Record of Ragnarok: Blood of...

By BOVerso

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Los diez milenios de existencia de la humanidad estarían por terminar por la mano de sus propios creadores. ... More

ꜰᴀʙᴜʟᴀ ᴍᴀɢɴᴜᴍ ᴀᴅ ᴇɪɴʜᴇɴᴊᴀʀ
ӨBΣЯƬЦЯΛ
Harā'ēkō Bud'dha
Buddh Aur Daakinee
Taantrik Nrty
Tur Arv Valkyriene
bauddh sapane
Vakning einherjar
Yātrākō antya
Interludios: El Presidente, la Princesa y el Jaguar
Interludios: Los Torneos Pandemonicos
Interludios: Los Reclutadores y los Nipones
Libro Uno: Los Viajes de Uitstli
Ayauhcalli Ocelotl
Quezqui Acalpatiotl
Tlachinolli teuatl
Kuauchili Anxeli
Amatlakuiloli Mapachtlan
Teocuitla coronatia
Yaocihuatl
Olinki Yaoyotl
Huey Tlatoani
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 1)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 2)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 3)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 4)
Interludios: La Reina, el Semidiós y los Reclutadores
Huallaliztli Yehhuatl Teotl
Yaoyotl Ueytlalpan (Ajach 1)
Yaoyotl Ueytlalpan (Ajach 2)
Inin Ahtle To tlamilistli
Maquixtiloca Teótl Innan (Ajachi 1)
Maquixtiloca Teótl Innan (Ajachi 2)
Etztli To Etztli (Ajach 1)
Etztli To Etztli (Ajach 2)
Cocoliztli Neltiliztli (Ajachi 1)
Cocoliztli Neltiliztli (Ajachi 2)
Ilhuitl Onaqui Cuauhtli Ahmo Inin (Ajach 1)
Ilhuitl Onaqui Cuauhtli Ahmo In in (Ajach 2)
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕱ø𝖗𝖘𝖙𝖊 𝖗𝖚𝖓𝖉𝖊
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕯𝖊𝖓 𝖆𝖟𝖙𝖊𝖐𝖎𝖘𝖐𝖊 𝖇ø𝖉𝖉𝖊𝖑𝖊𝖓 𝖔𝖌 𝖉𝖊𝖓 𝖘𝖛𝖆𝖗𝖙𝖊 𝖏𝖆𝖌𝖚𝖆𝖗𝖊𝖓
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖆𝖟𝖙𝖊𝖐𝖎𝖘𝖐𝖊 𝖚𝖙𝖓𝖞𝖙𝖙𝖊𝖑𝖘𝖊𝖗
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕭𝖑𝖔𝖉𝖘𝖚𝖙𝖌𝖞𝖙𝖊𝖑𝖘𝖊
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖍𝖊𝖑𝖛𝖊𝖙𝖊 𝖐𝖔𝖒𝖒𝖊𝖗 𝖋𝖔𝖗 𝖔𝖘𝖘
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖙𝖎𝖉𝖊𝖓𝖊𝖘 𝖘𝖙ø𝖗𝖘𝖙𝖊 𝖗𝖆𝖓
Tlatzompan Tlatocayotl
Libro Dos: La Pandilla de la Argentina
Capítulo 1: Los Vigilantes
Capítulo 3: Cuatro Días Perdidos
Capítulo 4: Renacidos Sin Cobardía.
Capítulo 5: Pasar Página
Capítulo 6: Bajo la mirilla
Capítulo 7: Adiós, Sarajevo
Interludios: Academia de Magos y Hielo de Gigantes
Interludios: El Flash de Helio
Interludios: La Maldición del Hielo Primordial
Capítulo 8: Economista... Pero, en esencia, Moralista.
Capítulo 9: Nueva vida, nuevos desafíos, nuevos enemigos.
Capítulo 10: Mercenarios de Oriente

Capítulo 2: Los Mafiosos

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By BOVerso

┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓

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Condado de Deponija

Centro Orfanatorio de Ana Neda

Los resplandecientes rayos carmesíes del lejano Estigma de Lucífugo se filtraban a través de las celosías, las claraboyas y los rotos vitrales que resplandecían en colores dorados y rojos. Los agujeros deformaban las figuras de los santos serbios dibujados en aquellos coloridos vidrios, haciendo que más luz se cuele en la lúgubre planta cruciforme; con su forma de cruz se disponían hileras de graderías para coros, muchas de sus sillas siendo sucias y rotas al igual que el resto del interior de la iglesia.

Al final del pasillo con forma de cruz se disponía un largo mesón con mantel blanco y multitud de platos, cada uno teniendo granos, ensaladas, panqueques salados y tazas de café. Mujeres serbias vistiendo densas togas negras anadearon hasta la mesa, tomando ceremonial asiento; tenían las cabezas rapadas, y el cabello restante formaban cruces sobre ellas. Una última mujer serbia entró en la estancia, rodeó el mesón y llegó a su asiento. Esta última despedía aires de matriarca con su avanzada edad, y a diferencia de sus hermanas, ocultaba su cabeza con un tocado negro y rectangular de cincuenta centímetros de alto.

—Dobro jutro, sestre —dijo la matriarca ortodoxa. Analizó a cada hermana con una mirada, asegurándose de que todas estuvieran presentes. Asintió con la cabeza al verificarlas a todas— Pomolimo se...

La matriarca cerró sus ojos colocó sus manos en gesto de rezar, y sus hermanas la imitaron. Comenzaron a murmurar silenciosos rezos en su tosco y regional serbio. El silencio imperó en toda la estancia, invadido tímidamente por las oraciones ortodoxas de las monjas.

Y de repente, el silencio fue interrumpido brutalmente por el ruido reverberante de pisadas de botas y zapatos encaminarse por la galería en dirección a ellas.

Las silenciosas y guturales oraciones de la matriarca se acallaron, y tanto ella como sus hermanas alzaron sus cabezas. Vieron a lo lejos dos siluetas anadear hasta el largo mesón; sus sombras recubrían sus cuerpos y no se iluminaban incluso al pasar por debajo de los rayos que se filtraban por los ventanales. Para las hermanas, parecían dar la impresión de ser dos emisarios del infierno que vinieran a reclamar sus almas. Para la matriarca, con el ceño fruncido creando grandes cañones en su frente y el corazón replicando con zozobra, aquellos eran emisarios... pero viniendo de un lugar peor que el infierno.

Las hermanas intercambiaron miradas nerviosas, y un tumulto de pánico se acumuló entre ellas, haciendo que se revolvieran ligeramente sobre sus sillas. Murmuraron confusas e hicieron oraciones distintas a las que había hecho la matriarca: rezaron salvación a San Efrén, a Abraham de Clermont y a otros tantos diversos santos mientras hacían gestos de la cruz ortodoxa. Las pisadas resonaban ahora a pocos metros de ellas, y la matriarca, sin quitarle un ojo de encima a las peligrosas siluetas, silenció a sus hermanas con una rabiosa maldición entre dientes. Las hermanas acallaron justo cuando los dos allegados se pusieron frente al mesón.

Hasta ese instante, la matriarca pensó que lo tendría todo bajo control. Se le notaba en su mirada fruncida y desafiante. No obstante, al alzar la vista y ver los severos e inexpresivos rostros de Gauchito Gil y Kenia Park, su endurecida expresión pasó a ser una desconcertada. Sus hermanas notaron su cambió de expresión, lo que las hizo sentir un azote de nervios que les puso la piel de gallina.

El serbio atropellado y áspero de Gauchito Gil dejó desconcertada a las monjas, junto con su sonrisa burlona. A ojos confusos de las monjas, Gauchito Gil rodeó el largo mesón, agarró una silla desocupada, la arrastró por el suelo haciendo un montón de ruido de madera rechinada, la puso frente a la mesa donde poder ver directamente a la matriarca, y se sentó con el espaldar de la silla de frente. Kenia Park se encogió de hombros y lo imitó; pero en vez de ir a por una silla, extendió un brazo y disparó un gancho de hierro que se acopló al espaldar de una silla, la jaló, la atrajo hacia ella y la atrapó con una mano. Tomó asiento.

La matriarca miró de reojo a sus hermanas y con su sola mirada las obligó a que mantuvieran la compostura. Eso no pasó desapercibido para Gauchito Gil, quién agrandó la sonrisa y se echó a reír.

—Me supongo que usted viene de parte de... —murmuró la matriarca, la voz queda.

—¿De Stanimirovic? Sí —Gauchito Gil asintió con la cabeza. Sacó del bolsillo de su pantalón una caja de cigarrillos y un encendedor. Sacó un cigarro, lo puso en su boca y lo lió con el encendedor—. Pensaste que no te librarías tan fácil de él, ¿o sí?

—A ustedes dos nunca los he visto —afirmó la matriarca, fulminando a los dos Giles con una mirada. Se quedó viendo con especial prejuicio a Gauchito—. Aquí no se fuma, ¿señor...?

—Konstantin Kostic —replicó Gauchito Gil, respondiendo con su nombre serbio falso. Dedicó una mirada igual de fulminante a la matriarca, y despidió en su cara una vaharada de humo que la hizo respingar—. Y yo fumo donde quiera, cuando quiera, y como quiera. Dios me concedió el permiso de llenar mis pulmones de éxtasis.

La matriarca frunció más el ceño y arrugó la nariz del disgusto. Miró de soslayo a Kenia, solo para llevarse la sorpresa ingrata de ver una mirada mucho más fulminadora viniendo de aquella mujer. La matriarca cerró los ojos y encogió los hombros.

—Son extranjeros —afirmó ella, abriéndolos de nuevo, desafiantes—. No se les nota el serbio en la voz. Tienen un acento horrendo. Quizás pertenezcan a una minoría. ¿De verdad me creeré que Stanimirovic, con lo racista que es, contrataría a unos parias para que viniera a hablarnos?

Gauchito Gil apretó los labios, respiró profundamente y robusteció el semblante. Kenia sintió la cólera emanar de él, y eso la hizo sentir un leve estremecimiento de piel. <<"Parias"... Cómo odia esa palabra>> Pensó. Y, a decir verdad, ella también odiaba que se refirieran a ellos de esa forma.

—¿Quieres pruebas? —Gauchito Gil se llevó una mano a su chaqueta. Extrajo una tarjeta y la arrojó sobre la mesa, deslizándose hasta quedar frente a la matriarca— Qué tal eso, ¿ah?

La matriarca tomó la tarjeta y la miró tras acomodarse las gafas. Un gemido de sorpresa se le escapó de la boca arrugada al ver un símbolo de un halcón peregrino en un fondo beige. La matriarca miró a Gauchito a los ojos, y este volvió a sonreír, esta vez desfiante y atrevido.

—Y qué es lo que... —la matriarca apretó los labios y tragó saliva— ¿Qué es lo que Stanimirovic busca de mí persona como para enviarlos a ustedes y no venir él en persona?

—Por favor, no se crea tan importante —dijo Kenia, colocando la enorme funda de su arco sobre su regazo—. Stanimirovic está ocupado zanjando situaciones más serias que una iglesia en mitad de terrenos baldíos Pero eso no quiere decir que su negligencia resplandezca como la luz de Dios, avergonzado de ver lo decrépito de este lugar... y el ambiente que se le da a los niños hospedados aquí.

