Record of Ragnarok: Blood of...

By BOVerso

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Los diez milenios de existencia de la humanidad estarían por terminar por la mano de sus propios creadores. ... More

ꜰᴀʙᴜʟᴀ ᴍᴀɢɴᴜᴍ ᴀᴅ ᴇɪɴʜᴇɴᴊᴀʀ
ӨBΣЯƬЦЯΛ
Harā'ēkō Bud'dha
Buddh Aur Daakinee
Taantrik Nrty
Tur Arv Valkyriene
bauddh sapane
Vakning einherjar
Yātrākō antya
Interludios: El Presidente, la Princesa y el Jaguar
Interludios: Los Torneos Pandemonicos
Interludios: Los Reclutadores y los Nipones
Libro Uno: Los Viajes de Uitstli
Ayauhcalli Ocelotl
Quezqui Acalpatiotl
Tlachinolli teuatl
Kuauchili Anxeli
Amatlakuiloli Mapachtlan
Teocuitla coronatia
Yaocihuatl
Olinki Yaoyotl
Huey Tlatoani
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 1)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 2)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 3)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 4)
Interludios: La Reina, el Semidiós y los Reclutadores
Yaoyotl Ueytlalpan (Ajach 1)
Yaoyotl Ueytlalpan (Ajach 2)
Inin Ahtle To tlamilistli
Maquixtiloca Teótl Innan (Ajachi 1)
Maquixtiloca Teótl Innan (Ajachi 2)
Etztli To Etztli (Ajach 1)
Etztli To Etztli (Ajach 2)
Cocoliztli Neltiliztli (Ajachi 1)
Cocoliztli Neltiliztli (Ajachi 2)
Ilhuitl Onaqui Cuauhtli Ahmo Inin (Ajach 1)
Ilhuitl Onaqui Cuauhtli Ahmo In in (Ajach 2)
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕱ø𝖗𝖘𝖙𝖊 𝖗𝖚𝖓𝖉𝖊
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕯𝖊𝖓 𝖆𝖟𝖙𝖊𝖐𝖎𝖘𝖐𝖊 𝖇ø𝖉𝖉𝖊𝖑𝖊𝖓 𝖔𝖌 𝖉𝖊𝖓 𝖘𝖛𝖆𝖗𝖙𝖊 𝖏𝖆𝖌𝖚𝖆𝖗𝖊𝖓
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖆𝖟𝖙𝖊𝖐𝖎𝖘𝖐𝖊 𝖚𝖙𝖓𝖞𝖙𝖙𝖊𝖑𝖘𝖊𝖗
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕭𝖑𝖔𝖉𝖘𝖚𝖙𝖌𝖞𝖙𝖊𝖑𝖘𝖊
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖍𝖊𝖑𝖛𝖊𝖙𝖊 𝖐𝖔𝖒𝖒𝖊𝖗 𝖋𝖔𝖗 𝖔𝖘𝖘
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖙𝖎𝖉𝖊𝖓𝖊𝖘 𝖘𝖙ø𝖗𝖘𝖙𝖊 𝖗𝖆𝖓
Tlatzompan Tlatocayotl
Libro Dos: La Pandilla de la Argentina
Capítulo 1: Los Vigilantes
Capítulo 2: Los Mafiosos
Capítulo 3: Cuatro Días Perdidos
Capítulo 4: Renacidos Sin Cobardía.
Capítulo 5: Pasar Página
Capítulo 6: Bajo la mirilla
Capítulo 7: Adiós, Sarajevo
Interludios: Academia de Magos y Hielo de Gigantes
Interludios: El Flash de Helio
Interludios: La Maldición del Hielo Primordial
Capítulo 8: Economista... Pero, en esencia, Moralista.
Capítulo 9: Nueva vida, nuevos desafíos, nuevos enemigos.

Huallaliztli Yehhuatl Teotl

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By BOVerso

LA LLEGADA DE UN DIOS

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

El aire olía a chamuscado, y el ambiente estaba intoxicado por el humo del lejano fuego. Todo estaba tintado de negro, y solo se podían ver las sombras de las montañas, de las personas que estaban encima de ese monte, y de las figuras de chozas de paja y templos de piedra siendo quemados y saqueados. En lo alto de la silueta negra de la montaña, un Uitstli de treinta y seis cayó de rodillas, la mirada impotente y devastada por estar viendo a Tenochtitlan en manos de los Españoles, los Tlaxaltecas y tantos otros pueblos en contra de los aztecas. Fue ese el momento en que su vida cambió para siempre, y el primero momento en que se incubó al Jaguar Negro muy dentro de sí.

Las reptantes sombras de aquellos inmemorables sucesos se disiparon y adoptaron otra forma. El escenario cambió en segundos, siendo ahora uno asemejándose vagamente al de una acrópolis de templos y pirámides aztecas que emergían de las aguas, cual Atlántida. En la gran rotonda, centro de toda la ciudadela, se erguían dos hombres que se atravesaban sus vientres con gruesos espadones. El semidiós del mar, Tlacoteotl, cayó de rodillas primero, su armadura de agua deshaciéndose mientras que era quemado por el espadón de Uitstli. Este último, transformado en el Jaguar Negro, no cedió ante el dolor de tener el sable de su enemigo traspasando su abdomen. El primero en morir fue Tlacoteotl, cayendo desmoronado sobre las aguas. Segundos después, Uitstli cayó sobre sus rodillas, y arrojando una última mirada al firmamento, se despidió del mundo terrenal con un susurro.

La visión del pasado transmutó una vez más, y ahora estaba en el Valhalla. Al principio, tanto él como la gran mayoría de sus familiares reencarnados en los Nueve Reinos se mostraron confundidos, después reacios al servir a la Reina Valquiria (en aquel entonces Freyja) y a la Corona (trayendo recuerdos de la Corona Española con eso), y por último dispuestos a hacer un pacto de servidumbre siempre y cuando dejaran fundar una nueva Tenochtitlan para los aztecas, independientes de la Civitas Magna. Por un tiempo, los aztecas se llevaron muy bien con la Reina Valquiria, y gracias a la diplomacia entre ella y el Huey Tlatoani, el feudo franco pudo prosperar tanto como la antigua Tenochtitlan. 

Eso fue hasta que llegó la Segunda Tribulación, la destrucción de Xocoyotzin, y el nuevo reinado bajo la nueva monarca, Brunhilde Freyadóttir. 

Con la Vieja Capital destruida, y millones de aztecas damnificados, Uitstli y toda su familia no le quedaba de otra más que trasladarse a otro sitio y hacer nomadismo. Sin embargo, luego de la llegada de Dioses Aztecas que los ayudaron a construir los cimientos de las Regiones Autónomas, Brunhilde vino a ellos y les dijo que les proporcionaría su ayuda humanitaria si Uitstli estaba dispuesto a llevar a cabo una misión que solo él y ella tendrían conocimiento. Ese era una misión de sicariato a los dioses Centeotl y Kauil, dos deidades que, a diferencia de los que vinieron a ayudarlos a fundar las regiones, no juraron lealtad a la Corona.

El último atisbo de memorias que formaron las sombras fue un escenario lúgubre: un largo pasillo, lleno de escombros y con las paredes quebrantadas, donde al final de este se encontraba un aposento con un trono labrado en piedra caliza. En él se sentaba un ser humanoide, de piel totalmente negra, cabeza ovalada astada con cuernos negros que perforaban sus ojos, y una túnica rasgada de color rojo oscuro que a duras penas cubría su enclenque cuerpo. La deidad maya oyó pisadas acercarse hacia él, lo que lo puso alerta y lo hizo encaramarse sobre su impotente trono.

Y sin que él se diera cuenta, una mano empuñando una espada de fuego se aproximaba lentamente hacia su delgado cuello. 

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|◁ II ▷|

Uitstli, quien empuñaba el arma, apuntaba con precisión para ejecutar su limpio ataque. Pero justo cuando iba a realizar el espadazo, se quedó estático al oír el quejido triste de Kauil preguntar si era su sirviente quien había venido a acompañarlo. Eso le hizo sentirse extraño. De la extrañeza pasó al arrepentimiento. Del arrepentimiento al horror de estar viendo lo que estaba a punto de hacer. De que estaba a punto de convertirse en un inescrupuloso asesino. Su mirada se volvió en mil yardas, y Uitstli... no pudo llevar a cabo la ejecución. 

Esa mirada de mil yardas fue todo en lo que se enfocó la visión, y los ojos traumatizados del Uitstli del aquel entonces se transformaron en los nostálgicos y melancólicos del Uitstli del presente, con el semblante pensativo. Se encontraba sentado en los peldaños de una de las escalinatas del opulento interior de la Embajada de la Multinacional Tesla, ajeno al mundo exterior, y embebido en profundas memorias que, hasta ahora mismo, no había revivido. 

Funcionarios del edificio iban y venían, sus murmullos atiborrando todo el zaguán con comentarios sobre las políticas a implementar en Mecapatli. Subían y bajaban de la escalinata, algunos de ellos dedicándoles miradas curiosas. Uitstli permaneció allí sentado, la mirada melancólica observando a las secretarias, a los consejeros y magistrados caminar de un lado para otro, todos ellos concentrándose en el mundo real mientras que su mente divagaba sin parar en la oscura fantasía. Algunos aztecas acompañaban a esos funcionarios, ellos vestidos con mocasines mezclados con abalorios aztecas que, junto con sus oscuros tonos de pieles, los hacía resaltar de los civitanos. Algunos pasaban de largo suyo, no sin antes dedicarle un respetuoso saludo que Uitstli ignoraba... por estar encerrado en sus pensamientos.

El melancólico guerrero azteca se puso de pie y comenzó a bajar la escalinata. Paso a paso, a veces tambaleándose y pareciendo que se va a caer. Caminó por el amplio zaguán hasta alcanzar un pasillo. Caminó por el, y a través de una de las vidrieras vio al Jefe del Pretorio, Publio Cornelio, con sus manos apoyadas sobre una mesa y hablándole firmemente a varios oficiales de Cartel de los Tlacuaches para ejecutar el plan de rescate de los aztecas de Tlapoxichecatl. Cornelio alzó la cabeza y alcanzó a cruzar miradas copiosas con él. Uitstli le dedicó una leve sonrisa y siguió su camino.

Pasando al lado de otro ventanal pudo ver a Xolopitli y a Yaotecatl, reunidos con un nutrido grupo de nahuales mapaches que analizaban una serie de planos azules que enseñaban, a detalle, las armaduras exoesqueleticas que portarían como efectivos oficiales de los Pretorianos. Yaotecatl explicaba con entusiasmo a sus compañeros mapaches, mientras que Xolopitli, con los brazos en jarra y mirando fijamente la mesa, era ajeno al entusiasmo de sus nahuales. Uitstli pudo sentir el pesar en esa mirada antes de seguir de largo.

Salió del pasillo y se adentró en otro rellano donde se celebraba un modesto festín entre los aztecas y los Civitanos. La música retumbaba en la estancia, motivando a varios a bailar en pareja mientras comían e intercambiaban conversaciones amigables. Un grupo de niños aztecas, muchos de ellos vendados de sus heridas causadas por el atentado terrorista del difunto Mizquitak, danzaban moviendo de forma serpentina sus brazos, caderas y piernas, siguiendo el ritmo de la médica azteca, Tepatiliztli, quien se estaba ganando las miradas de los curiosos Civitanos. 

—Vamos, Zinac —exclamó Tepatiliztli con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Ven y baila con los niños!

—Ya te lo dije —gruñó el nahual murciélago, bebiendo pulque de un odre, la espalda apoyada sobre la pared, algo alejado de las agrupaciones y de los meseros—. No me gustan los bailes, ni los niños. 

—Cascarrabias como siempre te recordé —Tepatiliztli reparó en la presencia de Uitstli, caminando como un vagabundo con la mirada perdida al frente—. ¡Hermano! Ven. ¿Qué te parece si me acompañas en la fiesta de baile?

