Record of Ragnarok: Blood of...

By BOVerso

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Los diez milenios de existencia de la humanidad estarían por terminar por la mano de sus propios creadores. ... More

ꜰᴀʙᴜʟᴀ ᴍᴀɢɴᴜᴍ ᴀᴅ ᴇɪɴʜᴇɴᴊᴀʀ
ӨBΣЯƬЦЯΛ
Harā'ēkō Bud'dha
Buddh Aur Daakinee
Taantrik Nrty
Tur Arv Valkyriene
bauddh sapane
Vakning einherjar
Yātrākō antya
Interludios: Los Torneos Pandemonicos
Interludios: Los Reclutadores y los Nipones
Libro Uno: Los Viajes de Uitstli
Ayauhcalli Ocelotl
Quezqui Acalpatiotl
Tlachinolli teuatl
Kuauchili Anxeli
Amatlakuiloli Mapachtlan
Teocuitla coronatia
Yaocihuatl
Olinki Yaoyotl
Huey Tlatoani
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 1)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 2)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 3)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 4)
Interludios: La Reina, el Semidiós y los Reclutadores
Huallaliztli Yehhuatl Teotl
Yaoyotl Ueytlalpan (Ajach 1)
Yaoyotl Ueytlalpan (Ajach 2)
Inin Ahtle To tlamilistli
Maquixtiloca Teótl Innan (Ajachi 1)
Maquixtiloca Teótl Innan (Ajachi 2)
Etztli To Etztli (Ajach 1)
Etztli To Etztli (Ajach 2)
Cocoliztli Neltiliztli (Ajachi 1)
Cocoliztli Neltiliztli (Ajachi 2)
Ilhuitl Onaqui Cuauhtli Ahmo Inin (Ajach 1)
Ilhuitl Onaqui Cuauhtli Ahmo In in (Ajach 2)
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕱ø𝖗𝖘𝖙𝖊 𝖗𝖚𝖓𝖉𝖊
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕯𝖊𝖓 𝖆𝖟𝖙𝖊𝖐𝖎𝖘𝖐𝖊 𝖇ø𝖉𝖉𝖊𝖑𝖊𝖓 𝖔𝖌 𝖉𝖊𝖓 𝖘𝖛𝖆𝖗𝖙𝖊 𝖏𝖆𝖌𝖚𝖆𝖗𝖊𝖓
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖆𝖟𝖙𝖊𝖐𝖎𝖘𝖐𝖊 𝖚𝖙𝖓𝖞𝖙𝖙𝖊𝖑𝖘𝖊𝖗
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕭𝖑𝖔𝖉𝖘𝖚𝖙𝖌𝖞𝖙𝖊𝖑𝖘𝖊
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖍𝖊𝖑𝖛𝖊𝖙𝖊 𝖐𝖔𝖒𝖒𝖊𝖗 𝖋𝖔𝖗 𝖔𝖘𝖘
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖙𝖎𝖉𝖊𝖓𝖊𝖘 𝖘𝖙ø𝖗𝖘𝖙𝖊 𝖗𝖆𝖓
Tlatzompan Tlatocayotl
Libro Dos: La Pandilla de la Argentina
Capítulo 1: Los Vigilantes
Capítulo 2: Los Mafiosos
Capítulo 3: Cuatro Días Perdidos
Capítulo 4: Renacidos Sin Cobardía.
Capítulo 5: Pasar Página
Capítulo 6: Bajo la mirilla
Capítulo 7: Adiós, Sarajevo
Interludios: Academia de Magos y Hielo de Gigantes
Interludios: El Flash de Helio
Interludios: La Maldición del Hielo Primordial
Capítulo 8: Economista... Pero, en esencia, Moralista.
Capítulo 9: Nueva vida, nuevos desafíos, nuevos enemigos.
Capítulo 10: Mercenarios de Oriente

Interludios: El Presidente, la Princesa y el Jaguar

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By BOVerso

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1
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Civitas Magna

Sindicato de los Einhenjers

En el silencioso pasillo cerca de los aposentos de William Germain, allí donde las paredes estaban condecoradas con los recuadros de los Einhenjers caídos en la Segunda Tribulación, Maximiliano Robespierre observaba con ojos detallados las ensalzadas pinturas de los arcángeles San Gabriel y San Rafael.

El pasadizo donde estaba parado era solitario la mayoría de las ocasiones, donde sólo había presencia de guardias haciendo vigilancia en las estancias confidenciales de los oficiales de más alto rango del Sindicato. En esta ocasión no había guardias. Era solo Robespierre, su mirada entrecerrada y enigmática fija en los atuendos blancos y las alas níveas de ambos arcángeles. Su artimaña cabeza a veces concebía los paralelismos y las ideas más abstractas, pero siempre bajoneadas por la naturaleza mundana de su ser.

Y este momento no era la excepción. Con una carpeta llena de documentos en su mano, el rostro ensombrecido, Robespierre pensaba en el poder que ambas personalidades habían llevado. Poderes mágicos, poderes del populacho tanto inglés como francés... Pero incluso si un tsunami estuviera de camino a inundar la ciudad, se necesitaba más que carisma, espadas mágicas y buena labia para administrar.

Se oyeron pasos venir de detrás suyo. Robespierre entornó ligeramente la cabeza y vio de reojo al allegado. Adam Smith, con sus manos dentro de su bolsillo, se posó a su lado y miró los recuadros de Gabriel y Rafael.

—¿Te has imaginado a ti mismo repintado allí? —le cuestionó Smith— Apuesto a que sí. ¿El marco te queda bien? ¿Te sienta ver a todo el pueblo de la Civitas Magna honrándote y adorando tus ídolos, justo como el pueblo Francia?

—Sería difícil que ellos me honren sin cabezas —contestó Robespierre, la voz gélida al igual que su mirada.

Smith frunció el ceño ante su comentario. Siguió apreciando los recuadros de los dos difuntos Einhenjers.

—Un hombre de ambiciones tan potentes que acaba por convertirse en una plasta peor que su antecesor —argumentó el economista—. Supongo que ya conoces la frase del poder absoluto que corrompe absolutamente, ¿no? Eso es lo que te llevó a la muerte, al fin y al cabo.

Robespierre frunció el ceño y le dedicó su semblante molesto al sonriente Smith.

—¿Y qué hay de ti? —inquirió— ¿Te imaginas a ti mismo repintado en un cuadro de este pasillo de peleadores como un guerrero caído?

El economista americano se quedó apreciando, pensativo, las pinturas por un par de segundos.

—Debo ser uno de los pocos Einhenjers en este Sindicato que no quiere ser un Legendarium. Las batallas o las estrategias de guerra nunca han sido lo mío.

—Eres más bien uno de los pocos Einhenjers que ni siquiera se merece su título como tal —se burló Robespierre, dibujando una sonrisa maliciosa.

—Puff, puedes decir cosas mejores, Robespierre —masculló Smith, reavivando la marcha que tenía anteriormente.

Robespierre, aún con la sonrisa socarrona, comenzó a seguir a Smith por el larguísimo pasillo. Cada que pasaban el recuadro de un Einhenjer, los dos se sentían observados por los fantasmas de estos caídos encarcelados en aquellos cuadros.

—Seme honesto, Smith —profirió Robespierre, caminando a su lado—, cuando le dijiste a Su Majestad que licenciarías los Torneos Pandemónicos y que ganarías lucro en su nombre, ¿no lo decías por ti mismo? ¿No es acaso el masacrar demonios uno de tus hobbies favoritos, también?

—Oh, vaya, vaya —carcajeó Smith—, ¿acaso te preocupas todo el tiempo que me esté gastando el dinero en prostíbulos y súcubos solo para torturarlas de la peor forma?

—Yo me imagino que usas a la Dama de Hierro, o alguna otra técnica de tortura que usaban los Bórbonicos antes de que William y Napoleón llevarán a cabo el golpe de estado —la sola mención de esto último hizo que Robespierre arrugara el ceño en una mueca molesta.

—Me avergüenza el saber que me imaginas como un psicópata —Smith realizó un ademán de ruborizarse.

A medida que su conversación avanzaba, también lo hacían sus pasos. Llegados a un punto el pasillo acabó, y los dos se adentraron en una prominente galería con peristilos y triforios que dejaban entrar los rayos del sol anaranjado. La iluminación consistía en lámparas de cristal que flotaban como globos por el aire, y al fondo se hallaban altares con copas doradas esmaltadas en gemas que, con un mecanismo de aura, emitían imágenes holográficas de los guerreros y dioses más importantes de la historia de Vingólf.

—Pues debe de ser extraño, para ti —prosiguió Robespierre—. Un hombre que en su vida pasada fue un pusilánime, una rata de biblioteca que apenas era tomado en serio en cuestiones políticas... Y ahora es odiado por mucho y temido por casi todos.

—Apuesto a que debes temerme por cuantas pesadillas has tenido de mí torturando súcubos e íncubos, entonces —bromeó Smith, la sonrisa igual de socarrona que la de Maximiliano.

—No creas. Ya he tenido mis delirios antes de ser mandado a la guillotina.

Ambos Ilustrata se detuvieron frente a uno de los hologramas del altar. Allí, la copa figuraba la imagen de hombre musculado, con nada más que una hoja para cubrir su cintura, un rostro juvenil, cabellos rubios y ojos azules. En su mano comía una manzana, y a su alrededor reposaban animales sosegados y durmientes.

—Aunque no lo creas, yo te admiro, Adam Smith —la seriedad volvió a la voz y al semblante de Robespierre.

—Y yo te admiro, Maximiliano Robespierre —reconoció Smith, igual de severo que él—. Un hombre que odiaba tanto a la monarquía como el pueblo, pero que acabo siendo igual de déspota. Que acabó susurrándole al oído de una Reina Valquiria, y ahora le está susurrando el oído a otra.

