En el improbable caso de una...

Por ellaasamigas

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Tras una situación límite, Manolo, un sofisticado bombero de Madrid, decide llevarse a su hijo a Murcia, dond... Mais

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XXVIII
Cómo organizar una boda y no matar a tu padre en el intento
Almas gemelas
Epílogo
Agradecimientos y alguna novedad

Lou

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Por ellaasamigas

Me sé esta escena de memoria y siempre vuelvo a ella cuando necesito estar contenta, así que... disfrutad <3


La llegada de Raoul lo pilla pendiente del horno, así que no tiene tiempo de salir en su encuentro, cuando ya está dejando las llaves sobre la encimera.

—Hola, preciosísimo.

—Dame un momento... —Alarga la última vocal mientras levanta la bandeja, solo para dejarla a un lado—. Ya está, ahora puedes.

—Ay, que está la comida ya hecha... —Lo estrecha entre sus brazos, con un suspiro de alegría—. Así da gusto salir de un turno, te amo. —Besuquea su cara.

—¿Qué tal ha ido, que apenas te he visto en el turno?

—No ha estado nada mal, además, traigo una sorpresa... —Mueve sus cejas arriba y abajo alternativamente, sin apartar las manos de su espalda.

Agoney entrecierra los ojos.

—Miedo me da esa carita...

Pero adora esa cara de emoción por cualquier cosa, así que espera con paciencia a que saque un taper de plástico transparente de su bolsa del trabajo. Está a punto de quejarse por haber traído algo de comer cuando ya tienen comida del horno, pero entonces lo ve.

Pega un saltito hacia atrás de forma automática.

—Eh..., ¿qué es eso?

—Te presento a Lou. —Alza la bandejita para ponerlo a la altura de sus cabezas. La sonrisa del paramédico llega a cada esquina de su cara.

Con el ceño fruncido, ladea la cabeza para observarlo mejor. El lagarto le devuelve la mirada con sus ojos espantosos de lagarto oscuro que conoce todos tus secretos y miedos.

Y sabe que él es uno de ellos.

—Vale... ¿Y qué hace el lagarto Lou en nuestro piso?

—Hemos tenido una emergencia curiosa. Básicamente, le hemos quitado este lagarto del interior de la pierna a un montañista.

Agoney pierde todo color en la piel, dando otro paso atrás.

—¿Has traído un lagarto come-personas a nuestro piso?

—No se estaba comiendo a nadie, solo estaba... pasando el rato. —Su sonrisa se amplía.

—Pasando el rato —repite, haciéndolo asentir con alegría y despreocupación—. El lagarto no parece muy amigable.

—Tonterías, le hemos hecho pruebas y está sano, no puede contagiarnos nada y no es agresivo. Así que... —se aclara la garganta— he pedido llevármelo, Nerea no tenía ningún interés y Mamen lo quería lo más lejos posible, así que no hemos tenido mucho problema.

—Ahora mismo me identifico mucho con Mamen —masculla, sin apartar un ojo de él en ningún momento.

—Vamos, Ago, tú querías una mascota.

—Sí, preferiblemente de sangre caliente. —Tiene un escalofrío.

—No me digas que te da miedo... —Hace amago de acercársela, pero él es más rápido echando la espalda hacia atrás—. No me puedo creer que, a un policía musculoso, que te podría reventar con ese brazo, le asuste un reptil indefenso. —Pone un puchero.

—Sí, sí, búrlate lo que quieras, pero si te lo vas a quedar, lo quiero lo más lejos posible de mí.

—Claro, me encargaré de la comida y de que esté bien, tú... podrás observarlo desde la distancia, no tendrás que mover un dedo por él si no quieres.

—Menos mal. Me da miedo perderlo —dice mientras vuelve a coger la bandeja, para llevarla hasta la mesa.

—Genial... —Se detiene un momento—. Oye, ¿no tenías una vieja pecera en el trastero del edificio? Podrías subirla, con un poquito de tierra y alguna planta creo que Lou estaría genial ahí.

Se escucha un suspiro que llena el piso, teniéndolo aún de espaldas a él.

—Y este soy yo no moviendo un dedo...

A pesar de las quejas iniciales, pronto lo tienen todo montado para hacer que la estancia del reptil sea lo más cómoda posible. Eso no significa que la mente de Agoney no esté llena de recelo por el animal, pero ver a su prometido tan contento le hace quitarse la pena.

Total, mientras esté en esa pecera, que han tapado con un plástico lleno de agujeros, todo estará bien.

Unos días después, Raoul vuelve a casa de su siguiente turno. Lleva un par de bolsas de tela, pues ha aprovechado para pasarse por el mercado antes de llegar allí.

—Hola, amor...

—Hola, cariño —murmura Agoney, desde el sofá. Está concentrado en la revista, pero no duda en apartar la mirada al verlo dirigirse a la cocina—. ¿Qué traes?

—He comprado un par de cosillas de camino a casa... Pan para tostadas en el desayuno, pimientos, cebolla y... gusanos de la harina para el nuevo integrante de la casa.

El moreno tiene un escalofrío.

—Por favor, ni se te ocurra ponerlos cerca de los granos de café.

—Tranquilo... —Le da una caricia cariñosa en la mejilla antes de acercarse a la pecera rehabilitada para el lagarto—. Lou..., tengo una sorpresita... —su sonrisa va desapareciendo conforme rastrea la pecera, que tampoco es muy grande, y no encuentra ningún ser vivo— especial para ti.

Traga saliva, mientras vuelve a revisar, como si la pecera no midiera dos palmos suyos y no tuviera ningún lugar donde esconderse. Se incorpora despacio, comprobando que una de las partes superiores del plástico que lo solían tapar está suelta, teniendo un escalofrío.

Agoney lo va a matar, solo después de haber matado a Lou en cuanto lo pille.

Y todo eso si no los mata el lagarto antes como venganza por haberlo encerrado ahí.

—Oye, ¿has visto que van a echar un nuevo programa de organización de bodas en la tele? Podríamos verlo juntos esta noche, por coger ideas. —Levanta la mirada, encontrándose a su novio sobre sus rodillas, buscando por el suelo—. A no ser que tengas planes, entonces me quedo con las revistas.

—No, no... —Se incorpora despacio, sin dejar de escanear la sala. Por un momento piensa que lo ha perdido para siempre, que el piso es demasiado grande y no hay paredes ni puertas salvo para la habitación y el baño—. Estoy libre, completamente libre... Sí, podemos verlo.

—Genial. —Vuelve por un momento a su revista.

Aprovechar para echarle un vistazo a su chico es lo que le hace ver a Lou. Está ahí, sin inmutarse por nada ni nadie, a apenas medio metro de Agoney, en el sofá. Traga saliva de nuevo. Él no lo ha visto y esa es su oportunidad.

Va a tener que actuar con cautela para no asustarlo y que le dé algo.

—Ago, amor... —Consigue toda su atención, en dirección contraria al lagarto. Bien—. ¿Por qué no... hacemos eso ahora?

—¿El qué?

Raoul se sienta en el sofá a su lado, con las rodillas rozándose. Desde ahí tiene plena vista de Lou, y mientras Agoney lo mire así de confuso, no lo podrá ver.

—Lo de la tele...

—Es muy temprano y... —estira el cuello hacia la zona de la cocina— no has terminado de guardar la compra.

—Ven aquí. —Besa con suavidad la comisura de sus labios, para pasar muy poco a poco a su mandíbula, y de ahí a su cuello. Suspira sobre él, sacándole un jadeo—. Hoy estás especialmente guapísimo.

—Pero... ¿la compra? —Recibe un gruñido mientras los besos se convierten en su lengua recorriendo una vena el cuello y le da un mordisco sobre la zona más mojada—. Vale...

Se abraza a él para pegarlo más. Raoul aprovecha la nueva posición para alargar su brazo todo lo que puede para intentar coger al lagarto. No tiene ningún plan una vez lo haya atrapado, pero al menos no estará perdido.

Da un par de manotazos hacia donde cree que está, pero solo toca la tela del sofá. Se obliga a alejarse unos centímetros del cuerpo de su chico para comprobar que, efectivamente, ya no está allí. Cuando se vuelve hacia él, este lo recibe con una mirada confusa, de "¿por qué has parado?".

Y entonces aparta el brazo que todavía lo rodeaba, con demasiada rapidez.

Lou ha llegado hasta el hombro de Agoney. Ya está. Muertísimo.

—¿Qué? —Frunce el ceño.

—Eh...

