Un Inesperado Nosotros

By AndreaSmithh

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¿Y si es muy tarde para empezar de cero? Cuando Gia Davies se muda a Nueva York, está huyendo. Se ha dado cue... More

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· C u a r e n t a · (FIN)

· C u a t r o ·

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By AndreaSmithh

🎶 Hey Stephen 🎶

"I've seen it all, so I thought,

but I never seen nobody shine the way you do"

(He visto todo, así que pensé,

pero nunca he visto a nadie brillar como tú lo haces)


El timbre del apartamento suena cerca de las siete de la tarde. Estoy en la cocina preparando la cena, pero como es de concepto abierto si me inclino puedo observar parte de la sala. Finn y Gabriel están trabajando juntos en el nuevo proyecto, y ambos intercambian una mirada confusa.

Al final es mi hermano el que se levanta a atender el telefonillo.

—¿Quién es? —Escucho que pregunta.

Me centro en revolver mejor la salsa de los espaguetis. Estoy haciendo una de tomate y albahaca, pero a veces algo tan sencillo puede estar delicioso. En especial si le espolvoreas un poco de queso parmesano por encima.

—Claro, sube.

Pulsa el botón del telefonillo para el portal y luego abre la puerta. Después se vuelve hacia Finn.

—Es Adrien. Dice que se va a quedar a dormir.

Regreso a mi tarea de preparar la cena, pero una parte de mí activa el radar de cotilleo y permanezco atenta a lo que sucede a mi alrededor.

Cuando escucho los pasos acercarse en el portal y la puerta cerrarse, sé que Adrien ya está aquí. Me arriesgo a echar un vistazo rápido. Ha llegado con una ropa parecida a la de la cena, pero esta vez de su hombro cuelga una bolsa de deporte.

—¿Qué ha pasado? —Pregunta Finn, que también ha dejado el proyecto.

—Mis compañeros de piso. O me iba de allí o acababa en la cárcel.

—¿Qué han hecho esta vez?

La pregunta de mi hermano suena casi perezosa, como si estuviese más que acostumbrado a que uno de sus mejores amigos se plante en su apartamento a la hora de la cena y sin avisar, pidiendo dormir aquí porque ha tenido problemas con sus compañeros.

—Llego de trabajar de un turno de veinticuatro horas para encontrarme con que han hecho una fiesta. Una puta fiesta un martes, tío. Había como treinta personas en el piso y mira que es pequeño.

—Vaya...

—Para colmo encontré a dos follando en mi habitación. En mi cama. Sobre las sábanas limpias que había puesto antes de irme. Que no follo yo y tengo que encontrarme a dos desconocidos, joder.

Alzo las cejas y continuo cocinando, agradeciendo a todos los santos por estar escondida en el pequeño rincón de la cocina.

—Podría ser peor —interviene mi hermano—. Podría haber sido un trío.

Resisto la tentación de reírme, aunque se me escapa un suave silbido. Probablemente no está ayudando mucho con ese comentario.

Escucho a Adrien suspirar. Sé que es él aunque no esté mirando, y me pregunto en qué momento de mi vida he aprendido a distinguir sus suspiros. Hacía años que no nos veíamos, exceptuando el día que nos ayudó con la mudanza y la cena en el italiano.

Hablando de comida italiana, observo la pasta que estoy terminando de preparar. ¿Habrá cenado ya?

—¿De verdad que no os importa que me quede a dormir hoy? —Pregunta.

—Hoy y todas las noches que necesites —afirma Finn.

—Con suerte no harán falta muchas. Llevo ya un tiempo buscando un apartamento para mí solo, aunque en esta ciudad es horroroso.

—Otra razón más para odiar Nueva York, ¿eh?

—No me hagas hacer una lista...

Me pregunto por qué ha venido a Nueva York si no le gusta nada la ciudad. Además, tengo entendido que para trabajar aquí en cirugía, como él, tienes que pasar un examen específico.

Siento un pequeño escalofrío al pensar en lo que hace en su día a día y la espátula de madera resbala de mis dedos. Jamás de los jamases podré llevar a cabo un trabajo como el suyo o entrar en un quirófano.

Aparto la salsa del fuego. Después me limpio las manos en el pantalón de chandal aunque no están sucias, es más por nerviosismo, y salgo del pequeño recoveco de intimidad que me da la zona de la cocina.

