Siempre mía

By CaroYimes

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Pobre Joseph, alguien debió advertirle que se estaba equivocando al contratar a Lexy como su nueva secretaria... More

1. Cuatro patas
2. Las mentiras de la novia
3. No confundas las cosas
4. Cuerda floja
5. Mordiscos
6. Debajo de la mesa
7. A jugar
8. Verdad que quema
9. Morir y no florecer
10. Desaparecida
12. Lo que Storni quiere
13. Íntimo
14. Adorable
15. Segundas oportunidades
16. Primera vez
17. Conmigo
18. Lo que quieres
19. Mundo pequeño
20. Protector, héroe y algo más
21. Polos opuestos
22. Encuentros matutinos
23. Enfrentamientos y amenazas
24. Tan todo
25. Primeros sentimientos
26. Bien y mal
27. Vivir sin vivir
28. Cansada de esperar
29. Sin criticar
30. Los dramas de Lexy
31. Mango
32. Juegos y expuestos
33. Vergüenza y hombres enamorados
34. La flameante Anne Fave
35. Un castillo para una princesa
36. De bestia a enamorado
37. El miedo y el amor
38. Advertencia
39. Nuevos caminos
40. Renunciar
Noticia
41. Su chica
42. Mentirse a uno mismo
43. Piensa en ti
44. Las prácticas de Storni
45. Los sentimientos de Storni
46. El camino correcto
47. La familia Bouvier
48. Salvador
49. Indestructibles
50. La debilidad de Joseph
51. Tres cosas
52. Perfecta despedida
53. Flores y sorpresa
54. Ataque
55. Buscando lo que quema
56. Silenciosa venganza
57. Cuerpo y alma
58. La distancia como prueba de amor

11. Preocupado

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By CaroYimes

Joseph condujo un par de manzanas en silencio, ignorando las preguntas de su hermana y se estacionó en una zona cercana, todo para pensar con mayor claridad en lo que el padre de la muchacha les había revelado.

—No tiene sentido —musitó Joseph y se vio ahogado por la situación, por lo que intentó encontrar ayuda en su hermana—. Lexy no llegó hoy al trabajo y su padre dice que sí fue...

—Joseph, Lexy es joven, tal vez estuvo de fiesta anoche y se quedó en la casa de alguien más...

—No escuchaste que dijo que le escribió una nota. Lexy sí llegó a su casa anoche —unió pistas y golpeteó un par de veces el manubrio de su auto.

Emma se rio y acotó:

—¿Por qué demonios estás tan preocupado?

—¡Porque se va a casar con un bastardo que la golpea! —gritó enrabiado y apretó el manubrio con rabia.

Emma se quedó paralizada por su confesión.

—¿Y cuál es la parte qué te molesta? ¿Qué se vaya a casar o qué su novio la golpee? —preguntó la astuta joven y lo miró intensamente para presionarlo.

—Las dos —reconoció Joseph y se desarmó encima del sofá del auto.

Emma contuvo un ataque de felicidad y se tragó la emoción y la risa para decir:

—Esto es muy interesante.

Algunos minutos transcurrieron y Joseph se mantuvo en silencio, pensando bien en lo que debía hacer. Si la muchacha no le contestaba el teléfono, ni respondía a sus correos electrónicos, significaba que no quería verlo, tampoco escucharlo, por lo que se osó a tomar una decisión bastante descabellada.

—Vale, voy a ir con la policía.

—¡¿Acaso estás loco?! —preguntó su hermana, exaltada—. Joseph, ¿qué onda? No puedes hacer tal cosa, Lexy es solo tu empleada y la conoces hace... ¿dos semanas? ¡Dos semanas! Además, no lleva ni cuarenta y ocho horas desaparecida —intentó excusar, pero el hombre negó, enceguecido por lo que Lexy provocaba en él, un chispazo que no pasaba desapercibido—. ¡Joseph, no es lo correcto! —chilló furiosa, pero nada tuvo efecto en él.

Storni condujo en silencio, abstraído entre sus pensamientos, esos que le recordaban siempre la muerte de su madre y, cómo, de manera irracional, su mente la relacionaba con Lexy y los obvios maltratos que sufría en manos de su abusivo novio.

Condujo a menos de treinta kilómetros por hora, y es que su mente no lo dejaba concentrarse en el camino y la lengua de su hermana empezaba a adormecerlo con todos los reclamos que la chiquilla hacía, furiosa por el osado comportamiento de su familiar.

—¡Lexy! —gritó Joseph y frenó en seco, produciendo un feo sacudón en el interior del vehículo.

—¡Lexy va a matarnos! —gritó Emma y perdió la cabeza cuando su hermano bajó desde el auto a tropezones y corrió en sentido contrario por el que venían.

