9. Nosotros seremos tu familia

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Allí la encontró Eberon horas más tarde, cuando ya amanecía y él subía a su visita diaria para ver los recuerdos a la luz del alba que despuntaba. Daelie estaba tumbada sobre el alféizar de la ventana, rodeada de las cartas y de los sobres, mirando hacia la luna llena. No le hizo falta girar la cabeza para saber que allí estaba su padre. En lo que fue una especie de murmullo amenazador, la joven le preguntó:

-¿Cuándo pensabas decírmelo?

Se hizo el silencio de nuevo, hasta que Eberon lo rompió con una frase igual de sencilla que de estúpida:

-Así que al final te has enterado...

Ella sintió que su indignación crecía por momentos, se levantó con brusquedad y se giró hacia él, dejando ver sus ojos hinchados y los lagrimones que aún caían sobre sus mejillas.

-Todos estos años... has permitido que una mujer que no era mi madre y que su maldita prole me humille y maltrate... Y aunque hubieran sido mi familia, ¿cómo has podido hacerme algo así?

Por primera vez en su vida, Daelie vio un rastro de emoción en los ojos de su padre... algo así, parecido a la melancolía, al dolor. Y de algún modo se alegró de saber que quedaba algo del Eberon que sentía algo, que el elfo de las cartas seguía vivo en alguna parte.

-Aunque tú no participaras en sus insultos, en sus golpes y zancadillas... con tu maldito silencio has ayudado a que me sienta como una escoria.-dijo, mostrándole los cortes de su brazo.

-Hija... yo, lo siento mucho... pero en parte por eso, tu madre, Faelsi, no quería que supieras la verdad. Quería protegerte.

-¿Protegerme?-repitió, sarcástica.- ¿Dejándome al cargo de un padre totalmente ausente y de una arpía? ¿Abandonándome?

-Has leído esas cartas, sabes que Veradhëm se construyó entonces, no hubieras podido quedarte con ella. Sé que has sufrido mucho, pero...

-¡Qué sabrás tú! ¡Tú no sabes nada! ¡Deja de hablar como si me conocieras, porque aunque seas mi padre, nunca te has tomado la molestia de saber cómo soy...!

Eberon se quedó en silencio, luego se atrevió a susurrar:

-Tu madre y yo también sufrimos al tener que separarnos, nos amábamos de verdad.

Pero ella no quiso escucharle.

-Más que por protegerme... lo hiciste para acallar rumores, ¿no? Te casaste con una intransigente nerephin y fingiste que era hija de ella para que nada te salpicase. Y lo conseguiste. Si no fuera por estas cartas, habría pasado el resto de mi vida creyendo que esa víbora era mi madre.-hizo una pausa y continuó.-Para ti sólo soy un efecto colateral de un desliz.

-¡No es verdad! Nosotros queríamos tenerte. Veíamos en ti la esperanza de que algún día los elfos de agua y los de fuego se reconciliasen... la culpa fue de esa maldita muralla.

Ella se llevó las manos a la cabeza, le palpitaban las sienes.

-¡Calla! ¡No quiero oír una sola palabra tuya más!.-se bajó del alféizar de un vigoroso salto y lo miró, y con odio destilando en cada sílaba, añadió- Mírame de arriba abajo, padre, recuerda mis facciones y las lágrimas que he derramado. Es lo último que vas a ver de mí.

Pasó por su lado de camino a la puerta que se había quedado abierta, y él, cabizbajo y sin fuerzas, una vez más, no hizo nada. Ni si quiera intentó detenerla.

-Ninialam.-susurró ella, antes de salir.

Él no respondió, sólo apretó los puños y se sintió más miserable que las ratas que lo miraban con curiosidad entre la mugre.

Río IncendiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora