17|

61 11 1
                                    

El camino del Rey - A las afueras de Krame

¿Estaba muerto?

Debía estarlo, pensó Olivia, al ver como el cuerpo del cochero se desparramaba sobre el asiento, como un títere cuando alguien le ha cortado los hilos. La sangre aún se arrastraba tibia sobre su piel y el olor a hierro invadía el aire, pero no había tiempo para reparar en ello. Los guardias que custodiaban los carruajes, desmontaron al escuchar el escándalo y Gavin, sin una pizca de temor en el cuerpo, caminó hacia el frente, dispuesto a enfrentarlos.

Eran seis contra uno, sin mencionar, que la Reina se sumaba con mayor facilidad a la lista de problemas que a la de soluciones. El sonido del acero de las espadas siendo desenvainadas, se siguió del de las botas de cuero impactando contra el suelo de barro, cada vez más cerca. Gavin sonrió al ver cómo el grupo de hombres lo rodeaba, sus ojos grises iban de un lado a otro, intentando prever cuál de ellos lo atacaría primero.

—Así que eres tú —le dijo un tipo calvo y barbado que tenía en frente, a poco más de un metro de distancia.

—¡Sorpresa! —respondió, haciendo acopio de una daga que colgaba de su cinturón.

Fue entonces cuando los guardias se lanzaron simultáneamente sobre él, tratando de abrumarlo con numerosos ataques. Olivia, que había salido corriendo a ocultarse entre la maleza, lo vio asumir una postura defensiva, adoptando una posición lateral, de manera que su espalda no quedara expuesta. Su daga, un arma con el mango de plata adornado por gemas y brillantes, se convirtió en su principal defensa.

Todo ocurrió demasiado rápido, los hombres del Rey, cubiertos por sus armaduras como si en lugar de personas fueran maquinas, atacaban una y otra vez, en su intento de perforar al Thauri con el filo de sus espadas.

Los golpes resonaban en el aire, al igual que el sonido metálico del acero contra el acero. Y aunque Gavin paraba los embates desviando las hojas de las espadas que buscaban herirlo; cada paso que daba hacia atrás, lo convertía en la presa de un baile mortal.

Sus sentidos se agudizaron, su respiración se volvió un esfuerzo calculado y cada parpadeo, un instante crucial para anticipar el siguiente movimiento enemigo. No obstante, la presión del enfrentamiento era inmensa, el sudor comenzó a perlarle la frente y antes de que pudiera detener el siguiente ataque, sintió el ardor provocado por una espada que le hizo un tajo en el hombro izquierdo.

—¡No! —chilló Olivia, que lo veía todo desde su escondite—. ¿Qué hago? —se preguntó, con la respiración inestable y el corazón comenzando a latir cada vez más rápido al interior de su pecho.

Ya comenzaba a arrepentirse de haber salido del Palacio.

Paseó los ojos a su alrededor, en busca de cualquier objeto que pudiera servirle como arma. Los cuatro carruajes agolpados en la carretera no tenían supervisión y los caballos se quedaron sin jinete, por lo que corcoveaban inquietos. Quizas podría soltarlos y eso causaría una distracción lo suficientemente grande para darle a Gavin una oportunidad. Se quitó los tacones y salió corriendo en su dirección.

Luego, comenzó a desatar las riendas del primer animal, pero la tarea resultó un poco más difícil de lo que hubiera imaginado dado que este se movía como si pretendiera sacudir una garrapata de su lomo.

—Shhh —escuchó sisear a alguien, no muy lejos.

Y eso, sumado al tintineo repetitivo de un artefacto metálico contra otro, la hizo fijar la vista en uno de los carruajes chirriantes. Abandonó lo que hacía con el nudo de las riendas aun intacto y guiada por el origen de aquel sonido, se detuvo justo en frente de una cortina de terciopelo negro. Apenas la rozó con los dedos, pero le bastó para saber que era costosa.

Recuerdos de CristalWhere stories live. Discover now