Observó su camino por el espejo retrovisor y se emocionó cuando sus ojos se toparon con Lexy.

La muchacha caminaba por la vereda con naturalidad. Vestía ropa holgada y el cabello se le sacudía por los vientos de la primavera.

No bastó mucho para que ella lo reconociera entre el resto de los transeúntes y, aunque el hombre esperaba una reacción de sorpresa, la chiquilla se echó a correr asustada, y en sentido contrario al que Joseph Storni venía.

—¡Lexy, espera! —gritó él y sin titubear comenzó a correr tras ella.

Atravesó la calle persiguiéndola; se metió entre los autos y recibió uno que otro improperio por parte de los conductores. La siguió por un callejón que condujo a un parque infantil y terminó sacándose ventaja cuando Lexy se coló bajo el cercado de una propiedad que parecía destinada a la práctica de fútbol.

La chiquilla cojeó algunas veces, pero eso no le impidió detenerse. Corrió cuanto pudo y, si bien, nunca se rindió, estaba echando carreras contra un ágil deportista.

Joseph la atrapó a los pocos metros, cogió sus hombros y la abrazó por la barriga para forzarla a detenerse, pero tuvo que soltarla cuando la joven gimió de dolor y luego sollozó, derretida entre sus brazos.

—Estoy aquí —musitó él y se acurrucó sobre su espalda, apretándola con mucho cuidado.

No le importó la tierra espesa bajo sus pies, la contuvo y se contuvo a él mismo.

—No deberías estar aquí —contestó ella con dificultad y descansó su cabeza en su antebrazo, jadeando rendida.

Joseph se mordió la lengua para no responder y su conciencia agradeció que no se expusiera como un obsesivo enfermo.

Se quedaron en la mitad de la nada, en el centro de una cancha de tierra, bajo el intenso sol de aquella tarde y, no obstante, Lexy ocultó su rostro entre su cabello, sus manos y brazos, Joseph sabía con exactitud lo que estaba ocurriendo.

Unos pocos segundos bastaron para que Lexy se tranquilizara. Con esfuerzo se levantó del suelo con las rodillas llenas de tierra.

La joven dejó el bolso de mano en el suelo y se acomodó la ropa sin levantar la mirada. El cabello lacio le caía por encima de los ojos y las mejillas, y era de gran ayuda para disimular la verdad.

Estaba lista para agradecerle a Joseph por su preocupación, despedirse y marchar, pero en cuanto se agachó para coger su bolso, el hombre la cazó entre sus brazos, impidiéndole un acelerado escape.

Quiso forcejear, pero la verdad era que estaba muy cansada como para eso.

—Por favor, Joseph, no he dormido nada, déjame ir a casa y descansar un poco —exigió con una temblorosa voz, pero el hombre nada contestó y ella continuó—: puedes despedirme si quieres, estaré bien.

—Mentirosa —refutó él con atrevimiento y la chiquilla lo miró con horror—. Mierda —susurró cuando se encontró con su mirada y detalló con enormes ojos el daño que su delicado rostro enseñaba.

Tenía un gran derrame de sangre en el fondo de su ojo y una serie de arañazos que decoraban toda su mejilla y pómulo. La quijada y parte del mentón se hallaban cubiertas con tela quirúrgica y cinta blanca, también sus hombros y cuello.

La joven se escondió otra vez y giró entre los brazos de Joseph, donde le dio la espalda y mostró lo asustada y acobardada que estaba.

»Tu padre está muy preocupado por ti, Lexy —musitó él y se acercó un poco más, cuidando de no lastimarla con la fuerza de sus brazos—. Pero no puede verte así, lo lastimarías —dijo y la muchacha sollozó con rabia—. Puedo cuidarte algunos días, linda, déjame ayudarte —exigió con la garganta apretada, asustado por que la joven dijera no—. No voy a despedirte, tampoco voy a criticarte, solo estoy aquí para ayudarte, estoy muy preocupado —confesó, aprovechando que no estaba mirándola a la cara.

"Cobarde". —Citó su conciencia, esa que se encargaba de recordable sus defectos.

"Díselo a la cara, ¡sé valiente, hombre!" —Molestó otra vez y Joseph gruñó de rabia.

—No lo sé... —murmuró ella.

—¡Lexy! —exclamó y obligó a la joven a girar entre sus brazos para mirarla a la cara—. Te voy a llevar a mi casa, te guste o no. Te vas a lavar, vas a comer y vas a descansar.

Enumeró, arrastrándola de mala gana por la mitad de la cancha de tierra, bajo los ojos de algunos niños curiosos que jugaban al futbol y que observaron la escena con diversión, ignorando la verdad.

