Record of Ragnarok: Blood of...

By BOVerso

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Los diez milenios de existencia de la humanidad estarían por terminar por la mano de sus propios creadores. ... More

ꜰᴀʙᴜʟᴀ ᴍᴀɢɴᴜᴍ ᴀᴅ ᴇɪɴʜᴇɴᴊᴀʀ
ӨBΣЯƬЦЯΛ
Harā'ēkō Bud'dha
Buddh Aur Daakinee
Taantrik Nrty
Tur Arv Valkyriene
bauddh sapane
Vakning einherjar
Yātrākō antya
Interludios: El Presidente, la Princesa y el Jaguar
Interludios: Los Torneos Pandemonicos
Interludios: Los Reclutadores y los Nipones
Libro Uno: Los Viajes de Uitstli
Ayauhcalli Ocelotl
Quezqui Acalpatiotl
Tlachinolli teuatl
Kuauchili Anxeli
Amatlakuiloli Mapachtlan
Teocuitla coronatia
Olinki Yaoyotl
Huey Tlatoani
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 1)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 2)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 3)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 4)
Interludios: La Reina, el Semidiós y los Reclutadores
Huallaliztli Yehhuatl Teotl
Yaoyotl Ueytlalpan (Ajach 1)
Yaoyotl Ueytlalpan (Ajach 2)
Inin Ahtle To tlamilistli
Maquixtiloca Teótl Innan (Ajachi 1)
Maquixtiloca Teótl Innan (Ajachi 2)
Etztli To Etztli (Ajach 1)
Etztli To Etztli (Ajach 2)
Cocoliztli Neltiliztli (Ajachi 1)
Cocoliztli Neltiliztli (Ajachi 2)
Ilhuitl Onaqui Cuauhtli Ahmo Inin (Ajach 1)
Ilhuitl Onaqui Cuauhtli Ahmo In in (Ajach 2)
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕱ø𝖗𝖘𝖙𝖊 𝖗𝖚𝖓𝖉𝖊
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕯𝖊𝖓 𝖆𝖟𝖙𝖊𝖐𝖎𝖘𝖐𝖊 𝖇ø𝖉𝖉𝖊𝖑𝖊𝖓 𝖔𝖌 𝖉𝖊𝖓 𝖘𝖛𝖆𝖗𝖙𝖊 𝖏𝖆𝖌𝖚𝖆𝖗𝖊𝖓
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖆𝖟𝖙𝖊𝖐𝖎𝖘𝖐𝖊 𝖚𝖙𝖓𝖞𝖙𝖙𝖊𝖑𝖘𝖊𝖗
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕭𝖑𝖔𝖉𝖘𝖚𝖙𝖌𝖞𝖙𝖊𝖑𝖘𝖊
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖍𝖊𝖑𝖛𝖊𝖙𝖊 𝖐𝖔𝖒𝖒𝖊𝖗 𝖋𝖔𝖗 𝖔𝖘𝖘
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖙𝖎𝖉𝖊𝖓𝖊𝖘 𝖘𝖙ø𝖗𝖘𝖙𝖊 𝖗𝖆𝖓
Tlatzompan Tlatocayotl
Libro Dos: La Pandilla de la Argentina
Capítulo 1: Los Vigilantes
Capítulo 2: Los Mafiosos
Capítulo 3: Cuatro Días Perdidos
Capítulo 4: Renacidos Sin Cobardía.
Capítulo 5: Pasar Página
Capítulo 6: Bajo la mirilla
Capítulo 7: Adiós, Sarajevo
Interludios: Academia de Magos y Hielo de Gigantes
Interludios: El Flash de Helio
Interludios: La Maldición del Hielo Primordial
Capítulo 8: Economista... Pero, en esencia, Moralista.
Capítulo 9: Nueva vida, nuevos desafíos, nuevos enemigos.

Yaocihuatl

19 11 2
By BOVerso

Mujer Guerrera 

┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓

🄾🄿🄴🄽🄸🄽🄶

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Uitstli soñaba con el tormentoso pasado. Un pasado remoto. Un pasado del cual creía haberse sobrepuesto... pero en realidad aún no superaba.

La oscuridad que lo rodeaba era perpetua. Sin tiempo, ni espacio, ni cuerpo tangible, ni sonidos, ni olores... era como estar vagando en el limbo de su propia inconsciencia. De repente, se comenzó a producir sonidos; inteligibles al principio, emitiendo ecos de aquí para allá que parecían querer formar palabras. AL mismo tiempo empezaron a aparecer sombras que, al ritmo de los sonidos, coordinaban sus movimientos con los ecos, comenzando así a reproducir lentamente algunos momentos de su vida más lejanos. Como un reproductor de video dañado, las memorias de Uitstli se intercalaban unas contra otras, luchando en total desesperación por ver cuál era la imperante.

Oyó voces de sus antiguos maestros de guerra dando órdenes, de sus compañeros de armas dando indicaciones, de los tenientes al mando de la protección de Tenochtlitan organizando estrategias, de sus enemigos españoles insultándolo mientras los perseguían por los bosques llorosos, de los sacerdotes de Mictlán maldiciéndolo mientras conjuraban sus jaurías contra él...

Los ecos empezaron a eclosionar al incrementar su velocidad y fusionarse de a poco. Las sombras se movieron con una rapidez pasmosa igual, hasta el punto en que Uitstli ya los perdía con la vista. La forma de las sombras regresó al cabo de unos segundos, pero esta vez volviéndose un borrón que pasaba a través del rabillo de sus ojos. Como si estuviera cayendo verticalmente a lo largo y ancho de un túnel que excavaba hacia la Tierra Hueca, siendo succionado por su gravedad e inducido hacia las más profundas memorias que había enterrado en lo más profundo de su ser.

Uitslti comenzó a comprender esta caída por su subconsciente como el comienzo de su letanía de memorias. Las sombras se arremolinaron a su alrededor, adquiriendo color, movimiento y visión, de tal forma que esta vez si enseñaban un suceso de su pasado. Abrió los labios, y su voz, retumbante como la de un titán, retumbó en toda la bóveda negra de su inconsciencia:

"He vivido, como un guerrero"

Fue la primera de sus oraciones, y con ella las memorias hicieron eco de ello al enseñarle a una versión joven de él, de unos quince o dieciséis años, retorciéndose en el suelo contra un jagua negro. El joven Uitsti, igual de musculoso que el Uitstli actual, acertaba su total dominancia contra el felino oscuro al aplicarle una irrompible llave.

La memoria del suceso se quebró y desvaneció. Uitstli vio como al velocidad de la caída había incrementado su velocidad. Habló de nuevo:

"Morí matando a un semidiós"

Su subconsciencia invocó otro momento clave que hizo juego con la frase. Se vio a si mismo, a su versión más adulta, su cuerpo llenó de heridas y sangre suya, esgrimiendo una espada hecha con el fuego de Mictlán y con ella atravesando el vientre de un semidiós azteca de armadura acuosa totalmente destrozada. No obstante, aquel semidiós también lo había matado al atravesarle su vientre con una espada de agua.

El recuerdo se desvaneció en polvo. La caída cada vez estaba siendo más y más rápida, y Uitstli estaba visionando, al final del túnel, una luz divina. Habló de nuevo:

"He sufrido el peor de los castigos"

La peor de las memorias hizo acto de presencia, enseñándole a su versión joven, caído de rodillas al borde de una colina, y gritando en desesperación al ver como Tenochtlitan ardía en llamas. La capital real azteca, la ciudad que se había jurado proteger, el lugar que el divino Moctezuma le había encargado de proteger del enemigo... asediada, saqueada y destruida hasta los cimientos. Fue en ese momento que Uitstli había tenido su primer momento de inflexión, y supo que su vida no iba a ser nunca la misma a partir de ahora.

El traumático momento se deshizo. La luz al final del túnel se estaba haciendo más clara, y más fuerte. La divinidad ilustre de aquel resplandor trajo consigo una memoria purificadora, una con la cual él recitó en las siguientes palabras:

"Pero entonces... la vida me dio una segunda oportunidad..."

Y la visión que se materializó ante sus ojos enseñó de nuevo a ese mismo joven Uitstli, caminando alrededor de los restos de una pirámide y topándose el cadáver de un hombre, abrazado y protegiendo la pequeña figura de una niña que todavía seguía viva.

Los traumatismos desaparecieron con la presencia de esa última memoria. De pronto, el determinismo volvió a él, y recordó toda la valentía con la cual se había demostrado en todas estas décadas como el Sacerdote Supremo de Tláhuac. ¿Acaso iría a dejar que todo lo que había construido fuera desbancado por el poder del Dios de la Guerra? ¿Qué se subyugaría ante él, como los pueblos aztecas se subyugaron luego de la conquista de Tenochtlitlan? La pasión ardiente de estos nuevos sentimientos hizo que sus recuerdos descargaran una última memoria: la de él cargando en brazos a una ensangrentada Zaniyah luego de haber sido atacados por el Chiachuitlanti. En el momento en el que él vio esto, la furia felina tomó las riendas de su corazón, y el cuerpo de Uitstli se materializó en la nada de aquella oscuridad, su cuerpo mutando poco a poco para ir adoptando la forma de un jaguar de pelaje negro. El Jaguar Negro.

"Yo... ¡no puedo permitir que nada le pase de nuevo! ¡Yo protegeré a mi hija y a mi pueblo de los dioses que nos han traicionado!"

La luz divina al final del túnel se convierte en un estallido de fulgores que ciegan a la peligrosa pantera. Una vez un guerrero azteca, siendo convertido en un jaguar asesino de semidioses, el Jaguar Negro trotó a toda velocidad a través del suelo invisible y se abalanzó de un salto hacia el portal de resplandor deslumbrante. Su pelaje se tiñó de blanco al entrar en contacto con aquel umbral, y el Jaguar Negro despidió un feroz alarido al tiempo que se sumergía en él.

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2
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Casa de los Enfermos.

Región Autónoma de Mecapatli

Uitstli se despertó de súbito, y lo primero que observó fue un amplio techo de madera y unas cortinas blancas rodeándolo a cada lado.

Trató de moverse, pero sus músculos respondieron con fuertes temblores. Sentía todo su cuerpo desconectado de su cerebro, tan débil que a duras penas podía mover la cabeza hacia los lados. Con gran esfuerzo y con el pasar de los segundos, Uitstli fue adquiriendo control de su cuerpo, y empleó las pocas energías que tenía al momento para quitarse las sábanas, inclinarse hacia delante y erguirse de la camilla. Alzó una mano para descorrer las cortinas, deteniéndose justo cuando vio las vendas recubrir su dorso y sus nudillos. Acercó esa misma mano hacia su rostro, sintiendo los parches cubriendo parte de su frente y mejillas. Un pequeño espasmo sacudió su corazón, lo que le devolvió una parte de sus energías.

Movió sus caderas hacia la izquierda y se puso sentado al borde de la camilla. Las piernas le temblaban, pero aun así se bajó de la camilla, extendió un brazo y descorrió las cortinas, hallándose de frente contra una pared. Caminó alrededor, descubriendo que el cuarto en el que se encontraba era uno pequeño, de una sola persona. Pudo ver anaqueles abiertos pegados a las paredes, y en ellos se encontraban múltiples utensilios de medicina poco organizados. Vio a lo lejos un espejo de cuerpo completo. Con temor en su ser, temeroso por ver su cuerpo malherido, Uitstli se encaminó hacia el espejo.

