Sand & Stars

By SofiDalesio

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¿Reconocerías a un monstruo antes de transformarte en uno? Cuando la oportunidad de una nueva vida en el Oest... More

Extracto del manual de cazadores
Dioses prohibidos
Léxico:
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44

Capítulo 32

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By SofiDalesio

La primera estrella estaba fuera.

Lorcan miró por la ventana. No había dormido lo suficiente, pero tendría que bastar por esa noche. No era como si hubiera dormido en absoluto durante las últimas semanas. ¿A qué estaba jugando? ¿Qué haría? Era más fácil mentirle a Rajnik cuando no estaban solos en medio de la nada, rodeados por personas que tampoco podían saber la verdad.

La ciudad había cambiado afuera, del ruidoso día al sereno atardecer. Una a una, las farolas se encendieron, pequeñas chispas de fuego para alejar la oscuridad. Y había... paz. A esas personas no les importaba el Este mientras no los molestaran. Ni siquiera pensaban en ello, o temían algo como la guerra. Porque sabían que no habían hecho nada para merecerla.

Lorcan cerró los ojos, ignorando la risa de los niños. ¿Quién decidía quién era el enemigo? Órdenes, solo tenía que seguir órdenes y mantener su corazón fuera de ello. La compasión era una debilidad que no podía tener, no si quería seguir respirando. Los anhelantes nunca mostrarían piedad con él, por lo que no debería pensar de otro modo tampoco.

Un salvaje era un salvaje. Un anhelante un anhelante. Y un Gobernante...

—Destino y Estrellas.

Nikka era buena. ¿No era eso prueba suficiente? La naturaleza no definía a uno. Vasija o no, era solo una chica inocente y asustada, otra víctima arrastrada a ese conflicto. Otra que la Hermandad terminaría por romper si seguía presionando y descuidando sus sentimientos.

Se levantó antes de que fuera demasiado tarde. Tenía una larga noche por delante. El problema, después de demasiados años de caza, después de mucho visto y vivido, era el inevitable cuestionamiento de su propósito. Había reconocido el miedo en los ojos de salvajes inocentes al verlo, exactamente el mismo que humanos tendrían en presencia de un anhelante. Entonces, ¿cuál era realmente la diferencia entre ambos?

Habían encontrado una casa pública para quedarse cerca del centro. Como en toda ciudad del Oeste, el edificio servía para múltiples propósitos. Alojamiento, administración, eventos, restaurante... Podía escuchar las conversaciones y los ruidos desde el piso principal, pero al menos los dormitorios estaban tranquilos.

Rajnik se alojaba en la habitación contigua a la suya. Era más fácil de ese modo. La pequeña bandeja fuera de su puerta delataba que ella debía haber pedido el menú completo y probado toda la comida occidental posible durante su tiempo libre. Solo podía desear que ella hubiera dormido algo en lugar de desperdiciar el día. Pequeña cosa malvada.

Bastó una única llamada, y su suave respuesta, para que él abriera la puerta. Ella se había cambiado su ropa de antes por un delgado vestido blanco que no cubría sus brazos ni su espalda en absoluto. Su piel desnuda estaba adornada con cadenas de oro y signos pintados en rojo. Tenía entre sus manos un viejo trozo de cuero que escondió al instante.

—Vamos tarde —anunció él.

—Nunca puedes estar tarde para el chisme, mi querido Lorcan —Rajnik no se movió de su lugar, sentada junto a la ventana.

Ella le sonrió rápidamente antes de volver a observar el exterior. Lorcan cerró la puerta detrás. Dudó antes de unirse junto al marco. Tan solo un momento, se mintió a sí mismo. Solo para ver por última vez cómo la luz del sol besaba su rostro.

—¿Qué es lo que más te gusta de este tipo de lugar? —preguntó.

—El silencio —Rajnik cerró un poco los ojos, su rostro hacia arriba.

—¿En serio? Esta es una de las ciudades más ruidosas en las que hemos estado hasta ahora.

—Exacto —ella abrazó sus rodillas contra su pecho, Lorcan solo suspiró—. Puedes escuchar la vida. Sin cláxones, sin vehículos, sin fábricas ocupadas o tacones altos. Al fin, puedes escuchar vida. Pero estás demasiado acostumbrado a ese horrible sonido como para notarlo.

