Un Inesperado Nosotros

By AndreaSmithh

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¿Y si es muy tarde para empezar de cero? Cuando Gia Davies se muda a Nueva York, está huyendo. Se ha dado cue... More

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· C u a r e n t a · (FIN)

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🎶 Enchanted 🎶

"I was enchanted to meet you"


Durante esa mañana mi cabeza navega entre Carson y Adrien. El mensaje que me ha mandado el primero me ha dejado una sensación amarga y tensa en el cuerpo. No puedo evitar pensar que tiene razón, por lo menos en la parte de responder sus mensajes. Estoy actuando mal pero tampoco me encuentro preparada para enfrentarle aún. Para enfrentar todo lo que ha pasado. Todavía estoy en proceso de asimilar mi nueva vida.

Y en cuanto a Adrien... ¿qué era la mirada de esta mañana? La forma en que me abrazaba al despertar y lo agradable que era en realidad sentir su cuerpo pegado al mío.

Es como si estuviera traicionando a Carson, aunque ya no estemos juntos, y me dan ganas de vomitar por el sentimiento de culpa.

Estoy tan distraída que cuando Gabriel me llama para preguntar sí he pasado una buena noche y cerciorarse de que sigo sana y salva, respondo de forma monótona y hago que se preocupe. Al final termino por acceder en pasarme por su casa después del trabajo.

—¿Alguien sabe algo de Beth?

Salgo de mis pensamientos y cierro el bote de salsa que estaba rellenando para volverme hacia Rachel. Tiene una expresión preocupada en el rostro y mira la pantalla de su teléfono cada pocos segundos.

—Solo se ha retrasado, no te preocupes.

—Pero ella nunca llega tarde —replica poco convencida.

Todavía quedan diez minutos para abrir el local pero entiendo la preocupación de Rachel. Además tiene razón, en los pocos días que llevo trabajando ella no se ha retrasado nunca.

Sin embargo no pasan más que un par de minutos antes de que la puerta se abra y Beth llegue, para alivio de todos. Pero no está sola. Lleva de la mano una niña pequeña, de unos tres o cuatro años. Es imposible no adivinar que se trata de su hija ya que es casi una copia exacta, con los mismos tirabuzones oscuros y rostro en forma de corazón.

—Perdón, chicos —comienza a disculparse Beth mientras arrastra a la niña tras ella, que parece un poco tímida—. Sophia se ha despertado con tos y mocos y no puedo dejarla en la escuela infantil. Intenté buscar a alguien para que la cuide pero ha sido imposible.

Pienso que se ha pasado para avisarnos porque hoy no estará en el trabajo, pero entonces guía a la niña hacia una de las mesas individuales que hay más cerca de la barra y la hace sentar allí. Le quita una pequeña maleta que lleva a la espalda y saca un cuaderno y pinturas de colores. Después le da un beso en la mejilla antes de volver junto a nosotros.

—Beth... —comienza a decir David con tono de advertencia, pero ella lo interrumpe.

—No puedo pedir más días o me echarán. Con tan poco tiempo no he encontrado a nadie disponible para quedarse con ella. Se portará bien, lo prometo. Se quedará pintando sin molestar.

David suspira y asiente y Rachel se acerca para rodearla los hombros. Miro a la niña, que ya ha comenzado a sacar sus pinturas, y de vuelta hacia Beth. Se me parte el corazón ante su expresión de tristeza.

—Sé que estaría mejor en casa, conmigo cuidándola, pero necesito este trabajo para poder mantenernos. Ser madre soltera es...

No termina la frase, pero no hace falta que lo haga. Todos sabemos lo que viene después.

Difícil, cansado, una lucha constante. Mi madre siempre estaba exhausta, y aún así para nosotros tenía una sonrisa en el rostro, justo la misma con la que Beth está mirando ahora a su hija.

—Venga, ¡manos a la obra! —Exclama David interrumpiendo el momento—. Que estamos a punto de abrir.

Los primeros clientes no tardan mucho en aparecer. Me manejo un poco mejor con los patines aunque todavía doy algunos traspiés. El trabajo me gusta porque me mantiene desconectada. Mi cerebro está pendiente de entregar bien los pedidos y de no caerme, y es suficiente para conseguir que el tiempo pase volando.

