En el improbable caso de una...

بواسطة ellaasamigas

12.1K 1.4K 2.9K

Tras una situación límite, Manolo, un sofisticado bombero de Madrid, decide llevarse a su hijo a Murcia, dond... المزيد

I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVIII
Lou
Cómo organizar una boda y no matar a tu padre en el intento
Almas gemelas
Epílogo
Agradecimientos y alguna novedad

XXVII

261 33 110
بواسطة ellaasamigas

Esa noche no puede hablar con él, pues para cuando le permiten pasar, ya lo han vuelto a dormir.

—Necesita descansar —asegura una enfermera.

Protestaría diciendo que ha descansado durante tres días, pero sabe que tiene razón. Su cuerpo tiene que recuperarse de lo que acaba de vivir.

Lo que es una buena noticia es que le hayan bajado un poco los calmantes, lo que significa que no le dolerá, pero estará más despierto la próxima vez que lo haga. Duerme a su lado, con la seguridad de que Agoney lo despertará con caricias.

Cuando Gloria y Benito cruzan la puerta a las nueve en punto, se los encuentran en la misma posición en la que han dormido los últimos días, pero despiertos. El moreno acaricia el rulo que se escapa del pelo de Raoul, estirándolo, enrollándolo en su dedo para después dejarlo flotar hasta caer en su frente. Raoul no aparta la mirada de él ni un instante, como si se estuviera grabando su imagen a fuego.

—Gracias a Dios. —A la mujer le tiembla la voz cuando entra y abraza a su hijo—. Gracias a Dios que estás bien y despierto. Pensé que te me ibas.

—Hey, tranquila... —Es la primera vez que habla desde que despertó por segunda vez y nota la boca pastosa, así que carraspea un par de veces y prueba a segregar saliva—. ¿A dónde me voy a ir yo sin Raoul?

Gloria no sabe si reír o llorar, pero por el momento se queda con la sensación de tenerlo entre sus brazos. El médico aparece buscando hablar con un familiar, así que Benito sale. Raoul lo hace detrás, para dejarlos un momentos a solas.

Nerea es la siguiente en llegar, con los ojos cristalizados. Ese gesto se convierte en un sollozo en cuanto le permiten abrazar al policía. Se pone a hablar de cómo se sintió cuando lo vio allí tirado y entre ella y Raoul tuvieron que salvarle la vida y llevarlo hasta la ambulancia. El moreno aprieta la mandíbula y la deja desahogarse. Él ha estado dormido, sin sentir nada gracias a los calmantes. El verdadero reto es estar al otro lado, sufrir por alguien a quien no puedes ayudar. Ha estado ahí también.

A lo largo de toda la mañana, con pequeños huecos que tiene en blanco porque las enfermeras aumentan la dosis, todos sus amigos se pasan por allí. Ricky se queda demasiado tiempo para su gusto, hasta acabar ahogándolo en abrazos. Es Raoul quien lo defiende, con la mirada húmeda. Supone que han vivido el mismo calvario.

Jonathan espera a la hora de comer, pues la mayoría tienen que irse a un turno de emergencias y él acaba el suyo. Se sonríen con una camaradería que le impide quedarse mucho tiempo.

—Así que ahora te ha dado por traer flores —comenta, señalando el ramo de flores con su nombre. Está débil, pero tiene su sentido del humor—. No te tenía por un romántico.

—Ya ves, tío, me pones sentimental. —Se sienta a un lado de la camilla sin mucho cuidado—. La última vez que me pides que me esconda, voy a ser tu puta sombra, ¿me oyes?

Agoney pone los ojos en blanco.

—No fue para tanto.

—Casi te desangras ahí mismo. —Apunta con un dedo a su pecho, sin llegar a rozarlo—. No me digas que no fue para tanto. Hemos estado... Raoul ha estado...

—Me lo imagino —masculla, bajando la mirada a sus manos, que juguetean con la manta—. Lo he vivido, sé que es una mierda tener a quien quieres en el hospital sin poder hacer nada. Y ambos por herida de bala. —Le sale una sonrisa irónica.

—¿Y tú cómo te encuentras?

—Estoy muy cansado —susurra—. Me da vueltas casi todo, se presenta mucha gente dándome abrazos y solo me apetece dormir..., pero siento que llevo años haciendo eso, no quiero asustar a la gente.

—Si lo necesitas... —aprieta los dientes—, pídelo. Piensa que te abrió un boquete en la barriga.

Agoney bufa, pasando las manos sobre su cuerpo. Le entra un escalofrío, así que deja de hacerlo. Jonathan suspira al verlo así, tan confuso y mareado por todo lo que lleva encima.

—Voy a irme, ¿vale? —Baja el tono—. Descansa y ponte fuerte, que tenemos que seguir resolviendo asesinatos juntos.