Uitstli se negó con un gesto de mano algo indiferente. Prosiguió con su divagación por la estancia, dejando a una Tepatiliztli algo consternada por su estado de animo. 

Ascendió por las escaleras hasta alcanzar el segundo piso. Recorrió a paso impasible el pasadizo, esquivando  los apurados meseros que salían de las cocinas, cargando consigo platos repletos de exquisita comida de gastronomía azteca. A medida que avanzaba, Uitstli alcanzó a escuchar el tenue gritito de Tecualli venir de la cocina. Al alcanzar las puertas, se detuvo, y vio al nahual brujo levantándole un fuerte regañón a un trío de cocineros aztecas.

 —¡¿OTRA VEZ COCINANDO HORMIGAS?! —exclamó Tecualli, arrojando a la basura un plato de empanadas rellenados de hormigas quemadas— ¿Cuántas veces se los tengo que decir? ¡Estamos sirviéndoles a los Civitanos también! Los van a espantar como a los españoles que Moctezuma invito a un banquete —invocó su garrote de magia verde, y le dio golpes en la cabeza a los tres chefs, sacándoles enormes chichones—. ¡HAGAN GASTRONOMÍA NORMAL! ¡NOR-MAL!

Uitstli no pudo evitar esbozar una sonrisa divertida. Con Tecualli siendo el líder de los chefs de la embajada, no había día en que el personal o los invitados del edificio pasaran hambre. El nahual brujo reparó en él. Alzó un brazo y agitó su garrote en gesto de saludo. Uitstli le devolvió el saludo con algo de torpeza, y prosiguió su camino por el largo pasillo. Justo en ese momento dos meseros salieron de la cocina y pasaron de largo suyo, llevando en sus manos bandejas con las comidas tapadas con cacerolas.

Pasó de largo por varios balcones donde estaban dispuestos circulares mesones, con magistrados civitanos y embajadores aztecas cenando mientras intercambiaban comentarios en charlas afables. Sin darse cuenta pasó de largo de uno de ellos donde se encontraba Yaocihuatl y Zaniyah. La primera le mostraba a la segunda el amuleto de bronce con forma de flor, y le estaba contando acerca de sus viajes y de cómo terminó conociendo al Príncipe de las Flores, con quien terminó dedicando su devoción por cincuenta años. Zaniyah pudo verlo de soslayo, y su acción hizo que Yaocihuatl reparara en él también. La guerrera azteca apretó los labios y se guardó el amuleto dentro de su jubón abotonado.

—¿Otra vez está así? —inquirió Zaniyah, el tono preocupado. Tenía algunas vendas y parches cubriendo sus brazos, piernas y abdomen.

—Ve a comer en el banquete, querida —dijo Yaocihuatl, dándole un beso en la frente y una palmada en la espalda.

Uitstli siguió con su camino, ignorando totalmente a Yaocihuatl, quien lo seguía por detrás casi correteándolo por lo apurado que eran sus zancadas. Perdido en sus pensamientos, lo que le canjeaba una mirada desconectada del presente, el hombretón de cabello bermellón siguió su recorrido hasta su habitación personal. Su exmujer, ya dejado atrás todos los sentimientos pesados de lo que dijo o ha hecho en el pasado, ahora se concentra en su preocupación por como es él quien ahora se hunde en su propio pesar. 

Exesposos, tan cercanos entre sí... pero a la ve tan separados el uno del otro, por más que Yaocihuatl se le acercara por la espalda y le dijera que lo esperara.

Uitstli entró en la habitación y se dispuso a cerrar la puerta. Yaocihuatil interpuso su pie, y Uitstli, con una mirada depresiva, la miró de reojo. Yaocihuatl le dedicó una mirada seria y preocupada, lo que al final hizo que, cabizbajo, la dejara entrar en su cuarto.

—Uitstli... —farfulló Yaocihuatl, tomando asiendo en una silla desocupada. El cuarto era relativamente pequeño, con una chimenea digital, una estantería llena de libros de leyes y de historia, una mesita circular en el centro y un minirefrigerador al fondo. Uitstli fue hasta la nevera, y de allí saco dos latas de pulque. Le hizo un ademán de ofrecerle una a ella—. No, gracias. 

El hombretón pelirrojo asintió con la cabeza. Metió una de las latas, y cerró la nevera. Para cuando se sentó en el borde de su cama, ya estaba bebiendo a sorbos el pulque de su envase. Yaocihuatl no pudo evitar verlo con preocupación emergente. 

—Uitstli, ya va siendo la tercera vez que rechazas la invitación de William y Tesla del banquete con los líderes azteca —advirtió. Uitstli no respondió, y en cambio se quedó viendo hacia el infinito en un puto fijo del úselo—. Ya no es el punto de si William o Tesla lo toman como ofensa. Me tienes preocupada. Preocupas a Zaniyah, a Tepatiliztli. No podemos ayudarte si no nos dices nada. ¿Qué te sucede...?

Silencio por casi un minuto entero. El guerrero azteca frunció el ceño varias veces, como tratando de hallar las palabras, pero fallando en el proceso. Yaocihuatl lo pudo notar, y le hizo ademanes con la mano para motivarlo a expresarse. Uitstli se mordió el labio, y bebió un sorbo de la lata de pulque. Entreabrió los labios, y justo cuando Yaocihuatl se envalentonó por un respuesta... Uitstli dejó salir un suspiro.

—Por favor, coopera conmigo —suplicó ella—. Antes del ataque de Mizquitak no estabas así de taciturno. ¿Qué es lo que sientes? ¿Qué es lo que piensas?

—Yo solo... quiero estar solo, ¿si? —replicó Uitstli, levantando la cabeza y dedicándole su melancólica mirada— Quiero estar solo. 

Yaocihuatl no pudo evitar fruncir el ceño. Recluyó la espalda sobre la silla y puso los brazos en jarra.

—Pensé que eso había quedado atrás —comentó. 

—¿Qué cosa? —farfulló Uitstli en voz baja y encogiéndose de hombros. 

—Lo de ir por nuestra cuenta. No ocultarnos nada y apoyarnos como una familia.

Uitstli apretó los labios y suspiró. Yaocihuatl pudo sentir, en su mirada melancólica, un pesar que le impedía expresarse del todo. La mujer guerrera cerró los y suspiró con exasperación. 

—Mira, no te voy a presionar para que me digas qué sucede contigo —se masajeó la frente con una mano—. Pero si te pido que atiendas a las invitaciones de William y Tesla. No quieres que te vean con malos ojos, mucho menos ahora que están llevando a cabo diálogos tanto con los líderes como los Tlacuaches.

—Lo haré —contestó Uitstli, no tan convincente, ni siquiera viéndola a los ojos—. La próxima vez que me llamen los atenderé, ¿si? Por ahora quiero estar solo. Por favor.

La preocupación se acentuó en los ojos de Yaocihuatl. Asintió la cabeza y se puso de pie. 

—Les diré que no atendiste por problemas personales, pero que atenderás la próxima —se volvió sobre sus pasos y se dirigió hacia la puerta. Antes de cerrarla y partir, le dijo una última cosa—. Espero que estés mejor pronto, cariño.

Uitstli se terminó de beber el pulque. Dejó la lata en el suelo, y lentamente se recostó sobre la cama. Se puso un brazo sobre los ojos, en un intento de querer dormir con tal de acallar los incesantes ecos de malos pensamientos que no paraban de agujerear su cerebro con ideas maliciosas. Muchas de ellas girando en torno a la Segunda Tribulación, a la misión secreta de Brunhilde para restituirlo como líder azteca... y a su Valquiria Real, Randgriz Fulladóttir. 

La imagen de Randgriz se reprodujo en su mente, y eso hizo que gruñera de rabia pesarosa.

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|◁ II ▷|

Cocinas de la Embajada

Los chefs aztecas se gritaban entre sí pidiendo favores: que si pasarse algún ingrediente o instrumento, que si ayudarlos  mezclar o freír alguna carne, que si botar a la basura el cadáver de un perro ya sazonado antes de que Tecualli viniera a darles de garrotazos... El ajetreo de los cocineros moviéndose de un lado a otro como hormigas obreras, el repiqueteo de las ollas y las cacerolas y el chirrido de las parrillas sirvió como ambiente perfecto para la reunión hiper improvisada de Xolopitli con sus Tlacuaches. 

Los Tlacuaches se movilizaron a través de los cocineros como agiles serpientes en arbustos. Algunos de ellos se robaron condimentos o carnes hechas para comérselas en el camino. Tecualli no les llamó la atención por ello; es más, él también estaba de camino a reunirse con Xolopitli y escucharlo por primera vez, luego de más de un siglo sin haberlo visto u oído en persona. Estaba entusiasmado ante la idea, y tenía altas expectativas de ver qué tipo de situación creaba para sí poder hablar con él  solas. Aún así, el solo oírlo hablar ante todo el grupo ya lo ponía emocionado. 

En una de las salitas de la amplia cocina, Xolopitli se quitaba el opulento abrigo azul y lo dejaba sobre una sillita. A su lado se encontraba un nahual mapache, encendiendo un cigarrillo y prestándole uno de su caja. Alrededor de ellos dos habían cocineros preparando las parillas y echando las especias para agregarle sabor a los pollos y a los pavos. De las escaleras que llevaban al segundo piso bajaron nahuales mapaches; uno de los grupos era guiado por Yaotecatl, quien llevaba consigo una botella de tequila destapada. Todos ellos vestían con elegantes trajes, desde tuxedos hasta fracs. Los nahuales mapaches se miraron entre ellos con gestos extrañados, y algunos incluso se arreglaban las constantes incomodidades de sus trajes. Se notaba que eran la primera vez que vestían tan ubérrimamente, y eso hacía que Tecualli, sentado sobre un anaquel, carcajeara cual niño que ve a un perro tropezarse.

Los últimos cinco oficiales Tlacuaches entraron por una de las puertas laterales por las que salían los meseros y sirvientes. En la salita se conglomeraron más de quince nahuales mapaches, todos ellos vistiendo con gran formalidad, todos ellos teniendo rostros de matones. Más de uno se llevó un cigarro o puro a la boca. Las caladas de humo ulularon por el aire, y unos segundos después, todos los cocineros (a excepción de Tecualli) abandonaron la estancia, dejando solamente a los Tlacuaches.

—Perfecto, mis cuates —dijo Xolopitli, el cigarrillo entre sus dedos—, están todos aquí —acalló unos segundos. Caminoteó un poco y respiró hondo—. Escúchenme bien, pendejos. Hoy... es el puto día en que nos legalizamos en las Regiones Autónomas.

—Sí —comentó un Tlacuache en un rabioso rugido—, ¡a pesar de que nos asignaran como jodidas tropas auxiliares!

—¡Y aún así... aún así, Chicahua! —bramó Xolopitli, señalándolo con un brazo— Eso es muchísimo mejor que lo que nos hubiera tocado bajo el mandato de Tonacoyotl. Ahora bien, sé que habrá al principio casos de racismo y discriminación, pero antes de que puedan saltar a eso, y a pesar de las malas migajas, no quiero sangre en mi puta alfombra —fumó un poco el cigarrillo—. Y para nuestra buena imagen, a los ojos de Cornelio, nada debe de ir mal —extendió el brazo hacia atrás—. ¡Esos malparidos bastardos oficiales de allá afuera son nuestros compañeros ahora! — entrecerró los ojos señaló a los quince Tlacuaches con un dedo acusador— Y como a alguno de ustedes, hijos de su chingada reputisima madre, se les puto ocurre ofenderlos... ¡O a sus hijos! ¡O a sus esposas! ¡A sus hermanos! ¡A su puto estandarte! ¡COMO SE LES PUTO OCURRA...!