Los chicos están sentados en el sofá. La bolsa de Adrien a un lado en el suelo. Tiene la cabeza escondida entre los brazos, pero al escuchar mis pasos se vuelve hacia mí, igual que los demás.

—Gia, Adrien se quedará aquí unos días —informa mi hermano.

—Eso he escuchado.

Al final todos sabemos que en esta casa no existe la intimidad. El estilo de concepto abierto no deja, pero además las paredes son de cartón.

Mi mirada se mueve hacia la Adrien y conecta en seguida con la suya. Me doy cuenta de que su atención ya estaba puesta sobre mí y algo se revuelve en mi interior. Su barba está algo más crecida que el otro día. Sus ojos, de un verde almendrado, ahora parecen apagados. Se ve cansado.

Pienso en lo que ha dicho antes. Regresa de un turno de veinticuatro horas y tiene toda la pinta de haber sido duro.

Maldición, ese tipo de turnos no deberían de existir. Por la salud de los trabajadores y la de los pacientes.

—¿Has cenado? —Pregunto sin apartar la mirada.

—Gia ha preparado pasta.

—¿Envenenada?

Estúpido Adrien...

—Solo tu plato.

—No esperaba menos de ti.

Su sonrisa crece y yo me doy la vuelta antes de ser yo quien acabe en la cárcel en lugar de sus compañeros de piso. ¿Por qué narices he tenido que ser amable con él, aunque fuese por cinco segundos? No lo merece.

Regreso a la cocina y apenas unos minutos después, mientras mezclo la pasta con la salsa, Finn aparece a mi lado.

—Deja que te ayude, llevas cocinando para nosotros toda la semana.

Me toca el brazo, justo sobre el codo, y siento pequeños escalofríos. Finn es así, amable y bondadoso. No me extraña nada qué me gustase tanto de pequeña.

Pero en estos momentos no busco nada, de hecho prefiero no tener pareja. Estoy segura de que él sería el chico ideal si algún día decidiera por mi cuenta recuperar mi vida amorosa.

Primero necesito sanar.

Y olvidar.

—Pásame los platos, por favor.

Me guiña un ojo y comienza a sacar la cubertería. También agarra una botella fría de vino blanco que tienen en la nevera.

—La ocasión lo merece, Adrien ha tenido un mal día y a tu hermano le encanta el vino blanco —comenta antes de ir a la sala a servirlo.

Al final creamos una cena con bastante encanto, aunque sea en la mesa de café de la sala. Es bastante baja y yo acabo sentada en el suelo para llegar a mi plato.

Ponemos una serie de fondo y Finn trata de llevar todo el peso de la conversación. Le pregunta a Adrien sobre el primer partido de pádel con sus compañeros, que por lo visto ha ido bastante bien. También por el turno de veinticuatro horas que, como predije, fue intenso. Y luego llegan las preguntas hacia mí.

Qué tal en Nueva York.

Cómo va la búsqueda de un apartamento.

Fatal.

La del trabajo.

—Tengo una entrevista —informo.

—¡Eso es genial! —Se emociona Finn—. ¿Dónde?

Miro a mi hermano, y eso es suficiente.

Su expresión es la del pleno horror.

—Dime que no.

—Es ahí.

Finn y Adrien intercambia miradas sin comprender y es mi turno de suspirar.

—Es un restaurante.

—En el que van en patines y llevan un uniforme minúsculo —añade Gabriel.

—¿Roller Burger?

Todos los ojos se dirigen hacia Adrien, que deja el tenedor sobre el plato.

—¿Lo conoces? —Pregunta mi hermano.

—Fui una vez. Es un sitio difícil de olvidar y las camareras están muy buenas —después sus ojos se posan en mí y finjo atragantarme.

Idiota...

Una pena no haber envenenado de verdad su plato.

Decido ignorarlo, aunque en mi mente me encuentro clavando cuchillos de forma metódica y repetitiva en su estómago, y continuo la conversación:

—El ambiente de trabajo parece bueno y el sueldo no es malo. Ahora mismo es lo que necesito.

Tres pares de ojos se posan sobre mí y ninguno dice una palabra, dejándome con mi propia reflexión sobre lo que acabo de decir.

Tenía que buscar lo que me gustaba. Lo que me apasionaba.

Necesito encontrar algo que me haga feliz con demasiada urgencia. Y no es por el trabajo, ni por servir hamburguesas, ni por los patines.

