Un Inesperado Nosotros

By AndreaSmithh

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¿Y si es muy tarde para empezar de cero? Cuando Gia Davies se muda a Nueva York, está huyendo. Se ha dado cue... More

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· C u a r e n t a · (FIN)

· D o s ·

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By AndreaSmithh


🎶 A place in this world 🎶

"Don't know whats's down this road, I'm just walking"

(no sé que hay en este camino, solo estoy caminando)


No sabría decir en qué momento de mi vida empecé a odiar a Adrien Hall, porque prácticamente siempre ha estado en ella. Es el mejor amigo de mi hermano junto con Finn, pero a éste último no lo conocimos hasta que se mudó con sus padres cuando Gabriel empezó el instituto.

Los tres se pasaban prácticamente cada tarde en casa jugando a la play o comiendo la repostería que cocinaba mi madre. Eran cuatro años mayores que yo pero siempre me dejaban estar a su lado, hasta que se convirtieron en adolescentes. Comenzaron a echarme y a decir que molestaba. ¡Ni que sus conversaciones fuesen tan interesantes!

Yo solo quería estar allí porque Finn me gustaba. Me ayudaba a quedarme con el trozo más grande de bizcocho y me enseñaba a hacer trampas en la play.

En cambio Adrien... Comenzó a llamarme polilla de forma desagradable porque decía que era molesta como un bicho y que siempre estaba encima de ellos.

Mentira podrida. A él no quería ni verlo. El que me interesaba era Finn.

—Tú... —susurro al notar que no aparta los ojos de mí.

La sonrisa de Adrien crece hasta mostrar sus dientes, pero hay algo en su expresión que delata la sorpresa.

—¿Qué haces aquí? —Pregunto sin poder contenerme.

—¿Qué haces tú aquí? —Suelta Ethan al mismo tiempo.

Me fuerzo a ser la primera en apartar la mirada y me giro directamente hacia mi hermano. De pronto parece estar profundamente interesado en la carta que tiene entre las manos.

—¿Habéis visto que también hacen lasaña casera? Quizás deba probarla.

Frunzo el ceño y paso la mirada a Finn, pero no le da tiempo a disimular. Se vuelve hacia mi hermano, después hacia Adrien, finalmente a mí y suspira antes de preguntar:

—¿Sorpresa?

Aprieto los labios y Adrien no dice nada. Se limita a encogerse de hombros y tomar asiento en el único lugar libre de la mesa: a mi lado.

Soy plenamente consciente de cómo su hombro prácticamente roza el mío, y de pronto la amplitud de la mesa se me hace mínima. Si respiro seguro que le toco.

Mi hermano decide dar paso a las explicaciones.

—Gia, Adrien ha empezado a trabajar en un hospital en el centro hace unas semanas —me explica primero y luego se vuelve hacia su amigo—. Adrien, Gia acaba de mudarse a la ciudad.

El susodicho se vuelve hacia mí con la cabeza ladeada.

—Así que te has mudado a Nueva York. ¿Y ese cambio de planes?

El tono amargo de su voz es demasiado llamativo como para dejarlo pasar y la sangre hierve en mi interior.

—¿Por qué lo dices?

—Tenía entendido que tu fabuloso novio te había conseguido un buen puesto en la empresa de su familia.

Apenas puedo tragarme la sorpresa. ¿Cómo narices se enteró de eso? Pero al mirar hacia Gabriel me doy cuenta de que probablemente se lo haya contado él.

Decido regresar al ataque con Adrien.

—He cambiado de opinión. ¿Algún problema?

—No, mera curiosidad. Para alguien que ha conseguido un buen empleo con tanta facilidad nada más terminar la universidad... Supongo que está bien eso de tener contactos.

Me aclaro la garganta antes de contestar. Su tono ha sido medio en burla, medio grosero. Hemos crecido juntos y es amigo de mi hermano. Sé perfectamente lo que opina de conseguir un trabajo "por enchufe". Según él, te quita todo el mérito.

—¿Y cómo es que has acabado tú en Nueva York? ¿No era que a ti no te gustaban las grandes ciudades? Decías que serías médico de familia en una zona rural —el ceño de Adrien se frunce y yo me trago la sonrisa antes de cambiar a un fingido tono dulce—. Ay, perdón. Se me olvidaba que al final estudiaste enfermería.

Su mandíbula se aprieta al instante, marcándose todavía más.

No tengo nada en contra de la profesión de enfermería. Su labor es distinta y complementaria a los médicos, ninguno funcionaría sin el otro, por no mencionar que es una carrera que yo jamás podría estudiar, pero sé que esa frase va a joder a Adrien. Él ha comenzado esta guerra y si no sabe jugarla, es su problema.