Se colocó frente al espejo, y Uitstli reprimió un gimoteo de sorpresa. Vistiendo con una toga marrón que lo cubría de la cintura para abajo y estaba manchada con su sangre, vio distintas partes de su cuerpo parcheadas por curitas y vendas, algunas tan grandes que cubrían grandes secciones de su cuerpo.

El guerrero azteca suspiro en un intento de ejercicio de tranquilidad, pero todo sosiego fue abatido cuando su cabeza comenzó a sufrir las alucinaciones de la pelea que tuvo contra Huitzilopochtli. La manera en que el Dios de la Guerra lo dominó, lo apalizó, lo humilló y torturó verbalmente, incluso con él dando todo de sí para darle pelea, le plantó una semilla de miedo que le producía pavores que no tenía desde sus peleas contra el Culto de Mictlán. El dolor de cabeza perforó sus entrañas, haciendo que se lleve una mano a la cabeza y se masajee las sienes y la barba.

Las bisagras chirriaron y Uitstli oyó la puerta abrirse. Rápidamente se dio la vuelta, haciendo que sus costillas sufrieran un terrible calambre que lo inclinaron levemente hacia delante. Gruñó, se llevó una mano al vientre, e intentó soportarlo... pero no pudo. Terminó por caer al suelo sobre una rodilla.

Quien entró en el cuarto no fue más que la hermana de Uitstli, con una bandeja en mano donde cargaba con un jarrón de cristal con un líquido azul resplandeciente dentro. Tepatiliztli ensanchó inmediatamente los ojos al ver a su hermano caído al suelo.

—¡Uitstli! —exclamó mientras se dirigía hacia el tocador donde dejaría la bandeja con la jarra— ¿Pero qué demonios haces? ¡Vuelve a la cama!

Uitstli, terco, no responde al instante. Entre gruñidos de esfuerzo y respiraciones agitadas, observó de nuevo su derredor con gran consternación.

—¿Dónde... estoy? —preguntó, maldiciendo para sus adentros los calambres que le impedían ponerse de pie.

—Estamos en Mecapatli —Tepatiliztli se dirigió hacia él y lo tomó gentilmente del brazo. Lo ayudó a ponerse de pie—. ¡Vamos, a la cama!

—¿E-en serio? —a pesar de los dolores internos, la testarudez de Uitstli fue mucho más fuerte. El guerrero azteca se separó de su hermana y se dirigió hacia la ventana más cercana. Apoyó una mano sobre la pared cuando tropezó, evitando así caerse de frente. Asomó la mirada por el resquicio de las cortinas, observando con poca claridad las calles cuesta abajo, los altos edificios aledaños y los peatones que transitaban por las aceras— ¿Q-qué hacemos en Mecapatli?

Tepatiliztli se cruzó de brazos. Su paciencia ante la obstinación de su hermano, más viéndolo en el estado en el que se encuentra, era de admirar.

—Pendejo, ¿dónde más crees que tendría el equipo médico para curarte? ¿A ti y a Zaniyah? —respondió, el ceño fruncido, su maquillaje azul y verde haciéndola ver feroz y sensual— Solo existe una Casa de los Enfermos que queda cerca de mi casa y que tiene todos los materiales para tratar heridas tan graves como las tuyas.

—¿Y las trataste ya? —uitstli la miró por encima del hombro.

—Sí. Y a no ser que quieras que te rompa las piernas para que te las trate de nuevo —Tepatiliztli se dirigió hacia la cama y golpeteó el borde del colchón con una mano—, ven aquí.

Con trompicones y cojeos, Uitstli se dirigió hacia la cama. Con cuidado se sentó al lado de su hermana. Tepatiliztli puso sus manos sobre su rostro, abriendo con depurada habilidad de doctora los parches. Los inspeccionó, descubriendo que las heridas aún estaban sangrando y no se habían cicatrizado del todo.

—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? —preguntó Uitstli, el ceño fruncido al sentir los calambres por su cara.

—Solo un día —respondió Tepatiliztli. Ella se puso de pie, fue hasta el tocador, y recogió de allí el jarrón cristalino con líquido azul dentro. Se devolvió hacia la cama, y se sentó al lado de Uitstli—. Bebe. Es Coanenepilli, un analgésico para tratar el dolor y que esas heridas se cicatricen más rápido.

Uitstli se permitió dejar que su hermana le pusiera la jarra en los labios. Comenzó a beber la infusión en ligeros sorbos, soportando el sabor agridulce del líquido. Tepatiliztli se aseguró de hacérselo beber con gentileza, sabiendo de los daños que tenía en su garganta. Algunas gotas cayeron por la comisura de los labios de Uitstli, y cuando terminó, Tepatiliztli le limpió las manchas con su pulgar, las uñas postizas rozando con el parche de su mejilla.

Uitstli carraspeó. Sintió como buena parte del dolor se desvanecía, haciendo que su cuerpo dejara de temblar. El peso en sus hombros se fue, haciendo que los encogiera con satisfacción. Tepatiliztli dejó la jarra en el suelo y confrontó a su hermano con una mirada preocupada.

—¿Qué pasó, Uitstli? —preguntó.

Uitstli se quedó observando hacia un punto infinito de la pared, respondiendo con el incómodo silencio. Respiró flemáticamente, combatiendo la rasquiña en su garganta y las punzadas en su pecho. Tepatiliztli frunció el ceño, quedándose boquiabierta por unos segundos antes de volver a preguntar con más preocupación:

—Hermano, ¿Qué... pasó...?

Uitstli desvía la mirada hacia abajo y tragó saliva.

—Estaba... peleando... —contestó, la voz queda, la mirada tornándose triste de a poco.

—¿Contra quién? —Tepatiliztli sacudió la cabeza, el gesto cada vez más de inquietud— ¿Los... los líderes de Tláhuac saben de esto?

Uitstli negó con la cabeza. Tepatiliztli apretó los dientes y se golpeó las rodills con las dos manos.

—Deberían saberlo ellos también —dijo, haciendo ademán de ponerse de pie... pero Uitstli la agarró de la muñeca. La médica azteca lo miró de reojo, y vio que su hermano ladeó la cabeza de nuevo.

—Te prohíbo... hacer eso —gruñó él, la voz supremamente endurecida y densa por los carraspeos, haciéndolo ver más enfermo de lo que ya estaba.

—¿Por qué? ¡Ellos pueden estar corriendo peligro también!

Uitstli agachó la cabeza unos instantes para después lazara y ver a Tepatiliztli a los ojos. Una mirada llena de seguridad.

—Me buscan a mí... solo a mí... Por favor, no quiero preocupar a mi gente... más de lo que ya están...

Tepatiliztli se lo quedó viendo fijamente, la mirada entremezcla de confusión y consternación. Uitstli tosió un par de veces y respiró hondo para tener aire suficiente y hablar.

—Esta pelea es mía... solo mía... —balbuceó— Personas normales no pueden... verse involucradas... No quiero... involucrar a nadie más...

—Yo ya estoy involucrada, hermano, si no te diste cuenta —Tepatiliztli se volvió a sentar al lado de Uitstli—. Me involucraste la traer a Zaniyah a mi casa. Me involucraste al hacer que el que te atacó destruyera parcialmente mi casa... —Tepatilizli suavizó su semblante— Y yo me involucre al traerte aquí.

Uitstli intentó contestar, pero la contusión hace que solo emita gárgaras y gruñidos de molestia. Tepatiliztli sostuvo las manos de su hermano y lo volvió a mirar con sus ojos de preocupación máxima.

—¿Cómo es que descubrieron nuestra localización? —preguntó— ¿Contra quién peleaste? ¿Fue otro enemigo del pasado? ¿Xochitonal? ¿Miquiztak...?

Uitstli no respondió, y hasta se negó a verla a los ojos por un largo lapso. Tepatiliztli le suplicó que le diera una respuesta a su duda; no le gustaba este tipo de silencio que su hermano estaba haciendo ahora. Al cabo de quince segundos, el traumado guerrero azteca giró la cabeza y la miró a los ojos con una expresión de dolor y tristeza, haciendo que su hermana se diera cuenta al instante del auténtico terror que sentía en este momento.

—Alguien mucho... muchísimo peor...

Con esa sola respuesta Tepatiliztli sintió también el pesar y un poco el miedo en el que su hermano se ahogaba al momento. Era el miedo a la muerte, tanto suya como la de sus familiares, un pavor que le impedía contestar con palabras claves o siquiera hacerle pensar con racionalidad. Uitstli torció los labios hacia abajo, cambiando a un semblante más aprehendido por la desolación en su corazón, y empieza a sollozar y a balbucear. Tepatiliztli volvió a sentir la misma empatía trágica que cuando su hermano trajo a Zaniyah a las puertas de su casa, gritando de desesperación y suplicando su ayuda.

—Lo siento... lo siento muchísimo... —lloró Uitstli, las manos temblorosas bajo el tacto de las de Tepatiliztli— Las puse en peligro... a ti... a mi Zaniyah...

—No, no... Está bien —Tepatilizti no soportó más verlo así. Se acercó a él y rodeó sus hombros en un amoroso abrazo— No es tu culpa, hermano. No es tu culpa.

—Sí lo es... —Uitstli correspondió al abrazo con torpeza, enterrando sus ojos llorosos sobre los hombros de Tepatiliztli— Sí lo es... Y lo siento por eso...

—No es tu culpa, hermano —le recalcó Tepatiliztli, acariciándole la espalda y el cabello—. E incluso si lo es, ¿qué importa eso? Que el peligro venga a nosotros. Lo combatiremos juntos, como en la Segunda Tribulación contra Aamón, ¿recuerdas? El viejo grupo que habíamos conformado luego de la caída de Tenochtitlan... Tú, yo, Yaocihuatl, Teoculli, Zinac, Xolopitli, Zaniyah... —el mencionar todos esos nombres hizo que a Tepatiliztli se le saliera una pequeña lagrima— No sabes cuánto los extraño...

Uitstli dejó escapar un gemido ahogado con la sola mención de Zaniyah. Se separó de su hermana y la tomó de los hombros, mirándola a los ojos.

—¿Dónde está ella?

—Está en el otro cuarto —Tepatiliztli señaló con su pulgar la pared contigua—. No te preocupes, ella ya está totalmente fuera de peligro. Pude suministrarle tu sangre mientras estabas inconsciente, exterminando así todo rastro de intoxicación del veneno de Chiachuitlanti.

—Déjame verla, hermana —la suplica de Uitstli tomó por sorpresa a la médica azteca.

—Oh, no. No puedes estar a más de veinte metros de esta cama, hermano. ¡Apenas y tienes energías de tantas transfusiones de sangre!

—Déjame verla, por favor... —Uitstli tomó a su hermana de las manos. Entrelazaron sus dedos, y Uitstli le dedicó una mirada de súplica, como la de un devoto pidiendo la expiación de sus pecados.

Tepatiliztli sintió como su corazón bombeo de la empatía. Sus mejillas se ruborizaron, sintiendo la vergüenza de dejar de lado los protocolos de seguridad para suplir las peticiones de su querido hermano.

