6.Lo que eres.

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Y allí la encontró Silvan, tirada en el río como si una flecha la hubiese alcanzado de lleno. No había tenido fuerzas para levantarse. El agua hacía rato que había apagado las llamas de su brazo y calmaba el dolor de sus heridas, pero en esos momentos, Daelie se quería morir. Por supuesto, cuando el muchacho la vio, se tiró al agua para sacarla de ahí, alarmadísimo. La cogió en brazos y ella se dejó hacer. La depositó suavemente en el césped, tenía la mirada perdida en el cielo nocturno, la boca entreabierta, pero seguía respirando rítmicamente. Silvan le pasaba la mano por delante de la cara, pero ella no reaccionaba.

‒¡Daelie, despierta!‒ la sacudió suavemente.‒¿Qué te ha sucedido?

Entonces reparó en su brazo herido, y miró hacia todas direcciones buscando al desalmado que se había atrevido a hacer semejante atrocidad. Nuevas llamas surgieron del brazo, aunque no tan violentas, y Silvan no supo que hacer. El corazón le latía a mil por hora, cada vez se ponía más nervioso al ver que su amiga no despertaba de su trance. Le puso la mano en la cara, con timidez, pero el contacto tampoco le hizo reaccionar. Entonces, se le ocurrió una idea. Le tapó la boca y le cerró las fosas nasales. Tres segundos más tarde, se incorporaba y tosía algo de agua. Él la liberó, y dejó que tomara conciencia de su alrededor. El fuego de su brazo retrocedió. Cuando acabó de toser, le miró, con las lágrimas aún en los ojos y lo abrazó, asustada. Él se sorprendió por su reacción, pero pronto le correspondió el abrazo.

‒¿Quién te ha hecho esto?

‒No lo sé... estaba aquí y de repente han aparecido tres elfos encapuchados. Sus voces me eran familiares, quizás fueran alumnos de la Escuela de Artes Élficas. Me agarraron y uno de ellos me hizo cortes en el brazo, cuando salieron llamas de mi sangre, se asustaron y me arrojaron al arroyo... después perdí la consciencia de todo, veía y no veía a la vez... ¿Me entiendes?

‒Creo que sí. Estás sufriendo una conmoción. ¿Te duelen mucho los cortes?

‒No, pero me duele mucho el hecho de que ahora en mi brazo aparezca esta palabra tan infame.

‒Se te curará, seguro.

‒No sé yo. Los cortes son profundos... se me quedará la cicatriz. Nunca quise hacerme un tatuaje, y fíjate ahora.

Él la cogió en brazos.

‒¿Qué haces?

‒Te llevaré a casa.

‒No es necesario...

‒No digas tonterías, aún tiemblas como una hoja. ¿Crees que te dejaría volver sola en estas circunstancias?

Ella sonrió, y se recostó contra su hombro. No contestó, simplemente dejó que su amigo la alejara de aquel lugar ahora lleno de horror y miedo.

Silvan había pasado la noche entera despierto, sentado en las fuertes ramas de uno de los árboles del jardín de la casa de Daelie, vigilando los alrededores. Quería asegurarse de que esos desgraciados no volvían a tocarle ni un pelo. De hecho, se había pasado buena parte de la noche culpándose así mismo por no haber llegado antes. Si los hubiera pillado, les habría arrancado la cabeza. Cuando los tormentos de la culpa se disiparon, se dio cuenta de que con lo sucedido, no le había contado nada a su amiga sobre su conversación con Oswald. Aunque tampoco es que le hubiera dado una respuesta concreta, y eso le hizo reflexionar. Cada hipótesis que se le ocurría era más absurda que la anterior, pero alguna explicación tenía que haber para el fuego que habitaba dentro de Daelie. Al rayar el alba, Daelie salió por la puerta. Llevaba en un saco la comida de los unicornios. Silvan bajó de inmediato a ayudarla.

‒¿Se puede saber qué haces? ¡Tienes el brazo herido!

‒Calla, no tan alto, mis padres no se pueden enterar.

Río IncendiadoWhere stories live. Discover now