—Al menos yo soy el ángel en su hombro. Tú por otro lado eres su demonio.

Ambos Ilustrata permanecieron en silencio sepulcral. Alrededor de ellos revolotearon las motas de aire que producía la magia del holograma de la copa. El recorte de la imagen de Adán frente a los dos Ilustrata era cuanto menos exótica... y cargada de tensión

—Y aquí estamos los dos —dijo Smith, enarcando las cejas—. En mutua admiración y respeto. Hombres que vivieron en la misma época.

-—Jugando los mismos papeles de ese entonces —dijo Robespierre, y en ese instante se oyeron pisadas de botas y el rechinar de armaduras detrás de él.

—Y sirviendo a un nuevo líder —anunció Smith, irguiendo la espalda para después hacer una reverencia.

—Eterna sea su sabiduría —Robespierre se dio rápidamente la vuelta y encaró al recién llegado William Germain a la sala, siendo seguido por un séquito de Guardianas Valquirianas, cada una cargando con pilares de más de cincuenta papeles—. ¡Mi señor! Bienvenido seas.

—Bienvenido seas, Germain —dijo Smith, aún en pose de reverencia.

—Mis señores —dijo Germain, pasando de largo de ellos para después dar un chasquido con sus dedos metálicos—. ¿Será que me acompañan? Me gustaría hablar con ustedes sobre lo que se viene ahora.

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2
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Acomodados en las sillas frente al mesón de sándalo del Presidente, los dos Ilustrata veían a William leer con concentración máxima los estatutos que Adam Smith había preparado para organizar los Torneos Pandemónicos.

Tanto Smith como Robespierre notaban el cansancio en el sudor de la frente de Germain. Ser el Presidente Sindical llevaba un cargo tan grande como ser un Virrey, y ninguno de ellos dos se imaginaba el titánico peso que conllevaba hacer las tareas encomendadas por la Reina. Especialmente ahora tras el golpe de estado, y con las expectativas de todo el pueblo reposando en sus hombros.

La penumbra de la habitación ayudaba a encajar en esa marea de tensiones que William emitía solo con las miradas y el fruncimiento de cejas. Además de ellos, solo estaban las Guardianas Valquirias custodiando la entrada. Para Adam Smith esto no le era un suplicio; nunca le gustaba que los guardias lo estuvieran viendo mientras trabajaba.

—Entonces has conseguido el dichoso "salvoconducto" a través de una fuente clandestina del bajo mundo —espetó William, su mentón apoyado sobre su mano izquierda—, y tras eso quieres costear alrededor de dos millones de dracmas de oro, otros tres millones para los tres que ganen los torneos, y por último otro millón dedicado para la publicidad.

—Ya he hecho los planes, señor William —explicó Smith—. Con Maddiux a la cabeza de la administración, todo saldrá rentable a posteori.

—Maddiux ha sido una buena opción, se lo tengo que reconocer, señor William —comentó Robespierre—. Él hasta lo haría gratis todo con tal de ver a demonios pelearse contra Kaijus.

William, por otro lado, tenía un semblante amargado se denotaba su insatisfacción.

—¿Y de dónde vas a conseguir toda esta plata, Smith? —gruñó el Presidente, apretando los labios— Porque te recuerdo que la Corona no está nadando en billetes, precisamente...

—Lo tendré que consultar con Mercurio, que es quien me consiguió el salvoconducto —explicó Smith, entrelazando sus dedos y apoyando su mentón sobre ellos—. Aunque estamos enemistados, los Grecorromanos pagarían esa buena suma con tal de ver a demonios pegarse. Eso no solventaría la deuda, que igual, ¿Qué son seis millones en préstamos?

—¿Me estás diciendo que la Corona tiene una deuda de seis millones de dracmas?

—Corrección; por las comisiones para los barracones de los demonios, la Corona tiene una deuda de diez millones.

William Germain estampó fuertemente la hoja contra la mesa. Ni Smith ni Robespierre se mostraron asustados o atemorizados por su carga de ira y frustración.

—¡¿Es que acaso así funciona la riqueza de las naciones, Adam?! —maldijo el Presidente.

—En economía siempre hay que hacer riesgos, Presidente. Entre más alta sea la bolsa de valores, mayores los gastos —Smith hizo un ademán con la mano—. Mayor el gasto, mejor la inversión y más grande será la burbuja. Es dar un salto de fe, pero a mí siempre me ha funcionado. Usted lo sabe, y la Reina Valquiria lo sabe incluso.

—No me voy a creer que Brunhilde te haya permitido hacer que la Corona entre en bancarrota —William ladeó la cabeza y bajó la mirada. Se quedó observando con repulsión los datos numéricos de los gastos para el Torneo.

—Al menos el pan no cuesta cinco millones de francos, como en la República, ¿eh, William? —dijo Robespierre, sonriente.

—Pero lo va a costar si seguimos con estos gastos exorbitantes —William se pasó una exasperada mano por el rostro. Las ojeras se le remarcaban en los ojos y sus suspiros eran pesados—. Miren, voy a tener que consultar a Brunhilde sobre esto. No me da muy buena espina.

—Ok, pero aun así hay que ir haciendo los preparativos para los Torneos... —indicó Smith, acomodándose las gafas.

—¡No habrá preparativos... hasta que hable con la Reina!

El rugido de frustración que salió de la boca de William dejó callados a los dos Ilustrata. Se hizo el silencio por varios segundos. Germain tragó saliva, se limpió el sudor con su próstesis y volvió a suspirar de forma exacerbada.

—Discúlpenme, Ilustratas —murmuró al tiempo que hacía ejercicio de respiración— Es que... uff, tanta carga encima me está saturando.

—Incluso más que cuando fuiste procónsul junto a Napoleón, por lo que veo —comentó Robespierre, la mirada entrecerrada.

—Eso no te exime a ti —le espetó William, el tono agresivo y decisivo—. ¿Qué reportes has hecho sobre los movimientos del Pandemónium en la Civitas Magna?

—Hasta el momento nada en la superficie —Robespierre dio un breve giro con la silla—; son lo bastante inteligentes como para no perder sus visados como Asgardianos. No obstante, sí que hay bastante movimiento en el bajo mundo. Especialmente ahora que he licenciado los Torneos de forma extraoficial y con el requisamiento de Kaijus. Esos demonios andan encandilados por querer pelear contra ellos.

—Ya tienen su propio Torneo del Ragnarök ellos, por lo que se ve —dijo Smith.

—Aunque si debo comentar que ya he recibido críticas por parte de los Arcángeles —advirtió Robespierre, alzando un dedo—. Bueno que digo, más bien de EL Arcángel, el único en su especie. Miguel no está muy contento con mis decisiones.

—Y es que es obvio —dijo William, masajeándose la frente—. Literalmente todos sus compañeros y su familia han muerto a manos de Lucífugo. Tiene el derecho a criticarte y a mucho más por eso.

—¿Eso incluye a que envié a su caballero personal a asesinar demonios?

El comentario disparado tan al azar dejó desconcertado a William. El Presidente alzó una ceja y trato por unos segundos en hallar palabras correctas para describir su impresión.

—¿Qué? —es todo lo que alcanzó a decir.

—No es Ryu Gensai, porque el ya dejó esa vendetta —explicó Robespierre, moviendo su mano de un lado a otro—, lo mismo que Nitzevet, que anda de profesora en la escuela de magos, y también el Qatil Shayatin, quien sigue como director de esa escuela. No es ni siquiera Sirius, quien me ha dicho que ha mantenido a raya a las cohortes para que no vayan por allí haciendo misiones secretas. Si hay una sola forma de explicar los misteriosos y controvertidos asesinatos de demonios que me han enviado estos últimos días... entonces solo hay un culpable al que apuntar.

Adam Smith guardó silencio y con ello dio a entender su afirmación. William respiró hondo y exhaló una ola de aire indignado. Los engranajes de su brazo biónico rechinaron entre sí, hasta el punto en que Smith y Robespierre pudieron oír el chirriar metálico.

—Voy a tener que hacer que John Edgar Hoover hable con él —dijo, la voz carrasposa. Se masajeó las manos—. Brunhilde le tiene un cariño extremo a esos dos. Si algo de eso sale a la luz, tendremos una Tercera Tribulación antes que un Torneo del Ragnarök.

—En ese caso, ¿que sugerencia propone para encubrir estos crímenes? —preguntó Robespierre.

—¿Que los mató El Merodeador Nocturno, quizás? —William dio un resoplido y ladeó la cabeza— Eres tú el que tiene que venir con esas ideas, Maximiliano. Yo ya tengo mi mente demasiada ocupada con otras cosas. El Torneo, las relaciones diplomáticas con algunos Grecorromanos, la publicidad de la mano de Tesla, las defensas de la ciudad etcétera, etcétera... —William se masajeó las sienes con sus dos manos.

—Le recomiendo tomarse pausas activas, señor William. Tómese leche o algo —Smith hizo un ademán de ponerse de pie—. ¿Es todo por hoy o hay algo más?

<<Desgraciado...>> Pensó William, pero con molestia esgarró lo siguiente:

—Eso es todo. Pueden retirarse.

Los dos Ilustrata se pusieron de pie e hicieron sus respectivas reverencias hacia William. Tras eso se volvieron sobre sus pasos y abandonaron los aposentos. Lo último que el prócer oyó fue el chirriar de las bisagras y el tronar de la puerta cerrar.

El Presidende Sindical se reincorporó de su sillón y se quedó de pie, pensativo. Resopló, respiró hondo, se dirigió hacia la ventana, hizo a un lado las cortinas y observó el horizonte urbano y de plomo que era la Civitas Magna. Era tan vasto que su el gris se recortaba con el horizonte del firmamento nebuloso, creando una muralla gris uniforme al filo del mundo. Al hacerse el silencio más absoluto, William pudo oír los bisbiseos de la gente, de los coches y de las fábricas. En general, de toda la gente que ahora depositó su fe en él, como en los viejos tiempos, como antes de que los Bonaparte los traicionara.

<<Miguel...>> Pensó, melancólico, posando las manos sobre el alféizar. Su frente se arrugó y sus ojos se entrecerraron. Un extravagante escalofrío le recorrió la espalda. <<¿Qué carajos te sucede?>>

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

A Geir Freyádottir le alegraba mucho la música de boleros cada vez que le tocaba caminar por las tristes calles de la Civitas Magna acompañada por un séquito de Guardianas Valquirianas.

No le gustaba la música electrónica o de pop como a algunas de sus hermanas mayores, mucho menos el tan hastiado Death Metal que Maddiux siempre ponía a todo volumen. Por más que extraño que sonara, a Geir le gustaba oír más los boleros cubanos, las baladas y rancheras mexicanas, el vallenato colombiano o cualquier otro género musical que tenga que ver con su tan favorita cultura Iberoamericana. Sus hermanas más menores, en especial Thrud (otra amante del metal como Maddiux), la llamaban Princesa Campesina por esos gustos musicales tan agropecuarios que solo los mesoamericanos oían. Pero Geir no le daba un comino lo que ellas pensaran de sus gustos.

Y la canción que más le gustaba poner en sus audífonos mientras anadeaba por las avenidas de la ciudad era su favorita de Alberto Beltrán. Para ella, el ritmo musical era pegadizo, y la letra acompasaba bien sus ánimos para anadear con paraguas en mano contra la inclemente lluvia y los vientos negros. La vehemencia de los coros la hacía no temer de caminar por los callejones para acortar caminos, atravesar las calles sin mirar a ambos lados y de no prestarle atención a ningún peatón sospechoso; el hecho de que era acompañada por un sequito de guardianas ya llamaba mucho la atención.

—Aunque me cueste la vida... ¡Sigo buscando tu amor! —cantó Geir, sincronizándose con la voz de Alberto al tiempo que camina por la acera y agitaba su capa en un danzarín giro— Te sigo amando, voy preguntando, donde poderte encontrar...

Y la gente se la quedaba viendo con bastante rareza, incluida las guardianas. Pero eso a Geir no le importaba.

La canción también tenía otro significado sentimental a su usanza. Fue su hermano mayor, Sirius, el que la introdujo a este tipo de música cuando ella era más niña. A él las Valquirias también lo apodaban como "Caballero Campesino" por estos gustos musicales, y aunque a ella no le hubiese gustado en un principio, fue el carisma y las manías de Sirius la que la decantó por hundirse en este mundo musical. Por eso ya no le daba miedo ir sola por las calles; estas canciones le daban seguridad.

<<Si nos llaman campesinos, ¡entonces seamos campesinos juntos, Geir!>> Las palabras de Sirius resonaron en su cabecita tierna, y justo se imaginó el recuerdo de cuando le revolvió el cabello. Aunque ya era una adolescente, casi mujer como Brunhilde, ella seguía siendo una niña pequeña a los de Sirius. Y a Geir, en el fondo de su corazón, le gustaba ese cariño.

William Germain le había pedido que le hiciera un mandado en la "Barriada Mexica" de la Civitas. Luego de ayudarlo con el papeleo de los Torneos, a hacer las cuentas de los gastos de estos y a hacer los preparativos para sentar bases del Torneo del Ragnarök, ahora le pidió que consiguiera de esta plaza unas confecciones de vestimentas aztecas que el Legendarium mandó a crear. Geir no puso muchas pegas, en especial porque sabía para qué había pedido elaborar estas vestimentas.

La Barriada Mexica era, posiblemente, la única de las tantas cupulas de la Civitas donde reposaba pasto verde. La autonomía cultural que se vivía allí dentro era igual de exótica que las aldeas que habían más allá de las murallas. Cuando se introdujo dentro de su cúpula acompañada de sus guardianas, los aromas de la naturaleza y los perfumes tradicionales la transportaron al mundo azteca. La artesanía, la textilería, la cerámica, la orfebrería, la gastronomía y hasta las fiestas propias de este pueblo tan variopinto a ojos de Geir proliferaba en sus mercados, en sus plazas, en sus pequeñas pirámides escalonadas y en la música y bailes que se llevaban a cabo en cada esquina de cada calle.

Geir y sus guardianas caminaron a través de las plazas y por entre sus gentes buscando las industrias textiles. Al cabo de estar buscando por caso dos minutos (tiempo en el que se asustó al pensar que se perdió y pasaba vergüenza ante sus guardianas), Geir terminó hallando el mercado textil. Se dirigió hasta él, y vio el nombre "Atotoztli Textil" impreso en una atalaya hecha de cartón al lado del vendedor.

—¿Qué quieres? —gruñó el vendedor, un hombre anciano con capucha y melena blanca que a Geir se le antojo ser un Nahual.

Solo bastó con proporcionarle el tiquete dorado de William para que el azteca supiera lo que quería.

—Espera aquí, niña.

<<Ya ni que me llame princesa>> Pensó Geir al tiempo que asintió con la cabeza y el vendedor se ponía de pie y se metía dentro de la ínsula.

Al poco rato el anciano regresó, y en sus manos cargaba con mudas de ropas aztecas; la de la izquierda era un largo camisón rojo con taparrabos anaranjados, y el otro era una toga blanca con entramados de flores dibujados por el torso. Geir hizo un ademán con la cabeza, y las Valquirias recogieron y guardaron las mudas dentro de mochilas que cargaban consigo.

—Muchas gracias —dijo Geir, haciéndole una reverencia al vendedor para después partir. El anciano correspondió con un amargado gruñido.

Geir y sus guardianas regresaron por donde vinieron, y salieron por la misma entrada de la cúpula. Volvieron a desenfundar sus paraguas antes de que la lluvia las azotara, y emprendieron el camino de regreso hasta el Folkvangr. Geir sacó los audifonos de su cápsula, y volvió a ponerse a todo volumen la canción de Alberto Beltran. Nada más oír las trompetas, una sonrisa de regocijo se dibujó en su adorable rostro.

Sin que se dieran cuenta, cerca de ellas, en la cima de las filas de edificios de la calle por donde transitaban, unas misteriosas sombras la otearon con miradas de sospecha y atrevimiento.

La razón del por qué iban a pie antes que en coche era sencilla: era una estrategia de parte de William para ir en perfil bajo. Si bien habían anunciado al gran público los Legendarium Einhenjar, lo cierto es que había algunos de estos Einhenjers que ni sabían que fueron Einhenjers Electivos. Eso sin contar que se recientemente Brunhilde "descubrió" el paradero perdido de Kuro Kautama luego de convencer a los Budas de Vingólf. Por lo que esas tres semanas que Odín Borson les impuso para organizar el Torneo (esto debido que aún faltaban dioses de otros Reinos que llegaran a Asgard) les servía como cortina de humo para terminar de reclutar al resto de Legendarium.

Repentinamente hubo un cambio en el ambiente. Geir y las Valquirias habían tomado uno de los atajos para acortar camino, pero el callejón que tomaron se vio envuelto en una densa niebla oscura que les impidió el paso hacia el otro lado. Los vagabundos que descansaban por allí se despertaron del espanto de sentir el cosquilleo de algo peligroso cerca de ellos, por lo que se reincorporaron y salieron corriendo. Las Guardianas Valquirias se pusieron en guardia, desenfundando sus espadas y rodeando a la pequeña Geir en un círculo de armaduras.

Unas sádicas risas gorjeantes se oyeron venir de arriba. Las mujeres alzaron la cabeza, y vieron siluetas humanoides aleteando sus alas de demonio, descendiendo hasta el callejón donde se encontraban. Las Guardianas se alertaron y alzaron sus espadas; Geir encogió su cuerpo con tal de buscar refugio.

—¿Qué pretenden hacer buscando pleitos, demonios? —gruñó una de las Guardianas— ¡Cometen un grave crimen al irrumpir en el camino de Su Majes...!

—¡Agh, ya cállense!

De repente, hilos rojos aparecieron en el aire y rodearon los cuerpos de las Valquirias, aprisionándolas en sus finas cuerdas e inmovilizándolas. Con un agitar de su mano, el demonio que invocó su ataque hizo que los hilos salieran despedidos hacia distintos lados, provocando que las Guardianas salieran disparadas contra las paredes, chocando y enterrándose dentro de hendiduras. Las Valquirias cayeron al suelo, los escombros derrumbándose con ellas. Al instante trataron de reincorporarse, pero fueron puestas de nuevo en el piso por los pisotones de otros demonios que aparecieron de la penumbra, envolviéndolas e inmovilizándolas con los mismos hilos rojos.

El primer demonio que invocó los hilos expulsó una fuerte risotada. La frente de Geir se perló de sudor y de su boca comenzaron a salir leves chillidos de terror.

—¡JAJAJA, PERO MIRA QUÉ FÁCIL ES DERRUMBAR A LA GUARDIA DE LA REINA, MUCHACHOS! —exclamó el demonio, revelando su atuendo de pantalones rojos acolchados, camisa negra manga larga, falsas alas angelicales, su cabello plateado y los dos piercings en su labio.

<<¡Ay, no, y encima es un puto INCÚBO!>> Chilló la mente de Geir.

—No te pongas la medalla aún, maldito... —gruñó una Guardiana, forcejeando contra las cuerdas en vano— ¡Tan solo nos tomaste por sorpre...!

El demonio que la tenía inmovilizada envolvió su lengua con sus cuerdas. La Valquiria sintió el ardor de la sangre en su boca.

—¿Cómo fue? No te escuche —dijo el Incubo líder, poniendo una mano en su oído— ¡INTENTA LENGUA DE SEÑAS!