Lo último que ve antes de salir es una sonrisa tranquila. Lo primero, a Raoul ansioso.

—¿Qué tal lo has visto? Eres el único que no estaba rodeado de más gente, estará más tranquilo.

—Seguro que sí, lo han mareado mucho antes. —Señala al interior—. Está cansado, así que mejor no le hables mucho. ¿Has comido?

—Algo, pero no me entraba mucho. —Se muerde el labio con el nerviosismo siendo notable en cada poro de su cuerpo—. Voy a estar un rato con él. Apenas hemos hablado.

El subinspector asiente despacio y se marcha tras despedirse con un gesto de mano. Raoul no entra hasta que se queda solo en el pasillo. Entonces, con la respiración suave del moreno de fondo, respira. Ahora puede permitirse hacerlo al mismo ritmo que su chico.

Avanza hacia la camilla y observa sus pestañas cerradas, en un sueño provocado por los dichosos calmantes. Se debe pasar demasiado tiempo mirando el gotero, porque Agoney se aclara la garganta y él se vuelve hacia él.

—Sabes que eres un tío muy fuerte, ¿no?

Se le paraliza el cuerpo. Lo sabe, está decepcionado, pero ¿cómo lo sabe? Él estaba cuando Ricky, no ha podido contárselo...

—¿Qué quieres decir?

—Te dispararon —musita, tan flojo que solo lo escucha por la cercanía y el silencio de la habitación— y pasaste días enteros sufriendo sin ningún calmante, sin pedirlo en ninguna ocasión. Eres el tío más fuerte del mundo.

Cierra los ojos, sintiendo cada palabra de admiración como una puñalada. No es fuerte, casi cae en la peor situación posible. Tenía que estar ahí para él, y en lugar de eso, fue a evadirse, estuvo a punto.

—No fue para tanto. ¿Te duele a ti ahora? ¿Necesitas que te lo aumenten?

—No, por favor... —Pide, alzando una mano que él recoge y aprieta entre las suyas—. Sé que me sientan bien, que sin ellas dolería como mil demonios, pero me siento muy cansado todo el tiempo. No quiero más dosis. Solo quería darme cuenta de lo increíble que eres, de decirlo en alto, perdón. Hablo muy raro.

—Yo te noto bastante lúcido. —Aprieta su mano y se la lleva a la boca para besarla con cariño—. Pero te equivocas. No soy increíble, ni fuerte. En realidad, soy más débil que nunca.

—Pero ¿qué dices? —Frunce el ceño. Es irónico, pero en ese momento Agoney parece dispuesto a defenderlo de sí mismo, de su propio auto odio.

Él coge aire y hace que sus pulmones se llenen de este. Se lo va a decir, porque no siente que pueda ocultarle nada, y él decidirá si es fuerte o no.

—Ago, he estado muy mal estos días, pero creía que lo llevaba mejor, hasta que oí a unas auxiliares decir que quizá no pasabas la noche, que no sabían por qué te habíamos salvado en lugar de dejarte ahí morir. Yo ya dejé morir a un hombre esa tarde, a ti sería incapaz —asegura.

—Cariño...

—No, déjame. —Le pone una mano en la cara—. Me quedé tan en shock que fui al único lugar donde podría sentirme un poco en paz. Un lugar a donde pensaba que no volvería jamás.

—Dios, Raoul...

—Estuve a punto de recaer, Ago —confiesa, con una lágrima navegando por su mejilla. Esto hace que el moreno pueda respirar.

—¿No has recaído? —Se le escucha esperanzado, pero a él ya le cuesta mirarlo a la cara.

—Dale las gracias a Ricky. Me encontró, me sacó del almacén antes de que encontrara lo que yo siempre consideraba lo mejor para colocarme y me echó la bronca.

—Vale, pues en lugar de gracias a Dios, gracias a Ricky, joder, menos mal... —Se tapa las manos con la boca.

—¿Por qué no pareces enfadado? —La voz es temblorosa.

—Porque estoy aliviado de que no te hicieras eso a ti mismo, mi vida... —Se incorpora, tambaleándose, hasta poder borrar las lágrimas de su cara—. Siento tanto que te encontraras tan mal como para tener que recurrir a esa mierda.

—Ahora sé que no me lo perdonarías si hubiera pasado.

Agoney menea la cabeza. Las palabras se le acumulan y no sabe muy bien qué decir para hacer que se sienta mejor. Lo que tiene claro es que su novio se ha estado odiando a sí mismo, mentalizándose de que iba a recibir una bronca por hacerlo.

» Quiero que sepas que ya he llamado a mi asociación y tengo un padrino. —Se sorbe los mocos, sin apartar la mano que sostiene su mejilla—. Se supone que puedo llamarlo cuando sea, si volviera a sentir la necesidad de hacer una tontería.