Sophia no se ha movido de su asiento. Se ha quedado pintado y ha llenado la mesa con los dibujos. Beth está muy ocupada gestionando todos los pedidos y la cocina y me pide que le lleve un plato con patatas fritas y agua.

Cuando llego a la mesa y las dejo frente a ella procuro no posarlas sobre ninguno de sus dibujos.

—Esto es para ti.

—¡Patatas!

La niña se gira hacia mí con una gran sonrisa. Tiene los ojos enormes y de un tono verdoso increíble. Durante unos segundos se dirigen a la mesa que hay al lado, y aunque los aparta en seguida me doy cuenta. Un niño está tomando uno de los batidos especiales del menú.

Sophia no dice nada y comienza a coger la primera patata.

—¿Te apetece algo más? —Intervengo—. ¿Quizás un batido de chocolate?

Me observa de nuevo y asiente, pero cuando habla lo hace con la boca llena de patata y por alguna razón me parece adorable.

—Sí, por favor.

La dejo con las patatas y le preparo el batido, aunque primero le aviso a Beth para asegurarme que no haya problemas o sea alérgica a algo.

—Se pondrá hiperactiva del azúcar, pero pronto nos iremos.

Asiento y me pongo manos a la obra, pero ella me toma con suavidad del brazo y añade un:

—Muchas gracias, Gia.

Cuando regreso con la niña tienes los dedos manchados de kétchup. Toma una servilleta para limpiarse antes de agarrar el batido pero no lo consigue del todo, así que la tomo de sus pequeñas manos para ayudarla.

—Así, perfecto.

—Me encantan las patatas —dice con su voz aguda y cantarina—. Y el chocolate.

—Ya veo —asiento mientras miro cómo se lleva el batido a la boca y se le cierran los ojos al primer sorbo—. Si necesitas cualquier cosa me dices, ¿vale?

La dejo sola para continuar trabajando. A última hora llega un grupo muy numeroso que nos retrasa la hora de cierre. Cuando ya he terminado, Beth y Rachel están en la caja comprobando el inventario, así que me siento con Sophia para entretenerla. Su madre tenía razón y el chocolate la ha alterado porque ahora no para de removerse en el asiento. Se ha deslizado al suelo unas cuantas veces antes de que llegue a su lado.

—¿Me enseñas tus dibujos? —Pregunto tomando asiento.

Y eso parece suficiente para entretenerla un rato más. Durante los siguiente minutos se dedica a explicarme lo que significa cada uno de ellos. Resulta que nos ha dibujado a todos los que estamos en restaurante. Yo soy una chica con las piernas demasiado largas y sin cuello que patina sonriente con un batido de chocolate en la mano.

—Para ti —me dice extendiendo el dibujo hacia mi regazo.

—¿Me lo regalas? —Asiente con la cabeza llena de energía—. Vaya, muchas gracias. Es muy bonito.

—Sophia, cariño, ya nos vamos. Por fin he terminado.

La niña salta del asiento y da un abrazo a su madre. Beth comienza a recoger todo lo que hay en la mesa mientras articula un "gracias" silencioso en mi dirección. Después sus ojos se paran en lo que tengo en la mano.

—Me ha regalado un dibujo —explico cuando veo cómo lo observa.

—¡Es ella! —Exclama Sophia al darse cuenta—. Es lia.

—Se llama "llia", cariño —le corrige su madre.

Sin embargo a mí solo logra sacarme una sonrisa. Me guardo el dibujo en el bolso y tomo el metro hacia casa de mi hermano mucho más feliz de lo que llegué esta mañana.

Se me hace extraño llamar a la puerta cuando llego a casa de mi hermano. El tiempo que viví con ellos tenía mi propia llave, pero ahora que me he ido se la he devuelto.

Los dos han terminado ya de trabajar y Gabriel tiene muchas preguntas sobre cómo ha ido mi primera noche sola en el apartamento. Logro responderle con mentiras a medias y apaciguar su preocupación.

La conversación continúa fluyendo hasta que casi es la hora de irme. Los teléfonos están sobre la mesa y observo que los de Finn y Gabriel se iluminan al mismo tiempo. Cuando mi hermano lee el mensaje, comenta:

—Adrien dice que ha ganado el partido de pádel. ¿Te lo puedes creer?

—No hay ningún deporte que se le de mal —replica Finn mientras niega con la cabeza—. Que asco da a veces.