—Motivo por el cual —Gauchito le hizo un ademán con la cabeza a Kenia, y esta abrió la cremallera de la funda de su arco, sacando de allí una carpeta y poniéndola sobre la mesa. La matriarca la tomó, la abrió y comenzó a leer los documentos—, el Don de los Stanimirovic requirió, que todo el negocio del lavado de dinero que pasaban a través del Centro Orfanatorio de Ana Neda, sean completamente removidos. Teniendo en cuenta que el Buró Internacional de Cibercriminalidad ya está operando en varias partes de la Raion Serbia, desmantelando negocios financiados por su bolsillo, Stanimirovic desea cortar por lo sano —Gauchito expulsó otra vaharada de humo—. No hace falta que lo piense mucho para saber a lo que me refiero.

Se hizo un escabroso silencio. La expresión de la matriarca, mientras leía los documentos escritos por el puño y letra de Stanimirovic. Sus labios retemblaron, sus cejas pobladas se fruncieron. Dejó caer el documento sobre la mesa y lo cerró con desgano. Se lo devolvió a Kenia deslizándolo por la mesa.

—Pero yo no he terminado —protestó la monja superior, alzando la voz y encogiendo del miedo a sus hermanas—. ¡El orfanatorio no puede terminar así! Tan bien que estaba financiando Stanimirovic la institución para salvaguardar la vida de los niños huérfanos de las calles... ¿Es que el señor Stanimirovic no piensa en los niños? ¿Qué va a suceder con ellos?

De nuevo, Kenia sintió una nueva oleada de rabia acreciente venir de Gauchito Gil en forma de bufidos y de mirada entrecerrada que no paraba de fulminar con odio y prejuicio a la matriarca. <<Parece que no serás tú quien verá la verdadera persona del otro...>> Pensó, no pudiendo evitar echarse una sonrisa orgullosa.

—De los niños yo me encargaré, madre, usted no se preocupe —indicó Gauchito. Tiró el cigarro al suelo, y le dio un fuerte pisotón—. Los llevaremos a otro orfanato, muy lejos de aquí, así los tenga que cargar a mi espalda —ladeó la cabeza—. Lejos de la crisis de Stanimirovic, y de su temperamento.

—No sé de qué me habla usted —masculló la matriarca, desviando la mirada para después observarlo de reojo—. Viniendo de un paria como usted, incluso su apariencia me dice que el que tiene temperamento es usted.

—Oh, no me venga con eso ahora, madre —Gauchito volvió a ladear la cabeza, y entrecerró aún más los ojos.

—No los conozco personalmente. Pero por solo sus perfiles de parias... —la matriarca negó con la cabeza y sonrió descaradamente— Puedo intuir que sus pecados son... legendarios.

—Pero a diferencia de ti, madre, yo no necesito intuir —Gauchito se señaló la cabeza con un dedo—. Yo ya sé tus pecados, mucho más legendarios que los míos. Castigar a los niños encerrándolos en celdas... —sacó su caja de cigarros de su chaqueta—. Pegarles con ladrillos... amordazarlos para que no griten... no darles de comer... —Extrajo un cigarrillo y lo empezó a desenrollar con ágiles dedos gruesos hasta revelar el tabaco que tenía en su interior—. Quemarles sus cuerpos con las marcas de la cruz ortodoxa...

Acumuló todo el tabaco en la palma de su mano y, entonces, la sopló. La matriarca dio un respingo y se cubrió la nariz con una mano. Sus hermanas miraron el acto con caras escandalizadas.

—¡¿Cómo se atreve...?! —masculló la monja superior.

—Y el pecado más grave —maldijo Gauchito Gil, la rabia emanando de cada palabra, los ojos ardientes en cólera—. Hacer que muchos de estos niños se quiten la vida por temor a no sufrir más de tus castigos.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Kenia. Cerró los ojos y rasgó sus afiladas uñas contra la funda intentando tranquilizarse y no dejarse llevar por sus antiquísimos impulsos asesinos de estar oyendo cada uno de los pecados ocasionados por la matriarca.

—¡No veo como eso afecta al negocio de Sta...!

—¡¿CONQUE NO VES?!

Gauchito Gil le quitó las gafas a la monja superior y, de un puñetazo, los rompió contra la mesa. El mueble retembló, y grietas se abrieron sobre su superficie de madera. Los platos tambalearon, y algunos de ellos cayeron al suelo, emitiendo un estrepitoso estruendo al romperse en pedazos. Gauchito Gil se retrajo a su sillón, y clavó su airada mirada sobre la sorprendida y asustada matriarca.

—Póntelos —ordenó Gauchito—. Póntelos para que veas que esto va más allá de Stanimirovic. Y no creas que no haré lo mismo con tus ojos si no lo haces...

La monja superior tragó saliva. Con manos temblorosas tomó las rotas gafas y se las colocó. Algunos cristales aún se mantenían colgando de los bordes cerca de sus ojos, los cuales miraban hacia abajo, negándose a ver al hombretón a los ojos.

—Mírame —exigió Gauchito—. Mírame a los ojos —hizo un gesto con la mano. Se hizo el silencio escabroso, y al ver como la matriarca, temblando de pies a cabeza, seguía mirando al suelo, Gauchito Gil respiró hondo y exhaló. Chasqueó los labios, y de repente gritó en español—. ¡¡¡QUE ME MIRES, MONJA ATORRANTE!!!

La asustada matriarca alzó la cabeza y lo vio a los ojos. Kenia Park agrandó su sonrisa gélida y se inclinó hacia delante, haciendo rechinar la silla.

—Ahora ves también el mundo roto, como esos niños abusados por ti —musitó fríamente.

—Se acabó las negociaciones —aclamó Gauchito Gil de nuevo en serbio mientras que Kenia guardaba la carpeta dentro de la funda de su arco—. Nos llevamos a los niños, y el dinero lavado de Stanimirovic, lejos de este pueblucho —le dio una palmada en el hombro a Kenia—. Vámonos.

Ambos Giles se reincorporaron de sus puestos y se dispusieron a irse. Gauchito caminó con más rapidez y rudeza, adelantándose mucho a Kenia. Tras ellos, la matriarca, aún sentada, apretó los puños sobre su regazo y explotó en una avalancha de rabia incontenible.

—¡¿CREEN QUE ME QUEDARÉ DE BRAZOS CRUZADOS?! —exclamó, su voz haciendo ecos en todo el interior de la iglesia—. ¡¡¡LOS DENUNCIARÉ A ESE BURÓ RUSO!!! ¡STANIMIROVIC SE ARREPENTIRÁ DE HABERME DADO LA ESPAL...!

De pronto se oyó un silbido de deslizamiento rechiflar en toda la iglesia. Y entonces, en un en un abrir y cerrar de ojos, Kenia Park estaba en frente de la matriarca, empuñando una larga aguja de plata directo a la cara de la ahora espantada monja superior. Sus movimientos fueron tan veloces que Kenia regó humo blanco detrás suyo. La repentina aparición de aquella asesina espantó a las hermanas; chillaron y algunas cayeron de sus sillas. El rostro de Kenia se ennegreció, y sus ojos celestes brillaron con tal intensidad que petrificó de miedo al resto de las hermanas.

—Vive con miedo el resto de tus días, vieja fodonga —bramó Kenia, la voz tan fría que congeló todo calor de protesta de la matriarca—. Porque el día en que menos te lo esperes, la Hija de la Muerte vendrá por ti —la punta de la aguja de plata chocó con la mejilla de la matriarca. Un hilillo de sangre cayó por su arrugado pómulo. Kenia miró de soslayo uno de los vitrales que enseñaban la figura de un santo ortodoxo. Sonrió—. No esperes una muerte santificada. 

El brazo de Kenia se volvió un borrón que hizo desaparecer de un destello su arma. Se volvió sobre sus pasos y reavivó su marcha, alejándose de las asustadizas monjas hasta desaparecer tras el resplandeciente umbral. 

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

La desmantelación del negocio del lavado de dinero del orfanatorio fue mucho más rápido de lo que Kenia pudo haber previsto. Siendo solo ellos dos, y con solo unas palabras de intimidación, lograron demoler todas las divisas que la mafia había puesto en este orfanatorio, dejando así a la monja criminal a su suerte contra el Buró. Y con una camioneta que requisaron de uno de los aparcamientos del pueblucho (siendo manejado por un ocupante aliado de los Stanimirovic), se llevaron también, en grandes maletas, todas las sumas de dinero sucio de la mafia que el orfanatorio había estado guardando para usos ilícitos.

Y no contentos con esto, Gauchito Gil también se encargó de llevarse a todos los niños del orfanatorio en el camión. Ahora, ambos giles se encontraban conduciendo a toda velocidad por la larga y descuidada autopista, dejando atrás el Condado de Deponija, el cual se convirtió en un irreconocible punto gris en el distante horizonte de llanuras planas, lagos secos y lejanas montañas escarpadas. El pavimento de la autopista estaba atiborrado de pequeñas piedras que hacían repiquetear el camión constantemente.

—¡No puedo creer que nos hayamos llevado a los niños también...! —masculló Kenia, su voz sonando interrumpida por los incesantes embates de las ruedas contra las piedras y los agujeros del pavimento— ¡La parte trasera a duras penas puede soportar el peso de los niños y los maletines! —miró por el retrovisor, quedando de nuevo asombrada al ver a los niños serbios apilados hombro y con hombro, sentados sobre los maletines como si fueran muebles.

—¡Venga ya, Kenia! —exclamó Gauchito, animadísimo, la sonrisa sin desaparecer de su rostro— ¿Dónde quedó tu sentido de la justicia?

—A unos veinte kilómetros... ¡con mis ganas de haberle rebanado la garganta a esa monja!

—Mmmm... —Gauchito ladeó la cabeza— Justo lo justo. Habría apostado diez lucas por verte hacer eso.

—Ugh, en fin. ¿Dónde vamos a llevar a estos niños? —Kenia volvió a mirar por el retrovisor. Miró de soslayo a Gauchito— Cómo digas que los llevemos a la base...

—Taba pensando en eso, de hecho...

—¡MALDITA SEAS, ROJAS! ¡Ya tengo a una niña en mi haber! No me des otros... —Kenia contó rápidamente a los niños en la parte trasera— ¡VEINTE MÁS!

—¡Ya, ya, enfría el agua, minita! Solo bromeaba. A ver... —Gauchito despojó sus manos del volante por un segundo para removerse el reloj de su muñeca y colocarlo sobre el panel de control de la cabina. El reloj inteligente desplegó un holograma de color celeste que recubrió la mitad de la ventana frontal, enseñando un detallado mapa de las extensísimas Llanuras de Dragan con diversos puntos que tenían nombres de más condados, algunos pequeños, otros grandes. Uno de estos últimos llevaba por nombre Condado de Jankovic. Gauchito presionó con su dedo aquella localidad, y la imagen del condado se hizo más grande y detallada a ojos suyos y los de Kenia, enseñando la totalidad del pueblo en imágenes 3D— Según aparece aquí, en Jankovic hay otro orfanatorio. Uno de nombre Santa Elena. Allí los dejamos.

—¿Unos sospechosos venidos de tierras lejanas dejando a unos veinte niños huérfanos a las puertas de un orfanatorio? —Kenia hizo un puchero y se puso a mirar por la ventana— Pensarán que somos Krampus antes que Santa Claus.

—Motivo por el cual los dejaremos en las instalaciones durante la noche, cuando todo el personal se haya ido. De esa forma pensarán que el orfanatorio habrá dado a luz a veinte niños más.

