Siempre mía

Af CaroYimes

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Pobre Joseph, alguien debió advertirle que se estaba equivocando al contratar a Lexy como su nueva secretaria... Mere

1. Cuatro patas
2. Las mentiras de la novia
3. No confundas las cosas
4. Cuerda floja
5. Mordiscos
6. Debajo de la mesa
7. A jugar
8. Verdad que quema
10. Desaparecida
11. Preocupado
12. Lo que Storni quiere
13. Íntimo
14. Adorable
15. Segundas oportunidades
16. Primera vez
17. Conmigo
18. Lo que quieres
19. Mundo pequeño
20. Protector, héroe y algo más
21. Polos opuestos
22. Encuentros matutinos
23. Enfrentamientos y amenazas
24. Tan todo
25. Primeros sentimientos
26. Bien y mal
27. Vivir sin vivir
28. Cansada de esperar
29. Sin criticar
30. Los dramas de Lexy
31. Mango
32. Juegos y expuestos
33. Vergüenza y hombres enamorados
34. La flameante Anne Fave
35. Un castillo para una princesa
36. De bestia a enamorado
37. El miedo y el amor
38. Advertencia
39. Nuevos caminos
40. Renunciar
Noticia
41. Su chica
42. Mentirse a uno mismo
43. Piensa en ti
44. Las prácticas de Storni
45. Los sentimientos de Storni
46. El camino correcto
47. La familia Bouvier
48. Salvador
49. Indestructibles
50. La debilidad de Joseph
51. Tres cosas
52. Perfecta despedida
53. Flores y sorpresa
54. Ataque
55. Buscando lo que quema
56. Silenciosa venganza
57. Cuerpo y alma
58. La distancia como prueba de amor
59. Cumpleaños

9. Morir y no florecer

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Af CaroYimes

En la calle y dolida aún por lo que Joseph le había revelado, Lexy simuló una sonrisa para Esteban y una dulzura que no era muy propia de ella. Caminaron cogidos de las manos y sin intercambiar palabras por algunos minutos y la muchacha dejó que su novio la guiara por las avenidas principales de la enorme ciudad.

—Pensé en que podíamos disfrutar de un café antes de mi cita con el dentista —dijo Esteban.

—¿Dentista? —preguntó Lexy, muy confundida.

—Sí, ya sabes, el plan de salud de mi padre —satirizó el muchacho y rodó los ojos ante la sorpresa de Lexy—. ¿Y cómo estuvo el trabajo? —curioseó.

Su pregunta la paralizó e intentó no mostrar preocupación y dolor al pensar en esa fresca oficina que ocupaba desde hacía una semana.

Suspiró y se liberó:

—Bien, tranquilo. El Señor Storni se dedica a lo suyo y yo a lo mío —mintió y se sonrojó, pero el hombre no estaba mirándola, ni siquiera estaba escuchándola, así que pudo caminar en otra dirección y ocultar la verdad.

Aunque su boca mintió su cuerpo no la acompañó y un notorio temblor se metió entre sus piernas, complicándole la vida.

—¿Aquí? —preguntó Esteban, mirando con desprecio las mesas ocupadas de la cafetería que habían elegido para pasar el rato como una pareja normal.

Aunque de normal no tenían nada.

Se habían conocido al finalizar la secundaria. Esteban había sido su primera vez en muchas cosas y Lexy jamás se había permitido conocer a otros hombres que le mostraran como debía ser tratada y amada una mujer.

Lexy asintió con la cabeza y sacudió su mano para llamar a la camarera.

No bastó mucho para que una joven tomara su pedido y este llegara para acompañarlos en tan fría y superficial charla. Lexy aún no lograba calmar el temblor que Joseph había dejado en ella y, no obstante, creía que el café caliente la ayudaría a apaciguar esos sentimientos y nuevas sensaciones, se equivocó y la calma nunca llegó.