Yo peleo hasta el final.

—Chicos, ya basta —habla mi hermano, alzando la voz más de lo necesario para llamar nuestra atención—. Somos adultos, podemos comportamos.

Adrien se vuelve hacia él con las cejas alzadas y una sonrisa de superioridad que quiero borrarle con mis propias manos.

—¿Seguro?

Idiota.

—Díselo a tu amigo —replico.

Y doy un gran sorbo al spritz. ¿Cuándo podremos pedir la comida? Tengo ganas de acabar e irme de aquí de una vez.

—¿Ya saben qué van a comer?

Finn se vuelve hacia la camarera que acaba de aparecer en nuestra mesa como quien ve al sol en un día de lluvia. Siento un tirón en mi estómago al darme cuenta de que acabo de hacerle pasar un mal rato. Él es el más tranquilo de los amigos de mi hermano. No le gustan las peleas ni las confrontaciones. Siempre trataba de mediar entre nosotros cuando estábamos en el instituto.

Imagino que eso no ha cambiado y en cierta parte me alegro. Muchas personas cuando crecen adquieren maldad o se vuelven más hostiles. El mundo y quienes viven en él los vuelve así.

Y siempre viene bien mantener a gente como Finn cerca. Hay muy pocos como él.

—¿Qué tal está la ensalada caprese? El otro día me quedé con ganas de probarla.

La chica mira a Finn y su sonrisa se amplía. Comprensible, cualquiera caería embelesado ante esos ojos azules.

—He visto antes una en la cocina y tenía muy buena pinta, aunque yo prefiero la focaccia de la casa.

—Entonces serán ambas cosas, para compartir —le guiña un ojo a la chica antes de dirigirse a nosotros—. ¿Os parece bien, chicos?

Adrien se encoge de hombros y yo asiento. Frente a mí veo como mi hermano pone los ojos en blanco y se deja caer en el respaldo de su silla.

—Para mí una lasaña —dice.

Los demás pedimos pizza y la camarera apunta todo antes de irse, además de una nueva copa de spritz para Finn, que ya se ha terminado la suya. Juraría que cuando la trae de vuelta hay más cantidad que en la primera ronda.

Mientras esperamos la comida la conversación continua. Trato con todas mis fuerzas de concentrarme en el hambre que tengo, en dar sorbos a mi bebida y en el bonito decorado de luces y plantas que hay en el restaurante.

No en Adrien y en cómo su brazo roza el mío cada vez que alguno de los dos tiene la intrépida de idea de hacer algo como, no sé, respirar.

¿Por qué mi hermano no me ha dicho que él iba a estar aquí?

Para evitar conflictos. Es mejor si deja que nos destruyamos solos.

—¿Qué tal el nuevo hospital? —Pregunta Finn con curiosidad—. ¿Los compañeros son simpáticos?

—Algunos más que otros. Me han invitado a jugar a pádel.

—Oye, pues es una buena idea —interviene mi hermano—. Siempre te ha gustado el deporte.

—El fútbol —corrige con suavidad—. Nunca he jugado a pádel, no sé si será lo mío.

—Hasta que no lo pruebes, no lo sabrás.

La conversación continua y yo me quedo con esa frase dando vueltas en mi cabeza. No es la primera vez que se la he escuchado decir a mi hermano.

Fue lo mismo que me dijo para animarme a tomar la decisión de venir a Nueva York.

Y aunque todavía me queda mucho camino por recorrer y probablemente demasiadas piedras con las que tropezar, sé que tiene razón. Debía irme de allí, y aunque la incertidumbre del no saber a veces asusta más que lo conocido, incluso si lo conocido nos hace daño, nunca sabría qué ocurriría conmigo y con mi vida si me quedaba. Si no lo intentaba.

Soy sacada de mis pensamientos cuando traen la ensalada y la focaccia. Me ruge el estómago del hambre. Tomo un primer trozo del último de estos y estoy dándole un mordisco cuando escucho una irritante voz a mi lado.

—Así que Nueva York, polilla. ¿Dejaste a tu novio en Los Ángeles?

Estoy segura de que la comida sabe genial. Solo que de pronto se me ha amargado en la boca.

Estúpido Adrien.

—No, me lo metí en la maleta y ahora lo tengo atado y amordazado en la habitación de mi hermano para que no baje a cenar y tenga la horrible mala suerte de conocerte.

—¿Atado y amordazado? No sabía que te gustaban esas cosas, polilla.