Es la complicidad.

Las sonrisas entre esas dos camareras. Las bromas fáciles sobre servilletas y errores que se hacen familiares porque se conocen y hay intimidad.

Necesito eso.

Necesito amigos.

Necesito recuperar todo lo que me he perdido.

Terminamos hasta el último espagueti de la cena. Finn es el único que comenta lo rica que estaba y se lo agradezco, aunque ya sé que cocino bien. No como en los restaurantes pero sí como para sobrevivir. Aprendí en la universidad. Descubrí que cocinar entre exámenes me relaja.

Quizás no heredé la capacidad de mi madre para hacer la mejor repostería del mundo, pero mis recetas de tenedor son de lo mejor.

A Carson le encantaban.

—Yo recojo esto, tú mejor descansa.

Mi hermano se lleva los platos y me da un suave beso en la coronilla antes de despedirse. Él y Adrien van a dormir en los sofás, a pesar de que le he insistido a Gabriel de descansar conmigo varias veces.

Los dejo allí, hablando de sus cosas e iniciando una partida a la play (tienen dos, la de Finn y la de mi hermano, y muchas pantallas). Todavía escucho sus voces cuando me comienzo a dormir.

Y aunque no soy parte de la escena, aunque en cierto sentido me siento fuera de lugar... también estoy en casa. Porque conozco cada risa, cada queja y a quien pertenece.

Porque sé que si en cualquier momento decido salir de la cama y unirme al juego, aunque Adrien sea un idiota, me acabaría dando mi sitio, como siempre hizo cuando era niña.

Porque ellos nunca me harían de menos.

El apartamento está en completo silencio cuando me despierto.

La luz de la mesita está encendida, justo como la dejé antes de acostarme, y eso calma las pulsaciones de mi corazón. Me quedo tumbada mirando al techo durante lo que parecen largos segundos, pero al mismo tiempo no es suficiente.

Cuando me giro hacia el lado derecho de la cama encuentro el teléfono móvil. Son cerca de las tres.

A través de las ventanas puede ver las luces de la calle que se funden con la de mi mesita. Aunque fuera esté oscuro, soy incapaz de dormir con las cortinas cerradas. También lo prefiero así, con luces. Parece que todo a mi alrededor tiene más vida.

La oscuridad no me atrapa.

Dejo el teléfono y muevo las piernas hasta un lado de la cama. No quiero salir, pero tengo sed. Me pasa bastante a menudo cuando consumo pasta para la cena.

Poso los pies descalzos sin hacer ruido sobre el suelo. Tiro de la camiseta de mi pijama hacia abajo, estirándola más de la cuenta aunque me quede enorme, y camino hasta la puerta.

La abro con cuidado porque mi hermano y Adrien duermen fuera. Cuento hasta cinco antes de moverme, esperando escuchar los ronquidos de Gabriel, pero no llegan.

Me animo a salir y diviso la cocina, pero antes de ir hacia ella mis ojos viajan por cuenta propia a la zona de la sala.

Solo un sofá está ocupado.

Y ahí es cuando mis pies toman la decisión de moverse sin mi consentimiento.

Adrien descansa en el sillón principal. Es tan alto que sus pies sobresalen sobre el reposabrazos mientras su cabeza está apoyada en el contrario.

Sin dejar de observarlo me acerco a él en silencio. En la oscuridad y resguardo de la noche solo se escuchan sus respiraciones profundas, el rechinar de alguna tabla bajo mis pies y el sonido de la nevera vibrando en el fondo.

Ni siquiera sé por qué camino hacia él.

Quizás porque es Adrien Hall.

Siempre está a la defensiva. Nunca deja que nadie menos mi hermano, y en ocasiones Finn, se acerque a él. No hablo solo de forma física, sino emocional.

Llego hasta el lado donde está su rostro y me agacho. Tiene los labios cerrados pero a veces los abre para dejar salir el aire. Las pestañas de sus ojos son increíblemente largas y curvas, tanto que me da envidia.

Al verlo dormir parece un chico totalmente distinto. Y parece en paz.

Vuelvo a pensar en el turno tan largo que ha tenido en el trabajo. Sé que en su momento quiso estudiar medicina, pero también que la carrera de enfermería le encanta. Se lo he escuchado decir a mi hermano.

Y también veo que es un trabajo agotador.

