Recuerdos de Cristal

By escritoraescondida3

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Una Reina sin memoria... Un Rey que asegura ser su esposo... Un tratado de paz... Un Reino en crisis... Y tan... More

Antes De
PERSONAJES
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Nota de Autora

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By escritoraescondida3

Central Village - A ocho horas de la capital

El grito horrorizado de Aspen llegó hasta sus oídos. Todavía estaba aturdida por el impacto que recibió al caer sobre el agreste suelo de barro, que poco a poco se iba ablandando mas a causa de la tormenta.  Se incorporó tan rápido como pudo, ignorando el lancinante dolor que le cubría todo el costado izquierdo. Aun no terminaba de recuperarse de la ultima vez que la arrojaron por el aire, cuando ese niño Thauri al que rescataron la atacó.

Pero nada de lo que estuviera sintiendo tenia importancia, necesitaba encontrar al Rey.

Se puso de pie con la ayuda de un pedazo de palo que tenia cerca y comenzó a caminar en la penumbra, entrecerrando los ojos en un intento de ver mejor, pues si acaso la luna brillaba en el cielo, los arboles altos y frondosos que la rodeaban, no le permitían verla.

¿Y si lo llamaba? Se preguntó, ansiosa. Pero es que ella no conocía de nada aquel bosque y temía que hacer demasiado ruido pudiera llamar la atención de alguna criatura.

¿Cómo encuentras a un Rey en medio de la nada? En especial, a uno tan nervioso como Aspen, se preguntó. Y fue entonces cuando llegó hasta su mente, lo que le había explicado Gavin a cerca de la hemocinesis.

Quizas si se concentraba lo suficiente, podría sentir el corazón su esposo, el cual probablemente en ese momento latía desbocado en alguna parte. Avanzó varios metros intentándolo, pero percibía pulsaciones en todas partes. Flujos de sangre grandes, pequeños, rápidos y también lentos. Era como si incluso debajo de sus pies descalzos, hubiera algún ser viviente.

—Maldición —gruñó, girando el rostro en todas direcciones.

—¿Olivia? —preguntó una voz cercana—. ¿Eres tú?

Fue entonces cuando al fin lo vio. El joven Rey se encontraba oculto tras dos enormes rocas, con la espalda recostada en una de ellas. Tenía la camisa y el chaleco azul empapados y cubiertos de barro, al igual que los pantalones, en los que además, destacaba una mancha roja provocada por la sangre que emanaba desde una herida en su muslo derecho.

—¡Por los dioses! —exclamó acercándose con urgencia—. ¿Te encuentras bien?

Aspen la vio arrodillándose frente a él. Los cabellos castaños mojados se le adherían a la cara y su expresión de angustia parecía genuina. De verdad estaba preocupada por su estado.

—¡Aspen! —Olivia lo sacudió por los hombros al notar que no contestaba.

—Estoy bien —dijo, de inmediato.

—No podemos quedarnos aquí —revisó el lugar con los ojos pero dada la oscuridad no logró discernir mucho—. Hay que cubrirnos de la lluvia o el frío va a matarnos, ademas necesitas ocuparte de esa herida.

—¿Tú estás bien? —preguntó él, ignorando sus palabras—. ¿No te pasó nada?

La tomó de las manos para empezar a inspeccionar sus brazos. Luego paseó los ojos con lentitud por el resto de su cuerpo. Su vestido se había rotó en varias zonas, pero no habían heridas de gravedad saltando a la vista.

—No te preocupes por mi, mejor preocúpate por esa pierna —lo regañó, haciendo que le pasara uno de sus brazos por encima de los hombros para ayudarlo a levantarse—. No quieres ser Aspen, el Rey tierno y cojo.

Parpadeó, confundido.

—¿Quién me llama el Rey tierno? —giró el rostro para mirarla a la espera de una respuesta.

Olivia tragó saliva con dificultad, cayendo en cuenta de lo que acababa de decir.

—¡Mira! Hay una cueva —exclamó, evadiéndolo.

Aspen odiaba aquel bosque, pero no tanto cómo odiaba los lugares cerrados, húmedos y oscuros. Aún así, no dijo nada mientras Olivia lo guiaba a como podía con dirección a una apertura que destacaba entre dos enormes rocas. Moverse le costaba horrores y si bien la Reina era fuerte, no quería ponerla a cargar con él por mucho más tiempo.

La humedad en el aire se intensificó a medida que se acercaban, dejando una sensación pegajosa en sus pieles empapadas por la lluvia. En medio del olor a tierra húmeda y musgo que permeaba el ambiente, ambos se adentraron en la cueva. El interior era un abismo oscuro que parecía devorar los sonidos del exterior, el suelo era irregular y las paredes hoscas cubiertas de musgo, eran su única guía en medio de la incertidumbre.

—Vale, siéntate aquí —dijo Olivia, deteniendo el paso.