Uno de los demonios con gafas de ñoño frunció el ceño.

—¿Será que se puede hacer Lenguaje de Señas con las alas angelicales también? —se preguntó. Los demás demonios despidieron gruñidos de molestia. Geir frunció el ceño de la confusión

—¡Ahora no es tiempo de preguntas tontas, Ino! —maldijo el Incubo Líder, colocándose frente a la encogida y aterrada Geir.

Geir sin embargo no se dejó intimidar. Abandonó la pose encogida en la que estaba y, armándose de valor, irguió la espalda y se colocó frente a frente contra el Incubo. Lilu frunció el ceño al ver como Geir lo miraba a los ojos con gran osadía.

—Eso no es de tu incumbencia, sucio perro —le espetó, endureciendo el semblante—. Puede que me tengas aquí atrapada, pero no creas que tu escupitajo te caerá en la cara. Solo deja que la Guardia te encuentre y...

No pudo acabar su oración antes de que Lilu le diera un sorpresivo revés en la mejilla. La mejilla de Geir se enrojeció, su labio se partió y su cuerpo cayó con fuerza al piso. El incubo le puso un pie sobre la cabeza, y la restregó contra el oído de Geir, irritándoselo.

—¡GEIR! —gritaron de frustración todas las guardianas valquirias.

—Te haces la que eres muy ruda, cuando no matas ni una mosca, niñita —gruñó Lilu, sacando su alargada lengua con forma de gusano húmedo—. Cuando para lo único que debes servir es para ser un saco de cemento. Si sabes a lo que me refiero —y alzó sus crías de forma pícara, contrastando con los gruñidos adoloridos de Geir.

<<No llores, no llores, no llores, no llores, no llores...>>Pensó la pequeña Valquiria en un desesperado intento por motivarse. Brunhilde siempre le había dicho que tenía que ser una Valquiria fuerte, que por más dolor sufriera o lágrimas soltara, no debía dejar a un lado su temple. Agarró el pie de Lilu y trató de quitárselo de encima, pero no pudo. El demonio era más fuerte que ella.

—Pero yo no vine aquí para eso —Lilu le quito el pie de encima y agarró a Geir de los cabellos, alzándola hasta la altura de sus cabezas—. Yo vine para que me respondas. ¿Qué andabas haciendo en el Barrio Mexica confeccionando ropas? Respóndeme ahora o cosas peores se vienen para ti —el incubo le colocó un dedo sobre el pecho, para después masajear su ropa y meter su mano allí dentro.

<<Hermano Sirius, ¿dónde estás?>> Pensó Geir, apretando los dientes y con unalágrima recorriendo su mejilla. El incubo le relamió la lágrima con su lengua,y Geir sintió asco hasta los tuétanos.

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

La voz estelar y gruesa fue tan inaudible que todos los demonios del callejón sintieron un fuerte escalofrío recorrer sus cuerpos. Antes de poder reparar en una extraña presencia en la zona, una fugaz centella recorrió todo el callejón circular, traspasando a los demonios que tenían capturados a las valquirias y recibiendo una andanada de puñetazos en sus vientres y rostros hasta ser estampados contra la pared. El incubo líder soltó a Geir, la valquiria cayó al piso endeble, y dio pasos atrás.

<<Imposible, ¡¿Cómo nos hallaron?!>> Pensó Lilu, para después volverse sobre sus pasos e intentar huir por el camino. Sin embargo, antes de dar un paso, fue cegado por un repentino resplandor que vino del final del pasillo. El incubo chirrió los dientes y dio pasos atrás hasta volver al callejón.

—¡¿Pero qué...?! —masculló Lilu, restregándose los ojos hasta volver a tener visión. Lo primero que hizo fue alzar la cabeza, darse la vuelta...

Y en un abrir y cerrar de ojos recibir de lleno el vigoroso y veloz puñetazo boxeador de Sirius Asterigemenos directo en su cara.

Los nudillos del Legendarium Einhenjar desfiguraron el rostro de Lilu, le partieron todos los dientes, le descuajó la quijada y le torció el cuello pero sin romperle los huesos. Fue tan rápido su puñetazo que sus cabellos le revolotearon y se le escaparon de su cabeza, dejándolo casi calvo. El brazo de Sirius se volvió un borrón de luz imperceptible para las Valquirias Guardianas, y para la propia Geir, quien al ver como ese desgraciado se caía al suelo, inconsciente y con el rostro deformado a más no poder, sintió una alegría inmensa como no sentía desde hace días.

Sirius se irguió y respiró hondo, canalizando toda la irascibilidad que había acumulado hasta ahora. El Einhenjer ahora vestía con un peto plateado con relieves de laureles en el pecho, hombreras escalonadas, brazaletes plateados, pantalones negros y escarpes que le llegaban hasta la pantorrilla. Abrió los ojos y miró con despreció al rematado incubo en el piso.

—Un poco más fuerte y tu cabeza habría volado, pero te quiero vivo, ¿oíste? —Sirius parpadeó varias veces y expulsó un soplido. Se golpeó el peto con su palma y esbozó una afable y radiante sonrisa— ¡Puf! Esta vez sí no pude controlarme. Ya me parezco a Maddiux —se llevó los dedos a los labios y silbó— ¡Vale, muchachos! Vengan a recogerlos.

De las entradas y salidas del callejón surgieron los Guardias Pretorianos, sus armaduras negras repiqueteando con el sondar de sus pisadas. Algunos ayudaron a las Valquirias a ser desatadas cortando con sus spathas los hilos rojos, mientras que los otros cargaban y se llevaban a rastras los cuerpos de los demonios.

Geir Freyadóttir se quedó tirada en el piso, viendo con una sonrisa de par en par como al incubo se lo llevaban arrastrando indignamente por el piso. Una sombra se cernió sobre ella, y tras voltear su cabeza, vio la mano de Sirius tenderse frente a ella con la mayor de las amabilidades.

—Geir, ¿estás bien? —le dijo Sirius, mirándola a los ojos. El solo cruzar sus miradas hizo que Geir se le aguara los ojos sintiera segura de nuevo... y retornara al espíritu de una niña de seis años.

—¡SIIIIRIIIUUUUUUS! —chilló Geir, estallando en lágrimas y saltando sobre él. Lo rodeó con sus brazos y se aferró a él en un inseparable abrazo. Sirius agrandó más la sonrisa fraternal y correspondió al abrazo con ganas.

—Ya estás bien, hermanita —Sirius le palmeó varias veces la espalda—. Ya estás a salvo conmigo.

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3
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El bullicio de la gente yendo de aquí para allá en letanías y charlas en el foro romano era prominente, pero eso no evitaba que Sirius y Geir se sentaran en una mesa de mármol con relieve de mesa de ajedrez a comer helado.

Geir saboreó de una lamida su helado de vainilla. Sirius, con helado de té verde en mano, se la quedaba viendo con añoranza. Le impresionaba ver como bastaba con un helado para poder hacerla olvidar de un evento tan traumático. Sin duda ha crecido esa niña, pensó Sirius.

—¿Hace cuánto que no me llevabas a comer helado, Sirius Onii-San? —inquirió Geir, chupándose los dedos.

—Un siglo, quizás —Sirius alzó los hombros y sonrió—. ¿Y hace cuánto que tú no me llamabas con ese nombre raro en japonés?

—Gensai los llama a todos ustedes transfigurando sus nombres —Geir frunció las cejas—. "Shiriusu", "Madiukusu", "Uiriam"... ¿Acaso no puedo llamar a mi querido hermano como Onii-San?

—Siempre y cuando no olvides mi nombre.

—Nah, ¿cómo crees? —Geir le dio un golpecito en la hombrera— Yo jamás olvidaré tu nombre. ¡Por naaaaaada en el mundo!

Ambos hermanos sonrieron mutuamente. Siguieron comiendo sus helados, en silencio esta vez. Los Guardias Pretorianos y Valquirianas intercambiaban sus lugares cada cuanto, lo que hacía más dinámica la vigilancia y obligaba a los peatones a mantenerse lejos del perímetro invisible que ellos demarcaron para mantenerlos lejos de ellos dos.

Sirius apretó los labios luego de comerse hasta el cono del helado. Se limpió con una servilleta, y su semblante se robusteció en seriedad.

—No es por traerlo a colación, y no lo tomes a mal, pero...

—¿Mmmmm? —Geir estaba tragando el helado cuando se volteó a verlo.

—¿Qué hacías en ese callejón?

Geir sintió una fuerte presión sobre sus hombros cuando Sirius la miró fijamente a los ojos. Geir tragó el helado y su cuerpo comenzó a retemblar de arriba abajo. No le gustaba mucho cuando Sirius se ponía serio, listo para regañarla.

—Yo... eh... umm... —Geir espabiló, ladeó la cabeza y realizó una profunda reverencia de pedir perdón— ¡P-p-perdóname, hermano Sirius, yo solo le estaba cumpliendo un favor a William y a Brunhilde Onee-Sama!

—¿Un favor? —Sirius enarcó una ceja— ¿Qué tipo de favor?

—Esto... eh... —Geir se relamió los labios y suspiró— Ellos me pidieron que les consiguiera las ropas aztecas que le pidieron a la empresa Atotoztli hacerles.

—¿Y sin decirme? —Sirius frunció el ceño— ¿Por qué William no pudo enviar a otra a hacerlo? ¿Que acaso no sabía los peligros que corrías?

—Él los sabía tanto como yo, hermano Sirius. William de hecho intento comunicarse contigo para hacértelo saber, pero estabas demasiado ocupado como Comandante de la Guardia Pretoriana. Además... —Geir se llevó una mano al pecho— Te puedo asegurar que no me obligaron. Yo tomé la decisión.