—Oiga, patrón —dijo un nahual mapache, el cigarro entre sus colmillos.

—¡¿QUÉ COÑO QUIERES?! —maldijo Xolopitli, el semblante airado.

—¿Y que hay del azuquítar?

Yaotecatl ladeó la cabeza en gesto de decepción. Tecualli frunció el ceño ante la pregunta. 

—Vaya si oí que algunas de esas civitanas siguen la cultura bohemia, incluyendo la de hacer desnudos —bromeó otro nahual mapache, lo que le sacó varias risas al resto de los Tlacuaches. 

El semblante de Tecualli se convirtió en uno de escandalizado. ¿Así de depravados eran los militantes de Xolopitli? <<Bueno, viniendo de él...>> Pensó mientras daba suaves pataletas al aire.

—No, no, no, no... 

El ambiente pasó de cómico a uno de seriedad cuando Xolopitli, con rostro sombrío, se aproximó al nahual que le hizo la pregunta y le señaló la cara con el cigarrillo. Inmediatamente el mapache bajó la cabeza en gesto sumiso. 

—Nada de cocaína —gruñó Xolopitli. Señaló al nahual que tenía al lado— Nada de cocaína —prosiguió señalando al resto de Tlacuaches mientras profería todo lo que quedaba prohibido—. Nada de distribución, nada de juegos de azar, nada de hacer cocteles raros, nada de esconder merca en botes de basura —agarró a un fornido nahual mapache por el hocico y le dio dos palmadas—. ¡Nada de puto robarles armas de sus jodidos barracones! —Xoloptili se dirigió hacia el nahual brujo y lo señaló con el cigarrillo— ¡Y tú, Tecualli! Deja de andarles diciendo mentiras sobre mí, ¿oíste?

—Venga ya —protestó Tecualli, la sonrisa de oreja a oreja—, ¡yo solo trataba de hacerte quedar bien con ellos!

Xolopitli se colocó en el centro de la salita y fumó profundamente. Yaotecatl bebió un sorbo de tequila directo de la botella. 

—Pero lo más importante —prosiguió Xolopitli mientras caminada de un lado a otro—, bola de cabrones, a pesar de las provocaciones... de los putos pretorianos, no quiero peleas. Cero peleas —se quedó quieto un segundo, los ojos fijos sobre un nahual mapache cabizbajo— ¡HUEVÓN! —Xolopitli se dirigió hacia el mapache y le levantó la cabeza de una cachetada—. Cero peleas —señaló a otro nahual—. Cero puto peleas. Cero peleas... —Xolopitli señaló a otro mapache y al final a Yaotecatl, quien justo bebía otro sorbo de la botella. Se devolvió al centro de la salita, y les gritó a todos en general— ¡¡¡CERO!!! ¡¡¡PUTO!!! ¡¡¡PELEAS!!!

Xolopitli asintió la cabeza, satisfecho de ver a todos sus Tlacuaches afirmar positivamente. 

—Bien, bien, volvamos a la fiesta, pues... —se llevó el cigarro al hocico y fue hasta la silla a recoger su abrigo. Justo un mesero estaba entrando en la estancia, y sin querer lo golpeó con su pierna— ¡¡¡QUITATE, PENDEJO!!! 

Xolopitli rápidamente apretó los colmillos y le dio un fuerte puñetazo en las piernas al mesero. El hombre se desmoronó cómicamente al piso, y Yaotecatl de paso le tiró su botella de tequila, partiéndosela en la cabeza. Todos los Tlacuaches estallaron en risas. E incluso el propio Tecualli estalló en carcajadas incontrolables. 

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3
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|◁ II ▷|

Una vez todos los nahuales mapaches se retiraron de la cocina, y los meseros se dispusieron a llevar las grandes bandejas hacia el gran salón donde se celebraba el festín, Tecualli aprovechó este momento para tener una charla a solas con Xolopitli... a quien, indudablemente, sentía que estaba evitando su presencia a toda costa.

El Mapache Pistolero, caminando lo más elegante que podía con los incomodos mocasines, anadeo por el pasillo junto con Yaotecatl. Los demás se habían adelantado. A lo lejos, se podía escuchar la serenata de Eine Kleine Nachtmusik de Mozart, propuesta por William Germain para acompasar el siguiente tramo de fiesta. La hermosa melodía, de carácter aristocrático, convertía la reunión entre pretorianos y mapaches en una fiesta de nobles antes que una tensada aglomeración de enemigos, ahora aliados.

Tecualli emergió de las compuertas de la cocina, quitándose el delantal de chef y revelando su levita blanca, su chaleco y pañuelo verde, pantalones oscuros y guantes blancos. Clavó sus enormes ojos en las lejanas figuras de Xolopitli y Yaotecatl avanzando en la distancia, a punto de entrar en la fiesta. 

—¡Xolopitli, espera! —exclamó Tecualli al tiempo que corrí hacia ellos. 

Ambos mapaches se detuvieron y se volvieron hacia él. 

—¿Sucede algo, Tecualli? —inquirió Yaotecatl con semblante consternado. En cuestiones de interacción, él había sido más abierto con él que el propio Xolopitli: este último apenas y le devolvía la mirada.

—¿No te importa si te quito a Xolopitli? —dijo Tecualli, la sonrisa sardónica—. Me gustaría... hablar a solas, con él, antes de que se una a la fiesta.

—No ahora, Tecualli —masculló Xolopitli, señalando hacia la fiesta con una rápida mirada. Se dispuso a entrar en la fiesta, pero Yaotecatl lo detuvo poniéndole una mano en el hombro. 

—Espérese, espérese, jefecito —dijo el mapache tuerto, también sonriente—. Nikola Tesla puede que sea un hombre impaciente, pero yo te cubriré la tardanza, ¿vale? Tú ve a hablar con tu llave, que se ve que es urgente.

—¿Desde cuando me hablas dándome ordenes ahora? —gruñó Xolopitli, el ceño fruncido mientras veía a Yaotecatl meterse en el gran salón caminando en retroceso.

—¡Hey! Supongo que es el traje. ¡Me hace sentir cule rey malparido! —exclamó Yaotecatl, arreglándose el corbatín de su traje para después darse la vuelta y mezclarse con la gente, desapareciendo de la vista de Tecualli y Xolopitli. 

—Xolopitli, ven —Tecualli tomó al Mapache Pistolero por un hombro y lo motivó a devolverse hacia el pasillo—, solo quiero charlar contigo. Eso es todo. 

—Me necesitan en la fiesta —gruñó Xolopitli, su mirada pegada al suelo en todo momento—. Y a ti igualmente. 

—Pues no pienso estar en la misma fiesta contigo actuando así.

—Bien, somos dos en eso —Xolopitli alzó la cabeza suspiro. 

Tecualli no pudo evitar emitir un gruñido de pesar ante su comentario. De un suave empujón metió a Xolopitli de nuevo en la cocina, ahora totalmente vacía de cocineros o meseros. En el fondo se podía escuchar el suave tañido de la clásica composición de Mozart, lo que, aunque a duras penas, ayudaba a tranquilizar las aguas entre los dos nahuales.

Xolopitli se acomodó el abrigo azul y encaró a Tecualli con la mirada. Este último cerró tras de sí las puertas obstaculizando los picaportes con su garrote mágico. Xolopitli chasqueó los colmillos y ladeó la cabeza en gesto hastiado.

—Escucha —dijo Tecualli, poniéndose a dos metros del nahual mapache—, yo pensaba que la fiesta de hoy era el motivo del por qué estás tan distante. Sé que tienes conflictos y negocios que atender en tu mente, amigo... —el nahual brujo respiró hondo y suspiro al ver como el semblante de Xolopitli se oscurecía— y sé que siempre los habrá. 

—Vaya sí tienes razón en eso —balbuceó Xolopitli, tragando saliva y mirando hacia otro lado. Tecualli le disgustaba eso. Sentía que estaba hablando con una pared.

—Pero ese no es motivo para que te pongas así ahora —protestó Tecualli. Xolopitli ladeó la cabeza. Se alejó de él y comenzó a caminotear de un lado a otro—. ¡Mucho menos cuando tienes que dialogar con Tesla con las nuevas políticas que seguirán tu y tus Tlacuaches!

—¡Y dialogar es lo que haré! ¡Eh! ¡Eso puto haré! —Xolopitli lo miró a los ojos por primera vez, pero más con cizaña que otra cosa— Pero me tienes aquí retenido, discutiendo unos sentimientos que ni a cuento vienen. Así que, por favor —señaló la puerta con un ademán de mano—, déjame ir a la fiesta.

—¡Pero esos sentimientos sí vienen a cuento, Xolopitli! 

El Mapache Pistolero volvió a ladear la cabeza, y Tecualli notó el hastío incrementarse en él como un ictus. Xolopitli se mordió el labio inferior y se fue hacia la sala conjunta que había detrás de la otra puerta. Tecualli lo siguió cual padre siguiendo a su berrinchado hijo, el semblante más de consternación que de rabia. Xolopitli se detuvo en el centro de la estancia y se rascó la nuca. 

—Estás actuando igual que cuando estuvimos a días de separarnos del grupo luego de acabada la Segunda Tribulación —manifestó Tecualli. El nahual mapache le dio la espalda, se encogió de hombros y se volvió a quitar el abrigo, como si se estuviera quitando un peso de encima. Tecualli se pasó una mano exasperada por el hombro, su cara poniendo una mueca de tristeza y miedo emergente—. Xolopitli... necesito, que me digas, que son los negocios lo que te ponen así. Y no el arrepentimiento de volver a verme —oyó a Xolopitli chasquear los labios. Tecualli irguió la espalda de forma regia—. Dilo en voz alta, y sabré si dices la verdad o mientes.

Xolopitli arrojó el abrigo sobre un anaquel. Se restregó el rostro con sus dos manos, y expulsó un largo y pesadumbroso suspiro. Se dio la vuelta, y le dedicó a Tecualli su semblante de preocupación. Una inmensa preocupación que hizo que Tecualli se diera cuenta que, incluso antes de hablar, iba a decir la verdad.

—Es por los negocios, Tecualli —dijo—. Y conflictos. Conflictos muy, pero muy feos... que me hacen sentir miedo —se metió las manos en los bolsillos de su pantalón—. Tengo miedo. Miedo por lo que me pasara si me salgo de m zona de confort. Miedo por mis Tlacuaches, miedo por mí... y miedo por ti —señaló a Tecualli con un breve gesto de mano, lo que tomó por sorpresa al nahual mapache—. Es extraño para ti verme así, pero no para mí, ¿ok? Ya he estado así antes, y sí, tienes razón, estos sentimientos sabotean. Yo no... —estiró un brazo hacia delante— puedo simplemente aceptar el cambio, y echar para delante. He estado, ¿cuánto? ¿Unos sesenta putos años en esto del narcotráfico? Y ahora este cambio es... —se dio un golpecito en la frente con la palma.

 —Pero estamos juntos ahora. De nuevo —Tecualli se acercó a Xolopitli, lo agarró de sus mejillas y lo hizo verlo a los ojos—. Sé que no será sencillo adecuarnos los unos a los otros. Tomará quizás los veintiocho días restantes que faltan para el torneo, puede que menos. Pero lo importante es que lo intentemos, ¿bien? —le dio palmadas en el cuello— Que intentemos y verás que, tarde o temprano, volveremos a ser igual de unidos. 

—Pero Yaotecatl y mis...

—No quiero romper todo tu mundo con Yaotecatl y los Tlacuaches—Tecualli ladeó la cabeza—. Sé que son valiosos para ti. Igual de valioso que es tener a mi amigo de vuelta.

El Mapache Pistolero apretó los labios y, luego de unos segundos de reflexivo silencio, asintió con la cabeza. Miró a los ojos a Tecualli, su mirad siendo hora más comprensiva y algo animosa. Sus ojos lagrimearon un poco.