Aprieto los labios y acerco un poco más el rostro. Allí, de cuclillas frente al sofá, podría parecer una situación extraña para cualquiera que no nos conozca. Pero yo he vivido demasiadas cosas cerca de este chico.

Quizás no es mi amigo, pero sí el de mi hermano. Estuvo allí cuando mamá murió. También cuando tuvimos que vender la casa. Sabía que si Gabriel lo necesitaba, correría sin dudar a su lado.

Sería una persona horrible, pero es un gran amigo.

Y mientras mi corazón comienza a ablandarse de nuevo por él, justo en ese momento...

Abre los ojos.

Del susto pierdo el equilibrio y caigo hacia atrás, golpeándome el trasero contra el suelo.

—Mierda, qué susto —siseo.

Adrien alza las cejas y se incorpora despacio en el sofá.

—¿Susto tú? ¿Qué diré yo?

Guardo silencio al darme cuenta de lo que acaba de pasar: me ha atrapado observándolo.

Y cualquiera que conozca a Adrien Hall sabe que puede darle la vuelta a la situación en cualquier momento.

—¿Y mi hermano? —Pregunto antes de que diga nada que pueda señalarme.

—Finn lo ha llevado a dormir a su habitación para que yo use el sofá grande y esté más cómodo. No querían despertarte.

—Ah.

Me dispongo a levantarme para irme, pero Adrien me lo impide. Y lo hace con palabras.

—¿Qué hacías aquí, polilla? ¿Me observabas?

Agh. Ahí está de nuevo el apodo.

—Tú sueñas.

—Lo hacía hasta que abrí los ojos y vi tu cara.

—Déjame adivinar... Y entonces se volvió pesadilla.

—Para nada.

Mi estomago da un vuelco y siento una presión extraña en el pecho, pero la ignoro.

Adrien se sienta mejor en el sofá y me mira con los ojos todavía un poco somnolientos. Tengo que admitir que está realmente guapo en este momento, incluso con el pelo totalmente revuelto y la barba crecida de varios días.

—Debería volver a la cama —musito.

Y comienzo a alejarme.

—¿Hay algo que te preocupa?

Estoy tratando de levantarme pero freno en seco y aprieto los labios. De alguna forma Adrien ha conseguido ver a través de mi silencio.

—¿Fue muy duro? —Se interesa.

—¿El qué?

Durante unos segundos espero que pregunte por Carson. Por la universidad. Por el bufete de abogados y un futuro asegurado.

En su lugar, dice:

—Dejar atrás tu vida.

Me tomo mi tiempo en responder.

—Fue difícil.

—¿Y te arrepientes?

Lo pienso durante largos segundos. Nadie me ha hecho esa pregunta antes.

Ni Gabriel. Ni Finn.

Nadie.

Adrien es el primero.

—No.

—Entonces es que tomaste la decisión correcta.

—Pero está siendo muy difícil.

—Nadie dijo que lo correcto sea fácil.

Mi mirada se queda trabada con la suya, en el silencio de aquella noche, y ninguno dice nada.

Quizás esta es una de las primeras veces que comparto tantas palabras con Adrien, y lo extraño de todo esto es que... he descubierto que él puede ser agradable.

Increíble.

Me levanto cuando me doy cuenta de que la conversación ha llegado a su fin, pero no he hecho más que dar dos pasos lejos de él cuando escucho que me llama.

—Polilla.

No debo girarme, pero lo hago.

—Como vuelvas a llamarme así...

—Hazme un favor, y no me mires más mientras duermo.

Por supuesto. Adrien Hall el imbécil vuelve a aparecer. ¿Acaso lo dudaba?

—No te miraba —casi escupo.

Sus cejas se alzan con diversión.

—¿Seguro?

—Créeme, idiota. Si quisiera mirarte mientras duermes lo sabrías. Y te encantaría.

—¿Quieres apostar?

—Hasta mañana, Adrien.

—Nos vemos a la luz del día, polilla.

—Idiota —y le saco el dedo del medio antes de desaparecer en la habitación de mi hermano.

Ni siquiera sé por qué he pensado por un segundo que Adrien Hall puede ser agradable.

Es idiota.

Imbécil.

Y jamás podrá tener una conversación agradable.

Yo me iré de casa de mi hermano, él seguirá con su vida, y no nos volveremos a ver más.

Poco imaginaba yo que, a veces, hay un inesperado camino de planes para todo el mundo.

Incluidos nosotros.

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