—Cómo te encanta buscarle la vía más colorida a las situaciones, ¿no?

—Kenia, cuando se trata de niños, tú sabes que yo me vuelvo un santo —Gauchito Gil la miró de soslayo y le dedicó una sonrisa paternal—. Sino, ¿cómo crees que tu marido Mateo se hizo cargo de tu embarazo luego de que hicieran el sin respeto a los dieciocho? ¡De haber sido un padre adolescente cualquiera, se habría ido a comprar leche por el resto de su vida!

Kenia se ruborizó y puso cara de escandalizada. Alzó un puño.

—¡Agh... Tú... no...!

—Agradéceme. Que gracias a mí, Mateo fue padre responsable a tan corta edad.

Kenia apretó los labios y su sonrojo se disipó. Se encogió de hombros, suspiró y volvió a mirar por la ventana.

—No te llaman "El Padre de los Giles" por ningún motivo...

—¡HEH! —bufó Gauchito en una risa rasposa.

El alba azotó el firmamento, anunciando la rápida caída de la tarde. El cielo se coloreó de naranja una vez los dos Giles llegaron al Condado de Jankovic. Allí buscaron un lugar donde esconderse mientras esperaban el anochecer; terminaron por acobijar el vehículo en una avenida pavimentada a las laderas de un montículo cerca de los bordes del condado, donde más abajo se hallaba el Orfanatorio de Santa Elena. En ese lugar ambos Giles esperaron la caída de la medianoche, matando el tiempo escuchando música o, en el caso de Gauchito Gil, jugando con los niños serbios en la parte trasera de la camioneta para entretenerlos también. Las vistas de aquel gentil hombretón jugando suavemente con los desnutridos niños, hasta el punto en que estos lo llamaban ocasionalmente "padre" en serbio, derritió el corazón frío de Kenia Parker.

Una vez llegada la medianoche, los dos Giles llevaron a cabo con velocidad el operativo. Aparcaron nuevamente el vehículo, esta vez en un andén de la parte trasera del orfanatorio. Una vez vieron al último de los guardias salir del edificio, los dos Giles se dispusieron a forzar su entrada dentro de complejo; Kenia empleó sus agujas de plata para forzar los candados de las puertas, mientras que Gauchito usó su grueso facón para desaflojar las cerraduras de las ventanas.

Con ambas entradas dispuestas, Kenia y Gauchito llamaron a los niños serbios con silbidos. Estos bajaron de la camioneta y anadearon por los andenes y cruzaron las calles, agazapados y pasando desapercibido de los ojos de las personas que se hallaban en los balcones de los altos edificios aledaños. Kenia se encargó de dirigir la mitad del grupo por las puertas, mientras que la otra mitad eran cargados en los brazos de Gauchito para disponerlos en los pisos superiores. Todo esto sin despertar a los huérfanos que dormían pacíficamente en sus cómodos cuartos.

Los Giles regresaron al coche y salieron pitando de allí lo más rápido posible, sin ser vistos por ningún peatón ocasional que caminase por allí. A la mañana siguiente, cuando el Orfanatorio San Elena reabrió sus puertas, el personal de cuidado intensivo fueron los primeros en llevarse la sorpresa de encontrarse a veinte huérfanos extras durmiendo en el suelo de los zaguanes o en los pasillos. Fue cuestión de tiempo que la noticia corriera localmente por el condado, siendo referido, para algunos locales, como un "milagro" para aquellos niños que tuvieron la dicha de aparecer y ser acogidos por uno de los mejores orfanatos de la Raion Serbia.

En la camioneta, ahora solo provista de los más de treinta y cinco maletines llenos de fajos de billetes, Kenia y Gauchito bailaban al son de los ritmos de guitarra eléctrica de la banda de rock Midnight Riders.

—¡Misión cumplida! —exclamó Gauchito, y chocó los cinco con Kenia— Siguiente parada... ¡Voivologa!

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3
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Raion Bosnia. Base de Operaciones de Los Giles de la Gauchada

Desde que tenía memoria, a Masayoshi Budo jamás le ha gustado tener que afrontar conflictos económicos que golpearan duramente el presupuesto de la compañía de su amigo Ricardo Díaz. Consideraba, de hecho, los problemas financieros como su talón de Aquiles. Su mayor archienemigo. El peor rompe bolas al cual no poder derrotar a punta de madrazos.

No solo estaba el hecho de que este tipo de problemas le cortaba las alas a la compañía y, por ende, al grupo en cuanto a proveerle de recursos con los cuales enfrentarse a los cibercriminales y superhumanos. Era también un testamento de lo mucho que podía perdurar el trauma que le dejó su estilo de vida en las zonas urbanas más pobres de Bajo Flores, barrio de la capital de Buenos Aires, otrora país de Argentina. Su tierra natal la cual, en sus últimos años de vida antes de sufrir el azote del Holocausto Kaiju, tuvo que afrontar las peores crisis económicas de toda Latinoamérica y, ya de paso, del mundo en aquel entonces.

Masayoshi trató de distraer la mente de aquellos pensamientos inmundos poniéndose a ver las noticias de la Raion Rusa en su teléfono inteligente. Los inconvenientes financieros de Industrias Diaz lo tenían maniatado a la base, obligándolo a pensar en un plan idóneo para salir de la crisis, o para corroborar a su amigo Ricardo en el planteamiento de esa estrategia. El bloqueo lo estaba matando; el no estar allá afuera combatiendo el crimen como mejor sabia hacer lo estaba matando. Y a pesar de haber compartido un dulce momento paternal con hija, eso no mitigaba su agobio como vigilante. No veía otra salida más que recostarse sobre el saliente de una pared, apoyar la espalda contra el muro sinuoso y pegar los ojos sobre la pantalla táctil de su celular.

Hasta el momento —habló el presentador ruso de HTB, el canal de noticias más notorio de la Raion Rusa. Tras su barra y a sus espaldas se mostraban imágenes del escenario de Khamosvk y de militares cargando el reactor esférico dentro de una camioneta blindada—, el prototipo de Neo-Tecnología Eslava recobrado ha sido de vuelto a la base militar de Krashimovo, entrando de nuevo en el proceso de enlistarse para ser enviado a la Multinacional Tesla, en Nueva Aztlán. Durante el combate del Brodyaga contra la cibercriminal Ludmilla, el reactor nuclear sufrió prácticamente cero daños. Esto nos da indicios de que esta nueva Capsula Supersónica, con Neo-Tecnología Eslava, será virtualmente imposible manipular por medios clandestinos como lo hizo el infame Tonacoyotl, hace ya casi un año.

<<Ojalá tener yo mi propio Tonacoyotl...>> Pensó Masayoshi, pasando su dedo por la pantalla y cambiando el canal televisivo. <<Ya estoy harto de villanos semanales o de problemas financieros>>.

El siguiente noticiero que se presentó en su pantalla lo dejó algo extrañado; no mostraba interfaz o barras de luz que mostraran su nombre. Lo único que se enseñaba era el fondo de una ciudad bruñida en oro, con sus complejos hipodámicos siendo complejos entramados de calles que se distribuían armoniosamente por todo un anillo amurallado. En el horizonte se veía la imponente silueta de un coliseo romano y, tras él, los brillantes bordes del tronco dorado de un titánico árbol.

En ese instante apareció una barra de luz azul y el holograma de unas letras retro que rezaron el nombre de "Diario del Einhenjer". En pantalla apareció una mujer rubia de cabello corto dividido en rulos, gafas azules, tatuajes de estrellas en ambas mejillas y portando un abrigo negro abierto y apretado, una faja dorada y una falda que le cubría la mitad de sus muslos. Sostenía con su mano derecha un micrófono. La mujer miró hacia ambos lados como si fuera a cruzar una calle, se arregló el pelo usando el lente de la cámara como espejo, irguió la espalda y miró fijamente la cara con una sonrisilla de esfuerzo.

—¿Ya empezamos? ¡Ok! —exclamó la mujer, asintiendo con la cabeza y agrandando la sonrisa. Hizo un exótico gesto de saludo con la otra mano— ¡Heeeelllooouuu a todos mis queridos televidentes y televidentas de nuestro teleperiódico favorito! Les habla su valquiria presentadora más querida y más guapa de todas, Sadrifa —hizo el símbolo de paz y sacó la lengua en un gesto atrevido—, para comentarles las nuevas buenas sobre el Torneo del Ragnarök.

<<¿Torneo del Ragnarök?>> Pensó Masayoshi, frunciendo el ceño y mirando hacia otro lado. <<Eso me suena de algo. ¿No es algo que organiza la Familia Siprokroski en peleas clandestinas?>>

Como sabrán, el torneo quedó suspendido durante un largo periodo de tiempo luego de la aplastante primera victoria de los dioses y, después, con el derrocamiento de Omecíhuatl por parte de los Pretorianos, con ayuda auxiliar de los Manahui Tepiliztli, ¡y que se cobró la vida de Huitzilopochtli! —la valquiria presentadora apretó un puño, sus ojos amarillos restallando sus irises arcoíris—. Tras varios meses de cortes judiciales en los que los dioses acusar crímenes contra el orden divino a Publio Cornelio, Nikola Tesla y Sirius Asterigemenos, e intentaron castigarlos con gran dureza, al final se dictaminó el ordenamiento de sanciones contra el ejército privado de la Reina Vaqluiria, así como una suspensión indefinida de sus servicios en otros reinos divinos —Sadrifa alzó un dedo—. Esto quiere decir, ni más ni menos, ¡que, con excepción de Roma Invicta y Asgard, los pretorianos tienen terminantemente prohibidos asistir a la ayuda de cualquier otro reino!

<<Ni siquiera se puede confiar en el sistema judicial de los dioses para nosotros, Dios mío>> Masayoshi se rascó la nariz y se quedó escuchando. Esta noticia lo traía bastante intrigado.

—¡Pero todo eso ya ha llegado a su fin, queridos televidentes y televidentas! —Sadrifa chocó sus palmas, y su expresión alegre cambió de repente a una pícara y oscurecida, con sus ojos y su sonrisa resaltando en la pantalla— Odín Borson ya ha dado fecha oficial de la segunda ronda del Torneo del Ragnarök. ¡Será dentro de dos meses y medio! —volvió a levantar dos dedos— Exactamente el día Marzo 5 del año 2041.

Masayoshi verificó la fecha en la parte superior izquierda de la pantalla táctil. <<14 de Diciembre. Está acá nomás esa fecha>>.

¡Y Odín Borson ha anunciado, a nombre del Dios Supremo Atón, quién será el representante de los dioses en pelear la segunda ronda! —prosiguió Sadrifa. Se acercó a la cámara y habló en susurros, sus ojos con forma de estrellas mirando hacia ambos lados— Va a ser el terrible Dios de la Guerra de las arenas de Egipto, ¡Seth! Si el azteca más poderoso de la historia a duras penas pudo contra el Dios de la Guerra azteca, ¿quién será el próximo Legendarium Einhenjer que Brunhilde seleccionará para que derrote al Dios de la Guerra egipcio?

<<No yo, definitivamente. No con un plan entre manos, al menos. Aunque llamarme a mí mismo "argentino más poderoso de la historia" es... >> Masayoshi sonrió y carcajeó nerviosamente de su propio chiste. 

