De Príncipes y Caballeras - L...

By JFSavvie

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Primera parte de la Trilogía de los Seis Reinos. Bianca White, caballera de los Seis Reinos y rescatadora de... More

Prólogo
De rescates y princesas
De presentaciones y sorpresas
De recuerdos y comienzos
De deberes y destinos
De accidentes y rescates
De obligaciones malditas
De un nosotros que no existe
De juegos en la cama
De mentiras Blancas y dragones rojos
De lazos inquebrantables
De lo mucho que desearía creerte
De silencios, lecciones y promesas
De lo que voy a mandar al diablo
De cosas un tanto extrañas
De ojos azules y piernas largas
De lo que viene luego de morir
De emociones complicadas
De purgatorios terrenales
De largo tiempo sin vernos
De ribetes dorados y bailes robados
De la comprensión en los largos minutos sin ella
De la verdad oculta
De una dolorosa traición
De cuervos, carroña, y perdón
De las razones que el corazón no entiende
De las palabras que acallaron sus temores
De un destino que corrió más rápido
De lo que ocurrió después
Epílogo
De espadas y encuentros
Comentarios finales
¡Goodreads!

De su nombre llevado por el viento

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By JFSavvie


Caminaron por el bosque en calma, disfrutando de la sensación de sus manos unidas, jugando con sus dedos, robándose pequeños besos de vez en cuando.

Caminaron sin certezas sobre el futuro, sin deseos de salir de aquel mágico bosque.

Bianca se dejó llevar por aquella sensación de paz pasajera y fue realmente feliz por primera vez desde aquella noche nevada. El color blanco se convirtió en algo dulce en su memoria, reemplazando años de tristeza y amargura.

Alexander imaginó sus vidas cuando todo aquello terminase, recorriendo los reinos, rescatando príncipes o princesas, peleando con dragones, besándose a hurtadillas bajo los árboles, durmiendo bajo las estrellas. Era un futuro perfecto, lleno de aventuras.

Por unas cuantas horas fueron dos personas enamoradas, haciendo bromas, jugando peleas de brazos y batallando en guerras de fresas silvestres. Pero el tiempo pasó con demasiada celeridad, y pronto se encontraron cerca del castillo. Bianca sintió miedo. Alexander también.

Se soltaron de las manos nerviosos y expectantes, ninguno de los dos seguro de cómo proceder.

«¡Pueblo de Rampagne! Soy vuestro príncipe, Alexander Van Blast, y quiero renunciar la corona para fugarme con esta chica, que de paso es hija de Timo White y se hace pasar por caballero. Pero no os preocupéis, que Marius tiene la culpa de todo». Aquello sonaba terrible incluso en la mente del propio Alex. El chico tenía ganas de meter su mano en el cerebro y estrujarlo para sacar una buena idea de ese trozo de carne que tenía dentro de la cabeza.

«Mi nombre es Bianca White, me enamoré del imbécil que tenéis por príncipe y además soy una caballera. Pero mantened la calma, que todo tiene una buena explicación». Las ideas en la mente de Bianca eran aún peores. Ambos suspiraron frustrados, envueltos en sus propios pensamientos, ya no con la felicidad que sintieran hasta hacía poco sino con la desesperación de saber que ninguno de los dos era tan brillante como para pensar en un buen plan. Se mantuvieron al alero de los árboles, evitando cruzar los caminos y ser vistos. Sabían que si querían llegar al palacio y presentarse frente al rey lo mejor era tomar los desvíos en las lindes de Ciudad Real. Alex guió a la chica por los caminos secretos que llegaban hasta el castillo, conocidos únicamente por los miembros de la realeza, pero rara vez utilizados.

Las horas pasaban demasiado rápido para gusto de ambos y Bianca comenzó a morder sus uñas, nerviosa. Siempre pensó que cuando llegara el momento de entrar en el castillo de los Van Blast, ella caminaría con su armadura brillante bajo el sol, su frente en alto y su espada en la mano, sin miedo ni turbación. En cambio su armadura estaba sucia después de tantas huidas, su espada un poco hundida de formas sospechosas y se moría de ganas por meter la cabeza entre las piernas y ponerse a llorar. «Vaya si seré valiente», pensó, mordiendo demasiado fuerte sus dedos y dejando una pequeña herida sobre su anular. Miró el anillo en su mano y un poco más de pánico se apiló sobre su estómago como ladrillos calientes. No podía parar de pensar que había sido demasiado estúpida de todas las formas que alguien podía serlo. Se arrepentía de la promesa que hiciera con Marla, se arrepentía de esa estúpida idea de venganza, se arrepentía de haber creído que era la chica más valiente de todos los reinos y de haberse embarcado en esa estúpida cruzada.

