Río Incendiado

By 17BrittanyCFrost

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Prólogo
1. Ceremonia de Unión.
2. La golodrina que era un dragón.
3. No todo está perdido.
4. El elfo que podía volar.
5. Escoria
6.Lo que eres.
7. Investigando
8. Secretos en la buhardilla.
9. Nosotros seremos tu familia
10. Padre Fuego
11. Peter Pan
12. Haciendo amigos
13. La fugitiva
14. El pequeño Oryll
15. La despedida
16. Vendaval
18. El Bosque de las Estatuas
19. El mejor regalo de cumpleaños
20. Desolación
21. Orgullo herido.
22. La Gran Alianza
23. Sacrificio
24. Agua y Fuego
25. La señal
Epílogo

17. Noticias

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By 17BrittanyCFrost

−¿Qué tal has dormido, querido?

−Mejor que en mucho tiempo, señora.−dijo Silvan.

Y era cierto. Quizá fue por el agradable olor de las sábanas, por la calidez de las mantas y el esmero que había en cada detalle de aquella casa.

−Me alegro mucho, ¿y el pequeñuelo?

−Daelie aún lo está despertando, es que le cuesta mucho levantarse. Es una de las razones por las que no quería que nos trajéramos de viaje a un dragón, pero bueno, se le acaba cogiendo cariño.

La mujer le sonrió con ternura.

−No creo que seas capaz de encariñarte tanto con alguien que no sea esa muchacha.

El chico se sonrojó.

−Creo que no la sigo...

−Pues yo creo que sí. Nadie en su sano juicio traspasaría la muralla más peligrosa del mundo porque una amiga quiere encontrar a su madre.

−Bueno, yo sí. Quiero decir, que estoy loco y es mi amiga, y haría cualquier cosa por verla feliz.

−Si quieres engañarte a ti mismo, adelante... pero yo sé que sientes algo fuerte por ella, lo supe desde que te vi por primera vez.

Él bajó la cabeza y sonrió, rendido.

−Qué vergüenza.

−¿Vergüenza? ¿Sientes vergüenza por querer a alguien tanto como para poner tu vida en semejante peligro por ella? Eso te honra, muchacho. Y te convierte en la única persona capaz de hacerla feliz.

‹‹Desgraciadamente hay alguien más que lo es...››

−No, lo que me da vergüenza es que cualquiera sea capaz de leer mis sentimientos.

−No cualquiera, jovencito. Sólo la gente que realmente se alegra ante la felicidad de los demás y se entristece con sus desgracias es capaz de ver lo que hay en el alma del resto.

−Y ella... ¿siente lo mismo? ¿Lo puede usted ver?

−Creo que no sería justo revelártelo, ¿no crees? Además, ¿hay algo más excitante que lo desconocido?

El chico suspiró, había sabido la respuesta mucho antes de que ella le respondiera de una forma tan evasiva. En ese momento, Daelie entró con Oryll subido a su cabeza, enmarañándole el pelo con las garras, lo cual interrumpió la conversación.

−Que alguien me quite a este diablillo de encima, por favor.

Silvan se rio y como pudo, logró que el travieso dragoncito se soltara de su pelo.

−Buenos días.−saludó ella, mientras se colocaba el cabello.−¿Cuándo iremos a la taberna?

−Pronto, querida, ya he preparado el desayuno. Sentaos, comed y después hablaremos.



−¿No entra con nosotros?−preguntó Daelie.

−Alguien tiene que quedarse con Oryll. Además, esto sólo es cosa vuestra. Acercaos con cuidado a algún grupo, pero con seguridad, algunos pueden resultar un tanto violentos. Si tenéis suerte, alguien os podrá dar alguna pista sobre dónde está tu madre.

−Bien, gracias. Volveremos pronto.

Los dos jóvenes entraron en la Taberna del Tifón Negro, mientras Willenai se quedaba sentada en los bancos de madera que había fuera, acariciando al adormilado dragoncito.

Dentro todo estaba más bien sumido en la penumbra. Había varias mesas y a pesar de ser temprano, ya estaba todo lleno de elfos un tanto desaliñados y que bebían como si la vida les fuera en ello.

−La verdad es que, mi parte humana, no puede creer que esto sea un reino de elfos... qué peste.−susurró Silvan.

Daelie sonrió.

−No es oro todo lo que reluce, o eso dice siempre tu padre.

Pronto se sintieron observados por multitud de ojos inquisitivos. Enseguida adivinaron que allí no eran demasiado bienvenidos los forasteros. Lo primero que hicieron fue buscar mesa. Eligieron una que estaba en una esquina y desde la que podían divisar al resto de los presentes. Pronto vino una elfo de aspecto igualmente desarreglado a tomarles nota. Willenai les había recomendado que pidieran algún licor fuerte para no llamar la atención más de lo necesario y eso hicieron, aunque no tenían la más mínima intención de emborracharse a las once de la mañana. Después de que se lo trajeran, comenzaron a barajar posibilidades mediante susurros.