—Yo también me alegro verte otra vez —confesó, su voz sonando en un sollozo alegre.

—¡Eso me gusta oír! —Tecualli le dio varias palmadas en la espalda. Rodeó sus hombros con un brazo, y con el otro hizo desaparecer el garrote que cubría los picaportes de la puerta— Venga. Ahora sí tenemos una fiesta que atender. 

Ambos nahuales se dispusieron a irse de la cocina. Y en todo el recorrido por el pasillo hacia el gran salón, Xolopitli no paró de intercambiar pullas con Tecualli. Como en los viejos tiempos. 

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3
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

La música que tocaba la banda italiana no se limitaba únicamente a Mozart o Beethoven. Al estrado se subió una mujer, y el ritmo musical cambió a ser una más soberbia, siendo solamente un piano que tocaba notas menores un ritmo bastante acorde con el gran banquete. Los meseros terminaron de servir las comidas, y ahora estaban de pie alrededor de la gran mesa, cuales centinelas. Las conversaciones entre oficiales pretorianos y los Tlacuaches, todos ellos sentados en el mesón atestado de platillos de comidas exquisitas, se volvieron murmullos que, en ocasiones, explotaban en breves carcajadas que, de vez en cuando, interrumpían la melancólica ópera aria.

—¡Oye, oye, Antonio, adivíname esta! —exclamó Yaotecatl, llamando la atención de uno de los pretorianos, quien se inclinó hacia él para escucharlo. Dos compañeros sentados a su lado hicieron lo mismo— ¿A que le llamas a un borrego a la barbecue al que vistieron con una armadura medieval? —los pretorianos se miraron entre sí, confusos por la pregunta. Yaotecatl sonrió de gracia— ¡UN CABALLERO DEMONIO!

El mapache tuerto chilló risitas animalescas y señaló a los pretorianos con un dedo. Estos últimos sonrieron pero a duras penas se rieron de su mal chiste. En cambio, los nahuales mapaches sentados al lado de Yaotecatl estallaron en carcajadas.

—¡Sí lo pillaron! —exclamó Yaotecatl, viendo de reojo a sus amigos. Xolopitli y Tecualli, sentados a unas cinco sillas lejos de él, alcanzaron a oír su mal chiste: el primero se pasó un mano por el rostro, mientras que el segundo no pudo evitar reprimir algunos cuchicheos. 

Más lejos de la conversación entre los pretorianos y Tlacuaches, sentada casi en el extremo del mesón junto con los familiares de los oficiales y con Tesla, William y Cornelio sirviendo como anfitriones del banquete, Randgriz Fulladottir notó que no se encontraban ni Zaniyah, ni Yaocihuatl y ni Tepatiliztli aquí. Eso le hizo fruncir el ceño al ver a ambos lados y no verlas por ningún lado. Es más, se sorprendía de ver a Zinac comiendo el cerdo asado junto con Xolopitli y Tecualli. Tenía conocimiento de lo que le sucedía a Uitstli (cosa que no la hizo sentir mejor), pero no ver a las chicas del grupo le hizo levantar sospechas.

—¿Dónde rayos están? —gruñó Randgriz, el ceño fruncido.

—Eres la Valquiria Real de este grupo, Randgriz —dijo William Germain a su lado, el fuerte acento francés, bebiéndose un sorbo de su copa de vino—. Ve y búscalas antes del brindis.

Randgriz asintió con la cabeza. Se reincorporó de la silla y caminó hacia uno de los umbrales de la sala, desapareciendo a través de él.

En lo alto del segundo piso, observando el banquete con las manos apoyadas en el parapeto, Yaocihuatl veía con melancolía a los hombres y nahuales comer en la misma mesa. En su vida pasada jamás se habría imaginado esta imagen, pero he aquí, Pretorianos y Tlacuaches zampándose las calóricas carnes y ensaladas mientras intercambiaban pullas o hacían comentarios sobre la política de las Regiones Autónomas. 

Oyó unas pisadas tras ella. Giró la cabeza, y vio por encima del hombro Tepatiliztli aproximársele tímidamente con las manos en su espalda.

—¿Por qué no estás en el banquete, Yaocihuatl? —preguntó la médica azteca.

Ella no respondió de inmediato. Giró de nuevo la cabeza y volvió a ver el banquete, la mirada ensoñadora.

—Por qué no estás TÚ en el banquete, más bien —dijo.

Tepatiliztli dio otras cinco zancadas y se puso a su lado. La médica azteca apretó los labios y se los mordió ligeramente.

—¿No te dijo el por qué está así? 

Yaocihuatl calló por unos segundos. Contestó ladeando la cabeza. Tepatiliztli se masajeó la frente y se pasó la mano por el cabello, ahora suelto en una larguísima melena negra rulada. 

—Justo tenía que asaltarlo los pesares —masculló, poniendo sus manos sobre la balaustre. Los golpeteó una, dos y tres veces— Por los mil demonios, ¡justo ahora!

La guerrera azteca permaneció callada. Pero aún en silencio, en su semblante se podían ver las muecas de pesares que simpatizaban con los de Uitstli. Incluso si no le dijo el motivo del por qué se sentía así, su muy sentimental espíritu le hacía sentirse humilde ante esas emociones negativas, lo que la hacía sentirse mal en proporción. Tepatiliztli pudo notar eso al verla inclinarse hacia delante, resoplar con fuerza y ladear la cabeza de nuevo. 

—¿Yaocihuatl? —inquirió, los ojos ceñidos de preocupación.

—Siento que pude haber hecho más —farfulló Yaocihuatl, la cabeza agachada—. N-no sé, siento que pude haber estado más tiempo con él, confortarlo o algo. Siempre fui testaruda cuando él se ponía así. Pero ahora... —alzó la cabeza y sacudió la cabeza— dioses, siento mi fe ultrajada —se llevó una mano al busto— Sentimientos en mi pecho que entrechocan y luchan entre sí sin parar.

La médica azteca se quedó en silencio por unos momentos, buscando acertar sus palabras para poder llegar a ella reconfortarla.

—Entiendo... el por qué te sientes así. O creo entenderlo —Yaocihuatl la miró de reojo. Tepatiliztli apretó los labios—. Yaocihuatl, has estado separada de él por un siglo entero. Un siglo en el que hiciste mucho y a la vez poco. El volver con mi hermano es... chocante —alzó sus manos e hizo ademanes de aparentar confusión—. No sabes qué ser para él ahora, y eso te vuelve conflictiva contigo misma.

Yaocihuatl no dijo nada. Escuchó con atención, pues estaba describiendo a la perfección el cómo se sentía ahora mismo. 

—No soy yo quién para decirte que tienes que volver a ser su esposa o algo por el estilo —prosiguió Tepatiliztli—, pero sí te digo... Aprovecha todos estos días ahora para definir lo que quieres ser para él. Que eso no te impida trabajar en equipo, tampoco. El grupo está unido, de nuevo —lanzó una mirada de soslayo al banquete, alcanzando a divisar a Xolopitli, Zinac y Tecualli disfrutando del banquete junto a los pretorianos—. Y es nuestro deber ser los guardianes de las Regiones Autónomas una vez más.

La mujer guerrera terminó aceptando su dicho con un asentimiento de cabeza y una sonrisa algo forzada. Esas acciones fueron suficientes para que Tepatiliztli le devolviera la sonrisa con más afabilidad.

—Eso apenas y me hizo sentir un poquitito mejor —confesó Yaocihuatl, indicando una ínfima distancia con las yemas de su índice y pulgar.

—Eso cuenta —replicó Tepatiliztli, aún sonriendo—. Venga, vamos al banquete...

Las dos se dieron la vuelta, pero justo se toparon de frente con Randgriz.

—Chicas —dijo Randgriz, la expresión de sorpresa en su rostro—, ¿qué hacen aquí? ¿Por qué no están en el banquete?

—Ya íbamos en camino, no te preocupes —respondió Tepatiliztli.

—Vale —Randgriz frunció el ceño y miró alrededor de ellas dos—. ¿Y Zaniyah?

—¿No está en el banquete? —preguntó Yaocihuatl, enarcando una ceja y mirando de reojo el festín. Randgriz negó con la cabeza. La mujer guerrera se encogió de hombros y miró hacia otro lado—. Debe estar poniéndose el vestido de gala. 

—¿Apenas? ¡Pensé que se lo había puesto ya!

—Bueno, teniendo en cuenta que la mayor parte del tiempo se la pasó en falda y camisilla...

—Y que el vestido que le confeccionamos es de encaje como el tuyo —dijo Tepatiliztli, mirando de arriba abajo el vestido de volantes al estilo victoriano de la valquiria de color blanco con azul, un pañuelo oscuro con un zafiro, mangas largas, un corsé bajo su chaqueta estrecha ajustado a su esbelto torso, tacones altos, escarcelas doradas en su cintura y amplia falda con polisón. Hacía semanas que Randgriz no se ponía ese vestido desde que empezó su misión, y hasta ella se sentía extraña vistiéndolo.

—Y ella es la segunda que tiene que dar su discurso —murmuró Randgriz, chasqueando los dientes—. Ok, ustedes vayan a la fiesta. Yo iré a buscarla. 

Las dos mujeres aztecas se dispusieron a bajar las escaleras, mientras que Randgriz caminaba con paso apurado al cuarto personal de Zaniyah.

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4
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

La Valquiria Real se detuvo frente a la puerta. Antes de tocarla, pudo sentir en el aire una extraña presión viniendo del cuarto de Zaniyah. Lo interpreto como algo viniendo de la hija de Uitstli, quizás miedo y pánico de ir a una fiesta de gala al estilo europeo de la cual ella jamás había experimentado. La tranquila pero rimbombante opera francesa de Maria Callas escuchándose de fondo quizás no ayudaba a apaciguar esos temores que la joven azteca tenía al momento.

Randgriz posó su orejea sobre la puerta, y alcanzó a escuchar los gruñidos de Zaniyah. Golpeteó la puerta tres veces, y los gruñidos pasaron a un gemido de sorpresa.

—¿Zaniyah? ¿A qué se debe la tardanza?

—¡Ah, ah, s-señorita Randgriz! —farfulló Zaniyah tras la puerta. Se oyeron trompicones de caídas, y gruñidos y maldiciones de Zaniyah poniéndose de pie— ¡E-en seguida le abro, espere un momento! Coño, puto vestido de mierda...

Los segundos pasaron, y Randgriz no paró de escuchar sonidos de tela estirándose, de pisadas tropezándose contra muebles y de gruñidos protestantes. La valquiria permaneció de pie frente a la puerta, los labios retraídos, el rostro con una mueca de incomoda impaciencia. 

De repente se escuchó el picaporte girar violentamente, y la puerta se abrió, emergiendo de ella la brillante figura de Zaniyah. Portando un largo vestido anaranjado con su blusa a medio abotonar, decorado con flores en su miriñaque (y una que llevaba puesto como tocado en su oreja), y este último teniendo tres faldones con relieves de volutas intrincadas, Zaniyah se veía ahora como una princesa europea, de no ser por...

—¡Cof! ¡Cof! —Randgriz hizo como que tosía, sus ojos ensanchados viéndola fijamente.

—¿Qué? —dijo Zaniyah sin entender su mirada. Randgriz volvió a toser y, con un dedo, se señaló a sí misma los pechos. La muchacha morena frunció el ceño, pero l bajar la mirada, se dio cuenta que sus senos estaban expuestos, mostrando el escote negro, las curitas y vendas que la cubrían. Se sonrojó como un tomate— ¡AAAAAAHHHHHHHH! —se cubrió las tetas y rápidamente se dio la vuelta. Con manos temblorosas comenzó a abotonarse la blusa— Esto pasa por ponerme de mamoncita con pedir el vestido más bonito... ¡Hubiera salido con una túnica azteca como el resto! 

