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Reino de Kantria - Palacio Maksimov

¿Cuántos hombres desde su llegada al Palacio había enviado a la horca? Se preguntó Olivia, mientras atravesaba el pasillo con dirección a la biblioteca. Quizás era por eso que desde los criados hasta los nobles siempre la miraban con desdén. Era la soberana de los Thauri y debía defenderlos, pero ¿acaso desde su matrimonio no era también la defensora de todo humano en Kantria?

¿Cómo llegarían a la paz si no se les brindaba a todos la misma cantidad de derechos y obligaciones para con la corona?

Se detuvo frente a una puerta doble de vidrio, flanqueada por dos guardias; a través de la cual se alcanzaban a admirar las estanterías de madera altas y abarrotadas de libros.

—Majestad —el par de hombres la saludó con una reverencia antes de permitirle el paso.

Ella respondió con una sonrisa y al adentrarse en la biblioteca, quedó maravillada por la majestuosidad del lugar. Era enorme, los estantes estaban organizados de forma meticulosa y algunos sostenían voluminosos tomos encuadernados en cuero oscuro, mientras otros exhibían pergaminos con grabados antiguos.

Una alfombra de tonos azules y dorados, en la que destacaba el estandarte de los Maksimov, cubría el suelo de mármol, amortiguando cada paso y brindando calidez al ambiente. Mientras una serie de sillones tapizados con finos terciopelos, mesas de madera adornadas por delicadas inscripciones y lámparas de cristal que destellaban con la luz dorada, llenaban el resto de la habitación.

—Vaya —suspiró, impresionada.

Lo más probable es que ya hubiera pisado esa biblioteca varias veces en el pasado, pero como no se acordaba, estar allí era tan mágico como la primera vez. Caminó entre las estanterías por un rato intentando ubicar los libros de historia, sin embargo, con tantos tomos, terminó sentada en el suelo, rodeada por filas de libros, en los que contaban la historia de los Maksimov desde que Kantria no era más que un poblado con tres casas.

Aspen, que ya llevaba un rato en la segunda planta de la biblioteca, se extrañó al verla sentada en el piso, mientras refunfuñaba, presa de la confusión ante lo que leía en esas páginas viejas.

—¿Hay algún problema, mi Reina? —preguntó, desde arriba.

Olivia levantó la cabeza, en busca de su voz. Entonces notó que él se encontraba de pie en una especie de desván llenó de libros, que por distraída no vio antes. Esa mañana lucía más guapo de lo habitual, quizás por los rayos del sol que se colaban a través de las ventanas y le iluminaban el cabello, cayendo desprolijo sobre su frente y dándole aires de ser el Rey más despreocupado del mundo.

Primero tierno, y ahora despreocupado. Las cualidades de Aspen en un hombre de cualquier otro apellido o posición, habrían estado bien, pero en un Rey solo resultaban ser defectos.

—Estos libros de historia, quieren terminar de descomponerme la cabeza —contestó, levantándose del suelo.

—Haré que los cambien, entonces —sonrió—. Aguarda un momento, voy a bajar.

—¿Cambiar? ¿Cómo podrías cambiar la historia?

Lo siguió con los ojos mientras descendía por las escaleras de madera hacía ella.

—¿Por ti, mi Reina? La volvería a escribir —aseguró, asomándose desde el otro lado de la estantería.

Olivia vio sus ojazos verdes entre el pequeño espacio que dejaban dos libros.

—¿A mano? —le siguió el juego.

Aquella coquetería fluía de manera natural entre los dos y aunque en ocasiones anteriores Aspen se ponía nervioso con cualquier cosa, ahí, solo con ella, parecía confiado, sin temores que lo obligarán a contener las palabras.

Recuerdos de CristalWhere stories live. Discover now