Los dos se ríen por la broma y yo los miro con las cejas alzadas. No entiendo cómo es posible que, tras lo cansado que parecía esta mañana, Adrien haya sacado fuerzas para ir a jugar al pádel.

—¿Pero le quedan energías para hacer deporte? —Comento sin ocultar mi asombro.

—¿Por qué lo dices? —replica Finn rápidamente, y deja de vuelta el teléfono sobre la mesa mientras me mira suspicaz.

Aunque suene amable, me doy en seguida cuenta de mi error. ¿Desde cuando debería saber yo que tiene turnos de trabajo tan seguidos?

—Oh, bueno, es que... —¡piensa rápido, Gia!—, siempre tiene aspecto de estar cansado.

Finn asiente pero detecto cierto recelo en su mirada. Me revuelvo incómoda en el sitio y aparto la mirada. Es imposible que sospeche nada, ¿verdad?

—Trabaja mucho —termina por decir.

Me despido de los chicos y regreso a mi apartamento cuando empieza a anochecer.

Mi apartamento. Suena extraño pensarlo así. En especial cuando soy plenamente consciente de que no vivo sola. Adrien estará allí y esta noche, de nuevo, volveremos a dormir juntos.

No hay nadie en casa cuando llego. Me doy una ducha tranquila y cambio el uniforme a un pijama más cómodo y luego rebusco algo en la alacena para comer. Adrien ha sacado tiempo no solo para ir a trabajar y a jugar al pádel. También ha hecho la compra y ha guardado cada artículo en su lugar correspondiente: todas las latas juntas, la verdura en el cajón de la nevera, la pasta en pequeños botes de cristal...

Hay un bote de chocolate en polvo en la alacena.

El corazón me da un vuelco y siento que se me cierra el estómago. De verdad se ha acordado.

De camino al apartamento paré en una floristería así que me distraigo colocando las pequeñas macetas en la terraza. También saco una de las sillas del comedor y veo que queda bastante bien. Añado un par de velas y pienso que lo único que me hace falta es un libro para que este sitio este completo. Sin embargo no tengo ninguno que me apetezca leer en estos momentos.

Me apoyo en la barandilla y miro hacia la calle. No hay unas vistas espectaculares pero al ser de noche puedo ver cómo en otros balcones también han decorado con luces de colores. El que más llama la atención es el del vecino del otro día. Tiene una hilera de farolillos pequeños colgados de la parte superior del balcón.

En estos momentos también está ahí. Parece que se encuentra leyendo un libro mientras acaricia al gato que hay en su regazo. Me encuentro a mí misma sonriendo al observarlo y preguntándome cómo se llamará.

—¿Ahora eres una acosadora, polilla?

Me vuelvo hacia Adrien sobresaltada. Esta apoyado contra la pared, con los brazos cruzados y una sonrisa traviesa en los labios. Tiene el pelo húmedo y los rizos algo deshechos.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—El suficiente para saber que estás acosando a nuestro vecino.

—Solo lo miro —me defiendo.

—Durante largos segundos. Es escalofriante.

Se inclina hacia mí y frunzo el ceño con enfado. ¿Está tratando de molestarme intencionadamente?

—Su terraza es preciosa, llena de plantas —me explico.

Miro a las dos pequeñas macetas que he comprado en la floristería con pena. Con suerte si las riego y cuido, crecerán grandes y fuertes. Adrien también sigue la dirección de mis ojos, pero no dice nada sobre ello. En su lugar pregunta:

—Me muero de hambre, ¿has cenado ya?

Niego con la cabeza y se aleja para hacer un gesto hacia la puerta e invitarme a pasar. Salgo primero pero al volverme hacia él me doy cuenta de que está mirando también hacia nuestro vecino. ¿Quién es el acosador ahora, Adrien Hall?

Una vez en el interior me sigue hasta la cocina y abre la puerta de la nevera. Sigue sorprendiéndome lo llena que está.

—¿Te apetece algo en específico?

En lugar de contestar solo soy capaz de hacer la siguiente apreciación:

—Hiciste una compra enorme.

—Me gusta tener variedad de alimentos para cocinar.

Asiento despacio. El desayuno le quedó fenomenal, pero no lo voy a decir en voz alta. Me lo imagino presumiendo y jactándose de ello.

—¿Cuándo aprendiste a cocinar?