Aspen arrastró la pierna herida y apoyó la mano en un muro antes de sentarse en el suelo frio. Aunque, en realidad, no estaba seguro de si la gélida sensación que le recorría la piel se debía a la cueva o a sus propias ropas.

—¿Qué haces? —preguntó, cuando vio a Olivia amontonando varias ramas de madera en el suelo—. ¿De dónde las sacaste?

—No moriremos aquí —contestó ella con la voz temblorosa, al tiempo que sé hacia con un par de piedras—. No seré yo quien asesine a la primera reina Thauri de Kantria.

—¿Estas hablando de ti en tercera persona? —frunció el ceño.

—¡Concentrate, Aspen! —exigió, muy seria.

—Esta bien —la miró, avergonzado. Se había sentido como un niño pequeño al que su madre le estaba dando un sermón—. ¿Puedo ayudarte?

—Si —asintió, con los ojos fijos en su improvisada fogata—. Empieza a quitarte la ropa.

¿La ropa? Se preguntó el Rey, escandalizado. Entonces bajó la mirada para revisarse a sí mismo. ¿Que había de malo con su ropa?

—Tengo frio —repuso, cruzando los brazos sobre el pecho—. Prefiero conservar mi ropa.

—Esta empapada, si no te la quitas te vas a enfermar —le explicó, viendo emerger la primera chispa entre las rocas que estaba golpeando.

—¿Cómo es que sabes todo eso?

<<No lo se>> Resonó en la cabeza de la Reina, <<No sé porque mi mente puede recordar esto pero no mi infancia o mi boda>> se dijo, pero como esa era una respuesta muy poco convincente, prefirió ignorarlo y volvió a insistir con lo de la ropa.

—Te lo dije, no pienso morir hoy, ni tampoco pienso ser ejecutada por matar a mi esposo; así que quítate la ropa o te juro que yo misma voy a quitártela —declaró, seria.

Y quizás fue por la determinación en su voz o porque justo en ese momento la llama de la fogata se encendió iluminando todo el lugar de forma tenue, pero Aspen terminó accediendo a regañadientes y mientras se desvestía, vio que Olivia se ponía en pie para hacer lo mismo.

En un principio sintió el impulso de mirarla. Eran esposos ante Dios y ante la ley, así que no seria ni un pecado ni mucho menos un delito disfrutar del panorama; pero en cierto punto, cuando vio caer el pomposo vestido al suelo y las enaguas, apartó la mirada. Pues la figura de reloj de arena de la Reina quedó expuesta, apenas cubierta por un par de calzones blancos que se transparentaban a causa de la humedad y un corsé que le levantaba tanto los senos que hacia parecer que estaban a punto de escapársele.

Sus dedos temblaron mientras se desabrochaba la camisa y aunque se esforzó por no quedar en evidencia, sus mejillas coloradas no le permitieron guardar ningún secreto, Olivia supo de inmediato el efecto que tenía en él sin siquiera intentarlo.

—A ver —dijo, acercándose—. Te ayudare con los pantalones.

Condujo ambas manos hasta la hebilla de la correa de cuero que Aspen llevaba.

—No, puedo hacerlo solo —insistió él, deteniendola.

—Tu pierna esta herida y aun ni siquiera te quitas la camisa, voy a ayudarte —decidió, dandole un manotazo para que dejara de estorbarle.

Él quiso volver a negarse, pero su esposa, con memoria o sin ella, era la persona más obstinada que conocía, así que terminó por rendirse y permitió que sus hábiles manos se hicieran cargo. Eso si, giró el rostro hacia un lado y durante todo el proceso, se mantuvo mirando una de las paredes cubiertas de musgo de la cueva, pues sus rostros estaban a menos de diez centímetros y el sentirla tan cerca mientras captaba su fragancia mas allá de la humedad, provocaba que algo extraño palpitara en su interior.

—Apoya los brazos en mis hombros —le pidió de repente—. Ahora levanta un poco el trasero y sacare los pantalones ¿Vale?

Olivia volvió a atizar la fogata con una pequeña rama que tenía en la mano derecha. No sabia cuanto tiempo llevaban ahí sentados, el uno al lado del otro casi desnudos; pero era mas o menos la misma cantidad de minutos u horas, que había estado preguntándose a que se debían las cicatrices que cubrían el pecho de Aspen.

Las vio cuando él al fin terminó de quitarse la camisa y concluyó que probablemente era por ellas que había tardado tanto en despojarse de la ropa. Se trataba de múltiples marcas, mas bien finas que le atravesaban el pecho desde un pectoral hasta el otro, en ambas direcciones, como si hubiesen estado intentando dibujarle una X. Algunas eran tan grandes que incluso alcanzaban a cubrirle la parte superior del abdomen.

—Esto no esta funcionando —dijo, tiritando de frio y sin aviso previo se inclinó hacia un lado para recostar la cabeza en el hombro de Aspen y rodearle el torso con los brazos.

Él tembló bajo su contacto, en parte por el frio que también invadía los poros de su piel, pero sobretodo por una de las manos de Olivia, que había quedado posicionada justo en medio de su pecho.