—¡¿Pero por qué tú, AH?! —Sirius agarró a la pequeña Valquiria Real de los hombros— ¡¿Es que no sabes que la ciudad entera está infestada del mal del Pandemónium?! —se hizo un breve silencio entre ambos. Geir agachó la cabeza y se mordió el labio— ¡Más ahora que nunca tu protección es en Vingólf, en Folkvangr! ¡No puedes simplemente salir a hacer mandados como si nada!

—¡Por favor, Sirius! —Geir se zafó de las manos del Einhenjerm el resto del helado se le cayó y se estampó en la baldosa— ¡Lo único que he hecho es supervisar, recoger, apilar y botar papeles! Yo no siento que este mundo es para mí. No encajo aquí.

—Pero tú tampoco encajas aquí —el énfasis en las palabras de Sirius se hizo más sentimental—. Tu espíritu no es el de una guerrera ávida. Este mundo cruel lo único que hará es masacrarte, como ese maldito incubo iba a hacer.

—¿Me estás llamando inútil, entonces? —la rabia se manifestó en la voz de Geir, quién se alejó unos palmos de Sirius— ¿No tienes fe en mí? ¡¿Piensas que no puedo seguir tu ejemplo de superación?!

—¡No, por favor, no digas eso!

Sirius trató de tomarla de la mano pero ella se negó. La valquiria de pelo rosa se bajó del balcón, se puso de pie y encaró a Asterigemenos con una mirada afligida y llorosa.

—William y Brunhilde solo me pusieron como secretaria, como jefa administrativa, haciendo cualquier cosa menos ser útil para la humanidad, y solo para alejarme de ti —Geir zarandeó su capa y las lágrimas cayeron de sus mejillas— ¡POOOOORRRR DECADAS HE ESTADO EN ESTOS PUESTOS, Y NI UNA SOLA VEZ ME PEDISTE HACER VÖLUNDR CONTIGO!

—¡Sabes porque no me lo puedo permitir, Geir! —por el rostro de Sirius se dibujó las facciones de un padre regañando a su hija.

—¿Pero por qué, ah...? —Geir se agarró con fuerza los faldones dorados de su vestido imperial. Las lágrimas se hicieron todavía más presentes a medida que sus sollozos resonaban más de su boca y su nariz. Sirius sintió una gran devastación en su corazón al verla destilar lágrimas y a oírla decir lo siguiente—: ¿Por qué Sirius Onii-San... no me deja ser útil...?

Sirius apretó los labios y sintió la culpa corroer su pecho como un tumor. Se puso de pie, con remordimiento y todo acompasándolo. Se dirigió hasta la llorosa Geir y la rodeó gentilmente con sus brazos, haciendo que su cabeza reposara sobre el metal de su peto. Esta vez la adolescente no opuso resistencia, y permitió que el Legendarium Einhenjar le proveyera el duro pero genuino cariño que le tenía. Un cariño que probablemente era de la única persona a la cual le tenía estima en todo el mundo. 

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4
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Randgriz guardaba religiosamente las armas de los Einhenjers y los Dioses caídos de la Segunda Tribulación.

Tenía su almacén de armas personal en Vingólf, en el ala noroeste del complejo. Allí, encerrados en bodegas con cerraduras igual de impenetrables que la caja fuerte de un banco, descansaban las espadas, lanzas, hachas, piezas de armaduras, esquirlas mágicas, varitas y exoesqueletos de todos los guerreros y deidades que perecieron ante la irascibilidad de Lucífugo. Su obsesión por las armas había transfigurado su hobby, tanto así que había ovaciones en las que se quedaba horas y días dentro de esas bodegas, armando y desarmando las armas, desaliñándolos con la maestria de una ingeniería mecánica de envidiar. Una que inclusi llamó la atención de Nikola Tesla, quien le propuso más de una vez trabajar para su multinacional. Pero Randgriz siempre se negaba.

<<No creo que mis aptitudes por las armas deban ser tomadas en serio>> Respondía Randgriz casi siempre, con desanimo mezclado de sarcasmo y con una sonrisa socarrona para mitigar las pútridas sensaciones que sentía cada vez que decía eso.

Las Valquirias Reales poseían sus particulares formas de tener vínculos con sus Einhenjers asignados. Algunas exóticas, otras poco prácticas, y unas pocas eran destructivas para ambas partes. Randgriz, aunque ya se le había asignado a su Legendarium Einhenjar para así participar en el Torneo del Ragnarök... lo cierto es que, en todos estos siglos en los que la Reina intentó hacerlos interactuar, Randgriz y su Einhenjar no han tenido más que tres ocasiones de charla y momentos juntos. Y no era de extrañar: aquel Einhenjer vivía en los campos y ella en las bodegas, ambos estaban encerrados en sus mundos sentimentales, no compatibles el uno del otro... O eso es lo que Randgriz, en sus corrientes de vacilantes expectativas, ha creído en todo este tiempo.

La Valquiria Real estaba sentada en su butaca, la lámpara iluminando la mesa que tenía en frente y el pedazo de engranaje que sostenía con pinzas. La penumbra de su gabinete era pacífica, acompasada por los rayos de luz del eterno eclipse lunar filtrándose por las cortinas, y los tañidos de los vehementes vientos que hacían murmurar las hojas de los pinos que condecoraban su finca. Los engranajes que sostenía con su pinza pertenecían al complejo de la pieza de una lanza, su mango abierto y diseccionado, revelando el entramado de cables, engranajes, circuitos y baterías que estructuraban la lanza, como órganos de un cadáver. La cubierta de caoba de la lanza era de color marrón oscuro, y tenía pinturas de símbolos y animales importantes de la cultura azteca, en especial el águila.

Presionó el botón que tenía al lado, y el interior de dispositivos emitió un rugido eléctrico que el dinamómetro registró como 10.000 Amperios. Randgriz asintió con la cabeza, satisfecha del resultado. Recogió todos los pedazos metálicos que sobraron de la alabarda los tiró a la basura, cerró la cubierta y se colocó un anillo de arce con relieves de olmecas y con incrustación de una esmeralda.

Randgriz se paró de la silla y se alejó de la mesa. Se quedó viendo la alabarda sobre la mesa por varios segundos. Apretó los labios, dio un bufido de esfuerzo y su cuerpo se zarandeó levemente.

La Valquiria entonces cierra y abre su mano en un efímero puño. El anillo en su dedo brilló breve pero intensamente. La alabarda de la mesa desapareció, sacudiendo con violencia la mesa y la pared, y reapareció en su palma emitiendo escarcha verde y un chasquido mágico, similar al de Mjölnir cuando es llamado por Thor. Randgriz sonrió del regocijo al ver como la lanza reapareció en su mano. La alzó a la altura de su rostro y se quedó observando el rematado de símbolos y águilas en su superficie.

—Gracias Sirius por inspirarme con tu Lanza de Helios —susurró Randgriz, agarrando su falda y haciendo una feliz reverencia.

En ese instante se oyó el chirriar de las bisagras de la puerta siendo abierta. Randgriz se dio la vuelta y vio a su Guardiana Valquiria entrar en su aposento con semblante estoico.

—La Reina requiere su presencia inmediatamente.

Randgriz apretó los labios y asintió con la cabeza.

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5
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La Valquiria de melena anaranjada ascendió la escalinata alfombrada hasta alcanzar la cima. Era acompañada por dos guardianas, y también por las luces eléctricas de las lámparas de cristal colgando del techo. Al llegar anadearon por un pasillo, llegaron al final de este y las guardianas se hicieron a un lado para abrirles las puertas que daban al balcón.

Randgriz puso pie en el porche y la primera en cruzar miradas fue con Brunhilde. Luego bajó la mirada y se topó con William, sentado en un diván y la espalda apoyada en el parapeto.

—Majestad —Randgriz hizo una reverencia hacia Brunhilde. Los vientos soplaron enérgicamente, agitando su melena, la de Brunhilde y la de los árboles que circundaban las murallas del complejo principal. El color anaranjado del firmamento nocturno iluminaba de forma tenue, dotando del balcón con aura de incertidumbre.

—Bueno, Randgriz, tú tienes el voto decisivo —dijo William, señalándola con un dedo metálico.

—¿Sobre qué o qué? —Randgriz enarcó las ceja en sorpresa.

—Tomamos la "P" de Perdedores y nos buscamos otro Einhenjer Electivo para ti en poco tiempo —profirió Brunhilde en su habitual tono altivo—, o intentamos convencer a Uistli para que se compinche contigo en el Torneo.

—Te digo que es virtualmente imposible, Brunhilde —protestó William, ladeando la cabeza—. Todo intento de cercanía acabó en fracaso.

—¡Se nos acaban las opciones, William! —Brunhilde extendió los brazos y apretó los dientes— Esa sucia, inmunda y perra desgraciada de Omecíhuatl acabó por aislar a los poquísimos guerreros mesoamericanos. Los seduce con su encanto de súcubo para hacerles creer que están a salvo con ella. Si no actuamos rápido, también nos aislara a Uistli.

—Estoy en desacuerdo —insistió William, la mano metálica sobre su cabeza—, siempre hay una opción alternati...

—¡No hay opciones alternativas! ¿Qué no vez a esta belleza aguerrida de aquí? —Brunhilde se abrazó a los hombros de Randgriz, tomándola por sorpresa— Esta mujer se ha preparado por décadas para hacer Völundr con ese hombre. Descartarlo sería echar por el retrete todo ese proceso. Ahora bien, yo sé qué tipo de hombre es él —Brunhilde se separó de Randgriz y se colocó entre ella y William—; es el típico hombre rudo y estoico, que se hace el sabiondo pero que oculta una despiadada bestia dentro suyo. Si logramos explotar eso antes de que Omecíhuatl le ponga un dedo encima —Brunhilde apretó un puño y enmarcó su rostro en una mueca de victoria asegurada. William ladeó la cabeza y golpeó su rodilla. Randgriz apoyó su espalda contra la pared y se cruzó de brazos—, entonces domaremos al temerario Jaguar Negro de Tlahtoloyan.

