Recuerdos de Cristal

By escritoraescondida3

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Una Reina sin memoria... Un Rey que asegura ser su esposo... Un tratado de paz... Un Reino en crisis... Y tan... More

Antes De
PERSONAJES
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50| ¿Final?
Nota de Autora

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By escritoraescondida3


Mientras la tensión en los pasillos del Palacio parecía ir en aumento porque el juicio contra Antonia y Michaelson se celebraría al dia siguiente, los Thauri se encontraban todos en el salón de la Reina, bebiendo hasta la inconsciencia, e incluso al pequeño Parker, le habían permitido tomar un poco.

Alicia volvió a llenar su copa de cristal hasta donde el vino estuvo a punto de derramarse. Ya casi no recordaba cuando fue la ultima vez que estuvieron todos así, reunidos en paz, riendo y disfrutando de nada más que su compañía y anécdotas.

—Deja un poco para los demás —bromeó Olivia, estirando la mano para quitarle la copa.

No obstante, la guerrera se movió hacia un lado con rapidez y aunque derramó un poco de vino en el suelo, logró escapársele, provocando que una serie de risas se elevaran en el aire.

—De todas formas, tú no debes beber mucho —habló Avaluna, sentada junto a ella.

—Deja de hablar con mi madrina sobre mí o puede que se me olvide que somos mejores amigas —le advirtió la Reina con seriedad.

Alicia volvió a acercarse, interesada en el tema.

—¿De qué están hablando?

—De nada —Olivia quería zanjar el tema.

Pues no estaba interesada en alimentar rumores y a pocos metros de ellas se ubicaban los jinetes de sangre, disfrutando también de la música y el banquete. Will estaba con ellos, aunque solo en cuerpo, ya que su mente parecía estar muy lejos desde hacía ya varios días.

—Vamos, sabes que no sé lo diré a nadie. ¿Qué pasa? —insistió Alicia.

Avaluna fijó los ojos en Olivia, aguantándose las ganas de decir lo que le había contado Lady Olimpia. Pero guardando en el fondo, la esperanza de que fuera cierto.

Un bebé era una bendición, mucho más uno concebido por los Reyes, ya que no solo sería la prueba de que el tratado de paz estaba sellado, sino que también podría hacer que Olivia y Aspen se reconciliaran.

—Basta —gruñó la menor de las Saint Honor, levantándose de la silla en la que estaba para poder abandonar del salón en busca de un poco de aire.

Afuera, la oscuridad se cernía sobre el extenso jardín del palacio, mientras el viento nocturno soplaba fresco. Alicia vio a su hermana detener el paso en medio del pasillo, con la mirada perdida en la lejanía.

—¿Estás pensando en el juicio? —preguntó, acercándosele.

—No —Olivia negó con la cabeza—. Sé que al final, de una u otra forma habrá justicia.

—¿Entonces? ¿Por qué te ves tan intranquila?

—No es nada.

—Via, soy tu hermana mayor. Tienes que ser sincera conmigo, aún si eres la Reina —le recordó, con una mirada severa.

—Mmmm —ella torció la boca en una mueca—. Es que no te va a gustar.

—Ponme a prueba. No creo que pueda ser peor que cuando aceptaste participar en el concurso para ser Reina —aseguró, elevando las cejas.

El recuerdo de aquel día pasó por la mente de Olivia como un relámpago. Todavía podía ver a su padre con la cara roja de lo furioso que estaba, cuando Alicia se negó a competir por el puesto de esposa de Aspen.

<<Lo haré yo>> había dicho, para complacerlo <<Me casaré con el Rey >>

El viejo Alistair aceptó de inmediato. Después de todo, no era un gran admirador de la relación que su hija menor tenía con Gavin Murray. Siempre lo consideró una distracción; pues tenía el presentimiento de que en cualquier momento, él haría que Olivia tuviera que escoger entre el poder y el amor.

Pero con Aspen Maksimov no existía ese problema. Sus dos hijas detestaban a los humanos, y el matrimonio solo sería un trámite. O al menos eso creyó entonces.

—Mi madrina cree que estoy... —hizo una pausa, en busca del valor que requería decir aquella palabra—. Embarazada.

Alicia parpadeó dos veces, perpleja. Habría esperado escuchar cualquier cosa, excepto esa.

—¿Y qué crees tú? —tanteó el terreno.

Olivia se pasó una mano por el rostro, con evidente frustración.

—No he sangrado hace un mes, o quizás hace dos meses, no lo sé —se mordió el labio inferior—. No lo recuerdo.

La preocupación bailaba en sus pupilas.

—Vale —Alicia le dio la mano—. De todas formas, no debemos adelantarnos. Has pasado por mucho últimamente, eso no significa...