¡Hasta aquí llegan mis comentarios, televidentes y televidentas! —Sadrifa se despidió haciendo un gesto de paz y poniendo sus dedos entre uno de sus ojos— Se despide su valquiria más guapa y carismática. Y recuerden: ¡5 de Marzo! Fecha de inicio de la segunda ronda. No lo olviden —esbozó una última sonrisa radiante y se desapareció de la cámara caminando fuera de ella. 

<<Bueno, si por cosas del destino me llego a enfrentar a ese Seth...>> Masayoshi apagó su celular, lo guardó en el bolsillo de su short, y se reincorporó de un salto acrobático en el cual aterrizó de pie. <<Más vale ir preparando los planes de contingencia más peligrosos para enfrentar a un Dios. ¡Las trampas de correcaminos! Bueno, eso y una servoarmadura. Lo que mejor venga>>

Oyó pasos venir de su lado izquierdo. Masayoshi se dio la vuelta, y se sorprendió de ver a Ricardo Díaz y a su hija Martina Park caminando a la par y dirigiéndose directamente hacia él.

—¡Mateo! —exclamó Ricardo, esbozando una sonrisa de par en par. Seguía vistiendo el mismo bodysuit gris con una circunferencia resplandeciente en su pecho.

—Hasta que finalmente sales de tu cueva futurista, ¿no? —Masayoshi chocó su palma con la de Ricardo, jalándolo hacia él para abrazarle y darle palmadas en la espalda. Miró de reojo a su hija, y esta le dedicó una sonrisa nerviosa. Masayoshi frunció el ceño— ¿A dónde llevabas a mi hija, pillín?

—De hecho, te estaba buscando a ti también —dijo Ricardo, rodeando sus hombros con un amigable brazo y retomando la marcha por el pasillo—. Adoil nos está llamando. Quiere hacer unas pruebas con un prototipo de tecnología de "Quantumleap".

—¿Quantumleap? —Masayoshi frunció el ceño— ¿Con qué se come eso?

—Teletransportación, papá —dijo Martina, caminando a su lado, un brazo rodeando el suyo—. Es teletransportación —se encogió de hombros—. Y quieren usarme a mí como su conejillo de indias.

—¿Ah? —Masayoshi frunció aún más el ceño. Clavó su mirada férrea en el nerviosamente sonriente Díaz— Ricardo, sí sabes que existe algo llamado consentimiento paterno, ¿no?

—Tú disculpa, amigo —Ricardo juntó las palmas de sus manos y cerró los ojos mientras caminaba de espaldas—. Adoil fue bastante furtivo en traerlos para que vieran que pudimos culminar el prototipo. Tú sabes como es él...

—Mientras que tú eres Atlético de Rafaela, Adoil es el Estadio Monumental —Masayoshi se encogió de hombros—. Sí, sigue siendo así incluso en el otro mundo —miró de soslayo a Martina—. ¿Estás segura de ser participe?

—Si es con tal de ayudarlos, entonces... —hubo un breve momento de titubeo, pero Martina lo ocultó con una eficiente sonrisa y un asentimiento de cabeza. Masayoshi ignoró ese instante de dudas de su hija, y correspondió a su sonrisa. 

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

A diferencia del despacho tecnológico de Ricardo Díaz, medio desordenado, algo achicado y atiborrado de cables que se desperdigaban por las paredes y por el suelo, y entornado con música ambiental, el laboratorio de Adoil Gevani era el doble de espacioso, mucho más ordenado en sus ordenadores y en los robots cibernéticos que lo ayudaban en las tareas básicas, y ambientado con música de nada más ni nada menos que Michael Jackson. Masayoshi y Martina siempre quedaban fascinados al entrar en el laboratorio, entreteniéndose con las vistas como si fueran turistas entusiasmados.

La canción de "Beat It" resonaba en toda la galería tecnológica haciendo hipnotizantes ecos que reverberaban por el suelo, las paredes y los adorables robotitos que caminaban de aquí para allá como si fueran pingüinos... No, de hecho, tenían las formas de pingüinos aquellos androides de no más de un metro de altura. Transportaban piezas metálicas y herramientas como soldaditos, pedaleando sus pies adelante y atrás coordinadamente.

Ricado los guió hasta el fondo de la estancia, donde los esperaba un largo mesón cuadrangular y flotante, con sus alas adheridas a la pared. Sobre la barra se disponían un montón de piezas cibernéticas ordenadas de menor a mayor tamaño. El más pequeño era un anillo de plata con sinuosas líneas azules brillando con colores neones. Tras el otro lado de la mesa se hallaba Adoil Gevani agitando su gruesa bata blanca al son de los ritmos rimbombantes de Beat It.

Martina intercambió miradas de extrañeza con su padre. Masayoshi torció los labios hacia abajo y alzó los hombros. Ambos tomaron asiento en las sillas flotantes dispuestas sobre la barra. Ricardo Díaz se aclaró la garganta, haciendo suficiente ruido para atraer su atención. Adoil Gevani se dio la vuelta, y sonrió de oreja a oreja al verlos.

—¡Ah, por fin llegaron! —exclamó, moviéndose hacia la barra con danzarines pasos— Y a buen momento.

—Creo que puedo oír sus huesos tronar entre sí cuando baila —murmuró Martina. Masayoshi sonrió nerviosamente y le propinó un punzante codazo en las costillas. Martina apretó los dientes, cerró los ojos y asintió con la cabeza, entendiendo el mensaje.

—¿Tan buen momento como para pillarte escuchando a tu músico favorito? —bromeó Masayoshi.

—Cualquier música de Michael Jackson me la pongo como triunfo cuando algo sale bien —dijo Adoil, articulando ágilmente los brazos la cabeza al ritmo de la canción—. Pero ojo, solo los del Michael negro. El Michael blanco es demasiado melancólico para mi gusto.

—¿Y de qué se trata este "triunfo"? —inquirió Martina— Hasta ayer podía escuchar tus gritos de frustración a través de las paredes de mi cuarto.

—Me sorprende que no me haya quedado sordo —Masayoshi se metió un dedo dentro de una de sus orejas.

—Este triunfo, niña —mientras hacía movimientos de baile, Gevani se acercó a la barra y, con dos cuidadosos dedos, agarró el objeto cibernético más pequeño: el anillo de surcos azules—, se trata de este anillo.

Hubo un breve momento de silencio en el que Martina se quedó viendo al sonriente Gevani a los ojos.

—¿Finalmente te vas a casar? —preguntó Martina a lo aburrida.

La expresión sonriente de Gevani se desvaneció. Bajó los brazos y despidió un suspiro exasperado. Ladeó la cabeza e irguió la espalda en una pose recta, sin movimientos bailarines ahora.

—Este anillo de aquí, Martina —dijo el bigotudo hombre. Apoyó los hombros en la barra y señaló el anillo con un dedo—, puede ser nuestra clave para salir de esta pocilga llena de bosnios racistas sin que nos tengan que cobrar peaje por las nubes. Este anillo tiene tecnología que solo se puede hallar en la Raion Rusa o en la de Kosovo. Tecnología de Quantumleap. En otras palabras... —movió velozmente su mano, y el anillo desapareció de entre sus dedos— ¡Teletransportación!

Martina frunció el ceño de la confusión de no ver el anillo. Gevani cuchicheó risitas al verla sorprendida por su truquito de magia, e hizo reaparecer el anillo entre sus dedos, volviéndola a dejar boquiabierta.

—¿Y cómo conseguiste esa tecnología? —preguntó Masayoshi.

—Encontramos más bien restos de esta tecnología durante nuestro último viaje a la Raion Rusa de hace unos meses —explicó Gevani, haciendo gestos con la otra mano—. Lo suficiente como para al menos crear un anillo entre Ricardo y yo. A pesar de que esa Neo-Tecnología Eslava es mucho más complicada de lo que me imagine, al final sus obstáculos no fueron suficiente para detener mi brillante mente.

—¿Y nos das promesas de que eso nos va a sacar de Bosnia como si fuera el puente arcoíris de Heimdall? —farfulló Martina, señalando el anillo con un dedo— Demasiado optimismo, ¿no crees, abuelo Gevani?

—Todo sea con tal de no pagar impuestos, niña —afirmó Gevani.

—¿No se supone que eso nos hace evasores de impuestos? —musitó Martina.

—A cada chanco le llega su San Martín —Gevani movió su brazo y paseó el anillo ante los ojos de Martina—. Eeeentooonceeeesss...

—¿Eeeeentoooonceeeess...? —Martina alzó los brazos y esbozó una expresión de confusión frustrada. Ricardo no pudo evitar echarse a reír con franqueza, mientras que Masayoshi se masajeó el mentón, el gesto de su rostro de preocupación.

—Vamos a hacer la primera prueba de teletransportación contigo, niña.

—¿Así cómo así? —Martina frunció el ceño y miró de soslayo a Ricardo— ¿Sin ponerme protector de radiación o algo?

—Te pusiste anillos antes, Martina —dijo Ricardo entre risas afables—. Esto no es nada del otro mundo.

—Excepto que, ¡lo es! ¡¿Quién sabe si esa cosa me teletransporta a Marte?!

—Ok, ahora sí estas exagerando —Ricardo la señaló con un dedo sin borrar la sonrisa—, y lo entiendo, y por eso te digo que te calmes. Gevani y yo lo tenemos bajo control.

—Esto solo puede salir de dos formas: o conmigo teletransportándome un metro de distancia, o de un Reino Divino a otro, ¿verdad que sí? —Martina frunció el ceño y puso una mueca disgustada que agrandó más la sonrisa, ahora atrevida, de Ricardo Díaz y Adoil Gevani— No hay un entremedias cuando se trata de sus experimentos.

—Mejor eso antes que ponerte otros apéndices —Gevani saltó por encima de la barra y caminó hacia una compuerta lateral que se hallaba al lado del mesón—. ¡Venga! Hagamos la prueba en el balcón de mi bloque. 

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El balcón del bloque consistía un suelo escalonado que descendía en cinco anchos escalones. Sus paredes eran ventanales transparentes y pulcros, por los cuales se podían divisar las impresionantes vistas de los tupidos bosques de tundras y pequeños montículos de colores verde oscuros. El cielo mañanero estaba despejado de nubes, por lo que se podía ver el Estigma de Lucífugo cerniéndose en su zenit, observando al grupo de Giles como un ojo demoniaco lúgubre y apocalíptico.

—¿Por qué mi hija, Ricardo? —siseó Masayoshi, agarrando los hombros de Ricardo y arrejuntándolo a él con fuerza mientras veía como su hijita era acompañada por Adoil Gevani, descendiendo los cinco escalones hasta llegar al punto más bajo del balcón—. Hasta hace unos meses yo era el conejillo de indias de ustedes dos al dejarme ponerme ciber-mierdas en el cuerpo sin volverme superhumano. ¿Qué pasa ahora que se la quieren agarrar con mi Martina?

Ricardo apretó los labios, su expresión pasando a ser una severa.

—Mira, Mateo —dijo, la voz seria—, puede que la Edad Dorada de Martina sea de diecisiete años, pero la has estado tratando como una niña durante los últimos veinte años desde nuestras muertes que ya creo que es hora de picárselas para que la papaya madure —hizo un ademán con la cabeza, señalando las siluetas de Martina y Gevani frente al ventanal frontal, este último explicándole los detalles del anillo.

—Peor ejemplo no pudiste haber dicho —Masayoshi ladeó la cabeza.