—Lleva contigo el pie de suero —dijo la médica azteca, indicando un soporte con ruedas a su lado. De ella colgaba la bolsa de suero a la cual estaba conectado. Uitstli asintió con la cabeza y, con ayuda de su hermana, se puso de pie y comenzaron juntos a salir de la habitación, Uitstli jalando consigo el pie de suero.

Anadearon a través de un pasillo de paredes y suelo blanco. En él transitaban otros doctores, todos ellos aztecas quienes pasaban saludándola y felicitándola de ver que su hermano se encontraba sano y salvo. Al pasar de largo por una sala de espera, Uitstli se topó con las sillas copadas de familias que esperaban con paciencia frágil a que los doctores atendieran a sus familiares más afectados por las sequías y las hambrunas.

El pesar asaltó a Uitstli mientras cojeaba con ayuda de Tepatiliztli, y esa sensación fue impetuosa cuando algunos de ellos se voltearon y consiguieron reconocerlo vagamente. La carga de la culpabilidad fue demasiada para Uitstli; sabiendo que todo esto era causado por Omecíhuatl, se preguntaba tortuosamente sobre el tipo de manipulación que quería hacerle a su gente al ponerlos en este asolador martirio.

Y justo antes de girar hacia la derecha de la intersección de pasillos, Uitstli pudo oír las suplicas de algunos de los pacientes que, estando sentados en el suelo o acostados en las camillas, rogaron porque lo ayudaran antes de ser llevados por los médicos a sus respectivos cuartos. El guerrero azteca cerró los ojos y volvió a lamentarse, esta vez hacía él mismo. <<Perdónenme, gente mía... yo... no sé cómo ayudarlos ahora...>>

Dos guardianes aztecas de uniformes blanco con negro custodiaban la puerta que daba acceso a la habitación de Zaniyah. Nada más ver al par de hermanos acercarse, inmediatamente abrieron las compuertas, dejándolos pasar. Las cerraron nada más estuvieron dentro. La habitación consistía en una salita con una sola camilla hospitalaria, un biombo, una mesita de noche donde se encontraban múltiples obsequios dados por la gente que adoraba a Zaniyah como la representante del Maíz Tierno de Xilonen.

A pesar de verla allí recostada, tranquila, sin heridas ni síntomas de intoxicación, Uitstli no pudo evitar sentir la corrompida culpa corroer su ser y su templanza como padre. El guerrero azteca cerró los ojos y gruñó al respirar, tratando de callar todos esos pensamientos nocivos. Caminó hasta ponerse al lado de la camilla, apoyó el pie de suero sobre la pared, tomó una butaca y, con ayuda del soporte de su hermana, tomó asiento frente a frente con su adormecida hija.

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3
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|◁ II ▷|

Tepatilizli se quedó de pie a su lado. Se hizo el silencio; Uitstli mirando fijamente el rostro de Zaniyah, poniendo su mano sobre su cabeza y acariciándole el cabello ondulado; Tepatiliztli mirando tanto a su hermano como a su sobrina, sintiendo pesar por su tragedia y a la vez admirando el fuerte vínculo entre estos dos, incluso si no eran directamente padre e hija. En ese revoltijo de pensamientos volvió a preguntarse sobre el enemigo al que su hermano se enfrentó. Titubeó unos segundos, e iba a formularle la duda... Pero al oír los sollozos y ver las lágrimas en las mejillas de Uitstli, desistió.

Tras varios segundos de silencio ensoñador, de momentos en los que los dos parecían distantes por la tragedia en forma de Zaniyah recostada en la camilla, Uitstli comenzó a hablar:

—No sé si fue... un craso error, el haberme separado de mi familia, o si fue un golpe de suerte.

—Todos hicimos un voto unánime —indicó Tepatiliztli, la voz suave y comprensiva—. Tomamos la decisión de tomar caminos distintos tras repeler y derrotar, todos juntos, al Marqués Aamón. Con tal de vivir cada uno su vida. ¿Lo recuerdas? Yaocihuatl incluso dijo que quería una vida alejada de la violencia. Pensaba que nunca la tendría si permanecía a tu lado...

Al instante se arrepintió de decir eso último. Tepatiliztli apretó los labios y miró hacia el techo, negándose a ver el semblante devastado que hizo Uitstli al oír eso.

—Pero a pesar de eso, trataré de contactarme con ella, hermano —Tepatiliztli se golpeó las caderas con ambas manos—. Creo que ella se encuentra en Mecapatli, no sé, tengo que averiguar bien.

Uitstli suspiró y se masajeó la frente, quitándose el sudor que perlaba su morena piel. Caviló por varios segundos, lapso en el que no despegó sus ojos ni su gentil mano de Zaniyah.

—Justo luego de saber que los Zapotecas se rebelaron con ayuda de los españoles, el Imperio nos envió a mí y a Tzilacaztin a unas Guerras Floridas contra ellos. Invadimos su reino, Zaachila, y culminamos destruyendo su capital en Monte Albán. Yo... me quedé cuidando un puesto de avanzada por orden de Tzilacaztin, por si aparecía más zapotecas. Hasta ese entonces no sabíamos que peleábamos contra un enemigo mucho mayor.

Tepatiliztli escuchó atenta; muy pocas veces su hermano hablaba de lo que había ocurrido meses antes de la caída de Tenochtlitan. Eso le hizo ganar su interés y su atención. Uitstli prosiguió:

—Mientras... hacía guardia en un minarete, vi desde lo alto unas formas extrañas en las escalinatas de una de las pirámides. Cuando fui a investigar, me... me topé con el cadáver del coquitao de los zapotecas, Cosiiopii, junto al cuerpo aún con vida de... una niña... de diez años. No tenía heridas graves y aún respiraba: en cambio Cosiiopii tenía toda su piel quemada y triturada, y estaba encima de la niña, como si se sirviera de escudo para protegerla —Uitstli observó de reojo a su hermana—. Siempre, antes de empezar una Guerra Florida, a los altos mandos nos dan el encargo de conocer a todos los cabecillas que hay que asesinar, a veces investigando a las familias enteras —Uitstli giró la cabeza y volvió a mirar a Zaniyah. Tepatiliztli ensanchó los ojos y se llevó una mano a los labios—. Fue allí donde me di cuenta de que era la hija del coquitao de los zapotecas. Y su nombre zapoteca era Xilabela.

—¿Zaniyah...? —Tepatiliztli, con los ojos ensanchados, dedicó su mirada perpleja sobre su sorbrina— ¿Su nombre real es Xilabela...? —la médica azteca sacudió la cabeza— ¿P-por qué nunca me contaste esta versión de tu encuentro con ella, hermano?

—Esa fue la primera vez, en toda mi vida militar, que sentí remordimiento y culpa por lo que el Imperio le hizo al enemigo —continuó Uitstli, evadiendo por completo la pregunta de su hermana—. Fue la primera vez... que demostré culpa completa por el enemigo. A escondidas de mis compañeros enterré el cuerpo del rey, y después adopté a la niña., ocultándola de la vista de los soldados hasta que decidí escaparme una vez Tenochtitlan cayó. Yaocihuatl en ese entonces siempre me preguntaba cuando tendríamos un hijo en todo este embrollo de guerra. Jamás se imaginó el regalo que le iba a traer del Monte Albán.

—¿Cómo es que Zaniyah no recuerda nada de esto? —preguntó Tepatiliztli— Y más luego de reencarnar en el Valhalla tras la batalla contra Tlacoteotl. El mecanismo de reencarnación debió de traerle recuerdos remotos...

—Según dicen las valquirias, algunos traumatismos evitan que el Einhenjer recuerde mucho de su pasado. Solo con terapias se puede lograr hacer que recuerden. Pero... —Uitsti le hizo un ademán con la mirada para que viera a Zaniyah a la cara— ¿qué tan demente debo ser para hacer que una niña zapoteca recuerde a su padre biológico y su reino, ambos aniquilados por mí?

—Pero aun así nunca me lo dijis... —Tepatiliztli se detuvo de repente mientras hablaba: al escucharse a sí misma alzar su voz, moderó su actitud ante su perturbado hermano.

—Nunca hablo de ello... Solo... no me gusta hablarlo —Uitstli se rascó la cabeza y se jaló ligeramente los cabellos, intentando soportar el malestar de cabeza. Miró a Zaniyah fijamente, y eso le trajo algo de paz— Yo sé que Zaniyah no es mía. Lo sé... —inhaló y exhaló profusamente— La amo, es mi niña. Pero no es mía... —tragó saliva, los ojos llorosos— Tuve que aceptar eso. Tuve que aceptar que fui un... un monstruo, al acabar con su familia. Conviví con eso para mantenerla viva. "Yo moriré antes que ella", me repetía una y otra vez, así que le enseñé todo lo que pude para que pudiera sobrevivir por su cuenta... —las lágrimas cayeron por sus mejillas al timepo que ladeaba la cabeza— Aún me sigo repitiendo eso a la cabeza. Y tengo el miedo... —la voz se le quebró momentáneamente— tengo el miedo de que ella recuerde, y que cambie la perspectiva que ella tiene de mí.

—Hermano... —la expresión en el semblante de Tepatiliztli era igual de trágica y anonadada que la de Uitstli— el Imperio estaba en guerra. No es tu culpa que lo que el estado le haya hecho eso a los demás pueblos.

—Lo sé... lo sé muy bien —Uitstli se limpió las lágrimas con una mano— Pero aun así tuve que vivir bajo mentiras piadosas. Tuve que hacerla vivir, a ella y a ustedes, bajo la mentira de que sus padres fueron unos valientes guerreros aztecas. La única que sabe de esto... es Yaocihuatl. Si no le era honesto con esto, ella jamás la habría aceptado, pensando que era mi hija con otra mujer —Uitstli alzó la cabeza hacia el techo, enseñando los ojos rojos de tanto llorar—. Este... es el tipo de vida al que me até por siglos.

Tepatiliztli se pasó una mano por el rostro, limpiándose ella también el sudor de la tensión de escuchar la confesión de Uitstli. La médica azteca se encogió de hombros y no supo cómo responder.

—Venga, hermano —tomó a Uitstli de los hombros en ademán de ponerlo de pie—. Vuelve a tu cuarto. Tienes que descansar. Yo me encargo del resto, como te dije.

Esta vez Uitstli accedió a su orden. Antes de ponerse de pie, se inclinó hacia delante y le plantó un fraternal beso en la frente a Zaniyah. El corazón de Tepatiliztli quedó conmovido al ver esto.

—Por favor, mi niña, despierta pronto... —y tras esa súplica, Uitstli y Tepatiliztli salieron juntos de la habitación. 

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Cordilleras de la Región Autónoma de Quintana

Al noroeste de Mecapatli

La cadena montañosa que separaba a Mecapatli de Quintana se había formado luego de la formación del Estigma de Lucífugo. La vasta destrucción ocasionada provocó el levantamiento de nuevas montañas, de más de tres kilómetros de alto, que ahora servían como frontera natural entre una región y la otra. En sus entrañas era un auténtico laberinto de desfiladeros, planicies pedregosas, mesetas escarpadas por la erosión expuestas del Eclipse y gigantescas vastedades de neblinas acompasadas por aullidos de vientos alborotados. A pesar del ambiente temible y salvaje, no había presencia ni de fauna ni de personas. Todo era tranquilidad.

