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Central Village - A ocho horas de la capital

El grito horrorizado de Aspen llegó hasta sus oídos. Todavía estaba aturdida por el impacto que recibió al caer sobre el agreste suelo de barro, que poco a poco se iba ablandando mas a causa de la tormenta.  Se incorporó tan rápido como pudo, ignorando el lancinante dolor que le cubría todo el costado izquierdo. Aun no terminaba de recuperarse de la ultima vez que la arrojaron por el aire, cuando ese niño Thauri al que rescataron la atacó.

Pero nada de lo que estuviera sintiendo tenia importancia, necesitaba encontrar al Rey.

Se puso de pie con la ayuda de un pedazo de palo que tenia cerca y comenzó a caminar en la penumbra, entrecerrando los ojos en un intento de ver mejor, pues si acaso la luna brillaba en el cielo, los arboles altos y frondosos que la rodeaban, no le permitían verla.

¿Y si lo llamaba? Se preguntó, ansiosa. Pero es que ella no conocía de nada aquel bosque y temía que hacer demasiado ruido pudiera llamar la atención de alguna criatura.

¿Cómo encuentras a un Rey en medio de la nada? En especial, a uno tan nervioso como Aspen, se preguntó. Y fue entonces cuando llegó hasta su mente, lo que le había explicado Gavin a cerca de la hemocinesis.

Quizas si se concentraba lo suficiente, podría sentir el corazón su esposo, el cual probablemente en ese momento latía desbocado en alguna parte. Avanzó varios metros intentándolo, pero percibía pulsaciones en todas partes. Flujos de sangre grandes, pequeños, rápidos y también lentos. Era como si incluso debajo de sus pies descalzos, hubiera algún ser viviente.

—Maldición —gruñó, girando el rostro en todas direcciones.

—¿Olivia? —preguntó una voz cercana—. ¿Eres tú?

Fue entonces cuando al fin lo vio. El joven Rey se encontraba oculto tras dos enormes rocas, con la espalda recostada en una de ellas. Tenía la camisa y el chaleco azul empapados y cubiertos de barro, al igual que los pantalones, en los que además, destacaba una mancha roja provocada por la sangre que emanaba desde una herida en su muslo derecho.

—¡Por los dioses! —exclamó acercándose con urgencia—. ¿Te encuentras bien?

Aspen la vio arrodillándose frente a él. Los cabellos castaños mojados se le adherían a la cara y su expresión de angustia parecía genuina. De verdad estaba preocupada por su estado.

—¡Aspen! —Olivia lo sacudió por los hombros al notar que no contestaba.

—Estoy bien —dijo, de inmediato.

—No podemos quedarnos aquí —revisó el lugar con los ojos pero dada la oscuridad no logró discernir mucho—. Hay que cubrirnos de la lluvia o el frío va a matarnos, ademas necesitas ocuparte de esa herida.

—¿Tú estás bien? —preguntó él, ignorando sus palabras—. ¿No te pasó nada?

La tomó de las manos para empezar a inspeccionar sus brazos. Luego paseó los ojos con lentitud por el resto de su cuerpo. Su vestido se había rotó en varias zonas, pero no habían heridas de gravedad saltando a la vista.

—No te preocupes por mi, mejor preocúpate por esa pierna —lo regañó, haciendo que le pasara uno de sus brazos por encima de los hombros para ayudarlo a levantarse—. No quieres ser Aspen, el Rey tierno y cojo.

Parpadeó, confundido.

—¿Quién me llama el Rey tierno? —giró el rostro para mirarla a la espera de una respuesta.

Olivia tragó saliva con dificultad, cayendo en cuenta de lo que acababa de decir.

—¡Mira! Hay una cueva —exclamó, evadiéndolo.

Recuerdos de CristalWhere stories live. Discover now