—El punto es que ya hay que dejar de ser unos salames, amigo —Ricardo le colocó un dedo sobre el pecho y lo miró a los ojos—. Es hora de que Martina se vuelva una capa del grupo. No sabemos que cibercriminales con mala leche nos están esperando fuera de nuestra base. Y después de cuánto delincuente has puesto tras las rejas (sin cobrar la recompensa, no olvidemos), y con Santino Flores también mosqueando a la mafia, sí o sí debemos ser el enemigo número uno de todas las Provincias Unidas.

—Igual que en Argentina, ¿recuerdas? —Masayoshi esbozó una sonrisa vanidosa.

—¿Y cuántas veces Martina ha corrido peligro porque ni tú, o Kenia, o yo, o cualquier otro miembro del grupo no estuvo para ella? —el sagaz comentario de Ricardo le llegó al corazón de Masayoshi. Este último se quedó boquiabierto— Fue por eso, Mateo, por ese pensamiento de ser omnipresente... —Ricardo lanzó una mirada melancólica y endurecida a los largos apéndices que colgaban de las orejas de Martina— Que Gi-Reload le hizo lo que le hizo.

Masayoshi apretó un puño y su mirada se llenó de frustración que descargó en el aún severo Ricardo, quién no cambió su expresión seria, como la de un maestro que es testigo del berrinche de su estudiante. Con un brazo sobre los hombros de Masayoshi, Ricardo apretó su mano a su hombro y lo obligó a sosegar su agobio. El vigilante nocturno desvió la mirada y miró con gran preocupación a Martina, poniéndose el anillo en su dedo anular.

Luego de cerrar los ojos y respirar profundamente, el joven padre pudo hallar paz y tranquilizar las tensiones de su cuerpo. Ricardo le dio palmadas en el hombro.

—Por favor, Mateo —suplicó—. Deja que Martina sea artificie de sus propias hazañas, por más pinchechita que sea para ti.

—Ok, ok... —Masayoshi se obligó a tragar saliva y asentir con la cabeza. Agarró a Ricardo por los hombros y lo acercó más a él— Pero si entre sus entrenamientos se hace algún daño grave, o Dios no quiera no esté preparada para afrontar a un cibercriminal, te juro que romperé mi código moral de "no-matar" contigo.

—¡Amenaza recibida! —Ricardo carcajeó tímidamente y volvió a palmear su hombro. Masayoshi desvió la tensión sonriendo y devolviéndole las palmadas en el hombro—. Venga, vamos a ver cuánta guapura obtiene Martina con ese anillo. 

Descendieron los anchos escalones hasta llegar a Martina y Gevani. Este último se dio la vuelta y los saludó con un animoso ademán de mano, que después agitó para indicar que se acercaran. Masayoshi y Ricardo se aproximaron hacia Martina Park, y sus ojos fueron sorprendidos por los tenues fulgores que despedía el anillo que la chica portaba en su dedo anular. El anillo se ajustaba a la perfección a su dedo, y los movimientos de sus luces daba la impresión de que el anillo giraba alrededor de su dedo.

—Tal como le explique a Martina —indicó Adoil, señalando el anillo con un dedo—, este dispositivo de Quantumlape en particular funciona con comandos de voz. Al no tener funciones de coordenadas que la puedan transportar a lugares específicos, solo tiene la habilidad de teletransportarse a las ciudades que estén registradas en el hardware del anillo.

—¿Y qué ciudades están registradas? —preguntó Masayoshi, cruzándose de brazos.

—Govina, Voivologa, Karlotovo... —murmuró Martina mientras pasaba los nombres holográficos de las capitales de las provincias moviendo los ojos— Al momento solo he visto capitales.

—¿Y dónde la estará teletransportando exactamente? ¿Y-y cuánto tiempo tomará ese teletransporte? ¿Instantáneo?

—Ni tanto —afirmó Adoil—. Al tratarse de un dispositivo de teletransporte de uso individual, por lo general no tardan entre quince a veinte segundos. No a diferencia de los de uso público que están en la Raion Rusa o Kosovo.

—Esas ya parecen trenes cuánticos —masculló Masayoshi.

—Porque lo son, de hecho —dijo Ricardo a su lado, sonriendo con gracia.

—Como solo están registradas las capitales, mi mejor hipótesis es que el anillo era de uso turístico para algún ricachón de las ciudades más tecnológicas de la Raion Rusa —Gevani dio tres aplaudidos y se paró al lado de Martina, inclinándose cerca de ella—. ¡Venga! Hagamos la primera prueba. Por lo general los anillos de Quantumlape para turistas registran las entradas individuales de las estaciones de Quantumlape, por lo que no te mirarán rara si de repente apareces como si nada en alguna entrada pública.

—Solo esperemos que ningún poli venga a sacarme mi identificación o algo... —musitó Martina, para después ensanchar los ojos del escándalo—. Oh, Dios, ¡¿los menores de edad no pueden usar estos anillos sin supervisión de adultos?!

—¡Tú ya eres adulta, Martina! —exclamó Gevani, ahora de pie al lado de Masayoshi y Ricardo y agitando un brazo en ademán de apoyo emocional— O al menos trata de actuar como una.

Martina infló una de sus mejillas en un puchero y paseó sus ojos preocupados sobre los tres hombres. Gevani la alentaba con una animosa sonrisa, lo mismo que Ricardo, haciendo gestos de exhortación con una mano. Su padre, por otro lado, permanecía con los brazos cruzados y la mirada tutora penetrando los nervios más arraigados de su temple infantil. Muy pocas veces la miraba de esa forma tan disciplinaria, y cuando lo hacía, descubría que su padre iba en serio con la situación o la enseñanza a la cual quería que afrontase.

<<De pie, hija. Sé fuerte>>. Esas fueron las primeras palabras que ella oyó de su boca luego de que los Giles la salvaran de las atrocidades que Gi-Reload. Desde ese entonces, supo que tenía que ser fuerte. Por sí misma, y para sacar adelante a su familia. Jamás tuvo la oportunidad de hacerlo en Midgar por culpa de la guerra mundial y el Holocausto Kaiju, pero quizás ahora pueda hacer la diferencia.

Martina asintió con la cabeza y se volvió hacia delante, mirando de frente el ventanal. Alzó una mano, y con sus ojos movió las letras holográficas hasta posarlos en la capital de la Raion Serbia, Voivologa. Miró por encima de su hombro a Gevani, este último checando las configuraciones de su reloj inteligente para seguir los rastros cuánticos de la teletransportación del dispositivo.

—¿Lista? —dijo Adoil— Necesito que te teletransportes a todas las capitales, a ver qué tan efectivo es la tecnología.

—¿No tiene limite de usos? —inquirió Martina.

—Exactamente seis usos. Cinco para ir a todas las capitales, y una última para volver a la base. Solo necesitas decir "Túnel Cuántico, Base de los Giles". Esta última la configure yo mismo. Ah, y lo de "Túnel Cuántico" lo tienes decir también para activar la teletransportación.

Martina sonrió y no pudo evitar echarse una breve risita. Volvió la mirada hacia el reloj.

—Mi mañana no puede volverse más extravagante... —Martina cerró los ojos, y coleccionó en su mente los nombres de las capitales en orden de Raions. Una vez supo que estuvo lista para emprender el primer viaje, abrió los ojos con gran vehemencia y alzó el brazo por encima de su cabeza— ¡Túnel Cuántico! ¡Govina!

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|◁ II ▷|

Y al son de su grito batallador, el cuerpo de Martina Park se despedazó en millones de fotones ante los ojos sorprendidos de Ricardo, Gevani y Masayoshi. Los millones de fotones se fusionaron entre sí para formar una torre de luz de la misma altura que Martina, para después salir disparado como una fugaz centella hacia el cielo y desaparecer ante la vista de los Giles.

Masayoshi, Adoil y Ricardo descendieron los peldaños hasta llegar al sitio donde otrora estaba Martina. Alzaron sus cabezas al techo, pero no vieron ningún rastro físico (agujeros, grietas o estelas de luz) que indicaran que aquella torre de luz estuvo allí en primer lugar. El único trazo con el cual seguir el paradero de Martina era el reloj de Gevani, este último observando su pantalla táctil y llamando a los dos Giles para que vinieran y checaran. Masayoshi y Ricardo vieron el radar de su reloj, el cual seguía un veloz punto que viajaba por el mapa de las Provincias Unidas hasta llegar a la capital de Bosnia, Govina.

—¿Martina? ¿Me puedes escuchar? —preguntó Gevani.

Segundos de silencio, y después se oyó claramente la voz de Martina:

—¡Carraspeado como siempre, abuelo Adoil!

Masayoshi encogió los hombros del alivio, y Ricardo le dio palmadas en la espalda. Gevani, con una vena hinchada, prosiguió:

—¿Dónde te encuentras ahora?

Desde la perspectiva de Martina Park, la chica se hallaba apretujada en un estrecho pasillo. Frente a ella se hallaba una compuerta hecha de plasma lumínico. Caminó hasta ella, la atravesó al ser tangible, y miró su derredor. Bazares se levantaban alrededor de ellas, desde tiendas de perfumes, restaurantes de comidas, hospitales de fachadas decrepitas y puestos de reparaciones de partes cibernéticas. Los callejones estaban atiborrados de bosnios, algunos de ellos pandilleros. Martina se dio la vuelta y alzó la cabeza, descubriendo el letrero en neón de "Quantumlape" en la marquesina, con una dirección y el nombre del barrio en el que se hallaba: "Rajvina". Debajo del título de la empresa se rezaba el nombre de la ciudad. La capital, Govina.

—En una estación de Quantumlape, como tú dijiste —dijo, y justo después de decir eso vio, de soslayo, destellos de luz azul viniendo de los otros pasillos, separados por gruesas paredes de termoplástico. De estas salieron otras personas, teletransportadas igual que ella—. Estoy en Govina.

—¡Perfectísimo! —el entusiasmo que escuchó venir del reloj llenó de ánimos a Martina— Vuelve a la estación y haz otra teletransportación. Tú papá y tu tío te están viendo en vivo y en directo, querida.

—Roger that —Martina, con una sonrisa de oreja a oreja, se metió en el mismo pasillo angosto por el cual apareció. Alzó el anillo y eligió la siguiente ciudad—. ¡Túnel Cuántico! ¡Voivologa!

La chica volvió a convertirse en una centella, siendo absorbida por los succionadores que se hallaban en el techo y que la dispararon a toda velocidad hacia el cielo, junto con otros cinco destellos azulinos más.

Desde la Base de los Giles, Masayoshi y Ricardo se quedaban asombrados por la rapidez con la cual el radar registraba el movimiento de teletransportación de Martina Park a través del mapa.

—¡De verdad que se mueve bastante rápida por el mapa! —exclamó Masayoshi, los ojos ensanchados de la sorpresa— ¡Mira! Diez segundos y ya está en Voivologa.

—Maravilla, Masa. ¡Esto es una maravilla! —exclamó Adoil Gevani, su cuerpo retemblando de arriba debajo de las incontrolables emociones que lo azotaban, como un inversionista que ve sus acciones ascender astronómicamente en el mercado— Ya con esto no necesito ponerle más turbo al Masamovil.

—Un poco más y se volvía rápido y furioso —bromeó Ricardo, echándose a reír y recibiendo un golpecito en el hombro por parte de Masayoshi.