Es por eso que, cuando descubrieron la mayor reserva de Flores de Íncubo en una de las planicies, Xolopitli ordenó al Cartel montar aquí el mayor complejo coquero de toda la zona sureste y suroeste del Reino de Asgard. Y debido a la infinita tranquilidad que se transpiraba a través de la neblina, de los vientos y de las sosegadas lluvias, Xolopitli llamó a este laboratorio "Tranquilandia".

Consistiendo en seis grandes laboratorios repartidos en seis distintas colinas, cada una a una altura relativa con la cual poder interconectarlas a través de puentes de madera, y en un rancho en lo alto de una planicie donde poder hacer ganadería y agricultura mediante cultivo artificial, Tranquilandia era una utopía para quienes residían en ello. No obstante, todo ese pacifismo se les iba a ser perturbado hoy al ser avisados, de parte de Zinac, que iban a recibir la visita del patrón Tonacoyotl.

El solo nombramiento de aquel nombre hizo que todo el personal que realizaba la Flor de Íncubo cesó por unos instantes su trabajo. Les preocupaba las consecuencias a corto y largo plazo que traería esta reunión que tendría Zinac con él, sabiendo de antemano que las últimas reuniones que tuvieron ellos no fueron muy fructíferos. Incluso las mujeres que se encargaban de hacer la comida le preguntaban de qué trataría la reunión.

Y antes de que Zinac pudiera atravesar las puertas donde lo estaría esperando Tonacoyotl, se vio rodeado por la multitud de trabajadores, todos preocupados por él y por la seguridad del complejo.

—A ver, a ver, se me tranquiliza todo el mundo aquí —exclamó Zinac, acallando los murmullos de inseguridad con su sola voz seseante y de fuerte acento—. Esto es un asunto a puertas cerradas, pero les aseguro que lo manejare muy bien. Ahora dejen de estarme encimándome el trasero y vuelvan al trabajo, ¡rápido! —dio una fuerte palmada, lo que exhortó a todos los trabajadores a salir corriendo a volver a sus quehaceres. En cuestión de segundos, Zinac se quedó solo con sus guardaespaldas.

El Murciélago del Cartel le dedicó unas miradas de querer aseverar que sus compañeros están preparados. Estos asienten con la cabeza, giran los pomos de las compuesta y la abren de par en par, revelando el enorme balcón circular construido a los pies de un balcón de piedra de la montaña, dando impresionantes y lúgubres vistas hacia el horizonte de picos montañosos cubiertos por neblina movediza. El aire que soplaban los vientos era tan gélido que, tanto él como sus hombres, portaban gruesas gabardinas de pieles para mantenerse cálidos. Ello incluía al nahual zorro que estaba de pie frente al parapeto.

Zinac ascendió por los tres escalones de madera hasta llegar a la gran mesa de madera circular que había en el centro. Hizo un lado una silla y tomó asiento, esto sin despegar en ningún momento sus ojos del invitado al que tenía en frente. Vistiendo con un amplio abrigo anaranjado que ocultaba todo su cuerpo, el patrón del cartel aliado era un nahual antropomórfico con la forma de un zorro de pelaje hirsuto y del mismo color que su abrigo. Zinac pudo olfatear el olor a cigarrillo que estaba fumándose su invitado.

—Apreciaría mucho que dejara el cigarro a un lado y se volteara a verme —dijo, el tono de voz diplomático.

Se oyó un suspiro áspero venir del nahual zorro. Tiró el cigarro hacia el acantilado, se encogió de hombros y se giró en dirección a Zinac, revelando sus pantalones de cuero negro y con piezas de armadura, el chaleco negro con cremalleras, los guanteletes de placas oscuras en ambas manos, los botones que se repartían por toda la parte frontal de su abrigo, su cinturón en donde tenía colgado dos pistolas.

El invitado dio unos pasos hacia delante, subió los tres escalones y estuvo lo suficientemente cerca de Zinac como para enseñarle la expresión de rabia que tenía dibujada en su rostro de zorro.

Zinac agarró la copa con tequila que tenía al lado y bebió un poco para apaciguar la fierra actitud con la cual no responderle a Tonacoyotl. El nahual zorro se rascó la nariz, y sus largas orejas se agitaron.

—Pues por supuesto que el patrón está bastante ocupado —respondió Zinac, dejando la copa a un lado—. Está administrando el cargamento de mercancía robada a la Multinacional Tesla. Me envió en su nombre, y cumpliré lo que me dijo de tratar la cagada que tú nos has hecho en la frontera con Mecapatli.

Tonacoyotl arrugó la nariz, masculló en voz baja, y se rascó las orejas.

—Pues algo debió de haber salido mal —respondió; la forma en la que hablaba eran tan accidentada y tan alta que parecía que siempre gritaba—. Yo le deje bien en claro al Cabeza de Vaca que pusiera a mis hombres en la frontera para que no hubiera problemas al pasar.

—No, pues resulta que puso a policías santurrones porque lo que nos topó fueron eso —refunfuñó Zinac, dando un golpeteó a la mesa.

—¡Ah, pues entonces el Cabeza de Vaca nos quiere ver es la cara de maricones! —Tonacoyotl agitó las manos hacia delante, como si quisiera echarle toda la culpa a Álvar— Ahí está. Solo mándelo a quitarle el pellejo y así nos quitamos el problema de ese españolete igualado.

—Xolopitli ya lo mandó a quebrar —anunció Zinac, la voz tan rotunda que tomó por sorpresa al nahual zorro—. Para nuestra desgracia el topo ese no dijo ni pío sobre la aduana de Mecapatli, pero por regla de tres él debió de haberlos cambiado, por como él nos ayudaba con los puestos fronterizos. Eso no es lo importante. Lo importante es que...

—A ver, a ver, aguanta el carro, murciélago —farfulló Tonacoyotl, el ceño fruncido de la confusión. Colocó sus manos sobre la mesa—, ¿cómo es eso de que ya lo mataron? Ah... —el nahual zorro sonrió y carcajeó, más de los nervios que de una alegría decente— O sea, ¿cómo? El tipo ese tenía como ocho puestos de avanzada y paramilitares que se contaban hasta los quinientos miembros. Imposible que lo hayan fusilado con todo ese regimiento suyo. Ni siquiera yo, que tengo hasta artillería militar de los Pretorianos de Cornelio.

—La logística del operativo no es de tu incumbencia, señor Tonacoyotl. A mi lo que me interesa es que me responda a esta pregunta: ¿usted no tuvo nada que ver con el cambio de militantes del puesto fronterizo?

El jefe de los coyotl dio media vuelta, volvió a arrugar la nariz y la frente, el gesto de molestia. No le gustaba como lo estaba acorralando, y eso Zinac lo podía ver con gran facilidad en su lenguaje corporal. Cuando estaba así de drogado, era más fácil interpretar sus emociones a través de sus gestos.

Tonacoyotl se volvió a ver a Zinac. Ladeó la cabeza del hastío de ver al murciélago verlo con esa mirada de desconfianza impávida.

—¡Pues claro que no, murciélago! —exclamó, dando un leve salto— ¿Cómo carajos pretendes tú que los iba a perjudicar así, sí el que más salía perjudicado era yo? Ustedes saben que mi cartel y yo nos jugamos bien el pellejo al exponernos ante los oficiales. Y más contra ese puto robot autómata que la Multinacional Tesla recién activó y me tiene aquí, aquí, aquí, hasta el tope de persecución —Tonacoyotl se llevó una mano al cuello y la agitó con gran molestia.

—Muchas gracias por su respuesta —Zinac asintió con la cabeza—, eso era todo lo que quería saber para que no haya malentendidos con Xolopitli —comenzó a ponerse de pie—. Puede retira...

—Espérate, ¿Cómo así? —gruñó Tonacoyotl, señalándolo con un dedo acusador— ¿Para eso me haces venir desde Quintana en un chingado helicóptero? ¿Viajar hora y media solo para esto? ¿Para decirte que si fui o no fui el que la cagó en la frontera para que al final sepas que fue el argüendero de Álvar Nuñez? ¡Que chinga, para eso Xolopitli me hubiese llamado!

—A veces es mejor escucharlo de frente que hacernos los mandamases detrás de un teléfono —argumentó Zinac, las manos sobre su grueso cinturón—. Que tenga un buen día, Tona...

—¡Ah, no! Vamos a ponernos serios, Zinac —la interrupción de Tonacoyotl, seguido por sus manos siendo estampadas contra la mesa, hizo que el Murciélago del Cartel se detuviera y se volviera a verlo—. Yo hice lo que me pediste, ahora quiero que tú me devuelvas el favor. Aprovechando que estamos aquí, te tengo una propuesta.

Zinac se lo pensó por unos breves pero intensos segundos. Frunció el ceño, extrañado por lo que dijo sobre ofrecerle una propuesta. Usualmente eso se lo comunicaba directamente con el patrón, siendo este Xolopitli. ¿Será que de tan drogado que estaba al momento no le hacía pensar de forma racional?

Al final, Zinac aprovechó esta oportunidad para saber qué planes secretos se traía Tonacoyotl. Se sentó de nuevo y preguntó, sagaz:

—¿Qué propuesta tienes? ¿De qué se trata?

Tonacoyotl sonrió, mostrando sus colmillos, algunos de ellos manchados de color carmesí.

—Es sobre el atraco a la Cápsula Supersónica de Nikola Tesla que los Tlacuaches y los Coyotl estamos planeando.

Zinac ensanchó los ojos y sintió un vahído en el pecho. La sola mención de aquel término le puso los pelos de punta. A pesar de no gustarle el ambiente debido al aire narcótico que transpiraba el nahual zorro, Zinac se inclinó hacia delante, el gesto de prestar atención.

—Soy todo oídos.

—Tú sabes que me puso bien bravo las reformas que hizo Xolopitli al contrabando de su Flor de Íncubo, que me está afectando al negocio de chatarrería e ingeniería —comenzó a hablar Tonacoyotl, transpirando aire con fuerza con cada oración que formulaba—. Me puso más bravo todavía el hecho de que Xoloptili, sin consultarme, haya entrado en mi territorio y le haya robado a la Multinacional dispositivos que, por derechos, son míos. Pero todo fresco —Tonacoyotl abrió las palmas de sus manos, el gesto pacifista—, porque yo le tengo esta oferta: si él se encarga del coronel Eurineftos, yo no diré nada sobre ese atraco que me hicieron. Es más, me encargaré de poner el sesenta por ciento de la logística y los efectivos en el atraco a la Cápsula Supersónica.

Zinac se quedó mudo, la sangre gélida de lo perplejo que se quedó al oír tal oferta. Entrelazó sus dedos y apoyó su mentón en el dorso de sus manos.

—Solo para recalcar... —masculló Zinac— El coronel ese te persigue a ti y a tu Cartel en el nombre de la Guardia Pretoriana de Cornelio, y no de la Multinacional Tesla, ¿cierto?

—¡Así es! Él solo piensa que me robo a sus amigos, la chatarra. —exclamó Tonacoyotl, carcajeando de su propio chiste— Xolopitlli puede aprovechar, atacarlo de sorpresa y ponerle fin a su hardware. Pero dime, ¿qué piensas tú de la oferta mía, eh?

