y sus besos en mi bajo estómago se intensifican. Al menos unos segundos, hasta que libera mis muñecas y se aleja. Sin embargo me agarra de las caderas y me hace bajar. Antes de que pueda decir nada me da la vuelta y siento su aliento chocando contra mi cuello.

—Dime si quieres que pare, polilla —susurra.

Ni loca.

Coloco las manos sobre la encimera mientras él me sube el vestido con las suyas. Jadeo cuando sus labios rozan mi cuello al mismo tiempo que sus dedos finalmente tantean en mi ropa interior. Parece que va a atravesar la barrera de la tela, pero no lo hace. Solo juega con ella, y dice:

—Dime si quieres que siga.

—Sigue.

Mi voz suena ronca, antinatural para mí. Pero estoy perdida en una montaña rusa de sensaciones de la que no quiero bajar. Sin embargo es suficiente para Adrien. Sus dedos se mueven ágiles hasta el lugar deseado.

—Estás mojada —susurra en mi oído.

No es como que pueda negarlo. Tampoco quiero. Adrien llega hasta mi clítoris y hace círculos sobre él, provocando que me tiemblen las piernas. Sus labios siguen muy cerca de mi oreja cuando pregunta:

—¿Sabes por qué me gusta saber esto?

Quiero contestar, pero de mi boca solo salen jadeos.

—Porque los gemidos pueden mentir, pero la humedad no.

Y entonces desliza uno de sus dedos en mi interior.

Las sensaciones se agolpan mientras siento cada uno de sus movimientos. Está claro que sabe lo que hace, y eso en estos momentos me está maravillando. Mueve su dedo en círculos mientras con el pulgar continúa masajeando el clítoris, hasta que se aparta para poder meter el siguiente.

Mis pulsaciones se aceleran y sé que estoy cerca. Adrien acelera el movimiento y curva los dedos en mi interior hasta encontrar el punto donde no puedo más. Apenas aguanto unos segundos antes de explotar, antes de que la llama implosione y me deje caer sobre la encimera.

Me tomo mis segundos para recuperar el aire. Adrien sale despacio y coloca mi ropa antes de apartarse.

Pero mientras todo eso sucede, mientras el ardor del momento desaparece y mi cerebro racional toma conciencia por unos de lo que ha sucedido, mis emociones también lo hacen. O más bien, me superan.

Nunca jamás había llegado a tanto con un chico... excepto por Carson.

Durante años pensé que jamás tendría este nivel de intimidad con alguien... como con Carson.

El sentimiento de culpabilidad no tarda en aparecer. Con él vienen sus palabras.

"Eres una zorra. Tenía que haberlo imaginado: te ibas porque me estabas engañando con otro.".

Y tan bien como llegué arriba, caigo a toda velocidad a un pozo lleno de carga de conciencia. Como si hubiese engañado a Carson, aunque sé que no lo hecho.

Como tardo en darme la vuelta, es Adrien quien lo hace. Sus movimientos son mucho más lentos y sé en el fondo de mi corazón que él ya presiente que algo malo sucede. Me esfuerzo por mantener a ralla las emociones desbordantes y que las lágrimas no salgan, aunque lo veo a través de sus brillos.

Su mirada decae y creo que estoy a punto de temblar.

—Gia... —susurra.

Sacudo la cabeza y me aparto. Él me deja ir.

—Necesito un momento —pido—. Lo siento.

Y antes de que pueda pararme, corro hasta la puerta del baño.

Adrien no está en la sala cuando salgo del baño. Tampoco está en la habitación ni en el balcón. En definitiva, no está dentro del apartamento. He pasado quince minutos encerrada tratando de tranquilizarme porque no quería que me viera llorar, podría malinterpretar mi reacción, algo que probablemente ya ha hecho. Hacía mucho tiempo que no lloraba y me ha costado frenar la avalancha de emociones.

Pruebo a llamarlo pero no coge el teléfono. Necesito hablar con él y explicarle lo que ha sucedido, aunque realmente ni siquiera yo me entiendo.

Mi cerebro racional me dice que no ha pasado nada malo. Carson y yo no somos pareja. Realmente nunca lo he engañado. Han pasado semanas, meses, desde que lo dejé.

"No hay nada malo en que te beses con un chico o te acuestes con él, Gia", me digo a mí misma.

Solo que, por mucho que me lo repita, el sentimiento de traición y de vergüenza sigue ahí, presionando. Siento que hay algo malo conmigo. Algo está roto y soy incapaz de arreglarlo.

Me meto en la cama para esperarlo pero eventualmente, acabo por cerrar los ojos y dormir. No hay rastro de Adrien por ningún lado.

*****

Ya está amaneciendo cuando vuelvo a abrir los ojos. Apenas son los primero rayos de luz, aunque es lo suficiente para que apague la lámpara de la mesita y salga de la cama. No he dormido muchas horas, pero soy incapaz de seguir allí en cuanto noto que Adrien no está a mi lado.

Empiezo a preocuparme. ¿Dónde fue anoche? ¿Le ha pasado algo?

Sin embargo, cuando salgo de la habitación no tardo en encontrarlo. Está tumbado en el sofá, tapado con una manta y profundamente dormido. El dolor golpea mi pecho y con él todos los recuerdos y emociones de anoche.

La he jodido pero bien. No solo estoy rota sino que encima he tirado a la basura la bonita amistad que estábamos fabricando.

Necesito hablar y tarde o temprano lo vamos a hacer, así que decido prepararle un café para suavizar el momento. He notado que siempre que tiene una taza humeante en las manos, su humor suele mejorar.