—También puedes hablar conmigo. Estoy aquí, ya puedes comprobar que estoy vivo.

Raoul sonríe, con un tono melancólico al que hacía tiempo que no estaba acostumbrado.

—Necesito mejorar. Pienso que lo tengo superado, que no necesito la puñetera cerveza al final del turno, que me dan igual las drogas que guardamos en la ambulancia, pero cada vez que algo personal me golpea... Soy más débil de lo que ambos pensábamos.

Baja su mano por su brazo hasta entrelazar sus dedos con los del rubio. No sirve mucho, pero el contacto siempre los ha calmado mucho.

—No voy a retirar nada de lo que te he dicho hace un rato —aclara, con el tono serio que pocas veces saca a pasear—. Raoul Vázquez, eres el tipo más fuerte que he conocido. Y valiente, sobre todo valiente. La cagas, lo asumes y haces lo que puedes para mejorar. Cuando la sobredosis, creo recordar que te pusiste a disposición de tu padre, haciendo lo que hiciera falta para no recaer en nada más. Te lo repito: con un disparo como este, si no estuviera sedado, me estaría muriendo por dentro, y tú parecías bastante entero cuando despertaste. —Sonríe ante sus ojos nublados por las lágrimas—. Que me estés contando lo que ha pasado, que te martirices a ti mismo... Sabes que fue un error y, aunque no haya pasado nada, te estás currando estar todavía mejor.

—Me haces parecer una persona maravillosa.

Agoney lo mira con ojos brillantes. No hay lágrimas visibles, sin embargo. Es la cara de alguien enamorado, que sabe ver los defectos, pero, sobre todo, cómo se sobrepone a ellos.

—No conozco a nadie que sea más maravilloso que tú. —Suspira y se mueve un poco a la izquierda, dejando un hueco en la cama—. ¿Te quieres acostar? Por los viejos tiempos.

Le sale la sonrisa sola. También se acuerda del año anterior, cuando compartieron pequeños momentos en una cama de hospital. Aún no estaban juntos de forma oficial, aunque cada vez se les hiciera más fácil sentirse bien con el otro.

Con los recuerdos en la cabeza, se descalza para entrar y meterse bajo la única manta que tiene. Se desliza entre sus brazos, pasando uno por su abdomen. En cuanto lo hace, Agoney pega un respingo.

—¡Au!

—¡Ay, no, mierda! Soy lo peor, lo siento muchísimo. ¿Duele mucho?

—Raoul... —Lo mira con una sonrisa divertida—. ¿Te recuerdo que no siento nada?

—Joder —farfulla—. No me hacen gracia las bromas, gilipollas. —Le da un golpe en el hombro, cuidadoso a pesar de todo. No le gustaría que se abriera una herida.

—Perdona, es que sabía que picarías. —Besa su frente, suspirando sobre esta—. Aunque he mentido un poco. A ti te siento muy cerca.

Pasa los dedos por su pelo, como si de un peine se tratara. Raoul cierra los ojos un rato, relajado ante su toque. Nunca se han tomado un momento para acariciarse el pelo el uno al otro, pero necesita que se vuelva un imprescindible en su relación. No podría imaginar algo más íntimo y familiar que estar juntos haciendo cualquier cosa y que uno de los dos acaricie su cabeza de forma distraída.

—Dentro de unos meses, cuando termine de cicatrizar la herida, tendremos cicatrices a juego, y ambas de bala.

—Qué emoción. —Suelta una carcajada.

En esos momentos, Agoney está concentrado, arrastrando la uña para provocar un placer calmado. No se detiene hasta que la respiración de su novio cambia. Se fija entonces en que el nivel de relajación ha subido a quedarse dormido y sonríe de alivio. Si lo vivió como él, habrá dormido poco y de mala manera. La forma en la que lo encontró al despertar lo demuestra.

Debe ser la primera vez que duerme en una cama en días enteros, así que no mueve un músculo hasta quedarse dormido junto a él.

Una vez más, así los encuentran los padres del verdadero paciente cuando pasan a verlo por última vez en toda la noche. La mujer hace amago de acercarse, pero Benito niega.

—Me parece que este chico necesitaba un descanso. Vamos a dejarlos dormir, mañana será otro día.

Raoul es el primero en despertar la mañana. El reloj le devuelve la hora: las 10:12. Se incorpora, moviendo sin querer la cabeza de su chico, que se había desplazado hasta su pecho en algún momento de la noche. Ha dormido muchísimo, más que los últimos tres días juntos.

Agoney frunce el ceño con el movimiento, pero se resiste a abrir los ojos. Se encuentra tan cómodo que resulta complicado decidir si quiere liberar a su novio para que vaya al baño. Acaba permitiéndoselo, solo con la promesa de que volverá a su posición original.