Zinac permaneció en sepulcro silencio, cavilando profusamente sobre si esta oferta la hizo bajo los efectos de las drogas o si lo había pensado antes, y de qué tanto podría afectar esto a la organización. El quedarse tanto tiempo sin decir nada mosqueó a Tonacoyotl, quien no paraba de caminar de un lado a otro, esperando una respuesta inmediata.

—Ajá, murciélago, ¿por qué te quedas callado? —farfulló, arrugando la nariz— ¿Qué piensas en lo que te acabo de decir?

—A ver, Tonacoyotl, ¿y usted que quiere que yo le diga? —dijo Zinac— Si me llega aquí al rancho, todo colocado y hasta arriba de tanto chupar Flor de Íncubo día y noche —Zinac ladeó la cabeza, más de decepción que de negación—. No señor, para mí es muy difícil comunicarme con usted en esta situación. Váyase para su cantón, descanse, y más tarde hablamos con Xolopitli sobre esto.

—Relajado, wey, que yo ya me voy para mi cantón —dijo Tonacoyotl, moviendo sus caderas mientras caminaba hacia delante—, pero quiero que le quede esto muy en claro para que se lo diga a Xolopitli —el nahual zorro estampó sus manos sobre la mesa y miró a Zinac a los ojos—: las autoridades de la Guardia Pretoriana siguen insistiendo e insistiendo a los gobiernos locales con la captura de las cabecillas de los Carteles. Eso quiere decir que la fiestita de mantenernos en el "anonimato" ante los crímenes hacia la Multinacional Tesla se nos va a acabar pronto.

—Ya te lo dije, Tonacoyotl, voy a organizar una reunión pronto con Xolopitli para hablar de este asunto. Ahí usted expone su propuesta, y veremos si se puede llevar a cabo.

—¡¿CÓMO QUE REUNIÓN?! ¡DEJATE DE JODER! —el grito del nahual zorro, seguido por el golpeteo en el mesón, tomó por sorpresa al Murciélago del Cartel— ¡AQUÍ HAY QUE TOMAR CARTAS EN EL ASUNTO! ¡ESTO ES UNA GUERRA, HERMANO! ¡UNA GUERRA CONTRA LOS PRETORIANOS! ¡HAY QUE HACER ES OPERATIVOS MILITARES! ¡DAR DE BAJA A LOS ENEMIGOS!

Zinac frunció el ceño y depuró lo mejor que pudo la frustración que generó la actitud desenfrenada de Tonacoyotl. En verdad le enfermaba tener que lidiar con drogadictos, y más si estos tenían tanto poder como Xolopitli.

—¿Y usted que quiere que yo haga? —dijo. La respuesta zozobró a Tonacoyotl, quien dio un giro y le dio la espalda— Si es que además el asunto del atraco a la Cápsula Supersónica quedó en demora. Sobre todo por culpa de los problemas logísticos que nos generó Álvar Nuñez. Pero eso ya se zanjó. Y como se zanjó, entonces ya podemos hablar de estrategias a futuro...

—¡¿Y ES QUE ACASO A XOLOPITLI NO PUEDE COMPARTIR SU SICARIO CONMIGO, PUES?! —Tonacoyotl agitó sus brazos de lado a lado, totalmente perdido en la rabia— ¡¡¡EL PUTO PAPÁ DE LOS SICARIOS NO PUEDE COMPARTIR CONMIGO, PUES!!!

—¡A VER, TEME TRANQUILIZAS, SEÑOR TONACOYOTL! ¡A MI ME RESPETA LA CASA! —Zinac, autoritario, sacudió su mano en gesto de señalar la mesa— Que tal este sujeto oliendo la Flor de Íncubos, va a acabar es disparando mujeres por la espalda. Mejor váyase para su cantón, y más tarde hablamos. Hágame ese inmenso favor.

El jefe de los Coyotl se lo quedó viendo con desazón, los ojos entrecerrados. El jefe de los Coyotl asintió con la cabeza, pero Zinac no supo decir si fue porque lo comprendió o por aparentar.

—Eurineftos y su tomba de polizones... —el nahual zorro hizo un gesto con la mano de desenfundar una pistola, se la llevó a la cabeza e hizo como si se disparase— Acuérdese de mí en eso, ¿oyó?

Tonacoyotl caminó rodeando la mesa y se fue por la misma puerta donde entró Zinac. El Murciélago del Cartel se terminó de beber el tequila de su copa, pero eso no le hizo sentir bien en lo más mínimo. Ahora con esto había confirmado sus sospechas: Tonacoyotl era un problema para el Cartel que debían de encargarse lo antes posible antes de que sea tarde.

<<Estos días parece que hay más problemas que otra cosa>> Pensó Zinac, rascándose la barbilla.

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Laboratorios del Flor de Íncubos

Montañas de Mecapatli

Yaotecatl saltaba con gran alegría sobre una pila de cajas rellenas con unidades de Flores de Íncubos mientras tocaba magistralmente una armónica. La boquilla se movía a través de su hocico con gran rapidez, y sus dedos descargaba una melodía tan rimbombante que hacía que todos los trabajadores celebraran con una mayor vehemencia el haber acabado la producción del narcótico en tiempo récord. Los hombres y los nahuales mapaches danzaban pataleando al aire, bebiendo hasta acabarse los vasos, y haciendo múltiples brindis que regaban alcohol por el suelo. Risas, exclamaciones, muchos virotes hacia Xolopitli llamándolo "patrón" o "jefe"...

Randgriz se sintió más que extraña en aquella situación tan... tan... Ni siquiera tenía una definición al momento para describir el lugar y el momento en el que se encontraba. Era como si ella fuese socia de Xolopitli y haya venido de un mundo mafioso lleno de elegancia y profesionalidad, para después venir al mundo de su compañero, lleno de ocio, de bromistas y de tan poca seriedad que la Valquiria Real no podía creer que el contraste entre la criminalidad espantosa que vivió al matar a Álvar Nuñez... con la celebración risueña que estaban haciendo del mismo.

—No, no, Randgriz —le corrigió Xolopitli, agitando una mano felpuda mientras avanzaban por los peristilos de la pequeña finca aledaña y adherida al mercado de productos Nahualli, por lo que esta fiestita que estaban montándose los miembros del cartel era en el amplio patio trasero, al aire libre. Los peatones que pasaban cerca los veían y pensaban que eran un grupo de nahuales danzando encima de cajas que no se imaginaban lo que contenían—, no solo celebramos que te hayas fusilado a punta de lanza al Cabeza de Vaca y me hayas sacado la espina en el culo que fue, sino porque pudimos producir más de cien kilos de Flor de Íncubo... ¡En menos de tres días! ¿Tu sabes lo que eso significa para un laboratorio tan expuesto como este?

—A decir verdad... —Randgriz se llevó las manos al pecho y negó rotundamente con la cabeza.

—Agh, estás bastante nuevecita en el negocio. No me extraña, sabiendo que pertenecías a la realeza —Xolopitli alzó su dedo meñique en un gesto monárquico burlesco.

—No hace falta que me recuerdes mi procedencia —Randgriz frunció el ceño, endureciendo su semblante. A pesar de que fue actuado, muy en el fondo tenía sus razones para no gustar de sus raíces dinásticas.

—Ah... mis disculpas, entonces —las palabras de Xolopitli sonaron honestas, acompañadas con la mueca de sorpresa que hizo en su rostro de mapache. Randgriz no notó rastros de ironía en su disculpa; eso hizo que su perspectiva sobre él mejorara un poco.

Ambos caminaron hasta el centro del patio, ajardinado por parapetos de donde colgaban arbustos condecorados con flores variopintas, muchas de ellas colores naranjas. El compás de la armónica tocada por Yaotecatl alcanzaba notas altas y bajas, con un vehemencia tal que hacía que el baile de tanto aztecas como nahuales no tuviera parón alguno. Las meseras iban y venían, trayendo más cervezas y de vez en cuando coqueteando con alguno de los obreros. Las caídas eran recurrentes, y cada vez que alguien se tropezaba y caía en el suelo o en las piscinas, estallaban risas por doquier. La ola de calor del Estigma de Lucífugo hizo que muchos obreros se quitaran las camisas, salieran corriendo y se echaran fuertes chapuzones en las piscinas.

Xolopitli y Randgriz se instalaron en el kiosco que se encontraba en el extremo norte de la pequeña finca. Ambos se sentaron en sillones verdes, separados por una mesa de cristal. La mesera que los estuvo siguiendo plantó una bandeja con dos vasos de cristal y una botella de tequila con campana.

—Muchas gracias, mija —agradeció Xolopitli, dedicándole una sonrisa a la mesera antes de que esta se esfumara. El Mapache Pistolero abrió el tequila con el destapador, y sirvió en los dos vasos—. ¿Tú tomas tequila?

—No soy muy fanática del alcohol —admitió Randgriz—, pero por los honores, le voy a agradecer la bebida —la Valquiria Real tomó el vaso y olfateó; el fuerte olor del tequila hizo que arrugara la nariz—. Puff... aunque esta será mi primera vez tomando tequila.

—¡Siempre hay una primera vez para todo, pues! —Xolopitli bebió un sorbo, y emitió un gruñido de satisfacción. Al ver como Randgriz apenas bebía, y a sorbitos muy pequeños, hizo como que se enrabietaba— Ah, no, ¡no te me vayas a poner cobardita ahora, que usted dijo que me hará los honores! ¡Beba sin miedo, pues! ¿O es que todavía piensa que la voy a envenenar?

—Bueno... aquí puto vamos —Randgriz se encogió de hombros, se inclinó hacia adelante y, después, se inclinó bruscamente hacia atrás, bebiéndose todo el tequila menos de cuatro sorbos.

Xolopitli se quedó boquiabierto y estalló en carcajadas de admiración. La Valquiria Real plantó el vaso sobre la mesa circular, e hizo mueca de espasmo y de amargura exagerada al sentir el sabor fuertemente agridulce del tequila arder por su garganta, su esófago y sus entrañas.

—¡Eso sí es ser una brava chupa cerveza de primer nivel! —exclamó Xolopitli al tiempo que aplaudía y seguía carcajeando— Y dizque no eres muy fanática del alcohol. ¿Es que acaso usted tiene por oficio mentir como propaganda para así dar impresión a sus clientes?

—Ya se lo dije: es por precaución... —Randgriz carraspeó y tosió varias veces— Carajo, no debí bebérmelo tan de lleno.

—Hágase la mujercita que aquí viene otro —Xolopitli esbozó una sonrisa malvada al tiempo que llenaba el vaso de Randgriz hasta el tope con tequila. Cuchicheó risitas de ladronzuelo al ver como la Valquiria Real le dedicaba una mirada estupefacta—. Pasando de ser mi prisionera a una militante del Cartel de los Tlacuaches en menos de un par de días. Si que tienes un don, además de tu epíteto de Valquiria Real.

—Si usted lo considera así —Randgriz bebió el tequila, solo que esta vez a sorbos más ligeros.

—¡Usted es así para las que sea! —Xolopitli terminó de beberse su vaso, y al instante comenzó a servirse más tequila— Con usted para las que sea en mi negocio, creceremos bastante. Si es posible que nuestro negocio se extienda incluso a las gradas del Torneo del Ragnarök, será gracias a usted.

