14. El pequeño Oryll

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‒¿Dónde se han metido esos dos? ‒preguntó Nevin, al llegar a casa.

Venía cargado de alimentos recién saqueados del mercado y sus hermanas corrieron a ayudarle.

‒No lo sabemos, se fueron esta mañana bien temprano, y aún no han vuelto.

El chico comenzó a preocuparse, ya estaba bien entrada la tarde. Si fueran otros, no le importaría que caminaran a sus aires por la ciudad, pero ellos eran más nerephins que otra cosa, no conocían el entorno ni las costumbres de los elfos de fuego.

‒Es ya muy tarde, iré a buscarles. ‒dijo abriendo las ventanas del comedor. ‒Quedaos aquí, espero volver pronto con ellos.

Y dicho esto, el elfo se alejó volando.

‒Si tuviera fuerzas para volar, podría elevarnos y buscar la casa... ‒dijo Daelie, con voz muy débil.

Iba agarrada a caballo sobre la espalda de Silvan, cuya frente ya chorreaba de sudor. Llevaban muchas horas dando vueltas sin sentido. El chico no quiso reconocerlo, pero se había desorientado. No preguntaron a nadie porque no querían descubrir el secreto de la casa de sus tres anfitriones.

‒No te preocupes, no puede estar muy lejos.

Caminaban por una calle principal, que a pesar de que comenzaba a anochecer, estaba muy concurrida. No sabían que toda esa gente iba o venía de rezarle al Padre Fuego al templo, por tanto tuvieron que esquivar a muchísimos elfos que los miraron extrañados.

Entre la multitud, Silvan tuvo el disgusto de reconocer una cara: la del tendero fondón del puesto de ropa que saqueó junto con Nevin. Trató de ocultarse como pudo, pero tal y como estaba llevando a Daelie sobre su espalda, le llamó atención y él también le reconoció.

‒¡Eh, tú! ¡Ladronzuelo de tres al cuarto! ‒le gritó, encabritado.

Silvan echó a correr, empujando a la gente. Aunque el peso de Daelie era liviano, correr con ella a cuestas después de haberla llevado así durante toda la tarde, le resultó una tarea muy ardua. Y, para su desgracia, el tendero era capaz de apartar a muchísima más gente con su enorme barriga y sus fuertes brazos.

‒¡Vuelve aquí, rata! ¡Al ladrón! ¡Al ladrón! ‒ gritaba.

Daelie no entendía nada.

‒¿Qué ocurre, Silvan? ¿Por qué ese hombre nos persigue? ¿Por qué te llama ladrón?

‒Si salimos vivos de esta, ya te lo explicaré todo después. ‒contestó el muchacho, casi sin aliento.

Su perseguidor estaba cada vez más cerca, ya casi podía rozarles con la punta de sus dedos.

‒Ya os tengo. ‒dijo, con una sonrisa de satisfacción.

Pero entonces, y sin que él se diera cuenta, los dos fugitivos se alzaron hacia el cielo. Al pararse de repente, alguien que pasaba con prisa por su lado, le pisó la melena castaña, resbaló y los dos se fueron al suelo, provocando en el gentío un pequeño efecto dominó. Todos dirigieron sus miradas hacia las alturas, para descubrir que un elfo rubio y desgreñado, que todos conocían muy bien, sostenía a duras penas por los brazos a los otros dos.

‒¡Me las pagaréis, malditos! ‒gritó el tendero, alzando su puño hacia ellos. ‒¡Ya nos veremos las caras!

‒Cuando quieras, gordinflón. ‒exclamó Nevin, burlón.

Daelie, que ya se sentía un poco mejor, hizo acopio de fuerzas y levitó por su cuenta. De esa manera, ella y Nevin pudieron llevar consigo a Silvan de vuelta a casa. No dijeron nada en todo el vuelo.

Río IncendiadoWhere stories live. Discover now