—Creo que anoche nos saltamos la cena. —Señala la bandeja con una pechuga y algo que parece puré de verduras.

—Lástima. ¿A qué hora vendrá el desayuno?

—No sé, pero esta mañana quieren hacerte algunas pruebas para ver que todo está bien.

—¿Eso significa que te voy a ver poco? —Su puchero es infantil, pero es lo que le sale después de todo lo que acaba de vivir.

—Significa que me van a obligar a dar un paseo y respirar aire puro. —Tuerce el gesto, como si la idea le desagradara profundamente.

—Te voy a obligar yo al final —farfulla—. Cariño, tienes que salir un poco, no quedarte aquí.

—Cuando sepa que solo te tienen aquí por observación. Mientras estés mal, aquí estaré.

No discute porque le apetece estar un ratito pegado a él. Raoul vuelve a tumbarse y, por tanto, él está con su oreja en el pecho contrario. Ninguno habla o discute la conversación que tienen pendiente. Se quedan en esa posición hasta que aparece una auxiliar con la bandeja del desayuno. Se nota que es su segundo intento de traerlo, y parece algo turbada al encontrarlos en esa situación tan íntima, pero el rubio se incorpora y la ayuda a ponérselo a su novio sobre las piernas.

Él se va a desayunar en cuanto aparecen sus suegros, pero acaba volviendo con una magdalena solo por pasar un rato más con él hasta que los médicos se lo lleven.

—No es justo que me restriegues en la cara que tú tienes comida de calidad.

—Lo tuyo es una tostada. —Suelta una carcajada—. Es lo que desayunas cada mañana, cielo.

—Sí, pero esa magdalena tiene tan buena pinta... y no me van a dejar comérmela.

—No seas crío, ¿eh? —replica su madre—. En una semana cumple veintinueve y míralo, un crío.

—Me parece que se lo puede permitir. —Benito acaricia la espalda de su mujer.

Agoney le dedica una mirada de agradecimiento. Desayunan en silencio, observándose desde la distancia. Después, a las once, Manolo irrumpe en la habitación.

—Tienes mucha mejor cara que ayer.

—Creo que me están bajando la dosis de los calmantes —susurra, señalando el gotero— y ahora que como y tengo a Ra cerca estoy algo mejor.

—Claro. —Sonríe, divertido, tras echarle un vistazo al rubio—. Tenerlo cerca siempre viene bien. Ahora me lo tengo que llevar para que se despeje.

—Te lo pido por favor. —Son sus palabras, cuando el capitán esperaba que lloriqueara un poco—. Necesita despejarse más que nadie, así que le haces un favor a él, y a mí, que no me preocupo tanto.

—No tienes que preocuparte por mí, que estoy sanísimo, sino por ti. —Ladea la cabeza.

—Por mí ya se preocupan los doctores. —Le guiña un ojo y se dirige a su suegro—. Manolo, ya sabes...

El rubio ni siquiera hace amago de resistirse. Le saca la lengua, demostrando que tiene la misma madurez que su novio, y se marcha detrás de su padre.

Las pruebas van todo lo bien que podrían ir con un disparo en el abdomen. Su recuperación va encaminada, pero las curas son complicadas, así que deciden mantenerlo en el hospital una semana más. Cada día, los sedantes que lo mantenían mareado el primer día van disminuyendo en su dosis hasta que la herida en cicatrización deja de doler.

Raoul empieza a dormir en casa de Manolo y permitir que los padres de su chico se encarguen de él. También vuelve al par de turnos que le tocan durante esos siete interminables días, hasta que puede ir a recogerlo.

Agoney lo saluda con un documento en la mano y la venda cubriendo su cuerpo. Todavía no se ha puesto toda la ropa que le trajo él el día anterior, le falta la camiseta, pero está tan entusiasmado que no le dice nada.

—Con todos ustedes... ¡los papeles del alta!

—Estabas ya desesperado, ¿eh?

—Desesperado es una palabra muy pequeña. —Se acerca para unir sus labios en un breve pico—. No sabes las ganas que tengo de volver a casa. Mis padres se fueron hace un rato, mi niño, ¿dónde estabas?

—Perdona, he tenido que volver a coger la ropa que he dejado en casa de mi padre estos días.

—Sigo sin entender por qué no te has quedado en la nuestra. Porque ya no puedes poner la excusa de que yo compré la otra: esta es nuestra de verdad.

—No me sentía cómodo volviendo sin ti allí. Si fuera por un turno nocturno me daría igual, pero dadas las circunstancias... —acaricia su cintura antes de besarlo con ganas. Aun así, lo deja con ganas de más—, he preferido volver a entrar de tu mano.

Agoney asiente, emocionado. No suele sentirse así de querido, de importante para los demás, así que se guarda muy dentro cada pequeño gesto.