Alexander a su vez no podía pensar en nada, pues su mente parecía haber huido al país del pánico, donde todo era negro y hasta las flores eran potenciales asesinos. Trató de calmarse con la idea de que Tristán y Max debían ya de encontrarse junto al rey. Todo lo que tenía que hacer era contar su versión de los hechos y tratar de que ni el ni Bianca murieran en el proceso. Inhaló con fuerza por la boca, tratando de sacar el terror de sus vísceras, fallando en el intento.

Cuando el camino se hizo demasiado oscuro, ataron a los caballos en el tronco de un cerezo y Bianca le dedicó a Rómulo unas cuantas palmaditas en la mejilla.

—Te prometo que tendrás un montón de azucarillos cuando esto acabe.

Los minutos pasaron demasiado rápido y antes de percatarse el camino cambiaba de aquella reconfortante vegetación a piedras frías y siniestras.

El sonido de sus botas contra las rocas irritaba a Bianca, mientras se extendía como un eco entre la humedad de aquellos pasadizos ocultos. Poco a poco descendían en la tierra, sin que la chica supiera ubicar como entraron ni en qué minuto el cielo estrellado se convirtió en gris oscuro. El espacio reducido oprimía su pecho, mientras tomaba a Alexander del brazo, quien conocía bien aquellos recovecos. La única luz era aquella que se filtraba entre una piedra y otra, con ases insuficientes para indicar el camino. Bianca quería ver la luz otra vez, pero con cada paso que daba incluso aquellos pequeños rayos desaparecieron.

El único sonido eran sus pisadas y la respiración acelerada que salía de sus bocas y fosas nasales.

El frío era perenne, pues las lozas jamás habían visto o sentido el calor del fuego ni los rayos del sol. El tacto contra sus manos era húmedo, llenando sus palmas de musgo resbaloso. Alexander guiaba a la chica, doblando en las esquinas correctas que tuviera que memorizar de niño, en caso de que alguna vez, necesitara salir.

Jamás pensó que el día que las usaría, sería para volver.

El tiempo parecía inexistente bajo tierra, siendo imposible saber cuántas horas llevaban caminando, donde estarían o si saldrían de ahí.

Alex paró en seco, haciendo que la chica colisionara con su espalda. Tocó el muro que se interponía en su camino y palpó las rocas con sus dedos. Trazó figuras con sus yemas buscando aquella pequeña hendidura que les abriría el paso hasta el salón de la reina. Recordó cuando su madre solía sentarse ahí, con sus damas de compañía, sus largas horas entre libros, sus manos suaves desordenando su cabello, su voz fuerte regañándolo por arruinar sus pinturas. No había vuelto a entrar a esa habitación desde que la reina muriera. Cerró los ojos y encontró el espacio en que sus dedos cupieron a la perfección. Por un instante pensó que se había equivocado, cuando el muro crujió. La luz de la habitación contigua los cegó un momento.

En cosa de segundos ese mismo crujido, haciendo eco en la habitación vacía dio la alerta a las tropas apostadas dentro del castillo, quienes con pasos secos y acelerados abrieron las puertas del salón de par en par desenvainando sus espadas y bloqueando todas las salidas. Fue el tiempo suficiente para sentir las manos que los separaban, sin poder defenderse.

Bianca luchó contra los brazos que la aprisionaban cortándole la respiración, mientras Alex golpeaba al hombre detrás suyo con un codazo en el estómago. Gritaron y golpearon lo que se interpuso en su paso, pero eran demasiados y ellos solo un príncipe y su caballera, hambrientos, heridos y en total desventaja. La chica sintió como le propinaban un golpe en la cabeza y su visión pasó del blanco al negro, mientras Alexander gritaba su nombre a todo pulmón. Los arrastraron fuera de la habitación sin delicadeza, dos hombres llevando a Bianca con sus piernas inertes sobre el frío suelo de lozas blancas, su cara cayendo contra su pecho, su cabello ocultando su semblante pálido. Marius caminaba delante de la procesión, pero no había nadie para admirar el espectáculo. Solo los guardias y sus prisioneros, sin ojos que los juzgaran o que los pudiesen rescatar. El hombre de cruel aspecto sonrió, mofándose de Alexander en su rostro, mientras indicaba con un simple gesto de su mano que Bianca fuera llevada a los calabozos. Alexander trató de golpearlo, recibiendo un puñetazo en la mandíbula como toda respuesta, provocando que su labio sangrara profusamente.