—Tu madre y tu tía se pusieron de acuerdo en vestir de gala —dijo Randgriz, apoyando su hombro contra la pared—. Ya viste como son las políticas de indumentaria en esta institución con las veladas.

—Y yo por seguirles el juego de mamón... —Zaniyah terminó de abotonarse la blusa y se dio la vuelta. Se golpeó los pechos, y la rosa que condecoraba su busto se zarandeó—. ¡Listo! ¿Cómo me veo?

—Te ves bien —contestó Randgriz, mirándola de arriba abajo—. Primera vez que te veo en vestido de gala.

—Y esperemos que sea la última vez que me pongo una cagada de estas.

—Solo por esta vez, chica —Randgriz la miró de reojo, y vio rasgos de alteración en la cara de la muchacha—. ¿Estás bien?

—Sí, lo estoy —Zaniyah zarandeó la cabeza y se arregló un poco el pelo—. Nunca he estado mejor. 

—¿Has bebido? —Randgriz entrecerró los ojos en una mirada analítica.

—¿Qué, ah? —Zaniyah puso una cara de disgusto— Yo no bebo. O bueno, solo bebo en las ceremonias a Xilonen —sus mejillas se ruborizaron otra vez cuando Randgriz acentuó su mirada sobre ella—. Mis padres me tienen prohibido beber.

—¿Qué tienes? ¿Quince años?

—Mi Edad Dorada ronda los dieciséis cuando morí a manos de Tlacoteotl, así que sí... —Zaniyah se encogió de hombros— A ojos de mamá y papá sigo siendo su niña pequeña.

—Estás alterada, y se te ve en la cara —Randgriz se llevó una mano dentro de su chaqueta y, de allí, sacó un frasco de vidrio rectangular con Whiskey adentro. La destapó y se la tendió a Zaniyah—. Toma, bebe un poco, para que se te baje el pánico.

La joven azteca se quedó paralizada, los ojos ensanchados de no poder creer que Randgriz le estaba ofreciendo una bebida alcohólica.

—O sea que en vez de confortarme con palabras, un consejito o incluso con un dulce... —Zaniyah, con el ceño fruncido, señaló el frasco tendido en la mano de la valquiria— ¿quieres emborracharme? ¿A una menor de edad?

—Puede que tu Edad Dorada sea dieciséis, pero has vivido la misma cantidad de siglos que Geir, y ella ya tuvo sus borracheras —replicó Randgriz, y agitó el frasco en frente de la cara de la joven azteca—. Y solo será por esta velada. Bebe.

—Pero... ni siquiera es pulque —Zaniyah arrugó la nariz al oler el fuerte aroma del whisky—. Y con el pulque es que estoy más acostumbrada

—A mi ni me gusta esa mezcla de leche y cebada. Bebe.

Zaniyah se mordió el labio, miró hacia otro lado y resopló. Miró a Randgriz, y esta le hizo un ademán con las cejas. La muchacha azteca volvió a resoplar.

—Solo por esta vez, ojo —Zaniyah tomó el frasco. Se lo quedó viendo, y después se lo llevó a la boca. Inclinó la cabeza para así beber de un solo. Uno, dos, tres... cuatro sorbos, suficientes para hacer arrugar su frente. Zaniyah se volvió  inclinar, y separó el frasco de sus labios al tiempo que expulsaba un amargado y agridulce gruñido. Randgriz tomó el frasco de sus manos—. ¡Por las plumas de Quetzal! Que asco... Que puto asco...

—No sabes saborear la magia del whiskey, chica —Randgriz tomó un sorbo de la botella, para después taparla y guardarla en su chaqueta.

—Bueno... —Zaniyah sonrió sardónicamente— Me asegurare de no mencionar el whiskey en mi discurso, ¿eh?

—No si buscas que te corte en dos —Randgriz hizo un ademán de cortarse el cuello de cuajo.

—Perdón —la joven azteca bajó la cabeza—. Dame un minuto para prepararme, ¿sí?

—No te tardes —Randgriz le dio dos golpecitos en el hombro—. ¿Tienes el discurso escrito?

—Sí, lo tengo aquí —Zaniyah se dio un golpe en la cintura, allí donde se formaba el sobre de papel con el discurso escrito.

—Bien. Te veo abajo, entonces.

Randgriz se dio la vuelta, y Zaniyah cerró la puerta tras de sí. Mientras se devolvía al banquete bajando las escaleras, la valquiria sintió una querella de emociones vehementes tomando control de su corazón. El hablarle de esa forma a la hija de Uitstli, cual hermana mayor, le recordó mucho a como interactuaba con su hermana menor Geir. Y eso la hacía sentirse muy feliz cada vez que intercambiaban palabras, muy feliz sabiendo lo poco que pudo interactuar con ella en la Segunda Tribulación.  

<<Solo espero que el sentimiento sea mutuo>> Pensó.

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|◁ II ▷|

Salón Principal

William Germain se había puesto de pie de su silla y alejado del banquete. Nikola Tesla lo vio partir, y al notar que ya habían pasado unos cinco minutos en los que no volvía, decidió pararse de su puesto e ir a buscarlo.

Anadeó por un pasillo iluminado por lámparas de cristal y, a lo lejos, pudo verlo caminando de un lado a otro mientras hablaba por teléfono. Decidió acercársele, y a medida que acortaba distancia, pudo escuchar exclamaciones viniendo del celular que sostenía Germain, y a este pronunciando palabras de afirmación como "Sí" o "Entiendo". Para cuando se posó frente a él, ya estaba culminando la conversación. 

—Vale, vale. No te preocupes. Lo tendré muy en cuenta —William esbozó una sonrisa cariñosa—. Yo también te amo, mi vida. Adiós —colgó la llamada y guardó su teléfono en el bolsillo de su abrigo senatorial.

—Tu esposa, me imagino —dijo Tesla, las manos dentro de los bolsillos de su bléiser.

William se tomó unos momentos para responder, la mirada fija en el suelo.

—Dijo que habló con la reina. 

—¿La reina? ¿Vino de la Civitas hasta Asgard por ella misma? —Tesla enarcó las cejas al ver como William respondía asintiendo la cabeza. Sonrió y ladeó la cabeza—. Esa mujer tuya no hay nadie quien la controle excepto tú.

—Sí, pero ya Su Majestad le ordenó que regresará a la Civitas —apostilló William—. Eso sí, alcanzó a darme la llamada de advertencia.

—¿Y qué te advirtió?

El prócer francés apretó los labios, pensativo en si decirle o no a Tesla sobre la problemática que se presentó en la política de la Civitas. Ladeó la cabeza, y le dio un golpecito en el hombro a Tesla y le sonrió con despreocupación.

—No quiero arruinarte el banquete diciéndotelo ahora —dijo—. Te lo cuento después, ¿sí? Volvamos a la fiesta.

—Cómo usted diga, señor presidente —aceptó Tesla, devolviéndole el golpe amigable en el hombro. 

Se devolvieron por el pasillo de camino al banquete, abrazándose mutuamente los hombros. 

De regreso en el festín, todos intercambiaban charlas pequeñas y chistes inofensivos mientras seguían disfrutando de los exquisitos platillos aztecas. Randgriz era la que tenía el rostro más satisfecho de todos: el ver sentados en la misma mesa a Tepatiliztli, Yaocihuatl, Zaniyah, Zinac, Xolopitli y Tecualli era una bendición, una gran alegría de ver este el resultado de su esfuerzo por querer arrejuntarlos a todos como equipo de nuevo. Si bien el único que faltaba era Uitstli, eso no evito que se sintiera amena consigo misma y con ver como todos ellos interactuaban entre sí, compartiendo anécdotas y pasándola bien como una verdadera familia.

—¡Ok, ok, escúchenme todos! —exclamó Tepatiliztli, parándose de su silla y golpeando el cristal de su copa con un tenedor. En segundos el salón quedó en silencio, y todos los presentes en la fiesta (sirvientes incluidos) se voltearon a verla. Con todos sus ojos puestos en ella, Tepatiliztli alzó su copa de pulque— Quiero hacer un brindis... por mi familia, por fin unida de nuevo. 

Pretorianos, aztecas y Tlacuaches se reincorporaron de sus puestos (estos últimos sentándose sobre las sillas para hacerse notar por sus bajas estaturas). Todos, con copas sobre sus manos, pusieron toda su atención en la nerviosa pero emocionada Tepatiliztli, reluciente con su sonrisa, su maquillaje y el vestido victoriano de color púrpura que portaba. Al ritmo del tranquilo y sereno aria que se escuchaba de fondo, Tepatiliztli se sintió envalentonada en decir sus elocuentes palabras ante los hombres, mujeres y nahuales.

—Cien años atrás —prosiguió—, nos separamos luego de culminada la Segunda Tribulación —lanzó una rápida mirada a Zinac, Xolopitli y Tecualli—. Habíamos tomado el voto unánime de hacerlo con tal de que, cada uno, siguiera con su vida sin estar ligado al otro. Los hilos del destino nos ha reunido de nuevo, a una nueva amenaza que requiere, una vez más, de nuestra ayuda. Y si bien aún no estamos del todo cómodos el uno con el otro —miró de soslayo a Yaocihuatl, de pie a su lado, y dedicándole una sonrisa afable. Tepatiliztli sonrió igualmente—, eso no quiere decir que nosotros, como grupo, neguemos la ayuda que nos pide las Regiones Autónomas. 

—¡Di el nombre! —exclamó Tecualli, agitando su copa de arriba abajo.

—¡Sí! ¡Di el nombre del grupo! —exclamó Xolopitli también, alzando una vez su vaso.

—Vale, ya, lo diré —Tepatiliztli izó todavía más su copa, la sonrisa de oreja a oreja. Todos la imitaron—. ¡Un brindis por este grupo! ¡Por estos héroes nacionales! ¡Por este equipo... llamado "Manahuia Tepiliztli"! —los pretorianos intercambiaron miradas de confusión, mientras que el equipo azteca y hasta los Tlacuaches se pusieron a aplaudir con gran vehemencia. Randgriz, William, Tesla y Cornelio la miraron con solemnidad, instando a Tepatiliztli a sonreírles de forma divertida a los pretorianos, a sabiendas que no sabían la traducción. 


La traducción del nombre no hizo más que envalentonar más a los aztecas. Los pretorianos, aún con expresiones de confusión pero ahora de sorpresa y respeto por los admiradores, decidieron proseguir con el brindis con la misma solemnidad. Una explosión de aplausos estalló en todo el gran salón: los Tlacuaches silbaban, los pretorianos sonreían con gran respeto, y Tepatiliztli se sintió orgullosa dentro suyo al ver a Xolopitli, Zinac, Tecualli y Yaocihuatl vitorear su breve pero emblemático monologo.

La bellísima médica azteca alzó su copa e hizo brindis por los Protectores de los Hijos de Dioses. Todos los demás alzaron sus vasos igualmente y, al unísono, bebieron de ellos. Momentos después pretorianos, aztecas y Tlacuaches tomaron asiento. Los únicos que quedaron de pie fueron Tepatiliztli y Zaniyah. 

—Y ahora, como rinde la tradición azteca —indicó la médica azteca, posando una mano sobre el hombro de la nerviosa Zaniyah—, la hija del patriarca de este grupo... dirá unas palabras.

Los aztecas más acérrimos aplaudieron y silbaron, mientras que los pretorianos y Tlacuaches permanecieron en solemne silencio, los ojos fijos en la muchacha azteca.

—¡Aquí vamos! —exclamó Xolopitli, siendo el que aplaudía más fuerte y que estampaba sus manos contra la mesa, cual hincha— ¡Vamos, siuatl! ¡Quiero oírte!

—¿Y ella si es buena con las palabras? —murmuró Yaotecatl al oído del nahual brujo.