—Siempre me ha gustado —se encoge de hombros antes de dejar el tema—. Entonces serán alitas, me apetecen bastante.

Comienza a sacar todo lo necesario y a dejarlo en la encimera y no sé muy bien si debería moverme e irme, o ayudarle con la preparación de la cena. Cuando hizo la compra pensé que se referiría a su propia compra, pero en estos momentos parece tener intención total de compartir.

Incluso te ha comprado chocolate en polvo, Gia.

Comienzo a sentirme bastante mal al ver la cantidad de productos que hay ahora en la cocina. Se ha tenido que gastar bastante dinero.

Una vez está a punto de ponerse manos a la obra, me aclaro la garganta y musito:

—Si vamos a compartir la comida debería pagarte al menos la mitad de lo que te has gastado.

Se encoge de hombros y me ignora mientras toma un cuchillo afilado.

—No es necesario.

—Pues la siguiente compra la haré yo —insisto.

Esta vez me mira y se toma unos segundos antes de contestar. Aprieta los labios en una fina línea y no puedo evitar fijarme en ellos cuando vuelven a su forma original.

—Me parece bien —asiente.

Después de eso decido quedarme en la cocina e ir pasándole los ingredientes que me pide. Observo cómo prepara los alimentos totalmente concentrado y me sorprendo al darme cuenta de que resulta bastante atractivo. Aunque adoro cocinar y se me da bastante bien, siempre he sido algo torpe a la hora de cortar y freír, pero a él parece salirle natural.

—Listo —sentencia al sacar la última alita de la sartén.

—Tiene muy buena pinta —acepto un poco a regañadientes.

Adrien me guiña un ojo y yo aparto la mirada al instante cuando el calor comienza a instalarse en mi cuerpo.

Buscamos una película y acabo saliéndome con la mía al elegir Tangled. Durante gran parte de la película y mientras comemos, Adrien no deja pasar ni un momento para dejar presente que no es muy aficionado a estas películas, y hace comentarios como:

—¿Se van a pasar toda la película cantando?

—¿Nunca se ha planteado bajar cuando la bruja se iba, aunque sea justo debajo de la torre?

—En serio, ¿otra canción?

Ignoro deliberadamente sus comentarios, en especial porque no hace muchos más a medida que la película avanza. También me doy cuenta de que me mira de forma fugaz cuando tarareo las canciones. En realidad estoy conteniéndome porque es de mis películas favoritas y me sé hasta los diálogos. Aún así, llegado el momento no puedo evitar decir a la vez que Finn:

Rapunzel, ¿ya te he dicho que estoy loco por las morenas?

Después me llevo las manos al corazón y dejo salir un pequeño suspiro. Adrien carraspea a mi lado y me vuelvo con el ceño fruncido hacia él. Tiene una sonrisilla torcida en los labios.

—¿Qué? —Espeto.

—Nada, solo me sorprende que te sigan gustando tanto las películas de dibujos.

Cuando éramos más pequeños, mamá me dejaba ver películas en la cocina mientras cocinaba para que no molestase a los chicos. Siempre eran de dibujos. Me resulta extraño recordar aquellos tiempos y también que Adrien lo haga.

Nos quedamos en silencio hasta que la película termina, y él es el primero en levantarse y encender las luces.

—Ahora llega lo peor: fregar —sentencia y acto seguido me mira a mí—. Te toca, polilla.

—¿Por qué? —Me quejo.

Aunque sé que la razón es obvia: él ha cocinado. Sin embargo, odio fregar. Y el lavavajillas está lleno por lo que no queda de otra.

Adrien me mira durante largos segundos hasta que al final accede:

—¿Lo echamos a una guerra de pulgares?

Es mejor que tener que hacerlo yo, así que asiento. Me pongo de pies y llevo los platos hasta la encimera. Adrien llega al momento y cuando me vuelvo ya tiene la mano extendida hacia mí.

Tiene los dedos largos y finos, y me muerdo el labio al percatarme de que voy a tomar su mano. Cuando alzo por fin los ojos me doy cuenta de que está mirando mi boca. Carraspeo al notar el ambiente repentinamente más espeso, y trato de rebajarlo:

—Tu pulgar es más grande, juegas con ventaja.

Adrien no tarda en sonreír.

—¿Qué pasa, polilla? ¿Tienes miedo a perder?

—Idiota... —escupo, más por el comentario que por el apodo.