Aunque Lexy disimuló no notar nada, Esteban estuvo la mayor parte del tiempo con los ojos pegados a la pantalla de su teléfono móvil y de un momento a otro quiso marcharse sin terminar de comer, precipitado y muy ansioso.

Lexy supo que esa visita al dentista no era real y que sus negocios oscuros continuaban ensuciando su relación.

—Te llevaré al autobús —intervino su novio y cogió su mano para sacarla a tirones desde la cafetería.

—Pero te iba a esperar —refutó Lexy con una tonta sonrisa.

Pero esa tonta mueca no simbolizaba lo que realmente pensaba. Sabía que Esteban le ocultaba algo y quería descubrirlo, al menos conocer la verdad de lo que su prometido hacía a sus espaldas.

—No, ve a casa —exigió el muchacho y siguió caminando a pesar de que ella empezaba a luchar para que se detuvieran.

—Pero quería elegir algunos colores para la decoración de nuestra boda —refutó sonriente.

—¡No, dije que vayas a casa! —gritó el joven y Lexy se sobresaltó en su posición, atrayendo las miradas de algunos curiosos transeúntes.

—¿Cuál es el problema? —preguntó ella y siguió caminado en sentido contrario—. No podemos pagarle a una organizadora de bodas, aún le debemos dinero a mi padre, así que tengo que hacer todo y debo empezar por elegir y combinar colores, buscar buenos precios y elegir lo más económico —parloteó, anhelando que Esteban cambiara de opinión y comprendiera sus referencias.

Cuando Lexy mencionó el dinero que le adeudaban a su padre, el muchacho contuvo un grito de rabia. Odiaba cuando la joven le recordaba la deuda con su progenitor.

Desconociendo la fuerza del mocoso, Lexy terminó atrapada bajo los sacudones que sus manos le brindaron y lloriqueó fuerte, esperando lo peor. Esteban la arrastró hasta un callejón cercano y, aunque varios ojos detallaron sus agresiones, nadie fue capaz de hacer nada.

—Es-Esteban, ¿qué te pasa? —preguntó ella cuando entendió que estaba en problemas.

—¡Mi problema eres tú, zorra metiche! —gritó el hombre y le propinó un rodillazo en el estómago.

Lexy se retorció producto del dolor y contuvo la respiración ante las fuertes palpitaciones que sentía. Sus manos sostuvieron la zona baja de su barriga, intentando contener el escozor.

—No-no te entiendo —titubeó Lexy y dejó descansar su cuerpo contra uno de los sucios muros que la rodeaban—. No te he hecho nada —sollozó frágil.

El engreído muchacho rodó los ojos y se acercó a ella para hablarle a la cara.

—Todos los días me molestas, eres una puta insoportable. Le hago un favor a tus padres casándome contigo, nadie te soporta perra malagradecida —jadeó furioso y se movió de lado a lado, casi con un ataque de histeria—. Te voy a pagar a ti y a tú familia de mierda, ¡les voy a pagar hasta el último peso!

—Sí, sí, lo sé, no te preocupes, no-no importa —contestó ella.

Eso era lo que el hombre quería escuchar, Lexy lo sabía bien. La joven contuvo el llanto, como una mujer fuerte, pero a la vez cobarde; y como siempre ocurría, terminó pagando por algo que no merecía.

Esteban la atacó con un puñetazo, el cual impactó en su mejilla y parte de su boca. Si bien Lexy no sintió dolor, pues estaba acostumbrada a ello, la sangre que recorrió sus dientes y boca la hizo concebir el daño recibido.

Cuando los golpes persistieron y continuaron sin final, la joven se agachó y se ocultó bajo sus delicadas manos y, no obstante, la ayudaron a protegerse de los duros golpes de Esteban, su alma se rompió de todos modos y terminó destrozada, escondida en un callejón oscuro y con un dolor tan profundo que se ahogó en el mismo, sucumbiendo tan hondo que se sintió perdida y muerta.

Lexy Bouvier murió esa tarde y no floreció otra vez.

