Capítulo 32

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La primera estrella estaba fuera.

Lorcan miró por la ventana. No había dormido lo suficiente, pero tendría que bastar por esa noche. No era como si hubiera dormido en absoluto durante las últimas semanas. ¿A qué estaba jugando? ¿Qué haría? Era más fácil mentirle a Rajnik cuando no estaban solos en medio de la nada, rodeados por personas que tampoco podían saber la verdad.

La ciudad había cambiado afuera, del ruidoso día al sereno atardecer. Una a una, las farolas se encendieron, pequeñas chispas de fuego para alejar la oscuridad. Y había... paz. A esas personas no les importaba el Este mientras no los molestaran. Ni siquiera pensaban en ello, o temían algo como la guerra. Porque sabían que no habían hecho nada para merecerla.

Lorcan cerró los ojos, ignorando la risa de los niños. ¿Quién decidía quién era el enemigo? Órdenes, solo tenía que seguir órdenes y mantener su corazón fuera de ello. La compasión era una debilidad que no podía tener, no si quería seguir respirando. Los anhelantes nunca mostrarían piedad con él, por lo que no debería pensar de otro modo tampoco.

Un salvaje era un salvaje. Un anhelante un anhelante. Y un Gobernante...

—Destino y Estrellas.

Nikka era buena. ¿No era eso prueba suficiente? La naturaleza no definía a uno. Vasija o no, era solo una chica inocente y asustada, otra víctima arrastrada a ese conflicto. Otra que la Hermandad terminaría por romper si seguía presionando y descuidando sus sentimientos.

Se levantó antes de que fuera demasiado tarde. Tenía una larga noche por delante. El problema, después de demasiados años de caza, después de mucho visto y vivido, era el inevitable cuestionamiento de su propósito. Había reconocido el miedo en los ojos de salvajes inocentes al verlo, exactamente el mismo que humanos tendrían en presencia de un anhelante. Entonces, ¿cuál era realmente la diferencia entre ambos?

Habían encontrado una casa pública para quedarse cerca del centro. Como en toda ciudad del Oeste, el edificio servía para múltiples propósitos. Alojamiento, administración, eventos, restaurante... Podía escuchar las conversaciones y los ruidos desde el piso principal, pero al menos los dormitorios estaban tranquilos.

Rajnik se alojaba en la habitación contigua a la suya. Era más fácil de ese modo. La pequeña bandeja fuera de su puerta delataba que ella debía haber pedido el menú completo y probado toda la comida occidental posible durante su tiempo libre. Solo podía desear que ella hubiera dormido algo en lugar de desperdiciar el día. Pequeña cosa malvada.

Bastó una única llamada, y su suave respuesta, para que él abriera la puerta. Ella se había cambiado su ropa de antes por un delgado vestido blanco que no cubría sus brazos ni su espalda en absoluto. Su piel desnuda estaba adornada con cadenas de oro y signos pintados en rojo. Tenía entre sus manos un viejo trozo de cuero que escondió al instante.

—Vamos tarde —anunció él.

—Nunca puedes estar tarde para el chisme, mi querido Lorcan —Rajnik no se movió de su lugar, sentada junto a la ventana.

Ella le sonrió rápidamente antes de volver a observar el exterior. Lorcan cerró la puerta detrás. Dudó antes de unirse junto al marco. Tan solo un momento, se mintió a sí mismo. Solo para ver por última vez cómo la luz del sol besaba su rostro.

—¿Qué es lo que más te gusta de este tipo de lugar? —preguntó.

—El silencio —Rajnik cerró un poco los ojos, su rostro hacia arriba.

—¿En serio? Esta es una de las ciudades más ruidosas en las que hemos estado hasta ahora.

—Exacto —ella abrazó sus rodillas contra su pecho, Lorcan solo suspiró—. Puedes escuchar la vida. Sin cláxones, sin vehículos, sin fábricas ocupadas o tacones altos. Al fin, puedes escuchar vida. Pero estás demasiado acostumbrado a ese horrible sonido como para notarlo.

Sand & StarsWhere stories live. Discover now