—Gracias por todo lo que estás haciendo por mí. Veinticuatro horas al día pendiente de mí y cuidándome todo lo posible... no te he dado las gracias lo suficiente.

—Para eso estoy, ¿no? —susurra, devolviéndole una mirada llena de amor—. Ya sabes, en el improbable caso de otra emergencia, estoy aquí.

Le sonríe tan amplio que no puede evitar besarlo con ganas.

Aunque el dolor de la herida ha remitido bastante, caminan despacio hasta el ascensor, y luego hacia el coche del moreno, que ha estado usando Raoul para moverse por Murcia. Solo suspira de alivio al subir en el lado del copiloto.

—Si te duele, solo tienes que decirlo, ¿eh?

—Cuando lleguemos a casa me tomo un Ibuprofeno, el doctor dijo que puedo —murmura—, pero no te preocupes, a estas alturas es soportable. Solo creo que me voy a acostar en la cama y me voy a quedar hasta que deje de doler.

—Descansar vendrá bien, sí... —lo dice distraído, ya arrancando para salir de un edificio al que no quieren volver en un buen tiempo. Es irónico, porque Raoul se dedica a llevar a gente al hospital, ya sea este o la Arrixaca.

El silencio del coche durante el trayecto solo desaparece por las canciones de una cadena de radio que pone música antigua. Raoul supone que no estará de mucho humor, cansado de estar siempre en las cuatro mismas paredes, así que se muerde el labio, sin saber si han hecho bien.

Aparca en el garaje y salen juntos del vehículo. Está muy pendiente por si se tropieza o tiene algún mareo. Se supone que no los tiene, que las drogas desaparecieron el día anterior de su organismo, pero estar tanto tiempo sentado puede provocar desvanecimientos.

Agoney abre la puerta con el ceño fruncido y ganas de meterse en la cama y recibir mimos el resto de la tarde. Lo que no espera es recibir mil gritos, serpentinas y, cuando consigue centrarse, distingue el cartel: ¡Felices 29, Ago!

Exhala un suspiro, llevándose una mano al pecho. Ha estado a punto de lamentar no tener su pistola cerca.

—Joder, ¿y esto?

—¿No te extraña que nadie te haya felicitado en toda la mañana! —Se acerca para abrazarlo con fuerza, hasta que se queja y lo suelta.

—Ni me acordaba —confiesa—. Tenía la cabeza en mi alta y en volver a casa, ni se me había pasado por la cabeza que hoy era mi cumpleaños.

—Muy mal —le riñe su madre, que se aproxima. Su abrazo es más cálido y sin apretar, así que lo recibe un poco mejor—. Mira que te lo recordé la semana pasada.

—Cuanta más sorpresa mejor —interviene Raoul.

—¿Tú estabas al tanto de todo esto? —Entrecierra los ojos. Lo que más le apetecía era pasar un rato a solas con él, y eso le corta un poco las ilusiones.

—Amor, yo les abrí la puerta antes de venir a por ti. —Besa su mejilla—. Feliz cumple. Ya volvemos a llevarnos un año.

—Los seis meses que nos separan. —Pone los ojos en blanco.

Se permite recibir más abrazos, con gente más comedida por la preocupación por su herida y otros, como Ricky o la propia Nerea, que no tienen problema en espachurrarlo de lo mucho que lo echaban de menos. No vuelve a quejarse, porque estar de pie entre ellos es algo que había echado de menos.

Tras mirarlos a todos, rodeándolo y perdiendo una tarde de sus vidas para celebrar su cumpleaños, deja de querer que se marchen todos para descansar en su cama con un Ibuprofeno entre pecho y espalda. Tiene un grupo de amigos maravilloso, sin duda. No quiere dejarlos ir, no después de darse cuenta de lo efímera que es la vida.

Se toma una foto con la tarta, brindan con zumo de piña para no forzar a Raoul a ver nada que no le haga bien y luego la parten. Entonces aparece Jonathan, con su típica ropa desgarbada y su sonrisa enorme dedicada a él.

—¿Qué? ¿Cuándo vuelves a dar por culo en comisaría?

Agoney gime. Le han sacado el tema que duele más que meter un dedo en su herida.

—No me puedo incorporar hasta que no esté bien para cualquier cosa que requiera el trabajo —admite a regañadientes—. Les dije que podría pasar un tiempo en oficina, sin nada que implique correr detrás de un tío o llevar pistola, pero nada, que me quede en casa.

—Enseguida estarás en forma. Te conozco bien. —Le da una palmadita en el brazo.

—Gracias. En cuanto la persona rubia que me da por culo de maneras que no siempre me gustan me deje, empezaré a entrenar para ponerme en forma.

—¿De qué habláis? —Raoul se cuelga de él, haciéndole soltar una carcajada.