El destello que era Martina Park descendió fugazmente del firmamento plomizo que cubría la capital de la Raion Serbia. La estación de Quantumlape se encontraba justo en frente de un parqueadero atiborrado de vehículos y camionetas. La hija de Masayoshi salió del estrecho pasillo, siendo recibida por la llovizna que justo empezaba a caer sobre la ciudad. Se dio la vuelta, verificó la marquesina con el título de Quantumlape, la dirección, el nombre del barrio y la ciudad. Lo reportó todo a Gevani y regresó a la estación.

—¡Túnel Cuántico! ¡Neo-Pristina!

Diez segundos después de decir eso, el destello azul de Martina caía del cielo mañanero de la capital de la Raion Kosovo e impactaba directo en el techo de una estación de Quantumlape cuadrangular y que se hallaba encima del edifición de una estación de coches de más de diez pisos. La chica argentina salió de la estación y lanzó una mirada analítica a su alrededor, quedando asombrada al toparse de frente con las lejanas vistas urbanas de los altísimos rascacielos y las mansiones de fachadas brutalistas que se levantaban en el horizonte.

—¡Dos viajes más, Martina, y vuelves a la base! —le señaló la voz digital de Gevani a través del anillo.

—¡Sí, señor! —exclamó la sonriente y radiante chica, volviendo a la base de Quantumlape, metiéndose dentro del pasillo y empleando el anillo para indicar la siguiente ciudad— ¡Túnel Cuántico! ¡Karlotovo!

Desde la Base de los Giles, Masayoshi Budo observaba el radar del reloj de Gevani con ojos de orgullo paterno. Incluso sin tenerla a su lado, podía sentir la emoción apasionante que fluía a través de la voz de su hija, tan vehemente como no la escuchaba desde hacía varios meses. A lo mejor Ricardo tenía razón, y la única forma de hacer feliz a su hija no era tenerla encerrada en su cuarto por su seguridad, o intentar que tuviera la vida normal de una típica adolescente universitaria.

La única forma de hacerla feliz era solo si ella se formaba parte de Los Giles de la Gauchada en su cien por ciento, por más que no le gustara el hecho de verla arriesgar su vida por el equipo. Era algo que ellos ya hacían porque eran adultos, pero ella ya necesitaba actuar como una, como lo estaba haciendo ahora, siguiendo ordenes y llevando a cabo las misiones tal y como se lo decían sus superiores para que no corriera más riesgo.

<<Si no quieres que pase algo como lo de Gi-Reload...>> Se dijo su mente, haciendo que frunciera el ceño para después asentir con la cabeza. Quizás era hora de cambiar su modalidad paterna con ella.

Una vez en Karlotovo, Martina Park se quedó anonadada con lo sucio y depravado que se veía su derredor. La estación de vehículos frente a la de Quantumlape estaba atiborrada de suciedad y montañas de basuras; los pocos coches que habían estacionados se veían viejos con sus modelos antiquísimos; había malardos, marihuaneros, drogadictos, pandilleros y vagabundos (todos ellos con pequeñas y medianas partes cibernéticas visibles en sus cuerpos) rumiando en las esquinas de la estación o cerca de los callejones. Los hedores de la basura y de las drogas impregnaban el ambiente, obligando a Martina a cubrirse la nariz y fruncir el ceño del asco.

<<Oh, dios, ¿acaso retrocedí en el tiempo?>> Pensó Martina. Un grupo de pandilleros se fijó en ella, un joven de más o menos su edad vistiendo con chaqueta negra espinosa y pantalones de cuero negro iluminados con lámparas adheridas y unas gafas resplandecientes que ocultaban sus ojos. Este le acercó ofreciéndole un inhalador de color rojo.

—Hey, hey, nena, luces nueva por aquí. ¿No quieres un poco de esto? —dijo el pandillero, agitando el inhalador cerca de su cara.

<<¡Uy, no, no, no, jodanse, jodanse, jodanse...!>> Martina Park se devolvió rápidamente hacia la estación de Quantumlape, se metió dentro de su pasillo e inspeccionó su anillo.

—¡T-TÚNEL CUÁNTICO! ¡CHERBOGRADO!

El destello de luz celeste salió despedido del techo de la estación de teletransporte. El pandillero que le ofreció el inhalador agitó los brazos en gesto de frustración. Tras él, sus compañeros rieron a carcajadas.

—¡Les dije que fallaría! —exclamó uno de los pandilleros, carcajeando tan fuertemente que casi acaba al borde de las lágrimas— Oh, Tritan, tienes el nivel de rizz en cero, te lo digo con toda fe. Déjale la próxima a un experto, ¿sí?

—Si por experto dices acosarla por horas, entonces ese papel obviamente te queda mejor a ti... —el pandillero joven le arrojó el inhalador a su compañero y se retiró, sus compañeros carcajeando tan fuertemente que hasta se podían seguir oyendo fuera del inmundo parqueadero. 

El cometa centellante de Martina Park perforó los cielos y descendió hasta chocar contra el techado de una estación de Quantumlape bastante extraña; en vez de ser un edificio rectangular, era una estructura masiva en la que se dividía en una multitud de bloques puestos unos sobre otros, formando un extraño entramado de grandes cuadrados interconectados por puentes, más o menos similar a la base de Los Giles de la Gauchada. El de destello de Martina se estrelló contra uno de estos bloques y apareció en un pasillo mucho más espacioso y de forma ovalada.

La chica salió de la habitación y miró su derredor, quedando asombrada por la ingente cantidad de personas que salían de los pórticos de Quantumlape y las que anadeaban por las estancias, caminando de aquí para allá, formando una maraña de gentío que vestía ropas muy opulentas que contrastaban con los coloridos anuncios en las paredes. Martina Park recibió las miradas condescendientes y prejuiciosas de los adultos que pasaban cerca de ella; les parecía extraño la forma tan inusual de mirar su entorno, como si lo que viera no fuese real.

A pesar de leer la marquesina de Quantumlape y leer el nombre de la capital, Martina anadeó hasta uno de los puentes de cristal para asegurarse. Se detuvo en mitad de este y volvió la vista hacia la izquierda, quedando al instante fascinada al ver, a lo lejos, los distantes y altos torres fosforescentes que eran los altos rascacielos del centro urbano de Cherbogrado, algunas de ellas festoneadas con grandes hologramas de anuncios de entretenimiento o de noticias. Alcanzó a ver también las torres de refrigerio de algunas plantas nucleares y de otras super fábricas. Lo más cercano y con mejor detalle que pudo ver fueron las cúpulas bulbosas brillantes y los iconos holográficos de las enormes catedrales ortodoxas.

—Viaje a Cherbogrado, completado —le dijo al anillo.

—¡Bien! Es hora de volver, Martina. Por suerte nada malo debe salir ahora —dijo Ricardo.

—¡NI SE TE OCURRA INVOCAR LA MALA SUERTE, CHE! —maldijo Gevani.

Ah... vuelve rápido a la base, hija, por fis —musitó Masayoshi en un tono angustiado. Martina sonrió con dulzura.

—En seguida voy, papi.

Martina se devolvió hacia su compartimiento y, una vez allí dentro, activó el anillo y se dio cuenta que había un marcador con el número uno en grande, indicando un último uso. Por un momento tuvo una breve sacudida de corazón al pensar en la posibilidad de haberse quedado en cero el número de usos. ¿Se habría quedado atrapada en Cherbogrado hasta que su padre viniera a rescatarla? Era menester tener siempre presente la cantidad de usos para el teletransporte.

—¡Túnel Cuántico! ¡Base de Los Giles!

Se convirtió en un destello azul y viajó hasta el firmamento nublado, desapareciendo detrás de sus nubes.

En la base de Los Giles de la Gauchada, Masayoshi, Ricardo y Adoil esperaron apremiantes el regreso de Martina Park. Este último miraba con especial añoranza su reloj, contando los alargados segundos que se tomaba el tiempo para llegar a los diez segundos. Esperaron y esperaron, llegándose incluso a alertar al ver que ya pasaban los veinte segundos y nada que llegaba la niña. Pero entonces se oyó un suave y lejano silbido de proyectil aproximarse a toda velocidad hacia ellos.

Y de repente, el destello azulino apareció atravesando intangiblemente el techo e impactando en el suelo, materializándose en un abrir y cerrar de ojos en la figura de Martina Park.

Ricardo y Gevani la felicitaron con aplaudidos victoriosos y vitoreos. Masayoshi fue directo hasta ella y la encerró en un fuerte abrazo, mezcla de orgullo y preocupación. Martina le devolvió el abrazo con el mismo cariño.

—El anillo funciona a las mil y una maravillas, papi —murmuró a su oído.

—Siempre y cuando no sea un anillo para que te cases con un wachiturro, todo bien —dijo Masayoshi en respuesta, y Martina no pudo evitar las risas vergonzosas y pegarle amigablemente en el hombro.

—Entonces gasté todos mis usos, ¿verdad? —preguntó Martina, dirigiéndose hacia Gevani y quitándose el anillo para proporcionárselo.

—En efecto —respondió Gevani, tomando el anillo en la palma de su mano y guardándoselo en el bolsillo de su bata—. Y para recargar sus usos, solo hay que conectarlo a un enchufe especial que sirve para esta tecnología —giró el anillo y señaló con el dedo un enchufe semicircular en la parte inferior—. Menos mal ya desarrolle una tecnología de carga para esto.

—Básicamente, mis chicas de aquí —Martina hizo mover sus largos apéndices con forma de audífonos.

Gevani apretó los labios y forzó una sonrisa. Agitó una mano.

—Tú me crees ingeniero biomecánico como tu tío Ricardo, niña. Buena fe depositas en mí, ¡buena fe! —el científico argentino se volvió sobre sus pasos y regresó hacia el bloque de su laboratorio— ¡Ya verás como te sacaremos de este vertedero bosnio! ¡RICARDO, VEN! ¡HAY QUE SEEEGUIIIIIR TRABAJANDO EN NUESTRA ESCAPADA!

Ricardo Díaz miró de soslayo a Martina y Masayoshi. Se encogió de hombros y después los alzó en gesto despreocupado, despidiéndose de ellos con un agitar de manos para después seguir a Gevani al interior del bloque de su laboratorio.

Una vez se quedaron a solas, padre e hija intercambiaron miradas furtivas. La hija sonrió y cuchicheó risitas nerviosas, sus largos apéndices con forma de audífonos estremeciéndose. El padre la abrazó por el hombro y ambos se volvieron hacia atrás, encarando el lejano y pequeño pueblo de Gradika.

—Para ser mi primer viaje de teletransporte, no sufrí síntomas adversos —comentó Martina, abrazada a su padre— O quizás lo sufra más adelante, pero Gevani no me lo dijo para joderme.

—Puede que sí, puede que no —dijo Masayoshi, chasqueando los labios—. ¿Te gustaron las ciudades que viste?

—Todas menos Karlotovo. Casi me drogan allí.

—Tratándose de la comuna de Albania... —Masayoshi negó con la cabeza— No me sorprende.

Se hizo el silencio entre ambos; Masayoshi acariciando el hombro y la cabeza de Martina, y está última apretándose más a su cuerpo para sentir su calor y su seguridad.

—Hija.

—¿Sí? —Martina alzó los ojos expectantes.

