45|

60 7 5
                                    



—¿Qué haces aquí, eh? —preguntó la Reina, cuando vio al infante de no más de cinco años que se estaba adentrando en el salón.

Era un niño muy lindo, de cabellos castaños y ojazos de color miel, que estaba vestido con los colores de la servidumbre. ¿Se podía ser empleado de alguien incluso desde antes de saber el significado de esa palabra? No, la situación parecía incluso peor que eso, pues si el pequeño ya se encontraba al servicio de los Maksimov, lo más probable era que no saliera de ese Palacio jamás en la vida.

—Un mensaje, para usted —lo escuchó contestar, con su vocecita aguda llena de entusiasmo. Ese que tienes cuando aún no conoces la forma en que el mundo planea despedazarte.

Qué horror, pensó Olivia, analizándolo con los ojos. Sus bracitos, sus piernitas, el latido enérgico de su pequeño corazón... Todo en él era igual de frágil que en las aves que Aspen envió antes. Podría matarlo en un parpadeo.

—¿Majestad? —volvió a hablar el niño—. Un mensaje —agitó el pequeño papel en frente de la cara de Olivia.

—Demonios —masculló ella, levantándose de la silla—. A ver —le quitó la nota, la estrujó hasta formar una pequeña bola y la arrojó al suelo sin siquiera leer lo que decía—. Ven, vamos a devolverte —lo levantó con ambos brazos y él entornó las piernas alrededor de su cadera con toda confianza.

—Su Majestad no leyó mensaje —dijo el pequeño, mientras avanzaban por el pasillo.

—No —se limitó a contestar Olivia con la vista al frente.

Él ladeó la cabeza, extrañado. La Reina parecía una adulta... Era alta, como los adultos. Y los adultos sabían leer... ¿verdad? Se cuestionó.

—Si su majestad no sabe leer, puede pedir ayuda —le contó—. Eso es lo que yo hago.

—¿Leer? —parpadeó, confundida—. Por supuesto que se leer.

El niño entrecerró los ojos, dubitativo.

—Mi mamá dice que no hay que avergonzarse por no saber algo. Mejor hay que aprender.

—¿Y qué dice tu mamá sobre contradecir a la Reina? —levantó una ceja.

—Mmmm —él se detuvo a pensar por un momento—. Nada. Sobre eso no me ha dicho nada.

—Pues te lo diré yo —Olivia atravesó el arco cóncavo que era la entrada al estudio del Rey—. Contradecir a la Reina se castiga con la muerte —abrió mucho los ojos negros para ser más aterradora.

Lo que provocó que el niño pegará un grito tan fuerte que retumbó en todos los muros de la habitación, al tiempo que se liberaba de ella en un respingón y salía corriendo despavorido.

Aspen se volvió sobre sus zapatos de inmediato, para ver cuál era el origen de tanto alboroto y entonces vio a su esposa a unos cuatro metros de distancia. Luciendo preciosa, con un vestido negro de tela fluida, que contaba con un peto de plata en el corsé, el cual hacía juego con las pulseras y anillos que destacaban en sus manos.

—Hola —fue lo único que se le ocurrió decir, rígido en su posición.

Olivia apretó los labios. Odiaba que la observara de esa manera; que sus ojos verdes le recorrieran cada centímetro de la piel con ¿cariño? ¿O era más bien anhelo?

¡Mierda! Incluso después de todo lo que Aspen le había hecho, continuaba luciendo tierno, casi inofensivo.

—No me envíes notas —dijo, con seriedad—. La próxima vez no dudaré en devolverte también al niño en una caja —dio media vuelta para marcharse.

Recuerdos de CristalOn viuen les histories. Descobreix ara