Nuvanna || El Señor De Los An...

By Sailor-Moon_1

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La Tierra Media, de esplendor inconmensurable, árboles con hojas color verde oscuro, otros con hojas verde ti... More

✦.:🍄🌱↝Antes de Leer↜🌱🍄:.✦
✦.:🍄🌱↝ Playlist ↜🌱🍄:.✦
✦.:🍄🌱
✦.:🍄🌱↝Introducción↜🌱🍄:.✦
✦.:🍄🌱↝Arco Primero↜🌱🍄:.✦
¹✦.:🌱→ Un lugar desconocido
²✦.:🌱→ Entre plantas y sol
³✦.:🌱→ Advertencias y últimas despedidas
⁴✦.:🌱→ La Compañía del Anillo
⁵✦.:🌱→ Presentaciones
⁶✦.:🌱→ El Anillo va hacia el Sur
⁷✦.:🌱→ Un largo viaje inicia
⁸✦.:🌱→ Rumbo a Caradhras
⁹✦.:🌱→ Nieve y más nieve
¹⁰✦.:🌱→ La llegada a las Minas de Moria
¹¹✦.:🌱→ Tentáculos Viscosos
¹²✦.:🌱→ La Tumba de Balin
¹³✦.:🌱→ El Puente de Khazad-dûm
¹⁴✦.:🌱→ Llegada a Lothlórien
¹⁵✦.:🌱→ La Belleza de Lothlórien
¹⁶✦.:🌱→ Descanso en los árboles
¹⁷✦.:🌱→ El Espejo de Galadriel
¹⁸✦.:🌱→ Adiós Lórien
¹⁹✦.:🌱→ La disolución de la Compañía
✦.:🍄🌱↝Arco Segundo↜🌱🍄:.✦
²⁰✦.:🌱→ El Comienzo de un nuevo viaje
²¹✦.:🌱→ Fangorn
²²✦.:🌱→ Rumbo a Meduseld
²³✦.:🌱→ El Rey del Castillo de Oro
²⁴✦.:🌱→ El abismo de Helm
²⁵✦.:🌱→ El Camino a Isengard
²⁶✦.:🌱→ Saruman, Pippin y el Palantir
✦.:🍄🌱↝Arco Tercero↜🌱🍄:.✦
²⁷✦.:🌱→ Minas Tirith
²⁹✦.:🌱→ La última batalla
³⁰✦.:🌱→ La calma después de la tormenta
✦.:🍄🌱↝Epílogo↜🌱🍄:.✦
✦.:🍄🌱↝Agradecimientos↜🌱🍄:.✦

²⁸✦.:🌱→ Los Campos de Pelennor

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By Sailor-Moon_1


La sombra comenzaba a caer sobre Gondor, ese día Stella había salvado a Faramir hijo de Denethor de un Nazgûl fuera de las puertas de la ciudad. Stella se había mantenido vigilante el día anterior, pues el aire traía consigo una horrible sensación oscura, fue entonces que vio en el horizonte al enemigo, y salió a su encuentro.

Faramir había parecido sorprendido de descubrir que su rescatador era una mujer, pero a diferencia de Boromir no parecía tener un problema con esto. Finalmente y cuando hablaron ante el Senescal lo sucedido, Stella ardió en cólera nuevamente ante tan inflexible y severa relación entre padre e hijo, la terrible forma de tratar a Faramir que tenía Denethor. En esa conversación fue que la chica descubrió noticias sobre Frodo y Sam, que al parecer seguían el camino destinado, pronto transmitió estas a Gandalf.

...

Era la mañana del quinto día desde su llegada a Minas Tirith. Las cosas no habían ido a mejor, las mujeres, niños y ancianos habían sido resguardados en cámaras subterráneas, al igual que Denethor. La ciudad estaba siendo atacada desde el día anterior, estaban sitiados. Los fieles vasallos del Señor Oscuro se habían unido a la lucha, acompañados de orcos. Por suerte para Stella el Espectro, Servidor del Anillo, aún no aparecía.

La chica estaba en el primer frente, su vara larga en una mano y en la otra su espada, la que la había acompañado desde Rivendel. Estaba dispuesta a que este fuera su fin, por más agrio que le pareciese pues extrañaba con pesar a sus amigos, a Legolas.

La mujer había adquirido ahora el mando en la defensa última de la ciudad. Y por donde iba, renacían las esperanzas en los corazones de los hombres, y nadie recordaba las sombras aladas. Infatigable, la Istari cabalgaba desde la ciudadela hasta la Puerta, al pie del muro del norte a sur; y la acompañaba el Príncipe de Dol Amroth, en brillante cota de malla. Pues él y sus caballeros se consideraban todavía señores de la auténtica raza de Númenor. Y los hombres al verlos murmuraban palabras de asombro.