Tal vez. La Capital no era tan pacífica como Venvia, siempre llena de actividad incesante. Esa ciudad también lo era, excepto que tal vez era el tipo de sonido que a ella le gustaba.

—¿Dejarías tu puesto si fuera posible?

—No creo que pueda dormir si lo hago —confesó Rajnik—. Perdí demasiado como para rendirme ahora. ¿Tú lo harías?

—¿Quieres la verdad o la mentira? —ella rio, alto y claro.

—¿Ahora puedo elegir? —preguntó Rajnik con diversión—. Quiero la mentira. No me malcríes.

—No lo haría —Lorcan suspiró, mirando hacia afuera también—. ¿Sabes que por cada humano que muere, matamos al menos siete salvajes? Una sola persona hace algo mal y siete extraños pagan por ello. ¿En qué nos convierte eso?

—Ahora, ahí está el compañero que extraño —Rajnik apoyó la cabeza sobre sus rodillas—. Solíamos hablar libremente, sin preocuparnos por las acusaciones de traición y la honestidad. ¿Me juzgas por Mytos como el resto?

—Me juzgo a mí mismo por permitirlo y no interferir —su voz casi tembló, Lorcan cerró los puños para mantenerla firme—. Creo... creo que una parte de mí pensaba que no lo harías. O quería creer. Estaba tan seguro...

—¿Y perder mi puesto? —ella lució espantada—. ¿Estás loco? El día que decida renunciar, es el día en que estaré segura de que puedo hacer más como yo misma que como cazadora, y este aun está por llegar.

—No eres solo una cazadora.

—Tú tampoco. ¿Entonces? ¿Me dirás la verdad algún día? ¿Es el matrimonio tu excusa para renunciar? Porque ambos sabemos que sería falso, pero no soy suficiente para esa farsa.

Lorcan cerró los ojos y dejó caer su cabeza hacia atrás. Tal vez, sería más sencillo de ese modo que enfrentarla. Con todo el viaje y el calor, casi se había olvidado de esa cosa, y Rajnik no lo dejaría pasar tan pronto.

—No es eso-

—No soy suficiente porque sabes que no renunciaré —Rajnik sonrió ante su dolorosa mueca—. Está bien. Lo entiendo. Solo desearía que hubiera una salida diferente para ti, una que no te lastimara.

Y él desearía que ella se detuviera. No más hablar. No más fingir. No más sonreír como si no le importara en absoluto. Pero Rajnik le había advertido desde su primer encuentro, todo se trataba de espejismos en el Oeste. Incluso su gente. Y no había otra salida, al menos no sin ponerla a ella en peligro.

—No te preocupes. Mi propio padre parece reacio a ayudarme con esa tarea para mi desgracia —admitió Lorcan.

—O simplemente no quiere que su hijo sufra.

—No necesitas defenderlo solo porque te envía vino gratis.

—Ah, siempre pago con chocolate. Al contrario de ti, él responde mis cartas. Un hombre tan encantador... No entiendo cómo terminaste tan mal. Y todo por tu cuenta, te lo aseguro.

Lorcan rio. Demasiado débil para ser real. Y Rajnik lució demasiado sorprendida, lo que solo lo hizo más difícil.

—Mi Dios... ¿No olvidaste cómo pasar un buen rato? —ella estaba mortificada.

—¿Tan malo es? —Lorcan sonrió, disfrutando del último rayo de sol—. No quiero pelear más. Me colgarán si alguna vez digo esto, pero me enferma. Entonces, ¿cómo esperas que trabaje contigo como si nada hubiera pasado, cuando hace dos años te juzgué por el mismo sentimiento que tengo ahora? Encontré a Nikka, y supe exactamente lo que era, y yo... Estrellas, estaba tan perdida y asustada. Sabía que tenía que matarla. Lo sabía. Y no pude. Me preguntaste por qué la defiendo tanto. Porque tal vez, solo tal vez, si demuestro que ella viva no tiene consecuencias, entonces no nos veremos obligados a matar más inocentes en el futuro.

Había más sin decir. Entonces no tendría que mentir sobre todos los salvajes que no estaba matando. Entonces no serían castigados por ello. Entonces, tal vez sería posible una verdadera tregua y ellos...

Un deseo tonto. Solo era eso. Pero necesitaba intentarlo al menos. Necesitaba mostrar que otra manera era posible. Porque de lo contrario, Lorcan no estaba seguro de cuánto más podría desempeñar su rol. Después de años de caza, los crímenes que había cometido finalmente lo estaban alcanzando.

Rajnik guardó silencio. Ella se puso de pie, sus manos cerradas. Él aceptaría su odio, incluso su rencor. No la había defendido cuando ella lo había necesitado, así que tal vez había ganado lo que ella estuviera pensando. Lorcan no estaba seguro de si cambiaría el pasado, si se arrepentía en absoluto, pero no quería que el futuro fuera el mismo.

—Es la primera vez que los llamas inocentes —murmuró ella, él no lo había notado—. ¿Realmente crees eso?

—Sé que cometí más delitos que la mayoría de las personas a las que me ordenaron ejecutar.

—¿Por qué? —la voz de Rajnik fue dura—. ¿Qué te hizo cambiar?

Lorcan giró la cabeza para verla. ¿Sería la verdad en serio una condena para ambos? Un día la había amado, y al siguiente la había odiado, y luego no había sentido el mundo igual tras perderla hasta volverla a ver. ¿Tenía eso sentido?

—Porque el odio solo alimenta más odio —respondió—. Y la naturaleza no define a uno mismo. Deberías saberlo mejor que yo.

—¿Pensabas eso hace dos años?

—No.

—¡Entonces por qué ahora!

—La gente cambia.

Rajnik se dio la vuelta, sus hombros temblando. No serviría de nada decirle que ella había preguntado. Y por un momento, Lorcan casi pensó que lo delataría con el Comandante sobre sus nuevas creencias. Se lo merecía, después de todo. Tal vez fuera más sencillo tener una tregua y nunca hablar del pasado. Tal vez había cometido un error.

—Qué hombre tan exigente —ella resopló—. Guardaré tu secreto, pero no más que eso. No te atrevas a pedirme más que eso, porque me rechazaste cuando estaba dispuesta a darlo todo por ti. Y no perderé mi puesto ahora.

—Suena justo.

—Y tú pagarás la cena.

—Pide lo que quieras.

—Y Lorcan.

—¿Qué?

—No me hagas dispararte. Porque lo haré. Y el Búho ya me ha preguntado sobre ti.

Tenía sentido. No le importaba. La noche los estaba llamando, y Lorcan siguió a Rajnik por las calles. Ya habían perdido demasiado tiempo jugando con su relación. Ella guardó silencio lo suficiente para que él supiera que había dicho algo malo, siempre caminando dos pasos por delante.

O al menos, Rajnik lo intentó, hasta que volvió a ser la misma de antes, llamándolo para que viera cosas brillantes o probara comida picante. Y, por primera vez en mucho tiempo, Lorcan obedeció sin quejarse. A cualquier capricho que ella pudiera tener. Hasta que no fue solo por venganza de parte de Rajnik, sino sincero. El estado de ánimo de esa chica cambiaba demasiado rápido para que su ira durara por siempre.

Los lugareños seguirían su pequeña charla, las habilidades de Rajnik naturales. Ella cogería cualquier objeto que quisiera y comenzaría una conversación como si hubiera vivido allí toda su vida. Sobre el clima, sobre algunas costumbres antiguas, sobre zorros... La mezcla de salvajes en esa ciudad era grande, incluso mayor que en Arcadia.

Contarían el mismo tipo de historias y rumores que ya conocían. Lorcan no prestó atención a los cuentos sobre el maestro del disfraz ni su supuesta debilidad, la negación al atracón o la historia del huérfano milagroso. Los zorros no eran comerciantes, y los vendedores no parecían saber mucho más.

—Esa pobre gente —dijo el anciano detrás del mostrador—. Hay que dejarlos en paz de una vez por todas. ¿Por qué preguntarías por su Gobernante?

—Investigación académica —Rajnik no apartó los ojos de la pistola que estaba examinando en la tienda, pero inclinó la cabeza hacia los libros en la pared—. Parece conocer bien sus conferencias. Soy bastante fan de Caileo Necul.