Lexy no refutó, solo se quejó dolorida, mientras Joseph la encaminó hasta donde su auto se hallaba aparcado.

Emma se sentó en la parte trasera del vehículo y, cuando sus ojos se toparon con una maltratada Lexy, entendió las referencias anteriores de su hermano. Mantuvo la boca cerrada durante todo el viaje y respetó el silencio de sus acompañantes, mientras observó con ojo curioso el inusual comportamiento de Joseph.

A la mitad del camino, Lexy cayó rendida con su cabeza sobre la ventana a su lado y Storni se detuvo en la mitad de la carretera para brindarle comodidad en el asiento y cubrir sus piernas con su chaqueta. En las curvas que envolvían la zona residencial en la que vivía, la adormecida mano de Lexy cayó por encima de la caja de cambios y Joseph la levantó con mucho cuidado para pegarla a su boca y dedicarle un pausado y suave beso antes de acomodarla encima de su regazo.

Emma se quedó boquiabierta. Complicada de saber lo que su hermano atravesaba. Por un lado, estaba feliz de que hubiera encontrado a alguien a quien amar, pero, por otro lado, le preocupaba la situación de Lexy.

—¿Quieres qué te ayude en algo? —musitó Emma con timidez y cogió las pocas pertenencias de Lexy cuando vio que la joven no despertaba.

—Enciende la calefacción y ayúdame a acostarla, por favor —solicitó sin mirarla y titubeó largos segundos intentando sacar a Lexy del auto para cargarla hasta una cama cómoda para que la jovencita pudiera descansar—. Gracias —ronroneó después y miró a su hermana por encima de su hombro.

Emma asintió.

Era intimidante, incluso para un hombre como él, ser descubierto en esas acciones que le avergonzaban. Titubeó otra vez y miró a cada lado, sospechando incluso de sus vecinos, pero se atrevió a ir más lejos.

Tembló cuando estiró su mano para tocarla.

Evitó rozar su lastimada mejilla y deslizó la punta de sus dedos por su frente y cabello. Ordenó algunos de sus mechones y la admiró por largos segundos, sintiéndose afligido de no poder ayudarla.

Contuvo un suspiro, un suspiro que se convirtió en amargura y se tragó toda la rabia que sentía cuando la tomó entre sus brazos y la llevó con mucho cuidado hasta el interior de su propiedad.

—Cerré las cortinas y acomodé las almohadas —intervino Emma y siguió a su hermano por la casa.

Joseph acomodó el cuerpo de Lexy encima del colchón con mucho cuidado y se encargó de que las almohadas la recibieran con delicadeza.

»¿Qué le ocurrió, Joseph? —preguntó Emma con cortedad, mirando fijamente a Lexy.

—Por lo avergonzada que estaba, su novio la atacó —anticipó el aludido, y se acercó a los pies de Lexy para quitarle las zapatillas y los calcetines—. Vamos a dejarla descansar.

—Sí —contestó la muchacha y cubrió su cuerpo con una sábana delgada.

Los hermanos Storni se derrumbaron sobre los sofás de la sala y observaron la televisión en silencio casi hasta al atardecer. Para ellos era habitual una situación como la de Lexy, y aunque Emma no recordaba muy bien la parte de su dolorosa infancia, Joseph sí y se sentía directamente afectado al ver a Lexy en dichas condiciones.

Joseph sintonizó el canal de historia y Emma fue a la cocina por bocadillos. Cuando regresó estaba dispuesta a charlar y a pelear, sabía bien que su hermano no iba a decirle mucho sobre su nueva secretaria, la que ahora tenía durmiendo en su cama, pero se atrevió y se sorprendió de lo conversador que el hombre estaba.

—Me preocupa mucho Lexy —dijo la joven—. ¿Crees que haya ido al doctor?

—No sé, Emma, también estoy preocupado —musitó él, jugando con el mando a distancia—. No sé qué tengo que hacer. ¿Debería llamar a la policía?

—No, Joseph, esto no nos incumbe —contestó ella, afligida, sintiendo el miedo de su hermano—. Ella es quien debe hacerlo.

—No lo va a hacer, tiene mucho miedo de lo que la gente dirá de ella. Tiene a toda su familia embrujada con "la pareja perfecta" —respondió Joseph y Emma resopló en respuesta.

—¿Y me puedes decir por qué estamos ayudándola? Se ve que es esclava de ese simio violento —se atrevió a decir la joven y se acercó más a él—. Sé que sufriste mucho con lo de Clarisa —refirió a su madre—, pero nos estamos metiendo en un problema grande, Joseph, no somos protectores de nadie.