Los tambores retumbaban. Una tras otra, en el norte y en el sur, nuevas compañías enemigas asaltaban los muros. Unas bestias enormes, que a la luz trémula y roja parecían verdaderas casas ambulantes, los nûmakil de los Harad, arrastraban enormes torres y máquinas de guerra.

Las llamas saltaban por doquier. A través del campo reptaban unas grandes máquinas; y en medio de ellas avanzaba un ariete de proporciones gigantescas, como un árbol de los bosques de cien pies de longitud, balanceándose sobre unas cadenas poderosas. Largo tiempo les había llevado forjarlo en las sombrías fraguas de Mordor, y la cabeza horrible, fundida en acero negro, reproducía la imagen de un lobo enfurecido, y portaba maleficios de ruina. Grond lo llamaban, en memoria del Martillo Infernal de los días antiguos.

Arrastrado por las grandes bestias y custodiado por orcos, unos trolls de las montañas avanzaban detrás, listos para manejarlo en el momento preciso. Sin embargo, alrededor de la Puerta la defensa era aún fuerte, pues allí resistían los caballeros de Dol Amroth y los hombres más intrépidos de la guarnición. La lluvia de dardos y proyectiles arreciaba; las torres de asedio se desplomaban o ardían, consumiéndose como antorchas. Todo alrededor de los muros, a ambos lados de la Puerta, una espesa capa de despojos y cadáveres cubría el suelo; pero la violencia del asalto no cejaba, y como impulsados por alguna locura, nuevos refuerzos se precipitaban sobre los muros.

Batieron y redoblaron los tambores. En una fuerte embestida, unas manos enormes empujaron a Grond hacia adelante. Llegó a la Puerta. Se sacudió. Un gran estruendo resonó en la ciudad, como un trueno que corre por las nubes. Pero las puertas de hierro y los montantes de acero resistieron el golpe. Entonces el Capitán Negro se irguió sobre los estribos y gritó, con una voz espantosa, pronunciando en alguna lengua olvidada palabras de poder y terror, destinadas a lacerar los corazones y las piedras.

El Señor de los Nazgûl entró a caballo en la ciudad. Una gran forma negra recortada contra las llamas, agigantándose en una inmensa amenaza de desesperación. Así pasó el Señor de los Nazgûl bajo la arcada que ningún enemigo había franqueado antes, y todos huyeron ante él...Todos menos uno.

Stella trago con fuerza, trató de tragarse buena parte de su miedo. Había llegado el momento que más temía, las heridas de la batalla bañaban su cuerpo, su sombrero rojo, se perdió en el viento mientras avanzaba hacia el Señor de los Nazgûl. Sus piernas, cara y brazos tenían cortadas y heridas, una de las mangas de su ropa se habia rasgado por una flecha. Se irguió derecha, y avanzó.

No sabía por cuánto tiempo podría retenerlo, porque realmente no podía destruirlo sola, sus poderes no eran tan magníficos como los de Gandalf el Blanco, cuando él llegara (porque Stella tenía fe en que así fuera) él si podría destruilo, requeriría fuerza y lo dejaría cansado pero vivo y con vistas de recuperarse, en cambio Stella...

-No puedes entrar aquí -dijo Stella, y la sombra se detuvo - ¡Regresa al vacío! ¡Húndete en la nada que les espera, a ti y a tu Amo! ¡Vete!

El Jinete Negro se echó hacia atrás la capucha, y todos vieron con asombro una corona real; pero ninguna cabeza visible la sostenía. Las llamas brillaban, rojas, entre la corona y los hombros anchos y sombríos envueltos en la capa. Una boca invisible estalló en una risa sepulcral.

-¡Niña loca!- dijo - ¡Niña loca! Ha llegado mi hora. ¿No reconoces a la Muerte cuando la ves? ¡Muere y maldice en vano!

Y al decir esto levantó en alto la hoja, y del filo brotaron llamas, y Stella no se movió, en cambio alzó su espada y la hizo colisionar con la espada del Jinete Negro. Utilizó su fuerza y peso a su ventaja, logró hacerlo retroceder unos pasos, aprovechó entonces para rápidamente hacer chocar su bastón, el cual llevaba en la otra mano, con el suelo. Un chasquido sonó, y le siguió un fuerte viento, de un sauce cercano crecieron las ramas que se extendieron largas y se retorcieron alrededor de los pies del Jinete Negro.