—¿También conoces a Caileo? —El hombre sonrió brillantemente—. Una vez tuve la oportunidad de asistir a una de sus conferencias cerca de D-

—Otra trágica pérdida en un conflicto sin sentido.

Lorcan la dejó hablar. Se acercó a los libros a los que se refería Rajnik, leyendo la escritura occidental y reconociendo al autor del que hablaban. Teología. Mitología. Sociología. La persona había escrito sobre muchos temas diferentes. Escogió un libro al azar y lo abrió en la primera página.

Está comprobado que no es nuestro cuerpo, ni nuestros dones, lo que nos acerca a los Dioses, sino nuestra mente. Una cosa es escucharlos, y otra cómo eso nos afecta. ¿Sería capaz una persona de soportar la complejidad de tal comunicación? Es un milagro en sí mismo manejar un poder tan cerca de su fuente, pero también debemos considerar el deterioro que aquello implica...

Gritos y ruidos interrumpieron su atención. La reacción fue instintiva, incluso cuando se suponía que no debía interferir. Lorcan dejó el libro en el estante y salió corriendo de la tienda. La gente fuera se encontraba tan perdida como él, intentando comprender la inusual escena. Reconoció a la pareja de esa mañana, un hombre alto y delgado que solo podía ser un coyote a juzgar por su ropa de viaje los molestaba.

Los tres discutían, el coyote no dudó en mostrar sus garras. La joven pareja de zorros retrocedió ante la vista. Lorcan tenía lavandula en los bolsillos y al menos dos cuchillos envenenados. No eran su espada, escondida en su habitación, pero resultaba suficiente para hacer frente a una amenaza común. O para ganar algo de tiempo hasta que pudiera conseguir su arma.

—Entonces, sobre esa dote —el coyote sonrió—. Mi Gobernante debe recibir su parte. ¿O pensaste que no lo sabríamos?

—¡Este es territorio común! —dijo la chica—. Somos libres de actuar.

—Tu especie todavía nos debe por toda una vida, así que creo recibiré ese pago.

—Por favor —dijo el joven—. Ni siquiera tenemos tanto dinero.

La sonrisa del coyote solo se volvió más hambrienta.

—Hay otros modos...

Él se detuvo a mitad de la oración, su rostro absolutamente en blanco. Alguien gritó. El coyote cayó hacia atrás, su mirada perdida para siempre mientras la sangre se extendía alrededor de su cabeza. No tenía ningún sentido. Lorcan parpadeó con incredulidad. La pareja estaba tan perpleja como el público. Sin nada visible, sin ruido, sin movimiento... Y así, el coyote estaba muerto.

Comenzó como un susurro, hasta que se convirtió en un murmullo. Una y otra vez la misma palabra. Sanka, Sanka, Sanka... Lorcan había oído ese nombre antes. Era la única explicación posible. Los zorros miraron a su alrededor, agarrándose unos a otros, tratando de no esperanzarse demasiado antes de salir corriendo.

—¿Qué...? —Rajnik se detuvo a su lado—. ¿Es eso un agujero de bala?

¿Un disparo sin ruido? ¿Sería eso posible? Ella debería saber. Aun así, Lorcan se detuvo antes de preguntar.

—Estas sangrando.

No era inusual. Rajnik suspiró y se tocó debajo de la nariz, sus dedos manchándose de rojo. Miró hacia abajo, mascullando al no encontrar nada más que su vestido blanco. Lorcan ni siquiera intentó regañarla. Estaba acostumbrado, después de todo. Él solo cogió un pañuelo y se lo entregó, Rajnik rápidamente limpió su rostro.

—Deberíamos irnos —murmuró ella—. No estamos aquí para llamar la atención, Lorcan.

—¿Qué acaba de suceder?

—Coyotes y zorros no se llevan bien —Rajnik le devolvió el pañuelo—. Todavía me debes la cena. Ya tengo por hoy.

Ella lucía más pálida. ¿Siempre había sido así? ¿Cuánto tiempo había estado bebiendo lavandula? ¿Respondería si él preguntaba? Pero Rajnik cambió de tema con la misma velocidad, enumerando los platos y todos sus antojos. Y tomando su brazo para alejarlo del incidente. Mejor no ser atrapado en la escena del crimen.

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