Un Inesperado Nosotros

By AndreaSmithh

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¿Y si es muy tarde para empezar de cero? Cuando Gia Davies se muda a Nueva York, está huyendo. Se ha dado cue... More

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· C u a r e n t a · (FIN)

· U n o ·

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By AndreaSmithh

Encontrar el piso ideal...
y tener que compartirlo con tu peor enemigo.

🎶 You're on Your Own, Kid 🎶

"Everything you lose is a step you take"

(Todo lo que pierdes es un paso que das)


"El truco está en decirle adiós a la persona,

no al amor".

(Anónimo)



¿Alguna vez has sentido que te has equivocado al tomar una decisión sobre tu futuro?

Sobre tu vida.

Y piensas en cambiar, pero también te da miedo de que ya sea tarde para hacerlo.

Cuando empecé a estudiar Derecho creía que esa sería mi vida. Quizá no me entusiasmaba, pero me parecía una buena carrera y siempre se me había dado bien memorizar. Así que no me planteé que tal vez con dieciocho años todavía no sabía de verdad a qué quería dedicarme. O que los años pasan, las experiencias nos cambian y nuestra perspectiva de la vida también lo hace.

Y ahora estoy aquí, con un diploma bajo el brazo que no sé si llegaré a usar alguna vez. Porque me di cuenta tarde (y cuando digo tarde, me refiero a con los estudios prácticamente finalizados) de que esta carrera no es para mí. Sin embargo, tampoco me había atrevido a dejarla, al menos no hasta hace una semana.

Entonces fue cuando puse todo mi mundo patas arriba.

Cuando además de renunciar a mi trabajo, dejé a mi novio y todo lo que conocía.


GABRIEL: ¿Ya has aterrizado? Estoy esperándote fuera.


Miro el mensaje en mi teléfono móvil y tomo aire con fuerza. He metido los últimos cuatro años de mi vida en dos maletas que ahora tengo a mi lado. Las agarro y me despido del pasado para atravesar las puertas que me llevarán al futuro.

Da mucho más miedo de lo que se pueda imaginar.

Localizo a Gabriel enseguida. Está mirando su teléfono móvil, con los rizos castaños revueltos sobre la frente. Los dos hemos heredado el mismo cabello de nuestra madre, aunque el mío está más maltratado.

Camino directa hacia él mientras me esfuerzo en colocar en mi rostro una sonrisa que oculte todo lo que siento. El miedo. La incertidumbre. El hecho de que todo mi mundo parece desmoronarse. Los castillos que me había montado se los está llevando la marea.

Hasta hace una semana era una chica de veintidós años con toda su vida organizada: una carrera terminada, iba a firmar un contrato en un bufete de abogados y estaba a punto de irme a vivir con mi novio tras casi cuatro años de relación.

Sin embargo, toda la estabilidad que logré encontrar a lo largo de este tiempo la mandé a la mierda al tomar este avión. Dejé que las olas lo destruyeran todo a su paso, porque la marea no se puede controlar.

"¿Por qué haces esto, Gia?", me preguntó Carson. Yo misma continúo dudando de si he tomado la decisión correcta, pero cuando miro hacia atrás me siento...

Ahogada.

—¡Bienvenida a Nueva York, hermanita!

Mi sonrisa crece un poco más, esta vez de verdad, cuando Gabriel me ve. Me envuelve en un gran abrazo reconfortante. Por poco se me escapan las lágrimas al apreciar el olor de su colonia, la misma que lleva usando desde que somos niños. Me recuerda a casa.

Se separa y toma las dos maletas de mis manos. Sin dejarme protestar, tira de ellas a través del aeropuerto y continúa parloteando.

—Ya verás, te va a encantar la ciudad. Debajo de casa hay un restaurante italiano que hace unas pizzas riquísimas. Hemos pensado en cenar allí esta noche y mañana tomar el día libre para hacer algo de turismo. Finn y yo hablamos de...

—Gracias, Gab, pero no tenéis que cambiar vuestros planes por mí —le interrumpo mientras llegamos al ascensor que nos lleva al parking—. No quiero molestar. Además, había pensado en empezar a buscar trabajo cuanto antes.

—No te preocupes por eso, hermanita. Te mereces tomarte unas pequeñas vacaciones.

Gabriel no está enterado del todo de mis razones para huir de mi vida pasada, aunque sí sabe lo suficiente: no era feliz. Y con eso le bastó para animarme a venir con él a Nueva York. Sé que me ayudará en lo que necesite, pero no quiero aprovecharme de él. Ya tiene su vida bajo control.

—También quiero alquilar un apartamento —comento—, y para eso necesito trabajo.

—Puedes quedarte con nosotros todo el tiempo que necesites. De hecho, deberías hacerlo.

—Gracias, pero los dos sabemos que no somos compatibles.