William guardó silencio, lo mismo Randgriz. Los vientos soplaron y fueron los que respondieron indicando sus incomodidades. Brunhilde dio una risita entre dientes.

—¿Quieren ganarles a los dioses? ¿Meterles el orgullo por el culo hasta la garganta? —Brunhilde cerró su mano en un puño— Necesitamos a Uistli. Y lo iremos a buscar... ¡Ahora! ¡Los tres juntos!

—Es solo que no me da buena espina esto, Brunhilde —masculló William.

—Confía, William —Brunhilde se volvió hacia Randgriz. Germain alzó un brazo hacia ella—. ¿Randgriz? ¿Vas a acompañarnos?

Se hizo un silencio denso. Randgriz apretó los labios y, tras suspirar, asintió con la cabeza.

—Si son órdenes de Su Majestad, bueno... —Randgriz bajó los brazos y separó su espalda de la pared— Órdenes son órdenes.

—No se diga más entonces —Brunhilde agitó versátilmente su mano hasta apuntarlo hacia la puerta del balcón—. Vamos a cambiarnos, cenicientas, nos pondremos los atuendos aztecas. Que si no, esos lugareños no nos dejarán entrar pensando que somos los españoles otra vez.

—Será mejor que estés en lo correcto con esto, Brunhilde —le espetó Randgriz, la severidad de su voz igual que la de William.

—Lo estoy, hermana.

Las dos Valquirias y el Presidente Sindical se adentraron en la mansión, dejando el balcón en soledad.

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6
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La noche en Tláhuac era ajetreada y acompañada por incipiente lluvia atraída por los rayos del alba del eterno eclipse lunar. Es por ello que, en vez de venir aquí demostrando el poder de una reina, Brunhilde, acompañada por Randgriz y William (los tres vestidos como indumentarias aztecas para camuflarse mejor en la población) y subidos sobre sementales robustos, viajaban por la ciudad mexica en incognito.

Ahora que la fiesta había acabado, el trío cabalgaba por las solitarias calles de la villa. Se topaban de vez en cuando con borrachos caminando por callejones, vagabundos sentados en olorosas esquinas cerca de acueductos, e ignominiosas sombras que eran recortadas por los lejanos rayos del Estigma de Lucífugo. No había iluminación eléctrica, la luz pública consistía en faroles de aceite separados entre sí por diez metros. Esto hacía que el poblado adquiriera un ambiente tétrico que contrastaba con el vestigio del regocijo que fue la festividad.

—Entonces... —dijo Randgriz, acomodándose el chal rojo a sus hombros y el sombrero de ala ancha— Ahora Uistli es el Tleluc... El Tleucha... No espera, ¿cómo era?

—Sumo Sacerdote, Randgriz. Sumo Sacerdote de Tlahuac —gruñó William, ladeando la cabeza e inflando una mejilla.

—Nunca fui buena para el Nahuatl, lo siento —respondió Randgriz con algo de sarcasmo.

—La última vez que interactuaste con él, Uistli seguía haciéndose el trotamundos junto a Zaniyah —contestó Brunhilde, espoleando su caballo y siendo ella la que estaba por delante—. Me costó mitad de mi trompa de falopio para convencerlo a que se quedara en esta Región Autónoma. Ahora es un sacerdote y la gente lo está deificando. Se nota que ha perdido su encanto como guerrero.

—Oh, ¿y cuántos años tiene Zaniyah ya? —inquirió Randgriz.

—Unos diecinueve o veinte años locales ya —Brunhilde levantó un brazo en un ademán—. El entrenamiento Valquiriano la está convirtiendo en una suerte de Valquiria Azteca. Ya puede manejar ese espadón doble que Thrud le mandó a forjar.

—Las niñas de hoy prefieren las espadas antes que las muñecas —comentó Willian, su mirada fija en cada esquina de cada recoveco por la avenida que transitaban. El repiqueteó de las herraduras de los caballos resonaba por los callejones.

Los caballos del trío cruzaron una encrucijada, tomando el camino de la izquierda. Con el pasar de los minutos se fueron alejando del pueblo, abandonando las calles empedradas y las viviendas de adobe para pasar al bosque tropical. El ambiente, antes tétrico en la villa, ahora se volvió el triple de tenebroso por los senderos del bosque. La penumbra absoluta que cubría el follaje, los nubarrones con rayos anaranjados que daban a veces aspectos de rostros famélicos y los atrapasueños que colgaban de las ramas de los árboles y transmitían campaneos al son de los vientos... Todo esto era la combinación perfecta para hacer que el excursionista más experimentado se meara encima.

—¿Uistli sigue viviendo en la misma finca que él mismo construyó? —inquirió Randgriz al reconocer el camino que recorrían— ¿Le hizo remodelación, si quiera?

—Uistli es más autóctono que artesanía inca, hermana —dijo Brunhilde—. No te esperes una mansión neoclásica ahora.

—Y es por eso que digo que esto es una mala idea —persistió William, el rostro enfurruñado—. Uistli tiene un prestigio tan vasto en experiencias y hazañas que fue condecorado por el dios Quetzalcóatl como el "Guerrero Azteca más fuerte de la historia". Uitstli aceptó el decoro, pero se negó a ser llamado de nuevo un guerrero. ¿De verdad cree usted que va a cambiar la mentalidad de Uitstli? ¿Cómo?

—Con un comodín bajo la manga —Brunhilde se giró y le sonrió a William.

—Sí, y Masayoshi siempre tiene un plan bajo la mochila. ¡Eso ya lo oí cientos de veces, Su Majestad!

—¿Qué es lo que te cuesta tanto para que creas en mí, William? —Brunhilde alzó los brazos y ladeó la cabeza— Cuando mi madre te asignó como Presidente del Sindicato de Einhenjers, seguías sus órdenes al pie de la letra. Pero conmigo, pones dudas, dudas y dudas. ¿Dónde quedó esa fe, ah?

—Eso no es acerca de fe, Su Majestad. Esto es sobre estadísticas y probabilidad —la voz de William sonaba más exacerbada, y esto Randgriz lo notaba—. Freyja en su reinado era más taimada, menos impulsiva. Fue gracias a su liderazgo que yo aprendí a administrar su vasto imperio de Einhenjers. Las estadísticas siempre la favorecían, y...

—La favorecieron hasta que la mataron en la Segunda Tribulación —la dicción de Brunhilde se volvió repentinamente pesada. La severidad se dibujó también en su semblante, y las venas se le hincharon en su sien—. Pero ahora yo estoy al mando, William. Maldición, no has parado de ser un dubitativo desde El Valquirianazo, igualito a como eras con Napoleón. No más, ¿oíste? O confías en mí ahora, o déjanos a mí y a Randgriz y regresa por donde viniste.

Se hizo un gélido silencio. William se encogió de hombros y suspiro. Randgriz no pudo evitar sentir algo de culpa y pena por él.

—Seguiré con usted, Su Majestad.

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7
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El trío ascendió por el sendero serpentino de la colina más circundante a Tláhuac, siendo perseguidos por los constantes vientos que zarandeaban todo el bosque. Llegado a un punto los árboles quedaron en un nivel más bajo, y lo que vieron fueron superficies extensas de mesetas con apenas follaje. Los caballos trotaron cerca del borde de la meseta, vadeando el pueblo de Tláhuac. Desde aquí, la villa se veía como una extensísima tierra azteca de casas iluminadas, calles solitarias (de vez en cuando apareciendo algún borracho o vagabundo) y templos de pirámides y torreones.

Luego de atravesar los puentes de madera que conectan las mesetas, el trío vio a lo lejos el destino final de su viaje. La mansión del sumo sacerdote, y del futuro Legendarium Einhenjar.

—En efecto, no ha cambiado nada —comentó Randgriz, las manos apoyadas sobre la montura y sus ojos apreciando la casa de Uistli.

Era una casucha creada a partir de la maleza, la tierra y la piedra de la montaña, con algunos pilares de adobe soportando su segundo piso y la atalaya de madera construida sobre el único árbol que había en toda la zona. La puerta principal tenía forma de círculo y estaba al nivel del suelo. A lo lejos se podía ver las vallas de una granja, resguardando tanto animales como cultivos que eran irrigados por canales de agua bien construidos. Los caballos del trío se detuvieron a pocos metros de la puerta, y Brunhilde, William y Randgriz bajaron de sus monturas.

—Bueno, como siempre hay que ser caballeroso —dijo William, removiéndose la capucha y haciendo un ademán con las manos—. Que las mujeres primero toquen la puerta.

—Solo cuando te conviene, ¿no? —le espetó Brunhilde, sonriente— Muy bien —Brunhilde se dirigió hacia la puerta circular y de tres manotazos la golpeó, generando un estruendo que se oyó por toda la meseta.

—¡Ah, si quieres luego te traemos un ariete, Su Majestad! —exclamó William, su voz cada vez más hastiada— ¡¿Quieres al menos decir quiénes somos y para qué venimos!

—¡UISTLI, ABRE LA PUERTA EN NOMBRE DE LA REINA! —vociferó Brunhilde, volviendo a golpetear la puerta, resonándola con tanta fuerza que parecía que sin duda la iba a tirar.

<<Ay, señor, dame paciencia...>> Pensó William, los dedos sobre el puente de su nariz.

—¿Reina? ¡No vayas a ser la Reina Católica, de repente!

El chillido femenino vino de arriba, y los agarró a los tres por sorpresa. William, Brunhilde y Rangdriz alzaron sus cabezas hacia la atalaya, y en el umbral de su pequeña entrada circular lograron ver una silueta femenina reptar por los frondosos balcones como si fuera un hábil roedor. Dio una voltereta hacia atrás, se subió al techo de la atalaya y, de un impulso, se abalanzó hacia el trío, aterrizando justo al lado de Brunhilde...