—De que Agoney piensa que solo le das por culo de la forma que no le gusta: dándole órdenes o diciéndole cosas que no quiere.

—Para el otro tipo, que esté totalmente recuperado. —Besa su mejilla, en tono inocente—. Y créeme, cariño, sobrevivirás.

Agoney le da un codazo flojo en el costado, sacándoles una carcajada a su amigo y su chico.

Después, se concentra en disfrutar de tener a toda la gente que le importa en el mismo espacio, bailando con casi todo el mundo y haciéndose mil fotos.

Las semanas de baja van pasando. En un primer momento, sí que se lo toma todo con calma, pues se niega a que se le abran los puntos y tener que volver al punto de inicio. Una vez la herida ha cicatrizado y puede volver a hacer deporte, sus jefes ponen fecha a su vuelta, después de Navidad. Se le antoja eterno, pero la recuperación era justo lo que necesitaba.

El primer día después de tantos meses coincide con uno de los turnos de Raoul, así que van juntos al trabajo y se separan en la separación entre los edificios.

Jonathan le sonríe con cuidado al verlo aparecer en el despacho. El inspector mira en todas direcciones, como si necesitara empaparse de todo lo que ve.

—Se hace raro, ¿eh?

—Un poco —admite—, pero necesitaba volver, no aguanto otro día más encerrado en casa esperando a que alguien me saque como a un perro.

—Inventaste el drama, amigo. —Suspira el castaño—. ¿Qué? ¿Listo para el maravilloso mundo de los informes? Te van a poner muchos los primeros días, hasta que tengas algo en lo que trabajar.

—Mientras sea solo los primeros días, lo agradezco. —Se sienta en su mesa con un gemido de satisfacción—. Pásame uno de esos.

Jonathan sonríe y desliza una de las carpetas más gordas, por uno de los casos que acabaron hace poco. Después de escucharlo, no le sorprende que no se queje, pero el moreno se toma su tarea muy en serio y no deja el escritorio hasta que no ha informatizado todo lo que incluía la carpeta.

Varios días después, con Agoney ya plenamente incorporado a todas sus funciones anteriores (aunque sin casos importantes abiertos), Raoul entra en la cocina de la estación con el ceño fruncido. Es el último en llegar al comienzo del turno, pero nadie se lo toma en cuenta.

—Dichosos los ojos que te ven —musita Ricky, sentándose bien en una de las butacas—. ¿Te has perdido de camino?

—No... —Su sonrisa es irónica—. Es sábado, tu amigo del alma no trabaja...

—No digas más, no necesito saber de vuestra vida sexual. —Alza una mano para que se calle.

—No tiene nada que ver con nuestra vida sexual —masculla, abriendo el frigorífico para sacar algo de picar—. Hemos tenido una pelea muy estúpida, pero es que yo sigo flipando.

—Oh, no, problemas en el paraíso... —Juan Antonio menea la cabeza.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Ricky, algo más interesado (y siempre con más tacto).

—Nada, estábamos hablando de todo lo que pasó en octubre y, como si nada, me dijo que quería actualizar su testamento. —Hace una pausa, pero nadie parece muy sorprendido—. Tiene veintinueve años, ¿qué pretende teniendo un testamento tan joven?

—¿Cómo? ¿Que el tío que casi no lo cuenta hace tres meses quiere poner su testamento al día? Me pinchas y no sangro —interviene Miriam, que se había mantenido callada en una esquina. Le pasa la bolsa de pipas, que acepta, hambriento—. Yo también tengo uno, no es tan raro.

—¿Tú también? —Se lo toma como una ofensa.

—Claro. Trabajamos en algo muy arriesgado, Vázquez. —Se sienta junto a Juan Antonio—. Toco madera porque no suceda, pero en cualquier momento podríamos palmarla. Solo quiero tener mis asuntos en paz.

Raoul la mira como si estuviera loca, aunque a la vez lo entienda. Se vuelve hacia Ricky, que asiente, dándole la razón.

—Yo también actualizo mi testamento a menudo —confiesa—. De momento no lo toco, todo va a mi marido, salvo un poco de dinero, por si mis padres lo necesitaran.

—Así que todos tenéis uno.

—Sí, siento no poder respaldarte en esto. —El novato le da una palmadita en la espalda.

—¿Y la discusión de enamorados por qué ha sido?

—Porque le dije que yo no tengo ni pretendo hacer uno pronto.

Aitana se incorpora, alzando las cejas. Al verla, se encoge de hombros, esperando que le explique qué mosca le ha picado.

—¿Tú no tienes testamento? ¿Precisamente tú?

—¿Qué significa eso?

—Bueno, que tienes tendencia a estar a punto de morir...

—Solo me han disparado una vez, y ya hace bastante tiempo de eso —refunfuña.

