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A las afueras de Kresda - Reino de Kantria

William vio la figura de Román Harlow desvaneciéndose a la lejanía a bordo de un caballo, él y el príncipe Arkyn, seguían a los perros de caza en busca de un jabalí o alguna otra presa con el tamaño suficiente para poder presumirla. Sin embargo, no era a ellos sino más bien a la princesa, a quien buscaba con sus ojos azules.

Hacía solo un rato desde que habían dado inicio a la cacería pero su caballo ya no estaba y de ella no quedaba ni el rastro.

Maldijo en voz baja, cansado por lo mal que había dormido en los últimos días. Bajo sus ojos ya comenzaban a asomarse un par de ojeras

¡Ojeras! En un tipo tan perfecto como él. ¿Qué seguía después? ¿Arrugas?

Agitó la cabeza, intentando espantar tan terribles pensamientos e hizo un ademán con la mano para que uno de los escuderos le acercara su caballo.

No planeaba participar en la cacería, pero aún así, se había encargado de llevar un arco y algunas flechas atadas a la silla de montar. Ya a bordo del animal, picó espuelas y se inmiscuyó entre los altos árboles y frondosos arbustos en busca de Antonia, pues si algo llegaba a pasarle iba a ser su responsabilidad.

Todo eso, mientras a unos cuantos metros de distancia, Arkyn interrogaba a Román sobre la conversación que había tenido con el magistrado Saint Honor.

—Pero, ¿qué te dijo, exactamente? —insistió, bajándose del caballo.

Para aquel punto, era mejor si seguían a pie el rastro detectado por los sabuesos para no espantar a la presa.

—Me dijo que seamos amigos e incluso se tomó la molestia de recordarme lo que no puedo hacer —contestó, siguiéndolo de cerca.

—¿Lo que no puedes hacer? —Arkyn frunció las cejas, ante lo ridícula que sonaba la idea—. ¿Cómo que?

—Mmm —murmuró Roman, pensativo—. Como esto —lo sujetó del antebrazo para tirar de él en su dirección y robarle un beso.

Sus labios, entreabiertos, se rozaron con intensidad y ¿Por qué no? Con rebeldía. Pues hacía falta valor y algo de estupidez para seguir sus instintos en medio de aquel campo; sobre todo con el riesgo de ser descubiertos palpitando en el aire.

—¿Mencionó algo más? —quiso saber el príncipe, con un deje de picardía tiñendo su voz.

Dada su cercanía, sus alientos conseguían enredarse.

—Dijo algo sobre una cama, creo —Román le rodeó las caderas con ambos brazos para posicionar las manos sobre sus nalgas—. Pero la verdad es que yo ya no estaba escuchando —agregó, mirándole la boca.

Arkyn, que entendió el mensaje, inclinó la cabeza un poquito más hacia delante para volver a besarlo. Y entonces sintió como el Príncipe aumentaba la fuerza de agarre sobre sus glúteos y un corrientazo le recorrió todo el cuerpo. Si acaso el viento soplaba a su alrededor, no habrían podido saberlo, pues el calor de sus cuerpos aumentó a tal punto en el que les pareció que la ropa estaba sobrando.

Sus pelvis se rozaron con suavidad, por encima de la tela regida de los pantalones que vestían y Román comenzó a trazar un camino de besos húmedos desde la comisura inferior de los labios grosezuelos de Arkyn hasta su cuello, donde le dejó además, un par de mordiscos.

Él, en respuesta, soltó un gemido casi agónico que no pudo contener por más tiempo y sintió como su cuerpo se iba poniendo tan duro como las rocas que destacaban en aquel bosque. Tras ello, permitió que el de Harlow le desabrochara algunos botones de la camisa y seguro que ambos habrían ido a por más, de no ser por el espantoso grito de Antonia, que se alzó en el aire, espantando todas las aves que habían en las copas de los árboles.

Recuerdos de CristalWhere stories live. Discover now