Es un hermano mayor de libro, de los que te protegen como si fuesen tu padre y prefieren meterte en una burbuja antes de dejar que te hagas daño. Cuando mamá murió, se volvió todavía más protector. Lo entiendo y lo quiero como es, sin embargo, no me apetece renunciar a mi recién estrenada libertad.

—Acabas de llegar y ya estás buscando la forma de deshacerte de mí. Muy mal, hermanita.

A pesar del tono tristón de su frase, me devuelve la sonrisa.

Llegamos al parking y guardamos las maletas antes de ponernos en marcha. Nunca he entendido por qué tiene un coche si vive en Nueva York, sobre todo porque puede trabajar desde casa siempre que quiera, pero lo cierto es que Gabriel ha estado interesado en el mundo del motor desde pequeño. Tuvo un trabajo en un taller en los últimos años de instituto. Mamá y yo nos sorprendimos mucho cuando decidió estudiar Ingeniería informática.

Supongo que, de estar viva, ella también se habría llevado una sorpresa al saber que yo hice Derecho.

Gabriel continúa hablando todo el camino hasta su casa. Cuando pasamos cerca de alguna plaza o edificio importante me lo señala. Me gusta escucharle parlotear, me anima y hace que me olvide durante unos instantes de la angustia. Creo que él lo sabe.

Al igual que en el aeropuerto, no me deja llevar mis maletas y las carga hasta el ascensor. Menos mal que funciona, porque él y Finn viven en el último piso del edificio.

Cuando abre la puerta me deja pasar a mí primero.

—Hogar, dulce hogar.

He estado allí antes, pero siempre me sorprende. Es un apartamento de dos habitaciones bastante pequeño. Sin embargo, está diseñado con un concepto abierto que da amplitud. Las ventanas llegan del techo al suelo y entra muchísima luz.

Nunca le he preguntado cuánto pagan de renta, aunque a juzgar por los precios que he visto en internet a la hora de buscar pisos, creo que nunca ganaré suficiente como para poder alquilar uno igual.

La puerta de una de las habitaciones se abre y veo un rostro conocido. Los ojos azules del compañero de piso de mi hermano se entrecierran cuando sonríe y viene directo a envolverme en un abrazo.

—¡Gia!

—¡Hola, Finn! Cuánto tiempo.

Finn me hace cosquillas con su cabello rubio en la mejilla y yo siento que me sonrojo bajo su agarre. Cuando era más pequeña estuve completamente enamorada de él. De los dos amigos de mi hermano, era el más amable. Por no decir el único. Siempre me defendía y le pedía a Gabriel que dejara que me quedara con ellos cuando venían a casa a jugar a la Play y merendar las galletas y bizcochos que hacía mamá.

En cambio, su otro amigo...

—Vaya, estás muy cambiada —susurra con un asentimiento de apreciación al soltarme, todavía sujetándome por los antebrazos—. Y muy guapa.

No necesito un espejo para saber que me he puesto colorada como un tomate. Y lo peor es que no puedo dejar de mirar la sonrisa de Finn.

Excepto cuando Gabriel carraspea y se acerca a nosotros arrastrando mis dos maletas. Tenemos que separarnos a la fuerza.

—Te quedarás en mi habitación los días que estés aquí, ¿de acuerdo? He vaciado una parte del armario para que puedas dejar tus cosas. —Lanza una mirada a las maletas y guarda unos segundos de silencio—. Aunque temo que no sea suficiente espacio.

Mi hermano siempre se burla de mí porque dice que compro demasiada ropa y que soy muy presumida. ¡Si supiera todos los conjuntos que dejé porque no cabían en las maletas!

Finn se aparta y yo sigo a Gabriel hacia una de las puertas, la que da a su habitación. Es pequeña y casi todo el espacio lo ocupa la cama. Me sorprende mucho no encontrar ningún libro y ni siquiera el ordenador en el escritorio. Está prácticamente vacía.

—Vaya, sí que has recogido esto —comento mientras me dejo caer en la cama.

El vuelo ha sido de unas pocas horas, pero aun así me siento muy cansada y sospecho que nada tiene que ver con la diferencia horaria o el viaje. En los últimos días apenas he conseguido dormir algo.

—Bueno, quería dejarte tu espacio —dice mientras se encoge de hombros—. Yo dormiré en el salón estos días.

—Eres el mejor hermano.

—Soy el único que tienes —bromea.

Gabriel se sienta en la cama junto a mí. La puerta no está cerrada y sé que Finn se encuentra justo al otro lado de la pared, pero aun así me siento en confianza. Este rincón es de mi hermano, de mi familia.

Estoy con mi familia.

—Si necesitas cualquier cosa, puedes hablar conmigo.

No pedirme, sino hablar.

Pero todavía no estoy preparada para contarle todo.

—Supongo que me vendría bien una ducha.