—¿Y si es verdad? —la interrumpió, entre los dientes—. ¿Te has puesto a pensar en lo que pasaría?

—Ya sabes lo que pienso sobre el mestizaje —contestó—. Este tratado nunca debió darse y nuestros pueblos están mucho mejor separados. Mira cómo van las cosas, lo poco que duró la paz

Olivia se llevó una mano hasta el abdomen.

—Los niños deberían tener a alguien que los quiera. Al menos una persona deseando que nazcan, y yo no... —comenzó a respirar más rápido—. Lizzie no puedo hacer esto —confesó.

—Eso no es verdad—dijo, seria—. Vas a estar bien, todo va a estar bien. Lo arreglaremos.

—¿Cómo? Estamos rodeados de traidores... —se le hizo un nudo en la garganta—. No puedo tener un bebé de Aspen mientras estoy en guerra con los Maksimov. No me escogerá por encima de ellos.

Y es que pese a todo, ella quería que la escogiera. No iba a decírselo, ni mucho menos a demostrárselo, puesto que la herida por su traición aún le escocía en el pecho. Pero deseaba verlo luchar con uñas y dientes por su perdón.

O aún mejor que eso, deseaba que sangrara al menos un poco de todo lo que había sangrado Gavin.

—De hecho si puedes tenerlo —soltó su hermana, arrancándola de sus pensamientos—. Serás intocable mientras el pequeño heredero esté en tu vientre —sonrió con malicia—. El Rey ni siquiera tiene que hacer parte de la ecuación. Un bebe significa poder.

Se iba a volver loca.

Tal vez era algo de familia y a ella le habían tocado los peores genes de su madre. O quizás todas las mujeres Maksimov terminaban perdiendo la cabeza.

Bueno, la cabeza y también el buen gusto, pues Antonia llevaba tantos días encerrada al interior de aquella habitación, que ya ni siquiera le parecía que los pisos y las paredes fueran tan feos. Incluso comenzaba a pensar que tenían un toque clásico.

Se dejó caer sobre la cama, frustrada. Faltaban menos de doce horas para el juicio y no sabía si sentirse aliviada o romper en llanto.

Aspen le prometió que Arkyn se encargaría de todo.

¡Arkyn! El mismo que la odiaba por haberle quitado la mitad del espacio en el vientre de su madre y no menos importante: por hacerlo perder el trono de Kantria.

—¿Por qué no pude cerrar mi maldita boca? —chilló, hundiendo el rostro entre las almohadas.

—Créame, a veces yo también me lo pregunto —la sorprendió la voz de Will, de pie en el marco de la puerta.

Levantó el rostro despacio, para mirarlo con aparente timidez. No creyó que volvería a verlo después de lo enojado que salió de la habitación, al enterarse de la verdad sobre lo ocurrido en la colina.

—Blackwood —saludó, con un movimiento de cabeza.

—Le traje algo, Alteza —sonrió él, enseñándole una pequeña canasta.

Entonces lo vio caminar hasta la mesa de madera que destacaba frente a la ventana; con sus dos sillas viejas y deterioradas, que chirriaban cada vez que te sentabas.

Lo siguió con cautela.

—No tenía que molestarse.

—Es imposible. Usted en sí misma ya es una molestia —Will tiró de una de las sillas hacia atrás invitándola a sentarse.

—Creí que estaba enojado conmigo —murmuró Antonia, revisando con los ojos el contenido de la canasta.

¡Era Pie de estrellas! Una tarta que vendían en la mejor panadería de la capital, con relleno de morazul, crema de vainilla, nueces y polvo de azúcar. Ni siquiera el cocinero real había logrado imitarla, pues la receta era un misterio.

—Que este enojado no significa que usted deje de preocuparme —dijo, sacando un pequeño plato de la canasta para comenzar a servir el Pie—. De ser así, la habría dejado sola desde el día en que nos conocimos.

¿Y si le parecía tan fastidiosa que hacia allí visitándola? No pudo evitar cuestionarse, desconfiada.

—¿Y por qué no lo hizo? Estoy segura de que había formas de librarse de mi —lo miró entrecerrando los ojos.

Y el Thauri pareció ponerse nervioso por un instante, ya que desvió la mirada antes de contestar.

—Sus aposentos tienen los mejores espejos del Palacio. Fue por eso.

—¡Ah, los espejos! —soltó ella, con incredulidad—. Por supuesto. Tiene sentido —dejó escapar una risita burlona.

—Mejor coma —instó, al tiempo que le puso una rebanada de Pie en frente con cierta brusquedad.

—Gracias, Blackwood —los ojos azules de Antonia se clavaron en los de él—. Por todos estos meses, de verdad.