No hubo llanto, solo padecimiento y, cuando creyó que su cuerpo era fuerte otra vez, la noche había llegado para acompañarla; se levantó desde el suelo para regresar a casa y se movió como un fantasma por la ciudad oscura, cojeando para no generar más dolor en su barriga y se sostuvo el brazo izquierdo, donde había recibido un par de puntapiés por parte del desquiciado muchacho.

Ese violento hombre al que llamaba "amor".

Aprovechó de la oscuridad de la noche y se ocultó detrás de su corto cabello. En el autobús, se sentó junto a la ventana, escondiéndose siempre, avergonzada de ella misma, de lo lejos que había llegado permitiéndole a Esteban lastimarla.

Algunas personas la observaron con curiosidad, pero nadie se atrevió a preguntarle sobre su débil y maltratado estado.

En su casa ya todos dormían y desde la entrada de la habitación de sus padres confirmó su llegada con un simple saludo y confesó estar cansada; sin comer se fue a su habitación, en la que encontró un poco de silencio para escucharse a ella misma.

"¿Te vas a mirar al espejo?". —Preguntó su conciencia y Lexy obedeció en silencio.

Encendió la luz del cuarto de baño y se miró al espejo. Contuvo el llanto y resistió por algunos segundos, pero cuando entendió que no estaba en una pesadilla, lloró y se desanimó sobre el lavabo frente a ella.

Encendió la televisión y subió el volumen para apocar sus grititos de dolor, esos que se escaparon involuntariamente de sus labios cuando comenzó a quitarse la ropa cochina y ensangrentada. Eligió un canal de noticias locales y escuchó atentamente las desgracias que aquejaban a su ciudad. La delincuencia se disparaba cada vez más y muchas pandillas lideraban las zonas bajas.

Lexy sabía que Esteban estaba enredado con esas pandillas, así que oyó con atención lo que decían en el canal de noticias.

Se limpió las heridas ocasionadas por Esteban con el poco desinfectante que tenía y cuidó de cepillarse los dientes con lentitud, pues las encías superiores se hallaban inflamadas por el puñetazo que había recibido.

Tenía un par de trucos para dormir bien después de una paliza —no era la primera que recibía una—, y tras administrarse tres ibuprofenos y beber agua de manzanilla, se desarmó sobre el colchón de su cama, cubriéndose el dolorido cuerpo con una delgada sábana infantil.

Se obligó a cerrar los ojos, pero sus pensamientos no la dejaron descansar. Pensó y planeó todo para el día siguiente y, cuando menos se lo esperó, la alarma despertadora la obligó a moverse con prisa para que nadie la descubriera en tan feo momento.

Se levantó a las cinco y treinta. Intentó vestirse con el elegante uniforme que Joseph Storni le había facilitado, pero se vio incapaz de acomodarse la camisa y la ajustada falda sin lloriquear en el proceso. No fue capaz de cepillarse el cabello, porque el cuero cabelludo le dolía por todos los zamarreos del hombre, y una poderosa jaqueca le impedía pensar con claridad.

El ibuprofeno le había causado también una gastritis y las nauseas y dolores estomacales empeoraban todo.

Cuando llegó al cuarto de baño y se encontró con ella misma frente al espejo, se desconoció y supo que era hora de buscar la ayuda de profesionales.

Eligió un vestido holgado para salir y unas zapatillas blancas que se adecuaron a sus cansados pies con comodidad. Dejó su bolso de trabajo escondido debajo de la cama y prefirió un bolso de mano; tenía los hombros manchados con feos cardenales y los dolores le imposibilitan cargar un bolso o mover la mano.

Abandonó su casa cuando aún estaba oscuro y tomó un taxi para viajar hasta el hospital más cercano. Estuvo a punto de revelar la verdad cuando una amable enfermera llegó para revisar y limpiar sus heridas, pero como siempre, se acobardó y mintió.

Inventó una rápida historia que la involucró a ella como víctima de un robo y un violento asaltante, tal cual había oído en las noticias horas antes.

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