—¿Y cuándo nos secuestraron? —apunta Nerea—. Ahí iban a matarnos a todos.

—O tu sobredosis.

—O cuando os quedasteis atrapados en vuestra antigua casa por el fuego. Casi morís ahí.

Raoul tiene un escalofrío. Ahora que le enumeran todas las veces que ha estado a punto de morir, sí que son unas cuantas.

—Da igual, es que yo no veo que esté bien. Es como llamar a la muerte.

Manolo entra en ese momento. Frunce el ceño al escucharlo, sin entender por dónde va. Tras coger una cerveza sin alcohol, se gira hacia ellos.

—¿De qué habláis?

—Tu hijo no tiene testamento.

—¿En serio? ¿Precisamente tú?

—¡Otro igual! No tengo tanta tendencia a la muerte. Además, que tú tengas no me extraña, eres mayor y has tenido cáncer.

Manolo sonríe.

—Tengo testamento desde que me casé con tu madre. Lo actualizo muy a menudo y lo tengo todo en regla. Ahora mismo, todo es para ti. ¿Sabes por qué lo tengo todo bien atado?

—¿Por si acabas muriendo mientras ejerces de bombero?

—Porque tu madre es abogada y me niego a que encuentre algún hueco para quedarse algo —farfulla—. Todo mi dinero será para mi único hijo, si no he tenido otro con ella, que se joda que no lo va a oler.

Aitana silba en voz baja.

» Ahora, ¿qué es eso de llamar a la muerte que has dicho cuando yo he entrado?

—Porque sí, hasta ahora he tenido algunas experiencias cercanas a la muerte, pero al final he sobrevivido bien, no me quedan secuelas de ningún tipo. Y a lo mejor, se me ocurre, que podría ser porque no lo tengo todo atado. Si hago testamento y lo dejo todo bien puesto, para saber a quién va mi dinero y mis cosas, entonces ya no me quedaría nada por hacer, y la próxima vez podría ser la última.

—Eso es una estupidez. —Manolo menea la cabeza—. Yo tengo desde hace años y aquí sigo, incluso sobreviviendo al cáncer. Deberías hacerte uno, haz caso a tu viejo.

—Si no hace caso a su novio... —Ricky menea la cabeza.

Raoul le saca un dedo, aun pensando en todo lo que acaba de hablar con ellos. Manolo aprieta sus hombros en gesto cariñoso y le pide que se lo piense más.

Al acabar el turno, Ricky y él salen a la vez. Ambos esperan a sus parejas, pero por diferentes motivos. El bombero suspira al observarlo tan callado, pendiente de la carretera sin intentar entablar conversación. Suelen ser al revés: él quien no pronuncia palabra, Raoul el que no se calla hasta que consigue sacarle algo. Esos momentos entre ellos han aumentado bastante después de compartir tanto tras lo ocurrido con Ago.

—Sí que se te ha metido en la cabeza que si lo haces es casi una sentencia de muerte, ¿no?

El rubio pega un respingo, encogiéndose de hombros.

—Solo sé que me da mucho vértigo. Tengo veintiocho, soy joven para pensar en a quién quiero legárselo todo.

—Yo no lo dudé cuando me casé. —Le guiña un ojo, alzando un brazo a su vez. El coche de Kibo aparca frente a ambos.

El bombero entra enseguida al vehículo, y la pareja se despide con la mano. El rubio entrecierra los ojos, aún con sus palabras clavadas en el cerebro. Le dará muchas vueltas el resto de la tarde.

Tras una comida copiosa y una siesta en la que ambos están a lo suyo, Kibo vuelve a coger el coche. Ricky se pasa las manos por los vaqueros, intentando eliminar un sudor que no se va con tanta facilidad. El operador aguanta todo lo que puede, dejándole tiempo para ordenar sus pensamientos. Al final, la conversación no fluye hasta que no se detienen frente al edificio que tienen previsto.

—¿Estás listo?

—Creía que sí —susurra, sin dejar de mirarlo. Es enorme, de esos que parecen tocar el cielo con el techo—. ¿Sabes?, al principio me moría porque me permitieran marcharme de una vez, por no necesitarlo, pero ahora... es un lugar seguro.

—Te entiendo. Siempre puedes volver cuando necesites encontrarte a ti mismo... —El rapado alarga el brazo para entrelazar sus manos—. Pero que sepas que estoy muy orgulloso de que vayas a dejar terapia por tu propio pie, sabiendo que estás bien para hacerlo.

—¿Qué puedo decir? Si es que al final me ha venido bien hacer caso al capitán —bromea.

Kibo se acerca hasta besar sus labios. Es un movimiento lento, dulce, que pretende dejar claro lo mucho que lo apoya siempre. Ricky se recrea, más por la necesidad de sentir esa familiaridad que por otra cosa.

