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Debían estar en un castillo... ¿Verdad? Muros de piedra tan altos y gruesos como aquellos, solo podían pertenecer a una edificación gigante. ¿Una fortaleza, quizás? Se preguntó Olivia, mientras avanzaba por el lúgubre pasillo casi arrastrando los pies descalzos. El desconocido a su lado, apenas y le agarraba el antebrazo para guiarla, pues por la poca fuerza que ejercía, de desvanecerse lo mas probable es que no podría sostenerla para evitar la caída.

No parecía un hombre fuerte, de hecho, apenas y parecía un hombre. Seguro que la antigua Olivia lo destrozaría, pero... ¿Cómo, exactamente? Si ella por mas que lo intentaba, ni siquiera era capaz de sentir el latido de su corazón, mucho menos la sangre corriendo en sus venas. Ademas, estaba demasiado adolorida y cansada como para lograr usar cualquiera de sus sentidos.

—¿Por qué hacen esto? —preguntó, sin despegar los ojos del suelo, donde iba quedando un rastro de la sangre que emergía de su cuerpo.

—Alguien debe poner las cosas de regreso en su curso —contestó él, haciéndola girar en la esquina.

—¿Curso? —Olivia soltó una carcajada sin gracia—. Desearás estar muerto cuando esto termine —prometió, levantando los ojos—. Pero le diré al Rey que no, que te quiero con vida.

—¿A cuál Rey? —se burló, deteniendo el paso—. ¿A ese? —apuntó con un movimiento de cabeza hacia el frente.

Donde destacaba una pequeña ventana sellada, que permitía ver el interior de un suntuoso salón, con las paredes de piedra llenas de inscripciones religiosas, cuadros enormes que retrataban al Dios de los humanos y muebles de un tapiz azul tan brillante como costoso, acompañados por mesas de madera. Era como la puta fantasía de un fanático.

Y Aspen estaba ahí, sentado en uno de los sillones, con una copa de whisky entre las manos, mientras las risas iban y venían.

—Te lo digo, es el mejor cazador que he visto —decía el príncipe Arkyn, de pie en un extremo de la habitación.

A los tres hombres frente a él, Olivia no los había visto nunca antes. Pero no hacía falta ser muy inteligente para darse cuenta de que eran grandes señores. Sus ropas, joyas y arrogancia podían probarlo.

—Solo lo dice porque es mi hermano, no le crean —contestó el Rey, con modestia.

¿De qué estarían hablando? Se preguntó Olivia. ¿Y por qué su esposo lucía tan cómodo mientras ella se encontraba a dos metros de distancia siendo torturada?

—¿Qué piensan sobre Harlow? —les preguntó uno de los hombres presentes. El que tenía los cabellos negros y un elegante jubón gris adornado por esmeraldas.

—Los Thauri son sus enemigos en la misma medida que son los nuestros —dijo Arkyn—. Pero, no confiaría en que nos cuide la espalda.

—Sin embargo, todo esto sería mucho más fácil con el Imperio de Bazarat apoyándonos.

—Si... —Aspen clavó los ojos en su copa—. Evitaríamos muertes.

—Exacto —el tipo se puso en pie—. No es lo mismo formar pequeños ejércitos y montar ataques aislados, que ocuparse del problema de raíz.

—¿Cuántos hombres tenemos?

—No los suficientes —intervino Arkyn—. ¿Verdad, Sebastián?

Así que ese era su nombre, concluyó Olivia, siguiendo con los ojos al desconocido del Jubón.

—Saben que todo el país se uniría a nuestra causa si pudiéramos hacerla pública —contestó él—. Pero la idea es evitar otro estallido social. Solo queremos estar preparados para cuando sea el momento.

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