−¿Qué te parecen esos cuatro de ahí?−le propuso Silvan.−No tienen pinta de conflictivos.

−Sí, pero aún no hagamos nada, observemos a los demás.

Pasaron así unos veinte minutos, fingiendo que hablaban entre ellos, pero vigilando por el rabillo del ojo lo que hacían los demás. En una mesa del centro había un grupo de seis elfos orondos jugando a un extraño juego de cartas, y que armaban mucho escándalo. Junto a la chimenea había un tipo extraño y sombrío, que había decidido no quitarse su capa de viaje y que cubría su rostro con una capucha. De él sólo se distinguía una barba larga y blanca. Había, también, dos viajeros pýronums, que por las canciones que berreaban, se notaba que llevaban bebiendo desde primera hora de la mañana.

−Bien, ¿a quién crees que deberíamos acercarnos primero?−preguntó Silvan.

−Yo voto por el de la chimenea.

El chico puso un gesto de repugnancia.

−No sé yo... eso de que no se haya quitado la capa no me inspira confianza.

−Pero por el color de su barba seguro que se trata de alguien bastante mayor, recuerda que a los elfos no nos salen canas hasta que han pasado, por lo menos, seiscientos años de vida. Y eso quiere decir que sabrá muchas más cosas que el resto.

−Hazme caso, ese seguro que es algún mercenario retirado, y uno no se acerca a un mercenario a no ser que sea para recompensarle por un trabajo bien hecho. Yo creo que será mejor empezar por el grupo silencioso de ahí, no parecen haber bebido tanto como los demás.

−Como quieras.−dijo Daelie, levantándose.

Cruzaron en diagonal la estancia y se dirigieron hacia allí.

−Disculpen.−dijo ella, al ver que Silvan no se animaba a saludar primero.

Los cuatro elfos se volvieron hacia ella y la miraron de pies a cabeza. Unas sonrisas burlonas se dibujaron en sus rostros y a Silvan eso no le gustó nada.

−¿Qué se le ofrece a una preciosidad como tú en una taberna como esta?−preguntó uno.

−Mi amigo y yo nos estábamos preguntando si podríamos unirnos a ustedes. Somos nuevos en la ciudad y nos agradaría algo de compañía.

Los cuatro extraños miraron a Silvan y se rieron.

−Si ese mestizo se marcha, puedes sentarte con nosotros y tener toda la compañía que quieras...−dijo otro y sus camaradas lo corearon con una risotada.

Sin decir nada, Daelie dio media vuelta.

−¿Qué te había dicho? No hace falta ir siempre a lo fácil.−le dijo ella a Silvan, mientras se alejaban.−No es oro todo lo que reluce.−repitió.

−Bueno, vale, me confundí con ellos. ¿Quién iba a pensar que ...?

Pero la chica ya no le escuchaba. Había clavado sus ojos en el misterioso sujeto que estaba sentado junto al fuego, y sin oír las razones de su amigo para no acercarse a él, dio unos pasos adelante, temerosa. Luego se detuvo.

−No lo hagas, ese tío no tiene buena pinta.

−Y esos la tenían y mira, resulta que son unos borrachos pervertidos. Déjame que me guíe por mi instinto por una vez.

Se aproximó al extraño, que enseguida los detectó y se puso en tensión.

−Disculpe, señor... ¿Podríamos compartir el fuego con usted?

Unos instantes después vieron que se relajaba y asentía, aunque no se quitaba la capucha. Los dos acercaron dos banquetas y se sentaron enfrente de él. El silencio entre los tres era tan fuerte que ni una sierra hubiera podido cortarlo. Silvan se balanceaba de atrás adelante, nervioso y Daelie repiqueteaba sus dedos sobre su falda.

−Hablad de una vez.−dijo el extraño, de voz ronca un tanto forzada, que parecía camuflar la de verdad.−¿Qué se os ofrece?

Los dos jóvenes se miraron, y Daelie decidió hablar.

−Estamos buscando a alguien...

−Lo sospechaba. Nadie se acercaría a un vejestorio solitario sólo para compartir el calor del fuego, vaya una excusa más mala.−dijo, burlón.−¿De quién se trata?

−De una pýronum... no sé si habrá oído hablar de ella. Se escapó hace un tiempo de la prisión de Isalia y desde entonces está en paradero desconocido. Su nombre es Faelsi.

−¿Sois soldados encubiertos y estáis investigando su desaparición?

Los dos volvieron a cruzar una mirada, pues no sabían si revelarle toda la verdad a aquel completo extraño.