—¿Quieres que me quede y nos tomemos algo a la salida? Podría servir para celebrar.

—Solo si me prometes que no me espera una fiesta sorpresa por dejar de ir al psicólogo y estar recuperado del estrés postraumático.

Kibo suelta una carcajada, pero asiente, relajado. No le miente, no ha querido preparar nada para su chico porque sabe cómo lleva ese tipo de situaciones. Hace unos dos años y medio que perdió a su equipo, casi dos años desde que empezó la terapia para volver a trabajar... y ha mejorado muchísimo. Solo puede darles las gracias a todos los miembros de la 122, porque lo han cuidado y lo han devuelto al hombre que era antes de la explosión.

Lo ve bajar del coche con decisión, pero se detiene en la puerta, mientras espera a que el psicólogo le abra la puerta. Levanta la mano y lo saluda despacio, con una sonrisa nerviosa. Sabe cómo se siente, solo le queda procesarlo. Quizá sería una buena forma de acabar terapia.

Es testigo de cómo desaparece en el edificio, momento que aprovecha para aparcar mejor en el único hueco que hay en toda la calle. Es consciente de la suerte que ha tenido, pues el centro suele estar petado de coches.

Aprovecha que la cosa va para largo para sacar el móvil y ponerse a revisar sus redes sociales. Una furgoneta de una empresa de gas pasa por su lado y se detiene en doble fila en el otro lado de la calle. Él no le presta mucha atención, pero el conductor se baja, justo cuando el portero del edificio sale a abrirle.

—Por aquí. Es abajo donde está el problema.

—¿Han pedido desalojar el edificio? —pregunta el que se nota que entiende.

—Aún no hemos avisado a los bomberos, pero queremos asegurarnos de que no será necesario. No queremos molestar y desalojar a todo el mundo por nada —explica el portero, estirándose de los dedos por el nerviosismo.

La calle se mantiene en silencio los siguientes minutos. El portero vuelve a aparecer y le da unos golpecitos en el cristal que lo devuelven a la realidad.

—Usted no es residente de esta calle —acusa, haciéndole mirar el suelo. Las líneas verdes no engañan.

—No, estoy aquí esperando a alguien. Saldrá en cualquier momento, se lo aseguro. Y si aparece alguien que lo necesite, arranco y me voy.

El portero del edificio entrecierra los ojos, como si lo juzgara duramente. Él se mantiene quieto, y solo respira cuando le da el visto bueno y se aleja hacia el edificio. Parece tener mucha prisa. Solo entonces su mirada cae en la furgoneta aparcada en doble fila.

» A ese no le dice nada —masculla, antes de centrarse en su móvil de nuevo.

El hombre encargado del edifico baja las escaleras hasta llegar al sótano donde está el garaje. En una de las puertas antes de entrar al mismo, el técnico del gas revisa que todo esté bien.

—¿Cómo va?

Se rasca la cabeza antes de sacarla.

—No sé qué decirle. Esto pinta mal, yo llamaría a la policía para ayudar a desalojar este lugar. En cualquier momento...

No tiene que hablar más o dar otra recomendación, porque la caldera, ya en plena efervescencia, explota en ese momento, lanzándolos a ambos en sentido contrario.

Fuera del edificio, Kibo, que ya tiene las ventanas abiertas para escuchar cualquier coche o persona que necesite que se quite, es el testigo principal de como una explosión hace bajar el edificio al menos dos plantas, derrumbándose ante sus ojos confusos.


Queda menos de lo que pensaba para acabar la historia... Concretamente y si no hay cambio de planes, 1 capitulo, 3 extras y el epilogo (final). Así que, mientras va llegando... ¿qué os está pareciendo?

واصل القراءة

ستعجبك أيضاً

20.3K 1.1K 11
Agoney acaba de superar una larga y dura depresión y no va a permitirse volver a dejar que alguien entre en su vida para destrozarlo desde dentro. Ra...
8.3K 111 8
·͙*̩̩͙˚̩̥̩̥*̩̩̥͙ ✩ *̩̩̥͙˚̩̥̩̥*̩̩͙‧͙   .·͙*̩̩͙˚̩̥̩̥*̩̩̥͙ ✩ *̩̩̥͙˚̩̥̩̥*̩̩͙‧͙ . ACT ‼️ SI NOTAS FALTAS DE ORTOGRAFÍA DONDEQUIERA QUE SEA, HÁZMELO SABER...
481K 49.2K 123
La verdad esta idea es pervertida al comienzo, pero si le ves más a fondo en vastante tierno más que perverso. nop, no hay Lemon, ecchi obviamente, p...
337K 22.8K 94
Todas las personas se cansan. Junior lo sabía y aun así continuó lastimando a quien estaba seguro que era el amor de su vida.