—Mmmm, no lo creo —Randgriz miró hacia otro lado—. Brunhilde es demasiado "puritana" como para permitirse contrabandeo clandestino en un coliseo.

—Ah, pero ese puritanismo no es más que tapadera para ocultar sus trapos sucios, ¿o me equivoco?

<<No mucho que digamos>> Pensó Randgriz, pero se limitó a responder cerrando los ojos y permaneciendo en silencio.

—¡Pero todo a su debido tiempo! —exclamó Xolopitli al ver como ella no respondía. En ese momento, al compás de la armónica de Yaotecatl se le unió el cálido ritmo de una guitarra acústica. En la piscina, tanto aztecas como nahuales se bañaban y hacían juegos de salto o de esquive para pasar el rato—. Siendo el Cabeza de Vaca la primera espinilla en explotarme, aún nos falta unas cuantas. Si siguen mis ordenes tal como las digo, nos convertiremos en la organización más poderosa de todas las Regiones Autónomas. Tanto que igualaremos a la Familia Siprokroski en el bajo mundo.

—Tampoco se le suba la fama a la cabeza —advirtió la Valquiria Real, alzando una mano en gesto de advertencia. Xolopitli sonrió agriamente y cuchicheó risitas para taponar su semblante ofendido.

—¿Perdona? —gruñó el Mapache Pistolero, notándose la rabia en sus fauces— Óigame ve, usted apenas se acaba de unir a la organización. No sabes del potencial que tenemos, incluso antes de que integrarla al Cartel.

—Eso lo sé perfectamente. No por nada los he estado observando e investigando antes de unirme a ustedes —la lengua de Randgriz retembló un poco; tuvo cuidado en cavilar las siguientes palabras—. Pero todo lo que tiene un principio tiene un final, por más lejano que éste esté. Tengo más años que todos ustedes aquí juntos —Randgriz miró su derredor, pero en vez de ser una mirada de arrogancia, era una de melancolía y de penas ocultas—, y he visto muchísimas cosas comenzar y acabar. Organizaciones, guerras... ¿Y ahora? —la Valquiria Real se señaló a sí misma con una mano— Mi carrera en la realeza.

Randgriz esperó algún tipo de burla venir de Xolopitli. Unas risas, una broma fuera de lugar... Era de esperarse: había conocido muchísimos Einhenjers arrogantes y malintencionados como él, de bocazas tan grandes que era imposibles callarlas con sedantes. Los tuvo que soportar, a todos, hasta el punto en que jamás hallaría a alguien con quien poder hacer Völundr. Y aunque mucho de lo que contaba era parafernalias, los decía desde el fondo del corazón, imaginándose como si estuviese diciendo las verdaderas penurias que tuvo que pasar en el pasado con su madre Fulla por culpa de su padre...

Pero, para sorpresa de la Valquiria Real, el Mapache Pistolero respondió con un muy solemne silencio. Randgriz lo vio inclinarse hacia delante, pasarse una mano por los bigotes de su hocico, y rascarse la gruesa nariz. Lo único que pudo sentir de él era una sensación de malestar, pero acompañada de una empatía palpable.

—Demonios, yo... —murmuró Xolopitli, dejando la copa de tequila sobre la mesa para después recluirse sobre el espaldar del sillón— entiendo bastante lo que dices, valquiria.

Randgriz no tuvo que pensar mucho para saber a lo que se refería. No obstante, no se arriesgó en preguntárselo de forma tan directa y hosca.

—¿Alguna vez sentiste el temor de que todo esto se acabe? —preguntó, señalando a los aztecas y los nahuales divirtiéndose en la piscina, y a Yaotecatl dando volteretas en el aire y saltando de caja en la caja mientras tocaba la armónica. De repente, los chillidos rimbombantes de la armónica y los cánticos de la guitarra acústica se desvanecieron, y ambos se adentraron en un mundo de silencio en donde solo pudieron oír sus voces.

—Muchas veces... —Xolopitli asintió con la cabeza. Pero al instante de haber mostrado esta faceta pensativa, la ocultó dando varios golpetazos sobre la mesa, agarrando su vaso y bebiendo varios sorbos del tequila— ¡Pero yo no le doy mucha cabeza a eso, valquiria! Yo solamente me concentro en el presente. Y que maravilloso presente tenemos frente a nosotros: negocios de compra y venta de narcóticos, asalto y robo a productos de la Multinacional Tesla para revenderlos en el mercado negro...

<<¿Qué pensaría Tesla si supiera que ando charlando con el mayor ratero de su empresa?>> Pensó Randgriz al tiempo que asentía con la cabeza en gesto de estar de acuerdo con lo que Xolopitli le decía.

—Y eso de la Flor de Íncubo —dijo—, ¿qué es exactamente?

—La Flor de Íncubo es la cocaína de los demonios —Xolopitli hizo un ademán de esnifarse la nariz—. Desde que Lucífugo puso ese asterisco negro allá arriba, han aparecido por todos los Nueves Reinos plantas de lycoris con propiedades narcóticas igual de fuertes que el ácido lisérgico. Donde más se concentran es en las Regiones Autónomas; al parecer la exposición al eclipse ese es el clima apropiado para que puedan crecer hectáreas de esas flores. Nosotros montamos plantaciones para así sintetizarlas y distribuirlas por el Bajo Mundo. De hecho, ¿esta plantación de aquí? —Xolopitli señaló con un dedo la finca— No es la más grande que tengo.

—Me imagino —Randgriz asintió con la cabeza y se limitó a preguntar sobre eso. No era el momento apropiado—. Pero con eso debería de bastarte, ¿no? ¿Entonces por qué robarle también a la Multinacional Tesla?

—Eso mismo me han dicho Zinac y Yaotecatl, y lo entiendo. Parece como si quisiera ganarme enemigos de gratis, ¿a que sí? —Xolopitli negó agitando de lado a lado su dedo— La cosa es que, siempre y cuando no sepan que somos nosotros, entonces no debo preocuparme porque vengan polis o super agentes a confiscarme las tierras. El último robo que le hicimos fue a los hangares que tiene en la Región Autónoma de Cuacuauhtzin; lo robamos todo a lo sigiloso, sin que nadie se diera cuenta. Muchos de los dispositivos que le robamos servirán para mejorar el trabajo de los cocineros de la Flor de Íncubo: el resto lo revenderemos en el Mercado Negro. Cada pieza que Nikola Tesla produce vale fortunas en el Bajo Mundo.

—¿Y tienes objetivos claros de cuánto robarle o...?

El Mapache Pistolero se masajeó los bigotes en gesto pensativo.

—La verdad es que no he pensado en eso —confesó—. Pero cuando sienta que ya le hemos robado suficiente, entonces ahí sí pongo punto final a los operativos.

—¿Y crees que me asignes a alguna misión que tenga que ver con... eso?

Xolopitli frunció el ceño. Se inclinó hacia delante y se quedó observando a Randgriz con una mirada muy atenta... y desconfiada.

—Cuidado, valquiria —gruñó—. Como dice Yaotecatl, no hay que dejarse huevonear por tus encantos de medusa, sean a propósito o sean "sin querer queriendo". Me agradas, pero no nos apuremos. Todo a su debido tiempo. Más pronto que tarde te daré avisos de tu siguiente misión. Ahora mismo estoy esperando a que Zinac termine de hacer una vuelta que le mande a hacer respecto a un socio mío —se miró el reloj de plata que tenía en su muñeca y verificó la hora, al tiempo que alzaba su vaso con tequila y se bebía unos cuantos sorbos— Sí o sí esta tarde tiene que llegar. 

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6
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Región Autónoma de Mecapatli.

Ya se había hecho de noche, y Tepatilizli había terminado de atender a todos las pacientes víctimas de las enfermedades estomacales producto de la hambruna severa que sufrían las Regiones Autónomas. La médica azteca terminó de tomar los apuntes de los nombres de los pacientes, cerró la libreta y se pasó las manos sobre el rostro. Expulsó un muy exasperado suspiro, observó a través de la ventana el cielo nocturno, iluminado por la tenue luz del Estigma de Lucífugo... Y pensó.

Pensó en la carga que tenía a sus espaldas ahora que tenía de nuevo el cargo de directora de la Casa de los Enfermos, esto luego de que sus directivos le hayan suplicado hasta el cansancio de que volviera. Pensó en la carga emocional de tener que ver a su pueblo, los aztecas, partirse en mil pedazos por culpa de las sequías y de los problemas sociales con empresas grandes, como la Multinacional Tesla.

Pensó en la división socio-religiosa con la Corona, y en como muchos querían irse al bando de Omecíhuatl. Pensó en la casi muerte de Zaniyah, pensó en las lágrimas y en el pesar que asolaban a su hermano. Es que aún no podía creerlo; ¿qué tan mala era la situación como para que haya destruido la fortaleza mental de su hermano? Algo que no veía desde sus múltiples batallas contra el Culto de Mictlán o contra el semidiós Tlacoteotl.

Pero la pregunta que más la tenía al borde del vacío mental... ¿Sería ella capaz de poder pelear a su lado sin perecer en la angustia y en el desespero, como le sucedió en la Segunda Tribulación?

La sala estaba iluminada por un foquillo en el techo, por lo que Tepatiliztli pudo ver el marco de una foto apoyada en el soporte de la estantería que tenía al lado. Se puso de pie de la silla y caminó hacia ella. Posó sus ojos sobre la foto en el marco, y reprimió un leve sollozo con una respiración forzada. Agarró con cuidado el marco y lo observó: en ella vio a un Uitstli muy malherido pero sonriente, apoyando su brazo en una Tepatiliztli igual de herida que él, pero también sonriendo a la cámara. Junto a ellos se encontraba una mujer vistiendo un traje de cuero verde y una mascarilla de metal partido por la mitad que enseñaba su sonrisa, un mapache disparando hacia el cielo con un rifle de cuatro cañones mientras hacia un gesto de gritar, y un oso de pelaje blanco con una cola de caballo como peinado y empuñando un mazo hecho de aura verde. Todos juntos posaban triunfales encima del cadáver del Marqués Aamón: una monstruosa bestia de cuerpo de serpiente, cabeza de búho, alas de águila y largos y musculosos brazos rojos.

Ver la imagen le trajo una avalancha de recuerdos que encogieron su corazón en una melancolía terrible. Este grupo lo había sido todo para ella desde épocas de la Conquista Española. ¿Cómo es que, después de tantos siglos de estar unidos, de enfrentarse a adversidades que los superaban, terminaron separados? Luego de cien años ella, al igual que Uitstli, se preguntaba si esta había sido la opción correcta. Sobre todo, cuando recordaba de las acaloradas discusiones que tuvo con Yaocihuatl, la mujer de vestido verde, acerca del tema de tomar caminos distintos.

<<Le prometí a mi hermano comentarle a Yaocihuatl sobre esto...>> Pensó, los labios temblorosos, los ojos reteniendo las lágrimas. <<Pero... ¿tengo la voluntad para verla a los ojos de nuevo?>

Porque algo era cierto, y era algo que no se lo había dicho a Uitstli para evitar que se saliera de control: Yaocihuatl sí se encontraba en Mecapatli, y ella lo sabía de antemano por como la estuvo observando desde que llegó aquí diez años atrás.

