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Antonia volvió a mirar su anillo, pero esa vez, a la luz de las velas. Ya lo había puesto al sol para ver cómo resplandecía, y también debajo de las lamparas; e incluso paseó por todo el jardín un rato en cuanto la luna se asomó en el cielo, pues quería ver su sueño desde todos los ángulos.

Una parte de ella, deseaba que William Blackwood regresara pronto de su viaje, para mostrarle que se había equivocado por completo con respecto a Roman. Porque pese a todo, el príncipe había demostrado que la quería e iba a convertirla en Emperatriz.

<<La Emperatriz Antonia>> Sonaba poderoso. Casi podía divisarlo en las nubes.

—Por Dios niña, ya deja de mirarlo, la vanidad es un pecado —la regañó la Reina madre, sentada en el sillón que destacaba frente a una de las ventanas de la habitación—. Mas bien, ¿Por qué no me cuentas que te dijo Roman esta mañana, cuando lo despediste en el puerto?

—Dijo que nos escribiremos cartas —mintió. Pues en realidad había sido ella la que propuso continuar en contacto al menos una vez a la semana.

Aún no había fecha oficial para la boda y el compromiso podía marchitarse con el tiempo, así como lo hacían las rosas en un jardín que nadie regaba.

—¿Estás feliz? —Judith la miró con una sonrisa.

—Mucho, mamá —contestó, acercándose hasta ella para sentarse a su lado—. Quisiera que papá estuviera aquí también, pero, a excepción de eso, todo en mi vida es perfecto.

—Eso es porque tú lo eres —la besó en la frente—. Mi princesita perfecta.

Los momentos de lucidez de su madre eran una bendición, y estaba tan agradecida por ello, que la rodeó con los brazos y la estrujó contra ella con fuerza, sintiendo su calor.

No obstante, el sonido coordinado de una serie de botas de cuero que avanzaban con premura por el pasillo llamó su atención, y antes de que cualquiera de las dos pudiera comprender lo que ocurría, un grupo de al menos cuatro soldados se inmiscuyó en la habitación.

—¿Qué creen que hacen? —Antonia se puso en pie para enfrentarlos—. ¿Cómo se atreven a entrar de esa manera? —cruzó los brazos sobre el pecho.

La Reina madre, asustada por las expresiones serias de los guardias, también se levantó.

—¿Paso algo malo? ¿Aspen se encuentra bien? —se llevó ambas manos hasta el pecho, donde se le había instalado un mal presentimiento.

—Su Majestad el Rey se encuentra en perfectas condiciones, Reina madre —le contestó uno de los hombres.

—¿Y entonces? ¿A qué se debe todo este escándalo? —volvió a hablar la Princesa.

—Su Alteza Real, usted se encuentra bajo arresto por el intento de asesinato de su Majestad la Reina.

Aquellas palabras no pudieron emerger de la boca del soldado con mayor claridad y aún así, Antonia no consiguió entenderlas. Miró a su madre y luego a la puerta, a la ventana y a cualquier rendija en la habitación que pudiera servir de ruta de escape.

El aire escaseó en sus pulmones y las ideas al interior de su cabeza comenzaron a mezclarse hasta marearla.

—No —murmuró—. Yo no... —intentó explicarse, pero las palabras le salieron atropelladas.

—Princesa, debemos ponerla en custodia —el guardia dio un paso al frente, pero ella lo esquivó.

—¡No se atreva a ponerme una mano encima! —chilló, retrocediendo.

—Esto debe ser un error, por favor, esperen —pidió la Reina madre, interponiéndose entre los hombres y su hija.

—Si la Princesa no fue quién arrojó a la Reina desde el acantilado, podrá defenderse en el juicio, pero ahora, debe acompañarnos —insistió el hombre, que hasta entonces se había abstenido de utilizar la fuerza.

Recuerdos de CristalWhere stories live. Discover now