El Jinete Negro no tardó en liberarse, pero Stella ya estaba preparada para su ataque, esta vez dos fuerzas mágicas colisionaron y cuando Stella sintió que su magia comenzaba a debilitarse, lo escuchó. Cuernos, cuernos, cuernos. Los ecos resonaban débiles en los flancos sombríos del Mindolluin. Grandes cuernos del Norte, soplados con una fuerza salvaje. Al fin Rohan había llegado.

Rápido el Jinete Negro cargó contra Stella, ella bloqueó el ataque pero eso no impidió que la espada cortara la carne de su cintura. Era apenas imperceptible de lejos, pero si la veían con atención se podía notar que oculto por el negro de sus ropajes de batalla la sangre empapaba la parte izquierda de su cintura.

Sin apenas emitir sonido, Stella trastabilló hacia atrás unos pasos pero aún dispuesta a pelear y a proteger. El Jinete Negro sin embargo tenía otros planes y río mórbido antes de alejarse de la Puerta y desaparecer, y Stella temió (con razón) que cuando regresara, que sería pronto, traería aún más enemigos.

Stella se dió la vuelta, a varios metros de ella se hallaban los cabellos de Dol Amroth:

- Cuiden la Puerta, debo evitar que cause más estragos - dijo Stella y los caballeros asintieron.

Y Stella avanzó a paso rápido al caballo que la había traído a Gondor, Azair. Con una sola palabra al animal, este se acercó a ella. Stella disponía a traspasar la Puerta sin miramientos cuando Pippin (quién había salido en su busca) se levantó, como si se hubiera liberado de un gran peso, y al escuchar las voces de los cuernos le pareció que el corazón le iba a estallar de alegría. Y nunca más en los largos años de su vida pudo oír el sonido lejano de un cuerno sin que unas lágrimas le asomaran a los ojos. Pero de pronto recordó la misión que lo había traído a la ciudad, y echó a correr hacia Stella.

-¡Stella! ¡Stella! -gritó Pippin, y Azair se detuvo.

-¿Qué haces aquí? - le preguntó Stella - ¿No dice una ley de la Ciudad que quienes visten de negro y plata han de permanecer en la Ciudadela, a menos que el Señor les haya dado licencia?

-Me la ha dado -dijo Pippin -Me ha despedido. Pero tengo miedo. Temo que allí pueda acontecer algo terrible. El Señor Denethor ha perdido la razón, me parece. Temo que se mate y que mate también a Faramir. ¿No podrías hacer algo?

Stella miró por la Puerta entreabierta, y oyó que el fragor creciente de la batalla ya invadía los campos. Apretó su agarre sobre la espada.

- Tengo que ir - dijo - El Jinete Negro está allí fuera, y todavía puede llevarnos a la ruina. No tengo tiempo.

-¡Pero Faramir! - gritó Pippin - No está muerto, y si nadie los detiene lo quemarán vivo.

-¿Lo quemarán vivo? - dijo Stella - ¿De qué hablas? ¡Habla, rápido!

-Denethor ha ido a las Tumbas - explicó Pippin - y ha llevado a Faramir. Y dice que todos moriremos quemados en las hogueras, pero que él no esperará, y ha ordenado que preparen una pira y lo inmolen, junto con Faramir. Y ha enviado en busca de leña y aceite. Yo se lo he dicho a Beregond, pero no creo que se atreva a abandonar su puesto, pues está de guardia. Y de todas maneras ¿qué podría hacer?

El silencio los envolvió hasta que que hobbit habló:

- ¿No puedes salvar a Faramir?

- Quizá pueda - contestó ella - otros morirán, pero si soy la única que puede ayudarlo, debo ir.

...

Cuando Stella abandonó la sala donde Denethor había decido poner fin a su vida, la jóven se dirigió rápidamente al campo de batalla, no sin antes haber enviado a Faramir a las Casas de Curación.

Al llegar al campo de batalla, su uniforme no tardó en teñirse de nuevo de la sangre del enemigo. Lo más rápido que pudo trató de acercarse al Jinete Negro, debía detenerlo. Cuando porfin se abrió paso, la cabeza del Nazgûl que este montaba, yacía en el piso, y el escudo del caballero, que pronto descubrió era Eowyn, estaba destrozado.

El Jinete Negro se alzaba sobre ella, apunto de atacarla, Eowyn mantenía la espada alzada, pero necesitaría ayuda para asestarle el golpe final al sirviente del Ojo sin Párpado. Stella alzó su vara larga, y pronto una fuerte luz dejó inmóvil por unos segundos, los suficientes para que con su ayuda, Eowyn terminara con el Jinete Negro, cumpliendo la profecía de Glorfindel.

...

El viento soplaba, la batalla aún continuaba, después de enviar a las Salas de Curación a Merry, Eowyn, Faramir y demás heridos. Stella ahora luchaba cerca del Harlond, junto a los Rohirrim.