—Es tan buena con las palabras como yo haciendo pesca —bromeó Tecualli, la sonrisa sardónica.

Tepatiliztli tomó asiento, y Zaniyah se quedó de pie, la mirada de todos fija en ella. La adolescente apretó los labios y respiró hondo, manteniendo lo mejor que podía la compostura de estar siendo el centro de atención de una fiesta que nunca antes había tenido, y ante figuras tan importantes de la política.

—Ok, ah... —farfulló. Tragó saliva— Yo quiero... Bueno, de primera les digo que no soy de hacer discursos. 

—¡Canta entonces! —gritó Xolopitli, burlesco— ¡Canta el juramento a la bandera de México! —su comentario sacó unas cuantas risitas entre sus Tlacuaches. William no pudo evitar sonreír también.

—En un momento, Xolopitli —Zaniyah se metió la mano dentro del vestido, y de allí saco un sobre de papel que desenrolló—. Es por eso que escribí todo mi... mi discurso, en este papel. O-o-obviamente... lo q-que esta e-e-escrito aquí... no incluye... t-todo lo que q-quiero decir...

—Mija, solo... lee lo que te escribí, ¿si? —susurró Yaocihuatl.

— L-lo haré... lo haré —Zaniyah puso el papel sobre la mesa. Lo miró unos segundos, después apretó los labios, el semblante decidido y a la vez nervioso—. P-p-pero primero, unas palabras... del f-fondo de mi corazón —hubo unos cinco segundos de silencio. Pretorianos agarraban velas para encender sus cigarros, y nahuales mapaches masticaban empanadas—. Durante... d-durante mucho tiempo, yo me... me encontraba, en un estado, de no saber qué hacer con mi vida. I-incluso s-siendo la P-Princesa... del Ma-Maíz, yo... no me definía quién era en verdad. E incluso a-ahora... me siento algo así.

Randgriz carraspeó exageradamente, llamando la atención de Zaniyah.

—Esto es una ceremonia de paz, Zaniyah —dijo Yaotecatl mientras fumaba—. Di un chiste, al menos. 

—¡El chiste del Mencho Wey! —exclamó Xolopitli, dando un golpe en la mesa.

—L-lo que q-quiero decir es esto, vean... —Zaniyah sacudió la cabeza y se tronó el cuello y los hombros. Suspiró—. El amor... tanto de mi gente... como de m-mi familia, me ayudaron mucho a salir de ese pozo en el que m-me encontraba. Y amor es... p-pues lo más esencial para mí, y para mi familia, para poder sentirnos... fra-fraternizados. Eso incluye aceptar a nuevos familiares —estiró un brazo y señaló al mapache tuerto—, como Yaotecatl, por ejemplo —desvió el brazo y apuntó a la Valquiria Real—, o como la señorita Randgriz —ambos mencionados sonrieron agradecidos. Zaniyah bajó la mano y estuvo a punto de brindar por ellos, pero su ingenuo corazón le hizo proseguir—. Y-y si bien... m-mi papá no se encuentra el día de hoy... yo rezo por él. Puede que no esté aquí... por motivos... de que hoy se encuentre aquí Ran...

—¡OKEY, BUEN DISCURSO! —Randgriz se puso repentinamente de pie y alzó su copa, irrumpiendo así el incomodo monologo de Zaniyah— Damas y caballeros, brindemos por mi unión y la de Yaotecatl a los Manahuia Tepiliztli —pretorianos, aztecsa y Tlacuaches se reincorporaron y levantaron sus vasos—. ¡Brindemos por la alianza, por amor, y por el bienestar de las Regiones Autónomas!

Todos los invitados y anfitriones brindaron entrechocando sus copas, haciendo que el alcohol se regara por toda la mesa. La música aria se acentuó con potencia, devolviendo el aliento de la festividad enérgica a todos los miembros de la fiesta. Randgriz le dio palmadas en la espalda a una Zaniyah que, con los ojos catatónicos y el rostro lleno de preocupación, no le devolvió la mirada.

—Bien hecho, Zaniyah —dijo Tepatiliztli con una sonrisa, en un intento por subirle el animo—. ¡Fue un bonito discurso!

—¡Sí lo fue, hija! —dijo Yaocihuatl, sonriéndole también— Muy, muy bonito.

Zaniyah hizo oídos sordos a sus comentarios. Sacudió la cabeza y, a la vista gorda de todos los invitados, se fue del gran salón caminando a paso apurado. Tepatiliztli, Yaocihuatl y Randgriz notaron su partida repentina, y las dos primeras le indicaron a la tercera a que la siguiera. La Valquiria Real se paró de su silla y se desvaneció de la sala, caminando por el mismo pasillo por donde se fue Zaniyah. 

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Terraza ajardinada de la Embajada

Randgriz se encontró a la joven azteca de pie en el centro del amplio y abierto balcón que daba al exterior. Frente a ella bajaban peldaños de una pequeña escalinata, y afuera se extendía una gran rotonda con una fuente en centro, condecorada con una estatua griega. El cielo nocturno despedía algunas motas de estrellas que se lograban filtrar a través de la casi impenetrable aurora negra del Estigma de Lucífugo. Algo apartados y jugando a juegos de azar, dos pretorianos disfrutaban con apostar y mesada en el juego de mesa.

Zaniyah notó a Randgriz venir por detrás suyo. La miró de reojo, y después apartó la mirada. 

—Zaniyah, ¿me permites la palabra? —preguntó la valquiria. Zaniyah no respondió, creando un muro de hielo entre ellas. Randgriz chasqueó los dedos— Ven aquí —la tomó gentilmente del brazo. Zaniyah se revolvió un poco, pero se dejó llevar por ella—. Ven, sígueme.

Juntas bajaron unos cuantos peldaños hasta quedar en el centro de la escalinata, lo bastante alejados de la entrada al edifico de la embajada. Los pretorianos no repararon en ella: estaban muy concentrados en mover la siguiente ficha del ajedrez. Allí en el centro de las escaleras Randgriz la miró directamente, mientras que Zaniyah, con la vergüenza carcomiéndola por dentro, desvió sus ojos hacia otro lado.

—Hemos hablado de esto, Zaniyah —dijo la valquiria, su mano cerca del pecho agitado de Zaniyah—. Es por eso que tu madre te lo escribió todo en ese papel, para que no dijeras lo que no debías —Zaniyah se mordió el labio inferior y cerró los ojos. Randgriz observó de soslayo el umbral que llevaba a la fiesta—. Mira, ni William Germain ni nadie del Sindicato de Einhenjers sabe que Uitstli y yo no hemos formado un fuerte vínculo para hacer Völundr y enfrentarnos así a Huitzilopochtli. Es por eso que Yaocihuatl lo excusó de la fiesta diciéndole a William que es por motivos personales —le acarició el hombro al ver el conflicto de sentimientos que hacían muecas en la cara de la muchacha—. No te sientas mal, ¿sí? No queremos verte así.

—¿Ah, sí? —gruñó Zaniyah, arrugando la nariz.

—Sí —afirmó Randgriz.

—¿Así es? —Zaniyah la miró a los ojos, el ceño fruncido de la ira.

—Que sí.

—¿Por quién me tomas, señorita Randgriz? —Zaniyah se apartó de ella y bajó el resto de peldaños. Caminó del reverso, de tal forma que seguía viéndola con su semblante de rabia emergente— ¡¿Por quién chingados me tomas, ah?! 

Randgriz supo de inmediato el berrinche que iba a tirar la muchacha. Ladeó la cabeza y caminó hacia los pretorianos, estos últimos terminando el juego con uno de ellos ganando la partida y recibiendo la mesada del otro. 

—¡¿¡¿ME TOMAS POR UNA CHAMACA PENDEJA, AH?!?! —vociferó Zaniyah, el rostro arrugado de la cólera, caminando en retroceso y rodeando la fuente. Extendió los brazos en gesto de provocación— ¡¿LO PIENSAS, NO?! ¡¿NO ES ASÍ?! 

—Vamos, caballeros —dijo Randgriz, zarandeando una mano e instando a los dos pretorianos a subir por las escaleras—. Vengan, vayan a la fiesta, ya terminó el brindis.

—¡¿EN SERIO CREES QUE LO HUBIERA DICHO?! —Zaniyah se arrancó el tocado de flores de su cabeza, lo tiró al piso, y lo pisoteó con su tacón.

—Vamos, sigan caminando —Randgriz le dio un golpe en la espalda a un pretoriano—, no le presten atención.

—¡ESO ES! ¡SIGAN CAMINANDO, VIEJOS BASTARDOS!

<<Maldita sea, chica...>> Pensó Randgriz, apretando el puño, el anillo de arce resplandeciendo.

Al segundo en que los pretorianos desaparecieron, la Valquiria Real se volvió hacia Zaniyah, los ojos cerrados y el rostro ensombrecido y malhumorado, oculto bajo una falsa sonrisa. Zaniyah inmediatamente se dio cuenta de eso y retrocedió con más velocidad, marcando distancia con Randgriz y usando la fuente como su muro entre ella y la furiosa valquiria.

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|◁ II ▷|

Y en el momento en que Zaniyah desvió un segundo la mirada para ver hacia atrás, Randgriz empezó a corretearla furiosamente.

Cual gato hambriento persiguiendo un ratón, la encolerizada Randgriz correteó sin parar a la paniqueada Zaniyah, dando vueltas y vueltas alrededor de la estatua. La muchacha azteca corrió por su vida, gimoteando con gran desespero con cada zancada e impulso que daba para alejarse de la rápida Randgriz. Los vestidos de ambas se ensuciaron con el polvo que generaban sus pisadas, y se llegaron a rasgar con algunas piedrecillas que saltaron del suelo gracias a sus impulsos. Al quinto rodeo que le estaban dando a la fuente, Zaniyah le sacó el dedo de n medio a Randgriz, enfureciéndola todavía más.

Randgriz apretó el puño y su anillo de arce brilló. En su palma invocó su lanza Tepoztolli, y la arrojó contra Zaniyah. La muchacha azteca puso un rostro escandalizado, pensando que la lanza le caería encima... pero, en cambio, aterrizó en el suelo cerca donde estaba corriendo. 

En un abrir y cerrar de ojos, Randgriz apareció teletransportada frente a ella. Zaniyah no tuvo tiempo de reaccionar, y se tropezó con el pie que la valquiria le puso en el camino para obstruirla. Zaniyah cayó violentamente al suelo, rodando varias veces sobre el piso de piedrecillas y abriéndose múltiples jirones en el vestido y en algunas de sus vendas.

Randgriz se quedó de pie, viendo a la muchacha gruñir de dolor y de cólera al tiempo que se reincorporaba con gran dificultad. Apretó los labios, ladeó la cabeza, y decidió ayudarla a ponerse de pie. La tomó con gentileza del brazo, y una vez de pie, ambas chicas se devolvieron hacia la escalinata. La hizo sentarse en uno de los peldaños, y ella ascendió unos dos, quedando por encima de ella. La valquiria se pasó una mano por el rostro y vio el umbral de la entrada, no viendo a nadie acercárseles. 

—Solo tome una vez... —gruñó Zaniyah, apretando los dientes y viéndose los raspones en su piel moren— ¡Una vez, señorita Randgriz!

—¡Lo sé! —respondió la valquiria.

—¡Una vez, y por poco cruzo la línea por culpa de eso! Siento mareada mi jodida cabeza...

—Por poco la cruzas, lo sé —Randgriz bajó los escalones y se acuclilló al lado de Zaniyah. Le dio un golpecito en el hombro. La joven azteca gimoteaba profundamente—. Zaniyah...

—Yo no tenía la intención de de-decirlo, señorita Randgriz... —masculló Zaniyah, los ojos lagrimosos, la mirada de culpa.