—No puedo evitarlo —respondió Joseph sin mirarla y carraspeó para disimular lo que sentía.

—Te gusta, ¿verdad? —curioseó Emma.

—Sí —reconoció y agradeció que la oscuridad ocultara el rojo de sus mejillas.

Podía sentirlas arder con entusiasmo.

—¿Qué tanto te gusta? —molestó Emma y se pegó a él, coqueta y divertida.

—Tanto que la tengo en mi cama y si no despierta ahora voy a llamar a una ambulancia —demandó y se levantó desde el sofá con un fuerte brinco cuando escucharon un extraño ruido en el fondo de la propiedad.

Se miraron con preocupación y se acercaron con lentitud, un tanto desconfiados por la reacción que Lexy pudiera tener para con ellos, pero la encontraron en el suelo, hecha un ovillo, lloriqueando con desconsuelo frente a un espejo de cuerpo completo en la mitad del cuarto de baño de Joseph.

Se veía inofensiva.

—¿Estás bien? —preguntó Joseph con temor y se acercó un poco más.

—¡Claro que no está bien, que clase de pregunta es esa! —burló su hermana.

Se acercó con confianza a Lexy para agacharse a su lado y abrazarla contra su delicado cuerpo a modo de consuelo. Para la sorpresa de Joseph, Lexy respondió al abrazo de Emma y encontró un poco de tranquilidad entre sus brazos y empatía femenina.

Se quedó como espectador —uno muy desesperado—, durante largo rato, mientras las muchachas conversaron sobre lo ocurrido y cuando Lexy relató su viaje hasta la sala de urgencias, Joseph tuvo que intervenir.

—¿Y por qué no me llamaste? —intercedió Joseph, abrumado y dolorido por la confesión de Lexy.

Ella lo miró con grandes ojos, pero luego negó con la cabeza y escondió la mirada.

—No quería que la vieras así, Joseph —molestó Emma y le entregó papel a Lexy para que se secara el rostro humedecido por sus lágrimas.

Se quedó callado otra vez, sentado en el filo de su bañera, mirando con atención a Lexy y revisando cada uno de sus movimientos, como su guardaespaldas.

—¿Ne-necesitas algo en especial? —preguntó cuando Emma se levantó de su lado para conseguirle un té de hierbas—. Puedo pedir algo para comer, lo que tú quieras —insistió desesperado. El vestido que Lexy llevaba exponía su delgadez—. Pizza, comida china, comida mexicana, ¿burritos?

Lexy se rio y volteó para mirarlo, para caminar hacia donde él se hallaba, aún sentado en el borde de la bañera, escondido de lo mucho que le dolía verla así.

—¿Tú no cocinas? —preguntó la chiquilla, cada vez más cerca de él.

"Oh, nena, sé hacer muchas cosas con mis manos y lengua, pero soy una mierda para la cocina". —Retozó su conciencia y se ahogó en risas.

Risas que Joseph odió.

—No mucho —contestó sin mirarla, avergonzado.

"¿No mucho? Hombre, se te quema hasta el agua y por mucho que practiques, sigues siendo malo". —Se rio otra vez su conciencia, disfrutando del modo en que Lexy sacudía su cuerpo.

—No, no cocino, soy pésimo en la cocina, soy muy ma-malo... —titubeó cuando la joven se acercó tanto que pudo sentir su respiración y tuvo que callarse para poder mirarla sin temblar.

—Gracias, Joseph, por traerme aquí y cuidarme, pero ya debo ir a casa.

—¡No! —refutó él. Cogió sus brazos para impedirle movimiento—. Quédate esta noche y descansa un poco, por favor. Llama a tu padre y dile que pasarás la noche con unas amigas.

—No tengo amigas en la ciudad, Joseph —musitó ella con timidez—. Pero podría llamar a mi abuela y pedirle que me ayude —pensó en voz alta y Joseph se iluminó al ver que la joven estaba dispuesta a quedarse.

—¡Genial!

—No, Joseph, mi abuela querrá saber la verdad y no-no... ¿qué quieres que le diga?

—Que estás en mi casa —dijo él con firmeza.

—¡Estás loco! —se rio, tocándose la barriga.

—Tienes hambre —anticipó Joseph y cogió sus caderas para acercarla a él, para atraparla entre sus piernas—. Dime qué quieres comer —pidió y se alegró cuando la joven se quedó en la misma posición y no peleó para liberarse de sus manos, esas que la acariciaban con dulzura.

—Pavo —dijo ella.

—¿Pavo?

—Si tienes pavo, yo puedo cocinarlo —alegró y Joseph asintió con una tonta sonrisa.

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