13. La fugitiva

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‒¿Así que... estáis en Isalia?‒ susurró Adanel.

‒Sí, estamos bien.

‒Aún no me puedo creer que lo hayáis hecho.‒dijo la acongojada voz de Ethel.‒¡Pudieron haberos matado!

Silvan y Daelie cruzaron una mirada en la que decidieron que sería mejor omitir los detalles de lo que les pasó al cruzar, así les ahorrarían sufrimiento.

‒Pero no lo hicieron.‒contestó Silvan, acercándose al cuenco de agua que sujetaba Daelie.

‒Nos ha acogido una familia de pýronums... no son tan malos como creíamos.

‒De todas formas, no os fieis demasiado.‒dijo Adanel, con un tono severo.‒Tenéis que ser muy precavidos.

‒Tranquilos, yo me encargo de tener a esos sangre caliente vigilados.

‒Eres un exagerado.‒le dijo Daelie.‒En cualquier caso, no os preocupéis. Estamos bien, y podremos comunicarnos siempre que queramos.

‒No hay más remedio, supongo que no podías ser feliz aquí.‒dijo Ethel, y sonó un poco como un reproche.

Pero Daelie no se lo tomó a mal, sabía cuánto la quería.

‒Siento no haber contado contigo para hacer algo así, pero sabía que no me dejarías salir de vuestra casa en cuanto fuera a contártelo. Y lo entiendo, yo también hubiera hecho lo mismo en tu lugar.‒contestó, comprensiva.‒Pero siento que esto es lo que tengo que hacer... nada me haría más feliz que encontrar a mi madre, poder conocerla, hablar, sentir su tacto... Ya sabes que, por mucho que naciera en Edhelia, no pertenezco allí. En realidad no pertenezco a ningún lado, no tengo ataduras ni aquí ni allí donde estáis vosotros. Lo más probable es que cuando encuentre a Faelsi, me vaya a vivir con ella lejos, muy lejos de aquí, donde no haya murallas ni barreras.

Aquellas palabras, lejos de tranquilizarles, aumentaron aún más su pena... y Silvan fue dolorosamente consciente entonces de que algún día él tendría que volver con sus padres y alejarse de Daelie. Si su deseo era irse a vivir con su madre, no sería él quien estorbaría.

‒En ese caso no nos queda más que desearos mucha suerte.‒dijo Adanel.‒Tened mucho cuidado. Mantenednos al corriente de todo, ya sabéis que siempre podréis contar con nuestra ayuda.

‒Muchas gracias.‒dijeron ambos, sonriendo y cortaron la comunicación.

Los dos muchachos se quedaron en silencio. Una lágrima resbalaba por la mejilla de Daelie, pero ella sonreía. Su mano buscó la de su amigo y él se la oprimió.

‒Tranquila, estás haciendo lo que debes.‒le susurró.

Ella asintió y se secó la lágrima, luego le pasó el cuenco a Silvan.

‒Llama a tus padres, estarán muy preocupados.

Dicho esto, se levantó del suelo y salió del dormitorio.

 Era muy temprano, pero con lo madrugador que era, no esperaba encontrarse a Nevin durmiendo aún, acurrucado en el suelo del comedor. Él mismo había decidido cederles a ellos dos su dormitorio, ya que él podía descansar en cualquier parte. La muchacha se quedó de pie en silencio, contemplando cómo su ligera respiración hacía subir y bajar su pecho. Un mechón de pelo rubio le caía justo encima de los ojos, pero aquello no parecía perturbar su profundo sueño. La mirada de Daelie se centró después en las puntiagudas y largas orejas del elfo, e instintivamente se acarició las suyas. Para ser medio pýronum, no las tenía tan largas. Había salido al bueno para nada de su padre. Como si tuviera una especie de sensor, el chico se sintió observado y se despertó, lo cual sobresaltó a la muchacha y la hizo ruborizarse. Pero él le dedicó una sonrisa, con los ojos entreabiertos.

Río IncendiadoOù les histoires vivent. Découvrez maintenant