Tepatiliztli sabía que Yaocihuatl estaba aquí, pero no era lo mismo, al contrario. Yaocihuatl no pensaba que ella dirigía la Casa de los Enfermos, por como ella había dejado el encargo a otros directivos para ella vivirse apartada del populacho por más de treinta años. Sin embargo, desde que la exesposa de su hermano se instaló en Mecapatli, no pudo hallar una explicación clave al por qué se quedó aquí luego de estar más de cuatro décadas en incognito y no ser vista en ninguna Región Autónoma.

Tepatiliztli recogió del perchero un abrigo verde, se lo puso encima y salió de su oficina en medio de la noche. Se despidió de los últimos médicos y enfermeras que salían juntos para ir a una modesta fiesta de expiación de los muertos que se celebraría en la plaza del centro; la invitaron, pero ella los rechazó con la amabilidad necesaria para no levantar sospechas de hacía dónde iría.

La médica azteca se subió a su vehículo, accionó las llaves, iluminó la rotonda con las luces del automóvil y comenzó a conducir. Justo en ese momento, una leve lluvia acompañada de cenizas empujadas por ventiscas comenzó a caer sobre toda la ciudad.

Lenta y tranquila al principio, pero después volviéndose más impetuosa a medida que el coche de la hermana de Uitstli conducía a través de las desoladas calles de Mecapatli. La oscuridad era una penumbra lúgubre, apenas se podía ver las luces de otros vehículos en la distancia. Los faroles constaban de largos postes con sus lámparas de aceite tiritando a causa de los barridos de vientos. En cuestión de minutos el pavimento de las carreteras quedó atiborradas de agua, y las aceras quedaron manchadas por gruesas capas de ceniza. Siempre que llegaba este tipo de clima lluvioso, Tepatiliztli lo disfrutaba por la inspiración que le traía, incluso si se trataba de uno lúgubre por el significado que traía detrás. No obstante, esta ocasión el clima acompasaba con su estado de ánimo pesado, nostálgico y pesimista.

El vehículo se detuvo frente a un semáforo con su poste inclinado por un severo daño. Tepatiliztli esperó con paciencia, mientras oía por la radio un podcast en el que se exponía, con gran consternación, un incremento en la tasa de muertes de aztecas por inanición. La médica azteca apretó los labios de la molestia al oír eso, y apagó la radio. No obstante, cuando alzó la mirada y vio lo lejos un amplio foro romano, su aliento fue arrebatado por al ver de forma desencantada un campamento médico.

Las tiendas de campaña se repartían por toda la plaza, llegando a las carreteras y obstruyéndolas. En ellos alcanzó a ver a familias aztecas velando por miembros suyos que cayeron enfermos por culpa de la inanición. Alcanzó a ver, también, como los encargados del campamento discutían de forma acalorada por la falta de provisiones. Aquellas imágenes aumentaron el pesar de Tepatiliztli que perturbaron su espíritu de médica, llegando a sentirse culpable por tantas muertes ocasionadas por esta insoportable hambruna.

Tepatiliztli siguió anadeando por el centro de Mecapatli hasta alcanzar una intersección. Desvió la mirada hacia una esquina de la encrucijada, viendo a lo lejos, y de forma borrosa a causa de la lluvia, un lujoso bar de pulque. Aún estaba abierto; tenía las luces de su marquesina y de su pulcro interior encendidas. No obstante, allí dentro no había ni una sola alma, a excepción de la silueta voluptuosa de una mujer sentada en la barra, bebiendo con desgano su vaso de pulque mientras observaba perdidamente la superficie de la mesa. La médica azteca apretó los labios al verla con su cabello negro todo suelto y vistiendo una gabardina negra que cubría enteramente su cuerpo.

<<Yaocihuatl...>> Pensó, su corazón dando leves tumbos por ver esa aura de desesperanza abrasarla sutilmente.

La mujer de gabardina negra pagó por otra botella de pulque, pero no para bebérsela. En cambio, la guardó dentro de su abrigo, se bajó de la silla y se dispuso a salir del bar. Es aquí que Tepatiliztli apagó las luces de su coche, desactivó los motores al sacar la llave y guardársela en el bolsillo, salió del automóvil y comenzó a seguir a Yaocihuatl.

Debido a que Tepatiliztli había tenido su mente ensimismada en su mundo, no tuvo muchas oportunidades para averiguar lo que Yaocihuatl hacía en Mecapatli desde que llegó. Y ahora que tenía el trabajo en la Casa de los Enfermos, menos tendría tiempo, y es por eso que debía de aprovechar esta oportunidad para poder hablarle. Sin embargo, a medida que la iba siguiendo a través de las aceras y de los callejones en penumbras, siempre mantuvo la distancia y el sigilo, y en ningún momento se armó de valor para ir directamente a ella y hablarle.

Era como si unas ramas invisibles estuvieran aminorando sus pasos cada vez que se decidía a ir, para inmediatamente a compungirse y retroceder. El conflicto en su corazón hacía que Tepatiliztli se encogiera en su voluntad; por un lado, quería hablarle, cumplir con la promesa de su hermano de reclutarla, pero por el otro lado... sentía rechazo en hablarle.

<<¿Pero qué te pasa, Tepatiliztli?>> Pensó para sí misma, las manos en el bolsillo, los dientes chirriando, el ceño fruncido. <<¿Por qué tanta complicación en hablarle? Es sencillo: grítale su nombre, y ahí empiezas a domar la conversación>> Lo intentó una vez más, pero sus labios se cerraron antes de poder balbucear algo. Justo en ese momento Yaocihuatl cruzó hacia la izquierda, y Tepatiliztli aprovechó para ocultarse detrás de una pared. <<¡¿Qué te pasa, maldita seas?! ¡Solo ve y cumple con la promesa de Uitstli!>>

Pero por más que se exigía a sí misma, ni su mente ni su corazón coincidían. Esto hizo que la médica azteca se llevara una mano al pecho y cavilara pesadamente sobre estas emociones tan pesadas. Asomó la vista para ver a Yaocihuatl avanzar en carrerilla a través de una carretera y llegar hasta las ruinas de un edificio que lucía vagamente como un templo religioso. <<Qué nos pasó, Yaocihuatl? Éramos hermanas...>>

Tepatiliztli salió de detrás de la pared y corrió para atravesar la carretera antes de que una larga camioneta la cruzara. Rodeó las ruinas del templo azteca en vez de entrar por la aún vigente entrada principal por donde fue Yaocihuatl. La médica azteca escaló los restos de los pilares hasta alcanzar el suelo de un segundo piso, el cual solo consistía un cuarto de suelo mientras que el resto eran astillas y escombros regados en el primer piso.

El techado del santuario aún se mantenía intacto, a excepción de unos agujeros por el cual se filtraba la lluvia. No era la primera vez que ella hacía esto: en los primeros años a la llegada de Yaocihuatl a Mecapatli, ella la seguía religiosamente a este santuario, pero al cabo de un tiempo, y de no tener valor de hablarle, dejó de hacerlo. Realizarlo una vez más le trajo una brisa de nostalgia.

La médica azteca se agazapó y asomó la cabeza, consiguiendo ver a la exesposa de Uitstli detenerse frente a un altar derruido. En su pedestal se erguían los restos de una estatua hecha de piedra roja, representando a un dios azteca sentado y vistiendo una falda de pliegues que se revolvía sobre sus piernas cruzadas, distintos abalorios que cubrían sus muñecas, sus brazos y su cuello, y tatuajes con formas de flores por todo su cuerpo, en especial su rostro. La estatua le faltaba una pierna, un brazo y la mitad de su cabeza.

Tepatiliztli vio a Yaocihuatl quedarse de pie, apreciando con una mirada triste la estatua, la cual le extendía un brazo en gesto de ofrecer la palma de su mano. Yaocihuatl empezó a recitar en voz baja una oración devocional de iniciación de rito. Ese tipo de oraciones dedicadas a esa deidad en particular solo se reservaban para las sacerdotisas, no para guerreros como ella. Y mientras rezaba, Yaocihuatl sacó de debajo de su abrigo la botella de pulque... y un ramo de flores.

—Oh, Noble Príncipe de las Flores... —murmuró Yaocihuatl entre leves suspiros— Acepta mis ofrendas... tal y como lo habrías hecho en vida... —plantó la botella y el ramo de flores al lado del pedestal— Gracias por todo lo que has hecho por mí... y perdóname por tan poco... —la voz de Yaocihuatl se quebró un poco al tiempo que izaba una mano y, con sus dedos, rozaba los de la estatua— Oh, Noble Príncipe... ahora más que nunca, dame la voluntad para amarme a mí misma, y así soportar esta hambruna y sequía que asola a los aztecas. Siendo yo la única devota que aún te recuerda por lo que eres, merezco tu bendición... —Yaocihuatl cerró los ojos y abrazó la mano de la estatua— Oh, Noble Príncipe... como deseo que estuvieras vivo ahora...

Tepatiliztli suspiró, cautivada de escuchar el rezo tan personal que Yaocihuatl le dedicaba a la estatua de la difunta deidad Xochipilli, dios azteca del amor y de la fertilidad. Esto es a lo que Yaocihuatl se había dedicado estos años, según lo que sabía: rezarle a la estatua de un dios olvidado por la intemperie, adorado por muy pocos a quienes tachaban de herejes de saberse que lo hacían.

La médica azteca fue armándose de valor esta vez. Respiró hondo y exhaló hondo, sintiendo de a poco la voluntad de bajar y de hablarle a Yaocihuatl. Se sintió preparada, y comenzó a reincorporarse... hasta que, de repente, el suelo de madera bajo ella se quebró. Algunos tablones se cayeron, y Tepatiliztli pegó un gritito cuando sintió que iba a caer.

EL estruendo de la madera cayendo al primer piso interrumpió el rezo de Yaocihuatl. La mujer de gabardina negra se dio al instante la vuelta, mirando con sus ojos ensanchados la sección del suelo de segundo piso donde aún pululaba el polvo. Al no ver nada extraño, supuso que debió de ser una parte del suelo que ya estuvo en las últimas. Yaocihuatl suspiró, se reincorporó y, abotonando su gabardina, se encaminó a salir del santuario derruido.

Tepatiliztli consiguió girarse y caer de espaldas sobre otra parte del suelo que aún se mantenía. Tenía sus manos sobre sus labios; se pegó la boca luego de haber dado el gritito. Se mantuvo en silencio tensado por varios segundos hasta que vio, por el rabillo del ojo, como Yaocihuatl se disponía a salir del templo con un rápido trote.

De repente, todo el coraje y motivación que acumuló se le zafó de su corazón envalentonado, ahora vuelto añicos de la decepción por haber fracasado en hablarle a su otrora cuñada. La decepción vino acompañada por la culpa de romper la promesa de su hermano, y la culpa vino con una tristeza desoladora.

Tepatiliztli no pudo aguantar la demoledora avalancha de sentimientos negativos que la hicieron sentir frágil y vulnerable. Sollozó, y sus lágrimas se mezclaron con la negra lluvia.

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6
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Finca del Mercado Nahual

Montañas de Mecapatli

En el segundo piso de la Finca del Mercado Nahual se iba a llevar a cabo una reunión con el patrón Xolopitli respecto al encuentro que tuvo Zinac con Tonacoyotl. Y momentos previos a esa convocatoria, Yaotecatl tenía una duda que solventar con su jefe:

—¿Y usted si está seguro dejar que la valquiria esa esté en la reunión?