−No, señor.−intervino por fin Silvan.−Tenemos que reunirnos con ella, es algo importante. Alguien nos dijo que esta taberna es el lugar donde más información circula en la zona, por eso pensamos que quizá alguien de aquí podría ayudarnos.

−Lamentablemente no soy de aquí.

Silvan se levantó, dando por sentado que la conversación había terminado.

−Pero eso no quiere decir que no sepa cosas...

El muchacho volvió a sentarse, molesto, algo le decía que aquel brujo, elfo o lo que fuera les estaba tomando el pelo.

−¿Qué quiere a cambio de la información, señor? Tenemos dinero y podríamos pagarle bien por ella.−dijo Daelie.

−No quiero dinero, es la manera más asquerosa que existe de pagar por un servicio.

−Entonces, ¿qué quiere a cambio?−preguntó la chica, desconfiada.

−Que cuando encontréis a Faelsi, vengáis a verme con ella a Herlanis.

De pronto reconocieron su voz disfrazada.

−¿Oswald?−susurró Daelie, pues a pesar de su impresión, era consciente de que si estaba ocultándose era por algo.−¿Eres tú?

El hombre asintió, y sonrió para sí porque ella lo tuteaba. Silvan y Daelie suspiraron, aliviados.

−¿Qué está haciendo aquí? ¿Y a qué viene el numerito del tipo oscuro al lado de la chimenea?−preguntó Silvan.

−He venido a avisaros de unas cosillas que he averiguado... pero nadie debe verme porque me echaron del Reino del Viento hace mucho tiempo.

−¿Y cómo sabías que estábamos aquí?

−Parece mentira que a estas alturas aún no sepas que las estrellas y yo hablamos muy a menudo. No saben guardar un secreto, y menos si se trata de ti, muchacha.

−Bueno... ¿y qué es lo que has averiguado sobre mi madre?

−Que estuvo aquí, de hecho fue el primer sitio al que huyó cuando se fugó de la cárcel de Isalia.

−Sabía que teníamos que habernos ido antes de esa ciudad...−dijo Silvan, y sonó más como un reproche que como un simple comentario.−¿Y sabe usted adónde fue después?

− Un amigo que tengo en Murna me informó de la llegada de una elfo a esas tierras hace unas semanas, lo cual es un hecho insólito teniendo en cuenta lo lejos que está esa región.

−¿Murna? ¿No es ese el país de los centauros?−preguntó Daelie.

−Exactamente.

−¿Y le dijo su amigo cómo era esa elfo?

−Dijo que era pelirroja, no dio más detalles, pero me juego la mano derecha a que se trata de ella.

−Estoy seguro de que sí... es el mejor escondite para alguien que huye de los elfos.−dijo Silvan.−Muy fuerte tendría que ser el crimen cometido por el prófugo para que cualquier elfo se dignara a ir tan lejos a capturarlo. Es muy lista.

−Sí...−dijo Daelie, en un susurro.−Pero jamás lograremos llegar hasta Murna andando, ¡tardaríamos, como mínimo, medio año! Se habrá marchado de allí para entonces...

−Las estrellas también me han dicho que tenéis una cría de dragón. No tardará en hacerse grande, quizás dos meses. Entonces podréis montarlo e ir volando a todas partes.

−¡No podemos perder tanto tiempo!−exclamó la chica.

−Daelie, piénsalo... aunque compráramos caballos o unicornios no sería una gran diferencia a ir andando hasta la tierra de los centauros. Si esperamos a que Oryll se haga mayor, quizá podamos llegar allí en menos de un mes.

La chica suspiró, resignada, desgraciadamente no podían hacer otra cosa.

−¿Tenéis lugar donde quedaros aquí?

−Sí, una señora muy amable nos ha acogido.−respondió Daelie.

−Bien, pues volved allí y esperad a que el dragón haya crecido. No llaméis demasiado la atención, recordad que aún no estamos lejos de Isvalis.

Los dos asintieron.

−¿Usted qué va a hacer, Oswald?

−Regresar a Melasiv en cuanto haya resuelto unos asuntos por aquí.

−¿Cruzaste Verädhem para llegar hasta aquí?−preguntó la chica.

−No estoy tan loco como vosotros.

Los dos se rieron.

−Verädhem sólo separa Melasiv de Isvalis, de manera que sólo tuve que dar un gran rodeo para llegar aquí.

−Gracias por arriesgarte y venir para decirnos esto.−le dijo Daelie, cogiéndole de las manos.−Te prometo que nos veremos en Herlanis y Te contaremos todo... e intentaré convencer a mi madre para que puedas conocerla.

−Fantástico. Tened cuidado, muchachos.

−Lo tendremos.

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