Vuelve a sonreírme y coloca una mano sobre mi pierna hasta que sus dedos llegan a rozar los míos. Recuerdo el funeral de mamá y cómo estuvimos tomados de la mano durante todo el tiempo que duró. Odié estar en aquel cementerio. Todavía noto escalofríos solo con pensarlo.

En aquel momento había sentido que, si le soltaba, quizá también lo perdiese a él. Y luego, cuando marché a la universidad, me sentí completamente sola por primera vez en mi vida. Al menos así fue, hasta que conocí a Carson.

El recuerdo de su nombre pincha mi corazón y trato de sacarlo antes de que el dolor se me refleje en el rostro, aunque al ver la expresión de Gabriel sé que he fallado estrepitosamente.

—Iré a buscarte una toalla limpia, ve deshaciendo las maletas si quieres.

Va a levantarse, pero mi mano busca la suya inconscientemente. Enredo los dedos a su alrededor y le impido moverse. La mirada de Gabriel se suaviza sobre la mía y luego me acerca a él. Deposita un beso sobre mi frente y me acaricia el cabello.

Antes mis rizos eran más parecidos a los suyos, pero comencé a alisarme el pelo y dejármelo largo en la universidad. Carson decía que estaba mucho más guapa así. Tanto tiempo maltratándolo ha roto el rizo.

—Gracias —susurro.

—Tú nunca tienes que dármelas.

Después de eso me deja sola con las maletas en la habitación.

Gabriel no ha mentido, de verdad ha vaciado buena parte del armario para dejarme espacio. Me siento mal por robarle su sitio y también por hacerle trabajar tanto para unos días. Tengo la intención de empezar mi búsqueda activa de trabajo mañana mismo y, con suerte, espero encontrar pronto un lugar donde vivir.

Aún tengo dinero ahorrado en la cuenta por la venta de la casa, pero no es infinito, y una parte la usé para pagarme los estudios. No quiero gastar lo que me queda en alquiler. Necesito ingresos extra.

Mi hermano regresa al poco rato con una toalla en la mano. Para entonces ya he deshecho media maleta y también he escuchado cómo hablaba en susurros con Finn en el salón. Que estuviesen hablando tan bajo me dio una pista de que yo podría ser el sujeto de su conversación.

—Voy a salir a hacer unas compras, tenemos la nevera vacía. ¿Alguna petición especial?

—Chocolate en polvo para desayunar.

Ni siquiera tras las duras jornadas estudiando en la biblioteca hasta tarde conseguí hacerme al sabor del café. Supongo que me parezco mucho a mamá. Ella también desayunaba leche chocolateada.

—Cuenta con ello —sonríe, guiñándome un ojo—. Tenemos reserva para cenar en unos cuarenta y cinco minutos, ¿estarás lista?

Asiento con la cabeza y me despido de mi hermano. Después termino de vaciar esa primera maleta y, por fin, saco el teléfono móvil del bolsillo trasero. Sé que es una mala costumbre porque cualquiera podría robármelo con facilidad de allí, pero por alguna razón que desconozco los fabricantes de ropa se niegan a crear bolsillos delanteros de tamaño razonable.

Cuando miro la pantalla se me para la respiración.

CARSON: Cuando quieras hablar estaré aquí esperando. Esta pataleta tuya está yendo demasiado lejos, Gia.

Me quedo mirando el móvil durante largos segundos sin moverme.

Apenas puedo respirar.

Apenas puedo creer lo que me ha escrito.

Pero la rabia se mezcla con la tristeza, hasta el punto de convertirse en una sola. Me ha costado mucho trabajo, demasiado, tomar esta decisión. Es un cambio importante en mi vida, uno arriesgado y que me obliga a dejar atrás todo, pero no me arrepiento. Y no pienso hacerlo.

Esta será mi vida a partir de ahora.

La nueva Gia.

Soy fuerte.

Logro esconder las lágrimas y lanzo el teléfono con tanta fuerza sobre la cama que rebota y cae al suelo. Ni siquiera me molesto en recogerlo.

Agarro la toalla que me ha dejado mi hermano y salgo de la habitación. Encuentro a Finn sentado en un escritorio alargado junto a uno de los ventanales de la sala. No me había fijado bien antes, pero hay un ordenador con dos pantallas y muchos libros apilados a su lado.

Me acerco a él y su sonrisa desaparece en cuanto ve mi expresión.

—Oye, Finn. ¿Tenéis unas tijeras?

—¿Para qué...? —comienza a preguntar, pero luego sacude la cabeza y se levanta de la silla con aire preocupado—. No importa, ven, que te enseño dónde están.

Lo sigo hasta la cocina y me entrega unas tijeras que hay guardadas en el cajón de los cubiertos antes de regresar a su mesa.