—Nada de golpes en la cara —dijo Marius, reprendiendo al guardia, quien con toda probabilidad recibiría un buen castigo por su acto descuidado. Con brusquedad, el príncipe fue llevado hasta las puertas del salón del trono, con el guardián de Max a la cabeza ingresando con parsimonia dentro del recinto como si ya fuese dueño del lugar. Las puertas se cerraron detrás de ellos y los guardias soltaron al muchacho, quedando frente a frente con el rey y sus consejeros, quienes lo miraban con reprobación.

—¡Padre, diles que paren esta locura!

—¡Silencio! —indicó el rey a Alexander, mientras éste lo miraba descolocado sin comprender que sucedía. La habitación se llenó en un parpadeo con los hombres más cercanos a la corte, quienes entraban arreglándose las chaquetas y sombreros, pero con la solemnidad de quien toma una decisión importante.

—Príncipe Alexander Lucas Van Blast Devigne Marmontre IV, estáis aquí para ser juzgado por asociación hacía la traidora Bianca White, hija del antiguo primer general del reino Timo White, acusada de usurpación de identidad, del ejercicio ilegítimo de la caballería, de intento de asesinato al primer general, Marius Alcot y del incorrecto uso de la hechicería —recitó el consejero en jefe del rey, un hombre mayor de barba abundante y rostro severo que hablaba sin emoción ninguna. Alexander miró desorientado a los presentes.

—Asociación.... —escapó de sus labios, pues la palabra no le hacía sentido alguno.

—Príncipe Alexander, cuando llegue vuestro turno, procederéis a explicar vuestra versión de los hechos. Por ahora deberéis guardar silencio. —Uno de los guardias procedió a poner una venda en la boca del príncipe, previendo que éste estallaría en cualquier minuto.

Alex pensó que aquello tenía que ser una broma de mal gusto, que pronto entrarían su hermano y Tristán por la puerta, gritando que todo aquello era una idea loca de Max para irritarlo. Pero aquello no ocurrió. Uno tras otro ingresaron testigos que el chico en sus veinticinco años de vida, jamás había visto y sabía de primera mano que ellos tampoco lo conocían. Uno tras otro relatando como Bianca cometió crímenes que él sabía a la perfección, eran grandes y terribles mentiras.

Intentó gritar varias veces, recibiendo un par de golpes entre las costillas como un sutil recordatorio que aún no era su turno.

Los relatos se extendieron por horas, mientras el muchacho miraba incrédulo a aquellos inescrupulosos que con toda seguridad recibieron una buena cantidad de dinero por esa sarta de patrañas. Sus ojos se sentían pesados y los golpes que recibiera a su ingreso al palacio comenzaban a escocer. El hombre que aseguraba haber visto a Bianca acuchillar a lord Cavendish salió con falsa afectación del salón, mientras ingresaba al lugar la primera persona que el muchacho reconociera. La Frale caminó sin hacer ruido, ubicándose frente al rey mientras se le ordenaba relatar su versión de los hechos. Alexander quería cortarle la cabeza con sus propias manos.

—Se subieron al mismo barco que yo, zarpando desde las costas de Hecanto hasta Rampagne. La muchacha iba vestida como una campesina, era imposible sospechar de ella. Lo único extraño en su aspecto era esa fea cicatriz. Me pareció curioso que un chico tan guapo estuviera con alguien como ella, por lo que me acerqué a conversar con él. Pero el muchacho parecía en un trance y no se mostraba como alguien normal. Entonces lo sentí, había un hechizo sobre él. La chica le encantó de alguna manera, magia oscura y créanme las Frales sabemos cuando algo así está en juego. Traté de advertirle al príncipe, pero cuando me dirigía a encontrarme con él ella me tendió una trampa. No sé de dónde obtuvo sus poderes, pero cuando me di cuenta ya estaba lejos de aquel lugar, transportada a Kilómetros de ahí, cerca de la ciudad de Amros. —Su falsa afectación parecía contagiar a todos los presentes, quienes hacían señas de comprensión y asentimientos de cabeza, como si se tragaran aquella absurda historia. Sin añadir más, la Frale fue guiada fuera de la habitación sumiendo al consejo en el silencio ceremonial propio de cada pausa.