—Una vez tu madre y Gauchito vuelvan de su misión al igual que Santino... —Masayoshi apretó los labios y suspiró— Tú, ammmm... —la miró a los ojos— ¿Te gustaría ser más participe en nuestras misiones? ¿Ser una adulta? ¿Ser una verdadera Gil del grupo?

Martina respondió con el silencio y expresó su inquietud con su mirada dubitativa, como si no hubiese estado preparada antes para esta pregunta. Miró hacia abajo por unos instantes, agarrando valor y pensando bien en la respuesta. Una vez la tuvo, miró a su padre a los ojos, la mirada decisiva.

—Aunque sigo algo insegura —confesó—, pero te puedo asegurar que trataré de tomar más iniciativas por y para el grupo en el futuro.

Masayoshi le palmeó los hombros, su respuesta haciendo que le agrandase la sonrisa del orgullo. La volvió a abrazar, y ella correspondió.

—Mereces crecer, Martina. Y yo te ayudaré a crecer. 

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7
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Voivologa, Capital de la Raion Serbia

Centro distrital de Novyi Zem. 

Luego de que avisaran por vía telefónica a uno de los miembros de la Familia Stanimirovic sobre el cumplimiento de la última misión, Kenia y Gauchito recibieron expresas ordenes de esperar hasta las cinco de la tarde para que todos los miembros de la familia estuvieran reunidos en la Casa Marrón, la mansión donde se hospedaban esta mafia serbia. Previo a esa reunión, el Stanimirovic les comandó que la camioneta con todo el dinero lavado y retomado del Orfanatorio de Ana Neda sea regresada a la posesión de la mafia serbia dejando el vehículo en un callejón inhóspito donde un grupo de estos tomaría posesión de ellos.

Ambos Giles hicieron tal y como les dijeron y, aprovechando las horas restantes a la reunión, se prepararon armamentística y mentalmente para todos los peores escenarios que pudieran desenvolverse en esta última reunión con los Stanimirovic.

Caído el alba y el cielo tornado en tonalidades anaranjadas con nubes efervescentes, Kenia Park esperaba la llegada de Gauchito Gil sentada en los peldaños de piedra de una escalinata, en mitad de un parque temático con un bulevar serpenteante que daba camino directo hasta la Casa Marrón. Oyó el ruido de pisadas resonar sobre el guijarro que era el sendero.

Kenia se dio la vuelta, miró por encima de su hombro, y descubrió a Gauchito Gil emerger de detrás de la pared de la parte trasera de un kiosco. Al paso de su rápido caminar hizo resonar su cinturón táctico; en ellas pendía un trabuco con empuñadura de sándalo, su facón con hoja de treinta centímetros de largo, dagas varias superpuestas entre sí, un rebenque bordado con piezas cibernéticas punzantes, y un abrojo de cinco puntas.

—¡Por fin llegas! —exclamó Kenia, poniendo cara de disgusto y parándose de un salto.

—¿Estás lista, pibarda? —dijo Gauchito, ajustándose el cinturón y lanzando una mirada analítica al cielo. Respiró hondo, saboreando el aroma del clima húmedo.

—Y aún así me preguntas eso —Kenia se acomodó la funda de su largo arco sobre el hombro, junto con el carcaj lleno de flechas—. Venga, que se nos hace tarde.

Ambos giles emprendieron la apurada, pero a la vez parsimoniosa marcha, por el serpentino camino atiborrado de guijarros y condecorado con árboles que susurraban al son de los vientos. El resonar de sus pisadas a lo largo y ancho del camino fue induciendo una sensación de tensión en el ambiente, hasta el punto en que Kenia arrojaba miradas a su derredor con tal de verificar que nadie los seguía o los veía desde lejos.

—Veamos, analicemos los peores escenarios posibles —dijo Gauchito Gil, pasándose una mano por la frente y limpiándose el sudor—. Entramos allí, nos dicen que no nos van a dar el dinero, nos intentarán emboscar dentro de la mansión...

—Y les cortamos el cuello a todos —musitó Kenia, el rostro oscureciéndose y la mirada afilándose en un gesto asesino.

—O nos dan nuestra recompensa, nos dan la falsa sensación de seguridad al dejarnos ir de la mansión, nos intentan emboscar mientras tomamos un coche...

—Y les cortamos el cuello a todos —Kenia apretó un puño e hizo tronar sus nudillos.

—Ok —Gauchito se encogió de hombros y se volvió a verla—, ¿y qué tal si nos dan un transporte con una bomba, nosotros no nos damos cuenta de ellos sino hasta cuando estemos en el coche? ¿Le cortarás el cuello a la bomba?

—Los cables cuentan como cuerdas vocales y la yugular —Kenia lo fulminó con la mirada y, de repente, su brazo se llenó de venas hinchadas y uñas se alargaron y afilaron hasta parecer garras—. Por supuesto le cortaré el cuello.

—Loca, menos mal que Masayoshi te dio el hobby de madre. Sino para este punto habrías creado una iglesia al Dios de la Sangre dándoles como ofrendas a personas desolladas.

Kenia y Gauchito caminaron al mismo par por encima del pavimento pulcro de la calle que los separaba de la terraza que bordeaba la Mansión Marrón. El edificio tenía claros indicios de arquitectura neoclásica europea, con frontones y peristilos de mármol blanco, techos triangulares, escalinatas y un jardín con follaje bien cuidado, los arbustos y los pequeños árboles naturales, con cero decoraciones cibernéticas, contrastando con los hologramas que se alzaban en las otras casas, iluminando el cada vez más anochecido ambiente.

Los dos Giles alcanzaron el andén y se detuvieron frente a las rejas cerradas que lo separaban de aquel opulento jardín. Al otro lado de la reja se hallaba un hombre serbio, vistiendo con un elegante traje de una pieza sin chaqueta, camisa blanca de líneas grises y una boina que cubría su cabeza. Al estar cerca de él, Kenia y Gauchito notaron las pequeñas partes cibernéticas (surcos circuitos en su cuello y mejillas y una ranura de tarjeta en su nuca) que condecoraban su rostro. Cargaba con un rifle en manos y una pistola enfundada en su cintura.

—¡Discúlpeme, señorito! —exclamó Gauchito en serbio y alzando los brazos en gesto de rendición. El mafioso caminó hasta estar frente a la reja, lo único que lo separaba de él—. Mi amiga y yo tenemos una cita con sus jefes. Por favor, déjenos pasar.

—¿Nombres? —preguntó el mafioso serbio.

—¿Tengo que repetirlos? —Gauchito sonrió con sarna— Hemos hecho misiones para ustedes por tres días. Imposible que no haya un solo miembro de este personal que no conozcan mi careta.

—Nombres, he dicho —dijo el mafioso con desdén.

Gauchito endureció el semblante en un ceño molesto. Rápidamente agarró por el cuello de su camisa al mafioso serbio, estampándolo contra las rejas, haciendo que deje caer el rifle y quitándole desde su punto ciego la pistola de su funda. Gauchito desenvainó su trabucó y apuntó el enorme cañón a la frente de un sorprendido serbio.

—Y yo te he dicho que tenemos una cita con tus jefes —maldijo Gauchito—, así que déjanos pasar o llevaré tu cadáver como señal de insubordinación.

El serbio asintió con la cabeza y Gauchito lo soltó. El serbio cayó al suelo de culo y se reincorporó en seguida, recogiendo su fusil. Tras él venía un nutrido séquito de mafiosos serbios, todos igual de bien armados con revólveres, pistolas y rifles de asalto, bajando de la escalinata de la entrada principal. El serbio al cual Gauchito azotó se volvió sobre sus pasos. El Gil lo llamó con un silbido y le mostró su pistola robada. El serbio, escandalizado, se la quitó y se la envainó a la cintura. En ese instante, las verjas empezaron a deslizarse de lado a lado.

—Tanto que tú querías ver a la Hija de la Muerte —murmuró Kenia, analizando con una mirada rápida al séquito de serbios. Alzó sus manos en gesto de rendición al igual que Gauchito—, pero yo termine viendo a Vector Rojas. Supongo que este es el carisma con el que Dante te conoció.

—Y será el mismo con el que me conocerán estos serbios... —Gauchito entró en el jardín. Kenia lo siguió. Ambos eran seguidos minuciosamente por los cañones de rifles empuñados por serbios que se encontraban a cada lado suyo. Ambos Giles se dirigieron hacia el nutrido grupo de serbios que los esperaban en el centro del sendero adoquinado— Ahhh, ¡señorito Danilo Stanimirovic! ¿Cómo está papá?

—Esperando —el capo serbio, vistiendo elegantemente con un esmoquin de corbata negra y un sombrero de ala ancha de la que manaban sus ondulados mechones negros, se volvió sobre sus pasos e hizo un ademán de mano para que lo siguieran—. Vamos.

—Toda la familia está reunida, ¿verdad que sí? —inquirió Gauchito, emprendiendo la marcha junto con Kenia, siendo seguidos en todo momento por los cañones de los rifles serbios detrás de ellos.

___________________________

8
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Kenia y Gauchito se vieron inmersos en un verdadero palacio. Atravesaron el zaguán, siendo embelesados por la decoración de estatuas de bustos, hechos de mármol y que representaban a dioses grecorromanos. Los recuadros neoclásicos contrastaban con los colores oscuros de las paredes. Las estancias eran iluminadas por lámparas cristalinas de diversos tamaños, que parpadeaban cuando una presencia caminaba por debajo de ellos. El interior de la mansión era tan opulenta que hasta de sus paredes emanaban olores perfumados exóticos, encarrilando las mentes de los dos Giles en recopilar toda la información que sabían de los Stanimirovic.

Una familia de mafiosos que, otrora, eran un poderoso brazo de los poderosos ''Ndrangheta antes de que estos fueran vapuleados por los Siprokroski.

Danilo Stanimirovic los dirigió hacia el segundo piso de la mansión hasta adentrarlos una gran sala de estar. En ningún momento, el séquito de militantes mafiosos dejó de seguirlos y atosigarlos con sus presencias hasta bien entrado en la sala, donde se desperdigaron por toda la estancia. La tensión en el rellano se acrecentó cuando Kenia contó a los militantes presentes. Eran más de veinte, todos armados hasta los dientes.

El joven Stanimirovic caminó rodeando los copiosos sofás hasta llegar a dos divanes en los que se sentaban dos hombres mayores. Las lámparas excímeros irradiaban sus luces ultravioletas por toda la estancia, reflejándose con especial resplandor en los rostros de los dos temerarios señores, ambos vistiendo con afluentes tuxedos. Uno de ellos tenía un tuxedo blanco con corbata negra, y fumaba un habano. El otro, de tuxedo negro con corbata blanca, leía un libro de poemas de Ovidio.

El del habano sopló una densa vaharada de humo al aire. El segundo cerró el libro, se encogió de hombros, y se volvió a verlos. Kenia y Gauchito no quedaron extrañados al ver los surcos de circuitos recorrer su rostro en zigzags. 

—Estos son especímenes raros —endureció el hombre del libro, dejando el objeto sobre una mesita para después fulminar a los dos Giles con una mirada mientras se acariciaba la barba blanca—. Siéntense.

Kenia y Gauchito caminaron con cuidado hasta tomar asiento en los sofás que estaban dispuestos al lado de los divanes donde estaban sentados ambos hombres. Danilo Stanimirovic tomó asiento en el tercer diván, justo al lado del hombre de la habana. Desde la perspectiva donde estaban sentados, Kenia y Gauchito veían a los tres Stanimirovic (Vitomir, Velimir y Danilo respectivamente) con irremisible solemnidad con tal de no mostrar ninguna falta de respeto en sus gestos corporales.