Finalmente entrelazo su mano con la mía. Es cálida y suave y cruzo los dedos porque mi palma no empiece a sudar. Comienzo a contar:

—Una, dos y...

Nuestros dedos se mueven a la vez antes de que termine la cuenta atrás. Mi mano se retuerce en la suya, notablemente más pequeña, pero consigo escurrir el dedo pulgar del suyo para que no lo atrape. Me da la sensación de que está dejándome ganar, pero no voy a achantarme por ello.

En un movimiento rápido, acerco ambas manos hacia mí y atrapo la punta de su pulgar. Lo observo nos segundos sin poder creérmelo y alzo la cabeza victoriosa hacia él. Después abro la boca para decir en algo que he ganado, pero las palabras se quedan en la garganta.

Al tirar de su mano hacia mí Adrien se ha movido mucho más cerca. Tiene el rostro inclinado hacia mí y apenas nos separan unos centímetros. Se me queda la boca seca cuando nuestras miradas se entrelazan y por unos segundos dejo de respirar. Podría jugar que su pupila ha aumentado de tamaño.

Entonces, sin apartar los ojos, siento cómo su dedo se escapa del mío y, segundos después, es él quien lo sujeta. Baja un poco más el rostro, tanto que nuestras narices podrían chocar, y susurra:

—Atrapada.

Trago saliva pesadamente y siento cómo mi corazón se ralentiza antes de comenzar a latir desenfrenadamente. No puedo apartar la mirada de la de Adrien y de forma inconsciente me inclino hacia él.

Es él quien baja la mirada para posarla en mis labios, como si quisiera besarme.

Estamos tan cerca que de verdad pienso que va a hacerlo.

Y lo que es peor: quiero que lo haga.

Darme cuenta de ello me asusta tanto que retrocedo repentinamente y suelto el agarre de nuestras manos. El corazón ahora late tan rápido que podría abandonar mi cuerpo y echar a correr. Lo noto en mi garganta, en mis oídos y en mi cabeza. Porque esto no es algo que estuviese planeado. Porque es demasiado pronto. Porque Carson...

Pero cuando miro a Adrien puedo ver que mi movimiento lo ha herido. Ya no me mira, pero ha perdido su sonrisa traviesa y parece incómodo. Y como nunca se me ha dado bien salir de este tipo de situaciones (o más bien jamás me he visto en una), me las apaño para cambiar de tema con lo primero que me viene a la cabeza:

—Hoy he ido a ver a mi hermano y me ha dicho que has ganado un partido de pádel. Enhorabuena.

—Era amistoso —responde como si quisiera quitar peso al asunto, aunque su voz suena extrañamente grave y tiene que carraspear para aclarársela—. Además puede que me hayan dejado ganar porque acabo de empezar.

—O puede que se te de bien —replico y logro que le salga una sonrisa.

Nos quedamos mirándonos durante largos segundos en silencio. Otra vez esa extraña tensión regresa y me muevo de una pierna a otra antes de preguntar apresuradamente y con un tono de voz un tanto agudo:

—Entonces... ¿yo friego?

Sacude la cabeza y camina hacia mí. Me toma de los brazos con suavidad para apartarme porque estoy plantada delante del fregadero. No estoy loca, siento la electricidad correr de sus dedos a mi piel y encenderla durante el momento en que dura el contacto. Pero termina rápido en cuanto me suelta.

—Ya lo hago yo, polilla.

Asiento y comienzo a alejarme, pero apenas he dado unos pasos lejos de él cuando me llama:

—¿Gia?

Me vuelvo, sorprendida porque lo ha hecho por mi nombre. Cuando lo miro el corazón vuelve a dar un traspié porque su sonrisa ladeada y problemática en estos momentos tiene un brillo encantador. Y entonces dice:

—A mí también me gustan las morenas.

No sé cómo reaccionar pero él se limita a guiñar un ojo y darme la espalda para comenzar a fregar, así que corro a huir a la seguridad de la habitación. Una vez dentro cierro la puerta y comienzo a dar vueltas, con el corazón acelerado y la cabeza confundida.

Al final termino por meterme en la cama, no sin antes colocar de nuevo la almohada entre nosotros.

No entiendo muy bien qué me está pasando últimamente con Adrien, pero sí tengo claro una cosa: debo ponerle fin cuanto antes.

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