Eomer hijo de Eomund, Tercer Mariscal de la Marca de los Jinetes, con quien se habían tropezado ella y sus compañeros cuando rastreaban a los hobbits, luchaba junto a ella.

Batallaban contra el enemigo cuando los centinelas a los lejos prorrumpieron en gritos desesperados:

-¡Los Corsarios de Umbar! -gritaron- ¡Los Corsarios de Umbar! ¡Mirad! ¡Los Corsarios de Umbar vienen hacia aquí!

Los hombres de Minas Tirith entraron en pánico, y algunos de los Rohirrim también parecieron alertarse pero mantuvieron la calma. Stella sintió que por un momento tenía el corazón en la garganta.

- Entonces ha caído Belfalas, y también el Ethir y el Lebennin - gritó un caballero junto a ella dando voz a sus pensamientos desbocados - ¡Los Corsarios ya están sobre nosotros! ¡Es el último golpe del destino!

Tenía que verlo con sus propios ojos, se dijo mientras trataba de acercarse a los centinelas y si este era el fin, debían batallar dignamente no como pollos sin cabeza. Todos estaban en un estado de pánico, algunos hombres, sin que nadie lo mandase, corrían a las campanas y tocaban la alarma; y otros soplaban las trompetas llamando a la retirada de las tropas.

Sus ojos se cruzaron con los de Eomer:

- ¿Crees...? - dijo tratando de formular la pregunta sobre su destino, ¿morirían?

Ambos miraban negra contra el agua centelleante, una flota de galeones y navíos de gran calado y muchos remos, las velas negras henchidas por la brisa.

- Solo hay una forma de saber.- le contestó Stella.

Entre ellos y el puerto había una compacta hueste de adversarios; y mientras tanto los nuevos ejércitos se arremolinaban en la retaguardia.

- Haré sonar el cuerno, los que puedan llegar hasta aquí formaremos un muro de escudos.

Stella asintió:

- Resistiremos, combatiremos a pie hasta que caiga el último guerrero - dijo Stella.

Cabalgaron, Eomer en su caballo y Stella en Azair, hasta una loma verde y allí plantó Eomer el estandarte, y el Corcel Blanco flameó al viento.

Se giró entonces Eomer a Stella:

- Milady, he de decir que he disfrutado combatir junto a usted, me disculpo por haberme introducido con mal pie cuando nos encontramos antes.

- Disculpas aceptadas, Eomer hijo de Eomund. - respondió Stella - He disfrutado de combatir juntos también y espero no sea nuestro fin, ni el de los Pueblos Libres.

Eomer miró otra vez las embarcaciones negras, y levantó la espada en señal de desafío, y Stella le siguió, pero entonces sintió que de las barcas sopló un aire, y ese aire era distinto del que esperaba, una polilla blanca se posó en la punta de su espada, y Stella comprendió, y una sonrisa se formó en su rostro, y miró extasiada a Eomer que parecía no entender aún y dijo:

- No es el enemigo el que viene en esos barcos, es nuestra salvación. La Batalla de los Campos de Pelennor está ganada. - y a la par que dijo esto, la primera nave se acercó lo suficiente para ver que había enarbolado un gran estandarte, que se desplegó y flotó en el viento, mientras la embarcación viraba hacia el Harlond.

Y un Árbol Blanco, símbolo de Gondor, floreció en el paño; y Siete Estrellas lo circundaban, y lo nimbaba una corona, el emblema de Elendil, que en años innumerables no había ostentado ningún señor. Y las estrellas centelleaban a la luz del sol, porque eran gemas talladas por Arwen, la hija de Elrond; y la corona resplandecía al sol de la mañana, pues estaba forjada en oro y mithril. Así, traído de los Senderos de los Muertos por el viento del Mar, llegó Aragorn hijo de Arathorn, Elessar, heredero de Isildur al Reino de Gondor. Y los Rohirrim y Stella estallaron en risas y en extasis.

Los ejércitos de Mordor estaban estupefactos, pues les parecía cosa de brujería que sus propias naves llegasen a puerto cargadas de enemigos; y un pánico negro se apoderó de ellos, viendo que la marea del destino había cambiado, y que la hora de la ruina estaba próxima.

Hacia el este galopaban los caballeros del Dol Amroth, empujando delante al enemigo: trolls, variags y orcos que aborrecían la luz del sol. Y hacia el sur galopaba Stella seguida de Eomer, y todos los que huían quedaban atrapados entre el martillo y el yunque. Pues ya una multitud de hombres saltaba de las embarcaciones al muelle del Harlond e invadía el norte como una tormenta. Y con ellos venían Legolas y Gandalf, y Gimli esgrimiendo el hacha.

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