Y esgrimiendo la hoja dorada y plateada de su espadón contra ella, deteniéndola justo a unos centímetros de tocar su pecho. Flamas chisporrotearon de la superficie de la hoja, moteando en el aire hasta desaparecer.

William se llevó un susto sorpresivo, mientras que Randgriz se quedó boquiabierta. Brunhilde resopló y colocó un dedo sobre la hoja del espadón doble de la chica morena, agazapada como una gacela y empuñando su arma con firmeza. La Reina Valquiria apartó la espada con su solo dedo, haciendo que la adolescente sonriera traviesamente y alejara su arma de ella, esgrimiéndola como una hélice hasta apoyar una de sus hojas en el suelo.

De cabello negro peinado en dos trenzas, cuerpo delgado pero que ocultaba la fuerza de una Valquiria con la cual manejar su espada, camisa blanca cubriendo su pecho, cubrecuello hecho de bronce con cinco dijes colgando de él, brazaletes dorados y una falda marrón claro que le llegaba hasta las pantorrillas, aquella chica desprendía un aura de carisma sin igual acompañada por su sonrisa infantil y juguetona.

Brunhilde ladeó la cabeza y la miró de arriba abajo.

—Ni siquiera la disciplina de tu entrenamiento Valquiriano te quita lo atrevida...

—¡CÓMO SE NOTA QUE ERES HIJA DE TU PADRE AL DECIRMELO A LA CARA...! —William se abalanzó hacia ella, pero fue al instante detenido por Randgriz quien agarró sus brazos por detrás. Zaniyah se desternilló de la risa, sus carcajadas contagiosas que hicieron que hasta Brunhilde también sonriera y cuchicheara un poco.

—Pero bueno, toda persona que viene aquí siempre es en busca de algo —Zaniyah empuñó su espadón con las dos manos y lo puso detrás suyo—. ¿Qué es lo que desean?

—Seré directa —Brunhilde se cruzó de brazos, y su sola mirada severa hizo que los hombros de la niña bajaran al sentir el sobrepeso de la atmósfera—. Quiero que tu padre se una a los Legendarium Einhenjar.

Zaniyah, para aparentar no sentir miedo ante las sumas palabras de ultimátum de la Reina, infló las mejillas y dio un largo suspiro. Después de eso colocó su espadón doble al lado de la puerta circular, tomó el pomo de la puerta y la giró. Empujó el portón hacia afuera.

—Hoy mi padre no está de humor para charlas de política —advirtió Zaniyah, el ceño algo ensombrecido y metiendo un pie dentro de la casa.

—Y yo no estoy de humor para excusas —contestó Brunhilde, adentrándose también en la casa y haciéndole un ademán a William y Randgriz para que entraran también. Los dos la siguieron, y Zaniyah cerró la puerta tras ellos luego de que entraran en el pasadizo.

El pequeño zaguán que se anteponía a la sala era un pequeño resquicio de apenas metros cúbicos; en las paredes se almacenaban utensilios de limpiezas como escobas, traperos, cubos y trapos sucios. El pasillo era diminuto, tanto que Brunhilde, la más alta de todos, tenía que agacharse un poco para que su cuello no se torciera al tocar el techo.

Luego de caminar hasta llegar a la sala de estar, el espacio se incrementó, y el trío se vio adentro de una casa artesana, el olor del resinas aromáticas pululando por las paredes, los tabiques separando la sala de la cocina donde había un gran horno gratinando algo, los atrapasueños y las lámparas de aceite colgando de los pilares de piedra, el alfombrado consistiendo en entramados aztecas hipnóticos, el amueblado siendo principalmente divanes, sillas y sofás arremangados y mosaicos representando paisajes o guerreros aztecas.

—Tomen asiento —les dijo Zaniyah, señalando los sofás. Dio una palmada y sonrió mientras que los tres se sentaban—. ¿Quieren algo de beber?

—Solo queremos a Uistli —contestó Brunhilde, secamente y sin dedicarle una mirada.

—O... ok —la sonrisa se borró de la cara de Zaniyah—. Ya vengo, entonces.

La chica morena se fue de la sala yéndose por otro pasillo estrecho de la sala. Randgriz miró con melancolía los decoros del rellano, Brunhilde se quedó con los brazos cruzados, y William se encogió de hombros y apretó los labios.

—Vale, escucha esto, Brunhilde —dijo Germain—. Si vamos a charlar con Uistli dándole ultimátum y amenazas pasivo-agresivos, el hombre nos va a echar de la casa, eso te lo aseguro. Por más que él haya madurado, es mejor no hacer enojar a un hombre tranquilo.

—Nadie será echado de esta casa, William, así que todo el mundo relajado —dijo Brunhilde sagazmente, sus ojos concentrados sin despegarse de las cortinas que dan a la ventana—. Lo encandilaremos. Confía en mí.

Luego de casi un minuto de espera (minuto en el que lograron oír leves siseos venir de la sala contigua a la que estaban ahora), el trío oyó y sintió las prominentes pisadas de un mastodonte aproximarse hasta el rellano. Lo primero que vieron llegar fue una silueta alta, de aparente uno con noventa metros, ennegrecida por la penumbra pero con las luces de las lámparas recortando su figura, dejando entrever su tonificado cuerpo. El hombre vestía únicamente pantalones de cuero negro y sandalias. Se les acercó y reveló al trío su tonificado abdomen y brazos marcados.

El hombre tomó asiento, y se quedó allí sentado, en un silencio que incómodo a Randgriz, a William y hasta Zaniyah, quien estaba de pie detrás del sofá donde estaba sentado su padre. Brunhilde, por su parte, había observado los taimados movimientos del hombre hasta que se sentó frente a ella. Pudo determinar su calma, sosegada de la rabia que perfilaba en lo más profundo de su ser.

De cabello lacio y bermejo peinado hacia atrás, barba y bigote hirsuto del mismo color, cejas pobladas y ojos de color rojo tinto, el antiguo guerrero azteca se cruzó de brazos y toda solidaridad que pudo mostrar ante sus invitados fue un ceño fruncido de músculos bien esculpidos.

Brunhilde Freyadóttir movió los hombros bajo el abrigo de su atuendo azteca. Randgriz y William no dieron crédito a lo que creían ver; la Reina Valquiria siendo intimidada por la sola presencia de un Einhenjer. Sea por la inseguridad de la diplomacia, o por las expectativas que ella misma se demarcó para este entorno, lo cierto es que Brunhilde sentía leves temblores en los pilares que hacían de soporte a su templanza. Pero no podía permitirse dejar que la circunstancia la venciera.

—Uistli, tú sabes mejor que nadie en tu pueblo lo que está pasando —comenzó a decir Brunhilde, las manos sobre sus rodillas—. Entre las guerras de guerrillas de los Carteles y lo cercando que está siendo Omecihuatl para aislarte de mí, hace peligrar la primera ronda del Torneo del Ragnarök. Aún no se ha estipulado cuando será, pero no quiero tomar riesgos. Te lo pido no ya como tu reina, sino como una aliada que busca protegerte a ti y a tu hija —Brunhilde le lanzó una mirada compasiva a Zaniyah, y esta se ruborizó un poco—, únete a los Legendarium Einhenjar, y podrás escapar de las garras de la Suprema Azteca antes de que llegue a tu casa.

William transpiró del alivio de ver y oír a Brunhilde actuar con prudencia en los primeros compases de la charla.

Se hizo un largo silencio por parte de Uistli. Zaniyah, de pie a su lado, movió su falda en gesto de ansias por saber la respuesta de su padre. El musculado hombre rojo volvió la cabeza hacia ella, y la fulminó con una mirada entrecerrada. Zaniyah se aproximó hacia él y Uistli le habló en susurros al oído. La adolescente asintió con la cabeza, aunque a regañadientes, y se desvió para irse hasta las escaleras y subirlas, desapareciendo en el segundo piso de la casa, dejando desconcertada a Randgriz en especial.

—Suenas como si estuvieras en un aprieto, de nuevo —dijo Uistli, sin nunca bajar los brazos—. ¿Qué sucede si no acepto?

—¿Es que no me escuchaste lo que dije? —contestó Brunhilde con una sonrisa de airada—. O son los Carteles nahuales esos o, lo más probable, la puta de Omecíhuatl la que vendrá a tu casa a extorsionarte. ¿Eso es lo que quieres? ¿Poner tu vida y la de Zaniyah en riesgo?

—Su vida nunca correrá peligro siempre que yo esté aquí. Además, ¿cómo pretendes que vuelva a creer en tus palabras... de nuevo?

Como si una flecha atravesándola se tratase, las palabras de Uistli hicieron mella en el orgullo de Brunhilde. La Reina se mordió el labio y arrugó la tela de su vestido. Eso no pasó desapercibido de William, quien nuevamente sintió las represalias de la preocupación por lo que dirá Brunhilde.

—Uistli, te estoy ofreciendo mi protección asegurada y tú me la estás rechazando sin premeditar —dijo la Reina Valquiria, haciendo un ademán de ofrecerle la palma de su mano—. No me quiero creer que tú, un hombre sabio y prudente con el tiempo, esté rechazando una oferta que podría asegurar la supervivencia de su hija. Yo sé que tú no quieres guerra, no quieres que tu gente pasé por lo mismo que pasó en la Segunda Tribulación. Te lo pido con la mano en el corazón —y Brunhilde se puso una mano sobre su busto—, únete a mí, y se mi representante en la primera ronda.

Uistli bajó la mirada y William creyó ver en él atisbos de querer aceptar la opción de la Reina Valquiria. Al entornar la cabeza se di cuenta también de las expresiones taimadas de Brunhilde; estaba en total control de sus emociones ahora. ¡Podría salir bien esto al final!