El problema llega cuando me planto delante de la cafetera, que nunca he usado y tampoco sé cómo se utiliza. Le he visto hacerlo en bastantes ocasiones y decidido que no puede ser tan difícil. Primero agarro el mango alargado donde suele colocar el café. Cuando lo saco hay una masa compacta. La llevo a la basura y sacudo hasta que cae.

Después lo enjuago y busco el bote donde guarda el grano molido. Tengo que arrastrar una silla para alcanzarlo porque está en una de las baldas más altas. Como solo lo usa él, lo ha colocado arriba para no ocupar espacio de los productos que yo sí utilizo.

Pongo la cantidad de café que me parece más acertada y lo aplasto con ayuda de una cuchara. Sin embargo, cuando llega el momento de volver a colocar el mango en su sitio, no puedo. Trato de encajarlo, de girarlo, de apretar, pero es imposible.

Estoy empezando a frustrarme cuando escucho la voz de Adrien justo detrás de mí.

—Es al revés. Tienes que poner el portafiltro debajo de la flecha y luego girar.

Me vuelvo hacia él de golpe. Volvemos a estar atrapada entre él y la encimera. Mi cuerpo reacciona traicionándome y la piel me hormiguea. Adrien tiene la mirada somnolienta y el pelo revuelto. Me pregunto si alguna vez me dejará de parecer atractivo cuando está recién levantado.

Asiento con torpeza y vuelvo a intentarlo. Los nervios comienzan a hacer efecto y no logro engancharlo. Entonces él se inclina por detrás de mí, rodea mi mano con la suya y me muestra cómo se hace.

En cuanto el portafiltro está enganchado, me suelta.

Coloco una taza y doy a los botones para que empiece a salir el café. Adrien se sienta en una silla de la encimera y yo me preparo mi leche chocolateada. Cuando llevo las tazas, tomo lugar frente a él.

Espero que pasen los segundos a que tome el primer sorbo y comienzo la conversación.

—Has dormido en el sofá.

No es una pregunta, pero lleva una intrínseca.

—Sí —admite.

Vuelvo a esperar, pero no añade nada más. Esto no está yendo bien. Está cabreado.

—Entiendo que estés enfadado —continuo—. Lo siento mucho, yo no...

—¿Enfadado? —Me interrumpe y frunce el ceño desconcertado.

—Por haberme ido corriendo ayer.

Se pasa la mano por el pelo y lo revuelve. Ese gesto me dice que también está nervioso.

—No estoy enfadado, Gia. Solo estoy... confundido. Creía que tú querías que sucediera tanto como yo. Entiendo que no fue así y luego te arrepentiste.

Sacudo la cabeza con fuerza de lado a lado. No es para nada lo que ha sucedido.

—¿En serio piensas eso?

—¿Y qué quieres que piense, Gia? Después de que te tocara te fuiste llorando, joder.

No solo está frustrado, también está muy confundido. Se toma unos segundos para respirar y revuelve su taza de café. Cuando habla su tono es más calmado.

—Después de que te fueras pensé que necesitabas espacio. Salí a dar un paseo y luego me quedé en el sofá para no molestar. No sabía qué hacer. Ni siquiera ahora mismo sé qué decirte, más que lo siento si te he hecho daño.

Sus palabras me duelen, porque me doy cuenta de que no solo yo he salido herida. Él también. Y cuando hablo siento que estoy conteniendo las lágrimas.

—Es todo culpa mía, Adrien. Hay algo mal conmigo.

Y acto seguido le cuento exactamente cómo me siento. La culpa, el miedo, la vergüenza.

Adrien me escucha sin interrumpirme, ni siquiera cuando me callo durante varios segundos hasta encontrar las palabras que describan bien mis sentimientos. Me escucha, y en estos momentos me doy cuenta de lo mucho que ha crecido nuestra amistad y confianza a lo largo de las últimas semanas. Porque pensaba que hablar con él, decirle todo esto después de lo que sucedió anoche, sería mucho más difícil.

Pero no es así. Cuanto más le cuento, mejor me siento, como si me quitara un peso de encima.

Al menos es así, hasta que al terminar, Adrien repite lo mismo que me pidió tiempo atrás:

—Sé que no te entusiasma la idea, pero me gustaría que volvieras a replantearte ir al psicólogo.

Mi expresión se ensombrece al instante y la tristeza inunda los ojos de Adrien. Extiende las manos por encima de la barra hasta atrapar las mías. Aunque mi primer impulso es apartarlas, cuando siento su contacto soy incapaz de hacerlo. Algo en su cercanía me provoca paz.

—Yo quiero ayudarte, pero no sé cómo hacerlo —continua—. No tengo las herramientas adecuadas. Tampoco tiene que ser con mi compañera si no te sientes cómoda.

Quiero decirle que no estoy loca y que todo el mundo pensará lo contrario si empiezo a ir al psicólogo. Que solo sirve para tirar el dinero. Que son tonterías.

Pero no puedo, porque hace tiempo que empecé a replantearme si quizás no sea así. En lugar de eso, pregunto:

—¿Y de verdad crees que funcionaría?

—Creo que puede ayudar mucho más que seguir luchando tú sola.

No quiero sentirme así de nuevo. No quiero tener esta sensación de culpa nunca más. ¿Y si Adrien tiene razón e ir al psicólogo consigue ayudarme? Estoy tan desesperada que decido intentarlo una vez más. Al fin y al cabo, no tengo nada que perder.

Solo el miedo.

—Está bien. Iré con tu amiga.

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