Eran increíbles los niveles de amabilidad que podía alcanzar una persona cuando estaba asustada, pensó el guerrero, analizándola. Pues el ritmo ansioso al que le latía el corazón y las lágrimas escondidas justo detrás de esa sonrisa mecánica que le estaba dedicando, eran el reflejo vivo del miedo.

—No se ponga sentimental. Mañana va a arrepentirse —dijo, como un modo de alentarla a ser fuerte.

Ella apretó los labios.

—Ya estoy arrepentida —suspiró—. Es que... —las lágrimas brillaron en sus ojos—. Nunca besé a nadie ¿recuerda? Y si mañana pierdo en el juicio... —un nudo en su garganta la forzó a detenerse—. Me moriré incluso antes de haber vivido —continuó, en un sollozo.

—No diga eso —el Thauri apoyó su mano sobre la de ella con suavidad—. La castigarán por lo ocurrido, pero es una princesa ¿lo olvida? Y es la futura Emperatriz de Bazarat, nadie va a matarla.

Le secó las lágrimas con su pañuelo.

—Usted no lo sabe —Antonia se sorbió la nariz.

Si su papel como futura Emperatriz importara al menos un poco, Román habría contestado a alguna de las cartas que le envió contándole de su urgente situación.

—Por supuesto que lo sé, soy su primer guardia y mientras yo esté ahí, puede confiar en que su vida estará a salvo —prometió, pese a toda la incertidumbre que se paseaba por los pasillos del Palacio aquella noche.

¿Sería capaz de oponerse a Olivia solo para defender a la Princesa? Tanto él como ella se lo estaban preguntando.

—Por favor, continúe comiendo —volvió a hablar William, rompiendo el silencio con una sonrisa amable—. Le traje Pie porque sé que es su favorito.

Antonia, sorprendida por el gesto, se llevó una nueva cucharada del postre a la boca en silencio. Parecía que después de todo, Blackwood si le había estado poniendo atención a los detalles, en lugar de mirarse a sí mismo en los espejos.

—Coma usted también —dijo ofreciéndole un bocado de Pie con la cuchara—. Es delicioso.

Él lo recibió sin objeción alguna, pero por accidente un poco de la crema de vainilla y nueces le ensució la comisura de la boca.

—Tiene razón, sabe muy bien —comentó, lamiéndose los labios.

La risita que escapó entonces de la boca de Antonia al verlo manchado de crema, llenó toda la envejecida habitación; y sin pensárselo dos veces, ella se inclinó hacia adelante sobre su asiento y extendió la mano para limpiarle la comisura del labio con el pulgar.

El contacto fue instantáneamente eléctrico, una especie de destello que al menos a ella, le recorrió todo el cuerpo. Mientras sentía los intensos ojos azules de Will clavados en los suyos.

—Es que.. —contuvo la respiración un momento a causa de los nervios.

¿Qué distancia los separaba? ¿Diez centímetros? ¿Quizás cinco? No estaba segura, pero en definitiva, nunca antes sintió la calidez de la respiración de ningún hombre sobre su rostro.

—¿Me ensucié? —preguntó Will, al notar que ella se había quedado en silencio.

Antonia asintió sin moverse un centímetro, y probablemente fue por el miedo a morir que se arrastraba por sus venas aquella noche, que tuvo el valor o la estupidez suficiente para en ese instante cargado de tensión, dejarse caer hacia adelante sobre los labios del guardia.

El roce entre sus bocas fue suave como el algodón o como si entre los dos existiera hacia tiempo un anhelo palpable. No obstante, pronto se convirtió en un torbellino de emociones encontradas, una mezcla de deseo reprimido y de necesidad de conexión que ambos habían estado evitando.

Decían por ahí que el amor estaba a un paso del odio, pero tras corresponder al beso de la molesta Antonia, William habría dicho mas bien, que nada podía compararse con la adrenalina de caer en las garras de tu enemigo, aun cuando no estabas seguro de que algún día lograrías escapar.

Era como tirarse a un puto abismo, a ciegas pero con gusto.

Sus manos se aferraron suavemente a la cintura de Antonia, acercándola más a él mientras profundizaban el beso. Cada vello en su piel se había erizado y la temperatura de toda la habitación parecía ir en aumento, como una advertencia de que no sería capaz de detenerse.

—Pidame... —murmuró, sobre los labios de la Princesa—. Pidame que me detenga.

Sus alientos entrecortados se mezclaron mientras se miraban el uno al otro, todavía sorprendidos por la intensidad de lo que acababan de compartir.

<<La intimidad era mil veces aquella sensación>> Antonia recordó las palabras que le había dicho Will y permitió que el mas profundo de los silencios prevaleciera en la habitación.

Entonces él volvió a besarla, al tiempo que dirigía ambas manos a sus rodillas por debajo de la pomposa falda para instarla a separar las piernas.

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