La sangre se me calienta entre la rabia y la vergüenza y corre directa a mi rostro, mostrando a todo el mundo lo humillada que me siento en estos momentos.

Voy a matarlo.

Pero no lo dejaré ganar con tanta facilidad. Así que me vuelvo hacia él con una sonrisa ladeada, me inclino lo suficiente para que mi hombro choque contra el suyo, y digo:

—Sí, en especial me gustaría hacértelo a ti. Así podría dejar de escucharte.

La sonrisa de Adrien no tarda en aparecer. Se acerca más a mí y susurra lo suficientemente alto como para que solo yo lo escuche:

—Polilla, tú puedes atarme cuando quieras.

Si mis mejillas se volvieron rosas momentos antes, ahora están como fuego incandescente. Así mismo me siento por dentro. Frente a nosotros mi hermano se atraganta y Finn le da unos golpes en la espalda. Sé que no ha escuchado lo que ha dicho Adrien o se enfadaría, pero mi reacción puede haberle dado una idea.

—Imbécil —prácticamente escupo.

Y decido tratar de ignorarlo el resto de la cena.

Agarro mi copa, pero cuando me la llevo a los labios descubro que ya la he terminado. Paseo los ojos por detrás de nuestra mesa en busca de algún camarero y no veo a nadie, hasta que Finn se da cuenta y me pregunta qué necesito.

—Quiero otra copa —respondo.

Es mi hermano quien contesta.

—¿Qué? No. Ese licor es muy fuerte.

—¿Y?

—Que te va a sentar mal.

Me muerdo la lengua antes de contestar. Sé que solo se preocupa por mí, pero ese es exactamente el problema: muchas veces se preocupa en exceso. Desde fuera puede no parecer tan exagerado como yo lo hago ver, pero no conocen a nuestra familia. Nuestra dinámica.

Crecimos sin padre y desde muy pequeño tomó la responsabilidad de cuidar de mamá y de mí. Nunca debió hacerlo, fue algo muy duro para él, para cualquier niño. Y cuando ella murió, su protección creció hasta sobrepasarme. Estuvo a punto de dejar los estudios para quedarse conmigo. Durmió en el suelo de mi habitación durante un mes el primer año de universidad.

Por eso tardé tanto en acceder a venir a Nueva York. Amo a mi hermano y sé que todo lo que hace es para protegerme, pero...

—He bebido cosas peores —respondo por fin.

—Gia...

—Tengo veintidós años, Gabriel —digo despacio, repitiendo su nombre tal y como él ha dicho el mío—. Creo que puedo escoger qué beber y qué no.

—Estos días han sido muy duros para ti. Solo me preocupa que...

—Exacto, han sido muy duros para mí —le interrumpo—. He dejado a mi novio, he abandonado un trabajo estable tras cuatro años dejándome los ojos en los libros para sacar buenas notas, y me estoy arriesgando a comenzar de cero cuando todos mis compañeros ya están iniciando sus vidas. Creo que tomarme unas copas no me va a hacer más daño.

Toda la mesa se queda en silencio. Finn y Adrien incluso dejan de comer. Mi voz se ha alzado por encima de las demás y varias personas de las mesas de alrededor nos lanzan miradas fugaces.

Exploté y lo hice con demasiada facilidad. Porque Gabriel tiene razón, estos días han sido muy duros.

De pronto solo siento ganas de meterme bajo las sábanas y huir de todo el mundo. Pero las sábanas que echo de menos son las de mi casa, en la que me crié, y hace ya tres años que la vendimos.

Mi hermano es el primero en romper el silencio. Se aclara la garganta y toma un trozo de focaccia antes de decir:

—Tienes razón, Gia. Lo siento, a veces se me olvida que ya tienes veintidós años.

No hace ningún comentario sobre todo lo demás. Sobre lo mala que ha sido mi semana. Sobre Carson. Sobre el cambio de vida. Sobre mi temperamento explosivo.

Finn pide un nuevo spritz para mí y la cena continua. Hablan sobre pádel, del trabajo de Adrien, del nuevo proyecto que tienen entre manos Finn y mi hermano, y jamás vuelve a tocarse el tema de mi cambio de vida en toda la noche.

Yo, por otro lado, tampoco pruebo la bebida.

Se supone que he tomado esta decisión para sujetar las riendas de mi vida y, sin embargo, una parte de mí siente que todavía no lo he hecho.

¡Feliz comienzo de semana, familia!

Vamos poquito a poco, el miércoles el siguiente capítulo ❤️ Y pronto sabremos más sobre qué le ha pasado a Gia ❤️

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