Comenzó a respirar a una velocidad mayor, nadie nunca lo había tocado ahí, a excepción quizás de su madre. Ni siquiera su mayordomo, el señor Fitzgerald, tenía permitido rozarle la piel cuando lo ayudaba a ponerse la ropa y nadie ademas de él, podía verlo desnudo.

—Olivia...

—¿Quien te hizo eso, eh? —lo interrumpió, levantando la cabeza para mirarlo a los ojos. Había un deje de enojo en su voz—. Dime que por lo menos los decapitaste.

Aspen apartó la mirada ¿nervioso? No, parecía mas bien lleno de vergüenza.

—No era el Rey entonces, pero supongo que sí, muchos murieron a causa de esto —se miró el pecho, triste.

—No eras el Rey —repitió Olivia, pensativa—. ¿Cuándo fue entonces?

—No tiene importancia.

—La tiene para mí —aseguró, levantándole el mentón con dos dedos para que no le evadiera la mirada—. Según recuerdo, me nombraste tuya y eso me da derecho a nombrarte mío. Mi Rey —enfatizó, sintiéndose un poco ridícula—. Nadie toca lo que es mío.

—Ah, ¿Soy tuyo? —parpadeó él, con una sonrisa coqueta en los labios— ¿Y si lo pruebas?

Olivia se inclinó hacia adelante solo tres o cuatro centímetros y pudo sentir cómo sus labios se impactaban en los de Aspen. Lo besó con ganas, pero no de forma ruda o necesitada, sino más bien paciente, para disfrutar de las cosquillas que de repente ascendieron por su espalda.

Por un momento pareció que no tenia frío, ni dolores, ni preocupación alguna por la situación en la que se encontraban. Era Olivia, la Reina despreocupada, aunque no creía que alguna vez llegara a ser tierna.

Aspen correspondió al beso, animado, y abrió un poco mas la boca para permitir que sus lenguas se rozaran. Había besado antes a una mujer o a dos ¿O eran ellas quienes lo habían besado a él? Ya no tenía forma de saberlo, pues desde el preciso instante en que los carnosos labios de Olivia lo atraparon, olvidó por completo que existiera algo más suave o dulce en Kantria, el continente o el mundo entero.

—¿Comprobado? —le preguntó, cuando estuvieron separados.

Él asintió con la cabeza.

—Tenia seis o siete años, creo —comenzó a contarle, todavía alegre por el beso. Sin embargo, pensar en esa época de su vida siempre conseguía empañar su estado de animo—. La guerra civil estaba en uno de sus puntos mas críticos; el ultimo intento de mediar había fracasado y un ataque de la corona causó muchas muertes Thauri —se miró la manos—. Nos enviaron a mi hermano y a mí a Sweven, mi padre no nos quería en el país, era peligroso.

Sweven —repitió Olivia, recordando su conversación con la reina madre—. Tienes familia allí ¿Verdad?

—Si, mi abuelo esperaba por nosotros, pero antes de llegar a la frontera fuimos atacados —se rascó la nuca—. Fue la primera vez en mi vida que vi tanta sangre. No sabia que una sola persona podía tener tanto liquido adentro del cuerpo —soltó una risita nerviosa—. Arkyn es dos años mayor que yo, quiso protegerme, pero solo éramos niños. Me secuestraron y a él lo dejaron ahí en medio de los guardias muertos.

—Nosotros te hicimos esto —murmuró perpleja, al tiempo que le acariciaba con suavidad el pecho—. ¿Cómo? ¿Por qué?

—El como no lo tengo muy claro, solo se que tenían un Nightkort; me encerraban con él y me hacían correr por mi vida, pero mis piernas eran cortas, el lugar no era lo suficientemente grande y siempre terminaba atrapado —explicó—. Sin embargo, el animal no me mataba, era como si tuviera cierto nivel de raciocinio. Me tumbaba en el suelo y con sus afiladas garras solo comenzaba a arañarme el pecho una y otra vez—situó su mano sobre la de Olivia—. Luego me curaban y el juego volvía a empezar. No regresé a Central Village desde entonces, siempre enviaba delegados para todo.

—Pues ya que estamos aquí, podemos incendiar todo el lugar —le propuso con una sonrisita maliciosa—. Lo volveremos a construir en otro lado, Kantria es enorme.

Aspen se rió. Quemar los edificios y casas no iba a cambiar su pasado.

—No, no podemos.

—¿Por que no? Somos los reyes, solo tenemos que ordenar —se encogió de hombros.

—Eso nos convertiría en tiranos, Olivia.

—Al menos dime que tu padre se encargó de los culpables.

—Kantria no podía avanzar si nos quedábamos estancados en las ofensas del pasado. Saint Honor, Blackwood y el resto de lideres Thauri que planearon mi secuestro, recibieron un indulto real.

¿Su padre y su tio? Se preguntó, aterrada. ¿Fueron ellos quienes le hicieron eso a su esposo?

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