—Solo para el Torneo —dijo Uistli, su voz alterada y ensartándose de nuevo en la muralla de orgullo en el espíritu de Brunhilde—. No me pidas que mate de nuevo.

—Huh... ¿Qué? —Brunhilde enarcó las cejas en una mueca estupefacta. William lo notó, y nuevamente la preocupación comenzó a asolarlo.

—Yo solo mato para proteger a mi hija y a mi gente —los dedos de las manos de Uistli se engarzaron sobre sus tríceps, la fuerza haciendo tronar sus huesos—. Si quieres que sea tu "representante", entonces deberás de dejarme ver como tu "soldado". No seré el soldado de nadie. Nunca más.

—Uistli, yo no estoy aquí para reclutarte cual militar —insistió Brunhilde, controlando la dicción en su voz para no alterarse igual que Uistli—.Como Legendarium, tu único deber será proteger a la humanidad de los dioses.

—¿Eso incluye al azteca Centeotl y al maya Kauil, ambos a quienes me pediste matar con tal de asegurar "mi protección" cuando fuiste coronada como Reina?

La pregunta vino y destronó todo lo que había sido construido en un abrir y cerrar de ojos. William tragó saliva, y al tornar la mirada de soslayo, vio como el semblante de Brunhilde se oscurecía y se arrugaba en una mueca de molestia intermitente. Sin necesidad de usar alquimia, William supo que sus sentimientos ya estaban siendo desbordados, y que toda la misión de reclutamiento iría en picada ahora.

—De entre todos los aztecas y mayas rezagados de la guerra, ellos dos no juraron fidelidad a la Corona, primero —renegó Brunhilde, su voz ahora más agresiva y su postura más demandante—. Segundo, tú tenías una deuda con mi madre Freyja. Naturalmente tenías que rendir cuentas a su sucesora. Y ahora... —Brunhilde chocó la yema de su dedo sobre la mesa de madera que los separaban— vas a hacer lo que yo te ordeno, te guste o no. Tú tienes mucha disciplina que derrochar para mí, y lo que harás con eso es ir al ring, hacer Völundr con Randgriz, y matar al dios que te toque matar. Fin de la historia.

La tensión se compactó como el sólido en la sala de estar, haciendo que tanato William como Randgriz padecieran de la tirantez del juicio nublado de la Reina Valquiria. Uistli se quedó callado en todo este rato, lo que aumentó más la presión en la sala. Con un ligero gruñido, el ex-guerrero azteca se inclinó hacia adelante, bajo los brazos, se pasó una mano por la barba y señaló a Brunhilde con su otra mano.

—Entonces... —dijo, su exacerbación entremezclada con la sapiencia de su voz— Tú caminas por mi ciudad, apestando a mierda y vistiendo con estas pintas —Uistli golpeó su rodilla y sus masculleos sonaron todavía más irritados—, y vienes a mí casa sin siquiera darte un baño, ¡¿Y me vas a decir como debo actuar?! —Uistli cerró su mano en un puño— Me pediste que mostrara disciplina. ¿Acaso no he mostrado la más infinita disciplina con simplemente no cortarte esa lengua de serpiente con la que me hablas?

Brunhilde irguió la espalda y respiró hondo. Alzó los brazos, y se señaló a sí misma con los dedos.

—Sin duda lo hiciste, Uistli —replicó—. Ahora bien, de los quince Legendarium, solo me hace falta unos tres o cinco en reclutar. Tú eres uno de ellos. Lo único que te pido es... —Brunhilde dio dos golpes suaves en la mesa con el lateral de su mano— que me des tu tu fuerza, derrotes al dios que te toque, y después... —la Reina dio una palmada y movió las manos hacia ambos lados— No volverás a saber de mí. Nunca más.

Uistli arrugó la frente y apretó los labios. Se cruzó de brazos, y miró de arriba abajo a la Reina Valquiria. Brunhilde cambió de posición, ansiada por saber su siguiente respuesta.

—¿Eso es lo que te dices todas las noches? —inquirió Uistli, su voz como un cuchillo que esgrime su hoja contra la Reina— ¿Qué eres una cumplidora de promesas? ¿Qué serviste a la justicia monárquica al hacer que mis manos se manchen con la sangre de dioses pacíficos y de mis compañeros de armas?

—Tanto tú como yo tenemos sangre en las manos, Uistli. ¿De qué sirve aquejarse por nuestros "pecados"? —Brunhilde hizo un ademán con los dedos de entre comillas.

—Pues sigue sirviendo a la justicia por tu propia cuenta, Reina Valquiria —el ex-guerrero azteca se reincorporó del sofá y le dio una última mirada hacia una cada vez más molesta Brunhilde—. Porque no volveré a repetir esos pecados solo para aquejarme de nuevo.

Uistli caminó de regreso hacia el pasillo. Pero antes de meter un pie en él, los cuchicheos enervantes de Brunhilde llegaron a sus oídos, llamando su atención y haciendo que se vuelva lentamente hacia la sala de estar. La Reina Valquiria tenía una mano en los labios, y Uistli alcanzaba a ver los contornos de una sonrisa falaz.

—¿Brunhilde? —farfulló William, desconcertado de ver tanto la sonrisa como la mirada cínica de la Reina.

—¿De qué te ríes? —masculló Uistli.

—Oh, Uistli... ¿por qué me obligaste a decir esto? —Brunhilde se puso de pie rápidamente y se dirigió hacia el ex-guerrero azteca, sus movimientos tan veloces que fueron desprevenidos para William y Randgriz.

La Reina Valquiria se detuvo a unos tres metros de Uistli. La diferencia de altura se notó ahora, siendo Brunhilde unos centímetros más baja que aquel exiliado. Brunhilde agrandó su sonrisa, lo que hizo que Uisti enarcará una ceja. Con gran osadía, la Reina Valquiria le puso un dedo encima de uno de los pectorales de Uistli, con mucha fuerza que hizo que una pequeña onda expansiva se esparciera por todo el ancho pecho del ex-guerrero. Uistli rechinó los dientes y apretó la mandíbula.

—Sea lo que sea que digas ahora, no lo hagas... —habló Uistli, su voz profundamente mellada de irascibilidad que la propia Brunhilde.

—Si no te unes a mí, le diré la verdad a Zaniyah sobre la muerte de sus verdaderos padres.

Y con esta sentencia, Brunhilde acabó por colmar el vaso con su última gota de imprudencia despótica.

William y Randgriz quedaron igual de mudos que Uistli, este último su rostro siendo cubierto por una sombra de ignominia que no permitió ver la inmensa profundidad de cólera a la cual estaba sumido. Como si hubiese recibido una cachetada traicionera por parte de Brunhilde, Uistli volteó la cabeza, crujió con más fuerza su quijada, apretó los puños hasta tronarse los nudillos y, de un gentil pero airado manotazo, apartó la mano de Brunhilde de su pectoral y se acercó más a ella hasta tener su rostro a pocos centímetros del de ella. La Reina Valquiria, por más sonrisa que tuviera dibujada en su rostro, sintió como era apalizada por la mirada y el aura hostil que Uistli emitió ahora mismo.

—Vete... de... mi casa... —bramó Uistli entre dientes.

—No me iré de aquí hasta que digas que aceptas ser de los Legendarium —Brunhilde sacudió la cabeza de lado a lado, y ella también apretó los puños para aparentar igual fortaleza que Uistli.

Diez eternos segundos se sucedieron. Diez segundos de silencio, miradas asesinas entre Brunhilde y Uistli, y una constante preocupación de parte de William y Randgriz temiendo lo peor que fuera a pasar. Nada más William ver como Uistli movía ligeramente uno de sus brazos, y Brunhilde hacía lo mismo, se puso de pie e irrumpió en el momento justo antes de la tragedia.

—¡Brunhilde, ya es suficiente! —exclamó el Presidente Sindical. Las manos de Uistli y Brunhilde se detuvieron— Será mejor que te alejes de él.

El silencio reinó por unos instantes, tiempo en el que ninguno dio un respiro. Los labios de Brunhilde se curvaron en una mueca de amargura extrema. Chirrió los dientes y al final expulsó un suspiro frustrado. Retrocedió con lentitud, sin quitarle un ojo de encima a Uistli (y este igualmente) hasta que se puso al lado de William. Se quedó allí de pie por otro buen rato; apretó los labios, se mordió la lengua y miró hacia abajo en gesto de decepción.

—Vámonos —dijo al final, su voz desmoralizada. Se volvió sobre sus talones y se adentró en el pasillo.

Randgriz le dedicó una última mirada de misericordia a Uistli, pero se desilusionó al ver como este no le devolvía la mirada y en cambio agachaba la cabeza. La Valquiria Real siguió en pos de su reina por el pasillo, dejando solos a WIlliam y a Uistli. El ex-guerrero azteca dio un último soplido, renegando toda la presión que había acumulado hasta ahora, y se dispuso a irse por el pasillo.

—Uistli, espera —le dijo William. Uistli se detuvo pero no se volvió para verlo. Germain bajó unos instantes la cabeza y pensó muy bien sus palabras—. Es probable que Omecíhuatl venga a tu casa. Sea lo que sea que escuches de ella, desconfía. Sólo querrá extorsionarte.

Uistli se quedó inmóvil por unos segundos. No dio indicios de respuesta afirmativa, ni siquiera un meneo de cabeza. El único movimiento que hizo fue el de dar zancadas para meterse dentro del pasadizo negro y desaparecer en la penumbra de la casa. William alargó un suspiro entremezclado de alivio, desengaño y esperanzas. Se volvió hacia el pasillo contrario y salió de la casa siguiendo a las dos Valquirias, la mirada preocupada y culpada.

Culpándose a sí mismo por no haber podido dar él mismo la resolución antes de que Brunhilde lo estropeara todo.

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