—Lo sé, querida. Lo sé. Venga, de pie —Randgriz la tomó de un brazo y la puso de pie. Zaniyah chirrió los dientes en el proceso. Una vez de pie, la valquiria la tomó de los hombros y la miró fijamente a los ojos. La muchacha alzó los ojos. Era un palmo más alta que ella—. Escucha. No sabes lo mucho que me costó traer a Xolopitli y a Zinac al grupo. Y ahora que los Tlacuaches están aliados con los pretorianos, es este grupo, los Protectores de los Hijos de Dioses, es el epicentro de esta alianza —apretó sus manos sobre los hombros de Zaniyah— Es este grupo lo que lo mantiene unido. Y no solo tenemos al Cartel de los Coyotl como enemigos, sino también a los dioses, en el Torneo del Ragnarök.

—Apenas unos días y ya me da jaqueca eso del torneo... —farfulló Zaniyah, masajeándose la frente.

—Porque es... verdad —Randgriz posó un dedo sobre el pecho de Zaniyah—. Ustedes no son solo un grupo. Son una familia. Para Coyotl y los Dioses Aztecas, la familia es una debilidad, y se concentraran en aniquilarla. Para mí, la familia es mi fortaleza —le golpeteó los hombros, y su semblante se volvió uno de determinación—, ¡y eso es lo que necesitaré para poder sobrevivir los siguientes veintiocho días antes del Torneo del Ragnarök! Y te necesito para eso, Zaniyah.

—¿Q-qué dices...? —Zaniyah frunció el ceño y miró hacia otro lado, las mejillas ruborizadas.

—Tú eres mi hermana, Zaniyah —Randgriz tomó a Zaniyah de las mejillas con gran gentileza—. La amenaza está ante nuestras puertas. ¡A la mierda esa negatividad! ¡A la mierda las dudas! Eres mi hermana, desde el día en que te instruí en el Entrenamiento Valquiriano. Y lo serás todos los días hasta el día de mi muerte. Será solo con tu ayuda que podré formar un Völundr con tu padre, ¿entiendes?

—E-entiendo... —balbuceó Zaniyah, asintiendo con la cabeza.

—¡¿Lo entiendes, valquiria?! —exclamó Randgriz en tono de instructor militar.

—¡Lo entiendo, señorita Randgriz! —Zaniyah afirmó con más decisión y dio un pisotón al suelo con su tacón.

—Perfecto —la Valquiria Real le dio golpecitos en la espalda. Se quedaron viendo a los ojos por unos segundos, hasta que ella la encerró en un fuerte y cariñoso abrazo—. No sabes lo mucho que me alegra poder hablarte así de nuevo, querida.

Zaniyah correspondió al abrazo, y con su solo tacto y sus leves sollozos sentimentales fueron la respuesta que Randgriz necesitó para saber que ella... también se alegra de tenerla a su lado.

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7
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

En los cielos

A más de cinco kilómetros de altura

En el oscuro firmamento de nubarrones perezosos se podían alcanzar a apreciar destellos de luces verdes y blancas que azotaban numerosas veces el cielo, iluminándolo con constantes parpadeos que muy pocos residentes de Mecapatli repararon en ello. Los destellos se volvieron más prolongados e intensos, y varias de estas nubes comenzaron a dispersarse irregularmente por la bóveda celeste, como si se estuvieran apartando para dejar paso a un ser volador que estuviera sobrevolando los cielos nocturnos de Mecapatli. 

Se alcanzó a ver motas de una centella viajando a velocidad hipersónica a través de las densas nubes negras. La cola de un cometa, que sobrevolaba el cielo de forma sutil sin ser notado por ningún azteca de Mecapatli, rasgaba el cielo y dejaba sus arabescos de luces verdes y blancas con forma de estrellas pululando en el aire. Los nubarrones se separaron brutalmente, como si hubiesen sido cortadas por la espada de un gigante. 

Aquel cometa esmeralda se hizo más esclarecida a medida que bajaba de los cielos. Se volvió más y más grande, y se veía como estaba descendiendo a toda velocidad hacia un punto especifico de la ciudad, cual misil balístico. A medida que iba descendiendo de los cielos hacia la superficie de la tierra, se pudo observar mejor lo que era aquel cometa. No era un objeto, era una persona... No, una deidad. Un Dios Azteca que agitaba de un lado a otro los brazos, como si estuviera nadando en el aire a toda velocidad.

De piel morena y constitución fornida, melena blanca con mechones verdes, collar de perlas, tatuajes blancos en sus antebrazos, su abdomen y hombros (uno de ellos decorado con una pluma grande) y vistiendo solamente con pulseras y unos vaqueros marrones, aquella deidad de la luz surcaba el aire y expulsaba de su larga melena incesantes estrellas destellantes que iluminaban el cielo con colores neones. Colores estelares que fueron notados por todos los peatones aztecas que caminaban a los alrededores de la Embajada de la Multinacional y vieron como un cometa estaba a punto de estrellarse contra el edificio.

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8
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Habitación de Uitstli 

Uitstli, recostado en la cama, no podía conciliar el sueño por más veces que volteaba la almohada y se colocaba en otra posición. 

Sentía su cabeza hecha revoltijos de sentimientos y pesares que no se correspondían mutuamente. Ese dolor mental le impedía sumirse en el sueño. Uitstli se pasó las manos por los ojos, y gruño del hastío. Su mente no paraba de concebir imágenes de la Valquiria Real, y del pésimo trato que le había dado durante y después de la Segunda Tribulación. Eso lo hacía pensar de sí mismo como de lo peor, y era más horrendo la sensación cuando recordaba a los dos dioses mesoamericanos que tuvo que asesinar por ordenes de Brunhilde...

El guerrero azteca rugió entre dientes. Se sentó sobre el borde de la camilla, y se quedó estático por unos segundos. Cerró los ojos y arrugó la frente, el acribillamiento de malos recuerdos asolándolo sin parar. Se puso de pie, se dirigió con pasos lentos hacia la ventana, y apoyó las manos en el alféizar. Descorrió las cortinas, y se quedó viendo el firmamento ennegrecido de nubarrones.

<<Veintiocho días...>> Pensó Uitstli. Tenía bien contados los días que faltaban para el torneo, y cada que intentaba imaginarse a sí mismo luchando de nuevo contra Huitzilopochtli le daba comezones y dolores estomacales. Apretó los labios y resopló. <<¿Qué puedo hacer en veintiocho días...?>>

Tenuemente oyó el tañido de un meteorito reverberando sus arabescos de fuego en el aire. Uitstli frunció el ceño, y al alzar la cabeza, sus ojos se ensancharon de par en par al ver el cegador destello de un rapaz cometa aproximándose aceleradamente hacia su cuarto. 

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Uitstli dio un gritito de sorpresa y al instante se agachó, logrando esquivar el peligroso proyectil que justo atravesó su habitación, dejando enormes boquetes en sus paredes que vomitaron escombros que se regaron por el suelo. El cometa traspasó múltiples paredes, dejando gigantescos agujeros a su paso: atravesó pasadizos y cuartos de invitados, sorprendiendo a todos los sirvientes y anfitriones que estaban caminando por esos lugares. Muchos consiguieron detenerse un segundo, y el cometa pasó volando frente a sus narices; otros estuvieron a punto de ser pulverizados por él, pero, sorpresivamente, aquel fulgurante destello se movió unos centímetros lejos de ellos, evitando así impactarlos.

En el exterior, cerca del balcón del patio ajardinado, Randgriz y Zaniyah alcanzaron a oír sonidos guturales de paredes y pilares siendo derribadas dentro del salón, así como solo chillidos de sorpresa y de horror de todos los anfitriones. Ambas chics intercambiaron mirada de sorpresa, e inmediatamente corrieron con gran apuro por la escalinata y después por el pasillo de regreso al gran salón.

El veloz cometa terminó pulverizando las paredes que daban al gran salón de la embajada. Pilares fueron partidos en dos y cayeron convertidos en escombros. Nubes de polvo recubrieron el techo entero, tomando desprevenidos a todos los que participan en la fiesta y dándoles un susto de muerte. El alboroto domó a los pretorianos, Tlacuaches y aztecas por igual, quienes se agacharon o se escondieron debajo de las mesas para cubrirse de la lluvia de escombros. Todo el gran salón se sumió en un descontrolado caos al ver el hipersónico cometa recorrer en un santiamén el gran salón, destruyendo en el recorrido múltiples mesas y colisionando contra el suelo, dejando un largo surco que terminó con el cometa colisionando contra una pared al fondo de la sala. Las personas que se encontraban en el camino se salvaron de milagro de ser arrolladas. 

Gritos de espanto y sorpresa inundaron todo el rellano, irrumpiendo y acallando la música aria. Los aztecas corrieron de aquí para allá, todos en pánico, todos buscando una salida mientras que los pretorianos y Tlacuaches se ayudaban mutuamente a ponerse de pie. Publio Cornelio se reincorporó y ayudó a Nikola Tesla y a William Germain a pararse, e inmediatamente les gritó a todos sus pretorianos: 

—¡¡¡SOLDADOS, A LAS ARMAS!!!

Los pretorianos intercambiaron miradas y acataron sus ordenes. Los que tenían pistolas en las cinturas las desenfundaron y acompañaron a su Jefe del Pretorio a hacer un formación militar alrededor del lugar donde colisionó el cometa. Otro grupo de pretorianos de desligó y se fue de la sala con el objetivo de buscar armas

Tecualli agitó su garrote y ayudó a Xolopitli y a Yaotecatl a reincorporarse con su magia telequinética. Después ambos mapaches ayudaron a Zinac quitarse las mesas de encima y a ponerse de pie. 

—¡QUE TODOS LOS TLACUACHES TRAIGAN PUTAS ARMAS! —exclamó Xolopitli, agitando un brazo hacia los nahuales mapaches que tenía alrededor. Todos asintieron con la cabeza y, cual manada de mapaches huyendo de un depredador, todos los Tlacuaches corrieron a cuatro patas junto a los pretorianos que salieron en búsqueda de sus armas. Xolopitli se acuclilló, y de una funda de su tobillo desenfundo una pistola. La amartilló, y vio que todas las balas estuvieran el cartucho. Yaotecatl hizo lo mismo. Zinac alzó los brazos, sacando púas de sus guanteletes. Tecualli agitó su gran mazo verde. Xolopitli los miró a los tres y les hizo un ademán con la cabeza—. Vamos. 

Yaocihuatl y Tepatiliztli se ayudaron mutuamente en reincorporarse. Una vez de pie intercambiaron miradas de confusión, pero después miraron al unísono al lugar donde impactó el cometa, y que estaba siendo rodeado por pretorianos apuntando sus pistolas hacia la cortina de humo. Yaocihuatl agitó su brazo hacia abajo, invocando su lanza de plasma. Tepatiliztli hizo lo mismo, y de la bruma del aire hizo aparecer su alabarda con punto de cristal púrpura.

Uitstli apareció en el segundo piso, apoyando las manos sobre el parapeto y apreciando con horror y confusión el caos generado en el gran salón. Vio a Randgriz y a su hija corriendo por el rellano, viendo todo el escenario y tratando de averiguar lo que sucedía.

—¡ZANIYAH! —gritó Uitstli. Randgriz y Zaniyah alzaron sus cabezas  y lograron verlo mientras seguían recorriendo la sala— ¡¿Qué es lo que sucede?!

—¡Un cometa o un misil balístico cayó en el edifico! —exclamó Zaniyah en respuesta, los brazos extendidos en gesto de no saber— ¡NO TENGO PUTA IDEA, PAPÁ!

Randgriz vio a los pretorianos y a los Tlacuaches emerger de los pasillos, todos ellos cargando consigo rifles de asalto o escopetas. Sintió una sensación de cofradía al ver como los pretorianos les daban armas a los Tlacuaches, confiando totalmente en ellos para esta situación. La Valquiria Real invocó su Tepoztolli y la arrojó hacia el segundo peso. Un segundo después desapareció, dejando desconcertada a Zaniyah.