No hay forma de evitar que, cuando Lou avanza hacia abajo, Agoney baja la mirada hacia donde él está mirando y lo vea. El grito es instantáneo, pegando un salto hacia la otra punta del salón.

—¡Oh, Dios mío, oh, Dios mío! —Hace una pausa para restregarse con las manos, como si pudiera eliminar el asco que le provoca el animal—. ¡Raoul! ¡Esa cosa estaba encima de mí, ¿Y TÚ NO ME HABÍAS DICHO NADA?!

—¡No quería asustarte! —Se agacha para buscarlo. Con el salto de su novio, se ha vuelto a volatilizar.

Agoney se lleva las manos a la boca, todavía temblando del susto.

—¿Cómo se ha escapado?

—No lo sé, se habrá arrastrado.

—No se te ocurra volver a decir eso. —Lo señala—. Dime que lo encuentras.

—Como si se hubiera esfumado. Joder, estos bichos son rápidos.

—Podría estar en cualquier lugar. —Mira en todas direcciones con un temor que jamás había visto en los ojos del policía—. No pienso volver a dormir aquí hasta que no aparezca.

—Pues ayúdame a encontrarlo.

Tras asegurarse de que no está en ninguna de las habitaciones más cerradas, revisan el salón-comedor de un lado a otro, hasta que llega una hora donde se hace insostenible seguir buscando.

—Yo creo que a estas alturas sería más sano que le regaláramos el piso y nos mudáramos a otro lugar.

—Ago... —se queja, tras abrir los armarios de la cocina—. Solo es un lagarto, no va a ser para tanto, aunque lo perdamos de vista unas horas.

—Repito, por si no te había quedado claro: no voy a poder pegar ojo si no está encerrado.

Raoul suspira y asiente. No tiene nada que hacer contra eso, así que solo puede seguir buscando.

Acaba haciéndose demasiado tarde, así que optan, al menos por esa noche, por dormir en casa de Manolo. A Raoul le daría bastante igual, pero tampoco quiere quedarse solo o dejarlo solo a él. Además, dar explicaciones de por qué le han dejado su piso al lagarto es mucho más fácil si las da el hijo del capitán.

Por mucho que el más asustado sea el policía.

Al día siguiente, Raoul tiene algunas cosas que hacer en la ciudad, así que Agoney le promete que volverá al piso él solo, a ver qué puede hacer. Manolo se ofrece a ayudar, pero ya es bastante humillante por sí solo, así que prefiere intentarlo por su cuenta.

Cuando el paramédico llega a casa, se la encuentra patas arriba, literalmente. Cosas fuera de sus cajones, las sillas dadas la vuelta, una lámpara tirada... Por un momento se le pone un nudo en el estómago, hasta distinguir a su novio tumbado en el suelo, con la cabeza apoyada en el sillón.

—Ah, hola... —Se gira hacia él y le sonríe, cansado.

—¿Nos han robado? —Mira en todas direcciones, sin comprender nada.

—No, he estado buscando a Lou, como te dije que haría. —Se toma una pausa bastante larga, en la que le da tiempo a sonreír con la victoria escapándose de sus labios—. Lo he pillado.

—¿Lo has pillado? —Lo mira con cara de susto—. ¿Está...? —Se le rompe la voz.

—¿Qué? No, claro que no. —Pone cara de estar muy ofendido porque lo haya pensado—. No soy un monstruo. Está en su pecera. —La señala con la cabeza.

—Ay, menos mal... —Se acerca muy despacio, sonriendo al descubrirlo allí—. Hola, Lou, nos tenías asustados...

—Sobre todo eso, sí.

—¿Dónde estaba? —Se gira hacia el moreno, que ya se incorpora.

—Junto a la lámpara. —Señala—. Parece ser que le gusta el calorcito que emite cuando la encendemos.

Raoul suspira de alivio y asiente de forma repetida.

—Como me alegro de que haya acabado bien la cosa —recibe un beso suave en la mejilla—, pero no entiendo por qué no te lo has cargado, después de los sustos que nos ha dado...

—Porque es importante para ti, por mucho que me repugne. —Arruga la nariz.

—Eres el mejor. —Coloca los brazos alrededor de su cuello. Agoney asiente, dándole la razón, lo que lo hace suspirar—. Deberíamos soltarlo en el monte, ¿no?

—Te lo pido por favor... —Apoya la frente en su hombro, llevándose un beso en un lado de la cabeza.

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