—Llamamos frente al consejo real al Príncipe Alexander Lucas Van Blast Devigne Marmontre IV, heredero y sucesor a la corona de Rampagne, Hijo del rey Lucas Armin Aschcort Van Blast Badlevier y la difunta reina Camille Alexandra Devigne Marmontre Talim II. —Alex sintió como uno de los guardias lo apuntaba con su espada cerca de la espalda, instándolo a caminar hasta quedar frente a frente con su padre y los hombres que conociera desde niño, quienes lo observaban sin pasión alguna en sus miradas. El hombre atrás suyo desató la venda que tapaba su boca y Alex se preparó para contar su historia.

Narró sin guardar ningún detalle, desde el momento en que la caballera lo rescató de la torre de la reina Amelia, su huida de los hombres del rey Louis, las jornadas en el bosque, el anillo que entregase a la chica y el plan para cruzar entre los reinos, los encuentros con los ebrios en la posada, la batalla contra el dragón de Millis, el viaje con los Garmios, su versión de lo que pasó en el barco, las interminables caminatas por las ciudades decadentes del reino, el pueblo en cenizas, el baile en el palacio, lo que oyeron de labios de Marius y los nobles, la implicancia de Max y Tristán, las noches en las montañas y el bosque Blanco, omitiendo únicamente aquel momento que disfrutara con Bianca entre los árboles. Y calló, a la espera de una respuesta que enviase a Marius a la horca y liberara a la chica de su prisión oscura bajo aquella imponente fortificación.

Más el príncipe fue enviado de vuelta a su asiento sin escuchar palabra alguna de los hombres. Los consejeros se retiraron para deliberar en la habitación continua, tardando lo que apenas fueron minutos, pero que para el chico pareció una eternidad. Solemnemente ingresaron de vuelta al salón, ubicándose una vez más en sus lugares. El silencio era sepulcral.

—El consejo real deliberó y tomó las siguientes decisiones de acuerdo a lo escuchado por parte de los testigos y a lo relatado por el príncipe heredero en las anteriores horas.

»A la guardiana real Marla Sky, se la condena al destierro por irresponsabilidad en sus deberes, al entregarle el anillo feérico al príncipe antes de la celebración de su boda. En su lugar es nombrado guardián del primer heredero a la corona real, el Primer General del reino, Marius Alcot.

»En lo que respecta al príncipe heredero Alexander Lucas Van Blast Devigne Marmontre IV, es considerado inocente de sus cargos de asociación, al encontrarse bajo el embrujo de la acusada, Bianca White. A la vez, se le impone la obligación de contraer nupcias a la brevedad con la princesa Adelle Mia Lancaster Tiress. Posterior a esto, asumirá su cargo como rey en un plazo de siete jornadas. Sin embargo, hasta que muestre claros signos de encontrarse libre de la magia oscura que se cierne sobre él, su nuevo guardián, Marius Alcot, decidirá sobre las ordenanzas militares y políticas del reino de Rampagne, velando por los derechos del pueblo y su rey. Debemos añadir que, al príncipe Alexander se le prohíbe contacto alguno con su antigua guardiana Marla Sky y la acusada, Bianca White, a fin de evitar la influencia mágica sobre su raciocinio.

»Finalmente, a la acusada, Bianca White, gracias a las acusaciones corroboradas en su totalidad por los testigos y la falta de pruebas a su favor, es condenada a muerte por los delitos contra el reino, sus habitantes y soberanos, siendo la mención de su nombre prohibida para cualquiera en el territorio de Rampagne. La ejecución será llevada en privado y lejos del palacio, durante la ceremonia de bodas del príncipe Alexander, a fin de no levantar habladurías al respecto. Como precaución adicional, previo a la ejecución de su sentencia será cortado el dedo en el que porta el anillo feérico, para evitar perjuicios contra el príncipe Alexander. Cualquier mención de lo sucedido en este salón está expresamente prohibida para los testigos anteriores y los presentes, bajo el castigo de decapitación para los que osen infringir esta regla.

El rey se levantó de su trono, sin cruzar palabra con su hijo o cualquiera en la habitación, indicando que aquel juicio había llegado a su fin. Marius se volteó sin expresión en su rostro, pero con un brillo de triunfo en sus ojos que fijó con satisfacción en Alexander, indicando a los guardias que fuera llevado inmediatamente a los aposentos reales, mientras el muchacho se resistía a ser arrastrado lanzando gritos de desesperación al aire, que se llevaba el nombre de la chica a través del viento sin que esta escuchase el llamado desesperado que un príncipe, enloquecido por la ira y la tristeza bramaba a la nada.

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