La lanza apareció cayendo justo a su lado, tres segundos después de que Randgriz se teletransportara. Valquiria Real regresó, empuñando consigo el espadón de hoja doble de Zaniyah y tendiéndose. Zaniyah se lo agradeció, la empuñó y, junto a Randgriz, se dirigieron hacia el nutrido grupo de pretorianos y nahuales mapaches formando una cúpula alrededor del lugar de impacto. 

Publio Cornelio les hizo un ademán con la mano a sus soldados. Xolopitli hizo ese mismo ademán. Pretorianos y Tlacuaches por igual fueron aproximándose con pasos extremadamente lentos y cuidadosos, jamás despegando el cañón de sus armas de la cortina de humo, que ya se estaba disipando. Tecualli y Zinac mantuvieron en alto su garrote y sus guanteletes de púas. Tepatiliztli, Randgriz y Yaocihuatl tuvieron sus lanzas a la altura de sus hombros, como lanceros romanos en una formación de testudo. William Germain palmeó sus manos, golpeó sus muñecas, y al estirar sus brazos hacia delante, guanteletes de luz verde alquímica aparecieron sobre sus manos. Por último, Nikola Tesla oprimió un botón de su pulsera izquierda, y el objeto se transmutó cual superconductor en una pistola de plasmas que empuñó con ambas manos. 

Una sombra se movió repentinamente dentro de la cortina de humo. Los pretorianos y los nahuales mapaches dieron un leve respingo, y se detuvieron. Cornelio y Xolopitli les ordenaron que se detuvieran. Todos vieron como la sombra humanoide se ponía de pie, se quitaba los escombros de encima y expulsaba bramidos de molestia. 

—Agh, mi espalda... —masculló la figura dentro de la cada vez menos densa cortina de humo, apoyando una mano sobre su cintura y, de un empujón, tronándosela.

—¡QUIETO! —gritó Cornelio, su gruesa voz de general impartiéndose en todo el rellano— ¡ALCE LAS MANOS Y CAMINE LENTAMENTE HACIA DELANTE!

 —¡Vale, vale! —exclamó la silueta negra, y alzó lentamente las manos por encima de su cabeza— Esto me pasa por querer apurar las cosas...

El intruso emergió del polvo y los escombros con cuidadosas zancadas. La tensión se incrementó entre todos, haciendo que el aplastante silencio que impregnó toda la estancia se volviera un ambiente de expectativas y de sorpresas impredecibles. Al dar el sexto paso y revelar su apariencia ante todos, hubo un torbellino de emociones encontradas que los tomó por sorpresa. Los pretorianos se miraron entre sí, confusos al igual que los Tlacuaches. Cornelio, con el ceño fruncido, intercambió miradas con William y Tesla, estos dos últimos asintiendo con la cabeza como si estuvieran de acuerdo en un mismo pensamiento. 

—¿Alguno de aquí me reconoce? —preguntó el intruso de melena blanca. Al no oír  respuesta alguna, gruñó— Venga ya, ¡¿en serio nadie me reconoce?!

Se escuchó un atronador sonido de un arma cayéndose al piso. Yaocihuatl dejó caer su lanza, y esta desapareció al no sentir su tacto ya. La mujer guerrera, con los ojos abiertos como platos y boquiabierta, dio un paso hacia delante mientras emitía jadeos de perplejidad absoluta.

—Que... ¿Quetzalcóatl? —farfulló. 

La sola mención del nombre del Dios Azteca generó un disparo de nervios sorpresivos entre todos. Los vellos de los nahuales mapaches se erizaron, y algunos tiraron sus armas al suelo para, al instante, arrodillarse ante la mencionad deidad. Xolopitli y Yaotecatl se miraron entre sí, los ojos enganchadísimos. Tepatiliztli hizo desaparecer su lanza y se llevó una mano temblorosa a los labios. Randgriz desvaneció su Tepoztolli, y Zaniyah, con manos estremecedoras, no supo si dejar su espadón en el suelo o mantenerlo abrazado a su cuerpo.

—Ahora eso sí me gusta ver —dijo Quetzalcóatl, sonriendo de oreja a oreja. Miró a los pretorianos y vio rostros dubitativos en ellos—. Pueden bajar sus armas, soldados. No soy una amenaza.

—Que nadie baje sus armas —exclamó Cornelio, dedicando una mirada asertiva a sus pretorianos, quienes volvieron a poner semblantes severos y a realzar sus fusiles de asalto.

—¡Oh, venga ya! ¿Qué no ves a estos nahuales arrodillarse a mí, general romano? —Quetzalcóatl señaló con la mirada a los Tlacuaches.

—Tiene razón, que nadie baje la guardia —manifestó William, los guanteletes alquímicos brillando en sus manos—. Puede ser una trampa de Omecíhuatl y este no sea el verdadero Quetzalcóatl

—¿Una trampa de...? —Quetzal cerró los ojos y sacudió la cabeza— ¡De Omecíhuatl es quien andaba huyendo! 

—¿Y cómo puedes probar que eres la Serpiente Emplumada? —exigió saber Nikola Tesla, su pistola de plasma siempre apuntando hacia él.

—Si quieren me convierto en una serpiente gigante ahora —Quetzal alzó los hombros, despreocupados— No hay inconveniente 

—¡Nada de movimientos sospechosos! —profirió Cornelio, estirando un brazo vigoroso y señalándolo con un grueso dedo. El Jefe del Pretorio se rascó la barbilla, y observó hacia ambos lados, ubicando con la mirada a todo el grupo azteca revuelto entre los pretorianos y Tlacuaches arrodillados y ovacionando al intruso— ¡¿Acaso alguien de aquí tiene una forma de identificar que este sea el Quetzalcóatl original?!

—¿Y si dejamos que se convierta en una serpiente gigante? —inquirió Yaotecatl.

—¿Ven? —espetó Quetzal, señalando al mapache tuerto con un ademán de mano— Pónganse de acuerdo como la fea liebre de allí.

—¿Fea liebre...? —Yaotecatl puso una meuca de haberse roto el corazón.

—¡Yo tengo la forma de averiguarlo!

El chillido de Tecualli llamó la atención de todos. Tlacuaches y pretorianos se hicieron a un lado para dejarle pasó libre al nahual brujo. Xolopitli se lo quedó viendo con una mirada de escandalo. 

—¿Tecualli? —farfulló el Mapache Pistolero, extendiendo un brazo para querer alcanzarlo, pero Tecualli ya estaba demasiado lejos de él, por lo que su mano atrapó aire— ¡¿Qué chingada madre crees que haces?!

Quetzalcóatl vio al pequeño nahual brujo de apariencia de oso aproximársele con paso despreocupado, pero a la vez con la mirada analizándolo de arriba abajo. Mientras se acercaba a él, Tecualli extendió un brazo hacia abajo, y en su palma invocó brumas verdes que cambiaron a negro, convirtiéndose en un talismán de obsidiana con la forma de una mariposa con sus cuatro alas extendidas.

—Durante mi estadía en el Reino de Avalón —explicó sin parar de dirigirse hacia Quetzal—, patronos de los Dioses Celtas me enseñaron una técnica clériga con la cual poder identificar el alma de una persona. Esto lo hacían con motivo de bendecir en sus actos ceremoniales, pero también como exorcismo, para expulsar a demonios del cuerpo de personas, sobre todo de los hombres bestia de Nueva Camelot —Tecualli se detuvo, quedándose de pie a tres metros del intruso, este último viéndolo con una mirada curiosa e interesada—. Esa técnica la implemente en mi Tlamati Nahualli, y pienso usarla ahora, por primera vez...

—¿Y usando la mariposa de Itzpapalotl como talismán? —Quetzal sonrió de forma lacónica— Eres bastante ingenioso por lo que veo.

—Si en verdad eres Quetzal —dijo Tecualli—, entonces tomaré ese comentario tuyo como un cumplido. 

—Muy bien —profirió Cornelio, cruzándose de brazos—. Haz esa técnica, Tecualli. Pretorianos, disparen a matar si el intruso hace un movimiento violento. 

—Lo de violento es mi hermano Tezcatlipoca, se los digo ya —apostilló Quetzal, señalando al Jefe del Pretorio con un dedo (esto sin mover sus brazos, aún alzados en gesto de sumisión).

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

El nahual brujo extendió sus brazos; el izquierdo hacia un lado, y el derecho hacia arriba. El amuleto con forma de mariposa brilló de color dorado, emitiendo un resplandor tal que muchos se cubrieron los ojos. Se escuchó el estruendo de un hechizo siendo invocado, y el relampagueo de destellos dorados se esparció por todo el gran salón con formas de mariposas veloces. A los pies de Tecualli se formó una circunferencia mágica con símbolos aztecas, y otro círculo apareció por encima de Tecualli, este último formando un entramado de líneas doradas brillantes. 

Todos se quedaron viendo con atención y gran expectación. El salón fue iluminado por los intensos brillos dorados, y toda la tensión del principio fue desvaneciéndose, siendo reemplazado por la creciente esperanza de los aztecas de ver cumplido su sueño de tener a la Serpiente Emplumada ante ellos. Ambos círculos mágicos comenzaron a girar a toda velocidad, y el que estaba por encima de la cabeza de Tecualli desapareció y reapareció encima de Quetzalcóatl.

Lentamente, aquel círculo dorado fue bajando, recorriendo todo el cuerpo de Quetzal. Sin dejar de rodar, aquella circunferencia mágica sirvió como un escáner para Tecualli. El nahual brujo, con los ojos cerrados, fue sintiendo en su interior energías divinas venir del intruso. No eran energías del todo divina, pues había muchos baches vacíos dentro del alma del intruso que delataban su falta de divinidad, por lo que era técnicamente un semidiós. Sin embargo, eso no descartó el hecho de que la naturaleza de su alma era una divina. 

Y lo mejor de todo, es que era una divinidad correspondiente de la Serpiente Emplumada.

Nada más el círculo dorado terminó de descender por todo el cuerpo de Quetzal, se desvaneció en escarcha. El otro círculo a los pies de Tecualli se desapareció también, y el nahual brujo bajo los brazos y empezó a emitir jadeos de perplejidad alegre. Esbozando una sonrisa de oreja a oreja, Tecualli se volvió hacia la multitud.

—¿Tecualli? —farfulló Xolopitli, el cuerpo temblándole de pies a cabeza.

—Sí... —barboteó Tecualli. Tragó saliva, asintió con la cabeza, y señaló al melena-blanca con un brazo— ¡Ese hombre es Quetzalcóatl! 

El jolgorio religioso arrolló a todos los aztecas. Xolopitli suspiró de alivio; Yaotecatl de inmediato tiró su pistola y se arrodilló; Zinac bajó los brazos y, con los ojos ensanchados, hizo una reverencia hacia la deidad; Yaocihuatl se arrodilló y entrelazó sus manos en gesto de rezo; Tepatiliztli lloró de felicidad, y se cubrió los labios estremecidos con ambas manos; Zaniyah sintió un tremendo vahído en su pecho, y cayó sobre sus rodillas, el rostro paralizado de la perplejidad; Tecualli, alejándose apenas tres pasos de Quetzal, hincó una rodilla y agachó la cabeza. Cornelio, William, Tesla, Randgriz y el resto de pretorianos bajaron sus armas y sus miradas de desconfianza cambiaron a una de respeto y de sorpresa. 

Quetzalcóatl se tomó todo con muy buen buen humor. Sonrió, se cruzó de brazos y piernas, se echó a reír a carcajadas, sus ojos de admiración y de amor hacia todos los aztecas que lo estaban ovacionando. 


╔═════════ °• ♔ •° ═════════╗

𝓔 𝓝 𝓓 𝓘 𝓝 𝓖 

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