Entro al baño y me aseguro de poner el pestillo. Dejo la toalla sobre un pequeño armario y me miro en el espejo. Las profundas ojeras han apagado el dorado de mis ojos, que ahora lucen en un continuo tono oscuro de tristeza. Quiero deshacerme de esa mirada, pero sé que llevará mucho tiempo y esfuerzo.

Mejor empezar por algo más fácil. Paso a paso llegaré a mi meta.

Tomo un mechón de mi cabello justo por encima del hombro y antes de que pueda arrepentirme o cambiar de opinión lo corto con las tijeras.

La Gia del espejo me devuelve la mirada, aunque esta vez no solo con tristeza. Hay tintes de sorpresa en ella.

Lo he hecho. Me he atrevido.

Agarro otro mechón y repito la misma acción. De acuerdo, cortarme el pelo no arreglará mis problemas, pero es un comienzo, y resulta mucho más reparador de lo que imaginaba.

Cuando termino, el lavamanos está lleno de mechones y mi pelo mucho más corto, a la altura de los hombros. Me siento un poco mejor.

Me doy una ducha y con el cabello mojado aprovecho para igualar las puntas todo lo que puedo. Llevaba años sin apenas cortarlo porque a Carson le gustaba largo y es extraño verme así. Pero está bien.

Está muy bien.

Recojo todo lo mejor que puedo y me preparo para la cena. Finn me observa mientras paso a la habitación con la toalla alrededor del cuerpo y mi nuevo corte de pelo, pero no dice nada. Cuando Gabriel regresa con la compra también me dedica una larga mirada. Al final solamente musita:

—Me gusta. Te queda bien, hermanita.

Entre él y Finn guardan la compra en la nevera y luego salimos al restaurante que mencionó antes. El italiano ya tiene bastante gente sentada a las mesas. Hay ambiente incluso tratándose de un martes por la noche, pero supongo que en Nueva York siempre encontraré gente.

La terraza está ocupada y nos asignan una mesa en el interior, bastante espaciosa y preparada para cuatro comensales. Finn me recomienda comenzar con un Spritz y aunque a mi hermano no le hace especialmente gracia porque tiene alcohol, no puede prohibirme beber.

Estoy ojeando la carta cuando le llaman por teléfono.

—Sí, estamos dentro —escucho que dice—. Justo al lado de la ventana de la izquierda.

Cuelga la llamada y observo cómo Finn y él comparten una mirada secreta.

—¿Ya está aquí?

Mi hermano asiente y yo frunzo el ceño. ¿Falta alguien más por llegar?

De pronto tengo una acorazonada. Esa persona ha llamado a Gabriel al teléfono. ¿Se tratará de su novia? ¿Me lo habrá ocultado y ahora que estoy en Nueva York con él, se digna a presentármela?

Al darse cuenta de mi mirada, suspira.

—Bueno, no queríamos decirte nada, pero tenemos una... sorpresa.

—¿Una sorpresa? —repito.

—No solo tú has decidido venir a Nueva York. Como hubiese dicho mamá, el trío fantástico vuelve a juntarse.

Oh, no.

Una sensación desagradable se expande por mi interior. Eso solo puede tener un significado.

Entonces una sombra llega a nuestra mesa y su dueño carraspea. Aunque ya sé lo que me voy a encontrar al girarme, me vuelvo despacio.

Un chico alto está de pie a mi lado. Lleva unos pantalones oscuros y una camisa que se le pega al cuerpo. Una barba de un par de días le cubre las mejillas. Su cabello rubio es un poco más oscuro de lo que recordaba, pero, como siempre, está peinado en un efecto desordenado.

Y luego están esos ojos verdes, grandes y brillantes, que dirige exclusivamente en mi dirección. Cuando nuestras miradas se encuentran, una sonrisa traviesa comienza a formarse en sus labios, y susurra:

—Buenas noches, polilla.

Adrien Hall.

El tío más insufrible del mundo entero.

¡Feliz primer capítulo, familia!

Comenzamos por fin con esta novela ❤️. Estoy nerviosa, no voy a mentir. Es una romcon, que son los libros que más disfruto como lectora y escritora, pero en esta ocasión tenemos personajes más adultos de los que estoy acostumbrada a escribir y con un trasfondo personal en el que quise centrarme (y que espero haber conseguido retratar).

Durante este mes de marzo, los días de subida serán lunes, miércoles y jueves.

No sé si tenéis alguna pregunta, ¡hacédmela saber para poder ir respondiendo en los comentarios!

Más adelante había pensado en hacer Live de TikTok para comentar la novela, qué os está pareciendo, vuestros comentarios... 🙈 Estoy dudando entre hacerlo el jueves o el viernes por la noche (a las 20:00h). ¿Qué día os vendría mejor?

¡UN ABRAZO MUY, MUY FUERTE! (y deseando que también os enamoréis de Adrien como yo),

Andrea ❤️

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