Para agilizar y familiarizar el ambientre, Gauchito habló:

—Hemos culminado todas las misiones, tal y como tú dijis...

Pero el Velimir, de extenuante barba blanca y sombrero de bordes dorados, lo acalló con tan solo alzar la mano. Gauchito Gil apretó los labios y se forzó a guardar silencio.

—Antes de saltar directo a los negocios —dijo, inclinándose hacia delante—, me gustaría que me respondieran esta pregunta con la mayor sinceridad del mundo. Y será mejor que no desvíen mi pregunta... —uno de sus ojos cambió de color, pasando de un marrón oscuro a un naranja brillante— porque no hay segundos chances esta vez. 

Kenia y Gauchito entrecerraron los ojos y se armaron de valor para no dejarse intimidar por el mafioso y preparándose para lo que les fuera a preguntar. Este último se acomodó sobre la silla, chasqueó los labios, y formuló:

—¿Quiénes son ustedes, en verdad?

Se hizo el silencio tremuloso, cargándose de tal tensión que pareció que ninguno de los dos Giles tuvo el valor de responder. Eso fue hasta que Gauchito Gil tomó las riendas de la situación, mintiendo carismáticamente:

—Somos simple y llanamente gentes del campo, de las Llanuras de Dragan —se señaló a sí mismo y a Kenia—. Solo nos tenemos a nosotros dos, como marido y mujer.

—Gentes del campo no tienen a su disposición armas tan particulares como las suyas —comentó Danilo, señalando con una mirada las armas que cargaba Gauchito y Kenia—. ¿Acaso iban para la guerra, o qué?

—Divertidamente, ahora lo mencionas —Gauchito sonrió, despreocupado—, nosotros hicimos partes de fuerzas auxiliares de la OTAN durante la Tercera Guerra Mundial. Eso explica lo sofisticado que somos a la hora de hacer misiones.

—Entonces son superhumanos —Vitomir fumó su habana y los señaló a ambos con el cigarro—. ¿Los dos?

—No —respondió Kenia con frialdad. Negó con la cabeza—. No somos superhumanos. Ni de nacimiento, ni por experimentos.

—Bueno, ¿a que eso no suena peculiar, hermano? —Vitomir cuchicheó risas.

—De la OTAN, ¿eh? —Velimir se masajeó las manos— Eso quiere decir que odian a los Siprokroski tanto como nosotros, ¿verdad?

—Ummm... —Gauchito miró con algo de nervios a la igual de confundida Kenia— ¿Supongo que debería...?

—Maddiux Siprokroski y su familia de vampiros pensaron que podían resolver el conflicto de Kosovo haciéndolo totalmente independiente de Serbia —el odio se acrecentó en la voz rasposa de Velimir, tanto que lo hacía sonar diez años más joven—. Nos puso bocales a todos, y pensó que con eso acabaría el conflicto.

—De no haber sido por la llegada de esos monstruos, esos Kaijus —Vitomir estrelló la havana contra una colilla—, habríamos estallado otra guerra en los Balcanes, pero esta vez contra los Siprokroski.

—Y ahora vienen y hacen lo mismo con la "Raion Kosovo" —a la mención de la provincia, Velimir hizo un ademán de entre comillas, y todos los mafiosos serbios alrededor de ellos carcajearon en grandes risotadas que hicieron que Gauchito y Kenia miraran su derredor, escandalizados—. Ah, estos rusos alcahuetes no aprenden de sus errores geopolíticos, ¿no lo crees?

—Ummmmm, ¡Sí! —Gauchito Gil aplaudió dos veces y agrandó la sonrisa en gesto de estar de acuerdo— Ahora que me mencionas todo esto, justo mi mente ha hecho una rebobinación de todo esto. Y sí, estoy de acuerdo en que se pasaron los Siprokroski.

—Me alegro que podamos estar de acuerdo en algo tan sensible como esto, ¿señor...?

—Konstantin Kostic.

—Valentina Kostic —dijo Kenia, alzando una mano como presentación.

—¿Y sabe qué me gustaría estar también de acuerdo? —dijo Gauchito, inclinándose hacia delante y mirando al mafioso serbio a los ojos— En nuestra recompensa por haber hecho todas estas misiones por usted.

De repente, todo el buen ánimo que se había construido hasta ahora con la pequeña conversación se desvaneció. Los rostros de los Danilo y Vitomir Stanimirovic se endurecieron, y flagelaron a ambos Giles con miradas prejuiciosas. Ni Gauchito ni Kenia se dejaron intimidar por las miradas de aquellos dos hombres. Velimir apaciguó las aguas mirando a su hermano y su sobrino de soslayo, haciendo que bajasen las miradas. Después fijó sus ojos anaranjados sobre Kenia y Gauchito.

—¡Les tengo una mejor proposición! —exclamó Velimir— ¿Qué tal si, en vez de irse al vertedero donde viven en Dragan, se unen a nosotros? Si tienen hijos, los podemos acoger en los barracones. Y a medida que vayan ganándose mejor mi confianza, hasta podrán hospedarse en la Mansión Marrón. Personas veteranas de la Tercera Guerra Mundial no deberían malgastar su tiempo buscándose una nueva vida en Kosovo, mucho menos en Rusia. Peor aún, allá en la Raion Rusa quizás hasta los traten de criminales de guerra, como lo hicieron con varios compatriotas míos.

A pesar de que la afabilidad de Velimir dio la impresión de amedrentar las tensiones iniciales, esto solo se aplicó para los propios serbios. Gauchito y Kenia se veían en un duelo mental, no si en decidir o no aliarse con ellos, sino en cómo salir de esta situación sin ofender al Don Serbio. A sus mentes llegaron las cientas de situaciones en las que se vieron inmersas similares a esta, en sus embates encarnizados contra las mafias de Argentina. Pensaron, y pensaron, hasta que el tiempo pasó tanto que Velimir les dijo:

—Pueden pensárselo, si quieren. Aunque... —negó con la cabeza y ensombreció el rostro— Poco o nada hay que pensar en una oferta tan buena para parias como ustedes, ¿no creen?

Gauchito apretó los labios y caviló profundamente su respuesta antes de lanzarla.

—Es... un honor muy grande el que nos haces, señor Velimir —dijo, y se llevó una mano al pecho—. En verdad que me halaga su proposición. Sin embargo... —negó con la cabeza— mi esposa y yo nos vemos en la obligación de rechazar su propuesta.

—¿Razón, motivo, causa, circunstancia...? —inquirió Vitomir mientras liaba otra habana y expulsaba una vaharada de humo densa, poniendo más tensa la situación.

—Porque nosotros nos juramos que no volveríamos a ser parte de actividades militares o ilícitas —dijo Kenia, respaldando a Gauchito—. Esta sería la excepción, pues no teníamos otra forma de conseguir lo que necesitábamos sin hacer este tipo de misiones.

—¿Y piensan irse con nuestro dinero a dónde...? —gruñó Danilo, el ceño fruncido y la mirada prejuiciosa.

—Aún no nos decidimos, pero será muy lejos de aquí —indicó Gauchito, el corazón palpitándole a mil por hora y sintiendo la primera gota de sudor caerle por la mejilla—. No nos volverán a ver, y tampoco hablaremos de esto con nadie. Eso se los aseguro, de veterano a veterano de guerra.

Danilo pareció estar a punto de hacer un movimiento brusco de pararse, pero su tío Velimir lo detuvo poniéndole una mano sobre su brazo y apretándolo con fuerza. Danilo cerró los ojos, se reacomodó sobre su sillón y cubrió sus ojos con el ala de su sombrero. Velimir se volvió hacia ellos, reclinando la espalda sobre el diván y haciendo resonar profundamente el mueble.

—Muy bien —dijo.

—¿Mmmm? —Gauchito enarcó una ceja. Kenia entrecerró más los ojos.

—Soy un hombre de palabra, más si se trata con otro veterano —Velimir esbozó su sonrisa "amigable". Señaló con su dedo la puerta que se hallaba detrás del sofá donde estaban sentados los Giles—. Mis muchachos han cargado el vehículo con el que vinieron aquí. No hace falta que cuenten los billetes; perderán tiempo con más de cinco maletines cargadísimos de fajos.

—Entonces... —Gauchito señaló la puerta con un brazo sin dejar de mirar al Don Serbio— ¿Nos da permiso de retirarnos?

—Pueden hacerlo. Hagan lo que quieran con el dinero. ¡Jubílense con una buena vida como veteranos que son!

<<Y allí ha revelado sus cartas>> Pensó Kenia, sintiendo una punzada de alerta en su corazón.

Gauchito le dio una palmada en la rodilla a Kenia, la sonrisa de oreja a oreja para ocultar su alerta mental también disparada por los aires; debió de notar el mismo mensaje entrelineas que ella. Ambos Giles se pusieron de pie, rodearon el sofá y se dirigieron hacia las compuertas traseras, las cuales dos mafiosos serbios las abrieron de par en par y empezaron a guiarlos por los angostos y exuberantes pasillos en dirección a la salida trasera de la Mansión Marrón.

Dentro de la sala de estar, los mafiosos serbios comenzaron a verificar las cargas de sus armas; recargaron sus pistolas y rifles con nuevos cartuchos, y comenzaron a manipular sus piezas cibernéticas de manipulación de redes, lo que hizo que cambiaran constantemente el color de sus ojos. En ese instante, Danilo Stanimirovic se paró de un salto de su silla y comenzó a caminar de un lado para otro, el rostro fruncido de la molestia imbatible.

—Entonces esos dos son lo que hemos sospechado que son, ¿verdad? —dijo Vitomir, inclinándose hacia su hermano.

—¡Pero por supuesto que lo son, papá! —exclamó Danilo, apretando los puños— ¡Son jodidos agentes del BIC! ¡Era demasiado bueno para ser cierto!

—¡Cállate, que te pueden oír! —lo regañó Vitomir, parándose de su diván y agarrando de los hombros a su hijo— ¿Acaso tú les viste que llevaban algún micrófono o un chip de grabación con tu inexistente ciberware, hijo?

—Probablemente también mintieron en lo de ser superhumanos —sugirió Danilo, mirando a su padre a los ojos—. No podemos dejar que se vayan, papá. ¡Se irán y lo reportarán todo a quién sabe que base de operaciones del Buró!

—No... dejemos que vayan.

Danilo y Vitomir se volvieron hacia Velimir, las miradas ensanchadas en expresiones de confusión y escándalo. El Don Serbio se reincorporó de su diván con movimientos parsimoniosos. Se arregló las mangas de su chaqueta, la corbata negra y suspiró profusamente. El aire alrededor del Don Serbio se congeló, producto de la rabia interina que poco a poco surgía de él.

—Dejemos que se vayan y que nos lleven a su basede operaciones —dijo. Apretó un puño, haciendo que sus dedos resonaran crujidosde sonidos cibernéticos en vez de huesos—. Cuando nos lleven allá, losmataremos a todos, testigos incluidos —se dio la vuelta y clavó su férreamirada resplandeciente sobre su hermano y sobrino, tan llena de rabia que hizoque ambos dieran un paso atrás y se quedaran boquiabiertos.

╔═════════ °• ♔ •° ═════════╗

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