—¿Y por qué no habría de estarlo? —lo encaró Xolopitli, poniendo sus manos sobre la hebilla de su cinturón— Esa Valquiria Real ha demostrado sernos útil en los trabajitos al sacarnos la piedra que fue el Cabeza de Vaca. Además de a veces hablar con una sabiduría que siento que me hace falta —se rascó la parte trasera de sus orejas.

—De todas formas, patrón —insistió Yaotecatl—, ¿está dispuesto a echar papaya a que escuche la reunión? Puede que ella en verdad sí sea una espía de los Pretorianos enviada por la mismísima corona. Y con una espía del calibre de esa muñeca... —ladeó la cabeza, se encogió de hombros y se acomodó el parche negro.

—Me es muy difícil concebir que la Corona haya accedido a enviar a un miembro de la realeza como una espía de los Pretorianos. Aun sabiendo que no correría riesgo por ser una semidiosa, la Reina Valquiria no se arriesgaría a manchar de esa forma su imagen pulcra de monarca con su familia —Xolopitli alzó un brazo y le colocó una mano en el hombro a Yaotecatl—. Confía en mí en esto, Yaotecatl. Recuerda que de igual forma te he encargado que la vigiles de cerca e investigues si su pasado es verídico. Por sí las moscas.

—Bueno —Yaotecatl asintió con la cabeza, aseverado y sonriente—, pero igual tenga cuidadito con lo que le dice en su cara. No vaya a saber sobre la existencia de Tranquilandia.

—¡Pero por supuesto que tendré cuidado, amigo! ¿Usted quién se cree que soy? —Xolopitli y Yaotecatl carcajearon juntos. Xolopitli le palmeó la espalda— Venga, a entrar.

Ambos mapaches nahuales entraron en la sala de reuniones; un enorme quiosco del segundo piso con un balcón frontal que daba impresionantes vistas hacia las altas colinas de picos ennegrecidos por los nubarrones. La iluminación consistía de la luz natural del eclipse que se filtraba por las ventanas, lo que permitía ver la mesa rectangular en el centro del rellano, con seis sillas; cuatro desocupadas y dos tomadas por Randgriz y Zinac, la primera sentada en el lado izquierdo, alejada del extremo superior de la mesa, y el segundo en el lado derecho, cerca del extremo superior.

Sin decir palabra alguna, Xolopitli y Yaotecatl se acomodaron en sus puestos: el primero en la silla del extremo superior de la mesa, y el segundo sentándose al lado de Zinac. Una vez acaudalado sobre la silla festoneada de cuero, Xolopitli clavó su mirada de interés expectante sobre Zinac. Randgriz en seguida se inclinó hacia delante, el interés remarcado en su semblante y en su mirada atenta.

—Entonces, Zinac —dijo Xolopitli, aclarándose la garganta—, ¿cómo te fue en esa vuelta con Tonacoyotl?

Zinac cerró los ojos, ocultos bajo su máscara de murciélago. Respiró a través de su boca y exhaló por la misma. Apretó los labios y dio tres palmadas a la mesa.

—Como era de esperarse —respondió, su voz siempre sonando como en constante carraspeo—. Vino a la finca todo arponeado y encobijado por la Flor de Íncubo, gritando como si fuera toro en rancho de vacas y haciéndome propuestas de lo lindo.

—Ave maría santísima —gruñó Yaotecatl, pasándose una mano por la mejilla para después cuchichear risitas de roedor— Ese man nos va a traer es muchos problemas si sigue endrogándose con perico de esa forma.

—¿Y qué dijo al respecto sobre lo de a la aduana en Cuahuahuitzin? —preguntó Xolopitli.

—Me dijo que él no tuvo nada que ver y le echó toda la culpa a Álvar —contestó Zinac—. Aunque no sabría decir sí lo dijo de corazón o si lo dijo encabritado por estar colocado.

—¿Le dijiste que ya lo fusilamos? —Xolopitli se inclinó hacia delante y enarcó una ceja.

—Sí, le dije, y después erupcionó diciendo que por qué no le préstamos a nuestro "sicario" para que le resolviéramos sus problemas con Eurineftos

—Como era de esperarse —dijo Yaotecatl, alzando los hombros y sonriendo—. Ombe, si es que el pobre diablo lo tiene pisando los talones el dinosaurio ese.

Xolopitli cerró los ojos y ladeó la cabeza. Zinac pudo ver en su semblante una sutil expresión de decepción.

—No, no, Zinac —negó el patrón, dando un golpetazo a la mesa—, ¡no tenías por qué haberle dicho eso! Ahora ese pendejo va a estar detrás de mi cola llamándome para que le ayude con el temita del comandante hijuemadre ese...

Zinac no dijo nada, pero en disculpa cerró los ojos e hizo una reverencia hacia él. Randgriz había escuchado con atención la conversación hasta ahora, y de a poco su cabeza iba formándose una idea. Conocía a Eurineftos, no en persona, pero sí en reputación: era el comandante de la Guardia Pretoriana más eficaz, tanto así que fue galardonado por la Multinacional Tesla por su lucha contra las pandillas en las Regiones Autónomas. A lo mejor...

—A ver, qué más dijo después de eso —exigió saber Xolopitli mientras se masajeaba las sienes.

El Murciélago del Cartel se quedó callado, su cuerpo inquieto. Miró de soslayo a Randgriz, con la inseguridad y desconfianza de quien no quiere revelar un secreto frente a un desconocido. Miró de regreso hacia Xolopitli, y el patrón de los Tlacuaches hizo un gesto con los dedos de su mano derecha que la valquiria no logró comprender. Yaotecatl sonrió al ver su rostro de confusión. Zinac asintió con la cabeza y se masajeó la barbilla.

—Él me propuso una sugerencia —dijo—, sobre el... operativo que estamos organizando. Me dijo que si nosotros nos encargábamos de Eurineftos, él se olvidaría del "robo" que le hicimos a los dispositivos de la Multinacional Tesla, y además aportaría el sesenta por ciento de sus efectivos en la logística. Y recalco: todo esto lo dijo bajo los efectos narcóticos de la Flor de Íncubo. Tanto que hasta me llegó a bravear.

—¿Y cómo no va a hacerlo? —comentó Yaotecatl, sacudiendo de lado a lado la cabeza— En ese estado, Tonacoyotl es hasta capaz de hacer enojar a un budista zen.

—Yo al final le dije que se fuera para su cantón y que, cuando estuviera más tranquilo, hablara con usted sobre eso.

—No te preocupes, Zinac, ahí sí hiciste bien —Xolopitli volvió a recluir su espalda contra el espaldar de su silla. Su gesto se convirtió en uno pensativo, con su mano rascándose la barbilla y el hocico mientras hacía trabajar sus neuronas y era visto fijamente por Zinac, Yaotecatl y Randgriz. Xolopitli los miró a los tres y les sonrió—. ¿Sienten algo en el ambiente? —el Mapache Pistolero se inclinó hacia delante— Eso es calor. Se está poniendo demasiado caliente esta situación como para resolverlo con otra charlita con ese zorro.

—¿Está seguro de eso, patrón? —inquirió Yaotecatl, el ceño fruncido. Xolopitli se lo quedó viendo— No pues, yo digo que usted puede hacer que se eche para atrás con esas decisiones si entabla una conversación con él, como lo hizo antes.

—Yaotecatl tiene razón —concordó Zinac—. ¿O es que usted no me dijo que él es alguien muy obediente?

—Sí, pero era antes de que empezara su vicio por la Flor de Íncubo hace seis meses —argumentó Xolopitli, mordiéndose el labio inferior y suspirando—. Ahora de tanto estar oliendo cochinada no va a entender a razones ni a charlas diplomáticas. Y quizás hasta esté pensando en la posibilidad de... mandarme a matar.

El silencio hizo un quebradero de tensiones luego de que Xolopitli soltara la bomba verbal. Ninguno de los tres habló por los siguientes segundos. Randgriz se sintió con el valor de expresarse, más ahora luego de terminar de formar su idea en la cabeza tras oír toda la información. Se inclinó hacia delante y entreabrió la boca, llevándose las fijas miradas de los tres narcotraficantes.

—Quiero sugerir algo —dijo, y miró de reojo a Xolopitli—, si su señoría me lo permite.

—Adelante, mija —el Mapache Pistolero le hizo un ademán con la mano, lo que hizo que tanto Yaotecatl como Zinac lo observaran con las cejas enarcadas de la sorpresa—, exprésese.

—Qué tal si hacemos esto: le decimos a ese Tonacoyotl que convocamos una reunión para hablar sobre... ese operativo —hizo un ademán con la mano en señalamiento a Zinac—, y allí confirma sus sospechas sobre la posibilidad de un complot para asesinarlo. Yo lo acompañaré y lo protegeré de cualquier tipo de atentado que llegue a ocurrir. Y que sea solo yo: un mandamás como él se pondrá confianzudo al ver que su única guardaespaldas es una mujer. Eso nos dará más posibilidad de que hable de más y quiera tomar ventaja sobre nosotros.

—Si serás como medio brutica, ¿no? —gruñó Yaotecatl, el ceño fruncido y apoyando los brazos sobre la mesa— ¿Y qué tal si ese zorro te reconoce como tu sicaria y te quiera requisar para hacer la vuelta con Eurineftos?

—No creo que lo haga —corroboró Zinac—, yo no le dije que fue ella quién asesinó al Cabeza de Vaca. Ahora no me vayas a creer tan pendejo como para hacer eso.

—Ah, pues menos mal no hiciste una oferta de dos por uno en nivel de huevoneada —Yaotecatl se cubrió la mandíbula con una mano para tapar su sonrisa. Zinac le chasqueó los sientes y miró hacia otro lado.

—¿Y usted sí estaría dispuesta a hacer al pie de la letra lo que me ha dicho? —preguntó Xolopitli, sus ojos fijos en la Valquiria Real— Si convoco una reunión, solo yendo tú y yo, será para que no salgamos en una pieza.

—He sido testigos de complots anteriormente —manifestó Randgriz, sus ojos verdes destellando de determinación—. Con lo que he escuchado hasta el momento, todo esto tiene potencial para germinar en un complot contra usted. Estoy dispuesta a dar este salto de fe con usted.

El silencio reinó por el siguiente largo lapso. AL cabo de unos diez segundos, Xolopitli cerró los ojos, respiró hondo, exhaló y respondió golpeteando rítmicamente la mesa y después aplaudiendo tres veces. Abrió los ojos y esbozó una sonrisa de oreja a oreja.

—¡VALE, MUCHACHOS! —exclamó, y se puso de pie sobre la silla con un saltito— Ya me acabó de decidir. Voy a arriesgar mi pellejo por el Cartel de los Tlacuaches en esta misión suicida —Xolopitli clavó sus ojos severos sobre Randgriz—. Y espero de verdad me cumpla, valquiria. Sin cagadas ahora, por más que seas nueva en el Cartel.

—Y así será —contestó Randgriz, asintiendo con la cabeza y dedicándole su mirada llena de seguridad. Una seguridad que ahora gozaba en su templanza desde que se unió a esta organización. Incluso si era en cubierto, se sentía en pleno ejercicio de sus cualidades para hacer estas misiones. 

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