Narra: Venus
Cierro la puerta de mi habitación viendo a mi padre ayudar mi madre a levantarse de la cama. Observó que se sumaron más medicamentos sobre la mesita de luz y que ella cada vez se encuentra peor.
Su ojos ya no miran a nada en concreto, su sonrisa desapareció y ni siquiera puede mantenerse parada sin ayuda de alguien.
—Venus... —me llama mi padre pero me quedo en silencio —. ¿Puedes venir a ayudarme?
—Se me hace tarde para ir a la escuela.
Él deja a mi madre sobre la cama y tomándome del brazo me aleja de ella.
—Tu madre está muy enferma y te necesita.
—Me hice cargo de Elizabeth desde que empezó su enfermedad, ¿me vas a pedir que haga lo mismo con ella? —le digo —. ¿Por qué no volviste a casa la otra noche?
—Tengo mucho trabajo en la comisaría, no pude llegar.
—¿Trabajo? ¿En que estas trabajando? —le pregunto, enojada —. Me prometiste que ibas a averiguar sobre la muerte de Elizabeth y ya pasaron meses desde que no sé nada.
Él tensa su mandíbula.
—Si sé algo que implique ponerte en peligro nunca te vas a enterar.
—Tengo el derecho, era mi hermana.
—Y también era mi hija. No te olvides que no eres la única que la perdió —me dice y vuelve a ayudar a mi madre.
Mientras voy de camino al colegio enciendo mi teléfono y me encuentro con nueve llamadas perdidas de Lency. Rápidamente le devuelvo la llamada pero ya no contesta.
La busco en la escuela y no la encuentro hasta que me cruzo a Mia en los pasillos.
—¿Viste a Lency? —le pregunto.
—Mm no—me responde Mia—. ¿Tienes un momento para hablar conmigo?
—Ahora no.
—¿Le sucedió algo a Lency? ¿Esta bien?
—Tengo nueve llamadas perdidas de ella a las cinco de la mañana —Mia frunce el ceño—, y me dejó un mensaje que me tiene preocupada.
—¿Qué dice?
Sacó el teléfono de mi bolsillo y se lo muestro. Ella se queda en shock.
—¡Hay que irnos a buscar. YA! —me ordena.
Salimos corriendo de la escuela en busca de Lency.
Llegamos hasta su casa, tocamos el timbre pero nadie contesta.
—Sus padres están trabajando, entremos por atrás. —me sugiere Mia.
Mia abre la ventana del jardín y entramos por la ventana.
—¡¿Lency? ¿Estás en casa?! —grito.
—Llegaron... —aparece ella con una sonrisa.
Frunzo el ceño y me acerco a ella.
—¿Estas bien?—le pregunto.
Lency nos toma de la mano a Mia y a mí, nos lleva hasta la cocina.
—Quería que volviéramos a ser nosotras tres, como lo éramos antes—dice Lency con los ojos vidriosos.
Nos sorprende con tostadas y jugos sobre la mesa.
—¿Y el mensaje que me enviaste? ¿Era falso? —le pregunto.
—No iba a hacer fácil hacerlas venir hasta aquí y juntas.
—Mi madre no me deja faltar a clases —dice Mia, impaciente.
—Hay cosas que nunca cambian —susurro, mirándola de reojo.
—¿Qué dijiste?—me desafía Mia.
—¿Siempre haces todo lo que tu madre te dice? ¿Por eso dejaste de juntarte con nosotras?
—No hables como si fueras diferente a mí, siempre hacías todo lo que Elizabeth te decía.
—No hables de ella.
—Entonces tú no hables de mi madre porque no entenderás la razón por la intenta cuidarme—sus ojos se humedecen —. Mi hermano murió de un accidente en las escaleras y desde entonces todo es un caos en casa.
Lency se queda tan sorprendida como yo.
—No lo sabía... —respondo.
—Claro que no, siempre estuviste pendiente de la vida de tu hermana. Incluso cuando ya no lo esta—Mia se sienta—. Cuando pasó lo de Elizabeth me metí en la iglesia porque necesitaba encontrar esperanzas en algo.
—¿Y encontraste lo que estabas buscando?—le pregunta Lency.
—Aún no —confiesa Mia—, pero conocí a Hans y él me abrió las puertas de su hogar para ayudarme.
Digiero sus palabras con culpa, recordando el beso de la noche anterior.
—Vengan a sentarse —nos dice Lency con una sonrisa que podía hacernos olvidar de todo por un rato —. Se va a enfriar el jugo —bromea.
Intento todo el día estar presente en la comida que Lency preparo pero lo único en que puedo pensar es en lo que pasó la noche anterior. En Andrus, el misterioso de la habitación ocho y aquel beso.
«¿Y si Hans no estaba ahí por qué me siguió?», pienso.
—¿En que piensas? —me pregunta Lency.
—Simplemente estoy dispersa, lo siento. Pero me tengo que ir, tengo cita con el pastor.
Me acerco a Mia y recuerdo la promesa que hice con Hans.
—Si necesitas algo solo llámame. Siento mucho lo que le pasó a tu hermano —le digo y me voy.
Pero la culpa de haber probado sus labios me sigue a donde vaya.
«No soy tan diferente a mi hermana».
...
—Venus...—escuchar mi nombre me trae de vuelta—. Adelante, pasa.
Toco la puerta, pero ésta se encuentra abierta.
—Bienvenida, hija—me dice el pastor con una gran sonrisa en el rostro—. Por favor, siéntate.
Trato de observar lo más que puedo una vez que entro a su oficina.
—Mi madre está muy enferma y quería saber si usted puede rezar por ella—le pido—. Creo que la muerte de mi hermana la enfermo.
—Es la falta de perdón lo que nos enferma por dentro—me dice, agachando la cabeza—. Por supuesto que voy a estar rezando con ella.
—No sabe cuánto se lo agradezco—imito una sonrisa—. Podría pedirle otro favor más... Puede rezarse a mí.
—¿Qué te perturba? —me pregunta.
Sus ojos.
—Hice cosas que no debía.
El pastor se pone de pie y pone la palma de la mano sobre mi frente.
Cierra los ojos y repite una oración larga. Mis ojos permanecen abiertos, miro todo lo que tengo a mi alcance. Los cajones de escritorios, las hojas que estaba firmando, su maletín, miro sus estantes y en ese momento veo un cuadro. Hay un grupo de personas abrazándose, entre ellos mi hermana y la persona que tiene al lado es el pastor. Él la abraza y ella a él con una sonrisa plena.
—Amen—cierro mis ojos con rapidez y le agradezco su oración una vez termina.
El pastor me acompaña hasta la puerta.
—Deberías ir a confesarte, te vendría bien —me aconseja —. Tu hermana le gustaba ir mucho, incluso Hans se lo recomendó.
—¿Hans? Creí que ellos nunca habían hablado.
—¿Cómo que no? —se ríe con confusión —. Lo siento, pero se me hace tarde. Estaré rezando por tu madre.
...
Nota de la autora: ¿Cómo están? ¿Les están gustando los capítulos? Quiero ver sus teorías, algunas qué vi estan muy bienn